Familia, cultura y “revolución”
Vida cotidiana en Sendero Luminoso1
Ponciano del Pino H.
INTRODUCCIÓN2
Hasta hace poco3 era bastante difícil conocer al Partido Comunista del Perú –Sendero Luminoso (SL)– a partir de su propia dinámica, es decir, a partir de las motivaciones y contradicciones que en su interior se tejían, de la composición y las relaciones que en él se daban, de los mecanismos de control y sujeción que se practicaban, y de los valores culturales y étnicos que en él prevalecían. Asimismo, resultaba difícil atisbar sus problemas y posibilidades, sus alcances y límites, no sólo de orden estratégico militar, sino también en la conservación y conquista de nuevas bases sociales que les permitieran reproducirse.
Los trabajos sobre SL se han circunscrito básicamente al estudio del origen y organización del grupo armado, desde el perfil político ideológico del partido hasta la composición social de sus militantes, buscando en todos los casos encontrar las razones que facilitaron su crecimiento y las bases sociales sobre las que se apoyaron.4
En buena medida, y en forma directa o indirecta, este acercamiento ha sido más al círculo del poder, a la cúpula privilegiada, forjadora de la ideología y la línea política del discurso y orientadora de la revolución. Es decir, los trabajos que estudian la formación de SL reproducen el discurso heroico5 de la “Sagrada Familia”.6
Si bien la directriz ideológica, el “pensamiento guía”, tiene un enorme peso en los cuadros y las bases, ya que anula la personalidad y determina las conductas, también se modifica en el proceso. Dentro del partido y conforme se tenga en cuenta no sólo el vértice sino también las bases y los nuevos contextos del proceso, se observa en los militantes el paso de una inicial disposición por el sacrificio, “la cuota”, a una mayor racionalización de la violencia, al advertir los mismos límites de la guerra y la esencia del terror del proyecto insurgente. Por otro lado, en el proceso de la guerra, estas mismas bases expresan sus propias voluntades, motivadas por un conjunto de factores y valores, desde los familiares hasta los culturales, que muchas veces difieren del discurso y alteran la voluntad política partidaria: la marcha de la guerra y el equilibrio de las fuerzas.
El presente trabajo intenta aproximarse a la comprensión de la vida y las relaciones en SL, sobre la base de entender familia y cultura como instancias que llegan a contrapesar el discurso y que racionalizan la propia comprensión del partido, la guerra y la violencia. Más tarde estas mismas advierten las tensiones y los conflictos. Buscamos conocer la vida cotidiana y las relaciones entre los cuadros, los combatientes y las “masas” en los comités populares de SL;7 las responsabilidades y funciones de cada uno de ellos. La hipótesis que planteamos es que el discurso político de SL, racionalmente absolutista en su visión clasista, imponía una valoración de los militantes y la “masa” como un conjunto de combatientes al servicio de la revolución, sin otra voluntad que matar y morir por el partido. Los valores clasistas y revolucionarios se impusieron a los valores afectivos, a las relaciones familiares tradicionales y a la vida cotidiana. Es decir, SL dejó de responder a las necesidades básicas y sentidas de la población.
El discurso que manejaba ya no satisfacía las necesidades más profundas de la población, no solo de supervivencia sino afectivas y valorativas, culturales y sociales. Comenzó entonces la duda, el discurso ya no satisfacía las aspiraciones de las bases. En este contexto comienza al desarrollo de dos lógicas distintas, muchas veces difíciles de advertir a causa del terror y el silencio, y que condicionan, más tarde, niveles de resistencia cotidiana que alteran el “proceso revolucionario”. Se cuestiona el esquema de reproducción partidaria del Presidente Gonzalo; el esquema vital propuesto por el aparato disciplinario entra en conflicto con las necesidades básicas y sentidas de los supuestos portadores del aparato disciplinario.
Fueron las necesidades humanas las que subvirtieron el orden de SL. Los militantes y las masas pasaron de ser victimarios a ser víctimas en resistencia, para luego corroer y golpear la estructura política y militar del partido. Cuando en las bases se plantearon niveles de resistencia que ponían en cuestión la viabilidad del proyecto, comenzaron los problemas en SL.
El partido refuerza entonces los distintos mecanismos de control sobre la población. Toda voluntad e iniciativa queda bloqueada. Las supuestas bases, masas y combatientes, y los comités devienen en zonas cautivas, en una suerte de campos de concentración en medio del terror absoluto y el poder de la “dominación total”.
El material que utilizamos para el análisis es un conjunto de testimonios recogidos en tres bases de SL en Ayacucho: Sello de Oro, ubicada en la provincia de La Mar, ceja de selva; Viscatán, en la provincia de Huanta, ubicada también en la ceja de selva y conectada a la tercera base: el Comité Popular Abierto del valle del río Ene. Las fuentes son testimonios de combatientes y miembros de la “masa” que estuvieron con SL. Por último, para precisar la composición de los miembros de un comité, se realizó una encuesta a un grupo de treinta personas del Comité Sello de Oro, luego de que se acogieran al Decreto Ley 25.499 (Ley de Arrepentimiento) en octubre de 1993.8
AYACUCHO: LOS TIEMPOS DEL TEMOR Y LA CRONOLOGÍA DE LA GUERRA
En mayo de 1980 SL dio inicio a la insurrección armada que, de alguna manera, dura hasta nuestros días.9 El desarrollo de la guerra no fue un proceso lineal; estuvo traspasado por la acción de las distintas fuerzas políticas y armadas, así como de las distintas posiciones y diversas formas de respuesta de la población. Un proceso bastante complejo, en el cual adquirió importancia la participación de la población campesina que, al superar el temor y afrontar las adversidades, “levantó cabeza”, para usar las palabras de un campesino.10
Huarnanga, Cangallo y Víctor Fajardo fueron las provincias privilegiadas por SL para el trabajo político que se intensificó en 1977 y 1978. Al dar inicio a la guerra, la ideología marcaría su derrotero: la guerra popular se daría del campo a la ciudad y el campesinado sería la base principal de la revolución. El campo ofrecía a sus cuadros la posibilidad de reproducirse, de obtener alimentos y jóvenes que más tarde pasarían a conformar las “legiones de hierro” del Ejército Guerrillero Popular (EGP). Se establecerían ahí las primeras Bases de Apoyo, donde SL implementara su propia administración de gobierno. El énfasis en el trabajo político y la ligazón con las masas campesinas era vital para SL en esa etapa y las necesidades económicas y sociales de las poblaciones rurales facilitaron su acercamiento.
Hasta entonces, las organizaciones e instituciones presentes en la región: la iglesia, los partidos políticos, el estado, no habían sido capaces de canalizar las demandas de la población ayacuchana. A diferencia de Puno, en Ayacucho existía una crisis de representatividad histórica.11 En la década de 1970, con la reapertura de la Universidad de Huamanga12 y sus políticas de reforma y de izquierdismo, y con el esfuerzo del gobierno velasquista de establecer una cierta presencia del estado en la sierra sur, y las rivalidades políticas y los movimientos sociales, aparece un conjunto de nuevos interlocutores y de proyectos de mediación política plurales, sobre todo cuando se va acercando la transición al gobierno civil de los años ochenta. En ese panorama político, SL sale ganando, al ofrecer –vía la lucha armada– alternativas concretas frente a los problemas estructurales, de atraso y abandono, de pobreza y marginación. La poca eficacia de las fuerzas políticas rivales de SL permite que el partido los presente como poco convincentes y sin legitimidad, y se proponga como el único interlocutor capaz de abrirse espacios en el campo y avanzar en la conquista de bases sociales.
Además, ofrecía un sistema de orden frente a la arbitrariedad de las autoridades, los policías, los comerciantes y profesores, y reforzaba valores morales en crisis, sancionando el adulterio, el alcoholismo, la ociosidad, el robo y el abigeato. No sólo proponía una sociedad justa y ordenada, sino soluciones a problemas concretos a los cuales el estado y el capitalismo no habían podido responder.13 La respuesta de los campesinos del norte del departamento fue en un inicio de cierta simpatía generalizada, con distintos niveles de compromiso; los jóvenes identificados con el partido se disponían a enrolarse y combatir, las comunidades tradicionales y con identidades étnicas definidas tenían menor voluntad de sacrificio.
En algunos casos, la disposición a colaborar con SL se refuerza con la intervención militar, en diciembre de 1982. La represión indiscriminada, que no diferenciaba los distintos niveles de identificación con Sendero, obligó a algunas poblaciones a acercarse más a SL, que aparecía por entonces como el mal menor. Sin proponérselo, la violenta intervención de las Fuerzas Armadas reforzó la relación entre SL y el campesinado en algunas zonas rurales. Aún así, en 1983 y 1984 las Fuerzas Armadas propinaron duros golpes a la subversión, como más tarde el propio Abimael Guzmán no dudaría en reconocer.14 Esta situación obligó a SL a reclutar jóvenes simpatizantes para reponer la caída de sus combatientes y mantener las bases de apoyo que había logrado construir.
En otros casos, al “endurecer” su línea política y reproducir actitudes autoritarias, SL comienza a tener dificultades con el campesinado aún antes de la intervención militar. Desde principios de 1982 Sendero intensificó sus acciones orientadas a “batir” el campo. Se trataba de terminar con la presencia del estado en las zonas guerrilleras, y establecer los primeros “comités populares”. Se tenía que “barrer” con el poder de las autoridades y con los gamonales y golpear a las fuerzas policiales. Es decir, eliminar toda presencia del estado: “La clave es arrasar. Y arrasar es no dejar nada”,15 dice la dirección senderista. Esto significaba imponer autoridades y estructuras organizativas revolucionarias en reemplazo de aquellas expulsadas o asesinadas; en zonas donde la población se había resistido, batir significaba “arrasar, limpiar la zona, dejar ‘pampa’”.
Desde fines de 1982, en algunas zonas altoandinas como las punas de Huanta, SL buscó imponerse arrasando a las autoridades tradicionales. El partido fue incapaz de percibir el grado de legitimidad que tenían estas autoridades en la población, en su organización social jerarquizada y ritualizada. Esta actitud hizo que el 20 de enero de 1983, a menos de un mes de la intervención militar, la población de Huaychao y Macabamba matara a siete jóvenes senderistas en respuesta al asesinato de tres de sus autoridades comunales por parte de SL. La tradición organizativa de estas comunidades, sobre estructuras jerárquicas y étnicamente configuradas, les permitió responder al autoritarismo y la violencia de Sendero. A diferencia de las poblaciones del valle, de parcelarios minifundistas, con experiencia migratoria y educativa –donde SL había logrado sentar bases y formar cuadros locales–, las alturas se resistirían desde un principio.16
Es en este contexto donde se da la matanza de ocho periodistas en la comunidad de Uchuraccay.17 En respuesta, SL desata una abierta represión contra esos pueblos. Luego de la brutal represión de agosto del mismo año contra los campesinos de Uchuraccay, una dirigente regional senderista calificó el hecho en los siguientes términos: “Hemos barrido a esos chutos18 de mierda”.19
Para SL, o al menos para algunos cuadros importantes, no sólo era necesario luchar contra el gobierno “reaccionario”, la burguesía y el sistema semifeudal, sino también contra los “chutos”, “brutos e ignorantes” que no entendían el proyecto revolucionario. De pronto, el discurso público de Sendero, de igualdad y justicia para los campesinos, se contaminaba del discurso étnico, como guión oculto que afloraba para mostrar el desprecio y la repugnancia, la intolerancia y el racismo.20 Ese mismo guión se volverá a hacer público más tarde contra las minorías étnicas del valle del Ene: se califica a los enfermos e inválidos asháninkas como “cargas parasitarias”, inservibles y desechables. Paradójicamente, estos indios serranos y amazónicos son los campesinos más pobres; justamente por quienes decía luchar SL.21
La respuesta de los campesinos de Huaychao a principios de 1983 marcó el inicio del horror cotidiano, que caracterizó el campo ayacuchano en los ochenta. La experiencia más cruel se dio en las punas de Huanta, donde 68 comunidades desaparecieron por efectos de la represión de Sendero y las Fuerzas Armadas. Otras 75 comunidades desaparecieron en la provincia de La Mar.22 La matanza de tres senderistas y la captura de otros siete en Saccsamarca, el 16 de febrero de 1983, concluyó dos meses después con la masacre de más de 80 campesinos, en lo que se ha dado en llamar “la matanza de Lucanamarca”. Fue la propia dirección central de SL la que planificó la acción; según Guzmán, fue “un golpe contundente y los sofrenamos”. En la guerra, “la masa en el choque puede rebalsar y expresar todo su odio, de repudio, de condena que tiene…”.23 Mientras la población no sea masa moldeable y leal al proyecto insurgente, termina negada y expulsada de la historia, condenada a morir. Es el argumento con el que justifica Guzmán la matanza de los campesinos de Lucanamarca.
Desde entonces, la tranquilidad del campo quedaría atrás. Desde principios de 1984, muchas comunidades pasarían a la organización de “montoneras”, como ellos mismos llamaron en un principio a los Comités de Autodefensa Civil (CAC), cuya organización se daba en muchos casos por propia iniciativa de los campesinos, y en otros casos, por presión del Ejército.24 En todo caso, aún siendo todas ellas muy débiles, para SL representaban la peor amenaza. Por lo mismo, la propia dirección central diseñaría la respuesta “contundente” contra los campesinos, calificados de “mesnadas” gobiernistas. A decir de Sendero, simples objetos de la acción militar, sin capacidad de decisión e iniciativa.25
Dos grandes dificultades tuvo que solucionar SL: reponerse del duro golpe que le habían causado las Fuerzas Armadas en 1983 y 1984, y enfrentar la organización de algunas comunidades en CAC. La presencia militar obligó a SL a replegarse en dos direcciones: la primera, como Manco Inca lo hiciera hacia Vilcabamba cuatro siglos atrás, a las cabeceras de montaña y la selva; la segunda, hacia el norte, ampliando sus zonas de influencia hacia Junín, Cerro de Pasco, Ancash y Huánuco, que pasan a ser las nuevas zonas de operaciones. Era necesario distraer la acción militar de las Fuerzas Armadas en el Comité Regional Principal de Ayacucho.
Desde mediados de 1982 SL había comenzado a conquistar bases en la selva ayacuchana, para abrir zonas donde replegarse en caso de intervención de las Fuerzas Armadas. Así se constituye la Zona Guerrillera San Francisco, con su base en las cabeceras de San Francisco y Santa Rosa, colindante con la sierra de San Miguel, Anco y Chungui, provincia de La Mar. Lo mismo que Viscatán, en la ceja de selva de Huanta, que colinda con los departamentos de Junín y Cuzco. Controlar esas zonas de frontera les facilitaría el acceso a las comunidades altoandinas de la sierra y a los poblados del valle selvático. Este proceso de repliegue marca una nueva etapa en el desarrollo de la guerra, pues luego, para mantener las bases y controlar territorios SL comenzó a enrolar a los jóvenes, más a través de la coacción que por la decisión voluntaria de los nuevos miembros. Los casos de enrolamiento coactivo tuvieron lugar tanto en las comunidades de la sierra como de la selva. Los jóvenes simpatizantes eran obligados a integrarse a la lucha. A diferencia de los cuadros y militantes de la primera generación, que asumían la línea política como “sujeción total”, estos nuevos militantes, en muchos casos, participaron bajo presión y por temor a las represalias. Esta realidad se hace todavía más evidente en el caso de las familias que quedaron bajo dominio de SL, que se resisten a renunciar a sus valores y modos de vida, situación de la cual SL estaba advertido. Sabía que cualquier resistencia o fractura interna hacía peligrar la disposición de sus fuerzas y el propio desarrollo de la guerra; tenía que reducir el riesgo, multiplicando los mecanismos de control y sujeción.
Esta situación se hizo más ostensible a partir de 1988. La experiencia de resistencia de los Comités de Autodefensa obligó a un mayor repliegue de SL. Comunidades como Sachabamba, Vinchos, Acos Vinchos (Huamanga), Huamanguilla (Huanta), o las comunidades altoandinas del norte del departamento, habían logrado acumular experiencia y sobre todo, ya no les temían. El terror y la violencia ya no paralizaban a la población que, por el contrario, resistía. Muchas otras comunidades optaron por desplazarse a los poblados del valle y a las capitales de provincia, quitándole a SL las bases en las cuales se apoyaba su proyecto. Probablemente la más dura derrota para Sendero, ese año, haya sido su expulsión del valle del Apurímac por los CAC. Su derrota militar en Pichiwillca marcó su repliegue definitivo de la zona. Desde entonces, los Comités de Autodefensa toman la iniciativa y comienzan a organizar todos los pagos del valle y las comunidades serranas de Tambo y Huanta, colindantes con la ceja de selva.26 En Ayacucho, SL corría el riesgo de quedar aislado, tenía que arriesgar y pasar a controlar nuevas bases, en este caso, una libre y estratégica para resistir: el valle del Ene.
El repliegue de SL suponía un fuerte debilitamiento en la región, pérdida de zonas guerrilleras y bases de apoyo. La respuesta militar y la acción organizada de la población civil hacía difícil su desarrollo en la región principal, en la región histórica donde había nacido el partido e iniciado la revolución. La realidad ponía en cuestión el nudo central de su estrategia, que se resume en la conocida y reiterada consigna: “Cercar las ciudades desde el campo”.27 Abimael Guzmán era consciente de las dificultades que tenían en el campo, por lo mismo, buscó poner énfasis en el trabajo del partido en la ciudad, lo que quedará remarcado en el Primer Congreso del Partido Comunista del Perú, en 1988.
Las dificultades de SL en el Comité Regional Principal no sólo tenían que ver con presiones externas del campesinado y las Fuerzas Armadas sino también con contradicciones internas surgidas en el seno de los mismos comités populares y bases de apoyo senderistas. La guerra y el cambio en la composición de los militantes había afectado el aparato partidario militar de SL. La coacción con que muchas veces habían sido enrolados los nuevos cuadros llegaba a sus límites, por el malestar y las formas de resistencia que se tejían en su interior, rompiendo el “anillo de hierro” de la amenaza del terror y del poder absoluto.
Desde 1984 hasta 1988 las posibilidades de desarrollo y abastecimiento de los comités populares no habían tenido mayor dificultad. La alimentación estaba a cargo de la masa, que producía los alimentos, y el abastecimiento se hacía a través de cupos de guerra y asaltos a los comerciantes y transportistas. Esta situación cambió notablemente cuando las Fuerzas Armadas y los CAC pasaron a la ofensiva. Desde marzo de 1988, los CAC comenzaron a organizar todo el valle del río Apurímac y a presionar sobre las mismas bases de SL, ubicadas en las cabeceras de montaña. El mayor control de territorios por la población organizada dificultó las posibilidades de supervivencia de los comités populares, y la misma población comenzó a cuestionar la viabilidad del proyecto senderista. Frente a las crecientes dificultades cotidianas, las exigencias de la masa frente a los mandos dieron como resultado una resistencia que había sido silenciada en los años anteriores. Esta situación obligó a SL a mejorar su sistema de control y vigilancia, de terror y dominación. Para Sendero, las bases de apoyo eran lo medular de la guerra popular, sin ellas no podían desarrollarse.28 A estas alturas, no sólo se les presentaba el problema de conquistar nuevas bases sino el de conservar las que tenían. A la presión externa se sumaron las dificultades internas.
Frente a esta realidad, SL respondió en dos direcciones. En primer lugar, mejoró su sistema de control y vigilancia, incrementó las sanciones y la violencia ejemplarizadora dentro de los comités populares. Toda la experiencia acumulada de represión contra la población se volcó hacia las masas para imponer una estructura totalitaria. En segundo lugar, SL incrementó el horror de la violencia contra la población civil en general con extrema crueldad. Sus acciones llegaron a niveles despiadados, sin distinciones entre niños, adultos, mujeres, ancianos, civiles o ronderos. En ambos frentes –el interno y el externo– el terror se convertía en el legítimo instrumento de poder y dominación.
La irrupción del autoritarismo fundamentalista, entre mayo de 1985 y junio de 1986, abrió una nueva etapa en el accionar regional de SL: se intensificaron las acciones contra la población nucleada en los CAC.29 Esta actitud ofensiva de Sendero por el repliegue de la Marina y el Ejército,30 cambia sustancialmente desde 1988 ó 1989. En esta nueva etapa, sus acciones no tienen un objetivo específico, tanto se dirigen a las rondas como a la población civil en general; asimismo, sus acciones tienen más un carácter defensivo que ofensivo, como respuesta a sus propias limitaciones.
Esta actitud queda ejemplificada cuando días antes de las elecciones municipales de noviembre de 1989, SL asesina a la familia del presidente del Jurado Departamental de Elecciones de Ayacucho. Las acciones de SL siempre habían estado dirigidas contra autoridades civiles y políticas. Este caso da inicio a una nueva etapa de accionar indiscriminado, en la que se atacaba también al entorno del objetivo.
Así, la crueldad fundamentalista vuelve a resonar con la matanza de cuarenta y siete campesinos en Paqcha y Andabamba en diciembre de 1989, y un mes después, el 14 de enero de 1990, de cincuenta campesinos en Acos Vinchos.31 En ambos casos, los campesinos fueron degollados y aplastadas sus cabezas con piedra. En julio de 1991, en Qano, SL atacó la iglesia Pentecostal y asesinó a treinta y tres feligreses en pleno culto: los ametralló y les prendió fuego. Un mes antes, la incursión de SL en el pueblo de San Miguel había costado catorce muertos, todos ellos trabajadores civiles. Ese mismo año, en un pequeño poblado de Tambo, Huayllao, SL asesinó a cuarenta y siete campesinos, entre los cuales había niños, mujeres y adultos, los más débiles de la comunidad. En julio de 1993, una incursión en Matucana Alta, ceja de selva, dio como resultado el asesinato con machete y chanfle32 de doce campesinos, seis de los cuales eran niños. Al siguiente mes, en Sapito, Shiriari, sesenta y dos personas, entre colonos y asháninkas fueron asesinadas también con machete y chanfle.
Las víctimas no sólo pertenecían a poblaciones organizadas en comités de autodefensa, eran, además, civiles sin compromiso con la guerra. La acción de mayor impacto fue el asesinato de dieciséis civiles en Qarapa y la destrucción, el 14 de febrero de 1993, de tres vehículos de carga que se dirigían de San Francisco hacia Ayacucho. Ese mismo año, en agosto, se asesinó a otros nueve civiles y se incendiaron dos vehículos. Estos casos se sucedieron con frecuencia desde 1991 hasta 1993. Sus víctimas, como ya se ha señalado, eran civiles y en el caso de las comunidades atacadas, los miembros más débiles de la familia: niños, mujeres y ancianos.33
Más que una recomposición real de sus fuerzas, esa crueldad injustificada expresaba la crisis interna que atravesaba SL y su negación a reconocerla.34
SL manejó la imagen del poder para someter y quebrar toda forma de resistencia. Infundir temor fue su principio de acción. Desde un inicio, aun sin contar con la infraestructura bélica, atemorizaba y paralizaba cualquier forma de oposición. Esa misma lógica hacía que participaran en sus acciones decenas de personas, entre jóvenes, mujeres y niños, que actuaban muchas veces por temor a las represalias. Según nuestros registros, en todas las acciones que realizaba SL, participaban treinta, cincuenta, cien personas de las cuales sólo alrededor de cinco portaban armas de fuego. Luego de todo ataque se difundía entre la población el mito de ejércitos armados, con capacidades impredecibles. Este mismo mito se reforzaba y se masificaba a través de los medios de comunicación, que reproducían los temores de la gente y por supuesto, sus propios temores.35
La ventaja de las rondas era que conocían las debilidades de SL, pues muchos comandos de los CAC, como Kichca de Santa Rosa, Huayhuaco de Rinconada Alta, Choque de Pichiwillca, entre otros, habían participado previamente de las filas senderistas, siendo en algunos casos mandos locales. Más que en las armas, las rondas se sostenían en la pérdida de temor y el conocimiento de las debilidades de SL.
SELLO DE ORO: HISTORIA Y BASES SOCIALES DE SENDERO LUMINOSO
El análisis de las bases sociales de SL debe considerar dos aspectos: por un lado, conforme nos acercamos de las cúpulas a las bases, las motivaciones cambian y, al decir de Carlos Iván Degregori, “la ciencia del marxismo-leninismo-maoísmo se contamina del contexto rural andino”.36 Por otro lado, en el eje diacrónico, la guerra suponía marchas y contramarchas, procesos expansivos y de repliegue y, de acuerdo con cada uno de esos momentos, la composición y las motivaciones se redefinieron.
Los estudios sobre el tema podrían agruparse en dos grandes tendencias. La más trabajada fue la que propuso Favre, desarrollada más tarde por Degregori, Chávez de Paz y Manrique, entre otros. Según ellos, el proyecto insurgente se sostenía en la población “descampesinada y desindianizada”, base principal de su aparato militar. La otra propuesta, planteada sobre todo por intelectuales y periodistas extranjeros, sugiere que SL es un movimiento de reivindicación indígena campesina.37
El estudio del Comité Popular Sello de Oro nos ofrece nuevos elementos, que ayudan a entender mejor la composición y las complejas dinámicas sociales por las que pasa SL. La base estaba conformada por miembros provenientes especialmente de la sierra y las cabeceras de montaña. Del total de adultos de Sello de Oro al momento de capitular,38 en octubre de 1993, sesenta y cinco provenían de las comunidades serranas de la provincia de La Mar, ocho de Huanta, tres de Huamanga (Ayacucho), y dos de Satipo (Junín).
SL había llegado en 1980 a las comunidades altoandinas de la provincia de La Mar, y sólo más tardíamente a los pagos del valle del Apurímac, a mediados de 1982. El control de las alturas de San Miguel les facilitó el acceso a las cabeceras de montaña. Wayrapata, Qahuasana, Encarnación, Chontaqocha, Huanchi, Rinconada Alta, son pagos donde se establecen para luego bajar a controlar los pagos del valle del Apurímac. (Véase figura 1).
Al principio, la población les brindaba alimento, los acogía y participaba de las asambleas populares. Las carencias de servicios, como salud, transporte, y los problemas económicos, por los bajos precios de productos como el café, el cube o barbasco, el cacao o el achiote, monopolizados por los grandes comerciantes, así como las constantes devaluaciones y el alza del costo de vida, hacía que vieran con buenos ojos a quienes les ofrecían una nueva esperanza de vida. Campesinos asalariados y parcelarios minifundistas, que dos décadas atrás habían migrado a la selva en busca de progreso, no habían visto realizar sus sueños; por el contrario, muchos de sus problemas seguían sin resolverse. Para Reynaldo, campesino del valle, la gente aceptó a Sendero “porque prácticamente han estado antes marginados”.
Sobre todo, la colaboración vino de los jóvenes, “más que los papás, que los señores”, al darse un “empate” entre el discurso senderista y las aspiraciones juveniles. Sendero les prometía terminar con la pobreza, la desigualdad y la marginación de la cual eran objeto. Por ello, los pagos que apoyaron inicialmente fueron Cielopunco, Gringoyacu, Anteqasa, Pataqocha, Qahuasana, Chontaqocha, entre otros, distantes del valle y sin los servicios que ofrecían las ciudades.
Gracias a este apoyo, en 1983 se constituyó la Zona Guerrillera San Francisco, con cinco Comités Populares: Sello de Oro, Vista Alegre (con población nativa), Santa Ana, Nazareno y Broche de Oro. En la ceja de selva de la provincia de Huanta se conformó el Comité Popular Viscatán, que desde 1983 pasó a ser una zona de operaciones de SL.
Los sacrificios de la guerra no habían sido subrayados en el discurso con que se presentó SL. El apoyo que recibía radicaba en las expectativas creadas entre la población. Al recoger sus demandas y buscar canalizarlas, ordenaba la sociedad y ponía fin a las arbitrariedades de las autoridades y los comerciantes, como quedaba advertido en el saqueo de la tienda del comerciante más próspero del valle, Edmundo Morales, en setiembre de 1982 en el Centro Poblado de Santa Rosa. La corrupción de las fuerzas policiales y las autoridades, hacía que las acciones de SL aparecieran justificadas. Toda esta experiencia inicial cambiará sustancialmente cuando se pase a la lógica de la guerra. SL comienza a presionar a los jóvenes para que participen de las acciones, y empieza a entrenarlos para futuros combates. Desde 1983 comienza a reclutar con la consigna de que la lucha armada exige sacrificio y entrega, hay que producir lo mínimo indispensable y dejar de producir para el mercado y la ciudad.
Estas exigencias obligan a muchas familias a huir de las partes altas del valle en 1984. Muchos jóvenes que en un principio habían visto con agrado el mensaje, ahora se resistían a integrarse. En este contexto, SL cerca territorios, controla el ingreso y la salida de la gente, y somete a la población que quedaba en ella. El temor de quedarse sin bases sociales llevó a SL a restringir la libertad de la población y mantenerla bajo su poder en los comités populares. Esta actitud coercitiva de enrolar familias, daría inicio a una etapa poco conocida de la guerra: la construcción violenta de un orden totalitario. Las formas de terror y dominación comienzan a ser prácticas cotidianas que se intensifican conforme pasan los años y la supervivencia se hace más y más difícil.
La composición de las bases de Sendero en el Comité Regional Principal había cambiado sustancialmente. El partido era consciente de los riesgos que esto suponía. A estas alturas, no todos los militantes buscaban la inmortalidad y el heroísmo, mucho menos aquellos que vivían atados por el terror. El proceso de enrolamiento se aceleró cuando los pagos de la zona de Simariva comenzaron a organizarse en los CAC a partir de mayo y junio de 1984. SL ejerció una fuerte violencia contra la población civil, por ejemplo en Santa Rosa, atacada en dos oportunidades el mes de julio de 1984. En la última incursión se asesinó a siete personas, seis de las cuales eran evangélicos, muertos en plena iglesia. El 15 de setiembre del mismo año hay una incursión en San Pedro; SL asesina a diecinueve campesinos, varones y mujeres. Ambos poblados se habían organizado en los meses de junio y agosto respectivamente, por presión de las rondas de Anchihuay y Pichiwillca.39 Así, desde mediados de 1984 la población vivía bajo dos fuegos: SL, desde las partes altas, el ejército y los CAC, desde el valle. Esto aceleró el éxodo de las poblaciones de las cabeceras: mientras unos quedaron bajo el poder de SL, otros bajaron a refugiarse en el valle. Familias de Qawasalla, Qaqasmayo, Antiqasa, Chontaqocha, entre otros, pasaron a control de SL; mientras que Wayrapata, San Pedro, Rinconada Alta, Catute Alto, de un total de catorce pagos, pasaron a vivir en los alrededores de Santa Rosa.
La tarde del 24 de octubre de 1993, días antes del referéndum a través del cual se sometía a votación la nueva Constitución propuesta por el nuevo parlamento luego del “autogolpe” del 5 de abril de 1992 por el presidente Fujimori, la base del Comité Sello de Oro se acogió al decreto ley 25.499 (ley de Arrepentimiento). Eran ciento ochenta y cuatro los senderistas “arrepentidos”, de los cuales ciento siete eran niños y menores de edad, cuarenta y seis eran mujeres adultas y treinta y un varones adultos.
Muchos de ellos habían sido enrolados en las cabeceras de montaña y otros en las comunidades altoandinas colindantes a la selva en 1984. Los enrolamientos se prolongaron hasta poco antes de que capitularan. Sendero los había incorporado a sus filas no sólo empleando el terror sino la misma práctica de la violencia. En algunos casos asesinaban a algunos miembros de la familia e incorporaban a otros. Es el caso de María, a cuya madre asesinaron. A Claudia (treinta y seis años de edad)40 la reclutaron en Anteqasa en 1984, con toda su familia: su esposo y sus tres hijos. A Guillermo (treinta y ocho) se lo llevaron de Anteqasa, luego de la incursión de SL a su comunidad, en la cual murieron su esposa, sus dos hijos y dos hermanos. De la misma comunidad se llevaron a Marcelino (treinta y dos), luego de asesinar a su hermano. A Nazario (sesenta y ocho) lo llevaron de Qahuasana en 1984, con su mujer y uno de sus hijos, luego de asesinar al hijo mayor. A Rosa (treinta y cuatro) la llevaron de Pataqocha en 1984, con su padre, hijo y un hermano. A Justina (cuarenta y siete) se la llevaron conjuntamente con sus dos hijos de Asunción en 1984. A Dina (catorce) y Elizabet (trece) se las llevaron aún siendo niñas, luego de asesinar a sus padres. La madre de Wílmer fue enrolada de Chontaqocha en 1984, la llevaron embarazada, juntamente con su esposo y sus padres, y fue en el Comité San Ana donde nació él (nueve). Fermina (veintisiete) fue enrolada de Pampa Cruz en 1990, conjuntamente con su esposo e hijo y sus tres hermanos. La última en ser reclutada en 1992 fue María (quince), de Chaca, sierra de San Miguel, luego de que asesinaran a su madre y de que ella fuera baleada en una de las piernas. Estos casos ayudan a entender la nueva composición que caracterizaría las bases de Sendero desde 1984.
Estas familias se convertirían en murallas de contención, escudos humanos que ayudaban a atenuar la acción militar, pero que también producían y abastecían de alimentos a los combatientes. Justamente en esta visión de guerra prolongada, los niños pasan a ser la reserva humana. Ellos serían el contingente que reemplazaría a quienes cayeran en combate. En esta lógica, todos los niños debían ser llevados a las bases, incluso los hijos de las víctimas, y entrenados militarmente para el futuro.
Para SL era vital mantener una buena base en la pirámide de edades. En 1993 encontramos en Sello de Oro setenta y dos niños menores de diez años (treinta y ocho varones y treinta y cuatro niñas), y el total de la población menor de edad era mayor a la población adulta, ciento siete frente a setenta y siete. Más de sesenta niños que llegaron a la base militar de Pichari habían nacido en bases senderistas. Para SL los niños representaban la esperanza, el futuro, por lo mismo, según ellos, tenían que ser criados “aunque sea con trapos, para que luchen. Debe haber criaturas, nosotros estaremos terminando y las criaturas estarán levantándose, parándose”, recuerda Claudia. Los hijos ofrecerían lo que los padres no estaban ofreciendo: la lealtad total hacia el partido; ellos serían las “legiones de hierro” que combatirían en lo que SL llamaba su “máquina de guerra”. Por lo mismo, desde muy temprano, ocho, nueve años, se los preparaba militarmente para pasar a los doce años a la fuerza de base. La consigna era forjarlos sin piedad, sin identidad familiar ni necesidades afectivas, dispuestos a matar y morir.
En casi todas las acciones registradas, la militancia senderista iba acompañada de un contingente importante de niños, quienes iban adelante, liderando el desborde. Eran quienes incendiaban y saqueaban; hacían de la violencia un espacio lúdico.
Estos niños recibían instrucción militar desde los ocho años, una preparación disciplinada que liquidaba toda espontaneidad. Progresivamente se los alejaba de sus padres; una vez que ingresaban a la fuerza de base, vivían sólo para la revolución. Por supuesto, toda relación afectiva quedaba prohibida, el valor positivo se depositaba en la clase y en la guerra popular. Dejaban de llamarse por sus nombres y por su relación de parentesco –papá, mamá– para definirse por su condición de combatientes, compañero y camarada.41 De acuerdo con Claudia:
A los niños ellos les enseñaban diciendo: “Nosotros debemos de llamarnos de compañero, compañera”. No hablaban tío, señora, sino sólo compañero, compañera, así nos han enseñado. Pero no hemos aprendido fácil, nos quejábamos.
Uno de los primeros objetivos de Sendero fue arrasar las organizaciones populares y, en el campo, la organización comunal, para luego instaurar estructuras organizativas revolucionarias. Justamente la crisis de representatividad, el vacío político y el debilitamiento de la estructura comunal a principios de los años ochenta, facilitaría su presencia en el campo. Pero no sólo de este vacío se aprovechó Sendero, sino también de la debilidad de la estructura familiar y la familia extensa, entendida como organización social.42 Quebrar todo tejido social, hasta los lazos familiares, garantizaría la dominación total.
Existían tres fuerzas en las bases de apoyo: fuerza principal, fuerza local y fuerza de base. Los comités populares estaban organizados por medio de responsables o comisarios: primer responsable (secretario general), secretario de seguridad, secretario de producción, secretario de asuntos comunales y secretario de organización. A cargo de esta última secretaría estaba la organización de los movimientos u “organismos generados por el partido”: Movimiento de Campesinos Pobres, Movimiento Juvenil, Movimiento Femenino y Movimiento de Niños Pioneros.
Los comités populares estaban conformados por la masa, abocada a la producción de alimentos para los combatientes; los militantes, los jóvenes miembros de la fuerza de base, y el ejército: la fuerza principal. Las masas sembraban y producían en sus propias parcelas, y para los combatientes producían en tierras del Nuevo estado. Participaban adultos, mujeres, jóvenes y niños, produciendo básicamente maíz, yuca, pitus y frijoles. A esta dieta se agregaban las conservas y otros productos que obtenían de los asaltos y los cupos de guerra.
La fuerza de base, que integraban desde niños de doce años hasta adultos capaces de resistir marchas forzadas, además de producir los alimentos recibía instrucción militar para participar de las acciones armadas; también abría trochas y caminos para facilitar el movimiento de los combatientes de la fuerza principal. Los que destacaban, jóvenes diestros y con buena preparación física más que ideológica, pasaban a la fuerza principal. Pocos lograron ascender y asumir responsabilidades de mando: Betzon (veintiuno), Gregorio (veintiuno), Raúl (veinte), Rosa (treinta y ocho). Mandos que intermediaban entre la masa y la dirección general del comité popular, quienes hacían cumplir las órdenes impartidas por el núcleo senderista. Muchos de los mandos fueron enrolados cuando aún eran niños, entre nueve y trece años de edad. Después de recibir formación partidaria e instrucción militar entre los quince y los dieciocho años, asumían la responsabilidad de liderar la fuerza de base.
Al intensificarse las acciones contra insurgentes de las Fuerzas Armadas y los CAC, las posibilidades de supervivencia fueron mermando. Desde 1988 Sello de Oro fue blanco de constantes ataques; resistió más de veinte, según las distintas versiones recogidas de los capitulados. Los ataques los obligaban a replegarse al monte, por períodos que se prolongaban días, semanas, donde dejaban de alimentarse y consumían sólo raíces. Esta situación fue agravándose conforme pasaban los años y las fuerzas contrainsurgentes extendían su control de la zona.
A diferencia de los primeros años, donde habían logrado vivir sin mayores apremios, desde 1988 las familias vivían en carpas de plástico, expuestas a la intemperie y sin ropas que vestir. La alimentación era un problema aún mayor. En los últimos años casi dejaron de probar sal, azúcar, verduras, menestras. Su dieta se limitaba a lo que producían, yuca, pitus, en cantidades cada vez menores. Los más damnificados eran los niños, y quienes procesaban la angustia, las madres. Como eran las más vulnerables al dolor de los hijos y de la familia, a la falta de alimentos y a la miseria en que vivían, fueron las madres las más resueltas a resistir y cuestionar la viabilidad del proyecto senderista.
En los diez años, en Sello de Oro, según las versiones de las madres, murieron alrededor de cien niños y adultos por falta de alimentos. Los niños muchas veces ingerían hierbas y arena que los llevaban a la muerte. La desnutrición que comprometía a todos, arrasaba con los niños ya que los hacía más vulnerables a las enfermedades. Según la encuesta, casi todas las madres perdieron al menos a un hijo, ya sea por enfermedad o desnutrición. No tenían medicamentos ni personal de salud, y toda enfermedad que se presentaba era tratada sólo a base de hierbas. Cuando la población de Sello de Oro se entregó, el 100% padecía de anemia, muchos tenían tuberculosis, bronquitis aguda, paludismo. Muchos niños de dos y tres años de edad no podían caminar como resultado de la desnutrición; por ejemplo, el último hijo de Claudia, de dos años y medio.
La miseria hacía más cruel la vida cotidiana. La falta de alimentos y la proliferación de las enfermedades afectaba sobre todo a la masa. En tanto todo debía estar al servicio de la guerra, los cuadros políticos y militares se privilegiaban de lo poco que podían obtener de los ataques y asaltos. Esta realidad se vivía en todas las bases de SL. Lo mismo que Sello de Oro, el Comité Popular Abierto del valle del Ene sufría los efectos de la guerra.
Desde 1988, SL se replegó hacia el valle del Ene. A diferencia de otras zonas, llegó a controlar todo el Ene, poniendo fuerzas de contención en las entradas y salidas para observar el movimiento de las personas. Desde 1991 las Fuerzas Armadas y los CAC habían comenzado a liberar el Ene; recuperaron las poblaciones que vivían bajo el poder de SL.43 En julio de 1993 fuimos testigos del rescate de doscientas personas en Selva de Oro, y constatamos que el sistema de orden era en verdad un sistema totalitario y violento. La población liberada días antes, se componía de ciento sesenta asháninkas y cuarenta colonos. El estado de miseria en la que se los halló era comparable al de prisioneros de campos de concentración. Todos ellos habían estado bajo el poder de Sendero desde 1988 o 1989. Conforme las fuerzas contrainsurgentes penetraban, las posibilidades de supervivencia empeoraban, ya que estaban constantemente en repliegue y se veían forzados a abandonar sus cultivos. Del total de ellos, el 80% eran niños y mujeres, todos ellos víctimas de la desnutrición y las enfermedades. El 95% padecía tuberculosis, anemia y enfermedades gástricas. Muchos de ellos padecían paludismo, tifoidea, y diez de ellos, leishmaniasis. Esta alarmante cifra obedece, según sus propias versiones, al hambre al que fueron sometidos, a la privación de sal, azúcar, verduras y otros alimentos.
PODER Y VIDA COTIDIANA: CANALES DE RESISTENCIA
Como pudimos ver en el apartado anterior, desde 1984 SL comenzó a reclutar familias enteras y ésa fue la nueva composición de las bases sociales en el campo. La conciencia clasista y la identificación con la línea del partido habían cambiado.
En un principio, en tanto y en cuanto las necesidades básicas de las personas eran satisfechas y las acciones no exigían mayores sacrificios, se daba un proceso que podríamos llamar de “adaptación en resistencia”, para emplear los términos de Steve Stern. Esta situación fue cambiando conforme pasaron los años y las posibilidades de supervivencia se hicieron más difíciles. Nuestro análisis intentará responder cómo este proceso de adaptación inicial sufrió cambios para luego devenir en formas distintas de resistencia, que terminan por mermar las estructuras de poder de los comités populares.
Desde que quedaron bajo su poder, las poblaciones tuvieron que asumir todos los valores y formas de relación senderistas. Debían conocer de memoria las “tres reglas de oro” y las “ocho advertencias”,44 sujetarse al partido y someterse de manera devota a la voluntad del “Presidente Gonzalo”. Quien infringía esas máximas era sancionado públicamente, humillado y sometido a la crítica y autocrítica.
Después de vivir por el lapso de cinco años sometidos a la violencia senderista, aparece la resistencia, que, como ya señalamos, está encabezada por las mujeres, impulsadas por el dolor y la angustia cotidiana. Ellas logran trascender los límites del trauma colectivo, del temor, del sojuzgamiento y la dominación. La crueldad y el terror no son ya suficientes para paralizar a los reclutados, dejan de guiar las conductas y las voluntades, para convertirse –parafraseando a Scott– en “las armas de los débiles”. El testimonio de Claudia es bastante elocuente en ese sentido:
Nosotros reclamábamos a ellos, “no nos acostumbramos en el frío, nuestros bebes también están enfermo y están muriendo todos los niños, no estamos bien por el frío que les pasa a nuestros hijos y están muriendo, nosotros los mayores también no estamos bien”, así reclamábamos.
Las demandas no sólo tenían un carácter personal –privado– sino social –público–, puesto que se socializaba en la masa un sentido común de rechazo y cuestionamiento del estado en que vivían, de los mismos límites que la guerra les ofrecía. Dice Claudia:
Cuando nos reunía en Asamblea les decíamos nos está faltando sal, carne también no probamos, nuestros hijos están sin ropa, sin zapato, descalzo, sin embargo quieren que haga vigilancia, para que trabaje sí, no estamos de acuerdo. Y así teníamos discusiones con ellos, yo también les reclamaba muchas veces, no les tenía miedo.
Hasta cierto punto, el sufrimiento mayor de las madres es una manipulación discursiva de los valores culturales sobre género y familia para legitimar la resistencia de los padres y las madres, para convencer a los esposos, a los jóvenes y niños, a los mismos senderistas militantes y simpatizantes, de que las demandas de Sendero eran innegablemente destructivas. Así se superaban los valores patriarcales y machistas glorificados por la guerra. El sufrimiento de los hijos legitima la resistencia de las madres y los padres, pero son las madres quienes asumen la “vanguardia pública y discursiva”, por razones culturales y sociales concretas. Son quienes mejor manipulan el poder de los hombres, y hacen menos represiva la respuesta senderista, a diferencia de los varones, sobre quienes recae todo el peso de la represión.
Algunas parejas, frente al dolor de ver sufrir y morirse a sus hijos, optaron por resistirse a tener hijos. En contraposición a SL que ponía sus esperanzas en el incremento de la natalidad en la perspectiva de la guerra prolongada, las madres se resistían a concebirlos. Nunca antes se habían cuidado ni se habían preocupado por la planificación familiar; ahora si lo harían:
Después como mi hijito no tenía ni ropa ni comida, no conocían ni leche, yo también no tenía ni leche para lactar, entonces teníamos que conversar con nuestros esposos, por eso ya no teníamos más hijos.
Ésta fue la decisión de Claudia después de que dos de sus hijos murieran anémicos en la base senderista.
No sólo era el hambre lo que los llevaba a dejar de reproducirse, sino el rechazo a entregar a sus hijos a una causa de la cual no se sentían parte sino que, por el contrario, resistían. Era mejor dejar de tener hijos que verlos sufrir y ser despojados de ellos cuando cumplieran diez u once años para verlos formarse con valores totalmente contrarios a los padres. Este rechazo comienza a tomar cuerpo sobre todo cuando las niñas pasan a formar parte de la fuerza de base. Nunca antes se había presentado una actitud tan definida de rechazo y cuestionamiento. El siguiente testimonio, y que se repite con variantes ligeras en varios otros, define esta actitud:
Al llevar a la fuerza de base las niñas de doce, trece años ya no están bien, salen embarazadas. Por eso algunos no queríamos recuerda Claudia, llorando nos opusimos para que a mi Irma no se la lleven, mejor mátennos pero no permitiré que entre. Reuniéndonos con la masa les decíamos: “Ustedes están haciendo entrar a las niñas para que caminen con ellas como sus queridas”.
Mientras la masa quedaba sujeta a las reglas y advertencias del partido, los mandos podían incumplir las normas. “No tomarse libertad con las mujeres” era una norma con la cual sancionaban el adulterio inclusive con la muerte. Sin embargo, los mandos simplemente la incumplían. Transgredían las mismas reglas con las cuales sometían a la población. Según Claudia, la violación y el adulterio “entre ellos sí pasaba, entre la fuerza principal y la fuerza de base, pero entre la masa no”.
Con una valoración muy distinta del núcleo principal de Sendero, que había sacrificado a la familia y abandonado a sus hijos, estas familias se resistían a ser despojadas de sus hijos, más aún si eran niñas –“mejor mátennos pero no permitiré que entre”–. Hubo, pues, una disociación de los valores culturales de familia: mientras las cúpulas estaban dispuestas a sacrificar todo por la revolución, hasta sus propias vidas, otros estaban dispuestos a defender a sus hijos hasta con la propia muerte.
Sendero exigía lo que la Sagrada Familia había ofrecido y sacrificado: la familia. Los cuadros principales habían sacrificado a sus propios hijos, Osmán Morote y Teresa Durand que dejaron a sus hijos en manos de los suegros, o el caso del médico Eduardo Mata Mendoza y Yeny María Rodríguez, que dejaron a “un conocido” a su hija a los pocos meses de haber nacido. La familia patriarcal tradicional de Ayacucho fue trasladada y utilizada por el partido: los casos más conocidos son los Morote Barrionuevo, que utilizaron el núcleo familiar para integrarlo al partido: Osmán, su esposa Teresa Durand y sus dos hijos, Elena y Eduardo, su hermano Arturo y Katia Morote. Lo mismo con la familia Durand: Jorge, Maximiliano, Teresa y Guillermo –quien luego llega a ser guardia de seguridad de Abimael Guzmán–; o los Casanova, Julio, que se integra con su esposa Katia Morote e hijos.
Esta valoración de sacrificio familiar intentó reproducirse en las distintas estructuras del partido. La racionalidad militar y el “absolutismo científico”45 hacía difícil entender los distintos niveles y formas de valoración que sobre esta institución se tenía.
El rechazo de las madres a la coerción con que sus hijos pasaron a las filas del ejército guerrillero se dio desde un principio en otros lugares. Según ellas, a los jóvenes “sin que quieran los obligaban, quiera o no quiera, les hacía ver armas, cuchillos, lanzas; si no aceptas vas a morir”. Ellas podían colaborar e incluso acompañar sus acciones, pero “el temor es solamente por nuestros hijos, por lo que nos pueden quitar”.
No sólo las madres se convierten en la fuerza manipuladora del poder; también los jóvenes comienzan a cuestionar el orden totalitario del cual forman parte. La familia comienza a ser el eje discursivo para replantear la glorificación violenta de la guerra. Los mandos de la fuerza de base, que habían sido enrolados a muy corta edad, como Betzon, a los doce años, o Gregorio y Raúl a los once años, habían llegado a formar familia en las mismas bases. Por ejemplo Betzon, luego de permanecer seis años en la base se compromete y llega a tener dos hijos. La formación que habían recibido en las bases era coronada por la insensibilidad frente al dolor ajeno, al imponerse el absolutismo totalitario y desconocer la piedad, aun cuando hubieran vivido soportando el hambre y la miseria, el terror y la dominación. Los valores clasistas y revolucionarios anulaban todo síntoma de remordimiento, todo sentimiento de solidaridad y afecto. Por lo mismo, cuando los niños sufrían la escasez y la miseria, sencillamente los mandos senderistas no se inmutaban. En palabras de Claudia, los senderistas “no decían nada”. No era más que los costos de la guerra, la cuota de dolor y sangre que había que pagar.
Al formar una familia y ver que sus hijos eran víctimas de la crisis, los valores afectivos que habían permanecido pasivos o reprimidos comenzaron a cobrar vida y sostener las relaciones. De modo que comienzan las dudas respecto de la viabilidad del proyecto; las fuerzas de Sendero se debilitan y la supervivencia, como ya se ha señalado, se vuelve más y más difícil; podían atisbar que el triunfo de la lucha armada y la toma del poder eran más ilusorios que reales. El poder y la ideología dejaron de anular a las personas para abrir espacios a la crítica y la razón. En estas condiciones, las bases deciden rebelarse contra el núcleo senderista de Sello de Oro y asesinar a Elizabet,46 líder del comité y a dos de sus guardias de seguridad, y entregarse a la base de los CAC de Santa Rosa, para luego ser trasladados a la base militar de Pichari, en el valle del río Apurímac. La familia, como tejido social y afectivo en grado sumo, lograba advertir el fin de la utopía; un mundo en que tanto de lo que se consideraba sólido se desvanecía en el aire.
Sendero luminoso no sólo quiso quebrar toda forma de vínculos familiares, sustituyéndolos por los vínculos partidarios, sino que, paralelamente, quiso imponer un conjunto de valores no sentimentales que terminaran con las formas de vida anteriores, con las “ataduras” del pasado. Así, para SL, tanto la religión como la tradición no eran sino signos de dominación y engaño, sin ningún valor social y cultural positivos. Eran los “rezagos de la feudalidad, que debían ser arrasados por la revolución y desaparecer en la Nueva Sociedad”. El manuscrito de un militante senderista, que transcribe minuciosamente acuerdos partidarios que datan de mediados de la década de 1980, resalta un incidente “que sacudió toda la zona” en 1983: “Un pelotón de guerrilleros entró en el templo de Anchakwasi para destruir las imágenes y el Cristo crucificado a las vistas de las masas que indignadas protestaron; algunos fueron golpeados por oponerse al afán de los guerrilleros de quebrar las ataduras y quemar los viejos ídolos”.
Desde un principio, SL no sólo atacó los símbolos religiosos sino la misma religión; rezos y creencias debían morir en cada uno de ellos y no ser transmitidos entre los miembros, mucho menos entre los niños.47 En el valle del Ene, a los evangélicos se les prohibió terminantemente hablar de Dios, bajo pena de muerte. En general, los miembros de las iglesias evangélicas fueron algunos de los sectores más golpeados por la violencia de SL, por oponerse ideológica y doctrinalmente a su proyecto. Según Gliserio, en las bases les decían:
Ustedes están hablando el nombre de Dios, no existe en el cielo. Diciendo Dios mío están pidiendo. No por lo que dicen Dios mío va a venir solo las cosas. Hay que hacer algo para que venga las cosas. En vano se basan en Dios.
Por el contrario, SL exigía sujetarse al Presidente Gonzalo.
Las arbitrariedades, la violencia hicieron que sectores evangélicos respondieran desde muy temprano a SL, como se dio en el caso de Anchihuay, selva ayacuchana. También en los CAC los evangélicos tuvieron destacada participación, como el caso de Susy, Zambrano, Jorge Aucasimi, Christofer. Para SL, la religión era simplemente “el opio de los pueblos”, por consiguiente, una vez en el poder terminaría por desaparecer. Este discurso se recordaba con insistencia en las bases, cuando veían rezar en algunas ceremonias, como los entierros. En Sello de Oro, recuerda Claudia, aún con todas las prohibiciones, las costumbres volvían a reaparecer en ceremonias religiosas como los entierros:
Si no hay vela sólo se le prende leña. Pero al que se muere lo rezan. Había quien nos haga rezar. También Rosa48 sabía rezar el Padre Nuestro. A pesar que nos decían que ya no hay que rezar se rezaban. Es nuestra costumbre le decíamos, vamos a rezarnos. Recen pues, decían, es su costumbre, todavía no dejan ustedes. Así nos rezábamos.
El “absolutismo científico” de prohibir el dolor y el recuerdo, de negar los valores culturales y la tradición religiosa, tenía sus propios límites. Demás está decir que no logró del todo desterrar las formas de vida de la población, ni privar a la muerte de su valor simbólico. No consiguió “arrebatar al individuo su propia muerte”, su sentido ritual de salvación y de preservación de la memoria.49
Esta prohibición también comprometió a las festividades religiosas tradicionales. Se prohibió la Navidad, cuya celebración era muy extendida en las comunidades campesinas. De acuerdo con las cúpulas senderistas, recuerda Gliserio, del Comité Popular Florida del valle del Ene, “nosotros no podemos festejar estos días que han puesto los gamonales, los explotadores”. Por el contrario, impusieron su propio calendario festivo: día del inicio de la lucha armada, 18 de mayo; día de la heroicidad, 18 y 19 de junio; el cumpleaños de Abimael Guzmán, 3 de diciembre, entre otros. SL no entendía la importancia de las fiestas tradicionales y religiosas, no sólo como patrones culturales y de integración social, sino también como referentes sociales y de identidad de la población. Serán estos mismos referentes los que más tarde redefinan la adaptación y condicionen el proceso de resistencia.50
Mientras la familia y los valores afectivos y de solidaridad se fortalecían, las estructuras simbólicas y culturales se revitalizaban. Fue en el ámbito cultural e ideológico donde se dio una firme resistencia. Aun cuando la religión estaba sancionada con la muerte y la línea ideológica del partido se imponía para anular toda otra forma de pensamiento, los valores culturales y religiosos se resistían a desaparecer. El silencio se convertía en el arma que permitía a las masas seguir con sus propias esperanzas de fe, como se lee en el testimonio de Gliserio, quien en más de una oportunidad fue sometido a juicio popular y estuvo a punto de ser asesinado por no dejar de creer en Dios y de rezar: “En mi conciencia decía ¡Gloria al Señor!, siempre”. Gliserio sabía que resignarse o llorar era peor, conocía la forma como actuaba Sendero. La exaltación y glorificación machista de SL prohibía terminantemente llorar a todos sus miembros. A menudo quien lo hacía era sancionado con la muerte; según ellos, esta resignación era “flaquear”, síntomas de querer abandonar el partido y la revolución. Gliserio recuerda su comportamiento cuando fue sometido a juicio popular:
Yo no podía bajar la moral nunca. Si estaba triste, a veces algunos están pensativos, tienen psicológica también esos malditos. Entonces ahí tengo que estar normal, riendo o conversando.
A diferencia de lo que Sendero buscaba –“va a olvidar de ésa su costumbre, antes seguramente ha sido conformista”–, Gliserio se fortalecía: “en mi mundo interior yo estaba siempre renegando, cansado total, oprimido, por esa razón también me he salido (huyendo de la base senderista)”.
La resistencia a perder sus costumbres y su fe religiosa hacía, en algunos casos, retroceder el poder ideológico de SL. Cuando alguien fallecía, la masa lo enterraba con todo el ritual religioso, lloraban y rezaban a su muerto. Se quebraba el poder frente a la muerte, lo prohibido frente a lo reconocido. Como hemos visto, los mandos senderistas se contentaron con señalar: “Todavía siguen con sus costumbres, no dejan todavía”.
Estos niveles de resistencia no sólo se dieron en las masas y la fuerza de base, sino también entre los mismos combatientes. Muchos de ellos en algún momento simulaban estar enfermos e incapacitados de participar de las acciones.
Yo estaba con mi esposa y mis cinco hijos, uno de dieciocho años, pero menos mal, seguramente papá Dios nos había dado, a ése mi hijo le apareció uta [leishmaniasis] en su pie, entonces con esa uta a él no han podido ni llevar, ni a acción, ni a nada, ni fuerza principal, nada, juntos hemos estado. Igualito a mí también uta en mis dos pies ha aparecido, tenía heridas en ese momento en mis pies, si no me hubiesen llevado.
Al igual que Reynaldo, cuando se le exige a Sebastián salir a participar de las acciones, aduce estar enfermo de los riñones, incapacitado de caminar.
En otros casos, se negaban a obedecer una de las “tres reglas de oro” del partido: “Obedecer las órdenes en todas las acciones”. Píter, guerrillero de la Compañía 579 –Base Viscatán–, aduciendo agotamiento, deja de obedecer y hacer lo que se le había ordenado: derribar una torre del tendido eléctrico Huancayo-Ayacucho. Píter se negaba aun cuando era consciente de la sanción que ello podía causarle: el “ajusticiamiento”. Esto acelera el proceso de deserción de los combatientes de las filas de SL; como el mismo Píter lo hiciera, Benjamín, líder del Comité Sello de Oro, huye conjuntamente con su enamorada en 1989. La deserción había comenzado a producirse desde 1988, comprometiendo a combatientes y miembros de la masa.
DESGARRAMIENTO SOCIAL Y VIOLENCIA TOTALITARIA EN SENDERO LUMINOSO
Frente a la crisis interna, SL comienza a construir nuevos y más aterradores mecanismos de dominación, exponiendo a sus miembros a las más duras condiciones de supervivencia.
Sendero Luminoso jamás hizo públicas las dificultades internas por las que atravesaba ni las distintas formas de resistencia que ponían en cuestión la viabilidad de su proyecto; por el contrario, reforzó la imagen de poder y de capacidades impredecibles. Es éste el contexto donde se da paso a una nueva etapa, de arrasamiento masivo de poblaciones civiles y organizadas. Frente a las dificultades internas Sendero incrementó el contenido irracional de su violencia y las condiciones de inhumanidad creciente sobre una población completamente sometida.
Esta crisis y la consecuente resistencia creciente de las bases provocaron que se redoblaran las formas de sometimiento. Al principio, las sanciones se definían por la crítica y la autocrítica: los acusados debían asumir sus errores públicamente y someterse al partido. Si volvían a incurrir en los mismos errores, eran sometidos al castigo corporal. Y si seguían incumpliendo y no cambiaban, los hacían desaparecer de la base.
Frente al aumento de la deserción, las familias son víctimas de la represión. No sólo se mataba a quienes intentaban huir o a quienes simplemente sugerían la deserción como posibilidad, sino que en casos más extremos, asesinaban a las familias de quienes huían de las bases. La deserción de Alejandro comprometió la vida de su familia, del padre y dos de los hermanos, quienes fueron asesinados en la base del Comité Sello de Oro. Muchos de los miembros de los comités populares tenían familias y todo intento de deserción hacía peligrar sus vidas. La medida fue un medio eficaz de controlar y mantener sometida a la población.
Hacia afuera, SL hizo un buen uso de la imagen de poder, manipulando el temor por el terror. Hacia adentro, el terror absoluto se convirtió en la verdadera esencia de gobierno, uno de cuyos mecanismos de dominación era el “sistema de espionaje ubicuo”, donde todo el mundo podía ser un agente de información y donde cada individuo se sentía sometido constantemente a vigilancia.
Si capturaban a quien intentaba huir, su muerte era inminente. Reunían a la gente para su ajusticiamiento, un acto público que marcaría la vida de los miembros, que sirviera de lección y escarmiento frente a todo intento de rebelión:
Lo degollaban con soga, lo ahorcaban, jalaban entre dos, delante de todos. Tienen que ver toda la masa, niños si ya están mayor de edad, doce a catorce años ya estaban viendo, “miren para no escapar” diciendo.
En algunos casos, designaban a algún pariente cercano para que fuera quien llevara a cabo la ejecución.
Sendero Luminoso debía paralizar toda forma de conspiración y resistencia. Hacía públicas las sanciones para con quienes incumplían con el partido. Al principio, los miembros eran asesinados lejos de la masa. Ahora todo había cambiado. Desde 1988 ó 1989 se obligaba a todos a presenciar las ejecuciones y conocer los riesgos a los que se exponían. Aun así, como señalara Gliserio, “acaso la gente tenía miedo, de ahí siempre escapaban”.
Cuando capturaban a un rondero o a quien incumplía con el partido, aun cuando se tratara de un cuadro importante de SL, comprometían a un miembro de base para que, en un acto de “iniciación”, asesinara públicamente. El siguiente testimonio da cuenta no sólo de la crueldad de la violencia sino de su efecto desgarrador en las masas.
Me entregaron el cuchillo diciendo, “hazlo, porque el partido te designó”. Yo no sabía qué hacer, pero era momento de demostrar que éramos parte de ellos y así confiaría en mí, así tendría una oportunidad de escapar. Sentí como un sueño, una pesadilla, me volví zonzo, por dentro temblaba, uno de ellos habló, “qué esperas compañero, ponte en su caso de este miserable, en su base seguramente te torturan, te hacen sufrir hasta que cantes y luego qué […] para que te maten, se lo merecen compañero, si no él será perdonado y serán juzgados ambos”. Cuando me dieron el puñal no sabía por dónde empezar, me acerqué y le dije perdóname, y le di un puñal en el pecho y grité de miedo y creo que el grito me ayudaba a hacer […], luego en el estómago, en el corazón, mientras yo salía embarrado de sangre y sin comprender lo que había hecho […] quería ponerme loco y escaparme ese instante.51
La inhumanidad era la esencia del aprendizaje y la crueldad, una práctica cotidiana, una lección de guerra.
Muchos de los miembros de las bases fallecieron a causa del hambre y las enfermedades; otros, asesinados por el partido. En agosto de 1994, luego de la incursión del Ejército y los CAC a cuatro bases senderistas en la región Anapati, distrito de río Tambo, Satipo: Nuevo Desarrollar, Nueva Aurora, César Vallejo y Progreso, se supo del hallazgo de diversas tumbas con cadáveres de prisioneros asháninka y de senderistas arrepentidos, todos ellos asesinados cruelmente por SL los últimos años.
El propio fiscal provincial de Satipo se presentó para verificar la denuncia del general Hermosa, quien señaló que unas dos mil personas, entre colonos y asháninka cautivos, habían muerto a lo largo de esos años, o bien asesinadas por Sendero o bien por desnutrición y enfermedades. Se hallaron cientos de tumbas en las que se habían enterrado a más de mil muertos por Sendero en todos estos años de violencia.52
Los casos de matanzas de personas inválidas y enfermas por parte de SL se hicieron cotidianos. La denuncia más clara fue la que se hizo en el Comité Corazón de Quiteni, en el Comité Subregional Ene, donde Sendero asesinó docenas de colonos y nativos enfermos, al considerarlos “carga parasitaria”. En Sello de Oro, a los enfermos que no colaboraban con el desarrollo de la guerra popular, los comenzaron a “liquidar”; luego de asesinar al esposo de Marina Huicho declararon:
Toda la vida para enfermo, no sale a ningún enfrentamiento, acaso va ser servido cuando esté sentado nomás […], nosotros tenemos que salir a asaltar los carros, para traer comida, y él no quería, diciendo que estaba enfermo.
En las marchas forzadas, a quienes no podían caminar, ya sea por enfermedad o falta de alimento, los asesinaban, según ellos, por temor a que los delataran cuando fueran capturados por el Ejército. Cuando se trasladaban de Sello de Oro hacia Viscatán, días antes de que capitularan, después de caminar por tres días consecutivos sin probar alimentos, algunos de los miembros fueron asesinados luego de que se desmayaran y se vieran incapacitados para continuar, sobre todo quienes padecían de enfermedades. Pasaban a ser, de acuerdo con la valoración absolutista de SL, “carga parasitaria”, obstáculos que debían ser barridos y eliminados sin piedad.
La intolerancia frente a la resistencia y la negación de las bases hacía que se mostrara el desprecio por los más débiles y las minorías étnicas. La estructura totalitaria de SL no contemplaba sentimientos.
Otra forma de dominar a la masa era manteniéndola desinformada e incomunicada, aislada del mundo de los vivos. Los miembros de base, así como los combatientes, ignoraban lo que pasaba fuera de la base, no tenían acceso a la información, a excepción del núcleo senderista dirigente. La información que recibían era muy precisa: faltaba poco para el triunfo de la revolución y sólo había que esperar. No debían ser pesimistas ni quejarse de los problemas, porque en los pueblos del valle, la población estaba peor, vivía sometida por las Fuerzas Armadas, sufriendo hambre y represión. Asimismo, mantener el analfabetismo era la otra cara de la misma moneda; mantener controlada la capacidad tanto para la experiencia como para el pensamiento. De todos los niños del Comité Sello de Oro, sólo dos podían hablar castellano y ninguno sabía leer ni escribir. De las mujeres, sólo Rosa podía hablar castellano; Betzon era el único de los varones que sabía escribir, con mucha dificultad.
Este estado de sometimiento no paralizó definitivamente los valores y las motivaciones de la gente; inspiró otras formas de comportamientos entre las masas, arrancó de los corazones nuevas formas de esperanza. La disociación se presentó como un proceso inevitable: al cuestionar todo orden totalitario y poner fin a toda forma de dominación y sometimiento.
Para terminar, el testimonio de Píter, evaluando la guerra, nos precisa el estado de Sendero y las perspectivas que le depara:
Bueno, como experiencia es una vida que en realidad está yendo en contra del pueblo, en contra de la sociedad principalmente. Principalmente chocando contra de los campesinos, porque prácticamente todo roban a los campesinos, matan a los campesinos, allí directamente está chocando con los campesinos, y así nunca va a poder ganar como ellos dicen, cambiar esta sociedad. Con la experiencia que tengo, que he pasado, no van a poder cambiar, no tienen una suficiente base que puedan basarse, base popular, no tienen apoyo de la gente, se ha reducido sus fuerzas, no tienen suficiente contingente para que puedan hacer operaciones, es por eso que actualmente están replegados. Pero cuando más antes había apoyo de la gente, marchaba por batallones, el batallón era de mil seiscientos, mil quinientas personas, había cuatro, cinco batallones en cada zona.
CONCLUSIONES
Luego de quince años de guerra, Sendero Luminoso ha dejado de ser una amenaza para el país y la estabilidad democrática. En las actuales circunstancias, se encuentra aislado y sin bases sociales. Este aislamiento no es nuevo: en algunas zonas del país los campesinos habían comenzado a negarse a colaborar desde 1984. Y desde 1988, no sólo había mejorado la capacidad de resistencia de los campesinos organizados en los CAC sino que, paralelamente, en Ayacucho SL comenzaba a tener problemas internos, al plantearse en las mismas bases niveles de resistencia que ponían en cuestión la viabilidad de su proyecto.
Como se señaló, SL nunca mostró esta debilidad interna; por el contrario, transmitió la imagen de poder al incrementar el terror y la crueldad de sus acciones, al intensificar la violencia desde 1989 tanto contra las poblaciones organizadas en CAC como contra las poblaciones sin relación con las fuerzas políticas en conflicto. Más que un avance “incontenible” de la lucha armada se trataba del temor frente a sus propias limitaciones, frente a la creciente resistencia de las bases al esquema vital propuesto por el aparato disciplinario del partido.
Hay una fuerte disociación entre el esquema partidario de SL y las necesidades reales y percibidas por la gente. Las relaciones tradicionales de familia, los valores culturales propios de la vida cotidiana y las necesidades humanas subvierten el orden de SL. Conforme se agudizan los problemas de supervivencia, las estructuras simbólicas y culturales se refuerzan, y se recomponen los delicados tejidos sociales familiares, para que finalmente los valores afectivos vuelvan a guiar las conductas de la gente.
La población de los comités populares no dio como resultado sociedades atomizadas e individualizadas, sociedades de masas, con individuos aislados, como tenía previsto SL; al contrario, los lazos sociales y familiares les permitieron canalizar actitudes y articular discursos contra los valores y formas de vida a los que estaban sometidos. Igualmente, tanto la tradición como la religión mantuvieron en los corazones y en el espíritu de muchos de ellos otras formas de esperanza, distinta a esa lealtad total e irrestricta que buscaba SL.
NOTAS
1. Las referencias bibliográficas han sido completadas por la editora, en la medida de lo posible.
2. Agradezco los comentarios y las valiosas sugerencias de Jürgen Golte, Carlos Iván Degregori y Steve Stern. La investigación forma parte del proyecto “Sendero Luminoso. Las dimensiones étnicas y culturales de la violencia”, que se desarrolló en el Instituto de Estudios Peruanos, con el auspicio del Centro Norte Sur de la Universidad de Miami.
3. Este trabajo fue escrito en 1995, poco después de la captura de Abimael Guzmán, cuando comienza a decaer la violencia en el Perú. (N. de E.)
4. Sobre Sendero Luminoso véase, entre otros: Henri Favre. “Sendero Luminoso, horizontes oscuros”. Quehacer. Núm. 31, Lima: octubre, 1984, pp. 25-34. David Scott Palmer. “Rebellion in Rural Peru. The Origins and Evolution of Sendero Luminoso”. Comparative Politics. Núm. 18, 1986, pp. 127-146. Manuel Granados. “El PCP Sendero Luminoso: aproximaciones a su ideología”. Socialismo y Participación. Núm. 37, Lima: marzo de 1987, pp. 15-36. Carlos Iván Degregori. Qué difícil es ser Dios. Ideología y violencia política en Sendero Luminoso. Lima: El zorro de abajo, 1989. El surgimiento de Sendero Luminoso. Ayacucho 1969-1979: del movimiento por la gratuidad de la enseñanza al inicio de la lucha armada. Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 1990. “Jóvenes andinos y criollos ante la violencia política”. Henrique Urbano y Mirko Lauer (editores), Poder y violencia en los Andes. Cusco: Centro de Estudios Regionales Andinos Bartolomé de Las Casas, 1991. Denis Chávez de Paz, Juventud y terrorismo. Características sociales de los condenados por terrorismo y otros delitos. Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 1989. Nelson Manrique. “La década de la violencia”. Márgenes. Núm. 5, Lima: 1989, pp. 137-182. Gustavo Gorriti. Sendero, historia de la guerra milenaria en el Perú. Tomo 1, Lima: Apoyo, 1990.
5. La imagen heroica de la política es la del privilegio, de la acción de un círculo entendido. La política presentada como el espacio público de lo grandioso por oposición a la esfera privada en que casi todos vivimos nuestra realidad diaria, sudorosa y poco mostrable. Cfr. José Nun. La rebelión del coro. Estudios sobre la racionalidad política y el sentido común. Buenos Aires: Nueva Visión, 1989, p. 11: “En la tragedia griega el centro del escenario lo ocupaban casi siempre los héroes, únicos que se hallaban en contacto directo con los dioses. La vida cotidiana tenía reservado, en cambio, un espacio subalterno y sin rostro: el del coro. Lo formaban las mujeres, los niños, los esclavos, los viejos, los mendigos, los inválidos, en una palabra, todos los que se quedaban en la ciudad cuando los demás partían en busca de la aventura y la gloria.”.
6. Algunas excepciones, donde se logran aproximaciones: Ronald Berg. “Sendero Luminoso and the Peasantry of Andahuaylas”. Journal of Interamerican Studies and World Affaire. Invierno 1986-1987, pp. 165-196. Jean Billie Isbell. The Emerging Patterns of Peasant’s Responses to Sendero Luminoso. Nueva York: Columbia-NYU, Latin American, Caribbean and Iberian occasional papers núm. 7, diciembre 1988. Carlos Iván Degregori. “Ayacucho 1980 – 1983. Jóvenes y campesinos ante la violencia política”. Poder y violencia de los Andes. Cusco: Henrique Urbano editor, Centro Bartolomé de las Casas, 1991. Carlos Iván Degregori. “El aprendiz de brujo y el curandero chino: etnicidad, modernidad y ciudadanía”. Degregori y Romeo Grompone, Elecciones y redentores en el nuevo Perú. Una tragedia en dos vueltas. Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 1991. José Luis Rénique. “La batalla por Puno. Violencia y democracia en la sierra sur”. Debate Agrario. Núm. 10, Lima: CEPES, enero-marzo de 1991, pp. 83-108. Robin Kirk. Grabado en piedra. Las mujeres de Sendero Luminoso. Lima: Instituto de Estudios Peruanos – Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga, 1993. Poder y violencia de los Andes. Cusco: Henrique Urbano editor, Centro Bartolomé de las Casas, 1991.
7. El núcleo senderista y los combatientes tienen como objetivo conquistar bases de apoyo y “liberar” la Zona Guerrillera empleando la “violencia revolucionaria”, para constituir los Comités Populares Abiertos, donde SL implementa su propia estructura de poder y, de gobierno.
La organización de los Comités Populares está conformada por:
a) Núcleo senderista: Dirección General
b) Combatientes: Fuerza Principal, Fuerza Local y Fuerza de Base (Reserva)
c) “Masa”. Organizado bajo responsabilidad del:
• Secretario General o Primer Responsable
• Secretario de Seguridad
• Secretario de Producción
• Secretario de Asuntos Comunales
• Secretario de Organización: Responsable de las organizaciones generadas:
• Movimiento de Ancianos
• Movimiento Juvenil
• Movimiento Femenino
• Movimiento de Niños Pioneros.
8. Organizamos la encuesta junto con la profesora Marilú Criales y cuatro alumnas de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga.
9. El autor escribe en 1995. (N. del E.)
10. Con Visión Mundial Ayacucho venimos trabajando los cambios en la comunidad y la sociedad rural en los últimos años. Un proceso no previsto fue el fortalecimiento de las comunidades campesinas a partir de la guerra, cuando la población se organizó en Comités de Autodefensa Civil. La crisis del sistema gamonal no solo dejó un gran vacío político y de representatividad, sino que produjo el repliegue de la Iglesia católica, dejando un terreno bastante fértil para las iglesias evangélicas, que en medio del terror y la violencia, la crisis y la miseria, comenzaron a crecer.
11. Cfr. José Luis Rénique. “La batalla por Puno. Violencia y democracia en la sierra sur”. Debate Agrario. Núm. 10, Lima: CEPES, enero-marzo de 1991, pp. 83-108.
12. Fundada bajo el nombre de Real y Pontificia en 1677, llamada luego Nacional y Pontificia durante la República, la Universidad de Huamanga fue clausurada en 1885 como culminación de una larga crisis agudizada por la Guerra del Pacífico. Solo en mayo de 1959 reabre sus puertas como Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga (N. de E.)
13. Cfr. Nelson Manrique. “La década de la violencia”. Márgenes. Núm. 5, Lima: 1989, pp. 137-182.
14. Abimael Guzmán, “Entrevista del siglo. Presidente Gonzalo rompe el silencio. Entrevista en la clandestinidad”. El Diario. Lima: 24 de julio de 1988.
15. Gustavo Gorriti. Sendero, historia de la guerra milenaria en el Perú. Tomo I. Lima: Apoyo, 1990, p. 283.
16. José Coronel ha trabajado comparativamente la actitud de la población del valle con la de la altura frente a SL, sugiriendo para las comunidades altoandinas los elementos étnicos y organizativos como los más representativos para explicar la respuesta a Sendero. Véase José Coronel, “Violencia política y respuestas campesinas en Huanta”. Carlos Iván Degregori (comp.), Las rondas campesinas y la derrota de Sendero Luminoso. Lima: Instituto de Estudios Peruanos – Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga, 1996.
17. Véase, Vargas Llosa, Mario et al. Informe de la Comisión Investigadora de los sucesos de Uchuraccay. Lima: Perú, 1983.
18. “Chuto” es el término despectivo con que se designa a los campesinos de altura puna, población mayoritariamente monolingüe quechua hablante y poco articulada con el mercado y la ciudad.
19. Las fuentes no especificadas de las citas y cifras de muertos y atentados corresponden a nuestros entrevistados en el trabajo de campo –ex senderistas, arrepentidos, ronderos, autoridades, etcétera–. Por el mismo motivo, se omiten fechas que no eran precisas en la mención de los entrevistados.
20. La propuesta de guión público y guión oculto es tomada de James Scott. Weapons of the Weak: Everyday Forms of Peasant Resistance. New Haven: Yale University Press, 1990.
21. Estas ideas fueron discutidas y trabajadas con Carlos Iván Degregori y José Coronel en el mencionado proyecto “Sendero Luminoso. Las dimensiones étnicas y culturales de la violencia”.
22. Las poblaciones desplazadas que salieron a partir de 1984, han vuelto a retornar a sus comunidades de origen desde junio de 1993. En la actualidad, según Visión Mundial, ONG que trabaja con comunidades retornantes, alrededor de sesenta comunidades –unas diez mil personas– habrían retornado a Ayacucho, sólo en la provincia de Huanta.
23. Abimael Guzmán, “Entrevista del siglo. Presidente Gonzalo rompe el silencio. Entrevista en la clandestinidad”. El Diario. Lima, 24 de julio de 1988, p. 19.
24. Véase Carlos Iván Degregori (comp.), Las rondas campesinas y la derrota de Sendero Luminoso. Lima: Instituto de Estudios Peruanos – Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga, 1996.
25. Esta valoración se dio inclusive en algunos círculos académicos, que vieron a los Comités como organizaciones paramilitares “montadas” por el Ejército. Esta evaluación fue incluso más abierta en algunos grupos políticos y en ciertas ONGs, vinculadas al trabajo de los derechos humanos.
26. Véase Del Pino, “Tiempos de guerra y de dioses: ronderos, evangélicos y senderistas en el valle del río Apurímac”. Carlos Iván Degregori (comp.), Las rondas campesinas y la derrota de Sendero Luminoso. Lima: Instituto de Estudios Peruanos – Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga, 1996, pp. 117-188.
27. Raúl Gonzáles, “Sendero: los problemas del campo, la ciudad… y además el MRTA”. Quehacer. Núm. 50, Lima: 1988, pp. 46-63.
28. Abimael Guzmán, “Entrevista del siglo. Presidente Gonzalo rompe el silencio. Entrevista en la clandestinidad”. El Diario. Lima: 24 de julio de 1988, p. 16.
29. Véase Juan Granda, “Los tiempos del temor: cronología ayacuchana”. Quehacer. Núm. 60, Lima: 1989, pp. 64-90.
30. Véase Del Pino, “Tiempos de guerra y de dioses: ronderos, evangélicos y senderistas en el valle del río Apurímac”. Carlos Iván Degregori (comp.), Las rondas campesinas y la derrota de Sendero Luminoso. Lima: Instituto de Estudios Peruanos – Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga, 1996, pp. 117-188.
31. Desde 1990 comenzamos a trabajar en las comunidades al sur de Huamanga, realizando visitas y entrevistas en muchas de ellas, como Paccha por ejemplo, buscando entender el proceso de la guerra, la violencia y la organización de los CAC. Véase al respecto, Ponciano Del Pino H., “Los campesinos en la guerra o cómo la gente comienza ponerse macho”. Carlos Iván Degregori et al., Perú: el problema agrario en debate/SEPIA IV. Lima: SEPIA, 1992, pp. 487-508.
32. El chanfle es un instrumento que se emplea en la selva para la limpieza de la maleza.
33. Por estos meses realizaba trabajo de campo en la selva; durante los viajes sentía la tensión y el temor de la gente, lo que obligó a los comités de autodefensa a pasar a controlar la ruta, para evitar nuevos atentados y asaltos. También fui testigo de la crueldad con que fueron asesinados los niños en Matucana Alta, mutilados sus cuerpos, sus brazos, sus cráneos a golpe de machete.
34. La estrategia senderista hace propia la máxima de Mao TseTung: “Debemos mostrarnos débiles cuando estemos fuertes y mostrarnos fuertes cuando en realidad estemos débiles”.
35. El incremento de la crueldad y la violencia en sus acciones frente a la población civil contribuyó a fortalecer la imagen de poder en la opinión pública nacional. Se veía desde Lima, por los continuos coches bomba en la capital, el avance “incontenible” de SL.
36. Carlos Iván Degregori, “Jóvenes andinos y criollos ante la violencia política”. Henrique Urbano y Mirko Lauer (editores), Poder y violencia en los Andes. Cusco: Centro de Estudios Regionales Andinos Bartolomé de Las Casas, 1991, p.398.
37. Para una mayor precisión de esta discusión, véase Carlos Iván Degregori, “Campesinado andino y violencia. Balance de una década de estudios”. Carlos Iván Degregori et al., Perú: el problema agrario en debate/SEPIA IV. Lima: SEPIA, 1992, pp. 413-439.
38. Se usó el término en el Ejército, en particular para designar a las personas que huían de SL y se acogían a la ley de Arrepentimiento.
39. Ponciano del Pino H., “Tiempos de guerra y de dioses: ronderos, evangélicos y senderistas en el valle del río Apurímac”. Carlos Iván Degregori (comp.). Las rondas campesinas y la derrota de Sendero Luminoso. Lima: Instituto de Estudios Peruanos – Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga, 1996, pp. 117-188.
40. La edad fue registrada luego de que capitularan, en octubre de 1993.
41. Abimael Guzmán declaró públicamente no tener amigos, camaradas sí. Cfr. Abimael Guzmán, “Presidente Gonzalo rompe el silencio. Entrevista en la clandestinidad”. El Diario. Lima: 24 de julio de 1988, p. 47. Cuando a la camarada Meche –Laura Zambrano–, se le preguntó por el amor, ella replicó: “El amor es para la clase, y está en función de la guerra popular”. Cfr. Robin Kirk. Grabado en piedra. Las mujeres de Sendero Luminoso. Lima: Instituto de Estudios Peruanos – Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga, 1993, p. 54.
42. Ponciano del Pino H., “Los campesinos en la guerra o cómo la gente comienza ponerse macho”. Carlos Iván Degregori et al., Perú: el problema agrario en debate/SEPIA IV. Lima: SEPIA, 1992, p. 492.
43. La población “recuperada”, como la llaman los ronderos, luego de rehabilitarse de la desnutrición y las enfermedades, comienza a participar de las acciones de rescate de otras poblaciones bajo dominio de SL Son ellos quienes conocen las bases y los caminos por donde transitan los senderistas. Desde muy temprano, los comités de autodefensa incorporaron a sus filas a las mismas poblaciones que habían estado con SL Por ello los “defensa“, comentando la ley de Arrepentimiento promulgada por el gobierno de Fujimori, señalan que fueron ellos y desde muy temprano los que emplearon esa estrategia para ganarle la guerra a Sendero.
44. Gustavo Gorriti, Sendero, historia de la guerra milenaria en el Perú. Tomo I, Lima: Apoyo, 1990, pp. 174-175.
45. A propósito es muy sugerente la novela de Aldous Huxley. Un mundo feliz. México: Editores Mexicanos Unidos, 1983 [Brave New World, 1932]. Un mundo, en fin, controlado por el absolutismo científico que no deja lugar a las emociones y a ninguna manifestación que trasgreda lo que se ha planificado de antemano.
46. Elizabet, según los testimonios, tenía alrededor de cuarenta años. Alta y de tez blanca, con cuarto año de estudio en la Facultad de Educación de la Universidad del Centro Huancayo, ella había asumido la dirección del Comité Sello de Oro desde 1989, luego de que su líder, Benjamín, huyera de la base.
47. Claudia recuerda la prohibición total de la religión; aunque ella seguía cultivando su fe “ocultamente”, sus hijos “ya no sabían rezar, ellos no querían que les enseñe”.
48. Rosa (treinta y ocho) fue mando militar en el Comité Sello de Oro.
49. Hannah Arendt desarrolla estas ideas para los sistemas totalitarios de Occidente en The Origins of Totalitarianism (1973), trad. cast. Los orígenes del totalitarismo. Madrid: Taurus, 1981.
50. En un trabajo anterior (Ponciano del Pino H., “Tiempos de guerra y de dioses: ronderos, evangélicos y senderistas en el valle del río Apurímac”. Carlos Iván Degregori (comp.), Las rondas campesinas y la derrota de Sendero Luminoso. Lima: Instituto de Estudios Peruanos. Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga, 1996, pp. 117-188.) analizamos las contradicciones económicas entre SL y los campesinos en el valle del río Apurímac. Puesto que este análisis refiere fundamentalmente a lo cotidiano y los valores sociales y tradicionales de la población, en esta ocasión sólo nos circunscribimos a los aspectos culturales, religiosos y a las relaciones familiares tradicionales.
51. Fortunato Atauje, “Vías de esperanza”. Tesis no publicada, Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga, 1995.
52. Véase Oscar Espinoza. “Selva Central: de héroes, tumbas y un pueblo desplazado” Ideele. Núms. 71-72, diciembre de 1994, pp. 50-54.
Figura 1: Zona Guerrillera San Francisco (Sello de Oro)
Versión revisada del capítulo aparecido en Steve J. Stern (editor), Los senderos insólitos del Perú: guerra y sociedad, 1980-1995. Lima, Instituto de Estudios Peruanos-Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga, 1998, pp. 161-191. La edición en inglés, publicada en papel por Duke University Press en 1998, puede consultarse en www.einaudi.cornell.edu/southasia/conference/index.asp?section= resources. <inicio>