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Liminar. Verdad y memoria: escribir la historia de nuestro tiempo

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Liminar.
Verdad y memoria: escribir
la historia de nuestro tiempo

Anne Pérotin-Dumon
Verdad, justicia, memoria

Introducción

El derecho humano a la Verdad.
Lecciones de las experiencias latinoamericanas de relato de la verdad

Juan E. Méndez

Historia y memoria.
La escritura de la historia y la representación del pasado

Paul Ricœur

Maurice Halbwachs y la sociología de la memoria
Marie-Claire Lavabre
Argentina: el tiempo largo
de la violencia política


Introducción

La violencia en la historia argentina reciente: un estado de la cuestión
Luis Alberto Romero

Movilización y politización: abogados de Buenos Aires entre 1968 y 1973
Mauricio Chama

La Iglesia argentina durante la última dictadura militar.
El terror desplegado sobre el campo católico (1976-1983)

Martín Obregón

Testigos de la derrota.
Malvinas: los soldados y la guerra durante la transición democrática argentina, 1982-1987

Federico Guillermo Lorenz

Militares en la transición argentina: del gobierno a la subordinación constitucional
Carlos H. Acuña y
Catalina Smulovitz


Conflictos de la memoria en la Argentina.
Un estudio histórico de la memoria social

Hugo Vezzetti
Chile: los caminos de la historia
y la memoria


Introducción

El pasado está presente.
Historia y memoria en el Chile contemporáne
o
Peter Winn

Historia y memoria del 11 de septiembre de 1973 en la población La Legua de Santiago de Chile
Mario Garcés D.

La Michita (1964-1983): de la reforma universitaria a una vida en comunidad
Manuel Gárate-Chateau

El testimonio de experiencias políticas traumáticas: terapia y denuncia en Chile (1973-1985)
Elizabeth Lira

La superación de los silencios oficiales en el Chile posautoritario
Katherine Hite

Irrupciones de la memoria: la política expresiva en la transición a la democracia en Chile
Alexander Wilde
Perú: investigar veinte años
de violencia reciente


Introducción

“El tiempo del miedo” (1980-2000), la violencia moderna y la larga duración en la historia peruana
Peter F. Klarén

¿Por qué apareció Sendero Luminoso en Ayacucho?
El desarrollo de la educación y la generación del 69 en Ayacucho y Huanta

Carlos Iván Degregori

Pensamiento, acción y base política del movimiento Sendero Luminoso.
La guerra y las primeras respuestas de los comuneros (1964-1983)

Nelson Manrique

Familia, cultura y “revolución”.
Vida cotidiana en Sendero Luminoso

Ponciano del Pino H.

Juventud universitaria y violencia política en el Perú.
La matanza de estudiantes de La Cantuta y su memoria, 1992-2000

Pablo Sandoval

En busca de la verdad y la justicia.
La Coordinadora Nacional de Derechos Humanos del Perú

Coletta Youngers
Archivos para un pasado reciente y violento: Argentina, Chile, Perú

Introducción

Archivos de la represión y memoria en la República Argentina
Federico Guillermo Lorenz

Archivos para el estudio del pasado reciente en Chile
Jennifer Herbst con
Patricia Huenuqueo


Los archivos de los derechos humanos en el Perú
Ruth Elena Borja Santa Cruz
El pasado vivo:
casos paralelos y precedentes


Introducción

Cegados por la distancia social.
El tema elusivo de los judíos en
la historiografía de posguerra en Polonia

Jan T. Gross

Guerra, genocidio y exterminio:
la guerra contra los judíos en una era de guerras mundiales

Michael Geyer

Tres relatos sobre nuestra humanidad.
La bomba atómica en la memoria japonesa y estadounidense

John W. Dower

Anatomía de una muerte: represión, derechos humanos y el caso de Alexandre Vannucchi Leme en el Brasil autoritario
Kenneth P. Serbin

La trayectoria de un historiador del tiempo presente, 1975-2000
Henry Rousso
Historia reciente
y responsabilidad social


Introducción

La experiencia de un historiador en la Comisión de Esclarecimiento Histórico de Guatemala
Arturo Taracena Arriola

La historia aplicada: perito en el caso Pinochet en la Audiencia
Nacional de España

Joan del Alcàzar

Dentro del silencio.
El Proyecto Conmemorativo de Ardoyne, el relato comunitario de la verdad y la transición posconflicto en Irlanda del Norte

Patricia Lundy y
Mark McGovern


“Sin la verdad de las mujeres la historia no estará completa”.
El reto de incorporar una perspectiva de género en la Comisión de la Verdad y Reconciliación del Perú

Julissa Mantilla Falcón


Liminar
Verdad y memoria: escribir la historia de nuestro tiempo1

Anne Pérotin-Dumon



El 11 de septiembre de 2003, el presidente de Chile, Ricardo Lagos, reabría la Puerta de Morandé del palacio presidencial chileno, La Moneda. Fue a través de esta puerta que el día del golpe militar de 1973, se sacara del palacio en llamas el cadáver de Salvador Allende. Durante treinta años, la puerta había estado tapiada. Había literalmente desaparecido tras el yeso y la pasta muro, invisible sobre la calle Morandé que bordea el lado oriental del palacio. La imagen de Lagos apareció en todas las pantallas de televisión del mundo occidental, como testimonio de un acontecimiento conocido por muchos a pesar de la lejanía de este pequeño país del sur. En Chile mismo el evento expresó algo más profundo. Fue un momento emblemático luego de tres décadas de memorias encontradas entre chilenos, un reencuentro público y oficial con su pasado vivo.

El pasado “vivo” de una sociedad, como se entiende en este trabajo, es el que forma parte de los recuerdos de muchos y que su carácter dramático convierte en un problema moral duradero para la conciencia nacional. Se trata de hechos violentos y moralmente graves que sembraron discordia y provocaron sufrimientos. Hechos que se presentan como una gran ruptura en la vida del país. Ese pasado no sólo vive en los recuerdos íntimos y en la memoria de círculos restringidos sino que es parte del recuerdo social e irrumpe periódicamente en la actualidad.

Hoy, en América Latina, la gente se refiere a ese pasado violento y vivo como “la memoria”. Las páginas que siguen invitan a explorar, sin parcialidades, una serie de cuestiones sobre la memoria, la verdad y la historia. ¿Puede “la memoria” llegar a ser un objeto de conocimiento histórico? ¿Sabrán aquellos individuos que han vivido sucesos dramáticos y que, en ocasiones, han sido sus actores explicarlos con la objetividad que se espera de los historiadores? ¿Qué conocimientos históricos pueden aportarse a tan escasa distancia de los acontecimientos, cuando la documentación es aún incompleta y ese pasado sigue siendo una tarea inconclusa? ¿Y por qué “historizar” los tiempos que vivimos? ¿En qué aspectos el trabajo sobre el pasado reciente difiere del trabajo sobre un período más remoto?

Aunque la disciplina histórica está muy presente en este trabajo, la investigación sobre el pasado reciente en la región es multidisciplinaria. Dan cuenta de ello los trabajos analizados respectivamente por Luis Alberto Romero en “La violencia en la historia argentina reciente: un estado de la cuestión”, Peter Winn en “El pasado está presente: historia y memoria en el Chile contemporáneo” y Peter Klarén en “El tiempo del miedo (1980-2000): la violencia moderna y la larga duración en la historia peruana”. Podemos decir otro tanto de los trabajos del resto de los autores que han contribuido a Historizar el pasado vivo. Los historiadores e historiadoras que se dedican al pasado reciente se encuentran con otras disciplinas –sociología, ciencias políticas, antropología, psicología, derecho–, por la sencilla razón de que lo concerniente a las personas vivas pertenece al ámbito de las ciencias sociales antes de interesar a la historia. La multidisciplinaridad se debe también al hecho de que el pasado concita mucho interés en las ciencias sociales para las cuales el trabajo multiforme que la sociedad efectúa sobre su pasado ha venido a constituirse en un campo de investigaciones.

Al centrar nuestro objetivo en la historia, si ya no es la única a quien el pasado interesa, nuestra intención no es defender un fuero sino, antes bien, poner de relieve el modo como el pasado vivo se convierte específicamente en un objeto de conocimiento para nuestra disciplina. Queremos señalar el aporte de la historia a una empresa que con frecuencia ocupa a otros especialistas. Alrededor del pasado reciente los historiadores se encuentran además con otra suerte de “socios”. Conforman lo que se da en llamar el movimiento de los derechos humanos: abogados, juristas, psicólogos, trabajadores sociales, periodistas de investigación, jueces, investigadores policiales, antropólogos forenses, médicos legistas, religiosos, religiosas y laicos de las diferentes iglesias… y la lista podría seguir.2 A través de las asociaciones de víctimas, nacionales y locales, la sociedad civil se moviliza para descubrir la verdad de lo sucedido y reunir pruebas, reparar agravios y penalizar a los culpables, defender a las víctimas y asistirlas, asegurar el recuerdo de lo que sucedió y preservar sus huellas tangibles.

La acción múltiple del movimiento de los derechos humanos y la sociedad civil en varios países de América Latina es la que contribuye a hacer del pasado “un tema central del presente”, como se ha podido observar en la Argentina. En los términos que designan las tareas de unos y otros está el prefijo “re” de las lenguas latinas que expresa un retorno sobre el pasado: reparación, reencuentro, reconciliación, reconocimiento, reintegración, restitución, recuperación, etc. La gestión del pasado reciente por la sociedad civil y los estados plantea una situación insólita para los historiadores e historiadoras, quienes, en general, son prácticamente los únicos interesados en el tema del pasado.

La primera parte de este trabajo esboza el universo conceptual en que se aborda el pasado reciente, articulado en torno de las nociones de verdad y memoria. “La verdad” y “la memoria” tienen hoy una fuerte resonancia política y moral pero a la vez conservan su acepción clásica en la disciplina histórica. Además se han enriquecido con la reflexión sobre la memoria social desarrollada en sociología y en la propia historia. Luego examinaremos cómo los historiadores y las historiadoras de América Latina –y en particular, aquellos que han participado en esta publicación– aplican, de diversas formas, los principios del método histórico para “historizar” el pasado vivo. Esta primera parte concluye con la evocación del debate que sacudió a Alemania a fines de la década de 1980 en torno de la historización (die Historisierung) del pasado nazi: ¿cómo estudiar de manera crítica un pasado que duele y plantea un problema moral para la sociedad? ¿Cómo contribuir en la formación de una conciencia histórica en la sociedad?

La segunda parte recuerda la motivación que han tenido los historiadores de Occidente desde la Grecia clásica por escribir la historia de su tiempo tras un período excepcional de guerras y violencia política vivido como una ruptura en el tiempo. Señalamos tres hitos relevantes a propósito de este tema. El primero es el comienzo de una historiografía nacional en el siglo XIX en torno de las revoluciones en la Europa continental y las guerras de independencia en América Latina. Un segundo hito es la historiografía de la Segunda Guerra Mundial en la posguerra, caracterizada por la revalorización de las fuentes orales y la conciliación de los imperativos propios del conocimiento histórico y de la memoria histórica. Finalmente, enfocamos la refundación de una historia contemporánea –la historia del tiempo presente– científica efectuada desde el final de la década de 1960. Ejemplos tomados en varios países de Europa dan cuenta de los desafíos planteados por la presencia persistente del pasado difícil en la sociedad.3

La tercera parte se ocupa de las formas tomadas por la presencia del pasado hoy en América Latina y por sus incidencias sobre el trabajo de los historiadores y las historiadoras. Empezamos por el relato público del pasado dado en el informe final de una comisión de la verdad y las explicaciones parciales pero numerosas aportadas luego por los procesos judiciales. Destacamos luego la importancia inusitada que cobran hoy los archivos y otras huellas del pasado reciente así como los esfuerzos realizados para su recuperación por parte del movimiento de derechos humanos. Más adelante examinamos la omnipresencia de recuerdos personales, habida cuenta de la reticencia a hablar de unos y de la fragilidad de otros. Finalmente consideramos la expresión incipiente de una memoria histórica bajo la forma de relatos y cómo los historiadores se ubican frente a ésta.

Estas reflexiones están hechas desde América Latina, y más precisamente desde Chile. Las cuestiones que analizamos están relacionadas en particular con la situación en la que se encontraron los historiadores de este país y de sus vecinos la Argentina y el Perú, y ocasionalmente, de algún otro país del Cono Sur o de América Central.4 Más que proponer una visión comparativa, este trabajo subraya su apuesta común de historiadores e historiadoras: escribir sobre un período que las personas recuerdan y por el cual se sienten vivamente interpelados. Al mismo tiempo, el trabajo señala las idiosincrasias en las cuales esta apuesta de los historiadores cobró forma en los diferentes países.



I. VERDAD Y MEMORIA

“La memoria”: a menudo escuchamos estas palabras cuando se habla del pasado reciente y su lugar en nuestros días. A través de “la memoria”, el lenguaje corriente suele designar simplemente el acontecimiento reciente: “lo sucedido”, y para ello, en nuestra región de América Latina se usa también una expresión más abstracta: “violencia política” (así como en Europa se hablaba hasta hace poco de “la guerra”). En los países de la región que son objeto de una especial consideración en esta publicación, “lo ocurrido” se refiere a sucesos específicos: el “Proceso de Reorganización Nacional”, encabezado por juntas militares, que resultó ser una operación integral de represión en la Argentina (1976-1983); la dictadura del general Pinochet (1973-1990), que se prolongó por diecisiete años en Chile; el terrorismo y la estrategia contrasubversiva, que hicieron estragos en las comunidades rurales del centro y sur andino y provocaron el derrumbe de la democracia en el Perú (1980-2000).

“La memoria” es, asimismo una manera de referirse al pasado violento de otros países latinoamericanos: Guatemala y El Salvador en América Central, Brasil, Uruguay y Paraguay en el Cono Sur. A diez, veinte o treinta años de los hechos, “la memoria” está saturada de la experiencia de los sobrevivientes. El pasado está “presente”, no sólo para quienes han sobrevivido sino también para las generaciones que de él no tienen sino recuerdos heredados. El pasado reciente, nombrado como “la memoria”, actúa como una gran sombra tendida sobre nuestra época.

Ese pasado también inspira un mandato ampliamente difundido en muchas sociedades latinoamericanas: “verdad y memoria”, a las que a menudo se agrega “justicia”. Se exige la verdad, se promete rescatar la memoria de las víctimas. Ante todo, la memoria tiene aquí un valor moral y político; es fidelidad a la verdad de los hechos, denuncia del mal cometido y resistencia a la mentira. Los imperativos de verdad y memoria forman parte de la cultura política contemporánea de América Latina, en particular donde hubo un notable movimiento por defender los derechos humanos. Y en ese contexto, “verdad” y “memoria” forman en lo sucesivo un par y se asimilan una a otra.

La asociación semántica de la verdad con la memoria caracteriza la cultura a partir de la cual muchas personas –entre quienes se cuentan los historiadores y las historiadoras– abordan hoy el pasado reciente en la región. Una asociación que representa un desafío a la relación multiforme que ambos conceptos entablan en la historia,5 pero que se explica por las circunstancias políticas en las que se comenzó a utilizarlos: la represión ejercida por el Estado y la lucha moral por los derechos humanos, es decir por la integridad física y la dignidad de las personas. La represión estuvo acompañada de su ocultamiento sistemático y prolongado, por lo que la lucha moral por los derechos humanos fue simultáneamente una lucha contra la negación de que hubiesen sido violados. La fuerza que hoy tiene la consigna “verdad y memoria” en muchos países de América Latina proviene de esta historia.

La verdad fue lo primero que se reclamó públicamente en los tiempos duros. “La verdad que pedimos es saber si nuestros desaparecidos están vivos o muertos y dónde están”, decían las Madres de Plaza de Mayo en una solicitada histórica publicada en diciembre de 1977 en el diario argentino La Nación.6 “La verdad surgió como respuesta a la dictadura desde el movimiento de derechos humanos”, recuerda hoy el abogado chileno Andrés Domínguez.7 La insistencia en la verdad está, en efecto, en el centro del movimiento por los derechos humanos que cobra auge en muchas partes en las décadas de 1970 y 1980: de allí procede su autoridad moral e incluso su fuerza política,8 tanto en América Latina como en la Unión Soviética y los países socialistas que por entonces estaban en su órbita. En un artículo escrito en 1984 sobre los objetivos y las tácticas de la oposición, el disidente checo Vaclav Havel sostenía que lo importante no era discutir con quienes estaban en el poder ni tan sólo contar la verdad –aunque en un régimen basado en mentiras eso tenía su importancia–, sino “vivir en la verdad”.9

El término “memoria” apareció a la zaga de la verdad para afirmar la resistencia de los recuerdos a las tentativas oficiales de negar lo sucedido y borrar el pasado. Así, en Chile, la aparición de “la memoria” como consigna puede situarse alrededor de 1978, cuando Pinochet promulgó también la ley de amnistía (en marzo) y los restos de los primeros desaparecidos se descubrieron en hornos de cal abandonados en la zona rural de Lonquén, no muy lejos de la capital (en noviembre).10 “Lembrar ê resistir”, se decía por entonces en Brasil. Del mismo modo, en Europa Oriental todo acto de rememoración se asimilaba entonces a la resistencia antitotalitaria y a la reconstrucción del pasado percibida como un acto de oposición al poder.11 En este sentido, se pueden cotejar los títulos de dos películas de la misma época: No es posible no acordarse, de disidentes rusos, y No olvidar, del chileno Ignacio Agüero (1980, sobre los episodios de Lonquén).12

Desde la transición democrática, las palabras “verdad” y “memoria” simbolizan los tiempos difíciles para las organizaciones de víctimas y de defensa de los derechos humanos que procuran instalar en la conciencia social un imperativo moral acerca del pasado. En la Argentina, Chile y el Perú (pero no sólo allí) esas organizaciones también supieron inscribir la cuestión de las violaciones pasadas en las agendas políticas e inculcar en el público la idea de que la solidez y la legitimidad de las instituciones refundadas habrían de depender de la verdad acerca del pasado.

La expresión “memoria histórica” también se incorporó al vocabulario habitual como un equivalente de “la memoria”. Es bueno conservar la muy laxa definición que se ha extendido: la memoria histórica es todo lo que se hace y dice en nombre de la “verdad, memoria y justicia” para conservar el recuerdo activo del pasado a que se refiere.13 El calificativo de “histórica” no hace sino señalar el carácter dramático y nacional del acontecimiento al cual se hace referencia. Reconocemos aquí la noción sociológica de mémoire historique que ha atravesado los océanos (y probablemente hizo un rodeo por el inglés). Con ella llegó a América Latina toda una reflexión iniciada en Europa sobre la nueva sensibilidad de las sociedades occidentales con respecto al pasado como referente social: ya no es el porvenir sino el pasado el que legitima la acción presente.14 El “retorno del pasado” se esboza en Europa Occidental entre fines de la década de 1970 y principios de la década siguiente; el movimiento, por lo tanto, es contemporáneo del auge de la defensa de los derechos humanos en América Latina. Para designar ese nuevo hecho social, la palabra “memoria” comienza a utilizarse en un sentido metafórico (aunque no necesariamente con la dimensión moral y política que cobrará en América Latina).

Como lo advirtió ya en esa época Pierre Nora, la “memoria” que moviliza “remite a todas las formas de la presencia del pasado que aseguran la identidad de los grupos sociales y especialmente de la nación”.15 El éxito de la noción de memoria como hecho social se debe a “su poder de evocación y la sensación de que el saber histórico no da cuenta del sentido del pasado tal como el presente lo constituye”, escribe Marie-Claire Lavabre en “Maurice Halbwachs y la sociología de la memoria”. “Memoria” designa tanto los recuerdos vividos y transmitidos como los ritos del recuerdo: conmemoraciones, asociaciones, monumentos, y los relatos elaborados por los grupos y colectividades para explicar el pasado.16 Nos ocuparemos en particular de los relatos de la memoria histórica ya que éstos se sitúan en el mismo terreno que la historia.17

Memoria y verdad están hoy, entonces, inscriptas en la cultura política de muchos países que sufrieron la violencia política y la represión, como ocurrió en América Latina. Al mismo tiempo, la memoria se ha convertido en la palabra clave de una mutación cultural de las sociedades occidentales. No hace falta recordar que uno y otro término pertenecen también, desde hace mucho, al vocabulario de los historiadores: la memoria, en cuanto designa la facultad individual de conservar y recordar, en forma de representaciones, estados de conciencia pasados y lo que se les asocia (gracias a ella, jueces e historiadores disponen de testigos). En esta acepción clásica tomada de la filosofía y la psicología, la memoria ya participa de la verdad, o adecuación del pensamiento a lo real y de las palabras a las cosas. Cuando contamos aquello de lo que nos acordamos, reivindicamos nuestra fidelidad al pasado. No sería menester mostrar que la memoria deforma, no es confiable, etc., si no esperáramos que fuera fiel, alegaba Paul Ricœur.18

La verdad es, por su lado, el principio que legitima el proyecto de escritura de la historia. A partir del momento en que, en la época moderna, aparece una ciencia histórica tal como la conocemos, los historiadores e historiadoras “toman un enfático partido por la verdad”, decía con elegancia Reinhart Koselleck; su oficio es hacer “el relato verídico de las cosas sucedidas”.19 El trabajo sobre el pasado reciente, es decir, en contacto con la verdad negada y con los esfuerzos de los defensores de los derechos humanos por recuperarla, significa una revalorización de ese viejo principio del oficio. Y esto nos toma acaso desprevenidos, pues desde hace algunas décadas estamos atrincherados en una postura defensiva en cuanto al saber que producimos sobre el mundo.

A fines de la década de 1970, los historiadores de Europa Occidental eran más sensibles a los límites del “discurso” que al principio de realidad que funda la historia.20 Dos cosas vinieron a matizar las posiciones. La primera fue el surgimiento de voces (algunas desde la universidad) que negaban la existencia de las cámaras de gas y sostenían que los millones de víctimas de éstas sólo existían en la imaginación de los sobrevivientes y los historiadores.21 La segunda experiencia perturbadora fue el encuentro con los colegas historiadores de Europa del Este –polacos, checos–, en quienes el respeto por la verdad y la búsqueda de objetividad marcaban la diferencia entre aparatchiki y disidentes. Frente a unos y otros fue necesario volver a reivindicar las operaciones y los criterios que otorgan autenticidad al conocimiento histórico.22 ¿Acaso no nos encontramos hoy los historiadores de América Latina en la misma situación imperativa de defender la verdad histórica de la violencia reciente?

En los veinticinco años que acaban de transcurrir, “verdad” y “memoria” son términos que han sido usados profusamente tanto en el ámbito social como en el académico. La verdad moral, en efecto, fue reafirmada en política y el pasado invadió al imaginario social. En América Latina, nuestro universo semántico refleja esa evolución cultural ocurrida en todo el Occidente a la vez que resulta de circunstancias históricas propias de la región (que configuran hoy el pasado que está por estudiarse). Además, las palabras circulan entre continentes y sectores sociales, y, como consecuencia, las significaciones de las palabras “verdad” y “memoria” tan pronto se superponen como se oponen, y ambos términos admiten nuevas acepciones que se suman a las anteriores. Cuando hablamos, estamos constantemente atrapados en un juego de espejos entre acontecimientos dramáticos pasados, el trabajo de las sociedades sobre ellos y las herramientas intelectuales forjadas para explicar una y otra cosa. Tal es, en una descripción somera, el contexto intelectual, político y cultural del estudio histórico del pasado reciente que constituye el telón de fondo de este artículo; volveremos en más de una ocasión a alguno o varios de sus aspectos.


“Historizar” el pasado vivo: principios, prácticas, desafíos

La disciplina histórica tiene herramientas claramente determinadas. En el sentido más literal, historizar es utilizarlas para explicar lo ocurrido en el pasado. En la historiografía de las últimas decadas los historiadores latinoamericanos y europeos encontraron desafíos novedosos cuando se dispusieron a historizar el pasado vivo –y a partir de esos desafíos enriquecieron los principios y prácticas de la disciplina–. La contemporaneidad con los hechos los llevó a redimensionar el imperativo de objetividad en la investigación cientifica. Comenzar a explicar la violencia reciente como cosa ocurrida los enfrentó con la necesidad de resituarla en el tiempo y los condujo a reinterpretaciones fundamentales de los orígenes y secuencias de la violencia en las historias nacionales. La preocupación por el costo humano y moral de esos años de violencia y engaño y el intento de crear un consenso sobre lo ocurrido han tenido el efecto de revalorizar el establecimiento de “los hechos” (e incluso las cifras fundadas en la evidencia).

En una reflexión sobre las premisas de su Breve historia de la Argentina contemporánea, Luis Alberto Romero escribe:

[Es] un libro guiado por preguntas nacidas de nuestra experiencia, angustiada y desconcertada […] es a la vez un trabajo de historiador y una reflexión personal sobre el presente […] en verdad escribir este texto me ha llevado, en buena parte, a […] sumergirme en mi propia historia y en mi experiencia de un pasado aún vivo.23
Hablar de historia del tiempo presente (o de historia del presente), según la terminología hoy difundida, es poner el acento en la relación de contemporaneidad que la proximidad del pasado introduce entre el historiador o la historiadora y su objeto: se “historiza la experiencia propia”, se escribe “la historia del mundo en que vivimos”.24 Stricto sensu, contemporáneo (o coetáneo) y del tiempo presente quieren decir lo mismo: que sucede en la época en que uno vive. En la idea de tiempo presente aparece lo vivido propiamente dicho o la época en la cual se vive y que incluye un acontecimiento preponderante que se considera la matriz de nuestra época para una o varias generaciones. La contemporaneidad con los hechos, si no el haberlos vivido en carne propia, establece sin lugar a dudas parámetros especiales para la investigación: la falta de perspectiva; como contrapartida, podríamos considerar una ventaja la familiaridad con la época estudiada. “El recuerdo irreemplazable de la tonalidad de las cosas”, decía un historiador de la Segunda Guerra Mundial que fue en primer lugar un resistente.25

La generación que escribía en la transición del siglo XIX al XX desconfiaba de esa proximidad entre los hechos y quienes los estudian, y había postulado que sólo la historia de los muertos revestía carácter científico. El transcurso de la mayor cantidad de tiempo posible entre el historiador o la historiadora y los hechos parecía la manera más segura de alcanzar la objetividad.26 La historia del tiempo presente ve las mismas cosas de otra manera: en sustancia, dice que es menester intentar ser objetivos estando lo más cerca posible de las cosas. Y tratando, además, de ser muy claros con respecto a la distancia a la que nos encontramos del objeto estudiado, que nos hace ver esto y no aquello, y ver las cosas de este modo. Ser objetivo no quiere decir ser neutral, pues eso sería ilusorio. El imperativo de objetividad sólo se refiere a la necesidad de trabajar para establecer intelectualmente la distancia que el escaso tiempo transcurrido no nos otorga.

La proximidad del pasado introduce una relación personal con él y una dimensión autobiográfica en su reconstrucción. Es nuestra historia, y nos concierne: esto justifica interesarse en ella y afrontar la falta de perspectiva. En la introducción a su historia de la Europa contemporánea, Postwar…, Tony Judt explica:

Nacido no mucho después del final de la guerra, soy contemporáneo de la mayoría de los acontecimientos descriptos en este libro y puedo recordar haber conocido y observado gran parte de esa historia mientras se desarrollaba, e incluso haber participado en ella. ¿Me resulta por ello más fácil o más difícil entender la historia de la Europa de posguerra? No lo sé. Pero el hecho puede transformar a veces en una tarea muy ardua el desapego desapasionado del historiador. […] Sin abandonar, espero, la objetividad y la equidad, Postwar propone una interpretación reconocidamente personal del pasado europeo reciente.27
La historia reciente exige, por consiguiente, efectuar intelectualmente el distanciamiento necesario con respecto al objeto de estudio. Distanciarse, tratar de comprender “por qué pasaron las cosas como pasaron” sopesando la información de la que disponemos hoy en día, en lugar de especular sobre la manera como habríamos debido hacer las cosas de otro modo.28 Cuando se trabaja sobre el pasado “pasado” es preciso, por el contrario, esforzarse por recrear mentalmente condiciones de empatía con referencia a una vida a la cual no nos vincula nada vivo.29 ¿No procuramos revivir intelectualmente el pasado, en lugar de problematizarlo? Los antropólogos se plantean más que los historiadores esta pregunta.

En su trabajo sobre la masacre perpetrada en 1992 en una universidad popular de Lima por la policía política, “Juventud universitaria y violencia política en el Perú. La matanza de estudiantes de La Cantuta y su memoria, 1992-2000”, Pablo Sandoval escribe:

¿Qué significa investigar [un proceso en extremo doloroso] […] cuando […] no está lejano en el campo […] sino dentro del mismo campus universitario […], entre sus propios compañeros y compañeras? ¿Qué pasa cuando lo que se pretende representar histórica y etnográficamente está interpelado por nuestra experiencia directa con ese pasado? Las ideas iniciales de este trabajo se fueron tejiendo en nuestra participación como estudiante universitario en las movilizaciones estudiantiles de mediados de los años noventa.
Historizar un acontecimiento (en el sentido estricto o amplio del término “acontecimiento”) es hacer investigaciones sobre él ya no como algo que está ocurriendo sino como algo acaecido. Así, el historiador Javier Tusell se pregunta cómo historizar la transición española que hasta entonces sólo había sido el objeto de estudio de los cientistas sociales.30 Estudiar un acontecimiento o un proceso una vez ocurrido permite aclarar sus orígenes y antecedentes, su dinámica intrínseca, sus efectos, sus consecuencias en el corto o largo plazo. En eso consiste el trabajo del historiador en su aspecto más clásico. No nos asombrará encontrarlo descripto en la pluma de Steve Stern, en su introducción a Shining and Other Paths, recopilación de los trabajos presentados en un encuentro que, en 1995, reunió en la Universidad de Wisconsin, en Madison, a historiadores, sociólogos y antropólogos especializados en la historia andina reciente y en el movimiento Sendero Luminoso:

La necesidad de hacer un esfuerzo por comprender se nos planteaba casi como una urgencia de naturaleza ética. La sensación de enigma que rodea el fenómeno de Sendero […] es comprensible. Pero la tarea enfrentada aquí es la de historizar […] los orígenes sociales, la dinámica y las consecuencias de una época que constituyó una gran divisoria de aguas, cuando muchas cosas estuvieron en juego y se forjaron legados duraderos.31
Los investigadores reunidos en este encuentro reafirmaban la capacidad de la razón humana para comprender su entorno, es decir, su convicción de que a pesar de las apariencias, la violencia no había sido tan sólo un caos inexplicable. La explicación histórica desafiaba también la idea de que la violencia era algo inmutable y siempre había estado presente en los Andes. Historizar la violencia política reciente en el Perú reafirmaba, en el fondo, la confianza de los historiadores en la capacidad de los individuos y los grupos de cambiar a través del tiempo; confianza que, para las historiadoras y los historiadores, se apoya en el estudio de la historia.

Un ejemplo de ello es la antropóloga Kimberly Theidon, que ha seguido de cerca los procesos locales de reconciliación que se dan desde el final de los años ochenta en varias comunidades de la sierra ayacuchana. De acuerdo con la autora, la violencia se ha manifestado con frecuencia “entre prójimos”. Hoy, “dadas las exigencias de la vida cotidiana y la gobernabilidad, estos comuneros han movilizado a las prácticas comunales de la justicia retributiva y restaurativa para reconstruir las vivencias”.32

Escribe Theidon:

No nos convenció la idea que hay una “violencia endémica” en los Andes. Más bien, estábamos convencidos de la necesidad de historizar la violencia de las décadas 1980 y 1990, de captar las especificidades regionales de esta violencia, y de rastrear una genealogía de la militarización y desmilitarización de la vida y de la subjetividad. Buscamos entender cómo la gente comenzó a matar a conocidos o vecinos –como ellos dicen, “matar entre prójimos”–, y cómo fueron y van desmantelando esta violencia letal ahora.33
El proyecto del encuentro de Madison-Wisconsin que dio como resultado Shining and Other Paths cobró forma después de que el principal dirigente de SL, Abimael Guzmán, fuera capturado, cuando la violencia que había devastado el Perú desde 1980 comenzaba a menguar. Era un momento propicio para empezar a comprender lo que hasta ahora parecía incomprensible. La impresión de que se puede historizar un acontecimiento proviene de la percepción de que ha quedado atrás, “terminado al extremo de poseer cierta coherencia o inteligibilidad mínimas” cuando se lo trae a la conciencia.34 Pero no está necesariamente concluido. A menudo es preciso trabajar sobre un proceso abierto que no se sabe aún hacia dónde va. Se dibuja, sin embargo, un momento de detención, un punto de suspensión que es posible aprovechar. El breve ensayo de Luis Alberto Romero titulado La crisis argentina… comienza con estas líneas:

Durante 2002, los argentinos contemplamos el fondo de la crisis. […] Durante un año no tuvimos más remedio que enfrentarnos con nuestra realidad. […] No sé hasta cuándo durará la crisis actual ni cómo se saldrá de ella. En cambio trataré de explicar desde cuándo estamos en crisis y de ordenar ideas acerca de causas cercanas y remotas que, si no son el anticipo de un final, que aún está abierto, quizá permitan entender el presente y aclarar las opciones para nuestras acciones.35
El acontecimiento dramático de repercusiones inmensas y duraderas que debe historizarse es, en muchas partes de América Latina hoy, la violencia política (como las guerras lo son para la Europa del siglo XX). La expresión lo indica: es un acontecimiento de orden político cuya singularidad y temporalidad históricas es menester poner de relieve. A menudo, entonces, su primer abordaje histórico se realiza en el registro político: de allí la importancia del diálogo con los politólogos.36

El hecho de que las rupturas drásticas se ubiquen a menudo en el registro político orienta los primeros trabajos en determinadas direcciones en detrimento de otras. Eso es lo que ocurre con la historización del Proceso argentino y de la dictadura chilena, que aún no han tomado en consideración el factor género en el análisis de los procesos. Dado que la historia política se ocupa del ejercicio del poder en las sociedades humanas –algo de lo cual las mujeres han estado masivamente marginadas–, su enfoque no ha sido propicio para integrar el análisis de género. Por el contrario, la historia social está en principio atenta a los individuos y a los grupos, y ha resultado de inmediato el ámbito con mejores posibilidades para dar lugar a los estudios de mujeres. Lo mismo ocurre con la historia cultural, que se ocupa de las representaciones colectivas y de la organización simbólica de las sociedades, un campo donde se registra sin dificultades la operación del principio diferencial masculino-femenino.

Los trabajos incluidos en Historizar el pasado vivo… reflejan este estado de cosas. Los que abordan la violencia reciente bajo el ángulo de la historia social han prestado más atención en particular a las mujeres y a la diferencia de género de lo que lo han hecho aquellos que tratan la historia política. “Pensamiento, acción y base política del movimiento Sendero Luminoso”, de Nelson Manrique, y “Familia, cultura y ‘revolución’. Vida cotidiana en Sendero Luminoso”, de Ponciano Del Pino, asignan su lugar al protagonismo femenino.37 Los autores aportan de ese modo una visión más precisa de la resistencia que las comunidades campesinas opusieron al disciplinamiento que pretendió imponer SL, que las había captado y las mantenía bajo su férula.

“Enfocar en la herida y a la vez no ver en ella toda la historia”, escribe Tulio Halperin Donghi.38 El historiador argentino intenta así señalar la posibilidad de desarrollar las investigaciones en torno de una época y una sociedad marcadas por la violencia, en lugar de atenerse a los hechos de violencia en sí mismos. Es de esperar que con el tiempo la historiografía latinoamericana de la violencia reciente irá en esa dirección, como ha ocurrido en otras partes. Futuros historiadores procurarán abarcar tanto la violencia como sus secuelas más próximas a nosotros, lo que pasó y lo que queda aún de ese pasado. Citaremos en este aspecto la obra dirigida por Peter Winn, Victims of the Chilean Miracle, que lleva un subtítulo muy explícito: Workers and Neoliberalism in the Pinochet Era, 1973-2002.39 Si hay una cuestión de la historia del tiempo presente en Chile, es sin duda la del modelo económico establecido bajo la dictadura, que resurge a cada instante en la actualidad política por su costo social.

La ambición de las historias generales que ofrecen una visión de síntesis es, por definición, dejar de estar presas del contexto inmediato y tomar distancia, para lo cual el acontecimiento reciente debe resituarse en una temporalidad extendida. Ese tipo de obras sobre el pasado cercano responde a la necesidad –aunque sea difusa– de los contemporáneos de comprender períodos turbulentos. “Frente a su pasado, el ciudadano necesita verdades, aunque éstas puedan ser revisadas sin cesar”, señalan Henry Rousso y Éric Conan.40 Mencionaremos “El tiempo del miedo (1980-2000): la violencia moderna y la larga duración en la historia peruana”, donde Peter Klarén dilucida el último ciclo de violencia peruana (1980-2000) situándolo con referencia a las grandes crisis que sacudieron los siglos XVI y XVIII.41

En “La violencia en la historia argentina reciente: un estado de la cuestión”, Luis Alberto Romero esboza implícitamente la historización, en la duración media, de los siete años del Proceso argentino. “Una sociedad no llega abruptamente, de un día para otro [a la violencia], de la que tampoco se libra de manera tajante”, escribe este historiador. La cuestión es tanto más pertinente porque, a diferencia de lo sucedido en Chile, en la Argentina, los golpes de Estado se escalonan a intervalos desde la década de 1930 y en los años previos a 1976 se instalan varios aspectos de la política represiva ulterior. Romero propone, por lo tanto, remontarse lo bastante atrás en el tiempo, pero también considerar las secuelas y la asimilación social de la violencia a partir de 1983. Y señala:

En mi opinión, ese episodio es inseparable del inmediatamente anterior, que transcurre aproximadamente entre 1969 y 1976, en que el uso de la violencia política se tornó normal y en cierto modo aceptado por buena parte de la sociedad. El trabajo se referirá a ese núcleo temporal y temático, pero no se limitará a esos años. Por una parte, habrá que examinar, aunque con menor intensidad, los procesos constitutivos de esa normalidad violenta; en particular lo ocurrido desde el final del gobierno peronista en 1955, aunque también se revisarán algunas características de la experiencia política del siglo XX. Por otra, extenderé el examen a los años posteriores a 1976: el final de la dictadura militar fue acompañado de un examen social categóricamente crítico de la violencia, al que acompañó un procesamiento de aquella experiencia, aún no terminado.
Otra manera de explicar la violencia consiste en acudir a sus orígenes. “¿Por qué apareció Sendero Luminoso en Ayacucho?”, de Carlos Iván Degregori, detecta el surgimiento de SL en el movimiento de 1969 por la gratuidad de la enseñanza. El departamento de Ayacucho se rebeló entonces contra Lima, en una actitud sin equivalentes en el resto del país. La población de dos ciudades, Huamanga y Huanta, y sus respectivas zonas de influencia, se movilizó durante varios meses detrás de sus docentes, alumnos y padres. La rebelión de Ayacucho significó la aparición en la escena política nacional de Abimael Guzmán. Joven profesor de la Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga, Guzmán había conquistado el liderazgo de la fracción local del Partido Comunista del Perú, conocida como PCP-Bandera Roja, y, con habilidad, supo recuperar el movimiento. Degregori lo sitúa en la historia multisecular de una región declinante y aislada del Perú que, de todos modos, había logrado en 1969 un éxito insólito: una universidad de primera categoría, cuyos docentes estaban desplazando a las antiguas elites locales e iban a asegurar el ascendiente de Guzmán sobre el magisterio.42

La cuestión de las violaciones de los derechos humanos cometidas por la dictadura pinochetista dio lugar, por fin, a una amplia investigación retrospectiva llevada a cabo por Elizabeth Lira y Brian Loveman y referida a las políticas de reconciliación en la historia republicana de Chile.43 Los autores se concentran en el último siglo, iniciado con el final de la guerra civil de 1891, y muestran que a lo largo de este período hubo amnistías, comisiones investigadoras e incluso medidas de reparación. En Las suaves cenizas del olvido: vía chilena de reconciliación política, 1814-1932, Lira y Loveman dicen:

En cada reconstrucción hubo esfuerzos para construir una verdad y una historia oficial y compartida. […] La reconstrucción esquemática de los conflictos y reconciliaciones políticas revela que después de cada ruptura en el siglo XIX hubo debates intensos sobre cómo construir y reconstruir una supuesta “familia chilena unida”.44
Las ardientes cenizas del olvido muestra un hecho novedoso introducido por la transición democrática luego de 1990: por primera vez el conflicto político no se resolvió con un “borrón y cuenta nueva”. Lejos de obtener el consenso de la clase política como en las ocasiones anteriores, la amnistía decretada por el gobierno militar alentó la negativa a olvidar y la exigencia de dar a conocer la verdad. Estas cuestiones llegaron incluso a ser muy importantes en el proceso político de la transición y, a despecho de la amnistía, los culpables han debido comparecer ante la justicia.45

Los historiadores han comenzado a explicar lo ocurrido con las herramientas de la disciplina histórica. Es ésta una generación que abre el camino y por eso seguirá ocupando un lugar aparte con respecto a las siguientes; entre otras cosas porque a estos historiadores les toca llevar a cabo unas operaciones liminares –en el sentido literal del término–, que instauran los fundamentos del conocimiento histórico. Ésta es la parte positiva del trabajo de historización –la que tiene que ver literalmente con el establecimiento de los hechos.

En la historia del tiempo presente, señala el historiador belga Pieter Lagrou, la obligación de establecer los hechos a partir de fuentes fidedignas es más imperiosa que nunca.46 Para ello, es menester rastrillar una gran superficie, a la búsqueda de fuentes inéditas u ocultas. En Entre la cruz y la espada, obra dedicada a la Iglesia católica argentina durante los primeros años del Proceso, Martín Obregón explica:

Se ha concedido un lugar central a la descripción de los acontecimientos, paso previo e ineludible para llevar a cabo una mirada analítica del proceso político y social. La reconstrucción fáctica de un período como el que nos proponemos abordar adquiere una relevancia central debido a la fragmentación y a la dispersión de los datos provenientes tanto de la bibliografía existente como de las fuentes consultadas.47
Al hablar de “hechos”, mi generación –sospecho que no es la única– tenía algo muy parecido a la mala conciencia: a tal punto nos habían puesto en guardia contra la ilusión de la escuela metódica en este aspecto. Los únicos hechos son los hechos construidos, repetíamos. Sí y no. Entendámonos. Se trata aquí de identificar los acontecimientos simples pero controvertidos para dilucidarlos. Y trabajar para constituir ese piso de los hechos al cual, en un momento dado, los historiadores e historiadoras ya no tendrán que volver. “No se diría que hay una escuela para sostener que la toma de la Bastilla fue el 14 de julio de 1789 y otra que afirma que fue el 15. En este punto nos encontramos en el terreno […] donde la verdad se opone lisa y llanamente a la falsedad, con prescindencia de cualquier interpretación”, escribía Pierre Vidal-Naquet.48

Conviene disipar la confusión frecuente entre, por un lado, los hechos que podemos considerar establecidos en un momento dado y, por el otro, el contexto u origen de estos hechos que quedan siempre abiertos a nuevas interpretaciones según la perspectiva adoptada, que va cambiando con el paso del tiempo y a medida que surgen nuevas fuentes. De este modo, el carácter masivo y genocida de las masacres de los armenios en 1915 es hoy reconocido por la mayoría de los historiadores, pero lo que continúa debatiéndose es el contexto de este genocidio, que no surgió de la nada.49 A nuestro entender, la historiadora argentina Hilda Sabato apunta a lo mismo cuando escribe:

Por cierto que hay diferentes versiones de ese pasado […] sería importante, sin embargo, crear un consenso –amplio, básico, y que será sin duda inestable– en la interpretación del terror, de manera tal que se constituya en un núcleo compartido colectivamente por quienes se identifican con la Argentina como comunidad democrática.50
El establecimiento de los hechos permite ordenarlos en una secuencia. Se construye así el tiempo del proceso estudiado, lo cual es sin duda una primera manera de explicarlo. Véase, por ejemplo, el trabajo realizado por el equipo de investigaciones históricas de la Comisión de la Verdad del Perú para establecer una cronología de los años de violencia política y proponer su periodización. Iván Hinojosa, coordinador del equipo, explicó su manera de proceder.51 Para elaborar un registro de los hechos que abarcara todos los teatros de la violencia, los informes de las organizaciones de derechos humanos fueron fuentes más adecuadas que la prensa limeña de la época, pues ésta ignoraba a menudo lo que sucedía en las comunidades rurales del centro y sur andino. Una vez terminado, el registro cronológico dejó ver series de hechos. Y de las correlaciones y los vacíos entre ellos se desprendió una primera periodización de la violencia desde sus comienzos. Entonces el equipo pasó a una etapa de escuchar a los actores de todos los sectores para situar sus responsabilidades en cada fase del conflicto. Se pasó luego a cotejar las versiones de los actores con la cronología de los hechos establecidos anteriormente sobre la base de otras fuentes.52 Para sorpresa de los historiadores peruanos, sus conclusiones resultaron con frecuencia enfrentadas a sus propias convicciones iniciales.

Pero también el establecimiento de los hechos exige, llegado el caso, su medida. Comenzando por el tratamiento crítico de las cifras presentes. Cuando estamos frente a un pasado violento, cada uno tiene su “numerología sagrada”, dice el historiador estadounidense John Dower, a propósito de las víctimas de Hiroshima.53 Tanto las cifras como las listas de nombres pertenecen al ámbito de las verdades sensibles y discutidas. A menudo nos vemos obligados a desinflar el número de víctimas que ciertos grupos se empeñan en sostener. La inflación puede tener por origen las condiciones de terror y desinformación en las cuales las víctimas tuvieron que hacer las primeras estimaciones. Intervino entonces un “factor desmultiplicador del horror”.54 A este inventario de las tareas iniciales se agregarán el balance y la crítica de la historia oficial eventualmente producida por los gobiernos militares o autoritarios. Hasta aquí, esta cuestión apenas ha sido considerada en América Latina.55

Que el conocimiento histórico progresa gracias a la multiplicación de buenos estudios de casos es un leitmotiv de los historiadores del tiempo presente. La demostración concreta de ello, por medio de las colaboraciones reunidas, fue el primer objetivo de Historizar el pasado vivo… Acaso debería insistirse más en la elección del tema y la importancia de no ser timorato cuando uno tiene la tarea de descifrar una cuestión. Es preciso “aterrizar en temas concretos y centrales”, dice Mario Garcés. El historiador chileno coincide aquí con una preocupación de los historiadores del tiempo presente europeo, que advierten contra la multiplicación de las curiosidades y el riesgo de fragmentación. “Es urgente –escribía por ejemplo François Bédarida–, volver a centrar la investigación en problemáticas más globales, más aptas para generar esquemas explicativos capaces de responder a la búsqueda de sentido de nuestros contemporáneos.”56


La historia con la memoria, la historia de la memoria

La omnipresencia de los recuerdos vividos otorga un lugar importante a lo que suele llamarse, según el uso anglosajón, “historia oral” en el estudio del pasado cercano. Hace ya rato que los recuerdos sirven a los historiadores para reconstituir un acontecimiento; más reciente es el propósito de historizar la memoria misma del acontecimiento para comprender la experiencia subjetiva de una sociedad a lo largo del tiempo. Como demuestra la historiografía reciente cada uso de la memoria tiene su régimen de verdad.

La utilización de fuentes orales en historia es el fruto de una tradición dinámica que ha abrevado en la sociología y la antropología: baste con recordar Weavers of Revolution (1986), de Peter Winn, o Resistance and Integration (1988), de Daniel James.57 Los trabajos reunidos en Historizar el pasado vivo… muestran una historia oral que es fruto de varias décadas de experiencia, que sabe distinguir entre historia de vida, entrevista o testimonio oral y también combinar el uso de fuentes orales y documentarias. Mediante entrevistas a los protagonistas, Mauricio Chama en “Movilización y politización: abogados de Buenos Aires entre 1968 y 1973”, y Manuel Gárate en “La Michita (1964-1983): de la reforma universitaria a una vida en comunidad”, reconstituyen un universo cultural: la apariencia e importancia que asumían por entonces las cosas para quienes las vivían.

Desde las sombras, de Rolando Álvarez, es, como lo indica el subtítulo de la obra, una historia de la clandestinidad comunista entre 1973 y 1980, durante los primeros años de la dictadura chilena.58 Con el golpe, un partido político respetado y que disfrutaba de simpatizantes entre amplios sectores de la población en el nivel nacional quedó prohibido de la noche a la mañana y fue víctima de una “satanización”. Sus miembros comenzaron a ser perseguidos por la policía política (la Dirección Nacional de Inteligencia, DINA) e hicieron el duro aprendizaje de la clandestinidad. Tres años después, el 80% de la dirección del Partido Comunista de Chile eran detenidos-desaparecidos. “No son muchos los militantes comunistas que trabajaban o tenían contacto con estos dirigentes y sobrevivieron para contarlo”, escribe Álvarez.59 Sin sus testimonios, ¿cómo reconstruir las consignas y los miedos de la militancia clandestina, así como su “mística especial” que hoy recuerdan los escasos sobrevivientes?

“Pensamiento, acción y base política del movimiento Sendero Luminoso”, de Nelson Manrique, sigue de cerca el “pensamiento Gonzalo” que inspiró al movimiento peruano hasta el momento en que éste se lanzó a la lucha armada. El artículo muestra a continuación cómo los cuadros de SL se propusieron regimentar las comunidades campesinas andinas y cuál fue la reacción de éstas. Para ello, Manrique utilizó una fuente oral de primera mano, en cuya elaboración él mismo había colaborado cuando trabajaba para la Comisión de la Verdad peruana:

las entrevistas que desarrollamos a lo largo de quince reuniones con el líder máximo de la organización, Abimael Guzmán Reynoso, el “Presidente Gonzalo” […] como parte del trabajo desarrollado por la Comisión de la Verdad y la Reconciliación […]: alrededor de cincuenta horas de conversaciones grabadas entre mayo de 2002 y marzo de 2003 [en las que se discutió] sobre la “guerra popular” en base a un esquema propuesto por el propio Guzmán y su compañera [cautivos] en la Base Naval del Callao.60
Por un tiempo, las historiadoras e historiadores gozan del privilegio de escuchar testimonios –es la etapa en la que se encuentran los países de la región–. Pronto llegará el momento en que la vida, en lo que es del orden de lo sensible, se retirará de la historia que escriben. Y habrá que ampliar el conocimiento del pasado de otras maneras; con miras a otros destinatarios, generaciones en cuyas filas habrá cada vez menos personas que hayan vivido esos sucesos: habrá que mostrar más y más hechos que se han borrado de la memoria y cosas que los actores no pudieron saber en la época, pero que los archivos revelan.

“La investigación sobre el Tercer Reich está experimentando un cambio discreto pero irrevocable”, escribía Reinhart Koselleck en Alemania, treinta y cinco años después del final de la Segunda Guerra Mundial.

La generación de quienes hicieron la experiencia y participaron en él, la de la gente directamente involucrada y de los testigos oculares, hace mutis poco a poco; la generación siguiente ha crecido. Con el cambio de generación cambia también el objeto tomado en cuenta. El pasado presente, saturado de la vivencia de los sobrevivientes, se convierte en un puro pasado del cual se ha retirado la experiencia, aunque todavía hoy vivamos bajo su sombra. Ese cambio tiene consecuencias metodológicas. Quienes podían testimoniar lo que habían visto desaparecen, e incluso se apagan quienes podían atestiguar sobre lo que habían escuchado. Esta extinción de los recuerdos no sólo hace mayor la distancia; modifica, asimismo, su calidad. Pronto ya no hablarán sino los archivos, enriquecidos por las fotografías, los filmes, las memorias. Los criterios de la investigación ganan en sobriedad, pierden, acaso, en color, están menos saturados de experiencia aun cuando prometan más conocimiento y objetividad.61
Trabajos como los de Manrique o Álvarez historizan el acontecimiento propiamente dicho, la violencia política. Lo mismo ocurre con El golpe en La Legua, de Mario Garcés y Sebastián Leiva, que reconstruye la jornada del 11 de septiembre de 1973 y las siguientes en una población del sur de Santiago, La Legua.62 Otra dirección tomada por la historiografía consiste en historizar la memoria del acontecimiento. Así, en Remembering Pinochet’s Chile, Steve Stern reconstituye, a lo largo de un cuarto de siglo (1973-1998), la memoria de la dictadura tal como cristalizó en el recuerdo del golpe.63 Tomados en conjunto, los libros de Garcés y Leiva y de Stern ilustran los dos enfoques –historización del acontecimiento o de su memoria– y la intervención de la memoria en cada uno de ellos.

“En La Legua ocurrió algo distinto a lo del resto de la ciudad: allí el pueblo resistió”: el recuerdo de la resistencia popular, varias veces reiterado por los legüinos, pone a Garcés y Leiva sobre la pista del hecho que deben reconstruir.64 Estamos lejos del palacio presidencial de La Moneda en llamas en el centro de Santiago, que ha quedado como símbolo del golpe de Estado chileno.65 Para reconstituir el golpe tal como se lo vivió en La Legua, los autores recurrieron a los pobladores, sobre todo por medio de dos encuentros en los que éstos revivieron y cotejaron sus recuerdos. De ellos se desprenden algunos incidentes centrales que parecen articular la epopeya de la resistencia de La Legua, por ejemplo el episodio de un autobús de carabineros que habría tenido que retroceder frente a los legüinos.

Los autores analizan las versiones escuchadas, las cotejan con las escasas fuentes escritas disponibles y establecen la versión más plausible. Se agregan otros incidentes que se asocian a los primeros. Algunos pobladores se acuerdan, en efecto, de dirigentes y militantes políticos que aparecieron en la población el mismo 11 de septiembre. Las contadas fuentes escritas existentes confirman que ese día convergieron en La Legua cuadros y militantes de varias formaciones políticas de la Unidad Popular (la coalición política en el poder con Allende). Mientras estos militantes intentaban organizar la resistencia al golpe en los grandes complejos industriales de los cordones que bordean La Legua, su reunión fue interrumpida por los carabineros y precipitó su partida hacia otras fábricas situadas al este de la población, donde esperaban unirse con otros camaradas y reagruparse. Al pasar por La Legua, los militantes políticos en fuga engrosaron las filas de la resistencia. Así, la jornada surge en toda su riqueza y su complejidad.

Los encuentros de la memoria con los pobladores también permiten a Garcés y Leiva comprender cómo vivió la población a partir del 11 de septiembre. La memoria del golpe condensa aquí las jornadas siguientes y la represión ejercida por la dictadura durante diecisiete años. Se expresa un sentimiento de orgullo: el de haber librado una activa lucha popular. Pero, con todo, se impone el miedo, con el cual se mezcla la tristeza provocada por las muertes. Ese orgullo sólo se recuperará con las grandes protestas y las nuevas formas de resistencia de la década de 1980 que prepararán la transición.

Remembering Pinochet’s Chile se sitúa en el plano de la subjetividad: “los corazones y las mentes inexploradas de la experiencia dictatorial”.66 El interés de Stern se centra en las representaciones que los individuos se hacen de la gran ruptura política que marcó su vida, las explicaciones sucesivas que procuraron darle a lo largo de veinticinco años, durante la dictadura y después de ella. Para saberlo, el autor escuchó a muchos chilenos entre 1996 y 1997. Por debajo de las alrededor de noventa historias de vida que recogió, percibió cuatro relatos esenciales (emblematic memories) de la toma del poder por los militares y el régimen establecido en 1973. Esos relatos circularon y brindaron a unos y otros la posibilidad de comprender su drama personal en el marco de una historia más vasta. “Cuatro memorias emblemáticas compiten en el dominio público y la mente de la gente cuando ésta recuerda 1973”, escribe Stern. La creación de esas memorias y la lucha de influencias entre ellas son la mecánica sobre la cual se desenvuelve la historia descripta por el autor.67

Stern ha aprehendido las memorias de la dictadura tal como se expresaban en torno de 1996-1997, un “presente etnográfico” a partir del cual se dedicó a reconstruir sus estados sucesivos mediante un método regresivo y la utilización de otras fuentes.68 Se trata de una manera ingeniosa y bien pensada de mitigar una de las dificultades de ese nuevo campo de investigación: ¿cómo acceder a los archivos de la memoria oral, a aquello que la misma gente ha recordado luego de transcurridos cinco, diez o quince años de los acontecimientos? Otros ámbitos de la historia cuentan con más recursos para registrar la evolución de un proceso. Por ejemplo, los despachos diplomáticos o los informes de los servicios de inteligencia sobre el estado de la opinión pública, elaborados cada cierto tiempo. La historización de la memoria es un ejercicio reciente en la región. Deberíamos presenciar una diversificación de las estrategias empleadas para hacerlo a medida que aumenta la cantidad de estudios en este campo.69

“Uchuraccay: memoria y representación de la violencia política en los Andes”, de Ponciano del Pino, historiza la memoria de un grupo restringido seguido por el autor a lo largo de varios años.70 El nombre de esta pequeña comunidad perdida de la región de Ayacucho cobró actualidad de la noche a la mañana en 1983, cuando se produjo en ella la masacre de periodistas limeños que iban a confirmar la noticia de una rebelión campesina contra SL en la vecina comunidad de Huaychao. El Ejército peruano acababa de tomar el control de las operaciones contra el terrorismo en Ayacucho y alentaba a comunidades campesinas como la de Uchuraccay y sus rondas o patrullas de vigilancia a asumir la ofensiva.

Esa masacre de 1983 fue el inicio de un terrible período de violencia para la comunidad de Uchuraccay. En los años siguientes, muchos de sus miembros se vieron obligados a marcharse de su tierra.71 Del Pino estaba en el lugar en el momento del regreso definitivo de los exiliados. Una ceremonia selló el reencuentro entre quienes volvían y quienes se habían quedado. Ambos grupos se pusieron de acuerdo acerca de qué recordar y qué olvidar, una suerte de historia oficial que dejaba de lado aspectos considerados como demasiado controvertidos. Pues lo que importaba, ante todo, era manejar las divisiones internas provocadas o reavivadas por la violencia. Con frecuencia, los aldeanos se habían encontrado en posiciones enfrentadas durante el conflicto, y unos y otros habían sido alternativamente víctimas y perpetradores de la violencia.72 En 2003, el historiador peruano volvió a Uchuraccay y pudo observar que la memoria de la comunidad se modificaba. Sus miembros exponían unos a otros sus quejas, y lo hacían en particular las mujeres, menos preocupadas por la armonía de la comunidad que sus líderes políticos. Y bajo el efecto del paso de las generaciones las lenguas se soltaban.

Historizar el acontecimiento significa reconstituir, en primer lugar, el hecho positivo, real, incluso cuando se explora su dimensión vivida, la experiencia que significó para los individuos, como lo hacen Garcés y Leiva. Pues, a fin de cuentas, lo que se procura conocer es el acontecimiento pasado. Mientras que historizar la memoria del acontecimiento es reconstruir el proceso actuante en las representaciones mentales que los individuos se hacen de él; es tratar de comprender, como dice Steve Stern, “la subjetividad de una sociedad a lo largo del tiempo”.73 Sin embargo, el historiador estadounidense convoca en forma sistemática los acontecimientos reales con los cuales se relacionan las memorias, para entender por qué, en un momento dado, la gente cuenta las cosas como las cuenta y un relato del pasado tiene más probabilidades de hacerse oír que otro. Pero el recurso a los hechos reales se efectúa sólo como contrapunto a las memorias cuya historia es la que se trata de hacer.

Hay en ello dos actividades distintas, cada una de las cuales implica un régimen propio de verdad. La materia prima con que el historiador o la historiadora trabajan es la misma: la memoria de la gente, el recuerdo que habla del acontecimiento para quien lo ha vivido, en el momento de contarlo. Pero, según los casos, ese recuerdo será interpelado de diferente manera: en líneas generales, para conocer la parte conservada del pasado o bien la parte reconstruida sobre la base del presente.74 Para quien historiza el acontecimiento pasado y busca información sobre él, el buen testimonio es el aportado lo más cerca posible de los hechos, y el buen testigo es el que se atiene a lo que ha visto o escuchado. Estos criterios no actúan del mismo modo si se historiza la memoria del acontecimiento. En ese caso, el testimonio tardío podrá, por el contrario, parecer particularmente rico en virtud del trabajo efectuado por la memoria durante el tiempo transcurrido.75 “El hecho histórico real y significativo que estos relatos ponen de relieve es la memoria misma”, escribe Alessandro Portelli al situarse en esta segunda perspectiva, en relación con un hecho que jamás existió sino en la imaginación.76

La verdad que los historiadores e historiadoras procuran establecer puede ser la de los hechos objetivos o la de su experiencia subjetiva. Lo cual implica, según el caso, “grados más o menos grandes de aproximación”, “niveles diferentes de certidumbre”.77 Así, la historia del tiempo presente heredó de la evolución de las prácticas historiográficas en la segunda mitad del siglo XX dos posibilidades de interrogar el testimonio. Una se inclina hacia el momento en que las cosas ocurrían; otra, hacia el momento en que el testigo las cuenta. Historiadores y sociólogos coinciden en insistir sobre esas alternativas. “Realidad del pasado o verdad del presente”, escribía Marc Bloch en 1925 al informar sobre la aparición de Les Cadres sociaux de la mémoire, de Maurice Halbwachs.78 “Peso o elección del pasado”, dice por su parte Marie-Claire Lavabre.79 Socióloga especialista en la memoria social, Lavabre insiste, sin embargo, en el peso que puede representar el pasado violento:

No podemos contentarnos con una concepción de la memoria como pura reinterpretación del pasado, reconstrucción, imposición retroactiva de sentido. Así es: las más de las veces, evocar la memoria de las guerras y las masacres significa embarcarse en la cuestión de los efectos y las huellas en la memoria.80

La historización del nacionalsocialismo

Más que ningún otro antes, el debate de la década de 1980 sobre los modos de explicar el pasado nazi en el que los historiadores alemanes se vieron involucrados –el Historikerstreit– ha puesto en evidencia el desafío mayor que plantea el explicar un pasado violento y presente. Las dimensiones pública y mediática asumidas por el debate alemán sobre el pasado nazi demostraron su peso en la conciencia nacional alemana. A la vez, se cuestionaron los métodos de investigación histórica, más específicamente en historia social: ¿podían éstos eludir el juicio moral?

En mayo de 1985 el historiador Martin Broszat publicó un breve ensayo en un semanario de gran difusión, en oportunidad del cuadragésimo aniversario de la capitulación del Tercer Reich.81 El período nazi, decía este autor, todavía no encaja con facilidad en nuestra historia nacional y, sin embargo, será preciso, desde luego, encontrarle su lugar. La cuestión no sólo incumbe a los historiadores; lo que está en juego es el sentido que ese pasado tiene para todos, y en qué aspecto el conocimiento histórico contribuye a esclarecerlo. Para los alemanes, el pasado nazi sigue siendo un reservorio de lecciones cívicas elementales sobre lo que nunca más hay que hacer, señalaba además este historiador. Y aún no forma parte de la conciencia histórica que ellos tienen de su tiempo.82 Al interrogarse sobre los resultados de veinte años de historiografía alemana sobre el pasado nazi, Broszat aclaraba a contrario la apuesta de la historización: ¿hasta qué punto los conocimientos críticos aportados por los historiadores pueden contribuir a ir más allá de las pasiones y emociones para formar una conciencia histórica colectiva?

El alegato de Broszat daba ejemplos de trabajos que, con todo, desde fines de la década de 1960 habían profundizado la comprensión del nazismo alejándose de las explicaciones relativamente simples que en un comienzo se focalizaban en la personalidad y la acción monstruosa de Hitler y luego en la maquinaria nazi. Así, una historia social de la experiencia cotidiana (Alltagsgeschichte) del nazismo en Baviera revelaba, en gente modesta, el recuerdo de una vida “normal”: ellos no inferían un designio criminal del nacionalsocialismo.83 Amplios sectores de la sociedad parecían considerar, incluso, que el nazismo había traído aparejadas más oportunidades y una mejora de su calidad de vida. Las propias investigaciones de Broszat sobre la relación entre nazismo y modernización se trasladaban a un terreno que escapaba al núcleo duro de la violencia: los aspectos modernizadores de la política social nazi tenían antecedentes en el Segundo Reich, y se los encontraba asimismo en la Alemania Federal de la posguerra o en otros países en la época del nazismo (por ejemplo en Gran Bretaña).

En sus trabajos iniciales de la década de 1960, Broszat había sido el primer historiador alemán en insistir en el hecho de que la dimensión sin precedentes del nazismo en la historia alemana era la cuestión judía (en este aspecto, se le anticiparon autores como Raoul Hillberg, que trabajaba fuera de Alemania).84 Su alegato pretendía ahora recordar que, sin quitarle al nazismo su carácter inédito, había, sin embargo, aspectos del período que debían abordarse independientemente del nacionalsocialismo, a pesar de los juicios morales simplistas que lo reducían todo a éste. Como Peter Baldwin lo advirtió con claridad:

Como historiador de la vida cotidiana, [Broszat] se concentró en la ambigüedad moral de la experiencia de la mayoría de los alemanes durante esos años: el hecho de que el ciudadano normal pudiera vivir comparativamente en paz en medio y como parte de un régimen criminal, y de que en el período nazi, desde la perspectiva del alemán común y corriente, hubiera algo más que Auschwitz. Su alegato por una historización nos pide que aceptemos el régimen como algo que no era del todo demoníaco, un período que para muchos fue de relativa normalidad.85
Historizar la violencia significa introducir cierta racionalidad en hechos crueles y repugnantes. Al esforzarnos por postularlos, en cuanto objeto de estudio, como una realidad exterior a nosotros, alejada de nuestras pasiones y prejuicios, ¿no corremos el riesgo de conferirles cierta normalidad, de trivializarlos? ¿Y de contrariar así el sentimiento de algo monstruoso, vigente en quienes los han vivido? ¿Cuáles son los obstáculos, o al menos las dificultades que rodean la empresa de explicación de los hechos que dejaron recuerdos traumáticos? Cuando tiene que ver con el mal, ¿puede el pasado cercano estudiarse como otros períodos e incorporarse sin tropiezos a la conciencia histórica nacional?

Estos cuestionamientos ocupan el primer plano de toda referencia a la historización. Y esa referencia es alemana, die Historisierung. Pues las cuestiones planteadas por Broszat terminaron por quedar rápidamente en el centro de un vasto debate público que se entabló en Alemania en 1986-1987 sobre el lugar del nazismo en la historia del país y la conciencia histórica de sus habitantes.86 Las posiciones expresadas permitieron apreciar mejor la resistencia con la cual puede tropezar la historia en una sociedad donde el acontecimiento no sólo está presente sino que duele, justamente en sus esfuerzos por alcanzar un distanciamiento crítico. Una parte de la discusión se desarrolló en el seno de la disciplina, entre historiadores. Y condujo a profundizar el examen de cuestiones arduas que plantea cualquier estudio del pasado violento en nuestra época: ¿cómo conciliar el rechazo ético de la violencia y la distancia objetiva que exige la investigación científica? ¿Puede el juicio moral intervenir en la explicación histórica? ¿E incluso debemos, en última instancia, atrevernos a escribir la historia reciente cuando está cargada de tantas violencias?

Si en ciertos aspectos el nazismo podía parecer “normal”, ¿no estábamos con ello suprimiendo o banalizando la monstruosidad?, se preguntaban varios historiadores israelíes. En primera fila de éstos estaba Saul Friedländer, quien a fines de 1987 sostuvo un diálogo público con Martin Broszat sobre el riesgo que presentaba el rescatar la experiencia de normalidad en procesos históricos dramáticos.87 Friedländer apuntaba en forma directa a la Alltagsgeschichte, cuyos representantes hacían hincapié, justamente, en los aspectos normales de la vida bajo el Tercer Reich. ¿No se corría así el riesgo de olvidar la criminalidad que se ocultaba en la normalidad y pasar por alto el montaje funcional de ambas cosas que era el nazismo? La obra que por entonces acababa de aparecer de un historiador conservador muy conocido, Ernst Nolte, ofrecía a juicio de Friedländer otro ejemplo de deriva posible.88 Nolte abordaba el régimen nazi en la media duración, 1917-1945. Al abarcar en la misma perspectiva el nazismo y la revolución bolchevique, proponía sin duda una explicación contextualizada del primero, del tipo de las que ofrecía Broszat: el nazismo, decía Nolte en sustancia, había aparecido como reacción al bolchevismo; sin éste y la amenaza que representaba para los alemanes, aquél no se explicaba. El resultado, para Friedländer (que no era el único en pensar eso de una obra de gran repercusión), era que el historiador alemán exoneraba a una dictadura criminal y descargaba su responsabilidad en otra.89

Usted quiere, decía Friedländer retomando las palabras de Broszat, “levantar el bloqueo” que se impuso al período 1933-1945, liberarlo de los discursos moralizadores y los enfoques simplistas que suelen bastar para tratarlo, y abordar esa época como cualquier otra de la historia alemana. El problema, en el enfoque historizante propiciado por usted, es que engloba tanto los aspectos normales como los aspectos criminales del período. El peligro de ese punto de vista radica en

la yuxtaposición y diferenciación constantes entre lo normal y cotidiano y lo anormal y criminal dentro del propio Tercer Reich, cuando no están acompañadas por categorías de distinción lo bastante precisas y por un marco claro para el análisis. […] En mi opinión […] el pasado está aún demasiado presente entre los historiadores de la hora actual, sean alemanes o judíos en particular, contemporáneos de la época nazi o miembros de la segunda y quizá de la tercera generación, para permitirles tener una rápida conciencia de los presupuestos y de los supuestos a priori.90
Pero, replicaba Broszat a Friedländer, es importante recuperar esa dimensión de la normalidad en la experiencia histórica de muchos de quienes vivieron el nazismo. Lo cual exige de los historiadores, a la vez, intuición y empatía. La dificultad está en mantener la tensión entre las dos instancias de comprensión, para no quedarse en la condena moral abstracta que no dice nada de lo ocurrido, o bien en una explicación que, con el pretexto de atenerse a los hechos, es amoral y olvida que en las conductas humanas hay un bien y un mal.91 ¿Cómo establecer la distancia apropiada para el análisis histórico –distancia que no excluye la empatía–, a la vez que se mantiene el distanciamiento moral imprescindible? Así, el objetivo de historizar la “normalidad” y la experiencia cotidiana y no sólo los aspectos criminales desembocaba en otro problema: cómo articular el juicio ético con el análisis histórico.

En relación con la vida cotidiana de la clase obrera bávara, Broszat había puesto de relieve la ambigüedad moral de una gran parte de la experiencia alemana bajo el nazismo. Al hacerlo, formulaba en toda su agudeza la cuestión que plantea el estudio de un régimen criminal cuando, para comprenderlo, uno se niega a atenerse al examen de las personalidades y los engranajes políticos. El examen de la actitud de la sociedad alemana bajo el nazismo (o de los países ocupados durante la Segunda Guerra Mundial) llevaba a quien lo hacía a entrar a la “zona gris” de los comportamientos de adaptación y compromiso, es decir los más frecuentes.92

No era fortuito, sin duda, que la discusión entre historiadores alemanes y especialistas del período nazi en torno del lugar del juicio moral se refiriera ante todo a la historia social: ésta examina a menudo conductas humanas y por lo tanto las decisiones individuales que llevaron a ellas y sus consecuencias, y lo hace en gran escala. E insiste en entender el modo como la gente ha vivido su tiempo, cuál ha sido su experiencia, sin pretender pasar juicios. La historiografía del período nazi que, en oportunidad del debate de fines de la década de 1980, se reexaminó entonces desde el punto de vista del alcance moral de las conductas sociales, tuvo una óptica conservadora, pero también progresista.93

A la sazón acababa de aparecer un ensayo del historiador conservador Andreas Hillgruber, sobre el Ejército y las poblaciones civiles alemanas en los últimos meses de la guerra.94 En él, Hillgruber rompía a sabiendas un tabú, al mostrar la tenacidad y osadía de los alemanes en el frente oriental, entre 1944 y 1945; la política criminal de los nazis, decía en sustancia, no podría hacer olvidar cómo habían combatido aquéllos. El problema, se hizo notar, reside en el hecho de conferir un sentido heroico a la conducta de los soldados alemanes, sin tener en cuenta las consecuencias que ella pudo acarrear: la continuación de la guerra significó la prolongación de la masacre y los sufrimientos de los prisioneros y deportados (y entre ellos los judíos). El juicio ético debe intervenir en el plano en que se sitúa la interpretación y no quedarse en el de la experiencia de los actores.

Trabajos de historia social sobre la región industrial del Ruhr que se habían realizado con un espíritu cercano a la Alltagsgeschichte se releyeron con el mismo enfoque crítico por haber considerado la conducta de los actores sin plantearse la cuestión de su responsabilidad.95 ¿A qué conclusión llegar acerca del orgullo de los obreros alemanes de la industria armamentista por el trabajo bien hecho si se omite que, con su producción, contribuyeron al designio criminal de la guerra lanzada por los nazis? La normalidad que marca su experiencia habría debido confrontarse con la monstruosidad del sistema en el cual actuaban, y la experiencia de los alemanes con la de los trabajadores deportados a Alemania que llevaban adelante sus labores coaccionados y forzados a su lado.

Estos últimos ejemplos sugieren un resultado fundamental de las discusiones sobre la historización del pasado nazi. Gracias a historiadores como Broszat, ésta llegó a incumbir a toda una sociedad que vivía bajo un régimen criminal. Como escribió Hans Mommsen, uno de los historiadores más conocidos que intervinieron en la querella, resultó “prácticamente imposible sostener la idea de que una pequeña camarilla de fanáticos fue la única responsable de las políticas criminales del régimen”.96 El punto de inflexión producido a fines de la década de 1980 demostró ser duradero y fecundo: las problemáticas de la historia alemana contemporánea que se repensaron por entonces están a juicio de muchos en el origen de la historiografía actual.97

Otro resultado del gran debate alemán acerca de la historización fue el de haber permitido a quienes trabajan sobre un pasado difícil advertir con mayor lucidez las dificultades inherentes a su historización.98 Se ha aprendido una lección. La historización, dice por ejemplo Henry Rousso, es la puesta a distancia de un período para estudiarlo “con el rigor y la crítica inherentes a todo análisis científico, sin caer en el relativismo ni en la rehabilitación”.99 Y René Rémond señala:

En lugar de aislar o privilegiar ciertos acontecimientos, el proceder del historiador consiste en inscribirlos en una perspectiva global y situarlos en la duración. Al vincularlos de ese modo, no tiende a relativizarlos en el sentido moral de la palabra, sino a destacar sus relaciones de causalidad y sucesión. La puesta en evidencia de la complejidad y el hincapié hecho en la ambigüedad de las situaciones no apuntan a atenuar las responsabilidades, a diluirlas, sino a apreciarlas con mayor exactitud.100


II. HACER HISTORIA LUEGO DE GUERRAS Y VIOLENCIA POLÍTICA

Hasta hace poco tiempo, la formación que la mayoría de nosotros recibíamos en la universidad sólo abordaba, en la práctica, el pasado “pasado”. De allí que el propósito de escribir una historia que llega “hasta nuestros días” nos aparezca a menudo como audaz. Una rápida investigación revela, sin embargo, un interés de larga data por el pasado vivo entre los historiadores. Es tan antiguo como la historia misma: empieza con los historiadores de la Grecia antigua que Occidente considera como la génesis de su ciencia histórica los que fueron seguidos por los de Roma y más adelante por los cronistas medievales. En el nuevo mundo del siglo XIX, los historiadores de la independencia sudamericana escriben a su manera sobre tiempos recientes, violentos y de ruptura. Si bien más adelante en ese mismo siglo los forjadores del estudio científico de la historia criticaron a sus antecesores por no poner la distancia suficiente entre los acontecimientos y su punto de vista, los cambios inéditos vividos durante y después de la Segunda Guerra Mundial llevarían a una nueva generación a buscar nuevamente la manera de comenzar a explicar acontecimientos recientes pero que ya se consideran“históricos”. Al esbozar estas historiografías encontramos antecedentes relevantes para el estudio de la historia contemporánea hoy en día.

Los historiadores de la Grecia clásica (siglo V a.C.) conciben su oficio un poco a la manera del reportaje moderno: se trata de informar (luego de las averiguaciones adecuadas), lo que uno ha visto y escuchado durante su indagación. Sus escritos pueden referirse, entonces, a hechos de su tiempo que parecen dignos de memoria.101 Hechos inauditos, fuera de lo común, pero también acontecimientos dramáticos. La historia, para Heródoto, aspira a “preservar el recuerdo del pasado mediante la documentación de los asombrosos logros tanto de nuestro pueblo como de otros y, particularmente, mostrar cómo entraron en conflicto”.102 El mismo Heródoto se refiere a la organización de las sociedades humanas y las diferencias climáticas o económicas en las regiones que ha visitado o de las que ha escuchado hablar, pero también a la guerra entre Grecia y Persia que, a sus ojos, opone la civilización a la barbarie. Para Tucídides, un poco más joven que Heródoto, el gran acontecimiento que estremece su tiempo y que él procura dilucidar es la Guerra del Peloponeso: alineadas algunas detrás de Atenas y otras detrás de Esparta, las ciudades griegas se levantan unas contra otras y la democracia naufraga.103 Al comienzo de su obra, Tucídides explica que, muy pronto consciente de la gravedad de ese conflicto, tomó en su transcurso notas que a continuación le fueron útiles.

Siglos más tarde el chileno Benjamín Vicuña Mackenna califica a la primera generación de historiadores de la que él forma parte como “los historiadores de la independencia sudamericana”.104 La historia cobra auge, en efecto, como una disciplina autónoma en las jóvenes repúblicas, y la independencia es el mega acontecimiento al que esta primera generación trata de dar sentido a través de sus trabajos.105 La historia nacional nace como historia de su tiempo, su materia es ante todo política y se refiere al pasado más reciente. Los principales historiadores chilenos de la primera generación escriben sobre las guerras de independencia y el establecimiento de la república: para Diego Barros Arana (1830-1907), Miguel Luis Amunátegui (1828-1888) y Benjamín Vicuña Mackenna (1831-1886) los hechos estudiados tienen entre treinta y cincuenta años (más de treinta años nos separan hoy del golpe chileno y de los comienzos del Proceso argentino). En Francia, la historia contemporánea comienza con el relato de la Revolución Francesa, en la que la gente de la época ve la apertura de su tiempo; sus primeros historiadores la escriben como testigos. La guerra de independencia y la revolución liberal (1808-1812) cumplen el mismo papel para los historiadores españoles.106

Los primeros historiadores latinoamericanos escribieron casi al calor de los acontecimientos que describen.107 Crecieron en medio de los recuerdos y de los testigos de las guerras de independencia y sus obras dieron a sus contemporáneos la posibilidad de pasar de la memoria de la independencia a su historia. Esta generación tiene la impresión de hacer una labor pionera. “No hemos encontrado ninguno de esos trabajos que tanto allanan la senda del narrador”, escribe Vicuña Mackenna. El historiador chileno promete hacerlo sin espíritu de partido, apelando a la “imparcialidad de la historia” y “la verdad acrisolada de las pruebas”. “El carácter de estricta veracidad que hemos asumido en este trabajo […] es el único medio legítimo y sano de escribir la historia contemporánea”, afirma. Pues la utilización de fuentes documentarias caracteriza en lo sucesivo la disciplina histórica.

Es con un sentido de urgencia ante el paso del tiempo que Vicuña Mackenna recoge “el testimonio de muchos testigos y actores en aquellos acontecimientos”. “Nacido cuando comenzaban a morir uno en pos de otro los grandes soldados y los más ilustres pensadores de la revolución –escribe–, fue el culto de mi niñez acercarme a esos seres venerables e interrogar su memoria sobre los acontecimientos de que fueron testigos o actores.”108 El historiador chileno también se hace de numerosos documentos.109 ¡Así, a lo largo de su trayectoria se le confiarán sucesivamente los papeles de los Carreras, San Martín, O’Higgins y Portales!

En esos primeros historiadores está presente, por último, la conciencia del carácter dramático y controvertido de la temática elegida. Tomemos los estudios que al principio de su carrera el chileno Vicuña Mackenna consagró a la acción política y el poder de los próceres.110 El ostracismo de los Carreras (1857) describe el desenlace de una trayectoria política golpista; lo que Vicuña Mackenna intenta explicar es el “gran cataclismo” de la joven república chilena. De la gran esperanza de los comienzos no queda sino “un inmenso cementerio”, exclama en las primeras páginas del libro. Ha llegado la hora de reconciliar nuestro espíritu con lo que ha ocurrido; la escritura de la historia será “un ritual de purificación” después de la tormenta. Para Vicuña Mackenna, hacer la historia de los Carreras equivale a escribir en parte la vida de sus tíos y padres (a quienes dedica el libro). Algunos encontraron la muerte en esa historia; junto a otros, el historiador ha podido hacer en veinte años “un abundante acopio de esta prueba oral pero respetabilísima de nuestro pasado”.

En 1862, Vicuña Mackenna publica la Historia de los diez años de la administración de don Manuel Montt, vale decir, un año después de terminado el gobierno de Montt. En sus tiempos de estudiante, Vicuña Mackenna intervino en los motines liberales contra ese gobierno, lo cual le valió un prolongado exilio. Este libro muestra pues la dimensión autobiográfica de la historia reciente. Al abordar esos años hace su propia historia (y la de su padre, activo en el mismo campo liberal). En una edición posterior del libro asume de manera consciente esta situación: “Diez años de sufrimiento por la justicia y la verdad […] son los mismos del decenio cuyos acontecimientos narro”.111 Aquí el pasado no está simplemente presente, sino vivo; el historiador abreva en los recuerdos transmitidos y en los suyos propios.

Las generaciones siguientes de historiadores descartaron esta primera historiografía nacional por carecer, según ellos, de objetividad. Sin duda las obras que acabamos de mencionar eran con frecuencia (sobre todo en el caso de las más antiguas) la expresión de una visión política de la nación –liberal, conservadora, monárquica– que en el siglo XX se habría calificado de comprometida o engagée. Entre fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX es el auge de una historia más crítica. Como resultado de la tradición que a partir del siglo XVII había alimentado generaciones de eruditos, se sistematizó en el paso del siglo XIX al XX un método científico para elaborar un conocimiento objetivo del pasado. Ese método insistía en el recurso a las fuentes documentales, pero además en la necesidad de dejar transcurrir un tiempo suficiente desde los hechos antes de ocuparse de ellos. El historiador no debía tener ningún recuerdo del pasado ni ningún otro lazo vivo con él que fuera potencialmente afectivo. Nada comprometería entonces su ejercicio racional de indagación y análisis.

En el siglo XX, la investigación profesional se fue profesionalizando y la distancia que era menester respetar con respecto al presente terminó por constituirse, de hecho, en un axioma. Generaciones de investigadores principiantes hicieron, como nosotros, la experiencia de ello.112 Sin embargo, la historia contemporánea siguió escribiéndose y la historia política (nacional e internacional) permaneció como su ámbito predilecto.113 Los campeones mismos de la escuela metódica que formalizaban el método histórico en Francia fueron por lo demás los autores de síntesis sobre la historia nacional que llegaban hasta los años más recientes.

En la práctica se instauró una división entre la investigación histórica elaborada por la universidad y referida a todo lo que no era contemporáneo, por un lado, y los trabajos de historia nacional destinados al público culto así como textos escolares, que llegaban “hasta nuestros días”, por el otro. Este último género se cultivó particularmente durante la primera mitad del siglo XX.114 Sólo la catástrofe de la Segunda Guerra Mundial, por la ruptura tan enorme que representó, fue capaz de socavar el diktat de la distancia temporal para el historiador. Hubo necesidad de comenzar a explicar sin demora. Y por ello se retomó el rumbo de la historia reciente pero conciliándola con las exigencias críticas que imperaban por ese entonces en la disciplina.

En 1947 se celebró en París la Conferencia Europea de las Comisiones Históricas Judías. En ella, el historiador Philip Friedmann representó a la Comisión Histórica Central que reunía a historiadores judíos recientemente liberados de los campos de deportación y originarios de toda Europa central.115 El objetivo inmediato de esa comisión histórica y de los demás organismos judíos representados en París era acopiar pruebas y testimonios para el procesamiento de los criminales de guerra nazis a cargo del tribunal de Nuremberg, así como identificar a sus víctimas, muertos y sobrevivientes (antes de que la dispersión de las personas desplazadas hiciera más difícil la recolección de informaciones). Pero, como lo muestran las intervenciones de Friedmann y otros de sus colegas, lo que esos organismos se proponían establecer eran las bases de la historia de los judíos durante la Segunda Guerra Mundial, lo que llamaban la historia de “nuestra última catástrofe”.116

Muy pronto, también, la conciencia de haber vivido acontecimientos fuera de lo común –y en ese sentido, históricos– se manifestó en muchos países europeos que sufrieron la guerra, y con ella la ocupación, la colaboración, la resistencia, un régimen totalitario. Y se consideró entonces –de manera similar a lo ocurrido un siglo antes en la propia Europa y en América Latina– que junto a la investigación fundamental dedicada al pasado lejano que avanzaba paso a paso, los historiadores debían ponerse a trabajar sin demora sobre la última guerra. A ese efecto, en los países de la Europa continental que habían conocido la guerra, se crearon nuevos organismos de alcance nacional que se pusieron bajo la tutela de los “justos”; léase: de quienes eran los vencedores morales y al mismo tiempo, con frecuencia, las víctimas (los otros eran los nazis, los fascistas, los colaboracionistas).117 Eran los testigos, que iban a escribir la historia de la guerra en un marco conforme a los valores sobre los cuales se reconstruían los estados.

Pero esos nuevos organismos adoptaban los criterios del método histórico; los testigos eran al mismo tiempo historiadores profesionales y se planteaban verdaderos programas de investigación científica. La innovación de las creaciones europeas posteriores a 1945 consistió precisamente en conciliar los imperativos de la historia y la memoria, para hablar como lo hacemos hoy en día. Se innovó asimismo en la definición de objetivos y métodos que, en ciertos aspectos, equivalían a un replanteo de la historia contemporánea de los tiempos violentos.118 Pues, como escribe Laurent Douzou, sus responsables sabían que debían inventar de cabo a rabo los modos de abordaje de una historia apenas terminada.119

Ilustraremos la reflexión y el trabajo iniciados sobre una “historia apenas terminada” por esas instituciones de la memoria avant la lettre por medio de ejemplos tomados de las Comisiones Históricas Judías así como del Comité d’histoire de l’occupation et de la libération (CHOLF, luego Comité d’histoire de la Deuxième Guerre mondiale de Francia, CH2GM) en la inmediata posguerra. Un primer elemento era la importancia atribuida a la vivencia de los actores. Éstos se convertían en la pieza central de la historia por escribir y, entonces, era preciso recoger sus testimonios en forma sistemática.120 El CH2GM fue, por lo tanto, un lugar de aprendizaje activo, un laboratorio de la “historia oral”.121 Una de sus autoridades lo justificaba del siguiente modo:

La tarea más urgente a la que se consagró la comisión, y cuya novedad será sin duda manifiesta para cualquier persona habituada al trabajo histórico, consistía en reparar la insuficiencia de esta documentación creando [sic] de los pies a la cabeza los archivos de la Resistencia. Ese trabajo sólo podía llevarse a cabo por medio de testimonios, porque tenemos la suerte de trabajar sobre una materia viva y tener a nuestro alcance a los actores –aún son numerosos– que sobrevivieron a la represión, además de ocuparnos de recuerdos muy frescos.122
Tiempos extraordinarios exigían la escritura de una nueva historia y métodos poco empleados por los historiadores clásicos. El historiador mismo iba a buscar sus fuentes, y para ello se ponía a la escucha de las ciencias sociales. “Es indispensable […] que el análisis y la interpretación de esas fuentes se inspiren más en métodos propios de la sociología que en las disciplinas puramente históricas”, señalaba Philip Friedmann, el historiador judío.123 Y Édith Thomas, historiadora y archivista de formación, advertía que el CHOLF, que acababa de constituirse en Francia, en virtud de su carácter novedoso, debía apelar a medios y disciplinas que no eran los acostumbrados hasta entonces por los historiadores. “Se trata de reunir la mayor cantidad posible de materiales sobre los acontecimientos que hemos vivido y todavía estamos viviendo y haciendo”, recomendaba. Para esto, el historiador debe recurrir a “los métodos de los sociólogos” y sus investigaciones consisten en entrevistar a los actores.124

Así, las nuevas condiciones en las cuales se escribiría esta historia exigían prestar una atención especial a los archivos. El historiador o la historiadora debía salir en su busca. El CH2GM se preocupaba en particular por la suerte de los archivos que no eran de origen público y tampoco orales como, por ejemplo, los de los movimientos clandestinos y campos de concentración, a cuya recolección se dedicó. El secretario del CH2GM, Henri Michel, explicaba:

Los historiadores de la Resistencia se vieron en la necesidad de efectuar una verdadera concentración vertical de la investigación histórica; no podían limitarse a trabajar sobre materiales ya acumulados; resultaba imperioso realizar en conjunto la prospección y la clasificación de la documentación, ser a la vez encuestadores, archivistas, bibliotecarios e investigadores, poner constantemente al día sus conocimientos a medida que los documentos revelaban nuevos aportes.125
Los historiadores judíos –Friedmann en Múnich, pero también Léon Poliakov y Michal Borwicz en el Centre de documentation juive contemporaine de Francia– insistían en lo mismo: había que “salir a la caza de los documentos”: archivos públicos, testimonios, resultados de pesquisas y encuestas, archivos de los juicios.126 Y distinguir las fuentes enemigas, judías o amigas, así como los archivos procedentes de los instigadores nazis, los colaboracionistas y los testigos. En la más pura tradición erudita, Borwicz abogaba también por el estudio diplomático de las fuentes emanadas de regímenes represivos. Pues éstos habían exagerado, disimulado, desinformado; habían utilizado seudónimos y códigos para sus métodos criminales.

Una situación aún evolutiva desde el punto de vista de las fuentes planteaba el carácter eminentemente revisable de los conocimientos elaborados, vinculado a su condición muy reciente. ¿Obligaba ello a postergar la investigación? Indirectamente, los historiadores testigos de la Segunda Guerra Mundial volvieron a poner en cuestión el dogma de la distancia temporal que la investigación histórica había hecho suyo al final del siglo XIX. Lucien Febvre, el historiador de los Annales, se pronunció en forma explícita en favor de una historia escrita poco tiempo después de transcurridos los acontecimientos.

En un artículo que apoyaba la creación y el programa del CH2GM, Febvre escribía:

La historia misma está en perpetuo cambio y sólo procede por medio de una sucesión de aproximaciones. […] Los historiadores honestos no deben dejar en la ignorancia de lo que ya puede saberse a un vasto público que exige no esperar su muerte para que se le cuente lo que ha pasado.127
La posición de los historiadores judíos reunidos en París era similar a la de Febvre. Pero ellos insistían en que la historia reciente tenía por contrapartida una mayor exigencia crítica. El historiador debe guiarse “por una elevada idea de imparcialidad, un cuidado escrupuloso de la verdad, basado en piezas irrefutables de archivo y testimonios indiscutibles”. Friedmann replanteaba el contenido de la objetividad:

Cada historia reúne e interpreta los materiales históricos desde su punto de vista específico. […] No existe historiografía incolora. ¿En qué consiste entonces la objetividad del historiador? En que dentro de un marco filosófico, sigue siendo fiel a las fuentes documentarias y no se deja influir por consideraciones de orden pasional, político o personal durante su trabajo de análisis e interpretación.128
En los hechos, tomar partido por escribir la historia de la Segunda Guerra Mundial sin demora no estaba exento de ambigüedades. Por un lado se consideraba que la historia de la Segunda Guerra Mundial sólo podía ser escrita por quienes habían participado en la Resistencia y eran –por decirlo así– historiadores autorizados por el CH2GM (de hecho, en la posguerra, publicaron bosquejos meritorios en torno de varios temas) . Pero al mismo tiempo, el comité insistía en el hecho de que era necesario acopiar materiales “sobre los cuales se realizarían operaciones críticas históricas más adelante”. Además, consciente del carácter sensible y confidencial de los testimonios, prometió a los testigos que sus declaraciones permanecerían cerradas por largo tiempo.129 Lo importante, para esta primera generación, era constituir “buenas” fuentes dando la palabra a los justos; esto permitiría controlar de antemano la historia que se escribiría más adelante.130


Una historia contemporánea científica: el caso de Francia

En tres décadas la historia contemporánea se impone –en cuanto a investigación científica y tema de sociedad– como nunca antes. El pasado reciente se instala en el espacio público. Se instaura una relación dialéctica entre trabajo científico y demanda social sobre el pasado. El concepto de “memoria histórica” adquiere trascendencia y se busca historizar los símbolos y representaciones que la constituían. Sobre esta evolución producto de un Zeitgeist global que afecta a varios continentes, Francia ofrece un punto de entrada ejemplar.

Alrededor de la década de 1970 tomó el relevo una generación de historiadores e historiadoras francesas que, en su mayoría, no habían vivido la Segunda Guerra Mundial. Se propusieron llevar su conocimiento al nivel científico. Al mismo tiempo, la expansión de las universidades y la apertura de los archivos –en Francia por una ley de 1979– constituyeron factores favorables al auge de una historia contemporánea stricto sensu, en la que acontecimiento, historiador y actor son coetáneos. En esas circunstancias se produjo la expansión de una historiografía nacional crítica de un período a la vez dramático y relativamente cercano como lo era en ese entonces la Ocupación y el régimen de Vichy durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). El interés de los historiadores e historiadoras por esos períodos dramáticos y su capacidad de repensar los fundamentos de la historia reciente no fueron sólo cuestión de apertura de archivos. Se movilizaron en la medida en que las sociedades europeas y sus gobiernos cambiaban, nuevas generaciones veían de otra manera la última guerra y comenzaba a abrirse paso (de manera no muy clara aún) la idea de que ese pasado era para nosotros más importante que los otros, porque con él había empezado “nuestro tiempo”.

La historia de la Segunda Guerra Mundial en Francia se había construido como la historia de la Ocupación, la Resistencia y la Liberación. A despecho del verdadero esfuerzo científico realizado por el CH2GM hasta 1980, el público conoció el período de la guerra principalmente a través de las memorias de ex resistentes que se erigían de buena gana en historiadores y constituían una memoria sobre todo local, rebelde a cualquier iniciativa de comprensión crítica. El resultado fue una historia a la vez “prolija y llena de lagunas”, como señaló Jean-Pierre Azéma.131 Esa historia enfrentaba a patriotas franceses y ocupantes alemanes, destacaba el heroísmo y el sacrificio y relegaba a las sombras los desgarramientos políticos entre organizaciones de la Resistencia y los traidores. Se concentraba en la dimensión militar, en desmedro de la resistencia civil, política y humanitaria. A pesar de los grandes clivajes que las atravesaron desde el comienzo de la Guerra Fría, todas las versiones concurrían en alimentar el mito de una Francia unánimemente resistente que había forjado el gobierno de la Liberación.

En esta historia, el gobierno de Vichy y la colaboración seguían siendo un paréntesis.132 Según la explicación de los primeros historiadores, como Robert Aron, los alemanes habían impuesto la colaboración al mariscal Pétain (1940-1944), jefe del gobierno de la “zona libre” con sede en Vichy. Y Pétain había intentado proteger de la mejor manera posible a los franceses mediante una política de doble juego.133 Varios libros aparecidos desde fines de la década de 1960 dieron por tierra esa explicación. El más influyente fue La France de Vichy (1973), de Robert Paxton.134 Éste presentaba un régimen armado de un proyecto político modernizador y una ideología conservadora, que había sido un arquitecto de la colaboración con todas las de la ley. El historiador estadounidense revelaba también la política antisemita de Vichy y su responsabilidad en la Solución Final.

Un punto de inflexión historiográfica estaba en ciernes. En ese contexto, el Institut d’histoire du temps présent (IHTP) reemplazó en 1978 al CH2GM; su misión era poner a la historia de la Segunda Guerra Mundial bajo la lupa científica.135 El recorrido de historiador trazado por Henry Rousso en “La trayectoria de un historiador del tiempo presente, 1975-2000” se identifica en buena medida con el desarrollo del IHTP y los programas de investigación que éste se atribuyó.136 Uno de los aportes de los historiadores e historiadoras reunidos en torno de ese centro –empezando por su primer director, François Bédarida– fue el de haber llevado a la práctica un empirismo metodológico fecundo y haber puesto de relieve criterios simples de la historia del tiempo presente. Algunas de esas premisas son que el acontecimiento y el investigador son contemporáneos, que el acontecimiento dramático del cual se ocupa el historiador es percibido por los contemporáneos como el hecho fundacional de su tiempo y que el presente y el pasado interactúan en el trabajo del historiador o la historiadora de tal forma que la sociedad y lo social están involucrados en este período de su historia.137

La historiografía francesa de la Segunda Guerra Mundial operó en los años ochenta un desplazamiento conceptual de la Ocupación al gobierno de Vichy y la colaboración. Con esta última, los historiadores e historiadoras planteaban la cuestión de las decisiones políticas tomadas por las autoridades de Vichy y sus consecuencias. La nueva generación que abordaba esos temas se sentía pionera: se trataba de pocos investigadores que elegían tópicos no siempre bien vistos en la universidad y penaban por lograr acceso a los archivos de la Segunda Guerra Mundial.

Sobrevino entonces lo imprevisto: “Mientras se gesta una nueva historiografía, las polémicas se multiplican y el tema se instala en el espacio público, para constituir poco a poco un fenómeno social”, escribe Rousso.138 Esa presencia en la actualidad política y los medios tomó desprevenidos a los historiadores e historiadoras que creían que, llegada ya a la era científica, la historia de la Segunda Guerra Mundial iba a sumarse al pasado “pasado” y el tiempo presente por historizar sería ahora la posguerra. Indiscutiblemente, la contemporaneidad de la guerra se desdibujaba con la desaparición de los últimos testigos. Pero el pasado difícil “no pasaba”, porque el público, de manera vaga aún, esperaba explicaciones.

La situación impulsó a los historiadores a participar del debate público suscitado por Vichy y la colaboración.139 En él tomaron conciencia de la “interdependencia [que se establece] entre el trabajo científico y la demanda social” cuando se trabaja sobre la historia del tiempo presente.140 Y asumieron también la responsabilidad social o cívica que acarrea el hecho de trabajar en temas que pesan sobre la conciencia colectiva. Se solicitaba al historiador, por ejemplo, aportar su saber como perito, tanto en la justicia como en comisiones investigadoras.141 En los años noventa se celebraron los procesos a los últimos altos funcionarios del gobierno de Vichy aún vivos: Touvier y Papon, al término de prolongadas batallas procesales. Debido a la incorporación al Código Penal francés de la imprescriptibilidad de los crímenes de lesa humanidad (1994), un acusado ya no era juzgado por sus pares sino mucho tiempo después. Entretanto, el período había sido el objeto de investigaciones históricas. El juez pedía entonces a los historiadores que comparecieran para aportar un contexto histórico que nadie tenía en el momento del proceso.

¿Era posible enunciar una verdad histórica en un tribunal? ¿Y cuál era su estatus?142 El marco del procedimiento penal de los juicios de Trouvier y Papon podía menoscabar la calidad en que se convocaba al historiador a intervenir, señala Rousso (que por esa razón declinó hacerlo). Pues no se lo llamaba stricto sensu como perito; en el derecho francés sólo los médicos pueden ser peritos. Se le pedía que fuera testigo de cargo, citado por el fiscal o por una de las partes civiles. ¿Cómo puede un testigo de cargo defender el punto de vista imparcial del historiador? ¿Y cómo habrá de pronunciarse éste antes de que los otros testigos establezcan los hechos según lo determina el procedimiento judicial a contrario del historiador? ¿Está siquiera en condiciones de intervenir como testigo, habida cuenta de que no ha vivido los acontecimientos?143

Preguntas como esta que se hacía Rousso y algunas otras sobre el método histórico en relación con el método judicial desempolvaron y renovaron una vieja discusión sobre la reconstrucción de los hechos y el establecimiento de la prueba. La participación de los historiadores franceses en los procesos de las décadas de 1970 a 1990 les hizo tomar conciencia de la distancia existente, en otros aspectos, entre las lógicas judicial e historiográfica: los jueces procuran establecer responsabilidades penales, mientras que los historiadores quieren conocer numerosos hechos que no implican responsabilidades. Así como los primeros zanjan la cuestión con su veredicto, los segundos proponen comprender; y si el veredicto es definitivo, el conocimiento, por su parte, es revisable.

El hecho de que Vichy se instalara en el imaginario colectivo francés en el momento en que se elaboraba su historiografía crítica participaba de un fenómeno más vasto, ya mencionado, de las sociedades occidentales en general: el vigoroso retorno del pasado como dador de sentido al presente y al futuro. Junto con algunos otros, el historiador Pierre Nora tuvo la intuición de que el pasado que movilizaba a la sociedad francesa tenía bastante poco que ver con la historia erudita y con los procedimientos para alcanzar el conocimiento crítico del profesional de la disciplina, y más con la “memoria histórica”. Nora observó esa presencia del pasado en la preparación del bicentenario de la Revolución Francesa. Eso le dio la idea de hacer un inventario de los personajes, monumentos, lugares, etc., como otros tantos “sitios de la memoria” (noción tomada de la retórica medieval) a través de los cuales los franceses vivían esa relación con el pasado nacional. El inventario de los sitios de la memoria se escalonó a lo largo de diez años. En el camino, la empresa se convirtió en una historia de la memoria de Francia, una investigación de la manera como habían cobrado forma y evolucionado los símbolos y representaciones que la constituían.144

La repercusión de Les Lieux de mémoire contribuyó a difundir la idea de que la relación de una sociedad con su pasado y el sentido que éste tiene para ella son cosas que cambian con el tiempo y competen a un estudio histórico. Nora se había interesado en el pasado que despertaba la nostalgia de una sociedad obsesionada por la desaparición de los últimos vestigios de vida rural y con el cual los franceses procuraban recrear un lazo vivo. La memoria de Vichy era difícil y despertaba pesar y vergüenza. Se refería a un acontecimiento específico que se confundía con los recuerdos directos o heredados de una gran parte de los franceses. Los “años negros” no invitaban a la celebración sino, antes bien, a una interrogación de los contemporáneos sobre sus padres. El resurgimiento de Vichy también mostraba, como señalaba Henry Rousso, que los momentos de crisis son tal vez los que dejan más huellas en la memoria colectiva.

Las polémicas y revelaciones que se multiplicaban en torno de los “años negros” provocaban en el joven historiador de esos años “la extraña sensación de una presencia cada vez más fuerte del pasado”, en las palabras del propio Rousso para explicar qué lo llevó a escribir Le Syndrome de Vichy (1987).

¿Cómo mantener entonces la necesaria distancia con respecto al objeto de estudio? ¿Cómo permanecer sereno cuando, al salir de los archivos, todavía impregnado de ese diálogo desigual que los historiadores entablan con los actores del pasado y sus palabras de otro tiempo, la actualidad de este período saltaba a la vista en la lectura del primer diario que hubiera a mano, con las palabras e imágenes del presente?145
En paralelo con la historia de Vichy –el acontecimiento mismo– se construía otra, la de su recuerdo o “remanencia”.146 Rousso elige un término científico, remanencia, que significa la persistencia parcial de un fenómeno luego de la desaparición de sus causas (por ejemplo, la imantación que perdura después de haberse retirado el estímulo de inducción magnética). El historiador francés considera el recuerdo de un acontecimiento ocurrido como su parte capaz de durar y resurgir. Pues la impresión causada por el retorno de Vichy en el recuerdo colectivo era tan fuerte que le impuso una suerte de desvío: historizar el recuerdo y la “remanencia” de Vichy, para poder apreciar mejor, a continuación, Vichy como hecho acaecido. En el camino, lo que se había concebido como una propedéutica –abordar el pasado difícil por medio de su “supervivencia activa e identificable”– se convirtió para Rousso en un enfoque específico de la historia. Veinte años después de Le Syndrome de Vichy, no sólo la historia de la memoria tiene derecho de ciudadanía entre los historiadores, sino que, para comprender todo el acontecimiento, se ha hecho habitual abarcar el suceso real y su “posteridad en el imaginario”, sus representaciones.

En “La trayectoria de un historiador del tiempo presente, 1975-2000”, Rousso ha descripto el modus operandi que ideó para historizar la memoria de Vichy.147 Si el acontecimiento parecía resurgir en la conciencia pública en la década de 1980 era porque, durante un tiempo, había desaparecido o se expresaba de otra manera. La hipótesis inicial subrayaba un aspecto más general: la presencia del pasado era algo contingente y evolutivo. La prensa, el cine, los programas de televisión e incluso los trabajos históricos podían verse como vectores de la memoria de Vichy. Con su ayuda, el historiador francés identificó cuatro fases en ese “imaginario del acontecimiento” entre 1944 y 1970.

Le Syndrome… proponía, por otro lado, un tratamiento innovador del acontecimiento. Éste se aprehendía en la media duración e incluía, por lo tanto, el estudio de sus representaciones contemporáneas y el de sus representaciones ulteriores: las secuelas del acontecimiento en el imaginario nacional. Ese tiempo de la memoria estaba abierto porque no podía saberse hasta cuándo el acontecimiento perduraría así a través de su recuerdo, hacía notar Rousso. Por lo demás, luego de Le Syndrome… llegaron Vichy, un passé qui ne passe pas y La Hantise du passé.148

Por otra parte, Le Syndrome esclarecía dos aspectos de la historia de la memoria colectiva.149 El primero concierne a la noción misma de memoria colectiva. La disciplina histórica se había ocupado hasta entonces de la memoria individual, que es la de los testigos a quienes se recurre. Otra cosa era hablar de memoria colectiva, como lo hacían los sociólogos. La cuestión no carecía de inconvenientes. La existencia de la memoria individual es una experiencia que cada quien hace en su conciencia. Pero ¿es lícito pasar de ahí a decir que existe stricto sensu una memoria colectiva, representaciones compartidas por todos?150 La memoria colectiva no puede probarse positivamente; como el inconsciente, estamos limitados a aprehenderla por sus manifestaciones.151 De todos modos, la noción demuestra ser muy útil como postulado, dijeron Rousso y otros, porque permite circunscribir un aspecto importante de una sociedad que es conveniente explicar. Rousso fue también uno de los historiadores que delinearon el terreno donde se sitúa la historia de la memoria: el de las representaciones y lo simbólico, pues lo que se procura reconstruir no es el acontecimiento mismo sino lo que la memoria hace de él con el transcurso del tiempo.


Responsabilidad de los historiadores y ética en España y otros países


Tanto en España como en otros países europeos que atravesaron la Segunda Guerra Mundial y los regímenes autoritarios y represivos que la rodearon, los historiadores han contribuido por sus trabajos al surgimiento de una conciencia histórica y moral en torno del pasado nacional. Luego, se buscó a los historiadores para que actuaran como peritos en temas de reparación y restitución.

En España, el auge de los estudios sobre la Guerra Civil y el franquismo comenzó a principios de la década de 1980, con el restablecimiento de la libertad de expresión dispuesto por los gobiernos de la transición democrática. Esos estudios aprovecharon el punto de inflexión que se producía en materia de historia contemporánea tanto en Alemania como en Francia. “Lo característico de nuestro caso ha sido una temprana conquista para la historia de ese pasado reciente sin complejos”, escribía Javier Tusell.152 Por lo tanto, los historiadores españoles adhirieron de entrada a la idea de que la Guerra Civil había sido el acontecimiento fundador de su tiempo. Fueron inmediatamente conscientes de que escribían una historia de la que eran contemporáneos y que aún era problemática para sus compatriotas.

En todas las regiones se abrieron ámbitos de investigación y la historiografía franquista oficial quedó a un lado. La historia de la represión propiamente dicha desembocó a continuación en la del franquismo como régimen y proceso político.153 La renovación historiográfica española se produjo en el marco de la refundación de universidades democráticas en los años que siguieron a la muerte del general Franco (1975). Las nuevas entidades regionales españolas contribuyeron con eficacia al financiamiento de las investigaciones. Los archivos –sobre todo militares– se abrieron gradualmente. Todo eso estimuló la investigación sobre la represión ejercida por el régimen de Franco en los años que siguieron a la guerra civil.

La vitalidad de estas investigaciones llevadas a cabo en todas las regiones de España son hoy la marca más imponente de una renovación historiográfica que sólo tiene un cuarto de siglo. Particularmente digna de nota fue la voluntad de los historiadores españoles de despojarse de las opiniones partidistas y las explicaciones esencialistas o abstractas en beneficio de una investigación empírica, para examinar con rigor cuestiones precisas y presentar resultados apoyados en pruebas.154 Véase el tratamiento que Santos Juliá reserva a un estereotipo aplicado durante mucho tiempo a la Guerra Civil, a saber, que

la formación histórica de la España moderna se asienta sobre un fondo de violencia latente que aflora a la superficie en momentos de crisis. […] Sería muy cómodo atenerse a este tipo de explicaciones trascendentes, pero, como introducción a un libro que narra sucesos acaecidos en un momento determinado, en lugares y a personas de los que se conoce el nombre, sería un fraude. Bastaría decir: las dos Españas [conservadora y progresista] decidieron arreglar sus cuentas pendientes y, conociendo su historia, lo hicieron de la manera que se podía esperar o temer: matándose a mansalva. Con eso, la naturaleza específica de la guerra de 1936 se perdería en un genérico carácter español.155
Mientras los historiadores se ponían a trabajar sin demora, el público no volvió de inmediato al pasado difícil. Éste, empero, había sido largo y doloroso: ¡una guerra civil y cuarenta años de dictadura! En 1980, la Guerra Civil se confundía con la memoria del 30% de los españoles y varias generaciones habían crecido bajo el franquismo. Al trazar en 1988 un primer balance de los ámbitos de investigación abiertos simultáneamente en todas las regiones, Julio Aróstegui podía advertir una “ausencia de presión social”.156 ¡Qué contraste con Alemania, donde en esos mismos momentos se desplegaba la querella de los historiadores, y con Francia, que hacía comparecer ante la justicia a las últimas autoridades de Vichy aún vivas!

El pasado de la guerra y de Franco representaba varios estratos de memoria superpuestos que, mal o bien, habían debido digerirse a medida que pasaba el tiempo. La idea de un espectro de la guerra que pesaba sobre tres generaciones no se compadecía mucho con la realidad. El franquismo posterior a 1960 había producido un corte con respecto a los años de guerra y de represión feroz. Cambios culturales profundos también habían afectado la sociedad española. “Quienes vivieron la transición como generación activa no habían sufrido la Guerra Civil”, señala Julio Aróstegui.157 Por último, a partir de 1977, el acceso a una democracia moderna y a la integración a Europa movilizaron más a la gente. La ley de amnistía aprobada en ese mismo año 1977 señalaba una fuerte señal en la misma dirección del olvido por parte de casi todas las fuerzas políticas democráticas.

España mostraba que un prolongado pasado difícil que estuvo enterrado en las conciencias, generación tras generación, no resurgía forzosamente porque desaparecieran el hombre que lo encarnaba y la censura sobre lo que había hecho. El trabajo de los historiadores, pues, precedió al debate público sobre la materia, eludido por el “pacto de olvido” que había caracterizado a la transición.158 En un primer momento, la memoria social de la Guerra Civil y del franquismo no condicionó la historización crítica del período 1936-1975. Esta memoria sólo despertó en medio de la década de 1990, luego de veinte años de democracia. Hoy los nietos y bisnietos de quienes vivieron la guerra de España quieren conocer el destino de tantos desaparecidos: las fosas clandestinas de la Guerra Civil, los encarcelamientos masivos de los primeros años del franquismo.159

Julián Casanova, uno de los historiadores que contribuyó al auge de la nueva historia crítica de la represión, constata:

Durante las dos primeras décadas de la transición, desempolvar ese duro pasado fue tarea casi exclusiva de un variado grupo de historiadores que revelaron nuevas fuentes, discutieron sobre las diferentes formas de interpretarlo y abrieron el debate a la comparación con lo que había ocurrido en otras sociedades. Esas investigaciones, difundidas en círculos universitarios, en congresos científicos, libros y revistas especializadas, modificaron y enriquecieron sustancialmente el conocimiento de ese largo periodo de la historia contemporánea de España, pero sus tesis y conclusiones no llegaban a un público amplio y rara vez interesaban a los medios de comunicación. […]

Todo eso empezó a cambiar desde la segunda mitad de los años noventa, cuando salieron a la luz hechos y datos novedosos y contundentes sobre las víctimas de la Guerra Civil y de la violencia franquista. Aparecieron, como consecuencia del descubrimiento de ese pasado oculto […] nuevos fenómenos. Uno era una desconocida dimensión social del recuerdo, mal llamado casi siempre memoria histórica. Descendientes de esas decenas de miles de asesinados, sus nietos más que sus hijos, se preguntaron qué había pasado, por qué esa historia de muerte y humillación se había ocultado, quiénes habían sido los verdugos y, en aquellos casos donde las víctimas no habían sido identificadas o se habían dado por desaparecidas, querían además saber dónde estaban enterradas.160

La historia oral y los periodistas dan hoy la palabra a los testigos del franquismo para que hablen de los sufrimientos callados y los compromisos forzados, en una avalancha de publicaciones. El punto de inflexión de la década de 1960, tal como la sociedad española lo vivió en el marco cotidiano, ha sido hace poco objeto de una serie televisiva –Cuéntame– que batió todas las marcas de audiencia durante dos años consecutivos.

El caso español muestra que la investigación sobre el pasado reciente y la significación social asumida por éste no son forzosamente sincrónicos (como fue el caso en la Francia de los años ochenta). La idiosincrasia y coyuntura política nacional son lo que hace presente o no, en un momento determinado, el pasado cercano y difícil. Ese timing propio de la memoria histórica española invita a mirar la actitud del Estado en ese ámbito. La transición española no tuvo, por así decirlo, política de la memoria en el plano simbólico. Las medidas tomadas por los primeros gobiernos democráticos se refirieron a las reparaciones otorgadas a diversas categorías de víctimas (por ejemplo, la entrega de pensiones a los funcionarios políticos, administrativos y militares republicanos). En los albores del siglo XXI, las cosas cambiaron. Así, en 2000 una ley autorizó la búsqueda de sepulturas clandestinas y la exhumación de los cuerpos para las familias que lo solicitaran. En toda España, asociaciones “por la recuperación de la memoria histórica” tomaron a su cargo la identificación de las personas desaparecidas y de las circunstancias de su muerte, así como la localización de las tumbas.161

En su despertar, la memoria se apoyó efectivamente en las investigaciones realizadas por los historiadores españoles desde unos veinte años atrás. La memoria se alimentó de una obra en particular: Víctimas de la Guerra Civil (1999), en la cual Santos Juliá y sus colegas Julián Casanova, Josep María Solé i Sabaté, Joan Villarroya y Francisco Moreno presentan, región por región, una síntesis de los conocimientos sobre la cantidad de víctimas y las circunstancias y los lugares de las ejecuciones sumarias y las inhumaciones clandestinas.162 Convertido en éxito de ventas, el libro de Juliá y sus colegas contribuyó a anclar la memoria histórica en esas cuestiones. Los historiadores siguen afinando sus investigaciones sobre las víctimas ejecutadas y desaparecidas y también sobre los detenidos: vale decir, sobre el núcleo duro de la violencia.163 Al mismo tiempo, muchos apoyan los esfuerzos de sus descendientes en busca de sus huellas.

La memoria de la Guerra Civil y el franquismo no da señales de “pasar” tan rápido. En Salamanca, desde hace diez años se producen manifestaciones reiteradas para impedir la devolución a Cataluña de los llamados “papeles de Salamanca” concernientes a la Generalitat. En 1970 –por lo tanto aún bajo el franquismo–, esos fondos habían sido depositados en el Archivo General de la Guerra Civil española. Las autoridades franquistas, deseosas de obtener información sobre los republicanos que pudiera ser utilizada para fines represivos, reunieron en esa ciudad los archivos confiscados durante la guerra a las municipalidades, sindicatos, etc., tanto de Cataluña como del resto de España.164 Cataluña marcó la tónica; el pedido de devolución se extendió a otras comunidades autónomas españolas.

El caso de los papeles de Salamanca suscitó un enorme debate en los medios y entre archivistas, historiadores y defensores de la memoria. El resultado es un nuevo paso dado en la política de la memoria: la creación de un Centro de la Memoria que recolectará los documentos que los exiliados dispersaron por el mundo –“desde Moscú hasta Chile”, dice un artículo–, así como los que esas comunidades de la diáspora produjeron a su turno.165 Y se prepara otra medida: el gobierno español acaba de presentar un proyecto de ley sobre la rehabilitación individual de las víctimas asesinadas durante la guerra por el campo franquista. El mismo proyecto de ley contempla además la supresión de las placas, monumentos, símbolos o topónimos ligados al franquismo que aún existen en los edificios y servicios públicos de muchas localidades.166

En Europa, de manera general, el público manifiesta un interés sostenido por la Segunda Guerra Mundial: éxito de las obras sobre el tema, reedición de novelas y memorias de la época. Memoria histórica e historiografía van a la par: el nazismo y los regímenes de colaboración u ocupación durante la Segunda Guerra Mundial es la parte más trabajada de las respectivas historias nacionales.167 Lo mismo se puede observar en España con la Guerra Civil y el franquismo que apasiona tanto al público como a los historiadores. La persistencia de la guerra –mundial o civil– y su violencia en la memoria histórica ha sido acompañada por una sensibilización a las cuestiones morales planteadas por ese pasado. Como ha escrito François Bédarida: “El retorno de la ética se conjuga con el retorno de la memoria”.168

Tomemos el caso de los españoles del que acabamos de hablar: los papeles de Salamanca son, dicen, “los archivos del mal”, y la “ley de memoria histórica” proyectada prevé la “rehabilitación moral” de las víctimas del franquismo. Se escrutan en forma retrospectiva las decisiones tomadas por individuos e instituciones nacionales en las circunstancias en que los ponía la guerra, y las consecuencias de su valor o su pusilanimidad para quienes los rodeaban.169 “Esta sensibilidad retrospectiva”, escribe Henry Rousso, se alimenta “de la idea de que las culpas del pasado en el registro del antisemitismo y el racismo no pueden beneficiarse con la prescripción en el plano moral, sino en el plano jurídico”.170 El lugar ocupado por la dimensión moral del pasado difícil es tal vez una de las claves de su presencia duradera en las sociedades europeas.

Esas preguntas cristalizan en torno de la persecución de los judíos. El acontecimiento que constituyó en Polonia, hace cinco años, la aparición de Neighbors, libro de Jan T. Gross, historiador estadounidense de origen polaco, es revelador en ese sentido.171 En su estudio de la controversia suscitada por el libro, Antony Polonsky y Joanna B. Michlic escriben:

El debate provocado por la publicación del libro de Jan Gross Sàsiedzi: Historia zaglady zidowskiego miasteczka (Sejny: Pogranicze, 2000) y su traducción inglesa, Neighbors: The Destruction of the Jewish Community in Jedwabne, Poland (Princeton: Princeton University Press, 2001), ha sido el más prolongado y de mayor alcance entre todas las discusiones sobre la cuestión judía en Polonia desde la Segunda Guerra Mundial. También es probablemente el examen más profundo de una cuestión social desde el final del régimen comunista en 1989 y el establecimiento de un sistema político pluralista y democrático.172

El libro relata la masacre brutal de los judíos cometida por sus vecinos en una aldea de Polonia oriental, en el momento de la invasión alemana de julio de 1941. Neighbors aceleró una revisión iniciada en el público polaco algunos años antes sobre las conductas y las víctimas de la guerra. En el centro del debate estaba la cuestión judía. La comunidad judía de Polonia era la más importante de Europa. El 90% de ella murió en el Holocausto, y los alemanes ubicaron los principales campos de la muerte de todo el continente en ese país. Con Neighbors, la guerra ya no aparecía únicamente como la espantosa represión y hecatombe sufrida por los polacos de pura cepa, cosa que, sin embargo, fue más allá de toda duda. También llevó a las víctimas a convertirse en verdugos, dice el autor. Jedwabne exponía en forma brutal la otra cara de una sociedad sometida al ocupante: un estado de descomposición moral que hace aceptable la brutalidad contra el otro y desencadena un antisemitismo muy difundido en Polonia en el período de entreguerras (al igual que en otros países de Europa Oriental).173

La profunda emoción provocada por la salida de Neighbors en Polonia se manifestó en centenares de programas y artículos (basta con buscar “Jedwabne” en Google para hacerse una idea). Pero también en gestos oficiales: perdón pedido por el presidente de la república, así como por la Iglesia católica, a los judíos de Polonia; reapertura de los expedientes del proceso sustanciado en la posguerra a algunos de los culpables, e investigaciones históricas y excavaciones realizadas por el Instituto de Rememoración Nacional.174 Al asistir en Jedwabne al acto por el sexagésimo aniversario de la masacre, el 10 de julio de 2001, el presidente de Polonia se expresó en estos términos:

Gracias al gran debate nacional alrededor de este crimen de 1941, mucho ha cambiado en nuestra vida en 2001. […] Hemos llegado a comprender que somos responsables de nuestras actitudes en las páginas negras de la historia. Hemos entendido que quienes aconsejan a la nación olvidar ese pasado sirven mal a la nación. Esa actitud conduce a la autodestrucción moral. […] Expresamos nuestro dolor y nuestra vergüenza; damos voz a nuestra decisión de procurar conocer la verdad, nuestro valor para superar un pasado maligno.175
La pregunta ética a propósito del pasado se refiere asimismo a la conducta de los estados, su incumplimiento de la protección que debían a sus nacionales. Ya no es hora sólo de la toma de conciencia sino de las reparaciones, se ha hecho notar. Los gobernantes y con frecuencia las instituciones nacionales piden perdón, en nombre del Estado, a las víctimas y los sobrevivientes.176 “Sí, la locura criminal del ocupante fue secundada por franceses”, declaró el presidente de la República Francesa, Jacques Chirac, en un discurso pronunciado en 1995 durante la conmemoración de las primeras grandes redadas de judíos llevadas a cabo por la policía francesa, etapa inicial del camino que llevaría a la deportación.

Esas iniciativas recogen un vasto consenso en la opinión pública. Lo mismo que las investigaciones oficiales realizadas en varios países europeos sobre los despojos y saqueos efectuados durante la Segunda Guerra Mundial con que se beneficiaron, además del ocupante, los estados y buena cantidad de empresas e individuos. Esas investigaciones ponen en marcha procedimientos de restitución e indemnización que se inscriben en línea directa con las reparaciones morales. Así, una comisión trabajó durante tres años (1997-2000) “sobre las condiciones en las cuales los bienes muebles e inmuebles pertenecientes a los judíos de Francia fueron confiscados o, de manera general, adquiridos a través del fraude, la violencia o el dolo, tanto por el ocupante como por las autoridades de Vichy, entre 1940 y 1944”.177

Otro país ocupado durante la Segunda Guerra Mundial, Holanda, participa de este esfuerzo crítico en relación con su pasado.178 El problema para la conciencia nacional es ante todo la persecución de los judíos holandeses, pero también el robo de sus bienes. Varias comisiones evaluaron las insuficiencias de las restituciones dispuestas en la posguerra y fijaron las bases más justas en función de las cuales debían retomarse. Esas restituciones conciernen sobre todo a las obras de arte robadas a los coleccionistas y marchantes judíos e incorporadas a las colecciones nacionales luego de 1945, como sucedió asimismo en otros países europeos orgullosos de sus museos y sus cuadros. En los grandes diarios de Europa podemos leer en estos tiempos un aviso publicado por el gobierno holandés y referido a la fecha límite de presentación de las demandas de restitución de “bienes culturales saqueados durante la Segunda Guerra Mundial”.179 “Es una inmensa pérdida para algunos de nuestros museos –ha señalado un miembro del gobierno holandés–, pero la devolución de esas obras es una decisión moral que se imponía”.180

La emergencia de esta “memoria moral” da testimonio de la revisión profunda que ha experimentado la representación de la Segunda Guerra Mundial en los países europeos.181 La historiografía acompañó e impulsó a la vez esa evolución. En condiciones ya mencionadas para el caso francés, se pasó, en efecto, de una historia centrada en los movimientos de resistencia al examen de la gama de decisiones y actitudes adoptadas por individuos e instituciones puestos en las circunstancias inéditas de la guerra y la ocupación. Estudios y libros destinados al gran público ponen de relieve los casos de colaboración activa con el ocupante en la persecución de las víctimas y el saqueo de sus bienes, pero también señalan a los “justos”, héroes con frecuencia anónimos que ocultaron o ayudaron a los judíos de diversas formas.

Para echar luz sobre episodios de la Segunda Guerra Mundial que siguen siendo confusos y cuyas secuelas agitan a la opinión pública, el gobierno recurre a comisiones de expertos, entre quienes se cuentan los historiadores.182 Citaremos, al respecto, la Comisión Independiente de Expertos: Suiza-Segunda Guerra Mundial (llamada Comisión Bergier), que entre 1997 y 2002 pasó por el tamiz las relaciones helvéticas con el Tercer Reich y las potencias del Eje entre 1933 y 1945, luego de que su estatus de país neutral hubiera puesto a la Confederación Helvética, durante mucho tiempo, al abrigo de las sospechas.183


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Antes de volver a América Latina, con la tercera parte de este trabajo, recordemos los principales aspectos que han sido examinados hasta ahora. En principio, historizar el pasado vivo consiste en escribir acerca del pasado cercano del que muchos se acuerdan, un pasado que a su vez es complicado y, por esa razón, sigue preocupando a la sociedad. El escaso tiempo transcurrido desde los hechos confiere a los historiadores ciertos privilegios pero también desventajas en la aplicación de un método histórico que permanece en sus principios. Y el hecho de que el pasado sea complicado replantea las preguntas formuladas por los historiadores alemanes del nazismo hace un cuarto de siglo: ¿cuál es el lugar del juicio ético en la historia crítica que escribimos? Y de esta historia, ¿qué parte puede pasar a la conciencia histórica que una sociedad se forma de su propio pasado?

Hemos recordado a continuación que, con frecuencia, es luego de grandes rupturas nacionales cuando los historiadores se interesan particularmente por el pasado reciente. Porque al salir de sucesos turbulentos, todos –incluidos los historiadores y las historiadoras– esperan sin demora explicaciones sobre lo que ha ocurrido. Por fin, hemos apuntado que los grandes acontecimientos del siglo XX, que son la Guerra Civil española y la Segunda Guerra Mundial, son percibidos por las sociedades europeas como fundantes de la historia de su tiempo. De una cierta manera, forman parte de la “memoria histórica” de las personas. Alrededor de estos sucesos se ha operado la refundación de una historia contemporánea crítica pero también atenta a la dimensión presentista y moral de su sujeto tanto como a la responsabilidad que importa para los historiadores y las historiadoras.



III. LA PRESENCIA DEL PASADO EN AMÉRICA LATINA HOY: FORMAS Y FUENTES

Como sus colegas europeos de posguerra o sus predecesores sudamericanos de mediados del siglo XIX, los historiadores e historiadoras de la región tratan hoy el pasado vivo; incluso muchos de ellos han vivido los acontecimientos que estudian. Recordemos que la refundación de la democracia por un gobierno de transición tras el período de violencia política tiene un poco más de veinte años en el caso de la Argentina, quince en Chile, cinco en el Perú.184 Hay una gama de instituciones públicas y actores en la sociedad civil que administran el recuerdo y las secuelas del pasado difícil o se esfuerzan por conservar sus huellas. El pasado está en la actualidad política y el recuerdo social; está en los archivos que salen a la luz a la vez que en los recuerdos íntimos y los círculos restringidos. Y si hoy, en Europa, el pasado de la Segunda Guerra Mundial no pasa o ha vuelto, en América Latina sigue siendo “un tema central del presente”, como se ha escrito a propósito de la Argentina.185 Esta presencia del pasado –“la memoria”– nos interesará aquí en cuanto incide de manera concreta y multifacética en el trabajo de los historiadores.


Comisiones de la verdad y juicios en los tribunales


Hoy en la región, la promoción de la verdad sobre el pasado y la conservación de su memoria están íntimamente ligadas a la defensa de los derechos humanos y al fortalecimiento de una democracia recuperada. Esta política se plasma en dos hechos de mucha relevancia para la disciplina histórica en tanto aportan explicaciones y pruebas acerca del pasado reciente: la institución novedosa de la comisión de la verdad y la actividad de la justicia penal contra los culpables de violaciones a los derechos humanos.

La transición política hacia la democracia planteaba una exigencia moral de verdad, situación que no se advierte sólo en América Latina. A la observación de un periodista peruano en 2001: “La democracia abre las tumbas”, responde la de un defensor marroquí de los derechos humanos, en la misma época: “Crear un estado de derecho es explicar lo que sucedió”.186 La creación de las comisiones de la verdad es sin duda el momento en que los gobiernos de transición abrazaron con mayor claridad una obligación de verdad con respecto al pasado. Inauguró lo que el jurista Juan Méndez ha llamado una “fase de la verdad”.187 Por intermedio de una comisión investida de la autoridad del Estado, éste se comprometía a mostrar la verdad sobre “lo ocurrido”, a escuchar para ello con compasión a las víctimas de todos los sectores y a reconocer su propia responsabilidad en lo que les había sucedido.188

Las comisiones de la verdad reúnen a personalidades procedentes de diversos sectores de la sociedad, de competencias reconocidas y merecedoras de la estima pública. Los miembros de esos organismos empeñan su palabra con respecto a la verdad que su informe final establece de manera oficial. Y comprometen al mismo tiempo al Estado: “Éstos son los hechos que nadie puede desconocer”, dijo el presidente Aylwin al presentar públicamente el informe de la comisión chilena, en 1991. Mediante sus recomendaciones, esas comisiones trazan el camino que con posterioridad habrá de seguirse en la gestión pública del pasado. La publicación del informe final pone en marcha, por añadidura, un complicado proceso de asimilación social de la verdad que aún está vigente.

La Argentina fue pionera con la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (o CONADEP, 1983-1984). A la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación de Chile (o Comisión Rettig, 1990-1991) se debe la introducción del término “verdad”, que luego se usó en forma generalizada. El último de estos organismos, la Comisión de la Verdad y Reconciliación del Perú (o CVR, 2001-2003), llevó a cabo un trabajo de gran amplitud. Estas tres comisiones sudamericanas y las establecidas en América Central (la Comisión de Esclarecimiento Histórico de Guatemala, 1997-1999, y la Comisión de la Verdad para El Salvador, 1992-1993) se cuentan entre las comisiones “históricas” de la verdad a escala mundial.189

El carácter singular de cada informe final es evidente. Está ligado al mandato y la composición de la comisión, a las circunstancias políticas en las que ésta se desenvolvió, a la etapa en que se encontraba por entonces la reflexión sobre las instituciones y los procesos transicionales a escala planetaria, etc. No obstante, pueden ponerse de relieve algunos rasgos comunes a las comisiones y que interesan particularmente a los historiadores e historiadoras (puesto que ése es, recordémoslo, nuestro objetivo aquí). En primer lugar, el informe de una comisión de la verdad constituye con frecuencia la primera historia general de la represión que se haya escrito.190 El período abarcado puede ser extenso: treinta y seis años en Guatemala, veinte en el Perú, diecisiete en Chile. La verdad expuesta es a la vez global e individual. El informe documenta el funcionamiento de una organización del terror y su evolución a lo largo de los años. Demuestra que no se trató de excesos aislados sino de “atrocidades sistemáticas” cometidas por organismos ilegales. Por otra parte, identifica a las víctimas (cosa que se hizo en forma exhaustiva en el caso de los ejecutados políticos y detenidos desaparecidos en Chile). Documenta en detalle los lugares y las circunstancias de las violaciones y califica estas últimas. Y, last but not least, cuantifica un gran número de las informaciones reunidas.

Las comisiones de la verdad pertenecen a la categoría internacionalmente reconocida de las comisiones no judiciales de investigación. Establecen casos en que se pudo comprobar que existían violaciones al derecho internacional de los derechos humanos. Los juristas peruanos Javier Ciurlizza y Eduardo Gónzález explican:

Los hechos que debe estudiar la CVR constituyen crímenes y violaciones de los derechos humanos, por lo que lo pertinente y fundamental resulta acopiar material probatorio alrededor de “casos”, reconstruyéndolos adecuadamente para identificar víctimas y perpetradores.191
En este marco parajudicial, destaquemos el valor del “método inductivo” de las comisiones para llegar a la verdad. En el Informe Rettig se lee:

Desde el conocimiento de estas situaciones particulares se fueron induciendo lo que en el presente texto se llama generalizaciones y que tienen por objeto descubrir las características globales de lo ocurrido en cada uno de los períodos estudiados.192
En otras palabras, la comisión chilena reconstituyó el proceso de la violencia a partir de una investigación empírica, sobre la base de los hechos que ella misma puso gradualmente de manifiesto. Este método inductivo es también reconocible en la elaboración de una cronología de la violencia política reciente en el Perú, llevada a cabo por los historiadores de la Comisión de la Verdad peruana, como lo hemos señalado en la primera parte de este trabajo.

Su búsqueda de objetividad hace también del informe de una comisión de la verdad una referencia duradera para los historiadores.193 La comisión, escribe Juan Méndez en “El derecho humano a la Verdad. Lecciones de las experiencias latinoamericanas de relato de la verdad”, debe aspirar a producir una “verdad compartida”:

No debe amilanarse ante la necesidad de hacer este análisis [de los hechos], debe intentarlo con la humildad de saber que los acontecimientos históricos nunca pueden “zanjarse”, dado que siempre están expuestos a interpretaciones renovadas con nuevas herramientas analíticas. La aspiración debe consistir en desplegar una serie de datos y análisis susceptibles de resistir las presiones del tiempo y el olvido y erigirse como una barrera contra quienes quieran reescribir la historia falsificando la crónica. Si ésta es, a través de ese proceso, un importante aporte al conocimiento y la comprensión, las interpretaciones antagónicas de los sucesos, y las ideas correspondientes acerca de lo sugerido por ellas en cuanto opciones políticas, pueden partir del plano más elevado de una historia compartida.
Un cuarto de siglo separa la CONADEP, primera comisión de la verdad exitosa en América Latina, de la Comisión de la Verdad y Reconciliación del Perú que fue la última. En este lapso de tiempo, el derecho internacional ha progresado mucho especialmente en procura del reconocimiento de los derechos de las mujeres como parte integrante de los derechos.194 En la década de 1990, la violencia sexual fue objeto de una categorización jurídica como una forma de tortura y se demostró que en algunos casos su práctica había sido sistemática y había afectado en forma desproporcionada a las mujeres en comparación con los hombres.

En “El reto de incorporar una perspectiva de género en la Comisión de la Verdad y Reconciliación del Perú”, la abogada Julissa Mantilla da a conocer esta evolución del derecho de la que la comisión del Perú se valió y promovió aún más con sus propios trabajos.195 La abogada peruana describe, por otra parte, los métodos ideados por la línea de género de la Comisión de la Verdad para tener acceso a las mujeres, comenzando por la formación de equipos de encuestadores compuestos por hombres y mujeres en números similares.

“Sin la verdad de las mujeres, la historia no estará completa”, es el lema incluido en los folletos difundidos por la Comisión de la Verdad peruana para describir el método adoptado para recoger sus testimonios.196 De las instrucciones de la comisión a sus funcionarios citadas por Mantilla se puede extraer una lección de orden epistemológico para la investigación histórica sobre los medios para establecer una “verdad más completa”:

Tener siempre presente la manera diferente en que la violencia se vivió y se sigue viviendo por hombres y mujeres. […] Preguntarse […] si nuestras conclusiones y alcances pueden generalizarse o si es menester hacer una diferencia en virtud de si son hombres o mujeres las personas involucradas, reconocer la existencia de roles tradicionales de género que no deben predeterminar la orientación de nuestra investigación (mujer: madre, esposa; hombre: padre, jefe del hogar) pero sí ser identificados y reconocidos a lo largo del trabajo, y finalmente, diferenciar por sexo los resultados estadísticos.
Hay otra evolución que se ha producido en las comisiones de la verdad y que interesa sumamente a los historiadores e historiadoras: las perspectivas de la historia y de las ciencias sociales han venido integrándose en sus métodos de trabajo para llegar a la verdad; ya no se apela solamente a la lógica jurídica. De manera general, la incorporación de una lógica histórica permite a la comisión de la verdad examinar un registro de factores y causas mucho más amplio. El estudio histórico de la violencia ya no se reduce sólo al contexto de las violaciones cometidas sino que resulta otra manera de llegar a la verdad, un elemento de explicación de lo que ha ocurrido con peso propio. Al mismo tiempo, la reconstrucción de casos –que hasta aquí operaba solamente de acuerdo con reglas jurídicas– es a partir de ahora también el objeto de estudio de la antropología y de la microhistoria.

La evolución que se ha producido a este respecto desde la Comisión Rettig chilena y la Comisión de la Verdad y Reconciliación peruana es reveladora. Siguiendo a la comisión chilena, los juristas de la comisión peruana veían inicialmente en la historia sólo el “marco” de los casos de violación:

El contexto histórico, aunque importante, debe reconstituirse sólo en tanto es relevante para demostrar la responsabilidad penal de los presuntos responsables. Para este enfoque, la CVR debía seguir el ejemplo de la Comisión de la Verdad y Reconciliación chilena, concentrado en la “verdad jurídica”.197
Ciurlizza (quien fue secretario ejecutivo de la comisión peruana) relata cómo durante los primeros meses de funcionamiento de la comisión, el equipo jurídico tuvo que dialogar con sociólogos, antropólogos, historiadores, politólogos y filósofos para alcanzar un clivaje potencial y llegar a un acuerdo acerca de las diferentes aproximaciones que se emplearían en forma concurrente para llegar a la verdad:

Enfocar la violencia […] representó para la CVR un considerable esfuerzo analítico que no podía ser asumido por una sola disciplina o con personas que provenían de una única experiencia profesional. […] La repuesta analítica que está incluida en el Informe Final proviene de un amplio ejercicio multidisciplinario, en el cual todos aprendimos mucho de aquellas materias que no dominábamos.198
Señalemos al respecto que la Comisión de Esclarecimiento Histórico de Guatemala fue la primera en ampliar sus perspectivas a nuestra disciplina.199 En “La experiencia de un historiador en la Comisión de Esclarecimiento Histórico de Guatemala”, Arturo Taracena Arriola menciona la coexistencia de esta lógica histórica con la propiciada por los defensores de los derechos humanos en el seno de la comisión. Estos últimos, que trabajaban sobre el terreno, privilegiaban la escucha de las víctimas y el carácter masivo de las violaciones cometidas. Esto los llevó a priorizar la segunda fase del conflicto (a partir de 1980), que afectó sobre todo a las comunidades indígenas. Los historiadores, por su parte, procuraban explicar el desarrollo del conflicto. Advertían, por ende, la necesidad de remontarse a los inicios de la guerrilla tanto en la región ladina (criolla) como en la zona indígena.

Después de las comisiones de la verdad, los juicios a las violaciones de los derechos humanos también han contribuido a la verdad sobre el pasado difícil. La verdad de la justicia ha avanzado con distintos ritmos y en unos países más que en otros. Las comisiones de la verdad no hicieron sino aplicar, con respecto a las víctimas, una medida elemental de justicia y compasión consistente en señalar el mal cometido contra el derecho. En una primera instancia, era menester compensar las carencias de una institución judicial corrupta y debilitada por los años de violencia. Pero en los tres países de la región el tiempo pudo más que las amnistías decretadas por gobiernos inconstitucionales y el establecimiento de la verdad desembocó en el procesamiento judicial de los culpables.200

En la Argentina, la CONADEP fue, en efecto, la antesala de la justicia: durante el año que siguió a la publicación del informe Nunca más, los expedientes de la comisión permitieron a la justicia instruir casi setecientos casos de desapariciones forzadas en algunos meses. De ese modo fue posible presentar a centenares de testigos.201 El juicio a las juntas militares se celebró en 1985, como el presidente Alfonsín había prometido a sus votantes. Cinco miembros de las tres primeras juntas fueron condenados. En Chile, el mantenimiento del ex dictador a la cabeza del Ejército hasta 1998 hizo difícil la acción judicial hasta entonces, si bien el coronel Manuel Contreras, temido jefe de la policía secreta (DINA) y su asistente el coronel Pedro Espinoza fueron condenados en 1995.

La Comisión de la Verdad del Perú es la que pudo trabajar con mayor claridad en la perspectiva de dar curso a ulteriores causas penales cuando había razón para ello. En su informe se pronunció por la ilegalidad de la amnistía decretada por Fujimori y la necesidad de procesar a los culpables.202 En unos cincuenta casos de violaciones de los derechos humanos se presentaron a la justicia los elementos que permitían identificarlos.203 En marzo de 2006 los tribunales peruanos pronunciaron una primera sentencia histórica. Sin embargo, el clima de incertidumbre que se vive actualmente en el país debe mucho a la falta de voluntad política para procesar a los responsables de la violencia reciente.

La justicia sigue su marcha en nuestros días en la Argentina. Centenares de procesos iniciados en 1984 prescribieron a raíz de la promulgación de las leyes que limitaban las acciones penales al fijarles una fecha de caducidad (“ley de Punto Final”, 1986) y restringir considerablemente el principio de responsabilidades vigente (“ley de Obediencia Debida”, 1987). Más adelante, varias centenas de indultos presidenciales (1990-1991) dejaron en libertad a miembros de las juntas militares que aún cumplían condena.204 Pero en 2003 se anularon las leyes sancionadas en 1986-1987, y desde entonces se reabrieron varios cientos de causas.

En Chile, la ley de amnistía promulgada en 1978 abarcaba casi todos los “hechos delictuosos” cometidos entre el 11 de septiembre 1973 y 11 de marzo 1978.205 Y se mantuvo en vigencia, ya lo hemos recordado, mientras el ex dictador retuvo el cargo de jefe del Ejército. En 1998 la situación cambió. En octubre, la detención de Pinochet en Londres actuó como catalizador de cambios que ya estaban en preparación: en efecto, un mes antes la Corte Suprema había decidido aceptar la interpretación de la desaparición forzada como secuestro permanente. La figura del “secuestro permanente” ha sido cada vez más invocada por la justicia chilena para no aplicar la amnistía y procesar judicialmente a los culpables de esas desapariciones.206 En los casos de desapariciones forzadas y ejecuciones extrajudiciales, las decisiones de la jurisprudencia acercan de manera gradual el derecho interno a la normativa internacional de imprescriptibilidad. En 2006, los miembros retirados de las Fuerzas Armadas que están procesados por violaciones de los derechos humanos son casi quinientos.207

El conocimiento del pasado aportado por la justicia está evidentemente centrado en los hechos calificados de delitos punibles por la ley y los autores que la justicia considera penalmente responsables. Dentro de estos límites, el trabajo de los jueces interesa a los historiadores porque esclarece crímenes del pasado cuyas pruebas establece con el rigor y la objetividad del procedimiento judicial.208 Hay otro aspecto significativo: son crímenes de extrema gravedad por los cuales la justicia en la región tiende hoy a aplicar cada día más la normativa internacional de imprescriptibilidad de los crímenes de lesa humanidad. El tiempo transcurrido ya no parece ser un obstáculo para investigar las violaciones pasadas mientras las víctimas y los culpables aún están con vida. Casos que habían sido archivados se reabren.209 Las fotos publicadas en los medios de prensa de militares argentinos o chilenos de alto rango que están llamados a comparecer ante la justicia ya muestran a ancianos.

“Memoria no admite punto final”, titulaba hace poco un diario luego de que la presidenta de Chile hubiera manifestado su voluntad de no cerrar el expediente del pasado hasta que se hiciera justicia.210 Si esta tendencia se confirma en el futuro, el trabajo de los jueces será ocuparse de hechos cada vez más alejados en el tiempo y que habrán podido ser objeto de estudios históricos antes de ser llevados a los tribunales, como hemos visto en Francia con los últimos procesos de los responsables de Vichy, a fines del siglo XX.211

Otros juicios merecen también la atención de los historiadores porque contribuyen a la explicación del pasado: se trata de los juicios por la verdad realizados por las cámaras federales en lo penal en la Argentina al final de la década de los noventa, en donde se investigó el destino de los desaparecidos y las circunstancias de su desaparición sin que haya penalización de los culpables. Después de que las leyes de perdón e indultos (1986-1991) detuvieran la actividad procesal en materia de violaciones a los derechos humanos que había sido iniciada en 1985, sólo se apeló al derecho a la verdad de las víctimas y la sociedad en su conjunto, noción emergente en la norma jurídica internacional.212 Con la determinación de responsabilidades individuales, aunque sin dictaminación de penas, los juicios por la verdad tendieron a ampliar el registro de los hechos examinados.

La justicia es, desde luego, una forma solemne de reparación del pasado. Como tal se dirige al público y recibe una cobertura mediática. Los incidentes que salpican la instrucción y las sesiones del tribunal, las declaraciones de los abogados y los familiares de las víctimas y los detalles del comportamiento de los inculpados aparecen en las columnas de la prensa. El público puede leer los textos de las sentencias y seguir la suerte de las apelaciones. Aunque los periodistas transmitan con frecuencia esa información en el lenguaje arcaico de las cortes judiciales, sorprende ver a gente sencilla al corriente de aspectos técnicos del procedimiento.

La multiplicación de las causas abiertas en la Argentina y Chile y la cobertura mediática que reciben hace de los tribunales, hoy en día, el principal relator del pasado en nuestras sociedades. Los juicios dan un rostro humano a la impunidad y a las violaciones que de otro modo permanecerían como abstracciones para la mayoría de los ciudadanos y de este modo interpelan su conciencia. Un aspecto de la investigación judicial transmitido por los medios tiene un impacto especialmente fuerte en el público: la localización de las tumbas clandestinas y la exhumación de cuerpos de las víctimas y su identificación por órdenes del juez. “Encontrar estos restos óseos es parte de la verdad”, señalaba una jueza chilena que investigaba en abril de 2002 la existencia de tumbas clandestinas en una base militar cercana a Santiago.213

Más que cualquier otro proceso en la región y tal vez en toda América Latina, el Juicio a las Juntas en la Argentina en 1985 puso en los medios de comunicación al pasado en el banquillo de los acusados. Se desarrolló a lo largo de ocho meses y sus sesiones se transmitían todos los días por televisión.214 Su celebración permitió calibrar el impacto sobre el público argentino. “Fue el día en que la historia reciente consolidó su existencia en la superficie de la conciencia colectiva”, escribió entonces un periodista.215 La misma opinión plantean a posteriori los politólogos Acuña y Smulovitz: “Al transformar los datos de la historia en pruebas, [la justicia] produce la información legítima sobre lo que había pasado en Argentina”.216 Diecisiete años después del juicio a las juntas, Hugo Vezzetti señala que el Nunca más y ese proceso dieron a la sociedad argentina una nueva conciencia del tiempo vivido: en conjunto, ambos acontecimientos marcaron un nuevo comienzo fundado en la ruptura con el pasado, al mismo tiempo que su revisión:

El Nunca más produjo un verdadero acontecimiento reordenador de las significaciones de ese pasado. […] Lo más importante es que se implantó a la vez como una revelación (un relato) y un acto originario que afirmaba la autoridad civil y devolvía cierto protagonismo a las víctimas que en ese punto comenzaban a representar a la sociedad. […] y eso contribuyó decididamente a otorgarle el peso institucional simbólico de un corte (sic) con el pasado.217

Los archivos

“El valor de los archivos adopta especial transcendencia en la situación actual de nuestra sociedad” observa Alicia Oliveira, defensora del Pueblo de la ciudad de Buenos Aires.218 En el plan de los principios, la norma emergente del derecho a la verdad está jalonada por varias cláusulas acerca de la preservación y el acceso a los archivos que en efecto condicionan el ejercicio de este derecho.219 A lo largo de sus investigaciones, los jueces van en busca de archivos: es así como dieron con los de la Dirección de Inteligencia de la Policía de la provincia de Buenos Aires (DIPBA) (www.comisionporlamemoria.org/archivo-dipba.htm) sobre el cual volveremos. Al cuidado de la preservación de pruebas potenciales, los jueces tomaron medidas para salvaguardar ciertos fondos en ausencia de una legislación en materia de archivos. Así llegaron a reflexionar sobre el valor de los archivos a los que pudieron acceder. En relación con este tema, es recomendable leer las observaciones de la jueza Oliveira sobre el archivo del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas donde ella encontró todas las causas que pasaron por la justicia militar.220

La preocupación de los periodistas de investigación por los archivos está a la par de la de los jueces.221 Es así como la periodista chilena Mónica González logró ubicar el fondo más importante de la DINA conocido hasta nuestros días.222 En 1989 González investigaba en Buenos Aires el asesinato del general Carlos Prats, predecesor de Pinochet a la cabeza del Ejército chileno, cometido en 1974 por los servicios secretos chilenos. La periodista acechaba los pasillos del Palacio de Justicia en busca de documentos y alguien se acercó y en forma anónima le aconsejó consultar el juicio por espionaje de Enrique Arancibia Clavel. González asedió al juez hasta que éste, harto de lidiar con ella, le dejó ver los papeles encontrados en el domicilio de Arancibia. Fichas con los nombres de los individuos vigilados o bajo la mira, correspondencia del agente Arancibia con los superiores en Santiago, boletines de actividad: había de todo en los archivos del agente entre 1974 y 1978, fecha de su arresto.

Tras constituirse en el momento de la transición, las comisiones de la verdad se plantearon también la posibilidad de recoger pruebas documentales en los archivos de los regímenes disueltos. Pero la cosecha fue magra en la mayoría de los casos.223 Los mejores recursos los encontraron en los archivos de los organismos de derechos humanos, cuyo contenido se comunicó de manera sistemática a las comisiones. Sin ellos, cuesta imaginar cómo habrían podido trabajar la CONADEP, la Comisión Rettig y la comisión peruana de la verdad.

Los primeros en valorar los archivos, durante los años difíciles, fueron efectivamente los organismos de derechos humanos que, desde su organización, se preocuparon por acopiar pruebas de las violaciones cometidas. Así, en Chile, los abogados de la Vicaría de la Solidaridad vieron en la defensa legal de los detenidos y en la utilización de los recursos judiciales una manera de dejar constancia, pues casi la totalidad de las denuncias presentadas terminaban en sobreseimientos. Resultaba “prácticamente imposible deshacerse del pasado”, escribe Elizabeth Lira al recordar esa época:

Los recursos de amparo, las querellas por torturas “contra quienes resulten responsables” […] eran una huella documental, silenciosa y persistente. […] Durante muchos años, abogados y víctimas mantuvieron la esperanza de que tal vez algún día esa acción tuviera alguna utilidad. Los organismos de derechos humanos construyeron sus archivos con las declaraciones y recursos presentados en nombre de las víctimas y, por esta misma razón, las cuidaron y las protegieron de la destrucción intencional que pudiera pretender borrar las evidencias y también borrar la memoria.224
La transición vio una reconversión hacia “la memoria” del movimiento de derechos humanos, como señalaba Elizabeth Jelin en 1995 acerca de la Argentina, en un estudio sobre los diez primeros años de la vuelta a la democracia:

La idea guía de esta lucha es que sólo a través del recuerdo permanente de lo ocurrido se puede construir una barrera contra la repetición de atrocidades similares. Como si un futuro de “NUNCA MÁS [sic]” se pudiera derivar del recuerdo constante del terror experimentado durante la dictadura. […] El movimiento de derechos humanos se dedica militantemente a activar la memoria, a promover el recuerdo, a señalar qué acontecimiento es preciso retener y retransmitir. Una parte (relativamente) menor de la empresa está centrada en elaborar archivos históricos, datos, documentos.225
Esto ha hecho de las organizaciones de derechos humanos los celosos guardianes de los archivos.226 A quien visite hoy un organismo de derechos humanos, no le resultará raro encontrar una sala repleta de estantes donde se acopian cajas de archivos al lado de las oficinas donde trabajan sus abogados, como ocurre en la Asociación Pro Derechos Humanos-APRODEH, el organismo peruano.227 Esta misión patrimonial se ha concretado también en la creación de nuevos organismos que combinan la promoción de la memoria y la conservación de los archivos. Por ejemplo, en 2000, se creó Memoria Abierta (www.memoriaabierta.org.ar), a través de la asociación de una gama de organizaciones históricas argentinas (cinco en 2006, entre ellas el Centro de Estudios Legales y Sociales-CELS y las Madres de Plaza de Mayo-Línea Fundadora). Una tarea esencial de Memoria Abierta ha sido la salvaguardia de los archivos de sus organizaciones miembro y la constitución de archivos orales sobre la represión.228

La Comisión Provincial por la Memoria de la provincia de Buenos Aires (www.comisionporlamemoria.org) lleva a cabo asimismo tareas de investigación, difusión y educación sobre el pasado reciente, que giran en torno de la conservación documentaria: custodia los archivos de la Dirección de Inteligencia de la Policía de la provincia (DIPBA).229 Descubierto en 1998, ese fondo es el primero en su tipo recuperado en la Argentina. Clasificado por archivistas profesionales, ocupa trescientos treinta y seis metros lineales y desde 2003 se ha abierto gradualmente al público (salvo que se afecte la seguridad de las personas, el derecho a la intimidad, el honor o la eficacia de una investigación judicial). La Comisión Provincial por la Memoria funciona en el local donde se descubrieron esos fondos, detrás de una puerta tapiada. Se han conservado incluso los anaqueles donde siguen estando los expedientes y los ficheros metálicos atestados con centenares de miles de fichas. Dicha comisión es un organismo público de la provincia de Buenos Aires.

Por sus actividades, Memoria Abierta y la Comisión Provincial por la Memoria pueden asociarse a los institutos de preservación de la memoria y los archivos creados durante la posguerra en Europa Occidental. En ambos casos se observa el empleo de historiadores y archivistas profesionales y la aplicación de las normas de sus disciplinas. Resulta pertinente hacer otra comparación para entender las recientes creaciones de organismos en la Argentina: los institutos de memoria y archivos aparecidos en los países de Europa Oriental en la década de 1980, cuando acompañaron la expansión de la oposición al régimen soviético. Véase el ejemplo de Karta (www.karta.org.pl), organismo polaco fundado en la clandestinidad a principios de esa década por historiadores profesionales.230 Su primera misión consistió en la reunión de los archivos del movimiento de oposición democrática que se desarrollaba por entonces. Karta concilia hoy la conservación de archivos con la investigación, difusión y formación pedagógica relacionadas con el pasado reciente.231

La organización rusa Memorial (www.memo.ru) hizo de la concientización histórica del público un elemento esencial del cambio acompañando la perestroika.232 Esta institución, cuyo primer presidente fue el científico disidente Andrei Sajarov, comenzó como una empresa subterránea de rastrillaje de los archivos soviéticos. En Moscú y otras grandes ciudades de Rusia, la tarea era elaborar la lista de todas las víctimas y descubrir cuál había sido su destino.233 Memorial “alentaría la primera investigación pública dentro de la Unión Soviética de la magnitud real de las matanzas perpetradas bajo el régimen”, escribe la historiadora inglesa Catherine Merridale.234 El trabajo desarrollado por Memorial fue determinante para impulsar el movimiento de apertura de los archivos rusos en la década de 1990.

Los organismos de derechos humanos están también atentos a impedir destrucciones intempestivas de los “archivos de la represión” por parte del Estado. El balance sobre las “Políticas para afrontar los crímenes del pasado” con que se inicia el informe anual Derechos humanos en Argentina publicado por el CELS, incluye una rúbrica “Resguardo de los archivos relacionados con la represión”. En Brasil, la suerte de los archivos de los servicios de inteligencia militar (Destacamento de Operações de Informações-Centro de Operações de Defesa Interna, DOI-CODI) que actuaron contra los movimientos guerrilleros entre 1966 y 1977 desencadenó un escándalo en 2004. Aunque el Ejército aducía haberlos destruido, en la prensa se publicó por entonces la foto de un militante torturado que provenía sin duda de esos archivos. Lisa y llanamente, los servicios de inteligencia habían mentido y el ministro de defensa brasileño tuvo que renunciar.235

“Archivos de la represión” y “archivos de derechos humanos” son expresiones que pertenecen hoy a la terminología habitual para designar las dos principales categorías de archivos de la violencia política. Señalemos una tercera categoría: los papeles privados de personalidades civiles o militares así como de formaciones políticas (a menudo clandestinas). A ello se añaden los archivos constituidos con posterioridad al período de la violencia: archivos de las comisiones de la verdad (y otros organismos de investigación);236 y archivos judiciales resultantes de todos los procesos por violaciones de los derechos humanos en curso en la región.237 Podremos tener una idea de la extensión de los archivos hoy accesibles si nos remitimos a las noticias redactadas para Historizar el pasado vivo por Federico Guillermo Lorenz en el caso argentino, Jennifer Herbst junto con Patricia Huenuqueo para Chile y Ruth Elena Borja Santa Cruz para el Perú.238

En muchos lugares del mundo se libran hoy batallas en torno de los archivos de regímenes represivos recientes: en Camboya, en Serbia, en Irak. En cada caso, los defensores de los derechos humanos están en primera línea. Hay incluso organizaciones no gubernamentales especializadas en el acceso a los archivos nacionales (amparadas en el derecho de los ciudadanos a la información), como el National Security Archive (NSA, www.gwu.edu/~nsarchiv/), que trabaja para que el Departamento de Estado estadounidense desclasifique sus documentos confidenciales relacionados, entre otros, con los países latinoamericanos.239 Actualmente, esta organización publica una buena cantidad de esos documentos en su sitio web.

Los esfuerzos de los estados latinomericanos en materia de archivos del pasado difícil son recientes, pero notables. El Perú fue el primer país de la región en organizar los archivos de su comisión de la verdad: el Centro de Información para la Memoria Colectiva y los Derechos Humanos (dependiente de la Defensoría del Pueblo) abrió sus puertas en el centro de Lima en 2004, seis meses después de la entrega del informe de la comisión.240 Mencionemos la creación en 2003 del Archivo Nacional de la Memoria que conserva los archivos de la CONADEP argentina. En 2004, la iniciativa de los Archivos Nacionales de Chile condujo a la inscripción en el registro mundial Memoria del Mundo (instituido por la Unesco en 1992) de los archivos de siete organizaciones históricas de derechos humanos. En 2006, fue solicitada la inscripción en Memoria del Mundo de los archivos de las organizaciones históricas de derechos humanos de la Argentina.

El esfuerzo estatal apunta principalmente a los “archivos de la represión”. Y así debe ser: su propiedad está en manos del Estado, puesto que fueron organizados por las fuerzas policiales y las Fuerzas Armadas. Desde hace unos quince años se han recuperado importantes fondos procedentes de las ex policías políticas, cuya consulta comienza a estar a disposición del público. Hemos mencionado los archivos de la DIPBA, Dirección de Inteligencia de la Policía de la provincia de Buenos Aires, conservados en la Comisión Provincial de la Memoria. Citemos asimismo la policía del régimen de Alfredo Stroessner en el Paraguay (DICP), y la policía política de Río de Janeiro (DOPS-GB) y San Pablo (DEOPS-SP) en Brasil. En 2005 se descubrieron, por fin, los vastos archivos de la policía nacional de Guatemala.241 Recordemos que en Europa Oriental el hundimiento de los regímenes comunistas se tradujo, a partir de 1991, en un gran movimiento de apertura de los archivos organizados por los órganos represivos disueltos (algunos de los cuales se remontaban a la década de 1920).242

El frente de los archivos de la represión está en permanente evolución: una garantía de que ha de suceder lo mismo con la historia que escribimos. Fondos completos, expedientes o piezas aisladas afloran con regularidad en la prensa o se exhiben durante los procesos.243 Con el tiempo, los estados están en mejores condiciones de obtener de la policía y de las Fuerzas Armadas los archivos que aún se ocultan. En fecha reciente, la Secretaría de Derechos Humanos del gobierno argentino dio instrucciones a sus servicios para impedir la destrucción de archivos estatales del período violento. Un paso más acaba de darse en oportunidad del trigésimo aniversario del comienzo del Proceso (24 de marzo de 2006). Por decreto, la ministra de defensa autorizó “el pleno acceso a la documentación y base de datos de las Fuerzas Armadas que puedan resultar de interés en las investigaciones de las violaciones masivas de los derechos humanos cometidas durante la última dictadura militar (1976-1983)”.244

La apertura de los archivos de la represión ha estimulado sin lugar a dudas la investigación histórica.245 Esto es particularmente visible en Brasil. Así, los archivos de la policía de San Pablo permitieron a Kenneth Serbin revisar en forma sustancial nuestra comprensión del gobierno militar brasileño en su última etapa, momento en el cual la sociedad civil superó el miedo. Su artículo “Anatomía de una muerte: represión, derechos humanos y el caso de Alexandre Vannucchi Leme en el Brasil autoritario” documenta con precisión el papel del episcopado brasileño como catalizador de la oposición y promotor de la defensa de los derechos humanos a partir de la década de 1970, así como la complejidad de las relaciones entre la guerrilla y el movimiento estudiantil.246

En los documentos del general Muricy (importante figura del gobierno militar), que también se pueden consultar desde hace poco, Serbin encontró las minutas de la Comisión Tripartita. Entre 1970 y 1974, este organismo reunió periódicamente a militares y eclesiásticos de alto rango. Dichas minutas permiten comprender mejor la estrategia del episcopado brasileño para obtener el cese de la represión. Antes se creía que esa estrategia sólo había apelado a la confrontación, pero en realidad la Iglesia también recurrió al diálogo, aun cuando dio pruebas de firmeza frente a los militares en el seno de la comisión.


Los historiadores en un entorno de memoria viva

Escribir la historia del tiempo en que vivimos plantea, para concluir, cuestiones que tienen que ver con el “entorno de memoria viva” en que se trabaja.247 Las fuentes orales son sin duda abundantes hoy en día, pero tienen rostro humano; y las personas tienen una relación distinta con sus recuerdos de la que tienen los historiadores y las historiadoras. Las personas pueden tener buenos motivos para recordar en forma parcial o para oponer resistencia a sus memorias. Por otro lado, junto con los trabajos históricos aparecen libros de testimonio y memorias que compiten con el conocimiento histórico, en cierto modo, por ganar la atención de los lectores. Y la pedagogía del pasado cercano hoy sitúa con frecuencia a los alumnos en un terreno donde la memoria y la historia se confunden. En todas estas situaciones, los historiadores e historiadoras participan de la ciudadanía, no escriben la historia desde lo alto del Olimpo. Esto significa imbricar en la práctica memoria e historia y buscar compromisos no siempre fáciles de encontrar entre ambas.

Consideremos en principio la experiencia cotidiana que más afecta la historia del tiempo presente en América Latina: el pasado es parte de los recuerdos de los individuos. Estos recuerdos son la presencia más fuerte del pasado. A treinta años de los hechos, la gente recuerda. Alrededor del 40% de la población actual tenía cuatro o cinco años en el Chile de 1973 y la Argentina de 1976.248 Los mismos niños argentinos y chilenos llegaron a la adolescencia en el momento de la Guerra de las Malvinas (1982) en la Argentina y del comienzo de las “grandes protestas” (1983) en Chile.249 Según dicen los psicólogos, entre los cuatro y cinco años se datan los recuerdos más antiguos, que el individuo tiene más probabilidades de conservar si se refieren a una situación que perduró o se repitió. Conviene insistir sobre ese “entorno de memoria viva” señalado más arriba. Las generaciones se diferencian por el hecho de haber conocido o no los años de violencia y según la época de la que pueden acordarse.250

Con respecto a esta cuestión de las generaciones que se autodefinen por los recuerdos compartidos entre sus miembros, resulta absolutamente pertinente la reflexión de los historiadores y las historiadoras de la Segunda Guerra Mundial en Francia:

El impacto de ciertos sucesos es tan fuerte que reúne a un segmento de la población en un conjunto homogéneo: la generación. No es necesario que este segmento sea numéricamente mayoritario. Puede formar una minoría que se reconoce […] en una serie de hechos circunstanciados. Éstos le imprimieron una marca cuya fuerza repercute en el imaginario social […], la generación de la guerra de Argelia, la de Mayo del 68.251
Así, el recuerdo de la violencia reciente en el Perú está desigualmente distribuido entre las regiones del país y sus clases sociales. Conviene recordar que la “guerra interna” iniciada por SL afectó mayoritariamente a las comunidades campesinas marginadas, analfabetas y quechuahablantes del centro y sur de los Andes, a diferencia de la ruptura en el orden constitucional provocada por las dictaduras chilena y argentina que afectó el conjunto del territorio nacional.252 En el Perú, pues, el recuerdo directo de la violencia reciente por las víctimas es un hecho sólo en ciertas regiones y para determinadas clases sociales aun si se trata de casi setenta mil víctimas. Con razón, la CVR ha apelado a la “memoria moral” del país.253 Para sentir la omnipresencia de los recuerdos –y así se siente a poco menos de veinte años de los hechos– es preciso llegar hasta Ayacucho y hasta los otros departamentos andinos que fueron escenario de la violencia, o a las viviendas miserables en las afueras de Lima y de las grandes ciudades donde las víctimas se refugiaron en gran número.

Durante cierto tiempo más, la abundancia de testimonios dará a los historiadores e historiadoras el privilegio de contar con fuentes orales (eso distingue la historia del tiempo presente de otras especialidades). Estas fuentes provienen ante todo de los individuos que aceptan confiar al investigador recuerdos fragmentarios guardados en su fuero íntimo. Los historiadores e historiadoras de la región se encuentran las más de las veces con memorias privadas que abogados, psicólogos y asistentes sociales están, sin lugar a dudas, mejor preparados para escuchar. En Chile, el 80% de las personas que prestaron testimonio en 2004 ante la Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura (Comisión Valech) dijeron no haber hablado jamás a nadie, hasta ese momento, de lo que les había sucedido veinte o treinta años antes.254 A esa distancia de los hechos, la abundancia de testimonios va de la mano con la reticencia a hablar. Cuando hayan pasado muchas más décadas, los testigos estarán en mejor disposición pero su número se habrá reducido considerablemente. Volveremos sobre este último punto más adelante.

La reticencia a hablar de los testigos se debe, en primer lugar, a factores estructurales que es oportuno mencionar, porque condicionan el acceso a la memoria viva de hechos no tan lejanos. Así, las mujeres tienden a ser menos locuaces que los hombres. Su laconismo refleja su estatus social de invisibilidad y menores responsabilidades que los hombres. Muchas creen que lo que les pasó no es de importancia y, de resultas, dudan en hablar de ello, sobre todo si se vieron afectadas en su integridad física y su dignidad: silencian tanto la violación como las otras formas de tortura (situación a la que la comisión de la verdad peruana prestó especial atención). Aparte de la diferencia de género conviene tomar en cuenta el peso del factor étnico y de clase para entender la reserva de la gente y la dificultad de llegar a ella para los académicos. En el Perú, por ejemplo, el 85% de los afectados por la violencia reciente se concentra en los cinco departamentos pobres del altiplano andino: hablan quechua u otras lenguas originarias. Para recoger sus testimonios es preciso ser serrano y antropólogo, y a veces también hablar quechua.

Muy pocas veces exteriorizado, y vivenciado más bien en la intimidad, el recuerdo está hecho de episodios personales no necesariamente encadenados unos con otros. No siempre está vinculado a los acontecimientos nacionales conocidos con posterioridad; esto depende del nivel de instrucción de la persona y de la calidad de los medios a los que tiene acceso. El carácter íntimo y compartimentado de los recuerdos se agravó, sin duda, por las condiciones mismas en que se adquirieron. En su estudio ya mencionado sobre el 11 de septiembre en La Legua, comuna popular del gran Santiago, Garcés y Leiva asocian el carácter fragmentario de los relatos escuchados entre los “pobladores” con el hecho de que durante la dictadura chilena, los militares limitaron en forma deliberada los movimientos de la gente y controlaron la información que ésta recibía:

en muchos casos, la experiencia vivida lo fue como una situación particular, por ejemplo, la detención en la vía pública o un allanamiento nocturno, la tortura que se realizaba en lugares secretos. […] Los ejemplos se pueden multiplicar. La experiencia de la mayoría de los santiaguinos, el mismo día del golpe, fue la imposibilidad de saber qué estaba ocurriendo… Parte importante del pueblo –en las poblaciones– vivió el golpe al interior de sus casas. Lo que vieron, literalmente hablando, era lo que podían observar a través de las ventanas de sus casas. Entonces, vieron fragmentos –un joven que corría, una patrullera o una tanqueta que cruzaba su pasaje– y lo que no vieron, lo oían: disparos que interrumpían el silencio de la noche, helicópteros que se desplazaban por los cielos de su barrio. Y lo que no vieron ni oyeron, lo supieron por el relato de sus vecinos, del hijo que retornó más tarde desde su lugar de trabajo o estudio, de la vecina cuyo marido no regresó, del pariente que fue detenido en el sur, etcétera.255
El recuerdo de los tiempos de violencia es más resistente a la explicación oficial de lo que podría suponerse. Esto es lo que ilustra “Apagón en el ingenio, escraches en el museo”, de la antropóloga brasileña Ludmila da Catela, sobre el recuerdo del Proceso argentino en dos localidades de la zona de producción azucarera de la provincia de Jujuy.256 El episodio más grave de la represión en la región es la desaparición de militantes obreros en julio de 1976. El relato oficial está consignado en Nunca más. Ha sido reproducido por la prensa y citado por los representantes locales de las asociaciones de derechos humanos durante la marcha conmemorativa que se realiza todos los años. Pero los sobrevivientes a menudo ignoran esa versión. La represión es ante todo un momento de su vida y un recuerdo personal. Aun quienes militan en las asociaciones de familiares de desaparecidos “defienden memorias que circulan dentro de la comunidad” al margen del discurso oficial, hace notar Catela.257

Hoy en la región estamos en presencia de una memoria latente pero “a flor de piel”. Que es capaz de expresarse de improviso: la pasajera de al lado en un autobús durante un viaje interurbano, un amigo que nos lleva de vuelta a casa, un chofer de taxi. El pasado yace silencioso mientras no se lo interpela. Pero al interpelarlo se corre el riesgo de reabrir heridas en forma desconsiderada. Pues, entre los testigos que nos rodean, hay algunos que han vivido situaciones traumáticas. En “El testimonio de experiencias políticas traumáticas: terapia y denuncia en Chile (1973-1985)”, Elizabeth Lira insiste en la diferencia que es menester respetar entre la entrevista terapéutica y la investigación con fines de reconstrucción del pasado. El objeto de la primera es aliviar a la persona traumatizada; si lo logra, permite al individuo reconquistar un equilibrio. Pero si esto no es tenido en cuenta por el investigador, su curiosidad puede comprometer el equilibrio de quien da testimonio. Es preciso, por lo tanto, estipular de antemano las reglas y los límites de la entrevista, recuerda la psicóloga clínica especializada desde hace mucho en el tratamiento de las víctimas.258

También hay que saber que la persona que nos contó espontáneamente su recuerdo no estará necesariamente dispuesta a contestar las preguntas precisas del investigador sobre su participación en un episodio acerca del cual éste desea justamente entrevistarla. Quienes militaron en movimientos partidarios de la acción armada no quieren volver a un momento de su vida cuyas premisas ideológicas tal vez ya no comparten. Pueden temer que, en caso de hablar, su trabajo peligre. Pueden temer incluso volverse blanco de represalias por parte de la justicia.259 También hay que tener en cuenta el hábito de compartimentar la memoria: para quienes solían vivir en la clandestinidad es difícil romper hoy el silencio.260

En defensa propia, los practicantes de la historia oral se convierten un poco en psicólogos y analizan la reticencia de algunos testigos.261 Existe ante todo la sensación, dicen, de que el hecho de hablar significará para el testigo desprenderse de la información que guarda, y de que el investigador que se apodera de su testimonio va a desnaturalizarlo. Por otra parte, si se ha hablado mucho e irresponsablemente de los mismos hechos, los protagonistas o testigos que aún no han prestado testimonio tendrán una resistencia mucho mayor a hacerlo luego. La “mentalidad búnker”, dice un historiador, lleva a los sobrevivientes a cerrar filas ante el esfuerzo crítico del investigador, percibido como malevolente. Lo importante es no deslucir la imagen pública del grupo sugiriendo la desunión o la conducta poco honorable de ciertos camaradas. Otra razón aducida: el hecho de poseer información que los otros no tienen genera una sensación de superioridad, que marca la pertenencia del testigo reticente a la “aristocracia del silencio”.

Por todos esos motivos, el historiador o historiadora debe darse a conocer: sólo se le confiarán datos si llega a través de algún conocido o es recomendado por miembros del mismo grupo. En esos reflejos de los pobladores de Santiago de Chile y de los trabajadores de los astilleros de Buenos Aires a quienes los historiadores del Cono Sur interrogan en nuestros días262 podemos reconocer los de los resistentes franceses de la Segunda Guerra Mundial que tuvimos frente a nosotros. En Irlanda del Norte, luego de treinta años de violencia, también demostró su carácter crucial el que los investigadores responsables de un proyecto comunitario de relato de la verdad, Mark McGovern y Patricia Lundy, fueran de la misma ciudad o región y compartieran la misma religión, el catolicismo.263

A fin de apreciar la situación que acabamos de mencionar, introduciremos dos elementos de comparación que conciernen a la memoria de la Segunda Guerra Mundial. En primer lugar Europa Occidental, que vive desde los años noventa lo que se ha dado en llamar la “era del testigo”.264 Los sobrevivientes de los campos de deportación son el último lazo vivo con ese pasado, y encuentran una escucha sin precedentes en el momento mismo en que sus filas ralean muy rápidamente. Sus relatos están a veces demasiado gastados a fuerza de repeticiones, y el público no siempre advierte la diferencia entre el hecho de haber vivido un acontecimiento y el de escribir su historia.

En cambio en la Europa Oriental los recuerdos de violencia están enterrados en lo más profundo del ser y a lo largo de varias generaciones. En lo que fue la Unión Soviética, las deportaciones, las detenciones, los reasentamientos forzados, las hambrunas, etc., afectaron a millones de personas por oleadas sucesivas desde 1920. La gente tuvo que arreglárselas sola con sus duelos y recuerdos desdichados. La historiadora británica Catherine Merridale describe la omnipotencia del silencio sobre el pasado que impera entre los rusos de hoy en día.265

“Hasta hace poco –escribe–, la regla era: nada de duelos, uno hizo su vida y sus recuerdos eran otro mundo. Uno logró sobrevivir.” El aislamiento y la prohibición de hablar o escuchar a los otros pesaron durante tanto tiempo que hicieron inevitable el recuerdo fragmentario (otra vez la palabra “fragmento”). “Los recuerdos secretos solían resultar elusivos, resbaladizos, fáciles de perder, porque había muy poco de qué hablar y no se disponía de ningún significado social más amplio”. Los interminables monólogos sufridos cuando se interroga a sobrevivientes, solos o en grupo, son, dice la historiadora,

pruebas en sí mismos […] partes del legado de represión, silencio, culpa y mentiras. […] Un silencio público de cincuenta años los ha dejado sin el marco colectivo que se necesita para contener el debate, y sin las estructuras y los puntos de referencia que dan seguridad a la discusión.266
El pasado reciente de violencia viene dando lugar a la publicación de memorias y narraciones mediante las cuales tanto los individuos como los grupos buscan dar sentido a lo vivido y, consciente o inconscientemente, explicar o incluso justificar su conducta. Las recientes conmemoraciones de los golpes chileno y argentino intensificaron la aparición de libros sobre esos años dramáticos. La sociología acerca los relatos elaborados por los grupos y colectividades de los ritos del recuerdo que jalonan el tiempo y el espacio: conmemoraciones, asociaciones, monumentos. Aquí nos interesan los relatos por la reflexión que propician sobre el poder de la memoria histórica frente a la disciplina histórica hoy.

La memoria histórica en forma narrativa representa actualmente en la región una producción menor, que no podría rivalizar con las conmemoraciones y los ritos.267 Los géneros narrativos más frecuentes son las memorias de militantes políticos (mucho sobre la confrontación de los movimientos revolucionarios y las fuerzas represivas) y los folletos publicados por agrupaciones sobre los hitos del período, saldo de la represión así como tal o cual episodio nacional o local. Otra narrativa del pasado reciente está constituida por el material pedagógico en los manuales escolares y textos de enseñanza. Esta memoria histórica multiforme se presenta bajo la forma de textos orales, impresos o electrónicos que tienen en común el objetivo de explicar el pasado y hacer circular esas explicaciones.268

El relato de la memoria histórica evoca el pasado “tal como el presente lo constituye” mientras la disciplina histórica busca explicar el pasado en sí. De esta diferencia que hemos marcado al inicio de este capítulo derivan otras diferencias fundamentales entre los dos ejercicios. La memoria tiene la libertad de mezclar los recuerdos personales con lo que se ha sabido a posteriori, oscilar entre el punto de vista de la experiencia vivida y la posición dominante del observador exterior, cercenar lo que hoy parece menos interesante o embellecer el relato para hacerlo más placentero.269 La memoria también es libre de dar al texto la perspectiva que sirve al autor, justifica lo que él hizo en el pasado y defiende su visión actual de las cosas. Los historiadores e historiadoras no tienen esa libertad con respecto al pasado. Al escribir la historia tienen como meta el conocimiento del pasado, no su evocación o justificación. Y están obligados por la fidelidad a la cosa sucedida. Se esfuerzan, pues, por establecer la verdad acerca del pasado. Deben aplicar métodos reconocidos para reconstruirlo y lo que escriben deberá ser válido para su comunidad científica.

Cuando un historiador o una historiadora apela a un libro de memorias sobre un acontecimiento para escribir un trabajo histórico, estas memorias son una fuente entre otras y hace falta someterlas a la crítica. Así, la distancia entre los textos de memoria histórica y los de historia queda clara en prinpicio. En la práctica, sin embargo, se establece una suerte de competencia por explicar el pasado entre los dos géneros. Pues el público no especializado se limita a ver dos relatos acerca del mismo suceso. Además, el libro de memorias es con frecuencia más atractivo que el trabajo histórico debido a la simplicidad de su mensaje, a la posibilidad que brinda al lector de identificarse con los protagonistas, y debido quizá también a la pluma del periodista.270

Entre memoria y conocimiento histórico, la competencia por ganar la atención de los lectores no se libra con armas iguales. El problema va más allá de la simple desventaja del conocimiento histórico con respecto a la memoria cuando, en torno de un tema importante, la memoria histórica logra postular otra “verdad” presunta tan estimable como la de la historia, según la idea de que todo es sólo cuestión de opiniones.

Pero para decidir que está frente a un casus belli y entrar en la pelea, el historiador o historiadora debe contar con las pruebas necesarias y con un conjunto de trabajos ya realizados.271 El hecho de que la historiografía apenas comience a elaborarse es la razón esencial por la cual la confrontación entre historia y memoria no ha tenido aún lugar en la región: tanto una producción como la otra son modestas, pero en particular la historiografía, que requiere un mayor tiempo de elaboración. Es muy distinta la situación europea, a la cual hemos hecho alusión en secciones precedentes en este mismo trabajo: los debates mediáticos llevados a cabo a propósito de la Segunda Guerra Mundial oponen a la memoria histórica una historiografía elaborada durante décadas.

La voluntad encarcelada: las “luminosas trincheras de combate” de Sendero Luminoso del Perú, de José Luis Rénique, aporta un ejemplo de memoria militante: el de los senderistas impenitentes que tratan de imponer la “auténtica verdad histórica de la guerra popular” en contra de la verdad establecida por la Comisión de la Verdad y Reconciliación del Perú.272 Hoy encontramos esta memoria militante en los institutos penales donde la contrainsurrección llevada adelante por las Fuerzas Armadas durante la década de 1990 envió a miles de senderistas, entre los cuales se cuenta el propio Abimael Guzmán y la mayoría de los demás dirigentes. A mediados de 2002, el equipo de la CVR para la región de Puno viajó a la penitenciaría de máxima seguridad de Yanamayo, en las proximidades del lago Titicaca. La razón era recoger los testimonios de unos sesenta senderistas presos por terrorismo y recluidos allí. Penetraron en la “comuna roja carcelaria” que a fuerza de voluntad e ingenio los dirigentes lograron implantar en el decorado ruinoso y abyecto del penal.273

Los cuadros de SL habían acogido la formación de una comisión de la verdad como la oportunidad “para recuperar […] su lugar en la historia del Perú”. El mundo sabría por fin que no se trataba de una organización terrorista ni de una mera sucesión de hechos de violencia. El proceso había sido una “guerra popular”, un “hecho histórico y político de enorme relevancia”. Ahora la visita del equipo de Puno reanimaba sus esperanzas. Ellos, los “prisioneros de guerra”, iban a colaborar, después de todo, en el “completo esclarecimiento de los hechos de la guerra”, para “desenmascarar la política genocida de la guerra contrasubversiva y contribuir a que la verdad histórica se abra paso”.

Una bandera recibió a los comisionados en su visita a la penitenciaría de Yanamayo: “Pugnar por el esclarecimiento de la auténtica verdad histórica de la guerra popular”. Siguieron tres días de sesiones que, como si hubiera hecho falta, pusieron a la comisión en presencia de la “verdad” senderista y de las violaciones de las que habían sido víctimas los militantes. Las preguntas incómodas planteadas por los representantes de la CVR sobre los “ajusticiamientos” –esas ejecuciones sumarias de una extrema crueldad que SL infligió a tantos dirigentes de la sociedad civil– fueron desechadas con indignación por los detenidos, que las calificaron de interrogatorios policiales fuera de lugar.

El domingo siguiente era día de visita; Rénique volvió al penal. Se lo había invitado a compartir los festejos organizados por el “día de la heroicidad”. Los poemas recitados por los detenidos mostraban la otra faceta de la empresa senderista actual de “reinvención de su historia”. Una de las composiciones describía la epopeya de un grupo de compañeros enviados en 1983 a un valle a difundir la buena palabra y la manera como, algunos meses después, “entregaron su vida por el pueblo”, etc. Mártires y moraleja de una historia sencilla que los campesinos de visita en la cárcel podían retransmitir al regreso a sus remotos valles. Este epílogo a la visita al penal de Yanamayo pone de manifiesto los límites de la memoria histórica senderista. Su expresividad reside en su simplicidad. Pero su rigidez elude el más mínimo intersticio por el cual otras personas pudieran incluir sus vivencias y así reconocerse y apropiarse de su palabra. ¿Qué posibilidad tiene, en estas condiciones, de prosperar como verdad legítima?274

Tenemos la misma sensación al leer relatos o recuerdos de ex miembros de los movimientos revolucionarios armados argentinos o chilenos: a pesar de ceñirse más a las circunstancias que los poemas senderistas de Yanamayo, sus textos no resultan menos reveladores de sus finalidades no confesadas: defender el partido o movimiento político cuyos miembros fueron blanco de la represión sin cuestionar el fundamento de su acción armada. El mismo escepticismo nos embarga cuando los azares de la navegación por Internet nos llevan a sumergirnos en las aguas de pequeños grupos y encontramos un discurso sobre el pasado en ese caso muy abstracto. Cuesta más advertir cuál es el poder de un discurso hoy situado al margen de la opinión pública.275

Las asociaciones y otros tipos de colectivos formados por las víctimas, sus familiares y simpatizantes introducen también el pasado reciente en sus folletos, sitios web o declaraciones ocasionales a la prensa. No es sorprendente comprobar que las versiones propuestas por esas asociaciones revisten una forma embrionaria.276 En un lenguaje convencional, se limitan a recordar algunos hechos a la escala del país y de la asociación correspondiente. Sobre las víctimas, los episodios y los lugares que se asocian a su memoria, se menciona el informe de la comisión –a veces citado verbatim– y se hace referencia a las contadas obras existentes. Un universitario identificará facilmente el error resultante, aquí o allá, de una visión demasiado simple de las cosas. Pero se le podrá replicar que faltan buenas obras de referencia a las que una asociación o un colectivo podría remitirse. Pues –hay que repetirlo– también la producción historiográfica se encuentra en una etapa de elaboración.

Sin embargo, se da a menudo el caso de que las mismas asociaciones y colectivos se remitan a trabajos históricos profesionales existentes o confíen sus investigaciones a historiadores, demostrando así que los caminos de la memoria y de la historia sí pueden encontrarse. Tal es el caso de Memoria Abierta en el cual sus asociaciones miembro delegan la tarea relativa a la memoria histórica. Y de organismos como la Comisión Provincial por la Memoria (ciudad de La Plata) y el Instituto Espacio para la Memoria de la Ciudad de Buenos Aires que trabajan en estrecha relación con las asociaciones de víctimas.277

Por contraste, una situación donde la memoria histórica pudo efectivamente suplantar al conocimiento histórico es la que cuenta John Dower en “Tres relatos sobre nuestra humanidad”. Para conmemorar el quincuagésimo aniversario del lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima, el 6 de agosto de 1945, curadores e historiadores de la Smithsonian Institution montaron en 1995 una exposición que permitiría al público considerar la significación del fin de la guerra en el Pacífico a la luz del saber histórico actual y de diversas opiniones expresadas a lo largo de los cincuenta años transcurridos desde entonces. Mientras la exposición estaba en preparación, la institución fue sometida al fuego graneado de las críticas de asociaciones de veteranos y miembros conservadores del Congreso de los Estados Unidos, con el argumento de que la muestra significaba una distorsión confusa y antipatriótica. La Smithsonian se retiró en desorden y en definitiva presentó una exposición más anodina y políticamente aceptable.278

En el caso estudiado por Dower estaba en juego el estatus de la “historia” como un relato puramente heroico o triunfal, que daba la espalda a toda una vasta historiografía de explicaciones críticas y pluricausales elaboradas durante décadas por una legión de historiadores gracias al acceso a nuevas fuentes de información.279 Pero más allá, la derrota sufrida en 1995 por los historiadores autores del proyecto de una exposición crítica sobre la Guerra del Pacífico pone de relieve una cuestión política: el poder de que disponían las asociaciones de ex combatientes estadounidenses frente al museo de la Smithsonian, que les permitió imponer la versión del pasado con la cual ellas se identificaban. A las asociaciones de ex combatientes de la guerra de Malvinas estudiadas por Federico Lorenz en “Testigos de la derrota. Malvinas: los soldados y la guerra durante la transición democrática argentina, 1982-1987” les hizo falta este poder de imponer su visión.

En el aula, la historia sí está confrontada a la memoria histórica bajo la forma de la pedagogía de la memoria, generadora de ambigüedades. En los tres países se ha reescrito la última parte de los manuales de enseñanza primaria y secundaria para que brindaran una explicación de la violencia reciente mínima pero honesta.280 Pero junto a la enseñanza de la historia se espera que los profesores transmitan la memoria de la violencia; en otras palabras, que aseguren la presencia del pasado en la escuela. Lo que se ha dado en llamar “pedagogía de la memoria” viene reactualizando una misión antigua de la escuela: además de impartir la enseñanza, debe inculcar los valores cívicos que fundan la nación. Luis Alberto Romero ha mostrado ya cómo ocurrieron las cosas en la Argentina.

Una versión simplista y a menudo doctrinaria del pasado impartida durante el régimen militar había hecho caer en descrédito la misión cívica cumplida por la historia, dice en esencia este historiador. La reconstrucción de la democracia le devolvió toda su importancia.

Nuestra política de la memoria, la que practicamos desde el fin de la Guerra de las Malvinas, tuvo como propósito construir una imagen del Proceso tal que sirviera para fundamentar la nueva democracia.
En esa inquietud, el pasado reciente, vivo, se convertía desde luego en el objetivo central.

Los establecimientos educativos [incorporaban] la conmemoración del Proceso al calendario de efemérides escolares, o promovían actividades extracurriculares de discusión y esclarecimiento. Sobre todo, operó en la escuela el movimiento de la opinión pública, y la acción de las distintas organizaciones de derechos humanos, que mantuvieron siempre vivo el debate sobre el Proceso y sus responsables. Sobre estas bases, en cada establecimiento debe de haberse librado un combate subterráneo entre quienes asumían esta tarea como un compromiso cívico y quienes, por distintas razones –temor, discrepancia ideológica–, se mostraban remisos. […]

El resultado es que “el Proceso ha sido demonizado y convertido en algo ajeno a la sociedad y la experiencia histórica argentina. En el imaginario democrático los culpables son los militares y el reducido grupo de defensores de intereses privilegiados que los rodean, pero su acción e ideas parecen tener poco que ver con nosotros, la gente, la sociedad, restaurada en sus derechos en 1983. […] En su excepcional maldad, fueron criaturas de nuestra sociedad.281

Cada año, en marzo, muchos establecimientos de enseñanza argentinos hacen una conmemoración del Proceso. En esas ocasiones, la proyección de La noche de los lápices se ha convertido en un ritual. Este filme describe la desaparición de seis estudiantes secundarios de La Plata que organizaron una huelga a fin de obtener la gratuidad del transporte escolar. Federico Lorenz muestra la libertad que la película se toma con los hechos y restablece la verdad: las víctimas eran opositores al Proceso.282 Pertenecían a organizaciones políticas clandestinas que estaban ligadas a los movimientos armados y planificaron la huelga. Para sensibilizar a los alumnos ante el pasado de manera duradera y hacerles comprender el lugar de la policía en el Proceso, argumenta Lorenz, es preciso superar la puesta en escena actual de una violencia irracional y devolver su pasado militante a las víctimas.

En Educación y memoria, los docentes de varios países de la región –Perú, Chile, Argentina, Uruguay y Brasil–, reflexionan acerca de las discordancias entre pedagogía de la memoria y enseñanza de la historia.283 Una de las dificultades señaladas es la confusión sembrada por la invocación de “la memoria”, en el sentido de un proceso social, de por sí difícil de explicar a los niños. ¿Cómo a continuación ponerlos en guardia contra otra memoria, la de los recuerdos inexactos? Es inútil disertar sobre memoria e historia o parapetarse detrás de la frase “el asunto es más complejo”; los alumnos esperan respuestas claras.284 Un docente uruguayo, Aldo Marchesi, insiste en la necesidad de volver a las distinciones simples en la clase de historia.

Es preciso, dice Marchesi, “mostrar cómo algunas de las memorias [que circulan en el barrio, entre amigos, etc.,] tienen olvidos notorios, y que también existen mentiras en esos relatos de memorias”. Y transmitir “la certeza de que hay cosas que ocurrieron o existieron como tales. […] La tortura existió, hubo gente que mató a otra. […] Hubo cosas que fueron reales en el sentido más duro de la palabra”. Los compiladores de Educación y memoria hacen suya la conclusión de un estudio inglés sobre la enseñanza del Holocausto en las aulas: “Quizá la salida esté en concentrar la enseñanza en la historia misma”.285

Las ambigüedades analizadas por estos docentes no los disuaden sin embargo de la importancia de abrir la escuela a un pasado reciente. Y constatamos que son muchos quienes, en los países de la región, se abocan a toda clase de tareas que sobrepasan el campo escolar y ponen sus competencias de historiadores al servicio de la memoria. La capacitación de otros docentes, la elaboración de carpetas de documentos destinadas a los colegios, la estimulación de visitas escolares a las instituciones nacionales y locales de la memoria, y la creación de nuevos cursos de historia reciente no agotan la lista.286 Mencionemos nuevamente la participación en las recientes comisiones de la verdad y otros mecanismos de investigación nacional así como al proyecto comunitario de relato de la verdad llevado a cabo por nuestros amigos de Irlanda del Norte, Patricia Lundy y Mark McGovern.287 Habría que hacer referencia, además, a los artículos en los diarios y las charlas para el gran público. ¿Y qué decir de la ayuda aportada a las asociaciones de víctimas para ordenar sus documentos, redactar noticias históricas, armar proyectos y conseguir fondos, etcétera?

Enseñanza, investigación, divulgación, archivos: en mayor o menor medida, se trata en cada oportunidad de ejercer la vertiente aplicada del oficio de historiador.288 Y tomar decisiones sobre la marcha que comprometen prácticamente la fidelidad a la verdad histórica.289 ¿Es prematuro, por ejemplo, abordar la pertenencia de las víctimas a un movimiento revolucionario armado en el historial de un centro de tortura que se redacta para la asociación constituida por los sobrevivientes? ¿Debo aceptar la semántica política que se ha adosado a los resultados de mis investigaciones porque ese folleto llegará, no obstante, a aquellos de quienes se trata la historia? ¿Cómo hablar con veracidad y ser a la vez sensible a la diversidad de alumnos que tengo frente a mí? ¿A qué precio responder a la expectativa del público sin comprometer la objetividad?

Trabajar sobre el pasado cercano, el que nos concierne a todos, es aceptar situarse con frecuencia en el terreno donde la memoria y la historia se conjugan y a menudo se confunden, y donde es necesario encontrar compromisos no siempre fáciles entre ambas.290 Al colaborar en tareas como las mencionadas, el historiador y la historiadora abrazan una cultura que asocia la reconstrucción de la democracia al establecimiento de la verdad y la memoria de las víctimas. Actúan tanto por la convicción intelectual de que el conocimiento histórico es importante como por una sensación de deuda frente a ese pasado.

Con el tiempo, los caminos de la historia y la memoria irán apartándose. Cuando Eric Hosbawm participó en una conferencia llevada a cabo en el pueblo italiano de Civitella della Chiana donde una masacre había sido perpetrada por los nazis en 1944, notó, cincuenta años después, una “incompatibilidad” entre los dos “tipos de historia”:

Mientras permanecíamos en la plaza reconstruida de un pueblo que había sido destruido en otro tiempo y escuchábamos la prolija narración conmemorativa que los supervivientes y los hijos de los muertos habían construido acerca de aquel terrible día de 1944, ¿cómo podíamos dejar de observar que nuestro tipo de historia no sólo era incompatible con el suyo, sino que, además, en algunos aspectos la perjudicaba? […] Nuestra historia, pensada para la comunicación universal de lo que pudiera verificarse mediante las pruebas y la lógica, ¿tenía alguna importancia para el recuerdo de aquella gente, recuerdo que, por su propia naturaleza, era suyo y de nadie más? […] Ninguna ocasión hubiera podido exponer mejor el enfrentamiento entre la universalidad y la identidad en la historia,así como el enfrentamiento del historiador tanto con el pasado como con el presente. […] Según los criterios universalmente aceptados de la historiografía […], la narración del pueblo tenía que contrastarse con las fuentes, y según dichos criterios, no era historia, aunque la formación de la memoria de aquel pueblo, su institucionalización y sus cambios a lo largo de los últimos cincuenta años formaban parte de la historia.291
En nuestra región de América Latina, la tarea de los historiadores e historiadoras apenas está comenzando. En este capítulo hemos señalado algunas de las desventajas y ambigüedades pero también posibilidades y privilegios propios de una primera generación de trabajos sobre la violencia reciente escritos “al calor de los hechos”. La meta para sus autores es que el pasado de “horror y deshonra”292 se abra paso en la historia nacional junto a las páginas felices ya escritas, que se integre a la conciencia que la sociedad se forma de su pasado. Algunos signos de esta integración comienzan a percibirse en la conciencia pública. Véase la incorporación a los monumentos nacionales de Chile del “Patio 29” en el Cementerio General de Santiago bajo el cual hay sepulturas clandestinas de la época de la dictadura. O la decisión anunciada en forma oficial por el gobierno argentino de destinar los edificios del centro clandestino de detención de más triste fama, la ESMA, para la creación de un Museo Nacional de la Memoria.293 O también la exposición en el Museo de la Nación, en Lima, de las fotografías de la violencia realizadas por la Comisión de la Verdad y Reconciliación, “Yuyanapaq: para recordar, 1980-2000”.294


Traducción de Horacio Pons




NOTAS

1. Agradezco a Carlos Iván Degregori, Roberto Garretón, Iván Hinojosa, Hugo Vezzetti, María Elena Valenzuela y Alexander Wilde por su lectura y sugerencias. Este trabajo tuvo su origen en la reflexión puesta en marcha junto con Alfredo Riquelme en 1997-1998, en momentos en que él introducía la historia del tiempo presente en la Universidad Católica de Chile. A continuación, muchos aspectos del texto fueron objeto de diálogos entre ambos y suscitaron consejos de mi interlocutor. Las responsabilidades de Riquelme como asesor en políticas públicas de la Presidencia de la República (2000-2006) impidieron la redacción en común de estas páginas, tal como estaba previsto.

2. Carlos Basombrío I. (comp.). Activistas e intelectuales de sociedad civil en la función pública en América Latina. Santiago de Chile: Flacso-Chile, 2005, aporta una veintena de testimonios esclarecedores en su diversidad sobre las formas y el sentido que tomó ese trabajo en los últimos veinte años.

3. Los ejemplos tomados de la Grecia antigua, de la América del Sur decimonónica y muy especialmente de la Europa del siglo XX no pretenden ser exhaustivos; sólo intentan abordar la cuestión en un lapso reducido. De modo que el concepto Historisierung relevado por los historiadores alemanes del que antes hablamos no se agota en el debate de fines de la década de 1980. Diez años más tarde resurgió en ocasión del lanzamiento de la obra del politólogo estadounidense Daniel Goldhagen. La interpretación sociológica de Goldhagen en Hitler’s Willing Executioners (Nueva York: Knopf, 1996) volvía a categorías deterministas y menospreciaba la historiografía que había mostrado un proceso multicausal y multiforme. Igualmente, si demostramos que la Segunda Guerra Mundial fue el gran suceso alrededor del cual los historiadores franceses de las décadas de 1970 y 1980 legitimaron el proyecto de escribir “nuestra” historia, otras apuestas históricas sacudieron posteriormente a su sociedad. Después de Vichy y la colaboración estuvo la guerra de Argel, luego la esclavitud y la trata negrera y en fin, más recientemente, los soldados de las colonias de África que combatieron por Francia.

4. Sobre las razones de esta elección vinculadas al proyecto de investigación del cual esta publicación es el resultado, véase el Prólogo.

5. Las relaciones entre memoria e historia han sido examinadas con frecuencia a partir de la década de 1980 sobre todo por historiadores franceses como Pierre Nora (véase más adelante). Se encontrarán dos contribuciones clásicas sobre la cuestión en la obra del gran historiador de los judíos de la época moderna, Yosef H. Yerushalmi. Zakhor: Jewish History and Jewish Memory. Seattle: University of Washington Press, 1982 [traducción española: Zajor. La historia judía y la memoria judía. Barcelona: Anthropos, 2002], y en Paul Ricoeur, “Historia y memoria: la escritura de la historia y la representación del pasado” en esta publicación (título original: “L’écriture de l’histoire et la représentation du passé”. Annales. Histoire, sciences sociales, 55(4), julio-agosto de 2000, pp. 731-747). Ricoeur se interesó mucho en la filosofía moral y la epistemología de la historia; este artículo retoma puntos centrales de su obra La mémoire, l’histoire, l’oubli. París: Seuil, 2000 [traducción española: La memoria, la historia, el olvido. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2004].

6. Suscripta por ochocientos familiares de desaparecidos.

7. Véase Andrés Domínguez Vial. “La verdad es la fuerza de la dignidad de los oprimidos”. En Gilda Pacheco Oreamuno, Lorena Acevedo Narea y Guido Galli (comps.). Verdad, justicia y reparación: desafíos para la democracia y la convivencia social. San José de Costa Rica: Instituto Interamericano de Derechos Humanos, 2005, pp. 115-141, en particular “El valor de la verdad”, pp. 115-116.

8. Así sucedió en Chile y el Perú. Véase Pamela Lowden. Moral Opposition to Authoritarian Rule in Chile, 1973-1980. Londres y Nueva York: Macmillan Press/St. Martin’s Press, 1996, y Coletta Youngers. Violencia política y sociedad civil en el Perú: historia de la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos. Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 2003, y “En busca de la verdad y la justicia. La historia de la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos del Perú”.

9. Citado en Tony Judt. Postwar: A History of Europe since 1945. Nueva York: Penguin Press, 2005, p. 568.

10. Coincidimos en este punto con Steve J. Stern, reunión preparatoria del taller “Historicizing a Recent Troubled Past”, ILAS (hoy Institute for the Study of the Americas, ISA), Londres, noviembre de 2002, y Remembering Pinochet’s Chile: On the Eve of London 1998. Durham y Londres: Duke University Press, 2004, capítulo 4, p. 200, nota 2.

11. En Les Abus de la mémoire. París: Arléa, 1995, p. 12 (traducción española: Los abusos de la memoria, Barcelona: Paidós, 2000), Tzvetan Todorov recuerda que una de las colecciones que circulaban de manera clandestina en Rusia (samizdats) se titulaba Pamiat, palabra rusa que significa “memoria”, antes de que el término fuera acaparado por una organización antisemita. Véase también Denis Paillard. “URSS. Figuras de la memoria: Memorial y Pamiat”. En Alain Brossat et al. (comps.). En el este, la memoria recuperada. Valencia: Alfons el Magnànim, 1992, pp. 360-361 (título original: “URSS: figures de la mémoire”. En À l’Est, la mémoire retrouvée. París: La Découverte, 1990).

12 D. Paillard. “URSS. Figuras de la memoria: Memorial y Pamiat”. En Alain Brossat et al. (comps.), En el Este, la memoria recuperada, Valencia: Alfons el Magnànim, 1992, p. 360, nota 8. Sobre la resistencia contra las “verdades oficiales, resistencia a las impunidades”, véase Elizabeth Lira y Brian Loveman. Las suaves cenizas del olvido: la vía chilena de reconciliación política, 1814-1932. Santiago de Chile: LOM/DIBAM, 2000, p. 86 (la primera edición es de 1999).

13. Retomamos así la muy simple fórmula de Pierre Nora. Como hecho social, la memoria constituye hoy un campo de estudios interdisciplinarios de mucho dinamismo en nuestra región latinoamericana. En este trabajo citaremos en varias ocasiones los trabajos originados en el proyecto “Collective memory of repression”, dirigido por Eric Hershberg, del Social Science Research Council, y coordinado por Elizabeth Jelin y Carlos Iván Degregori en la región (queremos expresar nuestro agradecimiento a las tres personas mencionadas por su recepción y los intercambios que la siguieron).

14. En “Conflictos de la memoria en la Argentina. Un estudio histórico de la memoria social”, Hugo Vezzetti se dedicó a analizar, en el caso argentino, figuras de cambio proyectadas en el futuro (por ejemplo, “el hombre nuevo”, la revolución) que movilizaban el imaginario colectivo hasta la década de 1970.

15. Sobre memoria e historia en la obra de Pierre Nora, véase Marie-Claire Lavabre, “Maurice Halbwachs y la sociología de la memoria”, (título original: “Maurice Halbwachs et la sociologie de la mémoire”. Raison Présente, número especial, “Mémoire et histoire: un procès réciproque”, 128, octubre de 1998, pp. 47-56).

16. Distinciones comúnmente utilizadas por los historiadores. Véase Marie-Claire Lavabre, “Maurice Halbwachs y la sociología de la memoria”, y Le Fil rouge: sociologie de la mémoire communiste (París: Presses de la Fondation nationale des sciences politiques, 1994, pp. 15-36) y Y. H. Yerushalmi. Zajor. La historia judía y la memoria judía. Barcelona: Anthropos, 2002.

17. Sobre esta cuestión, véase más adelante la tercera parte “La presencia del pasado en América Latina hoy: formas y fuentes”.

18 Paul Ricoeur. “Définition de la mémoire d’un point de vue philosophique”. En Françoise Barret-Dubrocq (dir.). Pourquoi se souvenir: Forum International Mémoire et Histoire: Unesco, 25 mars 1998-La Sorbonne, 26 mars 1998, coloquio de la Académie universelle des cultures, París: Grasset, 1999, p. 29 [traducción española: “Definición de la memoria desde un punto de vista filosófico”. En ¿Por qué recordar? Fórum Internacional Memoria e Historia, 25-26 de marzo de 1998, París. Barcelona: Granica, 2002, pp. 24-28].

19. Reinhart Koselleck. L’Expérience de l’histoire. París: Gallimard/Seuil, 1997, pp. 24-38 (título original: “Geschichte”, en Otto Brunner, Werner Conze y Reinhart Koselleck [comps.]. Geschichtliche Grundbegriffe: historisches Lexikon zur politisch-sozialen Sprache in Deutschland. Stuttgart: E. Klett, 1972-1997, vol. 2, 1975, pp. 647-717) [traducción española: Historia/historia. Madrid: Trotta, 2004]. En ese trabajo, Koselleck advierte en Alemania el surgimiento de una concepción y una práctica modernas de la historia fundadas en el principio de realidad.

20. Entre los muchos historiadores que recordaron el compromiso de los profesionales de la disciplina con respecto a la verdad, mencionemos a François Bédarida, que fue el primer director del Institut d’histoire du temps présent. Bédarida resumía la postura de generaciones de historiadores educados en la esfera de dependencia de los Annales: “El método fenomenológico ya tendía a afirmar el carácter ilusorio del concepto de objetividad, en cuanto toda realidad, en vez de existir en sí, es aprehendida por y a través de una conciencia. En otras palabras, no se puede decir un objeto sin decir al mismo tiempo quién lo aprehende y cómo. Resulta imposible, entonces, separar al sujeto del objeto. Mi generación trabajó durante años con esta concepción, en la que se reconocía franca y plenamente –y a veces incluso se cultivaba– el papel de la subjetividad del historiador en la historia que él produce”. Las circunstancias frente a las cuales nos hemos visto situados como historiadores, prosigue Bédarida, “no nos han llevado a poner en tela de juicio esas conquistas de la epistemología histórica, sino a compararlas con nociones de verdad y objetividad por las cuales no sentíamos más que desdén”. Véase François Bédarida. “Temps présent et présence de l’histoire”. En Histoire, critique et responsabilité. Bruselas: Éditions Complexe/IHTP-CNRS, 2003, pp. 51-52.

21. El negacionismo ha hecho estragos sobre todo en Francia, el Reino Unido, Bélgica, Italia, Alemania, Estados Unidos y Canadá. Sobre sus estrategias, véase F. Bédarida. “Temps présent et présence de l’histoire”. En Histoire, critique et responsabilité. Bruselas: Éditions Complexe/IHTP-CNRS, 2003, p. 52: “Negar todo en bloque mediante una suerte de hipercrítica que invoca una especie de gigantesco complot estalino capitalista maquinado por los judíos”, o intentar disolver los hechos mejor establecidos a fuerza de argucias, citas truncas y alusiones fuera de contexto. Véase también Pierre Vidal-Naquet. Les Assassins de la mémoire: “Un Eichmann de papier” et autres essais sur le révisionnisme. París: La Découverte, 2005 (1980) [traducción española: Los asesinos de la memoria, México: Siglo XXI, 1994]; para una defensa del método histórico, véase Richard J. Evans, Telling Lies about Hitler: The Holocaust, History and the David Irving Trial. Londres y Nueva York: Verso, 2002; con respecto al negacionismo en la universidad francesa, Henry Rousso. “Commission sur le racisme et le négationnisme à l’université Jean-Moulin Lyon III. Rapport à M. le ministre de l’Éducation nationale”. En www.ladocumentationfrancaise.fr/rapports-publics, y Le Dossier de Lyon III – Histoire d’un problème public, París: Fayard, 2004.

22. Tanto más en tanto y en cuanto la prensa del mundo occidental, al hacerse eco de las tesis negacionistas que juzgaba innovadoras, no ayudaba a un público poco idóneo para discernir las supercherías y falsificaciones.

23. Luis Alberto Romero. Breve historia de la Argentina contemporánea, (1994), segunda edición revisada, Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2003, pp. 11-13. Véase también, del mismo autor, La crisis argentina: una mirada al siglo XX, Buenos Aires: Siglo XXI, 2003, p. 16: “En él [el relato que propondré al pasado] hay una fuerte impronta generacional, pues viví intensamente tres experiencias: la movilización y violencia de los años sesenta y setenta; la represión del Proceso […] y la construcción de la democracia en 1983”. Véase también el comentario de Tulio Halperin Donghi sobre Marcos Novaro y Vicente Palermo, autores de Historia argentina. La dictadura militar, 1976-1983: del golpe de Estado a la restauración democrática (Buenos Aires: Paidós, 2003, p. 16): “Sin duda escribieron como si fuera la suya esa historia que terminó hace casi dos décadas, y el público deberá leer el libro de ese modo”. Agradezco a Martín Abregú por haberme hecho conocer a estos autores.

24. En Michel Trebitsch. “La quarantaine et l’an 40. Hypothèses sur l’étymologie du temps présent”. En Institut d’histoire du temps présent, Écrire l’histoire du temps présent. En hommage à François Bédarida: actes de la journée d’études de l’IHTP, Paris, 1992 (París: CNRS, 1993, pp. 64-76) se encontrará una investigación sobre el concepto de tiempo presente. En La historia vivida: sobre la historia del presente (Madrid: Alianza, 2004), Julio Aróstegui insiste en esta dimensión de contemporaneidad. Véase en particular el capítulo 4, “La historización de la experiencia”.

25 Jean-Louis Crémieux-Brilhac, citado por Laurent Douzou. La Résistance française: une histoire périlleuse. Essai d’historiographie. París: Seuil, 2005, p. 213.

26. Es preciso comprender esta reacción contra una primera historia nacional que no había vacilado en historizar el pasado reciente (¡postulando para ello la importancia de las fuentes!), pero que daba libre curso a su interpretación política.

27. T. Judt. Postwar: A History of Europe since 1945. Nueva York: Penguin Press, 2005, p. xiii. Una reseña de la obra muestra que el autor y los lectores coinciden en leer en ella su historia: “Esto no es sólo una historia. Es una biografía sumamente intrincada, en especial si, como yo, usted pertenece a las generaciones británicas cuya infancia transcurrió antes de la guerra y durante ella. […] Éste es un libro que, en casi todas sus páginas, evoca en los lectores de más de cuarenta años lo que alguna vez sintieron o esperaron, aquello en lo que participaron o de lo que huyeron”. Neal Ascherson. “The Atlantic Gap”. London Review of Books, 27(22), 17 de noviembre de 2005.

28. Conversación con Mario Garcés, septiembre de 2005.

29. Henry Rousso. “L’histoire du temps présent, vingt ans après”. Bulletin de l’Institut d’histoire du temps présent, 75, junio de 2000, pp. 23-40, y Pieter Lagrou. “De l’actualité de l’histoire du temps présent”. Bulletin de l’Institut d’histoire du temps présent, 75, junio de 2000, pp. 10-22.

30 La transición española se inauguró en 1975 con la muerte del general Franco. Javier Tusell (1946-2005). “La transition: une histoire politique à renouveler”. Vingtième Siècle, abril-junio de 2002, número especial, “Les 25 ans de l’Espagne démocratique”, pp. 13-29, sobre todo pp. 16-17. “Sin duda la consideramos desde muy pronto como un objeto de conocimiento histórico, lo cual es bastante positivo –escribe Tusell, y prosigue–: Pero esto no representa sino una parte de lo que el historiador puede y debe hacer. A falta de archivos que recién empiezan a abrirse, los historiadores se conformaron sobre todo con escribir libros que resumían lo que otros especialistas en ciencias humanas habían escrito. Ese trabajo produjo síntesis inteligentes que demuestran que la historia no se limita a un conocimiento del pasado lejano y puede, en cambio, escribir sobre un pasado reciente. Falta, empero, lo que los historiadores pueden aportar en forma más específica […]. [Una] reconstrucción, detallada y minuciosa, apoyada en fuentes de todo tipo, públicas y privadas, orales y escritas, se revela indispensable”.

31. Steve J. Stern (comp.). Shining and Other Paths: War and Society in Peru, 1980-1995. Durham: Duke University Press, 1998, pp. xi y 4 [traducción española: Los senderos insólitos del Perú. Lima: Instituto de Estudios Peruanos/Universidad Nacional San Cristóbal de Huamanga, 1999]. Véanse en particular los textos introductorios de Stern a las distintas secciones de la obra que esbozan los lineamientos de una explicación histórica de la violencia política. Entre los especialistas cuyos trabajos se incluyen en el libro se encuentran Degregori, Del Pino, Hinojosa, Manrique y Rénique, autores o colaboradores también de esta publicación.

32. Kimberly Theidon “Entre prójimos: violencia y reconciliación en el Perú” Ideele: Revista del Instituto de Defensa Legal, setiembre 2003, 197, p. 91-96. Agradecemos a Iván Hinojosa la referencia de este trabajo.

33. Kimberly Theidon. Entre prójimos: el conflicto armado y la política de la reconciliación en el Perú. Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 2004, p. 21. Agradecemos a Iván Hinojosa la referencia de este trabajo.

34. Edward Casey. Remembering: A Phenomenological Study. Blomington e Indianápolis: Indiana University Press, 2000 (1997), p. 41. El autor se sitúa en el linaje fenomenológico de Edmund Husserl, el filósofo alemán del siglo XX: el estudio de la conciencia fundado en la descripción de la “experiencia vivida”, mediante un retorno a lo concreto como reacción contra la metafísica clásica.

35. L. A. Romero. La crisis argentina: una mirada al siglo XX. Buenos Aires: Siglo XXI, 2003, pp. 11 y 13.

36. Como lo muestran varias generaciones de trabajos ingleses sobre la América Latina contemporánea, representados por los de Alan Angell sobre Chile y los de James Dunkerley y Rachel Sieder dedicados a América Central.

37. Sobre las mujeres y SL es menester referirse al libro pionero de Robin Kirk, Grabado en piedra. Las mujeres de Sendero Luminoso (Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 1993. Título original: “Recorded in Stone”. Capítulo 4 de The Monkey’s Paw: New Chronicles from Peru. Amherst: University of Massachusetts Press, 1997, p. 62-110).

38. T. Halperin Donghi. “Prefacio”. En M. Novaro y V. Palermo. Historia argentina. La dictadura militar, 1976-1983: del golpe de Estado a la restauración democrática. Buenos Aires: Paidós, 2003, pp. 11-12.

39. Peter Winn (comp.). Victims of the Chilean Miracle: Workers and Neoliberalism in the Pinochet Era, 1973-2002. Durham: Duke University Press, 2004.

40. Éric Conan y Henry Rousso. Vichy, un passé qui ne passe pas. París: Gallimard, 1996 (1994), p. 315.

41. Véase Peter Flindell Klarén. Peru: Society and Nationhood in the Andes. Nueva York y Oxford: Oxford University Press, 2000 [traducción española: Nación y sociedad en la historia del Perú. Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 2004].

42. Degregori fue designado para desempeñarse en la Comisión de la Verdad y Reconciliación del Perú (2001-2003). Era docente de la UNSCH en la misma época que Guzmán y fue uno de sus adversarios en su calidad de miembro de un movimiento político democrático. Sobre las fuerzas que comenzaron a poner en jaque a Sendero Luminoso, véase Carlos Iván Degregori et al. Las rondas campesinas y la derrota de Sendero Luminoso. Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 1996.

43. Hasta el momento se han publicado: Las suaves cenizas del olvido: la vía chilena de reconciliación política, 1814-1932, Santiago de Chile: LOM/DIBAM, 1999 (segunda edición, 2000); Las ardientes cenizas del olvido: la vía chilena de reconciliación política, 1932-1994, Santiago de Chile: LOM/DIBAM, 2000; Las acusaciones constitucionales en Chile: una perspectiva histórica, Santiago de Chile: LOM/Flacso, 2000; Las leyes de reconciliación en Chile: amnistías, indultos y reparaciones, 1819-1999, Santiago de Chile: DIBAM/Universidad Alberto Hurtado/LOM, 2001; Arquitectura política y seguridad interior del Estado, Chile 1811-1990, Santiago de Chile: DIBAM/Universidad Alberto Hurtado/LOM, 2002; Acusación constitucional contra el último ministerio de Balmaceda, Santiago de Chile: DIBAM/Universidad Alberto Hurtado/LOM, 2003. Un volumen está en prensa y otro, en preparación.

44. E. Lira y B. Loveman, Las suaves cenizas del olvido: la vía chilena de reconciliación política, 1814-1932, Santiago de Chile: LOM/DIBAM, 2000, p. 82. Para un uso histórico comparable de la amnistía, véase Stéphane Gacon. “L’oubli institutionnel”. En Dimitri Nicolaïdis (comp.). Oublier nos crimes: l’amnésie nationale, une spécificité française? París: Autrement, 2002, pp. 84 y 86-97. Sobre los orígenes griegos de la amnistía, véase Nicole Loraux. La Cité divisée: l’oubli dans la mémoire d’Athènes. París: Payot, 1997.

45. En Alfredo Riquelme. “Comunismo mundial y transición chilena. La incidencia de un fenómeno global en un proceso político nacional durante el siglo XX”. Tesis de doctorado, Departamento de Historia Contemporánea, Universitat de València, Valencia, 2003, se encontrará otro estudio chileno que amplía la perspectiva sobre el pasado reciente.

46. P. Lagrou. “De l’actualité de l’histoire du temps présent”. Bulletin de l’Institut d’histoire du temps présent, 75, junio de 2000, p. 12.

47. Martín Obregón. Entre la cruz y la espada: la Iglesia católica durante los primeros años del “Proceso”. Buenos Aires: Universidad Nacional de Quilmes, 2005, p. 13. Este libro retoma y desarrolla aspectos abordados por Obregón en “La Iglesia argentina durante la última dictadura militar. El terror desplegado sobre el campo católico”.

48. P. Vidal-Naquet. Les Assassins de la mémoire: “Un Eichmann de papier” et autres essais sur le révisionnisme. París: La Découverte, 2005 (1980), p. 30. El historiador de la Grecia antigua se había embarcado en una polémica contra los negacionistas con respecto al exterminio nazi de los judíos.

49. Véase Patrice Rötig. “Pierre Loti hors la loi?”. Le Monde, 27 de octubre de 2006, p. 2.

50. Hilda Sabato. “La cuestión de la culpa”. Puentes 1(1), agosto de 2000, p. 16.

51. Iván Hinojosa, en el taller “Historicizing a Recent Troubled Past”, ILAS (hoy ISA), Londres, University of London, octubre de 2003. El resultado de ese trabajo es el primer capítulo del informe final de la comisión peruana, “Los períodos de la violencia”, y la cronología mencionada en el anexo 2, “Cronología, 1978-2000”, www.cverdad.org.pe. Gonzalo de la Maza y Mario Garcés, La explosión de las mayorías. Protesta nacional 1983-1984, Santiago, ECO-Educación y Comunicaciones, 1985 ofrecen un ejemplo de cronología parcial.

52. “Historizando la guerra interna en el Perú, 1980-2000”, trabajo presentado en el taller “Historicizing a Recent Troubled Past”, ILAS (hoy ISA), Londres, University of London, octubre de 2003. Entrevista con Iván Hinojosa, Comisión de la Verdad peruana, 7 de junio de 2002.

53. Véanse, por ejemplo, S. J. Stern, acerca de las cifras disponibles sobre las muertes y desapariciones forzadas en Remembering Pinochet’s Chile: On the Eve of London 1998. Durham y Londres: Duke University Press, 2004, pp. 158-161, nota 3; en lo concerniente a la cantidad de chilenos torturados y los círculos sociales y familiares correspondientes bajo la dictadura, Anne Pérotin-Dumon. “El pasado vivo de Chile en el año del Informe sobre la Tortura: apuntes de una historiadora”. Nuevo Mundo Mundos Nuevos, 5, mayo de 2005, primera parte, https://nuevomundo.revues.org/document954/; sobre los cálculos del número de personas que sufrieron allanamientos, Alison Bruey. “Represión masiva en las poblaciones”. En Laura Moya et al., Allanamientos: tortura en poblaciones del Gran Santiago (1973-1990), Santiago de Chile: Corporación José Domingo Cañas, 2005, capítulo 7, pp. 71-80.

54. Sobre la “confusa inflación de cifras” referidas a la cantidad de víctimas japonesas de Hiroshima, véase la nota crítica 28 de John Dower, “Tres relatos sobre nuestra humanidad: la bomba atómica en la memoria japonesa y estadounidense” (título original: “Three Narratives of our Humanity”. En Edward T. Linenthal y Tom Engelhardt [comps.]. History Wars: The Enola Gay and Other Battles for the American Past. Nueva York: Henry Holt and Co., 1996); véase también John Dinges. “Mass Killings in Argentina: CONADEP and batallion 601. Calculations 1973-1983”. En The Condor Years: How Pinochet and His Allies Brought Terrorism to Three Continents. Nueva York y Londres: The New Press, 2004, p. 139 [traducción española: Operación Cóndor: una década de terrorismo internacional en el Cono Sur. Santiago de Chile: Ediciones B, 2004]. Por razones análogas a las que acabamos de mencionar, la inflación afectó en forma parecida los primeros cálculos de las víctimas de la Segunda Guerra Mundial, en particular las correspondientes a los campos de concentración y exterminio.

55. Este aspecto de la tarea fue primordial en los países del ex bloque socialista de Europa del Este. Véase Konrad H. Jarausch. “The Collapse of the Counternarrative: Coping with the Remains of Socialism”. En Konrad H. Jarausch y Michael Geyer. Shattered Past: Reconstructing German Histories. Princeton y Oxford: Princeton University Press, 2003, pp. 61-84.

56. F. Bédarida. “Temps présent et présence de l’histoire”. En Histoire, critique et responsabilité. Bruselas: Éditions Complexe/IHTP-CNRS, 2003, p. 54.

57. Peter Winn. Weavers of Revolution: The Yarur Workers and Chile’s Road to Socialism. Nueva York y Oxford: Oxford University Press, 1986 [traducción española: Tejedores de la revolución, Santiago de Chile: LOM, 2004]. Daniel James. Resistance and Integration: Peronism and the Argentine Working Class, 1946-1976. Cambridge: Cambridge University Press, 1988 [traducción española: Resistencia e integración. El peronismo y la clase trabajadora argentina, 1946-1976. Buenos Aires: Sudamericana, 1990]. Véase la lectura del libro de James por Romero en “La violencia en la historia argentina reciente: un estado de la cuestión”. Por su parte, el libro de los antropólogos y sociólogos peruanos Patricia Oliart y Jaime Joseph. “Ama Kella: su rostro hoy.” Historia y vida social de una población en San Martín de Porres. Lima: Alternativa, 1983, fue una fuente de inspiración para el historiador chileno Mario Garcés (entrevista con la autora, mayo de 2002).

58. Rolando Álvarez. Desde las sombras: una historia de la clandestinidad comunista (1973-1980). Santiago de Chile: LOM, 2003.

59. Rolando Álvarez. Desde las sombras: una historia de la clandestinidad comunista (1973-1980). Santiago de Chile: LOM, 2003, p. 147.

60. Nelson Manrique, “Pensamiento, acción y base política del movimiento Sendero Luminoso. La guerra y las primeras respuestas de los comuneros (1964-1983)”. Sobre la Comisión de la Verdad del Perú, véase más adelante la tercera parte. Cabe señalar que los archivos de las comisiones de la verdad, cuando se abren a los investigadores como en el caso del Perú, son un formidable reservorio de archivos orales. Los antropólogos y los historiadores convocados por esta comisión –volveremos a esto en la tercera parte de este trabajo– ya estaban en su mayoría entrenados en la entrevista oral; su trabajo fue, en todo caso, una estupenda escuela de perfeccionamiento. (Entrevistas con Iván Hinojosa y Nelson Manrique, Lima, septiembre de 2006).

61. Reinhart Koselleck. “Postface”. En Charlotte Beradt. Rêver sous le IIIe Reich. París: Payot, 2002, pp. 173-174 (título original: Das Dritte Reich des Traums. Francfort: Suhrkamp, 1981).

62. Mario Garcés y Sebastián Leiva. El golpe en La Legua: los caminos de la historia y la memoria. Santiago de Chile: LOM, 2005. Este trabajo retoma y desarrolla aspectos tratados en Mario Garcés, “Historia y memoria del 11 de septiembre de 1973 en la población La Legua de Santiago de Chile”.

63. S. J. Stern. Remembering Pinochet’s Chile: On the Eve of London 1998. Durham y Londres: Duke University Press, 2004. Esta obra es la primera de una trilogía sobre la memoria de la dictadura. Las dos restantes son de próxima aparición; darán cuenta de la memoria de la dictadura en la sociedad chilena de formas distintas que la primera.

64. M. Garcés y S. Leiva. El golpe en La Legua: los caminos de la historia y la memoria. Santiago de Chile: LOM, 2005, p. 27.

65. M. Garcés y S. Leiva. El golpe en La Legua: los caminos de la historia y la memoria. Santiago de Chile: LOM, 2005, p. 5.

66. S. J. Stern. Remembering Pinochet’s Chile: On the Eve of London 1998. Durham y Londres: Duke University Press, 2004. El análisis y las citas que siguen se extraen particularmente de las pp. XXVII-XXVIII, 28, 30 y 31.

67. Las palabras struggle y meaning aparecen con frecuencia en Stern. En este aspecto, el autor se pronuncia de manera explícita sobre las afinidades con autores como Yosef Yerushalmi, ya citado, y Elizabeth Jelin. Hay, dice esta última, una “historia conflictiva de las memorias” que tiene su origen en “el acontecimiento conflictivo mismo”, cuando los acontecimientos estuvieron signados por una fuerte conflictividad social y política (véase Elizabeth Jelin. “Las luchas políticas por la memoria”. En Los trabajos de la memoria. Madrid: Siglo XXI, 2002, pp. 39-62, sobre todo p. 44).

68. En esta vena etnográfica, habrá que citar los trabajos de Claudio Javier Barrientos, “‘Y las enormes trilladoras vinieron […] a llevarse la calma.’ Neltume, Liquiñe y Chihuío, tres escenarios de la construcción cultural de la memoria y la violencia en el sur de Chile”. En Ponciano del Pino y Elizabeth Jelin (comps.). Luchas locales, comunidades e identidades. Madrid, Siglo XXI, 2003, 107-141.

69. Después de terminar este artículo recibimos Las guerras por Malvinas, de Federico G. Lorenz, Buenos Aires: Edhasa, 2006, cuyos capítulos 7, 8 y 9 fueron elaborados a partir de “Testigos de la derrota. Malvinas: los soldados y la guerra durante la transición democrática argentina, 1982-1987”. Hay en este libro otra manera innovadora de historizar la memoria, prueba de la diversidad y riqueza de los enfoques a los que se presta la cuestión.

70. Ponciano del Pino H. “Uchuraccay: memoria y representación de la violencia política en los Andes”. En Carlos Iván Degregori (comp.). Jamás tan cerca arremetió lo lejos: memoria y violencia política en el Perú, Lima: Instituto de Estudios Peruanos/Social Science Research Council, 2003, pp. 49-93. Para otros estudios recientes de antropólogos que han seguido en el largo plazo los estragos producidos por la violencia política en las comunidades rurales indígenas y su posterior recuperación, véase Kimberly Theidon. Entre prójimos: el conflicto armado y la política de la reconciliación en el Perú. Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 2004; Beatriz Manz. Paradise in Ashes: A Guatemalan Journey of Courage, Terror, and Hope. Berkeley: University of California Press, 2004.

71 Esos desplazamientos se produjeron en la segunda mitad de la década de 1980, y afectaron a los habitantes de varios departamentos andinos víctimas de la violencia, que se trasladaron a las ciudades de la región, como Huamanga, o fueron a hacinarse en la costa, sobre todo en la periferia de Lima.

72. Del Pino muestra que, en los hechos, la comunidad tuvo que ponerse de acuerdo en torno de dos relatos: el destinado a los de afuera concernía al asesinato de los periodistas cometido en 1983; un segundo relato se refería a la violencia intracomunitaria y era de uso estricto de la comunidad.

73. S. J. Stern. Remembering Pinochet’s Chile: On the Eve of London 1998. Durham y Londres: Duke University Press, 2004, p. XXI.

74. Los psicólogos nos ayudan a comprender los dos elementos que se transmiten en el testimonio: el hecho pasado y su sentido actual. Y también nos dejan saber que ni la parte del hecho ni la del sentido son estables. Con el tiempo, el relato se desprende de detalles fácticos y circunstanciales. En cambio, se carga con un nuevo análisis de lo vivido, producto del “trabajo” del individuo sobre su recuerdo cuando éste vuelve a aflorar en su conciencia o cuando él lo relata. Con el sentido del pasado que se entrega en la reminiscencia tocamos la parte de la memoria que es construcción continua del yo a través de una vida (y que llevó a un filósofo como John Locke a ver en la memoria, ante todo, una “experiencia del yo”). Sobre las dos maneras de interpelar el testimonio, véase Marie-Claire Lavabre. “Du poids ou du choix du passé: lecture critique du Syndrome de Vichy”. En Denis Peschanski, Michael Pollak y Henry Rousso (comps.). Histoire politique et sciences sociales. Bruselas: Éditions Complexe, 1991, pp. 264-278, en particular pp. 270 y 274.

75. La diferenciación simple que señalamos nos lleva a aquello que el historiador o la historiadora busca conocer: el suceso o su memoria. No pretendemos haber agotado con ella la cuestión de los criterios de evaluación del documento, que implican tomar en consideración otras cosas como la intención que movió la producción del documento, la distancia temporal que separa los hechos de su relato y el hecho de que la fuente sea escrita u oral.
76. Alessandro Portelli. The Death of Luigi Trastulli and Other Stories: Form and Meaning in Oral History. Nueva York: State University of New York Press, 1991, p. 26. Cf. también el capítulo titulado “What Makes Oral History Different”, pp. 45-58 y sobre todo p. 52. Desde este punto de vista, Portelli se interesó en las invenciones y los mitos que dan a conocer los factores irracionales e imaginativos actuantes en la memoria. El autor adhiere en este punto a un antiguo interés de los historiadores en los procesos históricos apoyados en acontecimientos materialmente inexistentes. Véanse Marc Bloch. Les Rois thaumaturges. Estrasburgo: Librairie Istra, 1924 [traducción española: Los reyes taumaturgos. México: Fondo de Cultura Económica, 1988], y Georges Lefebvre. La Grande peur de 1789. París: Armand Colin, 1932 [traducción española: El gran pánico de 1789: la Revolución Francesa y los campesinos. Barcelona: Paidós, 1986].

77. Para un recordatorio de la importancia del contenido de la memoria –aquello de lo cual ésta habla–, véanse Carlo Ginzburg. Le Juge et l’historien. Considérations en marge du procès Sofri. París: Verdier, 1997 (título original: Il giudice e lo storico. Considerazioni in margine al processo Sofri. Turín: Giulio Einaudi, 1991) [traducción española: El juez y el historiador. Consideraciones al margen del proceso Sofri. Madrid, Anaya & Mario Muchnik, 1993]; Danièle Voldman. “Le témoignage dans l’histoire française du temps présent”. Bulletin de l’IHTP, 75, junio de 2000, pp. 41-54, en particular p. 43, y “La place des mots, le poids des témoins”. En Institut d’histoire du temps présent (dir.), Écrire l’histoire du temps présent. En hommage à François Bédarida: actes de la journée d’études de l’IHTP, Paris, 1992. París: CNRS, 1993, pp. 123-132, y Mario Garcés. “Historia y memoria: las memorias del pueblo”. Revista de Historia y Ciencias Sociales, Universidad ARCIS, 1, 2003, pp. 163-176. Sobre los grados de aproximación y los niveles diferentes de certidumbre, véase F. Bédarida, “Temps présent et présence de l’histoire”. En Histoire, critique et responsabilité. Bruselas: Éditions Complexe/IHTP-CNRS, 2003, p. 52.

78. Marc Bloch. “Mémoire collective, traditions et coutume. À propos d’un livre récent”. Revue de synthèse historique, tomo 40, 1925, pp. 118-120.

79. M.-C. Lavabre. “Du poids ou du choix du passé: lecture critique du Syndrome de Vichy”. En Denis Peschanski, Michael Pollak y Henry Rousso (comps.). Histoire politique et sciences sociales. Bruselas: Éditions Complexe, 1991, pp. 265-278.

80. Marie-Claire Lavabre. “Peut-on agir sur la mémoire?”. En Yves Léonard (comp.). La Mémoire, entre histoire et politique. Col. Cahiers français, París: La Documentation française, 2001, p. 12; véase también, de la misma autora, “Entre histoire et mémoire: à la recherche d’une méthode”. En Jean-Clément Martin (comp.). La Guerre civile entre histoire et mémoire. Nantes: Ouest Éditions, 1995, pp. 39-48.

81. Martin Broszat. “Plädoyer für eine Historisierung des Nazionalsozialismus”. Merkur, 39, 1985, pp. 373-385, reeditado en Martin Broszat. Nach Hitler. Der schwierige Umgang mit unserer Geschichte. Edición establecida por Hermann Graml y Klaus-Dietmar Henke, Múnich: R. Oldenbourg, 1986. La traducción inglesa del artículo se publicó con el título de “A Plea for the Historicization of National Socialism” en Peter Baldwin (comp.), Reworking the Past: Hitler, the Holocaust and the Historians, Boston: Beacon Press, 1990, pp. 77-87. Broszat (1926-1989) fue director del Institut für Zeitgeschichte (Instituto de Historia Contemporánea) de Múnich entre 1972 y 1989. Contribuyó al desarrollo del llamado enfoque funcionalista del nazismo, centrado en sus instituciones y mecanismos políticos, en contraposición a los “intencionalistas”, cuya explicación se concentra en Hitler y los principales responsables.

82 El peligro de una historia sobrecargada de lecciones pero desprovista de contenido histórico es un aspecto del cual Broszat se ocupó en distintas ocasiones a lo largo de su obra: “El peligro de la supresión de esa época no sólo consiste, a mi juicio, en el olvido normal, sino que en este caso, de manera casi paradójica y debido a razones didácticas, la gente ‘pelea’ mucho con este período de la historia. Sobre la base del continuo auténtico y original de esta historia se arma un arsenal de sesiones de enseñanza e imágenes estatuarias que cobran cada vez más una existencia propia y vienen a ocupar, sobre todo en la segunda y la tercera generaciones, el lugar de la historia original, antes de ser ingenuamente malentendidas como la historia real”. Martin Broszat. “Briefwechsel”. Reproducido en P. Balwin (comp.). Reworking the Past: Hitler, the Holocaust and the Historians. Boston: Beacon Press, 1990, p. 270, nota 96.

83. Martin Broszat, Elke Frölich y Falk Wiesmann. Bayern in der NS-Zeit. Cuatro volúmenes, Múnich: R. Oldenbourg, 1977-1983. Se encontrará una introducción general a esta escuela en Mary Nolan. “The Historikerstreit and Social History”. En P. Baldwin (comp.). Reworking the Past: Hitler, the Holocaust and the Historians. Boston: Beacon Press, 1990, pp. 224-248, sobre todo pp. 225-230 (el artículo se publicó por primera vez en New German Critique, 44, 1988, pp. 51-80).

84. Posición expuesta sobre todo en Martin Broszat. Der Staat Hitlers: Grundlegung und Entwicklung seiner inneren Verfassung. Múnich: Deutscher Taschenbuch Verlag, 1969 (traducción inglesa: The Hitler State: The Foundation and Development of the Internal Structure of the Third Reich. Londres y Nueva York: Longman, 1981).

85. P. Baldwin (comp.). Reworking the Past: Hitler, the Holocaust and the Historians. Boston: Beacon Press, 1990, p. 15.

86. El debate al que se dio el nombre de Historikerstreit (literalmente, “querella de los historiadores”) enfrentó en primer lugar a la intelligentsia y los políticos, aun cuando fueron trabajos históricos los que lo alimentaron. En un año, la querella produjo varios cientos de artículos. Las principales piezas del debate se publicaron en inglés en P. Baldwin (comp.). Reworking the Past: Hitler, the Holocaust and the Historians. Boston: Beacon Press, 1990. Véanse también Richard J. Evans. “Review Article: the New Nationalism and the Old History: Perspectives on the West German Historikerstreit. Journal of Modern History, 59, diciembre de 1987, pp. 761-797, y Geoff Eley. “Viewpoint: Nazism, Politics and the Image of the Past: Thoughts on the West German Historikerstreit, 1986-1987”. Past & Present, 121, noviembre de 1988, pp. 171-208. Fue Jürgen Habermas quien abrió el fuego al atacar a historiadores conservadores como Ernst Nolte. El filósofo apuntaba en términos más generales al mensaje enviado en esos mismos momentos por el gobierno demócrata cristiano y su gabinete: so pena de minar la moral nacional, era preciso dar vuelta la página del nazismo y recuperar cierta “normalidad” (este punto no tardó en situarse en el centro del debate; el propio término “normalidad” remitía a la visión clásica adoptada por muchos historiadores, la de un Sonderweg o camino especial tomado por el curso de la historia alemana en comparación con el resto de Europa). Ese mensaje político señalaba la impaciencia de muchos conservadores ante el cambio de actitud con respecto al pasado nazi, que se había producido efectivamente en la Alemania de la década de 1970 y al que una nueva generación de historiadores había contribuido en forma consciente con trabajos como los de Broszat y los de otros de quienes éste se valía. En esa renovación de perspectivas, los historiadores aprovecharon la organización de los diferentes depósitos del Archivo Federal (Bundesarchiv), donde nuevas fuentes se ponían a su disposición. En el caso de algunos de ellos, un factor decisivo en la orientación de sus investigaciones fue el trabajo realizado en la Oficina Central de Investigación de los Crímenes de Guerra Nazis de Ludwisburg (Zentralstelle der Landesjustizverwaltungen), creada en 1958. Entre ese año y 1986 (tras los numerosos juicios de la posguerra sustanciados por los aliados), la justicia de Alemania Federal juzgó a cerca de cinco mil individuos culpables de crímenes nazis y pronunció casi mil condenas. Al mismo tiempo, los debates que se desarrollaron en el Bundestag entre 1960 y 1979 desembocaron en la imprescriptibilidad de los crímenes de guerra nazis. Esos procesos, así como el enorme éxito conocido por la proyección de la miniserie televisiva estadounidense Holocausto (y más adelante Heimat), contribuyeron a instalar en el público la conciencia del desastre provocado por el Tercer Reich y una voluntad de enfrentar el pasado (die Bewältigung der Vergangenheit), y hasta un sentimiento de vergüenza entre las jóvenes generaciones. En la misma época se encaró una revisión de los manuales escolares de historia. Véase Jeffrey Herf, Divided Memory: The Nazi Past in the Two Germanys, Cambridge, Massachussetts: Harvard University Press, 1997, pp. 335-342.

87 Saul Friedländer. “Some Reflections on the Historicization of National Socialism”. En P. Baldwin (comp.). Reworking the Past: Hitler, the Holocaust and the Historians. Boston: Beacon Press, 1990, pp. 88-101 (también publicado en el Tel Aviver Jahrbuch für deutsche Geschichte, 16, 1987, pp. 310-324). Véase asimismo Saul Friedländer y Martin Broszat. “A Controversy about the Historicization of National Socialism”. En P. Baldwin (comp.), Reworking the Past: Hitler, the Holocaust and the Historians. Boston: Beacon Press, 1990, pp. 122-134 (también publicado en Yad Vashem Studies, 19, 1988, pp. 1-47, y New German Critique, 44, primavera-verano de 1988, pp. 85-126). Sobre la crítica de Broszat planteada por Friedländer, véase Ian Kershaw. “Normality and Genocide: the Problem of ‘Historicization’”. En The Nazi Dictatorship: Problems and Perspectives of Interpretation. Cuarta edición. Londres: Arnold, 1985, capítulo 9, pp. 218-236 [traducción española: “Normalización y genocidio: el problema de la ‘historización’”. En La dictadura nazi: problemas y perspectivas de interpretación, Buenos Aires: Siglo XXI, 2004]. Friedländer es especialista en el tema de las persecuciones en la Alemania nazi. Véase Saul Friedländer. Nazi Germany and the Jews: The Years of Persecution (1933-1939). Londres: Weindenfeld and Nicolson, 1997.

88. Ernst Nolte, Der europäische Bürgerkrieg 1917-1945: Nationalsozialismus und Bolschewismus, Berlín: Propyläen, 1987 [traducción española: La guerra civil europea, 1917-1945: nacionalsocialismo y bolchevismo, México: Fondo de Cultura Económica, 1994].

89. Sobre el libro de Nolte, véase también Hans-Ulrich Wehler. “Unburdening the German Past? A Preliminary Assessment”. En P. Baldwin (comp.), Reworking the Past: Hitler, the Holocaust and the Historians. Boston: Beacon Press, 1990, p. 217.

90. M. Broszat y S. Friedländer. “A Controversy about the Historicization of National Socialism”. En P. Baldwin (comp.). Reworking the Past: Hitler, the Holocaust and the Historians. Boston: Beacon Press, 1990, pp. 97-98.

91. M. Broszat y S. Friedländer. “A Controversy about the Historicization of National Socialism”. En P. Baldwin (comp.). Reworking the Past: Hitler, the Holocaust and the Historians. Boston: Beacon Press, 1990, p. 133. La empatía no es simpatía, que implica afinidad moral y similitud de sentimientos. Sobre el obstáculo con el que tropieza la empatía del historiador al estudiar los aspectos criminales de un período, véase el artículo del historiador suizo especialista en la Segunda Guerra Mundial, Philippe Burrin. “L’historien et l’historisation”. En Institut d’histoire du temps présent (dir.), Écrire l’histoire du temps présent. En hommage à François Bédarida: actes de la journée d’études de l’IHTP, Paris, 1992. París: CNRS, 1993, pp. 77-82, en especial p. 80. El nazismo hizo estragos en un lugar del mundo donde al parecer había triunfado una civilización que reconocía un valor eminente al ser humano y su razón, dice Burrin. Desconcierta, por lo tanto, al historiador cuya actividad intelectual y cuyos valores se apoyan en los principios mismos de la Ilustración aplastados por el nazismo: “Si hace la historia de los verdugos, su investigación se topará, en uno u otro momento, con un bloqueo de su comprensión intuitiva que le impedirá aplicar plenamente a ese objeto de estudio la fineza y la penetración que utilizaría en otros. […] No podemos sino negar derecho de existencia en nuestra psicología a ciertos sentimientos y actitudes de los verdugos. Si debemos transgredir los valores de la Ilustración para acceder al mundo mental de los criminales, ¿no abandonamos con ello el suelo de integridad moral sobre el cual se asienta nuestro intento de explicación?”.

92. Philippe Burrin. La France à l’heure allemande, 1940-1944. París: Seuil, 1995 [traducción española: Francia bajo la ocupación nazi: 1940-1944. Barcelona: Paidós, 2003.] En particular en la segunda parte, titulada “Accommodements” [“Adaptaciones”], se encontrará un examen de la “zona gris” en la Francia de la colaboración.

93. Véase M. Nolan. “The Historikerstreit and Social History”. En P. Baldwin (comp.). Reworking the Past: Hitler, the Holocaust and the Historians. Boston: Beacon Press, 1990, pp. 233-235.

94. Andreas Hillgruber. Zweierlei Untergang: die Zerschlagung des Deutschen Reiches und das Ende des europäischen Judentums. Berlín: Siedler, 1986. El ensayo de Hillgruber apareció, en efecto, junto con otro sobre la política nazi contra los judíos en el mismo libro. La empatía del autor con respecto a los soldados contrastaba con el tono distante adoptado en el caso de los judíos. Esto contribuyó mucho más al reexamen del lugar de los afectos y el juicio moral en el análisis histórico. Hillgruber había combatido en la Wehrmacht durante la Segunda Guerra Mundial (fue prisionero en Francia entre 1945 y 1948). Especialista en los aspectos diplomáticos y militares de la historia alemana de 1871 a 1945, este historiador de renombre fue también, con Nolte, el blanco del filósofo Habermas, iniciador del Historikerstreit.

95. M. Nolan. “The Historikerstreit and Social History”. En P. Baldwin (comp.). Reworking the Past: Hitler, the Holocaust and the Historians. Boston: Beacon Press, 1990, pp. 224-248.

96. Hans Mommsen. “Reappraisal and Repression: the Third Reich in West German Historical Consciousness”. En P. Baldwin (comp.). Reworking the Past: Hitler, the Holocaust and the Historians. Boston: Beacon Press, 1990, p. 180.

97. Para un análisis de la historiografía posterior al Historikerstreit sobre el papel de la Alemania nazi en la Segunda Guerra Mundial y la persecución de los judíos, véanse Michael Geyer. “Guerra, genocidio y exterminio: la guerra contra los judíos en una era de guerras mundiales” (título original: “War, Genocide, Extermination: The War against the Jews in an Era of World Wars”. En K. H. Jarausch y M. Geyer. Shattered Past: Reconstructing German Histories. Princeton y Oxford: Princeton University Press, 2003, pp. 111-148), y Konrad H. Jarausch. “A Return to National History? The Master Narrative and Beyond”. En K. H. Jarausch y M. Geyer, Shattered Past: Reconstructing German Histories. Princeton y Oxford: Princeton University Press, 2003, pp. 37-60.

98. El Historikerstreit también formó parte de las experiencias que impulsaron a los historiadores a no bajar los brazos y decretar que el pasado difícil está fuera del alcance de su profesión. Se encontrará a un defensor de la imposibilidad de la disciplina histórica para explicar el “pasado traumático” en Frank Ankersmit. “Remembering the Holocaust: Mourning and Melancholia”. En Pirijo Ahokas y Martine Chard-Hutchinson (comps.). Reclaiming Memory. American Representations of the Holocaust. Turku (Finlandia): Escuela de Arte de la Universidad de Turku, 1997, pp. 62-87 (agradecemos a Antony Polonsky y Joanna B. Michlic por habernos puesto sobre la pista de estos trabajos, mencionados en la obra compilada por ellos, The Neighbors Respond: The Controversy over the Jedwabne Massacre in Poland. Princeton y Oxford: Princeton University Press, 2004, p. 2). El argumento de la historización imposible de la violencia pertenece, desde luego, a un debate más amplio de fines de la década de 1980 sobre la historia como representación. Saul Friedländer (comp.). Probing the Limits of Representation: Nazism and the Final Solution. Cambridge, Massachussetts, y Londres: Harvard University Press, 1992, reúne una veintena de colaboraciones que ilustran los puntos de vista acerca de la cuestión. Véase asimismo el esclarecedor alegato de Paul Ricoeur por la “ambición veritativa” de la historia, al cabo de un análisis sobre la memoria y la imaginación que adopta el mismo procedimiento de la representación, en “Historia y memoria. La escritura de la historia y la representación del pasado” en esta publicación (título original: “L’écriture de l’histoire et la représentation du passé”. Annales. Histoire, sciences sociales, 55(4), julio-agosto de 2000, pp. 731-747).

99. É. Conan y H. Rousso. Vichy, un passé qui ne passe pas. París: Gallimard, 1996 (1994), p. 394. Véase también Henry Rousso. “La trayectoria de un historiador del tiempo presente, 1975-2000”: “El tiempo transcurrido no es en modo alguno la garantía sine qua non de una posible ‘historización’, una Historiesierung, según la expresión alemana utilizada con referencia al pasado nazi. Esa historización no depende mecánicamente del tiempo que nos separa de los acontecimientos analizados sino de una coyuntura política o cultural que puede hacer más o menos difícil el trabajo de los historiadores. En ese sentido, el estudio de la Segunda Guerra Mundial es casi tan arduo hoy como hace veinticinco años, pero por razones diferentes. En la década del setenta, la dificultad se debía a que el tema surgía en la conciencia pública y las reticencias a hablar de él eran grandes; veinte o treinta años después, se debe a que esta cuestión constituye un dominio de la acción pública: conmemoraciones, reparaciones, procesos, etc., y sobre todo un objetivo moral de primerísima importancia. En otras palabras, la presencia del pasado –en este caso, el recuerdo de un acontecimiento preciso y circunscripto en el tiempo– obedece a una historia singular que no es en absoluto lineal, y de la que el historiador debe tener al menos alguna conciencia, aun cuando no haga de ella un objeto de investigación en sí mismo”.

100. René Rémond, “L’exigence de la mémoire et ses limites”. En Thomas Ferenczi (comp.). Devoir de mémoire, droit à l’oubli. Bruselas: Éditions Complexe, 2002, pp. 41-44. Véase también François Bédarida. “La Shoah dans l’histoire: unicité, historicité, causalité”. En Histoire, critique et responsabilité. Bruselas: Éditions Complexe/IHTP-CNRS, 2003, pp. 208-210.

101. Véase Andrée Barguet. “Introduction”. En Heródoto, L’Enquête (livres I à IV). París: Gallimard, 1985, pp. 13-15. Barguet recuerda que en griego la palabra “historia” significa ante todo “indagación”.

102. Citado por K. H. Jarausch y M. Geyer. Shattered Past: Reconstructing German Histories. Princeton y Oxford: Princeton University Press, 2003, p. 33, nota 97, que agregan las bastardillas. Los especialistas en historia contemporánea, como Jarausch y Geyer, vuelven hoy a los historiadores griegos, en quienes encuentran ecos de sus preocupaciones.

103 Robert Frank. “Guerres et paix en notre siècle”. En Institut d’histoire du temps présent (dir.). Écrire l’histoire du temps présent. En hommage à François Bédarida: actes de la journée d’études de l’IHTP, Paris, 1992. París: CNRS, 1993, pp. 162-172.

104. Benjamín Vicuña Mackenna. El ostracismo de los Carreras. Tercera edición, Santiago de Chile: Rafael Jover, 1886 (1857), prefacio, p. 12. Agradezco a Peter Klarén y Luis Alberto Romero las referencias aportadas sobre los primeros historiadores peruanos y argentinos. También a Frida del Campo por las investigaciones efectuadas sobre esta cuestión en el marco del presente proyecto.

105. José Luis Romero señalaba: “El vigor de la ideología nacionalista […] se manifestó en la obra de los historiadores que se propusieron indagar frenéticamente la formación de la nacionalidad”. En los historiadores mencionados por Romero se reconoce una primera generación que abarca una cantidad importante de países latinos: “Los mexicanos Lucas Alamán y José María Luis Mora, el cubano José Antonio Saco, los venezolanos Rafael María Baralt y Juan Vicente González, el colombiano José María Restrepo, el boliviano Mariano Paz Soldán, los argentinos Bartolomé Mitre y Vicente Fidel López, los chilenos Diego Barros Arana y Benjamín Vicuña Mackenna”. Véase José Luis Romero, Latinoamérica: las ciudades y las ideas. Segunda edición, Buenos Aires: Siglo XXI, 2001(1976), p. 213.

106. La primera historia contemporánea española del siglo XIX es una “historia nueva, popular, basada muchas veces en documentos vivos u orales”, escribe Julián Aróstegui a partir de sus propios trabajos sobre la cuestión en La historia vivida: sobre la historia del presente. Madrid: Alianza, 2004, pp. 42-43. Las mismas características están presentes en los primeros historiadores antillanos de mediados del siglo XIX que hemos estudiado, los de la nación haitiana y los blancos criollos de las Pequeñas Antillas francesas.

107. La Historia de la República Argentina de Vicente Fidel López (1815-1903) llega hasta 1829, es decir el comienzo del gobierno del caudillo Juan Manuel de Rosas. La primera edición apareció en 1883, apenas seis años después de la muerte de Rosas. Bartolomé Mitre (1821-1906) escribe la historia de los próceres en dos obras muy conocidas: la Historia de Belgrano y de la independencia argentina (1858-1859) y la Historia de San Martín y de la emancipación sudamericana (1877-1888). Belgrano murió en 1820 (sólo tenía cincuenta años), un año antes del nacimiento de Mitre, y San Martín en 1850, menos de tres décadas antes de que el autor, ya adulto, le dedicara un libro.

108. B. Vicuña Mackenna, El ostracismo de los Carreras. Tercera edición, Santiago de Chile: Rafael Jover, 1886 (1857). Acerca de los protagonistas de la época de Bernardo O’Higgins, el mismo observa que son “hombres vivos, casi todos” (Vicuña Mackenna. El ostracismo del jeneral D. Bernardo O’Higgins. Valparaíso: Imprenta y Librería del Mercurio de Santos Tornero, 1860, prólogo).

109La dictadura de O’Higgins, de Amunátegui, aparece en 1853, treinta años después del final del gobierno de O’Higgins (1823) y transcurridos once desde su muerte (1842). Tanto Amunátegui como Vicuña recurren a todas las fuentes disponibles, impresas, escritas y orales. El libro de Vicuña sobre O’Higgins lleva el subtítulo de Escrito sobre documentos inéditos y noticias auténticas. Por lo demás, la maestría demostrada por Amunátegui en el tratamiento de las fuentes originales había conquistado muy pronto la estima del público.

110 Véase el artículo de Guillermo Feliú Cruz. “Benjamín Vicuña Mackenna, el historiador”. En Claudio Orrego Vicuña (comp.). Vicuña Mackenna: chileno de siempre. Santiago de Chile: Editorial del Pacífico/Instituto de Estudios Políticos, 1974, pp. 81-164 (agradezco a Brian Loveman y Elizabeth Lira por haberme alertado sobre la existencia de este trabajo, que sigue siendo valedero en muchos aspectos).

111. Se trata de una obra, dice Vicuña, “nacida en las borrascas”. Al retomarla años más tarde reconocerá que carecía de serenidad y se dedicará a borrar sus signos de parcialidad.

112. El vínculo entre advenimiento de la nación y práctica de la historia contemporánea como historia nacional permite tal vez explicar a contrario que las cosas hayan pasado de otra manera entre los historiadores ingleses. Para ellos, el gran acontecimiento estremecedor que habría de exigir una explicación histórica fue 1914. Pero la Segunda Guerra Mundial no representa un pasado “complicado” para Inglaterra (no hubo agresión, ni ocupación, ni colaboración). Por otra parte, se advierte una mayor flexibilidad que en Europa continental en lo tocante al criterio de la proximidad temporal para que la historia sea admisible o no. Esto permitió dar su lugar a la historia contemporánea sin que fuera necesario problematizarla en exceso. En la década de 1970, empero, la discusión finalmente se produjo, y giró entonces en torno de la fuente oral en historia social y la historia desde abajo, con el resultado de una renovación de la historia contemporánea gracias a la ampliación de su registro.

113. Sobre los lazos entre historia política e historia contemporánea en el caso de la historia francesa de principios del siglo XX, véase Jean-François Sirinelli. “Le retour du politique”. En Institut d’histoire du temps présent (dir.). Écrire l’histoire du temps présent. En hommage à François Bédarida: actes de la journée d’études de l’IHTP, Paris, 1992. París: CNRS, 1993, pp. 265-267.

114. Sobre los dos tipos de historia –la producida por la investigación histórica erudita y la que se enseña y es materia de divulgación–, véase Gérard Noiriel. Qu’est-ce que l’histoire contemporaine?. París: Hachette, 1998, sobre todo el capítulo 1: “Toute histoire est contemporaine”. Los diez volúmenes de la Histoire de France contemporaine dirigida por Ernest Lavisse, el último de los cuales apareció en 1922 (París: Hachette), abarcan desde la Revolución Francesa hasta 1919. Uno de los colaboradores de Lavisse en esa empresa fue Charles Seignobos, coautor de la Introduction aux études historiques, París: Hachette, 1898 (con Charles-Victor Langlois) [traducción española: Introducción a los estudios históricos. Buenos Aires: La Pléyade, 1972], que contribuyó a formalizar ese método histórico en los términos previamente mencionados. Un año antes Seignobos publicó una Histoire politique de l’Europe contemporaine. París: A. Colin, 1897 [traducción española: Historia política de Europa contemporánea: 1814-1896. Madrid: Daniel Jorro, 1916]. La generación de historiadores peruanos nacida en la década de 1880 escribió desde el mismo punto de vista que los franceses. La gran cuestión nacional que ellos pretendían dilucidar era la derrota de su país en la Guerra del Pacífico (1879-1883). El más conocido de estos historiadores es Jorge Basadre, cuya monumental Historia de la República, publicada por primera vez en 1939, se extiende desde el proceso de la independencia hasta 1919. Citemos también a Francisco García Calderón, cuya obra El Perú contemporáneo apareció originalmente en francés (Le Pérou contemporain. París: Dujarric, 1907).


115. Philip Friedmann. “Les problèmes de recherche scientifique sur notre dernière catastrophe”. En Les Juifs en Europe (1939-1945). Rapports présentés à la première Conférence européenne des commissions historiques et des centres de documentation juifs. París: Éditions du Centre de documentation juive contemporaine, 1948, pp. 72-80. Debo esta referencia a la obra de Annette Wieviorka. Déportation et génocide. Entre la mémoire et l’oubli. París: Hachette, 1992. La Central Historical Commission derivaba del Central Committee of Liberated Jews creado en diciembre de 1945 con el apoyo de la Alta Jurisdicción Interaliada de Nuremberg (otra iniciativa, con sede en Múnich, fue el Institut zur Erforschung der nationalsozialistischen Politik, ancestro del Institut für Zeitgeschichte). Ese Comité Central y sus comisiones, como la Central Historical Commission, tenían su sede en Múnich y contaban con una red de filiales en toda Europa central. Sus actividades cesaron a principios de 1949.

116. “Última catástrofe” o “cataclismo” es la traducción literal de la palabra hebrea churban y se refiere a las pruebas que puntuaron la historia del pueblo de Israel desde la destrucción del Templo de Jerusalén por obra de los romanos. Poco después de iniciada la Segunda Guerra Mundial los judíos ya comenzaron a hablar de la “última catástrofe”, y ni bien terminado el conflicto señalaron su carácter único. El prefacio de Les Juifs en Europe se abre con estas palabras: “El cataclismo que se abatió sobre el pueblo judío en la época de la hegemonía nazi en Europa no tiene igual en la historia. Significó el exterminio del 35% de la población judía de la Tierra y de las dos terceras partes de los judíos de Europa”.

117.  En Francia (1945), el Comité d’histoire de l’occupation et de la libération (CHOLF), luego Comité d’histoire de la Deuxième Guerre mondiale (CH2GM) y por último Institut d’histoire du temps présent (www.ihtp.cnrs.fr); en Alemania (1947), el Institut zur Erforschung der nationalsozialistischen Politik, convertido en Deutsches Institut für Geschichte der nationalsozialistischen Zeit, hoy Institut für Zeitgeschichte (www.ifz-muenchen.de); en Holanda, el Rijksinstituut voor Oorlogsdocumentatie (RIOD), fundado el 15 de septiembre de 1945 y luego rebautizado Nederlands Instituut voor Oorlogs documentatie (NIOD) (www.niod.nl); y en Italia (1949), el Istituto nazionale per la storia del movimento di liberazione in Italia (INSMLI) (www.italia-liberazione.it). En la década de 1960, con la misma vocación que los precedentes, se crearon los siguientes: en Bélgica, el Centre de Recherches et d’Études historiques de la Seconde Guerre mondiale (CREHSGM), fundado en 1966 y convertido en 1997 en el Centre d’Études et de Documentation Guerre et Sociétés Contemporaines (CEGES) (www.cegesoma.be); y en Austria, el Dokumentationsarchiv des österreichischen Widerstandes (DÖW) (www.doew.at) y el Institut für Zeitgeschichte de la Universidad de Viena (www.univie.ac.at/zeitgeschichte), establecidos en 1963 y 1966 respectivamente. Del mismo modo, en todos esos países las comunidades judías constituyeron sus propios institutos históricos sobre la Segunda Guerra Mundial y la política de exterminio de los judíos. Los estudios históricos se inscriben en una antigua tradición judía que se manifestó justamente mientras tuvo lugar el genocidio, en muchos guetos de Europa oriental. El ejemplo más célebre es el de Emanuel Ringelblum en Varsovia. Con un equipo de colaboradores y una reserva de corresponsales que operaban en todo el país, este historiador que ya era conocido en Polonia reunió archivos considerables acerca de la suerte de las comunidades judías. Sacó provecho él mismo de esa documentación para escribir lo que hoy llamaríamos la historia inmediata (véase Emanuel Ringelblum. Notes from the Warsaw Ghetto. Schocken, 1974 y Joseph Kermish y Shmuel Krakowski (eds.). Polish-Jewish relations during the Second World War. Evanston, Illinois: Northwestern University Press, 1992 [Primera edición, Jerusalem: Yad Vashem Martyrs and Heroes Remembrance Authority, 1974]). Varios miles de documentos han subsistido y se conservan hoy Zydowski Instytut Historyczn (Jewish Historical Institute) (www.jewishinstitute.org.pl). El Archivo Ringelbum ha sido inscripto en el Registro de Memoria del Mundo de la Unesco en 1999.

118. La idea de recurrir a historiadores profesionales que eran a la vez ex combatientes provenía de la Primera Guerra Mundial, y fue la base de la creación del Imperial War Museum en Inglaterra y del Institut de la Guerre en Francia, donde se echaron los cimientos de una historia que escapaba a la crónica patriótica y comenzaba a pensar y periodizar el conflicto. Desde el ciclo lectivo de 1922-1923, uno de esos historiadores y ex combatientes, Pierre Renouvin, que no llegaba a los treinta años, empezó a enseñar en la Sorbona. Su curso sería la materia de los Origines immédiates de la guerre: 28 juin-4 août 1914. París: A. Costes, 1925. Sobre el ejercicio del rigor y la objetividad en el estudio de la Primera Guerra Mundial por muchos de esos historiadores en el período de entreguerras, véase Jean-Jacques Becker. “La question des responsabilités allemandes au lendemain de la guerre mondiale, l’implication des historiens dans l’expertise et l’émergence d’une école historique”. Sociétés Contemporaines, 39, 2000, pp. 85-94.

119. L. Douzou. La Résistance française: une histoire périlleuse. Essai d’historiographie. París: Seuil, 2005, p. 8. El capítulo 2, “Une histoire précocement, activement et officiellement en chantier, 1944-1959”, describe la historia del CHOLF y el organismo sucesor, el CH2GM.

120. Podemos ver en ello la marca de una historia social en gestación en los años de la preguerra y que en la década de 1930, por ejemplo, se había traducido en proyectos culturales como el registro de testimonios de ex esclavos del sur de Estados Unidos y de veteranos de la Guerra de Secesión, que se realizaron en el marco del Works Progress Administration del New Deal. Véase New Deal Cultural Programs (www.wwcd.org/policy/US/newdeal/) y American Life Histories, Manuscripts from the Federal Writers’ Project, 1936-1940, Folklore Project, Library of Congress, Manuscript Division, (www.memory.loc.gov/ammem).

121. Véase la circular dirigida a los corresponsales del CHOLF el 5 de julio de 1947 que propone un método –desde el contacto con un testigo potencial hasta la puesta por escrito de su testimonio–, y brinda consejos prácticos. Los testimonios fueron reunidos sistemáticamente bajo la forma de texto a través de toda Francia; contribuyeron a la construcción de verdaderos archivos orales cuando se generalizó el uso del registro en banda magnética. Este aspecto tanto como los abordados a continuación del texto sobre el trabajo del CHOLF se apoyan en investigaciones llevadas a cabo por la autora en los fondos correspondientes a la Segunda Guerra Mundial en los departamentos franceses de Drôme, Gironde, Isère, Lot-et-Garonne y Rhône en ocasión de otro trabajo.

122. Édouard Perroy, en una de las primeras notas de orientación del CHOLF, redactada en 1947. Citado por L. Douzou. La Résistance française: une histoire périlleuse. Essai d’historiographie. París: Seuil, 2005, pp. 62-63. Perroy era medievalista y fue durante mucho tiempo profesor en la Sorbona (entre quienes seguíamos sus cursos, ¿cuántos conocían el papel que había desempeñado en el origen del CHOLF?).

123. P. Friedmann. “Les problèmes de recherche scientifique sur notre dernière catastrophe”. En Les Juifs en Europe (1939-1945). Rapports présentés à la première Conférence européenne des commissions historiques et des centres de documentation juifs. París: Éditions du Centre de documentation juive contemporaine, 1948, p. 75.

124. Édith Thomas, citada por L. Douzou. La Résistance française: une histoire périlleuse. Essai d’historiographie. París: Seuil, 2005, pp. 56-58.

125. Henri Michel, citado en L. Douzou. La Résistance française: une histoire périlleuse. Essai d’historiographie. París: Seuil, 2005, pp. 164-165.


126. Véase “Techniques et buts de la recherche historique”. En Les Juifs en Europe (1939-1945). Rapports présentés à la première Conférence européenne des commissions historiques et des centres de documentation juifs. París: Éditions du Centre de documentation juive contemporaine, 1948, pp. 55-57 y 93. Léon Poliakov fue uno de los organizadores del Centre de documentation juive contemporaine (CDJC) y colaboró en ese concepto con el equipo jurídico francés en el tribunal de Nuremberg entre 1945 y 1946; se convertiría luego en uno de los primeros historiadores de la persecución nazi de los judíos. El proceso de los dirigentes nacionalsocialistas celebrado en aquella ciudad alemana constituyó un estímulo inmediato para el acopio de archivos, en el mismo sentido que la necesidad de conocer el destino sufrido por los millones de personas desplazadas y liberadas de los campos. Sobre el CDJC, véase www.memorialdelashoah.org. Poliakov propiciaba además la idea muy novedosa de extender la recolección a los objetos materiales (afiches, estrellas amarillas, uniformes de rayas o “piyamas” de los detenidos, etc.). Michal Borwicz defendió en la Sorbona una de las primeras tesis de Estado sobre la Segunda Guerra Mundial. Dedicada a los escritos de los condenados a muerte durante la ocupación alemana, se presentó, no obstante, como una tesis en sociología. También Borwicz llegó a ser un historiador de renombre.

127. Lucien Febvre, citado en L. Douzou. La Résistance française: une histoire périlleuse. Essai d’historiographie. París: Seuil, 2005, pp. 79-80. El artículo se publicó en los Cahiers d’histoire de la guerre en 1950.

128. P. Friedmann. “Les problèmes de recherche scientifique sur notre dernière catastrophe”. En Les Juifs en Europe (1939-1945). Rapports présentés à la première Conférence européenne des commissions historiques et des centres de documentation juifs. París: Éditions du Centre de documentation juive contemporaine, 1948, p. 77.

129. Una explicación de esta posición y una descripción del estado de los archivos relativos a la Segunda Guerra Mundial en Francia en 1947 pueden encontrarse en Édouard Perroy. “La Commission d’histoire de l’occupation et de la libération de la France”. Revue de Synthèse, LXI (1947) 15-19.

130. Acerca de la posición contradictoria asumida por el CH2GM, L. Douzou escribe: “Ellos plantearon los fundamentos de la escritura de una historia a cuyo respecto dijeron en varias ocasiones que no podría adoptar una verdadera forma sino después de transcurrido mucho tiempo. A la vez, vivieron con la obsesión –lo escribieron en negro sobre blanco– de que los historiadores que habrían de sucederlos no estuvieran en condiciones de restituir esa epopeya resistente en todas sus dimensiones. Atenazados entre la voluntad de acopiar materiales y la convicción de que sólo ellos eran capaces de ordenarlos como correspondía, siguieron su camino enfrentados a esa contradicción insuperable”. (La Résistance française: une histoire périlleuse. Essai d’historiographie. París: Seuil, 2005, p. 16.)

131. Jean-Pierre Azéma y François Bédarida. “L’historisation de la Résistance”. Esprit, enero de 1994, pp. 19-35.

132. Tal y como lo quería la ficción política que sostenía que la Tercera República había sido suspendida el 10 de julio de 1940 y había actuado una “autoridad de hecho” hasta la Liberación (la Cuarta República entra en vigor en octubre de 1946).

133. Robert Aron y otros historiadores se basaban en la principal fuente con que contaban: los documentos del Tribunal Supremo de Justicia que juzgó a las máximas autoridades de Vichy luego de la Liberación. Consideraban, por lo tanto, hechos penales de orden político, con respecto a los cuales procuraban establecer víctimas y responsabilidades individuales. Véase H. Rousso, “La trayectoria de un historiador del tiempo presente, 1975-2000”, en particular la parte titulada “Fuentes jurídicas, interpretaciones judiciales”.

134. Henry Rousso, Vichy, l’événement, la mémoire, l’histoire, París: Gallimard, 2001, p. 468. El autor recuerda la importancia de otros dos pioneros de la historia de Vichy, cuyas conclusiones no distaban de las de Paxton: Yves Durand (que se ocupó del tema de los prisioneros de guerra franceses en Alemania) y Eberhard Jäckel (el primero en explotar los archivos alemanes sobre el gobierno de Vichy).

135. Véase Bulletin de l’Institut d’histoire du temps présent, 1, junio de 1980, reproducido en F. Bédarida. Histoire, critique et responsabilité. Bruselas: Éditions Complexe/IHTP-CNRS, 2003, p. 44.

136. Para atenerse al régimen de Vichy y la colaboración, podemos citar los siguientes entre los trabajos que a principios de la década de 1990 comenzaron a renovar nuestra comprensión de Francia durante la Segunda Guerra Mundial: Jean-Pierre Azéma y François Bédarida (comps.). La France des années noires. Dos volúmenes, París: Seuil, 1993, y Jean-Pierre Azéma y François Bédarida, con la colaboración de Denis Peschanski y Henry Rousso (comps.). Le Régime de Vichy et les français. París: Fayard/IHTP-CNRS, 1992.

137. Véase Institut d’histoire du temps présent (dir.). Écrire l’histoire du temps présent. En hommage à François Bédarida: actes de la journée d’études de l’IHTP, Paris, 1992. París: CNRS, 1993, y los boletines del instituto, así como numerosos textos en línea, www.ihtp.cnrs.fr, en particular “L’histoire du temps présent, hier et aujourd’hui”, dossier aparecido en el Bulletin de l’IHTP, 75, junio de 2000.

138. H. Rousso. Vichy, l’événement, la mémoire, l’histoire. París: Gallimard, 2001, p. 32.

139. H. Rousso. Vichy, l’événement, la mémoire, l’histoire. París: Gallimard, 2001, p. 457.

140. Véase H. Rousso. “La trayectoria de un historiador del tiempo presente”, y Bulletin de l’IHTP, 75, junio de 2000, p. 27. La cuestión despertó gran interés entre los historiadores del tiempo presente francés. Véase, por ejemplo, F. Bédarida. Histoire, critique et responsabilité. Bruselas: Éditions Complexe/IHTP-CNRS, 2003, sobre todo los artículos reproducidos en la cuarta parte, “Histoire et responsabilité”, pp. 269-329. Véanse asimismo las intervenciones en la mesa redonda “La demande sociale et l’engagement”. En Institut d’histoire du temps présent (dir.). Écrire l’histoire du temps présent. En hommage à François Bédarida: actes de la journée d’études de l’IHTP, Paris, 1992. París: CNRS, 1993, pp. 385-388.

141. La pericia historiográfica en la justicia dio origen a muchos trabajos en Francia a fines de la década de 1990, en conexión con los últimos procesos a las autoridades del gobierno de Vichy. Citemos, entre ellos, H. Rousso, “La trayectoria de un historiador del tiempo presente” “Juger le passé: justice et histoire en France”. En Vichy, l’événement, la mémoire, l’histoire. París: Gallimard, 2001, pp. 678-710, y “Touvier: le dernier procès de l’épuration”. En É. Conan y H. Rousso. Vichy, un passé qui ne passe pas (1994). París: Gallimard, 1996, pp. 156-255; Jean-Noël Jeanneney. Le Passé dans le prétoire: l’historien, le juge et le journaliste. París: Seuil, 1998; Jean-Paul Jean y Denis Salas (comps.). Barbie, Touvier, Papon: des procès pour la mémoire. París: Autrement, 2002, en particular Denis Salas. “La justice entre histoire et mémoire”, pp. 20-34; Éric Conan. “Vérité historique, vérité judiciaire”. Droit et société, 38, 1998, y Bernard Edelman. “L’office du juge et l’historien”. Droit et société, 38, 1998.

142. É. Conan y H. Rousso. Vichy, un passé qui ne passe pas. París: Gallimard, 1996 (1994), p. 325. Lo que sigue se funda en H. Rousso. “Touvier: le dernier procès de l’épuration”, en la misma publicación, pp. 156-255, así como en “La trayectoria de un historiador del tiempo presente”.

143. Otras reglas procesales entraban en conflicto con las reglas de la disciplina: el carácter oral de las sesiones para el historiador que se apoya en notas, el hecho de que se le pidan respuestas categóricas sobre asuntos cuya complejidad se ocupa de mostrar la historia, y con respecto a los cuales ésta sólo pretende dar la explicación más plausible en el momento, sobre la base de las fuentes disponibles.

144. Para una presentación del proyecto en su forma final, véase Pierre Nora, “From Lieux de mémoire to Realms of Memory”, prefacio a la edición compendiada en inglés, Realms of Memory: The Construction of the French Past. Edición establecida por Lawrence D. Kritzman, Nueva York: Columbia University Press, 1992, pp. XV-XXIV. Sobre la evolución sufrida por el proyecto de Nora a lo largo de su realización, véase Marie-Claire Lavabre. “Usages du passé, usages de la mémoire”. Revue Française de Science Politique, 44(3), junio de 1994, pp. 480-493.

145. H. Rousso. “La trayectoria de un historiador del tiempo presente”, sobre Le Syndrome de Vichy. París: Seuil, 1987.

146.  H. Rousso. Le Syndrome de Vichy. París: Seuil, 1987, p. 9, y Henry Rousso. “L’histoire du temps présent, vingt ans après”. Bulletin de l’IHTP, 75, junio de 2000, p. 34.

147. H. Rousso. Le Syndrome de Vichy. París: Seuil, 1987, p. 51 y siguientes.

148. É. Conan y H. Rousso. Vichy, un passé qui ne passe pas. París: Gallimard, 1996 (1994), y Henry Rousso. La Hantise du passé. París: Les Éditions Textuel, 1998.

149. H. Rousso. “La trayectoria de un historiador del tiempo presente”, y “Pour une histoire de la mémoire collective: l’après-Vichy”. En D. Peschanski, M. Pollak y H. Rousso (comps.). Histoire politique et sciences sociales. Bruselas: Éditions Complexe, 1991, pp. 243-264.

150. Maurice Halbwachs. Les Cadres sociaux de la mémoire. París: Albin Michel, 1994 (1925) [traducción española: Los marcos sociales de la memoria, Barcelona: Anthropos, 2004], pone el acento en el carácter social de la memoria, en el hecho de que necesite fechas, lugares y un lenguaje (“marcos”) para funcionar. Halbwachs escribe: “Todo recuerdo, por personal que sea, aun los correspondientes a los sucesos de los que sólo nosotros hemos sido testigos, aun los de los pensamientos y sentimientos inexpresados, está en relación con todo un conjunto de nociones que muchos poseen, con personas, grupos, lugares, fechas, palabras y formas de lenguaje, con razonamientos y también con ideas, es decir con toda la vida material y moral de las sociedades de las que formamos o hemos formado parte” (Maurice Halbwachs. Les Cadres sociaux de la mémoire. París: Albin Michel, 1994 (1925), p. 38; citado por Annette Becker. Maurice Halbwachs: un intellectuel en guerres mondiales, 1914-1945. París: Agnès Viénot Éditions, 2003, p. 196). El manuscrito publicado póstumamente con el título de La Mémoire collective. París: Albin Michel, 1997 (1950) [traducción española: La memoria colectiva. Zaragoza: Prensas Universitarias de Zaragoza, 2004], investiga los mecanismos y vehículos de la memoria colectiva. La edición crítica de 1997 muestra con mayor claridad cuánto se interesaba Halbwachs en el paso de la memoria individual a la memoria colectiva y en los lazos entre ambas (dimensión perdida en la adopción del concepto de memoria colectiva por Pierre Nora y muchos otros tras sus pasos). Sobre la obra de Maurice Halbwachs, véase M.-C. Lavabre. “Entre histoire et mémoire: à la recherche d’une méthode”. En Jean-Clément Martin (comp.). La Guerre civile entre histoire et mémoire. Nantes: Ouest Éditions, 1995. Sobre el posicionamiento de su enfoque sociológico de la memoria frente a las disciplinas rivales: la filosofía, de la cual se separaba la sociología (metafísica y psicología), y la historia, muy predominante en Francia cuando Halbwachs escribía, véase John E. Craig. “Sociology and Related Disciplines between the Wars: Maurice Halbwachs and the Imperialism of Durkheimians”. En Philippe Besnard (comp.). The Sociological Domain: The Durkheimians and the Founding of French Sociology. Cambridge y Nueva York: Cambridge University Press, 1983, pp. 263-289, y “Maurice Halbwachs”. Revue Française de Sociologie, 20, 1979, pp. 273-292. Con referencia a las circunstancias en las cuales Halbwachs vivió la Primera Guerra Mundial y cómo orientaron de manera compleja su reflexión sobre la memoria, véase A. Becker, Maurice Halbwachs: un intellectuel en guerres mondiales, 1914-1945. París: Agnès Viénot Éditions, 2003.

151. Véase también M.-C. Lavabre. “Du poids ou du choix du passé: lecture critique du Syndrome de Vichy”. En Denis Peschanski, Michael Pollak y Henry Rousso (comps.). Histoire politique et sciences sociales. Bruselas: Éditions Complexe, 1991, pp. 272-278.

152. Javier Tusell. “La historia del tiempo presente en España”. En René Rémond et al., Hacer la historia del siglo XX. Madrid: Biblioteca Nueva/Universidad Nacional de Educación a Distancia/Casa de Velázquez, 2004, p. 37 (agradecemos a Perrine Canavaggio, que nos señaló la existencia de este libro).

153. Véase, por ejemplo, Álvaro Soto Carmona. ¿Atado y bien atado? Institucionalización y crisis del franquismo. Madrid: Biblioteca Nueva, 2005.

154. Esa apuesta por la verdad se pone de manifiesto en Joan del Alcàzar. “La historia aplicada: perito en el caso Pinochet en la Audiencia Nacional de España”.

155. Santos Juliá. “Introducción”. En Santos Juliá (coord.), con Julián Casanova, Josep María Solé i Sabaté, Joan Villarroya y Francisco Moreno. Víctimas de la Guerra Civil. Madrid: Temas de Hoy, 1999, pp. 12-13.

156. Julio Aróstegui. “Introducción”. En Julio Aróstegui (coord.). Historia y memoria de la Guerra Civil. Encuentro en Castilla y León (Salamanca, 24-27 de septiembre de 1986), vol. 1, Estudios y ensayos. Valladolid: Junta de Castilla y León/Sever-Cuesta, 1988, p. 11.

157. Julio Aróstegui. “La mémoire de la guerre civile et du franquisme dans l’Espagne démocratique”. Vingtième Siècle, número especial, “Les 25 ans de l’Espagne démocratique”, abril-junio de 2002, pp. 31-42, en especial pp. 35 y 37.

158. Véase Paloma Aguilar. Memoria y olvido de la Guerra Civil española. Madrid: Alianza Editorial, 1996.

159. Véase Asociación por la recuperación de la memoria histórica, www.memoriahistorica.org.

160. Julián Casanova. “Mentiras convincentes”. El País, 14 de junio de 2006.

161. Según la estimación de la Asociación por la Recuperación de la Memoria Histórica hay al menos 700 fosas comunes en el territorio español y unas 30.000 personas fueron desaparecidas o ejecutadas extrajudicialmente.

162. Santos Juliá (coord.). Víctimas de la Guerra Civil. Madrid: Temas de Hoy, 1999.

163. Véase, por ejemplo, Julián Casanova (coord.), con Francisco Espinosa, Conxita Mir y Francisco Moreno Gómez. Morir, matar, sobrevivir: la violencia en la dictadura de Franco. Barcelona: Crítica, 2002.

164. Véase el sitio de la Confederación de Asociaciones de Archiveros, Bibliotecarios, Museólogos y Documentalistas de España, www.anabad.org/archivo, y el de la Asociación de Archiveros de Castilla y León, www.acal.es. La revista de esta última, Archivamos, Boletín ACAL, consagró su número 55-56 a los Papeles de Salamanca; el número 59 (“Mal de archivo”) resitúa la cuestión en el contexto de los “archivos del mal” del siglo XX. El núcleo principal del Archivo de la Guerra Civil está compuesto por los documentos de la Delegación del Estado para la Recuperación de Documentos que el Ejército de Franco obtenía selectivamente en las unidades administrativas de diversos organismos e instituciones en los distintos frentes durante la Guerra Civil. Estos documentos se reunían en las Delegaciones Territoriales de Recuperación de Documentos y desde éstas se enviaban a la Delegación Central de Recuperación de Documentos de Salamanca, y llegaron a constituir una de las fuentes básicas de información para el Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo creado en 1940. Luego de la transición, el mismo Archivo de la Guerra Civil se convirtió en un registro cabal de la persecución sufrida por víctimas del franquismo, a las que entregó certificaciones para beneficiarse de programas sociales de reparación. Agradecemos a Rodrigo Sandoval por habernos alertado sobre la decisión concerniente a esos fondos y la controversia que generó, y a Antonio González Quintana, ex director del Archivo de la Guerra Civil, por sus utilísimas informaciones al respecto.

165. Pablo X. de Sandoval. “Los fondos para investigar el pasado”. El País, 2 de julio de 2006 (agradezco a Rodrigo Sandoval por esta información).

166El País, 28 de julio de 2006; Le Monde, 29 de julio de 2006, passim.

167. Incluso se perfila, a escala del continente, una historia del siglo XX centrada en la violencia bélica, cuyo momento culminante es justamente la Segunda Guerra Mundial. La renovación de las perspectivas que se produjo paralelamente en relación con la Primera Guerra Mundial contribuyó a esta nueva visión del siglo XX europeo.

168. François Bédarida. “L’historien régisseur de son temps? Savoir et responsabilité”. En Histoire, critique et responsabilité. Bruselas: Éditions Complexe/IHTP-CNRS, 2003, p. 306.

169. Henry Rousso y Annette Wieviorka destacan un aspecto santurrón en la evolución actual: nada escapa a la conciencia escrupulosa de nuestros conciudadanos, armados de las certidumbres morales que dan los sesenta años transcurridos.

170. H. Rousso. “Commission sur le racisme et le négationnisme à l’université Jean-Moulin Lyon III. Rapport à M. le ministre de l’Éducation nationale”. 2004. En www.ladocumentationfrancaise.fr/rapports-publics.

171. El libro de Jan Gross está traducido al español: Vecinos: el exterminio de la comunidad judía de Jedwabne (Polonia). Barcelona: Crítica, 2002. Adversario del régimen comunista y exiliado en 1968, Jan Gross se ha especializado en el tema de la ocupación soviética y alemana en Polonia durante la Segunda Guerra Mundial.

172. A. Polonsky y J. Michlic. “Preface”. En A. Polonsky y J. Michlic (comps.), The Neighbors Respond: The Controversy over the Jedwabne Massacre in Poland, Princeton y Oxford: Princeton University Press, 2004, p. XIV.

173. Jan Gross continuó su reflexión sobre el antisemitismo puesto de manifiesto en la relación de vecinos en Fear: Anti-Semitism in Poland after Auschwitz, Nueva York: Random House, 2006. Una versión anterior de uno de los capítulos del libro es “Cegados por la distancia social. El tema elusivo de los judíos en la historiografía de posguerra en Polonia”.

174. Instytut Pamizci Narodowej. Estas nuevas investigaciones han precisado y a veces enmendado (sobre todo en cuanto al número de víctimas) las conclusiones de Gross. Pero en lo esencial las confirmaron. Y las investigaciones realizadas por los historiadores polacos en el surco dejado por el libro de Gross situaron el pogromo de Jedwabne en un fenómeno más amplio: el lugar formaba parte de una docena de localidades de Polonia oriental donde, durante el verano mismo de la conquista alemana, comunidades judías enteras –compuestas por centenares y en ocasiones por millares de personas– fueron masacradas por polacos o con su colaboración. La iniciativa de las fuerzas alemanas de ocupación es probable, pues nada podía hacerse sin su consentimiento. Las circunstancias no han sido esclarecidas; sólo se cuenta con instrucciones que ordenaban a los oficiales alemanes actuar en secreto.

175. Discurso del presidente de Polonia, Aleksander Kwazniewski, citado en A. Polonsky y J. Michlic (comps.). The Neighbors Respond: The Controversy over the Jedwabne Massacre in Poland. Princeton y Oxford: Princeton University Press, 2004, p. 35.

176. Siguiendo el gesto precursor del canciller alemán Willy Brandt, que en 1970 se arrodilló delante del monumento al gueto de Varsovia.

177. Antoine Prost, Rémi Skoutelsky y Sonia Étienne. Aryanisation économique et restitutions. Mission d’études sur la spoliation des juifs de France. París: La Documentation française, 2000. Citado por Laurent Douzou. Voler les juifs. Lyon, 1940-1944. París: Hachette, 2003, p. 9.

178. Sobre la escasa consideración hacia las víctimas judías por parte de los gobiernos holandeses de posguerra en las políticas de reparación, a despecho de su elevado número (el más elevado de todos los países de Europa Occidental en términos absolutos y en proporción a la población nacional), véase Pieter Lagrou. Mémoires patriotiques et Occupation nazie: Résistants, requis et déportés en Europe occidentale, 1945-1965. Bruselas: Éditions Complexe-IHTP, 2003, en particular pp. 275-277.

179. Véase también el sitio del Advisory Committee on the Assessment of Restitution Applications for Items of Cultural Value and the Second World War, www.restitutiecommissie.nl.

180. En los países ocupados por los alemanes, como Holanda, Bélgica y Francia, se confiscó el patrimonio financiero e inmobiliario de los judíos, al igual que sus comercios e industrias.

181. Tomamos la expresión “memoria moral” del filósofo Salomón Lerner, que presidió la Comisión de la Verdad peruana.

182. Véase H. Rousso. “Commission sur le racisme et le négationnisme à l’université Jean-Moulin Lyon III. Rapport à M. le ministre de l’Éducation nationale”. 2004. En www.ladocumentationfrancaise.fr/rapports-publics. Para otros ejemplos de informes recientes elaborados por historiadores, véanse Michiel Baud. El padre de la novia: Jorge Zorreguieta, la sociedad argentina y el régimen militar. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2001 (informe redactado a pedido del gobierno holandés sobre los vínculos del padre de la prometida del príncipe heredero del trono holandés con el gobierno militar; agradecemos a Luis Alberto Romero habernos hecho conocer este libro), y René Rémond et al. Paul Touvier et l’Église. París: Fayard, 1992 (investigación acerca del sostén brindado por medios eclesiásticos al ex jefe de la milicia del gobierno de Vichy, encargada por el cardenal arzobispo de Lyon); véase también, de uno de los integrantes de la comisión, François Bédarida. “L’affaire Touvier et l’Église: spectroscopie d’un historien”. Le Débat, 70, mayo-agosto de 1992, pp. 209-221, reeditado en F. Bédarida. Histoire, critique et responsabilité. Bruselas: Éditions Complexe/IHTP-CNRS, 2003, pp. 269-287. Hay toda una tradición europea de pericia histórica que podemos remontar al caso Dreyfus, “l’affaire Dreyfus”, como se lo conoció. En 1894, el oficial del Estado mayor francés, Alfred Dreyfus, de origen judío, fue injustamente condenado por espionaje en favor de Alemania. Hasta su rehabilitación, ocurrida en 1906, las peripecias de este caso agitaron profundamente la opinión pública francesa. Archivistas-paleógrafos e historiadores fueron llamados al estrado. Al pronunciarse acerca de la autenticidad o no de documentos supuestamente entregados por Dreyfus a Alemania pusieron a prueba las reglas mismas del método histórico que ellos venían elaborando. Por lo demás, el desarrollo del “caso” es contemporáneo de la afirmación, en Francia, de la escuela metódica, cuyos representantes, entre ellos Charles Seignobos, ganaron fama en el campo de los dreyfusistas. Otro hito es la Bryce Commission (diciembre de 1914), formada por juristas e historiadores británicos para investigar presuntas atrocidades alemanas cometidas en agosto y septiembre de 1914. Las conclusiones de la comisión fueron recientemente confirmadas por John Horne y Alan Kramer, German Atrocities, 1914: A History of Denial, New Haven: Yale University Press, 2001. Más cerca de nuestros días, mencionemos las llamadas comisiones de rehabilitación, compuestas por historiadores checos opuestos al régimen comunista a principios de la década de 1960. Sobre esos historiadores que abrieron los archivos judiciales para reexaminar las parodias de procesos contra opositores celebrados en la década de 1950, Berthold Unfried escribe: “Para los historiadores que, hasta entonces, aún creían en los procesos, el trabajo en comisiones de ‘rehabilitación’ constituyó un viraje decisivo. El estudio de los documentos de archivo no permitió conservar duda alguna sobre el carácter totalmente prefabricado de las acusaciones; evidentemente, esas maquinaciones no pudieron ser atribuidas a ‘errores’ imputables a tal o cual dirigente, sino más bien a un sistema pervertido”. Véase Berthold Unfried. “Checoslovaquia. La historiografía independiente”. En A. Brossat et al. En el este, la memoria recuperada, Valencia: Alfons el Magnànim, 1992, pp. 449-471, en particular pp. 459-460.

183. Los veinticinco estudios elaborados por la Comisión Bergier al cabo de cinco años de trabajo establecen las responsabilidades institucionales y la escala de los perjuicios cometidos en materia de política industrial, comercial y bancaria (sobre todo los capitales de los grandes bancos que provienen de los activos de las víctimas del nazismo carentes de herederos) y de política de asilo y discriminación con respecto a los refugiados judíos (pero también gitanos). Véase www.uek.ch/fr; versión impresa: Publications de la Commission Indépendante d’Experts Suisse – Seconde Guerre Mondiale. Zúrich: Chronos Verlag, 2002. Los títulos son explícitos: “Suiza, pivote de las operaciones ocultas del régimen nazi”, “Demasiados arreglos con los nazis”. Sobre el caso de Suiza, véase además Elazar Barkan. The Guilt of Nations: Restitution and Negotiating Historical Injustices. Baltimore: Johns Hopkins University Press, 2000, pp. 88-111.

184. La expresión “transición democrática” apareció en las ciencias políticas en la década de 1980 para designar el paso de un régimen político a otro de forma gradual, tal como comenzaba por entonces a observarse en varias regiones del mundo. Carlos H. Acuña y Catalina Smulovitz, “Militares en la transición argentina: del gobierno a la subordinación constitucional” (tomado de Carlos H. Acuña et al. Juicio, castigo y memoria: derechos humanos y justicia en la política argentina. Buenos Aires: Nueva Visión, 1995), trazan en el caso argentino el balance de la gestión del pasado reciente de violaciones encarada por los primeros gobiernos de transición. Los autores centran su objetivo en el programa y la política del Poder Ejecutivo en materia de derechos humanos, con sus repercusiones parlamentarias y judiciales, y hacen la anatomía de los enfrentamientos con los militares en torno de esas cuestiones, que marcaron las presidencias de Alfonsín y Menem. Para Chile, véase Alexander Wilde. “Irrupciones de la memoria: la política expresiva en la transición a la democracia en Chile” (título original: “Irruptions of Memory: Expressive Politics in Chile’s Transition to Democracy”. Journal of Latin American Studies, 31, 1999, pp. 473-500). Wilde estudia la política de la Concertación en el ámbito de los derechos humanos hasta la detención de Pinochet en Londres en octubre de 1998, y presta especial atención a la postura moral que sirvió de base a esa política y su capacidad de expresión ante el público, en particular cuando las “irrupciones de la memoria” interrumpían el curso de la vida política. Véase también Katherine Hite. “La superación de los silencios oficiales en el Chile posautoritario”. Hite muestra que, según la propia confesión de los políticos de la Concertación, la memoria de su aprendizaje político durante el gobierno de Salvador Allende informó su postura frente a la oposición en los primeros años de la transición chilena. En América Central, el proceso de transición democrática puso fin a la guerra (Nicaragua, 1990; El Salvador, 1992, y Guatemala, 1995) y fue el resultado de largas negociaciones de paz bajo los auspicios de las Naciones Unidas. Véase Rachel Sieder. “Políticas de guerra y paz y memoria en América Central”. En Alexandra Barahona, Paloma Aguilar y Carmen González (comps.). Las políticas hacia el pasado. Juicios, depuraciones, perdón y olvido en las nuevas democracias. Madrid: Istmo, 2002, pp. 247-284.

185. Patricia Tappatá de Valdez. “El pasado, un tema central del presente. La búsqueda de verdad y justicia como construcción de una lógica democrática”. En G. Pacheco Oreamuno, L. Acevedo Narea y G. Galli (comps.). Verdad, justicia y reparación: desafíos para la democracia y la convivencia social. San José de Costa Rica: Instituto Interamericano de Derechos Humanos, 2005, pp. 85-113, sobre todo p. 85. Para una comparación con otro régimen de transición en que el pasado ocupa un lugar de importancia similar, véase Alex Boraine et al. (comps.). Dealing with the Past: Truth and Reconciliation in South Africa. Ciudad del Cabo: IDASA, 1994. Sobre las políticas de reparación, véase E. Lira y B. Loveman. Políticas de reparación. Santiago de Chile: LOM, 2005; Julie Guillerot & Lisa Magarell. Reparaciones en la transición peruana: Memorias de un proceso inacabado. Lima: Asociación Pro Derechos Humanos-APRODEH y Nueva York: International Center for Transitional Justice-ICTJ, 2006 (agradecemos a Elizabeth Lira por indicarnos este trabajo).

186. Driss Benzékri, presidente del foro Vérité et Justice, importante organización marroquí de derechos humanos. Véase Benjamin Stora. Algérie, Maroc: histoires parallèles, destins croisés. París: Maisonneuve et Larose, 2002, pp. 87-88. En Marruecos, la demanda de apertura política hecha por la sociedad civil condujo a la creación de una comisión de la verdad, la Instance Équité et Réconciliation, que entregó su informe en noviembre de 2005.

187. Véase Informe del relator Louis Joinet sobre la cuestión de la impunidad de los autores de violaciones de derechos humanos (civiles y políticos) en aplicación de la decisión 1996/119 de la Subcomisión de prevención de discriminaciones y protección de las minorías, Comisión de derechos humanos de las Naciones Unidas, www.derechos.org.

188. En “El derecho humano a la Verdad. Lecciones de las experiencias latinoamericanas de relato de la verdad”, Juan Méndez recuerda el fundamento de las comisiones de la verdad: la noción emergente de derecho a la verdad en la norma jurídica internacional. La escucha y la compasión debidas a las víctimas están ligadas al anclaje del derecho internacional en el derecho de gentes (ius gentium), que insiste en la defensa de las víctimas y de los más indefensos y en la necesidad de escucharlos. Véase Martín Abregú y Ariel Dulitzki. “Las leyes ‘ex post facto’ y la imprescriptibilidad de los crímenes internacionales como normas de derecho internacional a ser aplicadas en derecho interno”. En Retos de la judicialización en el proceso de verdad, justicia, reparación y reconciliación. Seminario internacional, Lima, julio de 2003. Materiales de lectura. Lima: Coordinadora Nacional de Derechos Humanos, 2003, pp. 169-170 y 185-186. En la Argentina y Chile, la comisión de la verdad fue establecida por el presidente de la República, que respaldó públicamente sus conclusiones; en cambio, fue el presidente interino, Paniagua, quien convocó a la comisión peruana y el presidente electo, Toledo, quien recibió su Informe Final. En El Salvador y Guatemala, las comisiones trabajaron bajo los auspicios de las Naciones Unidas y el Poder Ejecutivo no reconoció sus conclusiones. En el Perú, la investigación realizada por la comisión de la verdad no abarcaba únicamente la responsabilidad del Estado. Recordemos que en ese país la violencia política fue causada por el movimiento revolucionario armado Sendero Luminoso y la guerra de contrainsurgencia librada por el Ejército. La comisión peruana, por lo tanto, investigó la violencia política perpetrada por ambos bandos.

189. Nunca más. Informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas. Buenos Aires: EUDEBA, 1 era ed. 1984, en www.derechos.org/nizkor/biblio; Informe de la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación sobre violación a los derechos humanos en Chile, 1973-1990. Santiago de Chile: Secretaría General de Gobierno, Secretaría General de Comunicación y Cultura, 1991, en https://www.ddhh.gov.cl/ddhh_rettig/ (en adelante Informe Rettig); Perú. Comisión de la Verdad y Reconciliación. Informe final, en www.cverdad.org.pe; Hatun Willakuy: versión abreviada del Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación. Perú. Lima: Comisión de Entrega de la Comisión de la Verdad y Reconciliación, 2004 (agradecemos a Iván Hinojosa por habernos conseguido este libro de muy escasa circulación); Guatemala. Memoria del silencio. Informe de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico. Guatemala: CEH, 1996; CD-Rom, UNOPS-AAAS (American Association for the Advancement of Science); “De la locura a la esperanza: la guerra de doce años en El Salvador: reporte de la Comisión de la Verdad para El Salvador”, https://virtual.ues.edu.sv/ce/comision/index/ [traducción al inglés: “United Nations. From madness to hope. The 12-year war in El Salvador. Report of the Commission on the Truth for el Salvador”, en https://www.usip.org/library/tc/doc/reports/el_salvador/tc_es_03151993_toc/]. Antes de 1984, dos comisiones investigaron la desaparición forzada de personas: en Uganda (1974) y Bolivia (1982-1984). La comisión boliviana se disolvió sin presentar conclusiones. Sobre las comisiones de la verdad y su informe, véase Priscilla B. Hayner. Unspeakable Truths: Confronting State Terror and Atrocity. Nueva York y Londres: Routledge, 2001. Para América Latina, además de J. Méndez, “El derecho humano a la Verdad. Lecciones de las experiencias latinoamericanas de relato de la verdad”, véase Juan E. Méndez, Martín Abregú y Javier Mariezcurrena (comps.). Verdad y justicia: homenaje a Emilio F. Mignone. San José de Costa Rica: Instituto Interamericano de Derechos Humanos/Centro de Estudios Legales y Sociales, 2001, en particular Rodolfo Mattarollo, “Las comisiones de la verdad”, pp. 129-172 (agradecemos a Martín Abregú por habernos procurado esta obra). Véase también Javier Ciurlizza, “Aproximación al enfoque jurídico del Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación”, Derecho PUC, 57, 2005, pp. 59-77 (nuestro agradecimiento a César Gutiérrez Muñoz, que nos envió este artículo).

190. Señalemos, en el caso de Guatemala, el trabajo realizado por la Iglesia Católica con iguales fines que la Comisión de Esclarecimiento Histórico y en el mismo momento que ésta (un proyecto motivado por la inquietud de que la comisión oficial no pudiese terminar sus trabajos a causa de la oposición de los militares): Guatemala: nunca más. Informe del Proyecto Interdiocesano de Recuperación de la Memoria Histórica, Guatemala: Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala, 1998, cuatro volúmenes; I, El impacto de la violencia; II, Los mecanismos del horror; III, El entorno histórico, y IV, Víctimas del conflicto. Puede consultarse una versión resumida en www.odhag.org.gt.

191. Véase Javier Ciurlizza y Eduardo González, “Verdad y justicia desde la óptica de la Comisión de la Verdad y Reconciliación”. En Lisa Magarrell y Leonardo Filippini (comps.). El legado de la verdad: la justicia penal en la transición peruana. Nueva York: International Center for Transitional Justice, 2006, pp. 85-104, sobre todo pp. 85-88.

192Informe Rettig, p. 10.

193. En el momento en que la comisión peruana entregó su informe, en agosto de 2003, se realizó entre la población una encuesta de opinión. Ante la pregunta: “¿Cree usted que la Comisión de la Verdad y Reconciliación está tratando de beneficiar, perjudicar o ser imparcial frente a…?”, la mayoría de las respuestas se inclinaron por la imparcialidad. Y la patente de imparcialidad entregada al organismo se distribuía por igual entre los tres responsables de la violencia: Sendero Luminoso (41,6%), el Movimiento Revolucionario Tupac Amaru (40,8%) y los miembros de las Fuerzas Armadas (45,1%). Véase Giovanna Peñaflor Guerra. “Análisis del impacto de la Comisión de la Verdad y Reconciliación”. En Coordinadora Nacional de Derechos Humanos (comp.), Memoria y justicia para la inclusión, Lima y Nueva York: International Center for Transitional Justice/PCS, 2005, pp. 85-104.

194. Dos hitos pueden destacarse en ese avance: la declaración en la Conferencia de Viena (1993) en el sentido de que “los derechos humanos de la mujer y de la niña son parte inalienable, integrante e indivisible de los derechos humanos universales”, y la declaración y plataforma de acción adoptadas en la Conferencia de Pekín sobre los derechos de las mujeres (1995). Véase Patricia Palacios Zuloaga. “Las convenciones internacionales de derechos humanos y la perspectiva de género”. Santiago de Chile: Centro de Derechos Humanos, Facultad de Derecho, Universidad de Chile, 2005.

195. Véase www.cverdad.org.pe. En ese sitio, véanse tomo I, primera parte, sección 1ª, capítulo 4, “La dimensión jurídica de los hechos”; tomo VI, sección 4ª, capítulo 1, “Los crímenes y violaciones de los derechos humanos”, 1.5, “La violencia sexual contra la mujer”, y 1.8, “La violencia contra los niños y niñas”, y tomo VIII, segunda parte, capítulo 2, “El impacto diferenciado de la violencia”, 2.1, “Violencia y desigualdad de género”.

196. Entrevistas con Sofía Macher y Carlos Iván Degregori, miembros de la Comisión de la Verdad peruana, y con Julissa Mantilla, responsable de la Línea de Género dentro de ese organismo, 2002. Véase “La perspectiva de género en la CVR” en www.cverdad.org.pe/lacomision/nlabor/documentos04.php.

197. Véase J. Ciurlizza y E. González. “Verdad y justicia desde la óptica de la Comisión de la Verdad y Reconciliación”. En Lisa Magarrell y Leonardo Filippini (comps.), El legado de la verdad: la justicia penal en la transición peruana. Nueva York: International Center for Transitional Justice, 2006, p. 85-88. Las entrevistas realizadas por la autora a miembros y a la plana mayor de la comisión peruana en ejercicio ya dejaban ver esas dos lógicas (agradecemos a Gaby Oré-Aguilar, abogada peruana especializada en derecho internacional que nos abrió muchas puertas durante nuestra visita a la comisión en 2002).

198. Javier Ciurlizza. “Aproximación al enfoque jurídico del Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación”. Derecho-PUC. Revista de la Facultad de Derecho de la Pontificia Universidad Católica del Perú, 57, 2005, p. 59-72, cita p. 60-61.

199. Los límites en los cuales la CEH tuvo que establecer la verdad (no estaba, por ejemplo, autorizada a revelar los nombres de los culpables ni a llamar a declarar a los miembros de las ex juntas militares), la llevaron a buscar otras vías para llegar a construir la verdad.

200. Véase el informe anual del Centro de Estudios Legales y Sociales. Informe de derechos humanos en Argentina. Buenos Aires: Siglo XXI, (se publica desde 1995) 1995; asimismo, Informe anual sobre derechos humanos en Chile 2003. Hechos de 2002. Santiago de Chile: Universidad Diego Portales, Facultad de Derecho, 2003 (se publica desde 2002). Véase también Cath Collins. “Post-transitional justice: legal strategies and accountability in Chile and El Salvador”. tesis de doctorado en ciencias políticas, University of London, Institute for the Study of the Americas, 2005.

201. Sobre el objetivo político de la instauración de una justicia retroactiva en la Argentina en 1983, con la CONADEP y el juicio a las juntas, véase Carlos S. Nino. Juicio al mal absoluto. Los fundamentos y la historia del juicio a las juntas del Proceso. Buenos Aires: Emecé, 1997 (traducción inglesa: Radical Evil on Trial. New Haven: Yale University Press, 1997).

202. Sobre la dimensión jurídica del informe de la Comisión de la Verdad peruana, véase Informe final (www.cverdad.org.pe), tomo I, primera parte, sección 1ª, capítulo 4, “La dimensión jurídica de los hechos”; tomo VI, sección 4ª, “Los crímenes y violaciones de derechos humanos”, capítulo 1, “Patrones en la perpetración de los crímenes y de las violaciones de los derechos humanos”, y tomo VII, capítulo 2, “Los casos investigados por la CVR”.

203. Véase www.cverdad.org.pe. En el prefacio del informe final puede leerse lo siguiente: “La impunidad es incompatible con la dignidad de toda nación democrática. La Comisión ha encontrado numerosos responsables de crímenes y violaciones de los derechos humanos y así lo hace saber al país por los canales pertinentes, respetando siempre los requisitos y restricciones que señala la ley peruana para imputar un delito. La Comisión exige y alienta a la sociedad peruana a exigir que la justicia penal actúe de inmediato, sin espíritu de venganza, pero con energía y sin vacilaciones”. Para ello se estableció dentro del organismo un equipo de investigaciones jurídicas especiales. Véase L. Magarrell y L. Filippini (comps.). El legado de la verdad: la justicia penal en la transición peruana. Nueva York: International Center for Transitional Justice, 2006. Véase también Informe final, tomo I, primera parte, sección 1ª, capítulo 4, “La dimensión jurídica de los hechos”, en particular “Invalidez de la amnistía respecto de crímenes y violaciones de los derechos humanos” y “Criterios para la atribución de responsabilidades individuales”, y tomo VII, capítulo 2, “Los casos investigados por la CVR”.

204. Sobre estas medidas, su contexto y su efecto político, véase C. H. Acuña y C. Smulovitz, “Militares en la transición argentina: del gobierno a la subordinación constitucional”.

205. Entre las pocas excepciones a la ley de amnistía está el asesinato de Orlando Letelier, ex ministro de Salvador Allende, cometido en Washington, DC en 1976 por instigación
de la DINA.

206. La desaparición forzada se considera como un secuestro y, en ese carácter, se la califica de delito permanente, porque en ausencia del cuerpo de la víctima es imposible establecer una fecha de finalización del secuestro y, por lo tanto, saber si la ley de amnistía es aplicable o debe estimarse que hay prescripción. Véase Informe anual sobre derechos humanos en Chile 2003. Hechos de 2002. Santiago de Chile: Universidad Diego Portales, Facultad de Derecho, 2003, pp. 138-139.

207. En 2001, la designación de “jueces especiales” con dedicación preferente a causas de derechos humanos agilizó los trámites judiciales. Nombrados en principio por cuatro años, en 2005 sus funciones fueron prorrogadas sin límite de tiempo.

208. No consideramos aquí la otra vertiente: las reformas de la justicia en curso en los países de la región (y en otros lugares, por ejemplo en El Salvador). Esas reformas recaen especialmente sobre la forma de enjuiciamiento criminal: el juicio oral reemplaza el secreto inquisitivo del procedimiento de instrucción, lo cual modifica a su vez el modo de investigación penal llevada a cabo por la policía. De manera indirecta, esas reformas repercuten sobre la calidad de la justicia impartida y, por lo tanto, sobre la explicación que ella brinda acerca del pasado, aspecto que nos interesa aquí.

209. Se vislumbra, asimismo, una tendencia a establecer comisiones de investigación mucho después de los hechos: en Brasil y Uruguay, treinta años después del final del régimen militar, se investiga la suerte de los desaparecidos. Véase J. Méndez, “El derecho humano a la Verdad. Lecciones de las experiencias latinoamericanas de relato de la verdad”.

210. “Los números de los juicios”. Siete, 22 de enero de 2005.

211. Véase H. Rousso. “La trayectoria de un historiador del tiempo presente”.

212. Véase Juan E. Méndez. “Derecho a la verdad frente a las graves violaciones a los derechos humanos”. En www.aprodeh.org.pe.

213. Seminario “Lugares de la memoria”, Centro de Ética, Universidad Alberto Hurtado, Santiago de Chile, 2002. Arqueólogos, antropólogos forenses y médicos legistas son protagonistas de la transición a quienes el público ya se ha acostumbrado. Sobre los inicios del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) en la década de 1980, luego de que las exhumaciones realizadas para la CONADEP y para el juicio a las juntas mostraran la necesidad de apelar a especialistas y métodos probados en ese ámbito, véase Mauricio Cohen Salama. Tumbas anónimas. Informe sobre la identificación de restos de víctimas de la represión ilegal. Buenos Aires: Catálogos, 1992. En mayo de 2003 hicimos una visita al lugar de trabajo del EAAF en el cementerio de San Vicente, provincia de Córdoba, Argentina (agradecemos a Darío Olmo y su equipo la recepción brindada).

214. Para evitar la interferencia de los medios en lo que ocurría en la sala de audiencias, la transmisión se hacía sin sonido.

215. Oscar Raúl Cardoso. “El pasado subió a la superficie”, Clarín, 11 de diciembre de 1985, citado por Claudia Feld. Del estrado a la pantalla: las imágenes del juicio a los ex comandantes en Argentina. Buenos Aires: Siglo XXI, 2002, p. 57.

216. C. H. Acuña y C. Smulovitz, “Militares en la transición argentina: del gobierno a la subordinación constitucional”.

217. Hugo Vezzetti. Pasado y presente: guerra, dictadura y sociedad en la Argentina. Buenos Aires: Siglo XXI, 2002, pp. 28 y 112-121.

218. Alicia B. Oliveira. “Las huellas del horror: Archivos. Dónde están los documentos del terrorismo de Estado en la Argentina”. Puentes, 1:1, agosto 2000, 73-76.

219. Organización de las Naciones Unidas, Comisión de los derechos humanos, “La cuestión de la impunidad de los autores de violaciones de los derechos humanos (civiles y políticos). Informe final elaborado y revisado por M. Joinet en aplicación de la decisión 1996/119 de la Subcomisión de prevención de discriminaciones y protección de las minorías. “C. La preservación y el acceso a los archivos permitirán establecer las violaciones”, Principios 13 a 16. Agradecemos a Louis Joinet sus reflexiones sobre los archivos a este respecto.

220. A. B. Oliveira. “Las huellas del horror: Archivos. Dónde están los documentos del terrorismo de Estado en la Argentina”. Puentes, 1:1, agosto 2000, 73-76.

221. El periodismo de investigación cobró importancia en América Latina durante los años difíciles, vinculado con los esfuerzos de los organismos de derechos humanos para contrarrestar el accionar de la prensa censurada de un régimen mentiroso. Con las transiciones a la democracia estos periodistas publican muchos libros basados en sus investigaciones, que complementan los reportajes de los medios sobre los procesos judiciales. Un caso notable es John Dinges, estadounidense residente en Chile entre 1972-1978, que demostró, con el respaldo de pruebas, que el asesinato de Orlando Letelier, ex ministro de Salvador Allende, cometido en Washington, DC en 1976 había sido instigado por la DINA (John Dinges y Saul Landau. Assassination on Embassy Row. Nueva York: Pantheon Books, 1980 [traducción española: Asesinato en Washington: el caso Letelier, México: Lasser Press Mexicana, 1982]). Un cuarto de siglo más tarde, su Operación Cóndor revela la coordinación de las policías secretas de las dictaduras de la región y el papel preponderante de Chile en el establecimiento y las operaciones de la organización entre 1975 y 1977. Véase Operación Cóndor: una década de terrorismo internacional en el Cono Sur. Santiago de Chile: Ediciones B, 2004. Dinges se apoya en una cantidad de documentos secretos de la época que han sido descubiertos, confiscados u oficialmente desclasificados en años recientes. El periodista entrevistó asimismo a unas doscientas personas, entre ex miembros de las fuerzas de seguridad, antiguos militantes de los grupos armados de izquierda y funcionarios retirados de los servicios de espionaje de Estados Unidos. Los periodistas nos permiten conocer una historia focalizada en el núcleo duro de las violaciones. Su insistencia en investigar la verdad y su rigor en el manejo de las pruebas convierten los mejores periodistas en aliados de los historiadores; a sabiendas se calificó a sus trabajos de first draft of history [“primera versión de la historia”]. Dinges se impone la necesidad de contar con dos fuentes verificadas para hacer uso de una información; prefiere el documento de época a la afirmación oral posterior y evalúa la credibilidad de sus fuentes según las condiciones de producción de sus informaciones. Y escribe: “He tratado de reunir esos documentos y entrevistas para lograr una base de máxima resistencia para la reconstrucción de acontecimientos que alguna vez fueron secretos. A menudo los entrevistados pudieron refrescar su memoria con los documentos de la época, pero más importante aún es que estos documentos proveyeron un soporte fáctico que ya no puede ser alterado por recuerdos erróneos o interesadamente parciales. Cuando se presentó un conflicto entre los documentos y los recuerdos, por lo general otorgué mayor autoridad a los primeros, habida cuenta de que había transcurrido un cuarto de siglo de los hechos”. (Operación Cóndor: una década de terrorismo internacional en el Cono Sur. Santiago de Chile: Ediciones B, 2004, p. 13).

222. La anécdota a continuación ha sido relatada por John Dinges en Operación Cóndor: una década de terrorismo internacional en el Cono Sur, Santiago de Chile: Ediciones B, 2004, p. 315-319.

223. Los informes finales se refieren a las instrucciones oficiales que ordenaban destruir los archivos y citan, cada vez que es posible, las pruebas documentales que, a pesar de todo, llegaron a conocimiento de las comisiones (entre ellas las aportadas por las víctimas y sus familiares). Algunos ejemplos en los informes de las comisiones de la región: descripción del sistema de archivos de la ESMA, el más notorio de los centros represivos, Nunca más, p. 140; investigaciones realizadas por la Comisión Rettig para localizar archivos, Informe Rettig, I, pp. 6-9; destrucción de archivos, Informe Rettig, I, p. 75 y siguientes; utilización de los archivos de los consejos de guerra, Informe Rettig, I, p. 84; documentación recibida por la CVR, “Tipo de documentos creados por la CVR” y “Sistematización de fuentes”, Informe Final (Perú: 1980-2000), pp. 23-26, y también anexo 1, “Memoria institucional”.

224. Elizabeth Lira. “Memoria en tiempo presente”. En Faride Zerán et al. Encuentros con la memoria. Santiago de Chile: LOM, 2004, pp. 155-156.

225. Elizabeth Jelin. “La política de la memoria: el movimiento de derechos humanos y la democracia en la Argentina”. En C. H. Acuña et al. Juicio, castigo y memoria: derechos humanos y justicia en la política argentina. Buenos Aires: Nueva Visión, 1995, pp. 101-146. La cita corresponde a las pp. 134 y 137.

226. Louis Bickford. “The Archival Imperative: Human Rights and Historical Memory in Latin America’s Southern Cone”. Human Rights Quarterly, 21(4), noviembre de 1999, pp. 1097-1122. Véase también Louis Bickford. “Human Rights Archives and Research on Historical Memory: Argentina, Chile, and Uruguay”. Latin American Research Review, 35(2), 2000, pp. 160-182.

227. Véase www.aprodeh.org.pe. Agradecemos a Charo Narváez su acogida en APRODEH, Lima, octubre de 2006.

228. Memoria Abierta lleva a cabo también acciones de concientización y pedagogía, cuyo objetivo es “promover una conciencia social que valore el recuerdo activo”, como se señala en su sitio web. Visitas a Memoria Abierta, 2002, 2003 y 2004. Agradecemos a Patricia Valdez y Valeria Barbuto la generosidad y buena disposición mostradas en cada una de nuestras visitas, así como las muchas puertas abiertas gracias a ellas.

229. Véanse “Archivo de la DIPBA”, www.comisionporlamemoria.org/archivo-dipba.htm, y Patricia Funes. “El archivo de la Dirección de Inteligencia de la Policía de la provincia de Buenos Aires: medio siglo de represión”. Puentes, 4 (11), mayo de 2004, pp. 34-44. Visita a la Comisión Provincial por la Memoria, 2003, a cuyas autoridades agradecemos la cálida recepción brindada.

230. Agradecemos a Zbigniew Gluza y Alicja Wancerz-Gluza estas informaciones sobre Karta.

231. En 2003, la colección archivística “Solidarity, the Birth of the Movement” (materiales originales correspondientes al período agosto de 1980-diciembre de 1981), de Karta, se incorporó a Memoria del Mundo, la lista internacional elaborada por la Unesco de los principales fondos archivísticos existentes en el mundo. Agradezco a Irena Grudzinska-Gross por haberme presentado la organización.

232. Programa de reformas al régimen soviético implementado por Gorbachov tras su ascenso al poder en 1985.

233. En el origen de Memorial se encuentra un joven empleado que pasó por varios depósitos de los archivos centrales de la Unión Soviética: de la Revolución de Octubre, del Tribunal Supremo, del Tribunal Militar, y que redactó a escondidas más de cien mil fichas sobre la suerte corrida por las víctimas del estalinismo. Para una visión de Memorial en su momento de auge, véanse Denis Paillard. “URSS. Figuras de la memoria: Memorial y Pamiat”. En A. Brossat et al., En el Este, la memoria recuperada. Valencia: Alfons el Magnànim, 1992, pp. 357-377, y en particular Maria Feretti, “URSS. Los archivos entreabiertos”, en la misma publicación, pp. 429-447. Las dificultades en que Memorial se debate en nuestros días reflejan el retroceso de las políticas de la memoria que se ha producido en Rusia. Putin ha hecho más difícil el acceso a los archivos centrales rusos. Nuestro agradecimiento a Mary McCawley por habernos hecho conocer esta organización.

234. Catherine Merridale. Night of Stone: Death and Memory in Twentieth-Century Russia. Nueva York y Londres: Penguin Books, 2000, p. 306.

235. Se trataba del célebre periodista Vladimir Herzog cuya sospechosa muerte en prisión tuvo una gran repercusión en la opinión pública que se volvió contra la junta militar. Desde entonces, partes de los fondos de esos archivos han sido localizados en distintos lugares del país y se ha constituido una comisión gubernamental para decidir su destino. Véase Larry Rohter. “Hidden Files Force Brazil to Face its Past”. The New York Times, 31 de enero de 2005. Impedir la destrucción de los archivos de la policía y de la justicia militar que se llevan a cabo so pretexto de respetar los tiempos de eliminación fijados por las normativas propias de la institución (a menudo adoptadas en años de los regímenes militares) sigue siendo el mayor problema en los países del Cono Sur. En Uruguay, las organizaciones de derechos humanos denunciaron a principios de 2006 la destrucción de archivos militares relativos a violaciones, al parecer llevada a cabo en los primeros años de la transición y “por órdenes del Poder Ejecutivo”.

236. Como la Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura (Comisión Valech), de Chile. Véase el Informe de la Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura. Santiago de Chile: La Comisión, 2004, www.gobiernodechile.cl. Agreguemos, vinculados a los archivos de las comisiones de la verdad, los documentos producidos por el ministerio a cargo de las investigaciones judiciales y los programas de reparaciones luego de la actuación de aquellos organismos.

237. Los archivos judiciales están en formación y quedarán cerrados por mucho tiempo.

238. Federico Guillermo Lorenz, “Archivos de la represión y memoria en la República Argentina”; Jennifer Herbst con Patricia Huenuqueo, “Archivos para el estudio del pasado reciente en Chile”, y Ruth Elena Borja Santa Cruz, “Los archivos de los derechos humanos en el Perú”. Véase también A. Pérotin-Dumon, “El pasado vivo de Chile en el año del Informe sobre la Tortura: apuntes de una historiadora”, Nuevo Mundo Mundos Nuevos, 5, mayo de 2005, primera parte, https://nuevomundo.revues.org/document954/, y la bibliografía a la que remitimos. Véase asimismo Ludmila da Silva Catela y Elizabeth Jelin (comps.). Los archivos de la represión: documentos y verdad. Madrid: Siglo XXI, 2002, en particular Myrian González Vera, “Los archivos del terror de Paraguay: la historia oculta de la represión”, pp. 85-113, y Darío Olmo, “Reconstruir desde restos y fragmentos. El uso de archivos policiales en la antropología en Argentina”, pp. 179-194. Sobre la apertura y el acceso a los archivos de organismos brasileños de represión, Ludmila da Silva Catela, “La casa, la calle, el Estado”, Puentes, 1(1), agosto de 2000, pp. 54-64, ulteriormente desarrollado en “Territorios de memoria política: los archivos de la represión en Brasil”. En L. da Silva Catela y E. Jelin (comps.). Los archivos de la represión: documentos y verdad, Madrid: Siglo XXI, 2002, pp. 15-84. Sobre los archivos de los derechos humanos, véase María Paz Vergara. “Chile y su archivo de la resistencia”. Puentes, 4(11), mayo de 2004, pp. 45-46.

239. Esos archivos fueron utilizados por un investigador del NSA: Peter Kornbluh, The Pinochet File: A Declassified Dossier on Atrocity and Accountability. Nueva York: New Press, 2003 [traducción española: Pinochet. Los archivos secretos. Barcelona: Crítica, 2004]. En su tiempo, el NSA entregó a las comisiones de la verdad copias de los documentos que pudieran serles de utilidad, según recuerda Arturo Taracena en “La experiencia de un historiador en la Comisión de Esclarecimiento Histórico de Guatemala”.

240. Visita al servicio de archivos de la Comisión de la Verdad peruana, 2002; luego, al Centro de Información para la Memoria Colectiva, 2004. Agradecemos a Ruth Borja, directora de los archivos, la acogida brindada en una y otra ocasión.

241. Señalemos que los archivos recuperados de las policías políticas abarcan, en general, un período mucho más extenso que la violencia reciente: así sucede con los de la DIPBA (1932-1998). Ginger Thompson. “Mildewed Police Files May Hold Clues to Atrocities in Guatemala”. The New York Times, 21 de noviembre de 2005.

242. El mejor ejemplo de apertura de archivos de la represión es el de la policía política de la ex Alemania Oriental (Stasi). Los archivos de la Stasi cubren el período de la Guerra Fría (1950-1989), durante el cual un tercio de la población estuvo registrada en ellos; hoy constituyen un acervo documental de 200 km lineales. El personal del organismo comenzó a destruir algunos documentos en 1989, alarmado por el giro que tomaban los acontecimientos. La apertura de esos archivos en Rusia es del interés de muchos países. Véase, por ejemplo, Olga Ulianova y Alfredo Riquelme Segovia (comps.). Chile en los archivos soviéticos, 1922-1991, vol. 1, Komintern y Chile, 1922-1931. Santiago de Chile: LOM/DIBAM, 2005.

243. Se encontrará un ejemplo reciente en Jorge Escalante. “Cuando la DINA infiltró a la Iglesia”. La Nación, 11 de junio de 2006. Para un descubrimiento reciente de documentos de archivos de la represión, véase “Abren archivos secretos de la Colonia Dignidad a jueces de DD.HH.”, La Nación, 29 de marzo de 2006. La incautación dispuesta por el juez a cargo del caso de centenares de fichas elaboradas por la DINA permitió a varios de sus colegas avanzar en la instrucción de otros casos de violaciones.

244. Véase https://www.libertaddigital.com: 83/php3/noticia.php3?fecha_edi_on=2006-04-03&num_edi_on=1453&cpn= 1276275060&seccion=MUN_D, 23 de marzo de 2006. Otro ejemplo: el Congreso boliviano dio a conocer en abril de 2006 un proyecto de ley de acceso a la información que permitiría desclasificar los archivos militares (que guardan la documentación concerniente al guerrillero Ernesto Che Guevara y la Operación Cóndor).

245. Así como la historia de la Segunda Guerra Mundial se vio revolucionada por el acceso a los archivos soviéticos luego de la apertura de los fondos archivísticos de los diferentes países de Europa Occidental.

246. Además del trabajo ya citado, incluido en esta publicación, véase también Kenneth P. Serbin. Secret Dialogues: Church-State Relations, Torture and Social Justice in Authoritarian Brazil. Pittsburgh: University of Pittsburgh Press, 2000.

247. Concordamos con Steve Stern quien hablaba a propósito de Chile de un “environment of living remembrance”. Véase S. J. Stern, Remembering Pinochet’s Chile: On the Eve of London 1998, Durham y Londres: Duke University Press, 2004, p. 200, nota 2.

248. El cálculo es aproximado para Chile en 2003 y la Argentina en 2006, respectivamente. Las cifras para cada país se obtuvieron de los censos disponibles: 2001 en la Argentina y 2002 en Chile; en la pirámide de edades, se tomó a todos los individuos de entre 35 y 39 años a la fecha del censo y se incluyó un margen para los años que separaban de éste. Agradecemos a Frida del Campo, encargada de esta investigación.

249. Entrevistas con Federico Lorenz (2002) y Carolina Torrejón (2003).

250. Entrevistas con María Florencia Ferré (2003), Pablo Sandoval (2003) y Frida del Campo (2006).

251. Luc Capdevila et al. Hommes et femmes dans la France en guerre (1915-1945). París: Payot, 2003, p. 21-22.

252. No consideramos aquí la percepción o no por parte de la población de una ruptura mayor vinculada al hecho de que, desde los años treinta, los golpes de Estado eran frecuentes en la Argentina, y que la toma del poder de la junta militar en 1976 se inscribe a continuación de una década de violencia política creciente.

253. En consecuencia, nuestros colegas de la Universidad Católica del Perú y de la Universidad San Marcos que desarrollan actualmente, desde varias disciplinas, cursos que contemplan la violencia reciente, no pueden apelar a los recuerdos personales de los estudiantes que toman sus clases ni a los recuerdos transmitidos por sus familias. (Entrevistas con Iván Hinojosa, Nelson Manrique y Carlos Iván Degregori, Lima, septiembre de 2006.)

254. Véase A. Pérotin-Dumon. “El pasado vivo de Chile en el año del Informe sobre la Tortura: apuntes de una historiadora”. Nuevo Mundo Mundos Nuevos, 5 de mayo de 2005, primera parte, https://nuevomundo.revues.org/document954/, tercera parte.

255. M. Garcés y S. Leiva. El golpe en La Legua: los caminos de la historia y la memoria. Santiago de Chile: LOM, 2005, pp. 23-24.

256. Ludmila da Silva Catela. “Apagón en el ingenio, escrache en el museo. Tensiones y disputas entre memorias locales y memorias oficiales en torno a un episodio de la represión de 1976”. En Ponciano del Pino y Elizabeth Jelin (comps.). Luchas locales, comunidades e identidades. Madrid: Siglo XXI, 2003, pp. 63-105, en particular pp. 84-88. “Si bien –escribe Catela–, no se someten al gran relato sobre el apagón cristalizado en el Nunca más y difundido fuera de las fronteras de Calilegua [una de las localidades en cuestión], no logran imponer públicamente sus versiones o tornar más complejas las memorias públicas del apagón”. La denominación “apagón” que ha quedado asociada al secuestro se debe a que éste se produjo durante un corte generalizado de electricidad. La resistencia del recuerdo individual con respecto a la memoria colectiva oficial también ha sido destacada por M.-C. Lavabre. Le Fil rouge: sociologie de la mémoire communiste. París: Presses de la Fondation nationale des sciences politiques, 1994.

257. Hay notables diferencias entre relato privado y relato oficial: fecha del acontecimiento, lugar de destino de los desaparecidos y hasta el nombre de éstos. A propósito, resulta de gran interés el proyecto en curso del organismo peruano de defensa de los derechos humanos APRODEH, que consiste en recopilar sistemáticamente la “contramemoria” popular de ciertos episodios para establecer qué la diferencia de la versión de la CVR. Entrevista con Charo Narváez, septiembre de 2006.

258. Véase también Vera Carnovale, Federico Lorenz y Roberto Pittaluga. “Memoria y política en la situación de entrevista: en torno a la constitución de un archivo oral sobre el terrorismo de Estado en la Argentina”. En Vera Carnovale, Federico Lorenz y Roberto Pittaluga (comps.). Historia, memoria y fuentes orales. Buenos Aires: Memoria Abierta/CeDInCI Editores, 2006, en particular pp. 41-42.

259. Por lo demás, los investigadores conocen esta responsabilidad. Véanse S. J. Stern. Remembering Pinochet’s Chile: On the Eve of London 1998, Durham y Londres: Duke University Press, 2004, y Patricia Lundy y Mark McGovern, “Dentro del silencio. El Proyecto Conmemorativo de Ardoyne, el relato comunitario de la verdad y la transición posconflicto en Irlanda del Norte”.

260. Entrevista con Rolando Álvarez, 2004.

261. Lo que sigue se basa en: entrevista con Mario Garcés, 2003; L. Douzou. La Résistance française: une histoire périlleuse. Essai d’historiographie. París: Seuil, 2005; Federico Guillermo Lorenz. “‘Tomála vos, dámela a mí.’ La noche de los lápices: el deber de memoria y las escuelas”. En Elizabeth Jelin y Federico Guillermo Lorenz (comps.), Educación y memoria. La escuela elabora el pasado, Madrid: Siglo XXI, 2004, p. 109, nota 7, y José Quiroga. “Hubo seis testigos del suicidio de Allende”. La Nación, 12 de septiembre de 2003, citado por A. Pérotin-Dumon. “El pasado vivo de Chile en el año del Informe sobre la Tortura: apuntes de una historiadora”. Nuevo Mundo Mundos Nuevos, 5, mayo de 2005, primera parte, https://nuevomundo.revues.org/document954/.

262. Se trata de dos medios obreros muy duramente afectados por los gobiernos militares respectivos.

263. Véase M. McGovern y P. Lundy. “Dentro del silencio”.

264. Véase Annette Wieviorka. L’Ère du témoin. París: Plon, 1998. La autora estaba bien situada para evaluar el lugar creciente asumido por los últimos testigos debido a su estudio anterior sobre las memorias publicadas al término de la guerra por los sobrevivientes judíos, Déportation et génocide. Entre la mémoire et l’oubli. París: Hachette, 1992. En el momento de la Liberación, señalaba en esa obra, todos estaban dispuestos a hablar, por razones que volvemos a encontrar en otros lugares: es preciso poner de relieve las atrocidades cometidas y a sus autores. La obsesión de testimoniar de los sobrevivientes judíos iba a la par con el temor de no lograr transmitir lo inefable y no ser creídos. Peor: “Nadie tenía ganas de escucharnos”. La gente no soportaba lo que tenían que decirle y se sentía excluida de un mundo tan importante para las víctimas. De allí un largo mutismo de éstas, replegadas en los intercambios con quienes habían vivido la misma situación.

265. C. Merridale. Night of Stone: Death and Memory in Twentieth-Century Russia. Nueva York y Londres: Penguin Books, 2000. Las citas que siguen corresponden a las pp. 175, 188-190, 209-210 y 298.

266. La superposición de diversos estratos del pasado difícil ha generado una situación similar en la ex Alemania Oriental luego de la reunificación (1989), cuando cincuenta años de régimen comunista de la República Democrática Alemana (1949-1989) se sumaron al pasado nazi. La mera extensión del pasado puesto otra vez bajo la luz a raíz del hundimiento de los regímenes comunistas, pero también su textura estratificada, hacen que el mismo individuo haya podido ser en primer lugar torturador y luego víctima, saqueado y después saqueador. ¿A quién castigar? ¿A quién indemnizar? ¿A quién pedir cuentas, y cuáles? La mayoría de los países del antiguo campo socialista han renunciado a pronunciarse al respecto, y prefieren dejar la tarea en manos de los historiadores. Véase T. Judt. Postwar: A History of Europe since 1945. Nueva York: Penguin Press, 2005, p. 695.

267. La mayoría de los estudios de la memoria en la región ha enfocado los ritos. Entre los últimos volumenes aparecidos en la colección “Memorias de la represión”, se encuentra Educación y memoria. La escuela elabora el pasado. Madrid: Siglo XXI, 2004, compilado por Elizabeth Jelin y Federico Guillermo Lorenz, que aborda la “pedagogía de la memoria”; véase también Eric Hershberg y Felipe Agüero (comps.). Memorias militares sobre la represión en el Cono Sur: visiones en disputa en dictadura y democracia. Madrid y Buenos Aires: Siglo XXI, 2005, que enfoca las memorias desde las ciencias políticas.

268. Un estudio sistemático sin duda se beneficiaría de otros “textos” tales como la producción cinematográfica y de televisión, como lo hizo Henry Rousso en Le Syndrome de Vichy, París: Seuil, 1987. Por otro lado, el estudio de lo que se encuentra en Internet es hoy inabarcable. A la espera de estudios sistemáticos sobre la memoria histórica en los textos de la región, nuestras afirmaciones sólo se apoyan en la observación. Hay algunas referencias en los trabajos de L. A. Romero. “La violencia en la historia argentina reciente: un estado de la cuestión” y de P. Winn. “El pasado está presente”; el caso del Perú es probablemente demasiado reciente como para ser tratado desde esta perspectiva, es decir, la confrontación de la memoria histórica con la historiografía.

269. El análisis de Luis Alberto Romero en términos de libertad u obligación con respecto a principios y normas reconocidas en la representación del pasado nos parece particularmente ilustrativo para recordar las diferencias de proceder entre memoria histórica y conocimiento histórico. Véase Luis Alberto Romero. “Recuerdos del Proceso, imágenes de la democracia: luces y sombras en las políticas de la memoria”. Clío & Asociados. La historia enseñada, Santa Fe, Universidad Nacional del Litoral, 7(2), 2000, pp. 113-124.

270. De allí la importancia, en todo caso, de escribir la historia reciente en un lenguaje tanto más claro y accesible cuanto mayores son las expectativas que el tema tratado despierta en la gente.

271. Para una reflexión sobre la cuestión en el caso de España, véase J. Casanova. “Mentiras convincentes”. El País, 14 de junio de 2006. El Manifiesto de historiadores, compilado por Sergio Grez y Gabriel Salazar (Santiago de Chile: LOM, 1999) se ubica en el terreno de la verdad histórica frente a la memoria militante de historiadores conservadores reavivada por la detención de Pinochet en Londres en octubre de 1998. Sin embargo, se queda en una declaración de principios; la historiografía aún está por venir.

272. José Luis Rénique. La voluntad encarcelada: las “luminosas trincheras de combate” de Sendero Luminoso del Perú. Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 2003. Nuestras citas en el párrafo siguiente se extraen de una primera versión presentada con el mismo título en la conferencia de la Latin American Studies Association (LASA), Dallas, 27 a 30 de marzo de 2003, panel “La prisión política en América Latina”, www.uoregon.edu/~caguirre/renique.pdf, en particular pp. 42-53. Especialista en historia contemporánea de Puno, Rénique se interesa en el universo carcelario senderista desde la década de 1980. En esta capacidad, fue asesor de la CVR a mediados de 2002. Nuestro agradecimiento a Iván Hinojosa y a Carlos Iván Degregori por la información complementaria aportada sobre los senderistas presos y el trabajo de la CVR (entrevistas con la autora, septiembre de 2006). Sobre la obra de Rénique, véase también Peter Klarén, “El tiempo del miedo (1980-2000): la violencia moderna y la larga duración en la historia peruana”.

273. El historiador peruano describe la limpieza y disciplina meticulosas que reinan en él, una administración y una economía internas que han quedado totalmente en manos de los detenidos, mientras que las autoridades, desprovistas y en guardia, sólo controlan las inmediaciones de la cárcel.

274. Debemos a Carlos Iván Degregori esta observación.

275. No faltan, por cierto, versiones del pasado políticamente antagónicas. Pero el antagonismo entre ellas se establece ante todo con el objeto de ocupar el espacio que, al retirarse, deja el relato oficial impuesto durante largo tiempo por la censura. Además del libro de S. J. Stern ya citado, véanse las referencias de Peter Winn a las “batallas por la memoria” y los estudios vinculados a ellas en Chile, en “El pasado está presente. Historia y memoria en el Chile contemporáneo”; véase también E. Jelin. “Las luchas políticas por la memoria”. En Los trabajos de la memoria. Madrid: Siglo XXI, 2002, capítulo 3, pp. 39-62. En sustancia, Jelin hace el siguiente análisis: a medida que la sociedad civil logra agenciarse espacios autónomos de acción y expresión, una multiplicidad de memorias salen del silencio o del mero círculo familiar en la que se mantenían por la fuerza. Son otros tantos relatos alternativos a la memoria oficial que reinaba soberana antaño gracias a la censura y el terror: explicaciones rivales del pasado en competencia unas con otras para imponerse como “la” versión creíble en lugar del relato oficial. La lucha política se lleva así, en parte, al plano de las representaciones.

276. Foros, velatones, marchas, eventos artísticos y culturales, etc., muestran el lugar de la memoria en la vida de las asociaciones, colectivos y otras entidades constituidas alrededor del pasado. Pero la cuestión aparece como complemento de objetivos más acuciantes. Para los miembros que trabajan a título voluntario, el grueso de las actividades recae, en la hora actual, sobre la verdad y las reparaciones: impulsar gestiones para que los familiares presenten querellas criminales ante los tribunales de justicia, apoyar a los organismos públicos en la ubicación e identificación de los restos (por ejemplo, conseguir muestras de ADN de los parientes), y reclamar beneficios o asistir a los sobrevivientes y sus familias en los trámites para obtener el reconocimiento de su condición de víctimas y acceder a los beneficios existentes, etc. Hacen falta datos estadísticos sobre las asociaciones en cada país: fecha de creación, sede social, estatuto legal, objetivos declarados, cantidad de adherentes, etc. Sobre la importancia, pero también la dificultad de llevar a cabo investigaciones acerca de este tema, véase Gilles Vergnon. “Les associations d’anciens résistants sous le regard des historiens”. Cahiers du Centre d’études d’histoire de la Défense, 28, número especial, “Les associations d’anciens résistants et la fabrique de la mémoire de la Seconde guerre mondiale”, bajo la dirección de G. Vergnon y Michelle Battesti, 2006, p. 11-18. En el caso del Perú, el balance efectuado en 2004 por la Coordinadora –el colectivo nacional de las asociaciones peruanas de derechos humanos– sobre la memoria de la violencia reciente y su expresión social es desalentador: la actividad de las asociaciones pierde intensidad porque el Plan de Reparaciones Integrales (PRI) recomendado por la CVR y aprobado por el Estado tarda en ponerse en marcha en todas las regiones. ¿Cuál es el interés de reunirse si el objeto es revivir con otros las cosas penosas que nos sucedieron? es la reacción que se escucha a menudo entre los sobrevivientes. Sobre esta “memoria anémica” véase Francisco Soberón. “Balance de las acciones del Estado en la implementación de las recomendaciones del informe final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (agosto 2003-febrero 2005)”. En Coordinadora Nacional de Derechos Humanos (comp.). Memoria y justicia para la inclusión. Lima y Nueva York: International Center for Transitional Justice/PCS, 2005, pp. 53-84 (gracias a Elizabeth Lira por habernos informado de este documento); Javier Torres Seoane con Anahí Durand. “Balance regional y local de los procesos en relación a las recomendaciones de la CVR”. En Memoria y justicia para la inclusión. Lima y Nueva York: International Center for Transitional Justice/PCS, 2005, pp. 9-51, sobre todo p. 41; Rolando Ames, ex comisionado y defensor de los derechos humanos, retomó los balances de Soberón y Torres en “Violencia y verdad… ¿Reconciliación en el Perú?”. En G. Pacheco Oreamuno, L. Acevedo Narea y G. Galli (comps.). Verdad, justicia y reparación: desafíos para la democracia y la convivencia social. San José de Costa Rica: Instituto Interamericano de Derechos Humanos, 2005, pp. 205-224. Un factor muy importante en la debilidad de las asociaciones peruanas y de su memoria histórica es que sus miembros provienen de sectores sociales muy pobres y marginalizados, donde la violencia hizo estragos. Véase Ana María Tamayo. “ANFASEP y la lucha por la memoria de sus desaparecidos (1983-2000)”. En C. I. Degregori (comp.). Jamás tan cerca arremetió lo lejos: memoria y violencia política en el Perú. Lima: Instituto de Estudios Peruanos/Social Science Research Council, 2003, pp. 95-134.

277. Véanse las excavaciones arqueológicas realizadas por universitarios contratados por la ciudad de Buenos Aires en el marco del proyecto de recuperación de los centros clandestinos de detención como lugares de la memoria llevado a cabo por el Instituto Espacio para la Memoria, Subsecretaría de Derechos Humanos de la Ciudad de Buenos Aires, https://www.buenosaires.gov.ar/areas/jef_gabinete/derechos_humanos/. Visitas a los sitios de las excavaciones de los centros clandestinos de detención “Mansión Seré” y “Club Atlético”, 2003; ceremonia conmemorativa en el sitio de las excavaciones del Club Atlético, mayo de 2002. Agradecemos a Patricia Valdez por haber hecho posibles esas visitas.

278. Edward T. Linenthal. “Anatomy of a controversy”. En E. T. Linenthal y T. Engelhardt (comps.). History Wars: The Enola Gay and Other Battles for the American Past. Nueva York: Henry Holt and Co., 1996, pp. 9-62.

279. Podrá compararse la acción de las organizaciones de ex combatientes estadounidenses con la de las asociaciones de ex combatientes de las Malvinas estudiadas por Federico Lorenz en “Malvinas: los soldados y la guerra durante la transición democrática argentina, 1982-1987”.

280. ¿Qué hay que comunicar del pasado reciente a los alumnos? Para un docente no es fácil dar la explicación crítica e imparcial que espera hoy en día el Ministerio de Educación si sus simpatías y convicciones fueron senderistas en el Perú (hubo muchos en la región de Ayacucho) o montoneras en la Argentina. Véase Rocío Trinidad. “El espacio escolar y las memorias de la guerra en Ayacucho”. En E. Jelin y F. G. Lorenz (comps.). Educación y memoria. La escuela elabora el pasado. Madrid: Siglo XXI, 2004, pp. 11-39.

281. L. A. Romero. “Recuerdos del Proceso, imágenes de la democracia: luces y sombras en las políticas de la memoria”. Clío & Asociados. La historia enseñada, Santa Fe, Universidad Nacional del Litoral, 7(2), 2000.

282. F. Lorenz. “La noche de los lápices…”. En Educación y memoria. La escuela elabora el pasado. Madrid: Siglo XXI, 2004; Lila Pastoriza. “Federico Lorenz analiza La noche de los lápices y cómo enseñar mucho más allá de la historia oficial”. Página 12, 16 de septiembre de 2003. Otros aspectos del problema se analizan en Federico Lorenz. “El pasado reciente en la Argentina: las difíciles relaciones entre transmisión, educación y memoria”, y Mario Carretero, Alberto Rosa y María Fernández González (comps.). Enseñanza de la historia y memoria colectiva. Barcelona-Mexico-Buenos Aires: Paidós, 2006, p. 277-295.

283. Alessandra Carvalho, Federico Guillermo Lorenz, Aldo Marchesi y Laura Monbello. “Realidades y desafíos: experiencias educativas en Argentina, Uruguay y Brasil”. En Educación y memoria. La escuela elabora el pasado. Madrid: Siglo XXI, 2004, pp. 163-182.

284. A. Carvalho et al. “Realidades y desafíos: experiencias educativas en Argentina, Uruguay y Brasil”. En Educación y memoria. La escuela elabora el pasado. Madrid: Siglo XXI, 2004, p. 181. Nuestras reflexiones se basan también en una entrevista con Michell Marchant, Santiago de Chile, mayo de 2006 y É. Conan y H. Rousso. Vichy, un passé qui ne passe pas. París: Gallimard, 1996 (1994). Desde nuestra perspectiva, la tendencia a poner el acento en la “complejización” en detrimento de los hechos, en los nuevos programas en muchos países de la región no tiene como finalidad ayudar a los docentes: ¿para qué traer a colación la verdad histórica frente a una memoria demasiado lábil? Para una descripción de estos programas en el caso de Chile, véase Jorge Manzi, “La memoria colectiva del golpe de Estado en Chile”. En Enseñanza de la historia y memoria colectiva. Barcelona-Mexico-Buenos Aires: Paidós, 2006, pp. 297-322 y Luis Osandón Millavil. “La enseñanza de la historia en la sociedad del conocimiento”, en la misma obra, p 323-346.

285. Elizabeth Jelin y Federico G. Lorenz. “Educación y memoria: entre el pasado, el deber y la posibilidad”. En E. Jelin y F. G. Lorenz (comps.). Educación y memoria. La escuela elabora el pasado. Madrid: Siglo XXI, 2004, p. 9.

286. Entrevista con Federico Lorenz a quien agradezco haberme permitido asistir a una clase de formación de docentes secundarios de historia, en Buenos Aires, durante la fase más oscura de la crisis económica de 2001-2002 (Escuela de capacitación docente del Ministerio de Educación del Gobierno de la ciudad de Buenos Aires, Centro de Estudio de Pedagogías de Anticipación-CEPA, escuela La Sede CEPA número 18). Entrevistas a Mauricio Chama y Martín Obregón, La Plata, 2003; y entrevista a Michell Marchant, Santiago de Chile, mayo de 2006.

287. M. McGovern y P. Lundy, “Dentro del silencio”.

288. Véase J. del Alcàzar, “La historia aplicada: perito en el caso Pinochet en la Audiencia Nacional de España”.

289. Los dos ejemplos mencionados en este párrafo no han sido identificados por discreción.

290. Entrevistas con Alfredo Riquelme, 2003; Federico Lorenz, mayo de 2002, y Rolando Álvarez, junio de 2004.

291. Eric J.Hobsbawm. Sobre la historia. Barcelona: Crítica, 1998, p. 268-269 [On history. Londres: Weidenfeld and Nicolson, 1997]. Agradecemos a A. Riquelme esta cita.

292. Según la expresión de Salomón Lerner, que presidió la Comisión de la Verdad peruana.

293. Entre las décadas de 1970 y 1980, el patio 29 del Cementerio General de Santiago fue utilizado para sepultar como “NN” los cuerpos de ejecutados políticos (véase también la tercera parte). Los otros sitios destacados de la dictadura recientemente incorporados a los monumentos nacionales son los Hornos de Lonquén (véase la primera parte), el Estadio Nacional, que sirvió de lugar de detención y tortura en los meses que siguieron al golpe, y la Villa Grimaldi, el centro clandestino de detención y tortura más notorio de la DINA. En la Argentina, el Museo Nacional de la Memoria ocupará la sede de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). Según la CONADEP, cinco mil personas pasaron por ese centro clandestino de detención. Aún en manos de la Marina, el vasto complejo de la ESMA alberga varias dependencias donde trabajan en la actualidad más de seis mil personas. La decisión, en preparación desde varios años atrás, se hizo oficial el 24 de marzo de 2006, a treinta años del inicio del Proceso.

294. Exhibición presentada al público en Lima y Ayacucho en el momento de la entrega del Informe Final de la CVR. Existe versión impresa: Yuyanapaq: para recordar: 1980-2000, relato visual del conflicto armado interno en el Perú. Lima: Comisión de la Verdad y Reconciliación, 2003 (agradecemos a Iván Hinojosa por habernos facilitado este libro). Versión electrónica, https://www2.memoriaparalosderechoshumanos.org/apublicas/galeria/list_categorias.php.

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