Malvinas: los soldados y la guerra durante la transición democrática argentina, 1982-1987
Federico Guillermo LorenzINTRODUCCIÓN
2 de Abril
La Plaza de Mayo, en la ciudad de Buenos Aires, es el símbolo político e histórico nacional por excelencia. La rodean la Catedral, la Casa de Gobierno, el Banco de la Nación, el Ministerio de Economía. Fue el escenario de las masivas concentraciones peronistas a partir del 17 de octubre de 1945, fue bombardeada en 1955, fue teatro de operaciones del enfrentamiento dramático del 1º de mayo de 1974. Vedada a los ciudadanos luego del golpe del 24 de marzo de 1976, comenzó a ser transitada, en marcha alrededor de la pirámide de Mayo, ubicada en su centro, por las madres de pañuelo blanco. Multitudes la colmaron cuando la Argentina obtuvo la victoria en el Campeonato Mundial de Fútbol en 1978; miles de personas intentaron alcanzarla durante la movilización de la Confederación General del Trabajo, el 30 de marzo de 1982, y otros miles acudieron a ella en apoyo a la recuperación de las islas Malvinas pocos días después, el 2 de abril.
Frente a la Casa de Gobierno, cruzando la Plaza, se encuentra el Cabildo, un edificio colonial fuertemente asociado a los comienzos de la historia de la independencia argentina, sobre todo como una consecuencia de las efemérides instaladas en el sistema escolar. El 2 de abril de 1986 se reunieron ante este edificio de amplias arcadas y tejas rojas miles de manifestantes, la gran mayoría de ellos de menos de veinticinco años. Muchos vestían prendas militares: gorros, boinas o piezas del uniforme, y llevaban numerosas banderas argentinas. Asistían al acto convocado por el Centro de Ex Soldados Combatientes de Malvinas, una de las primeras agrupaciones que reunió a los jóvenes veteranos de guerra. Esa tarde, Miguel Ángel Trinidad, su presidente, habló de este modo:
La idea de realizar una movilización al Cabildo surgió de la necesidad de acercar la causa de Malvinas a las causas que, por la liberación nacional, embanderan cotidianamente a nuestro pueblo. Cuando la reacción y la oligarquía quieren hablar, golpean las puertas de los cuarteles; cuando es el pueblo el que quiere expresarse, golpea las puertas de la historia. En muchas oportunidades nos critican por levantar consignas que algunos “demócratas” tildan de políticas. Bien saben que nuestra organización lucha por los problemas que, desde la culminación de la guerra de las Malvinas, padecemos los ex combatientes. Pero se olvidan –y lo anunciamos sin soberbia– que nuestra generación ha derramado sangre por la recuperación de nuestras islas y que eso nos otorga un derecho moral […] No nos olvidemos que durante la guerra de Malvinas se expresó una nueva generación de argentinos que, después de la guerra, conoció las atrocidades que había cometido la dictadura. Nosotros no usamos el uniforme para reivindicar ese flagelo que sólo es posible realizar cuando no se tiene dignidad. Nosotros usamos el uniforme porque somos testimonio vivo de una generación que se lo puso para defender la patria y no para torturar, reprimir y asesinar.1
En este fragmento se concentran los elementos claves puestos en juego durante la transición democrática argentina: las violaciones a los derechos humanos, la revalorización –y construcción– de la democracia y las consecuencias de la guerra de Malvinas. El final del régimen militar más sangriento de la historia nacional fue indudablemente precipitado por la derrota en el conflicto armado con Gran Bretaña por la posesión de las islas Malvinas, recuperadas por tropas argentinas mediante un golpe de mano el 2 de abril de 1982. Las palabras de Trinidad reclaman un lugar en la sociedad, ganado a partir del derramamiento de sangre en esa guerra: es la experiencia bélica la que otorga a los ex combatientes ese “derecho moral”.
Pero “Malvinas”2 fue una guerra conducida por un gobierno ilegítimo, responsable de gravísimas violaciones a los derechos humanos, y en tanto que derrota catastrófica, una herida al orgullo nacional. Esta matriz condicionó las formas en las que distintos sectores sociales incorporaron ese episodio histórico a sus visiones acerca del pasado reciente, porque las guerras son situaciones que ponen a los estados y a sus habitantes en diálogo acerca de sus identidades sociales y sus ideas de nación. Aún cuando se trate de una victoria (aunque esta pueda ser tan costosa que se vuelve traumática, como para Francia fue la Primera Guerra Mundial), el conflicto bélico redefine las relaciones entre los individuos y sus sociedades. Una derrota acentúa estas tensiones.
El fracaso en la guerra de las islas Malvinas colocó a la sociedad argentina en esa encrucijada, con el agravante de hallarse bajo un gobierno militar y en un momento en el que, producto del descrédito castrense, comenzaban a conocerse las atrocidades cometidas durante el llamado Proceso de Reorganización Nacional, sobre todo como consecuencia de un relajamiento en los controles a la prensa, las actividades de denuncia del movimiento de derechos humanos y la creciente presión de sectores como el sindicalismo. A las noticias sobre fosas comunes clandestinas y testimonios de violaciones a los derechos humanos que llegaban desde el exterior se añadieron, desde junio de 1982, los testigos del estrepitoso fracaso militar en el Atlántico Sur.
¿Cómo influyó ese contexto en el retorno de los combatientes, en la incorporación de la experiencia de guerra a sus vidas, y a la historia nacional? ¿Cómo pesó en la transición a la democracia la experiencia bélica de los veteranos de Malvinas? ¿Qué espacios ofrecía este proceso político, marcado por las denuncias relativas al terrorismo de estado, a un sector social que venía a hablar de la guerra, de “lo militar”? ¿En qué formas se retroalimentaron las narrativas de la derrota en la guerra de Malvinas y las de las violaciones a los derechos humanos que circularon durante la década de 1980? En este texto se analizarán las manifestaciones públicas de distintos actores sociales acerca de la guerra: el estado (gobernado alternativamente por las Fuerzas Armadas y las autoridades constitucionales), la prensa gráfica masiva y las primeras agrupaciones de veteranos de guerra. Se historizarán las políticas de memoria de distintos colectivos sociales que consideraron necesario establecer una postura acerca de la guerra de 1982, poniendo particular énfasis en las interpelaciones a sus conciudadanos hechas por las primeras asociaciones de ex soldados conscriptos tras la derrota.
Si volvemos al discurso pronunciado en el Cabildo, la pregunta central es: ¿por qué el discurso de los ex combatientes establecía diferencias tan tajantes, no sólo en relación con la reciente dictadura militar, sino con el novel sistema democrático vigente? ¿Qué espacios encontraron los jóvenes veteranos para relatar sus experiencias, identificarse y agruparse identitariamente a partir de ellas? Analizar la perspectiva de este grupo –y las reacciones sociales ante ellos y la guerra– permitirá enfocar el período de la transición democrática teniendo en cuenta un eje poco transitado: las interpretaciones que distintos actores dieron al violento pasado reciente encarnado en un conflicto bélico, y las relaciones entre estas y otras explicaciones que buscaban dar cuenta de la masacre dictatorial, la violencia de los años previos al golpe de 1976 y los jóvenes actores de ambos procesos.
LA BATALLA: “LOS CHICOS DE LA GUERRA”
Clima de guerra
Cuando el 2 de abril de 1982 los argentinos amanecieron con la noticia del desembarco en las islas Malvinas (en manos británicas desde 1833) el país llevaba seis años de gobierno militar. El Proceso de Reorganización Nacional había tomado el poder el 24 de marzo de 1976. El gobierno de facto, cuestionado en forma creciente tanto por su política económica como por las violaciones a los derechos humanos (en este último caso, sobre todo desde el exterior) se ponía al frente de una reivindicación que tenía un fuerte respaldo popular, que lo tendría durante la guerra, y que sería deslegitimada con posterioridad a la derrota. “Malvinas”, el territorio irredento ubicado frente a las costas patagónicas, se había transformado desde principios del siglo XX en un emblema de la nacionalidad, en un proceso de construcción orientado fundamentalmente desde el estado.
Las Fuerzas Armadas (en particular el Ejército) eran una presencia habitual en el espacio público y político argentino.3 Para la sociedad era un hecho habitual la presencia de soldados en las calles. Lo era desde marzo de 1976: bastaba salir a la calle para ver o ser detenido por algún retén que en plena “lucha contra la subversión” revisaba los vehículos y pedía documentos. Pero además hubo una amplia difusión de imágenes militares, en su mayoría de conscriptos, en relación con dos episodios de fuerte peso en aquellos años. En primer lugar, las operaciones antiguerrilleras iniciadas en 1975 en la provincia de Tucumán. En segundo lugar, durante el año 1978 Argentina y Chile estuvieron a punto de ir a la guerra por un conflicto limítrofe en el canal de Beagle. En ambos casos los medios difundieron gran cantidad de imágenes de soldados en torno a un fogón, patrullando, haciendo la guardia, sobre todo en la Navidad de 1978, cuando un conflicto bélico parecía inminente.
El servicio militar obligatorio, una vieja institución en la Argentina (se había implementado en 1904), era un hito importante en la vida de los jóvenes varones: al llegar a sus dieciocho años, eran sorteados para realizar la conscripción en alguna de las tres fuerzas. Popularmente conocida como “colimba” (corre-limpia-barre), para la época que nos ocupa era recordada como un proceso bajo el cual los jóvenes “maduraban” gracias a la disciplina castrense, traducido en algunos casos en servidumbre y maltratos recurrentes que la guerra de 1982 exhibió en sus más crueles consecuencias.
Mediante la implementación del servicio militar obligatorio se buscó dar cohesión a la nueva república, reforzar el papel del estado e inculcar una serie de valores nacionales y sociales a los jóvenes. Desde el punto de vista simbólico, estos soldados ciudadanos eran herederos y actores de una religión cívica que construía una escala de valores cívicos en base a las virtudes militares y que contribuía a delinear la autorrepresentación de la nación.4 Estos “cultos laicos” cumplían una función pedagógica, en tanto “celebrar a aquellos ciudadanos que habían cumplido con su deber era exhortar a otros a cumplir con el suyo”.5 Si el panteón argentino estaba lleno de militares exitosos (José de San Martín es el “padre de la Patria”), la consolidación del estado nacional, durante la segunda mitad del siglo XIX, proporcionó nuevos modelos a seguir: los veteranos de la guerra del Paraguay y los “expedicionarios al desierto”.6
La sociedad argentina de los años setenta y ochenta, además de tener incorporada la guerra a su vocabulario cotidiano, era un colectivo habituado a la muerte y a la violencia políticas. Una visión dominante establecía que esta última estaba originada en la “subversión” y el “terrorismo”, pero frente a estos hechos, desatados por “jóvenes descarriados”,7 la propaganda oficial podía oponer otra juventud como modelo, que en gran medida se nutría de virtudes militares. Un manual de Instrucción Cívica sostenía que
se necesitan muchachos/ de cuerpo robusto y alma sana/ con ideas claras, sentimientos nobles/ y voluntad firme/ Leales y generosos; puros y sinceros/ Respetuosos de sí mismos y de los demás/ Resueltos a capacitarse/ Para construir un mundo mejor/ Y una Patria más gloriosa […] La Patria necesita de esos muchachos/ Y los necesita con urgencia.8
Con la recuperación de las islas Malvinas la sociedad argentina, en el otoño de 1982, recibía una nueva posibilidad de unirse frente a un objetivo común. Los protagonistas serían los jóvenes argentinos bajo bandera, los mismos que habían participado en la “lucha contra la subversión” y que “estaban haciendo guardia”, como rezaba una publicidad de diciembre de 1975, “para que usted y su familia puedan celebrar en paz”.9
Abril-junio de 1982: la guerra, la “malvinización”
La juventud protagonizó simbólica y materialmente la guerra. Los jóvenes combatientes, bautizados como “los chicos de la guerra” en razón de su edad, concentraron durante la guerra y la posguerra las explicaciones acerca del conflicto y la derrota. Producido el desembarco, el 2 de abril, el gobierno argentino procedió a la movilización de sus efectivos. Con la excepción de la Fuerza Aérea, que por su papel en el combate desplegó fundamentalmente personal de cuadros, el grueso de las tropas destinadas a Malvinas eran conscriptos: más de doce mil quinientos jóvenes de entre 18 y 20 años de edad, en general de las clases 1962 y 1963.10
Los argentinos siguieron las noticias acerca de la guerra en las particulares condiciones de una prensa restringida “cuando no acostumbrada” a las pautas informativas de la dictadura militar.11 Se le asignó a la recuperación militar una trascendencia inédita: “acaso esta sea (realmente y en muchos sentidos) la última oportunidad de ser mejores, de ser más unidos, de tener un objetivo común y de pensar en un país en serio”.12 Una publicidad oficial mostraba un pulgar en alto y llamaba a los
¡argentinos: a vencer! Por nuestra bandera y por nuestro destino […] Porque la justicia y el derecho están de nuestro lado. Porque tenemos fe en nosotros mismos. Por nuestros hijos. Porque el enemigo está peleando por su pasado y nosotros por nuestro futuro.13
La vanguardia de esos cambios fueron los soldados conscriptos en las islas. En los jóvenes que aguardaban el ataque británico, durante abril de 1982 se concentraron imágenes de patria e ideales de nación y de futuro. El conflicto fue visto como un momento de prueba para el pueblo argentino, una posibilidad de cambio precisamente porque los protagonistas eran los jóvenes:
A todos, cada uno de los chicos que hoy velan las armas en las islas del sur: podrán llamarse Pedro, José, Mario, Alberto, Carlos, quizá Juan, tal vez Claudio. Tendrán 18, 19, 20 años. Vendrán de Catamarca, o Santa Cruz o Formosa o de la Capital Federal. No importan esos datos […] Hoy importan esas caras, esos gestos, esa madurez. Importa el símbolo: esas caras, esos gestos, esa madurez nos obligan hoy, sin más palabras, a ser mejores. Deberían obligarnos a ser mejores. Porque uno puede adivinar que detrás de cada una de esas caras no hay un óptimo ejemplo de patria. La patria debe ser para ellos una imagen borrosa y confusa. No hemos acertado a mostrarles caminos ciertos, verdades irrefutables, conductas dignas de emulación.14
Los conscriptos en Malvinas, al cumplir con su deber militar (que es su deber de ciudadanos), estarán habilitados a reclamar participación en la organización de la vida política argentina. En la batalla –y fundamentalmente en quienes participen en ella– se encontrarán los elementos para recuperar un sentido de proyecto colectivo, según el autor de esta nota, perdido. El fracaso de los argentinos que precedieron, educaron y gobernaron a estos jóvenes realza su gesto de entrega:
Ni siquiera jamás han tenido la oportunidad de elegir un estilo de vida, de borrar con su voto tantos fracasos y frustraciones […] No, no hay imágenes dignas de respeto detrás de esas caras adolescentes. Imágenes que los empujen a defender un valor tan importante como la patria, o a perder un valor tan irremplazable como la vida. Sin embargo y a pesar de todo, están ahí, en el Sur, velando armas. Cuidando de todos nosotros, y de todas las cosas que nosotros no supimos darles, pero que saben que existen. Están ahí, sí, y sin discursos, sin demagogias, sin actitudes heroicas, nos están diciendo a todos los argentinos que las cosas que uno quiere se defienden de una sola manera: con el ejemplo. Esas caras, esas actitudes, esa madurez, deberían hoy avergonzarnos. O deberían obligarnos a ser mejores, lo cual sería el exacto homenaje […] Gracias por el país mejor que […] ustedes nos mostraron hoy con su limpieza.15
Aparece, también, una mención a los votos, y en ese sentido conviene tener presente que desde tiempo antes se realizaban conversaciones entre la Junta Militar y distintos partidos políticos, con el fin de negociar la “salida electoral”.16
Los conscriptos poblaron las noticias de la guerra. Abundan crónicas que reproducen su vida en el frente, sus expectativas, sus historias de jóvenes bajo bandera. Poco después del desembarco en el ahora rebautizado Puerto Argentino, la Junta Militar llamaba a filas a la clase 1962, “recientemente dada de baja”,17 mientras que un mes después –coincidentemente con el inicio de las operaciones militares en las islas– sería convocada la clase 1961.18 La clase 1963, también participante en el conflicto, estaba constituida por ciudadanos recientemente incorporados, en algunos casos con menos de dos meses de instrucción. Pero esta situación (que sería uno de los argumentos centrales a la hora de analizar la derrota) no parece haber sido un elemento de alerta en los primeros días del conflicto. El traslado a las islas, en tanto no habían comenzado las operaciones, fue visto como una simple prolongación del servicio militar, aunque la eventualidad de la batalla estaba presente:
¿Cómo te llamás? Norberto, señor. ¿Desembarcaste el 2? Sí, ayer. Ayer llegamos todos. ¿De dónde sos? De Córdoba, señor. Soy cordobés. ¿Cuántos años tenés? Dieciocho. ¿Y cuánto hace que estás haciendo la conscripción? Dos meses […] Mire, hace un rato unos periodistas, como usted, pasaron por acá con el general y él les dijo: “Miren, de acá sólo nos sacan en cajones”. Pero vos sabés que eso quiere decir que si hay lucha va a ser hasta el último hombre. Yo lo sé, señor, yo lo sé. Pero acá vinimos a ganar o a morir y eso lo sabemos todos.19
En la prensa de época son muy frecuentes las noticias en las que se consignaba sin alarma que los defensores de las islas eran “soldados de 18 años, que tienen como promedio unos tres meses de instrucción militar”.20
Los conscriptos, en ese momento previo a la batalla, tenían en su juventud un elemento que realzaba su compromiso, su condición de vanguardia para un cambio, y no, como sucedería tras la derrota, una causal de su fracaso. Nadie objetaba que su escasa instrucción, su inexperiencia, fueran un obstáculo ante un posible enfrentamiento con los británicos, que enviaron un contingente compuesto en su totalidad por tropas de elite. Más bien, los medios argentinos se dedicaron a descalificar al adversario, explicando que tras varias semanas en alta mar no estarían en condiciones de combatir, o enfatizando la corrupción de sus costumbres porque en el cuartel de los marines se habían capturado revistas y videos pornográficos.21
El 1º de mayo de 1982 la guerra se transformó en una realidad: aviones británicos bombardearon la pista de Puerto Argentino, mientras que al día siguiente un submarino de la Royal Navy torpedeaba, fuera de la zona de exclusión fijada unilateralmente por el Reino Unido, al crucero General Belgrano, 323 de cuyos tripulantes perecieron. Mientras los diarios informaban de esos acontecimientos, fijaban también una posición. La muerte generaba un nuevo compromiso:
Todo el país apoya a sus soldados […] Los hechos desatados por la incalificable agresión británica a las islas Malvinas han conmovido a nuestro pueblo, que se acongoja por la suerte de sus hijos […] En estos días, la gente sencilla ha contribuido con alimentos o abrigos, ha escrito a los soldados, ha enseñado a sus hijos el valor de las Malvinas […] ha hecho todos los gestos a su alcance para protagonizar de alguna manera la historia de la que forman parte.22
Con el transcurso de los días, el combate aeronaval relegó a un segundo plano las operaciones terrestres. Los ataques de la aviación argentina a la flota británica constituyeron el nudo central de las informaciones de guerra hasta fines de mayo. Las notas sobre “los halcones”, los pilotos de combate, dieron la sensación de que se estaban devolviendo los golpes del adversario. Se pintó un enfrentamiento desigual entre el coraje y las convicciones por un lado y el desarrollo tecnológico por el otro:
Piloteando sus Douglas A4, Mirage, Dagger o Pucará de un modo sorprendente, están enfrentando exitosamente a una flota aeronaval dotada de los más avanzados sistemas defensivos y logrando sobre ella resonantes victorias.23
Pero el 27 de mayo, con el desembarco británico en el Estrecho de San Carlos, los infantes recobraron el protagonismo. La captura de Puerto Darwin por los paracaidistas ingleses arrojó el resultado de centenares de prisioneros argentinos y la ominosa certeza del avance sobre Puerto Argentino. La derrota estaba en el aire y veinte años después, uno se pregunta cómo se mantuvo la expectativa en la victoria, aun cuando los titulares de prensa informaban de incesantes avances británicos.24 Así como en los primeros días de abril se vivía la conciencia de un hecho histórico encarnado en una victoria, se comenzaba a especular con una trascendencia de signo opuesto, como resultado del desenlace inminente: “La suerte de la batalla que se desarrollará en Puerto Argentino definirá el perfil político de la Argentina que comenzó a dibujarse el 2 de abril pasado con la reconquista de las Islas Malvinas”.25
Los jóvenes soldados, ante la batalla final, aparecen ahora como los que demandarán a sus conciudadanos por la validez de su sacrificio. Serán los rectores de la Argentina que vendrá. Y si antes su juventud era garantía de pureza en sus ideales, ahora comienza a transformarse en signo de inocencia y falta de albedrío. Al haber sido conducidos a la guerra, puede suceder que el espíritu de esa entrega sea malversado:
¿Para qué mueren? Es un chico. Apenas tienen dieciocho años. No eligió estar donde está. Sin embargo, hoy está en el frente, jugándose la vida. Hemos hablado con ellos: sabemos cómo piensan, cómo sienten, cómo actúan. Conocen muy bien su responsabilidad. Ven morir, ven matar, ven sufrir, ven llorar. También ellos mueren, matan, sufren y lloran. Y pese al sufrimiento, a la dureza del esfuerzo, a la vecindad de la muerte y a la crueldad de la guerra, no le escapan a su destino. Por el contrario, están orgullosos […] Hay un ejemplo magnífico en estos soldados argentinos, en nuestros pilotos, en nuestros marinos, jóvenes también. Hay un testimonio aleccionador, que va más allá de la lucha en las islas Malvinas […] Ojalá no seamos sordos. Ojalá no seamos necios. Ojalá no seamos pequeños. ¡Que aquellos que ya han muerto, que aquellos que van a morir, no mueran en vano!26
Cuatro días después, las fuerzas argentinas en las islas Malvinas se rindieron. La guerra había terminado, y 648 argentinos habían muerto. Cerca de diez mil emprendían el regreso como prisioneros al continente.
DERROTA Y ESTUPOR
Cuando callaron los cañones, el 14 de junio de 1982, una nueva batalla comenzó para los sobrevivientes, para sus familias y para la sociedad argentina. La derrota produjo la crisis del gobierno militar. El presidente Galtieri renunció y fue reemplazado por Reynaldo Bignone, otro militar, mientras que la Armada y la Fuerza Aérea abandonaban la Junta Militar y dejaban al Ejército a cargo de la conducción del Proceso.
Stéphane Tison ha señalado que el primer momento de la posguerra es de estupor: se difunden informaciones acerca de los costos de la batalla y sus consecuencias, lo que “dará a todos conocimiento de la amplitud del traumatismo”.27 Ese “estupor” cobró para la sociedad argentina las características de una fuerte sensación de estafa. Terminados los combates, miles de prisioneros fueron repatriados. Las autoridades militares ocultaron a los retornados, aislándolos de sus conciudadanos en algunos casos, para mejorar su estado físico, pero sobre todo para evitar la difusión de sus relatos. Inclusive se prohibieron las entrevistas periodísticas.28
Una revista publicitaba el envío de un corresponsal a las islas y traducía las dudas de numerosos argentinos:
Por qué perdimos. Cómo perdimos. Por qué no se pudo destruir la cabeza de playa inglesa en San Carlos. Qué piensan los soldados profesionales ingleses de los jóvenes soldados argentinos. Por qué murieron diez soldados argentinos por cada soldado inglés. Cuántos soldados argentinos murieron.29
Una encuesta publicada en agosto de 1982 que tuvo amplia difusión muestra que la demanda social iba en tres direcciones: saber lo que había sucedido en las islas, exigir responsables y reconocer el sacrificio de los que habían peleado en las islas.30
Las mismas publicaciones que habían alentado el desarrollo del conflicto hicieron propios estos reclamos. La derrota en Malvinas abrió una puerta para cuestionar al régimen militar y acelerar las exigencias de convocatoria a elecciones y la “normalización institucional”:
¿Los soldados argentinos que murieron en las Malvinas lo hicieron para recuperar las islas o para que hubiera elecciones? Esta es una de las preguntas más urgentes que se hace la gente para saber a dónde está parada en estos momentos en que el desconcierto también es general. Parece que no hubiera pasado nada y por momentos es tan incómodo hablar de la guerra y sus consecuencias como mentar la soga en casa del ahorcado. Salimos del triunfalismo de la guerra, que según muchos iba a cambiarlo todo y entramos en el triunfalismo de la democracia como si fuera otra fórmula mágica arréglalo-todo.31
Comenzaba a jugar una dualidad que teñiría las visiones acerca del conflicto en Malvinas. El terrorismo de estado y la guerra habían sido conducidos por el mismo actor, las Fuerzas Armadas que ocupaban el poder desde marzo de 1976:
Los argentinos miran atónitos lo que pasa en el gobierno. Parecería que de golpe se ha perdido el rumbo, se ha perdido toda sensatez. ¿Es que no se advierte desde el poder lo que está en juego? Ahora, más que nunca, es la hora del compromiso patriótico, es la hora de la grandeza, de la templanza. Y el ejemplo debe venir desde arriba […] ¿Perciben esta realidad las Fuerzas Armadas? Quiera Dios que así sea. Si no es así, deben tomar conciencia de que el país puede llegar al borde del abismo, el mismo del cual nos rescataron en marzo de 1976.32
Para el alarmado editorialista, las Fuerzas Armadas corrían el riesgo de perder, como consecuencia de la guerra, aún su logro más preciado: la victoria en la lucha contra la subversión. En Malvinas, los militares habían fracasado en su función específica, en un enfrentamiento claramente identificable, a diferencia de las dificultades que generaba definirse acerca de la represión ilegal. Ambos conflictos comenzaron a ser asociados. Un dirigente de la “izquierda peronista legal”, habló, en un acto al levantarse la veda política, de dos genocidios: “el primero empezó el 24 de marzo de 1976, y el segundo el 2 de abril de 1982”.33 La identificación simbólica de los caídos en la guerra y los sobrevivientes con las víctimas de la dictadura militar pasaría a ser una de las vías de apropiación social de la derrota.
Una de las dificultades para defender el pasado respaldo a la guerra era que muchos de los participantes en el conflicto habían participado en la represión ilegal. El caso más resonante es el de Alfredo Astiz. Una semana antes de la rendición, la agrupación Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas publicaba un documento en el que señalaba:
Condenamos el hecho de que ante el legítimo reclamo de nuestras islas del Atlántico Sur –reclamo de todo un pueblo– Gran Bretaña use el “caso Astiz” para probar que el mismo gobierno que ayer era su amigo, es hoy una dictadura militar, justificando así su agresión que no es contra la dictadura, sino contra todo el pueblo argentino.34
En este caso, la posición de un organismo de derechos humanos –al igual que, por caso, buena parte del exilio argentino– separaba la guerra del gobierno que la había conducido. En todo caso, y excediendo el marco de análisis de este trabajo, la forma en la que se resolvieron tales ambigüedades dice mucho acerca del peso del imaginario nacionalista en la cultura argentina. Para el caso de la guerra, concretamente, las divergencias debían ser dejadas de lado ante una “causa superior”, que era la agresión imperialista y la defensa de un territorio usurpado.35
Pero esta dualidad fue resuelta subrayando la falta de idoneidad profesional y el maltrato a los conscriptos que las denuncias iniciales e investigaciones oficiales posteriores demostraron. Al señalar a los ex combatientes como víctimas a manos de sus superiores, tales cuestionamientos se sumaron a aquellos relacionados a las violaciones a los derechos humanos. De este modo se lograba un espacio para cuestionar al régimen militar, a la vez que se reforzaba la imagen de sus individuos como verdugos de sus conciudadanos aún en una situación de “guerra justa”. Rápidamente se difundieron informes acerca de las penosas condiciones atravesadas por los soldados en el frente, agravadas por la impericia de la conducción militar y por la superior profesionalidad de las fuerzas que enfrentaban. La juventud de los conscriptos era ahora causal de derrota. Se sumaron a esto las denuncias realizadas por veteranos acerca de cómo las condiciones penosas habían empeorado a causa del trato inhumano que algunos oficiales argentinos propinaron a sus conscriptos, sobre todo aquellas relativas a prácticas de servidumbre y estaqueamiento.36
La victimización
Las narrativas personales, las obras testimoniales, son claves para la “construcción de los mitos de guerra”.37 Entre junio y septiembre de 1982 aparecieron dos libros que alcanzaron una notable difusión y que inauguraron un grupo de publicaciones que surgieron como una respuesta al “estupor”. Dalmiro Bustos, un psicólogo cuyo hijo peleó en Malvinas, organizó en la ciudad de La Plata un grupo de padres y al terminar la guerra, relató sus experiencias en El otro frente de la guerra. Los padres de las Malvinas.38 El libro, que se agotó rápidamente, confirmó la impresión de que los jóvenes soldados habían enfrentado durísimas condiciones de vida empeoradas por la ineficacia de sus jefes y por su escasa preparación:
Nuestros hijos fueron enviados a una lucha que no eligieron, decidida por un gobierno que no eligieron, para la cual no estaban preparados. Había en la Argentina cuarenta mil profesionales preparados por vocación y estudio para una guerra. No es fácil entender por qué se envió a diez mil muchachos de 18 a 20 años que carecían de la preparación necesaria […] pero allá fueron y se comportaron con gran valor y dignidad.39
Bustos señalaba que los “chicos de la guerra” habían madurado a través de su experiencia:
A medida que las cartas de ustedes fueron llegando, un sentimiento de orgullo fue creciendo. Todos los argentinos sumamos los sentimientos de padres que despedimos a nuestros chicos. Y que ahora nos aprestamos a recibir a hombres que han comprendido en este tiempo mucho más sobre la vida que lo que normalmente se puede aprender en este tiempo.40
Pero esa madurez había sido adquirida al precio de tremendas penurias físicas y mentales, y las terribles secuelas visibles en los que retornaban llevaron a demandar al estado que revisara la utilidad o no del servicio militar obligatorio y sobre todo, que explicara lo sucedido.41
Apelando a la propaganda acerca de la subversión, y sobre todo al papel asignado a la juventud en ellas, los padres señalaban la importancia de encauzar las demandas de los ex soldados:
Son diez mil soldados que vieron muchas cosas; son diez mil futuros líderes del país […] Nuestro país enfrenta en forma decisiva el futuro, un mañana donde nuestros jóvenes tendrán un rol protagónico importante, y no deseamos que esta coyuntura sea aprovechada por quienes, embanderados en causas ajenas a nuestra acción, traten de llevar a nuestros hijos por caminos equivocados”.42
En resumen, el libro de Bustos mostraba los estragos que la guerra había hecho en los jóvenes, y puntualizaba los problemas que su reinserción a la vida civil le planteaba al estado.
Pero la indignación de amplios sectores sociales se nutrió fundamentalmente de otra publicación, la primera en reunir testimonios de soldados, y que en los primeros años de la democracia, además, fue llevada a la pantalla (1984). Los chicos de la guerra43 recopila una serie de entrevistas con jóvenes que pelearon en las islas a poco de retornados al territorio continental argentino. El autor explica el origen de su libro en que
son muchos los que desconocen a esta generación nueva, ignorada, que no tiene, siquiera, la menor experiencia política; una generación sin pasado, que ha transcurrido toda su adolescencia en un país conmovido por una de las crisis más serias de su historia.44
La idea de una “generación” afectada por la guerra es interesante porque desde bien temprano en la posguerra estuvo presente, no tanto en respuesta a la cantidad de jóvenes que habían participado en el conflicto, como en el peso simbólico que habían adquirido para la época. De algún modo, esa visión como grupo (que el autor calificaba como “generación”) respondía a la percepción de los tiempos de la guerra, en los que los jóvenes representaban a un colectivo que era la nación.
Los relatos, además de exponer con crudeza las vivencias del combate, mostraron toda una serie de calamidades debidas a fallas en la conducción y a la actitud de la oficialidad hacia los soldados. Los soldados entrevistados recordaban haber tenido que robar comida, o “cazar ovejas para comer”, y penosas condiciones de vida:
Éramos linyeras, creo que dábamos lástima, teníamos un aspecto espantoso. Yo pasé dos meses sin bañarme. Y lo más increíble es que llega un momento en que te resignás a vivir así, te acostumbrás.45
Los jóvenes soldados llegaron sin preparación al frente:
Lo que más me duele es que esos chicos se hayan muerto por una guerra a la que llegaron sin la instrucción debida. Fuimos a ser blanco de la artillería inglesa; en muchos momentos yo me sentía como un pato en el agua, un pato al que le disparan desde todas partes.46
En esos primeros meses de la posguerra la imagen que se instaló con más fuerza fue aquella que victimizaba a los soldados no a manos de los británicos, sino de sus superiores e instituciones, como consecuencia de la imprevisión castrense y el maltrato al que los conscriptos habían sido sometidos. Y en tanto que conscriptos (es decir, ciudadanos cumpliendo con el deber de estar bajo bandera y no como una vocación), esta imagen permitió separarlos de las Fuerzas Armadas, ya que
el militar, marino o aviador que se comportó como un héroe merece el reconocimiento público […] pero esa cualidad es todavía más plausible en un civil. El militar ha elegido su carrera y sabe que la muerte en combate es su riesgo profesional. Pero el conscripto es un ciudadano que interrumpe sus estudios, sus trabajos, para cumplir con su servicio militar obligatorio. Él no eligió la guerra.47
En una publicación especial a meses de iniciado el gobierno constitucional, identificamos la persistencia de estos emblemas sobre la guerra. En primer lugar, la distinción entre los combatientes y sus familiares y conciudadanos, por un lado, y la conducción militar en el otro:
Estaba la angustia por los chicos de veinte años que a esa hora morían en Malvinas, los que esperaban el ataque final, los que lloraban por los que ya habían muerto. Y estaban también los responsables de haber desatado esa guerra, los tres comandantes en jefe que fueron a la misa acompañados por sus custodios personales. Esa imagen es la que muestra cuál fue la relación de ese gobierno con la población: la distancia y el aislamiento por la prepotencia y la violencia.
Una cruz en Malvinas refuerza este texto:
Allí están. Todavía. No están en tierra extraña. Es su Patria más que la nuestra; le han dado su sangre, sus sueños, su valor, sus miedos, su adolescencia, porque allí quebraron ese instante fugaz que convierte a un niño en un hombre. Y le han dado más porque muertos alimentan su tierra mezquina. Allí están. Son los que pelearon una guerra propia, solos. Sin conocer los intereses políticos que los hicieron convertirse en héroes antes de vivir como hombres. No descansarán en paz hasta que con Malvinas o sin Malvinas la Argentina sea el país por el que ofrendaron sus veinte años.48
Si unimos estos elementos, resulta una explicación general construida en los primeros años de la posguerra: el pueblo argentino fue conducido a la guerra por la irresponsabilidad de los jefes militares en ejercicio del poder. En las Malvinas, jóvenes inexpertos enfrentaron bajo malísimas condiciones ambientales (agravadas por la inoperancia de sus jefes) a un adversario superior, y “ofrendaron” sus vidas. Es el régimen el que estafó en su buena fe a los argentinos y los mató, no los británicos. La guerra fue explicada como una decisión política de los militares, anulando responsabilidades colectivas respecto al acuerdo y satisfacción populares por la recuperación. Esa lectura política de la guerra, por otra parte, restringía la posibilidad de circulación de testimonios acerca de la guerra, ya que estos tenían presencia pública en tanto funcionales a la misma.
Junto con la derrota y la posguerra en Malvinas, en la segunda mitad de 1982 surgieron numerosas denuncias por el descubrimiento de entierros clandestinos vinculados a la represión ilegal. Este fue otro elemento que se añadió al “estupor” por el fracaso militar. Los jóvenes, que había sido uno de los blancos preferenciales de la represión49 fueron resignificados en el contexto de reclamos y denuncias por violaciones a los derechos humanos:
El juicio de reprobación moral de la represión ilegal se asentó en un discurso que, aunque tenía antecedentes prebélicos, fue en gran medida una novedad de la transición, y operó a través del reemplazo o la torsión de las definiciones parametrales con que se había manejado entonces la cuestión: lo que se había llamado la “guerra interna” era ahora la “represión” o el “terrorismo de estado” y los que habían sido “subversivos” ahora eran “militantes”, “jóvenes idealistas”, “víctimas” y más precisamente, “víctimas inocentes”. La usina más potente de esta nueva doctrina la conformaron los intelectuales plegados al movimiento de derechos humanos entre 1981 y 1982 […] [hubo] un desplazamiento de amplios sectores sociales, la cultura y la política, en el que la volubilidad no sería un componente más escaso que la auténtica toma de conciencia y la reflexiva autocrítica.50
La sociedad argentina recibió a los ex combatientes en Malvinas en este marco de referencia. ¿Qué debían dejar en el camino los “chicos de la guerra” para ser incorporados a la polifonía que relataba los años de la dictadura? Un artículo del filósofo Santiago Kovadloff publicado en una de las revistas que encabezaban las críticas al gobierno militar, muestra la forma en que su experiencia fue socialmente procesada en aquellos años fundacionales.
En primer lugar, debían incluir sus experiencias personales en el discurso público acerca de la derrota, y éste, como hemos visto, los victimizaba: “Malvinas permite ensanchar hasta el escándalo el caudal de testimonios que prueban la hondura de la crueldad cometida en el frente con nuestros conscriptos. Como un prolegómeno infernal a la metralla británica, ellos debieron soportar primero las vejaciones impuestas por sus propios jefes”. Ese sacrificio en la guerra contra los ingleses, además, fue inscripto en lo que podría verse como una constante histórica de la sociedad argentina, que para el autor tendió a condenar a sus jóvenes a la violencia. Tanto en la guerra como en el período de la violencia política que se comenzaba a dejar atrás, los jóvenes habían estado a merced de voluntades e intenciones políticas que habían dispuesto de sus vidas para lograr sus fines:
La juventud argentina soportó, en los últimos tres lustros, las presiones de quienes intentaron hacerla ocupar dos posiciones trágicas predominantes; de una fue responsable la guerrilla; de la otra, la represión militar. La guerrilla se empeño en persuadir a los jóvenes de la viabilidad de su axioma capital: la violencia armada equivale a la revolución social […] La represión militar, a su turno, pretendió justificar su política de aniquilación indiscriminada, identificando a la juventud como tal, con los pocos hechizados que logró aquel axioma.51
Los jóvenes, por cumplir con su deber de ciudadanos, habían ocupado un lugar que no les correspondía. La “responsabilidad” no era de ellos, sino de la dirigencia:
Ubicados, entre abril y junio de 1982, en el sitio que debió colmar la eficacia de guerreros profesionales, los jóvenes conscriptos que en suelo isleño combatieron contra Inglaterra fueron rápidamente reducidos después de verse quebrantados por el sadismo de quienes tuvieron la ignorada responsabilidad de conducirlos. Este terrible papel, el de inmolado, lo comparte la juventud de nuestro país, primordialmente, con el obrero argentino […] En lo que atañe a la juventud, la efímera pero conmovedora reconquista de las Malvinas prolongó el hábito autoritario de exigir el sacrificio de quienes debieran ser preservados.52
La incorporación de los muertos y sobrevivientes de la guerra de Malvinas encarnados en la figura del conscripto se produjo mediante su caracterización como “víctimas” de la dictadura, que había enviado a combatir a quienes “no estaban preparados para ello” “derrotándolos” antes de que llegaran los británicos. La forma de ingreso de la experiencia bélica de Malvinas en los años de la transición fue a través de la inclusión de los padecimientos de los soldados en el catálogo más amplio de crímenes cometidos por los militares. En tanto víctimas, su “inocencia” era referida a su “inmadurez”. Su “impericia” y “falta de entrenamiento” eran pues causales de la derrota, pero, sobre todo, el elemento que permitía victimizarlos a manos de sus superiores. Estos superiores eran los mismos que habían cometido violaciones a los derechos humanos ejercidas sobre jóvenes “inocentes”. En ambos casos, los jóvenes fueron los actores pasivos de un relato trágico del cual, sin embargo, eran los protagonistas. De más está decir que, paralelamente a la eficacia con la que condenaba a las Fuerzas Armadas, este relato social colocaba a los jóvenes en un lugar que, por sus connotaciones morales (hablar de inocencia, inmolación y sacrificio orillaba ese terreno) era muy difícil abandonar. En el caso de Malvinas, al responsabilizar con sobrados motivos a la conducción militar por la derrota, sin embargo, se cerraba la posibilidad a los sobrevivientes de la batalla de contar sus experiencias desde un punto de vista activo, que es en muchos casos como las habían vivido.53
LOS EX COMBATIENTES (1982-1987)
Recuerdos de guerra
¿Qué características tienen los recuerdos de guerra? ¿Cómo son las evocaciones de los hombres y mujeres que participan en un conflicto bélico? Sus recuerdos y expectativas, y la forma en que se moldearon, deben ser tenidos en cuenta a la hora de analizar los mitos sociales sobre Malvinas.
Los hombres en guerra han sido instruidos a partir de una serie de valores entre los que el sacrificio por la patria –y por ende la posibilidad de morir– ocupa un lugar preponderante. Como ciudadanos, cumplir con su deber puede derivar en la pérdida de la vida, lo que a la vez es el máximo sacrificio que un habitante de un país puede hacer por su nación. Esa muerte, a la vez, es inscripta en una genealogía de hechos semejantes, que legitiman tanto el sacrificio como el derecho a combatir. Esto último se relaciona, por lo tanto, con que eventualmente los ciudadanos en guerra se verán “obligados” a matar. En consecuencia, los hombres bajo bandera reciben un entrenamiento específico al respecto, que abarca los aspectos técnicos tanto como para insertarse disciplinadamente en una fuerza como para, llegado el caso, eliminar al adversario. En consecuencia, es bueno tener en cuenta que así como el sacrificio de la propia vida es una parte de la situación de guerra, la posibilidad de matar, aunque sublimada en prácticas y entrenamientos, también existe.54
Se trata de una cuestión clave en la construcción de las memorias de guerra, pero generalmente postergada por las construcciones ex post que se hacen acerca de los conflictos. A la hora de hablar de ellos, surgen diversos discursos que comparten, reconociendo los más variados orígenes, una característica y necesidad común: justificar la muerte de los muertos propios, pues la de los “adversarios” o “enemigos” no estaba en discusión desde el inicio del conflicto. El resultado es un proceso de victimización, en el que se termina asumiendo que “los combatientes presentes en las zonas de batalla estaban allí para ser muertos, antes que para matar”.55
Pero los hombres en guerra son individuos que participan de la posibilidad de “matar legalmente”. Son respaldados por todo un aparato ideológico, jurídico y cultural que crea las condiciones para que esas muertes sean posibles sin las habituales sanciones (lo que no quita los planteos morales individuales ante esa realidad). Como consecuencia, en general los soldados insisten en su “integridad moral personal” atribuyendo a las circunstancias de la guerra las muertes que eventualmente produjeron. Y aunque existe en la sociedad civil un deseo de exonerarlos, con diversas explicaciones, de esa “culpa”, la situación de guerra hará, en una sorprendentemente numerosa cantidad de ocasiones, que esta cuestión en particular no aparezca como la más urgente en los testimonios:
Mientras los civiles, antes y ahora, han estado ansiosos por exonerar a los soldados de su responsabilidad por sus acciones en batalla, los mismos combatientes a menudo estaban ansiosos por aceptar su propia agencia y por juzgar y ser juzgados por sus acciones.56
Otra característica de los testimonios de guerra es que muchas veces las narraciones acerca de las difíciles circunstancias vividas toma las formas de un relato de “coraje y resistencia”, de supervivencia exitosa. Aun en las condiciones más extremas, es posible encontrar evocaciones de hechos como la camaradería, la solidaridad y el respeto por el adversario, y una valoración positiva de esas experiencias límite. Más aún, y en contraste con los relatos “exonerantes”, las memorias de guerra en muchos casos no son antibélicas.57
La experiencia de guerra es excepcional: pone a los hombres en la situación de estar resolviendo permanentemente situaciones límite, decisorias de vida y muerte. Como consecuencia, muchos veteranos tienen una muy alta conciencia de ser agentes sociales. La permanente apelación al “yo estuve ahí, yo puedo contarlo”, es una marca discursiva de una situación mucho más profunda: los veteranos, aún cuando reproducen discursos que tienden a pasivizarlos, no se ven a sí mismo como víctimas, sino como protagonistas activos de su experiencia. Las evocaciones nunca son totalmente
historias de víctimas [porque] ningún hombre con un arma en la mano puede ser enteramente una víctima […] Cada narrador se cree a sí mismo, hasta algún punto, un agente en su guerra personal, y los agentes no son víctimas. La visión de la víctima es una reacción posterior a la guerra de personas que no estuvieron allí, comprensible y humana, pero equivocada […] El hombre en la escena probablemente responda a la violencia inimaginable y la muerte que contempla no con horror, sino con asombro.58
Ramón Ayala, veterano de Malvinas, ejemplifica en su testimonio varias de estas nociones. Sirvió en el Batallón de Infantería de Marina Nº 5 (BIM 5) desde el momento mismo del desembarco. Formoseño, conscripto clase 62, peleó en los montes Kent y Tumbledown. Ramón participó en el desembarco del 2 de abril. Producido éste “nos dijeron si queríamos venir y nosotros no queríamos volver […] ¿Cómo van a quedar los demás y nosotros vamos a venir al continente? […] Tomamos la decisión nosotros mismos, y nos quedamos”. Este veterano explica un acostumbramiento a las condiciones extremas que enfrentó: “A mí no me causó miedo. Ya a lo último agarré como una costumbre, ya. Los bombardeos, todo eso […] Día y noche nos bombardeaban. No nos dejaban dormir… comer tranquilos”; y pone la situación de matar al adversario en el contexto de la experiencia singular que le tocó vivir. Ante mi consulta por las denuncias de fusilamientos de prisioneros por parte de los ingleses, contestó:
¡Nosotros también hicimos eso! Cuando bajaban [de los helicópteros] antes de pisar tierra ya los estábamos bajando. Eso […] es un crimen de guerra ¡Pero primero estás vos, viste! ¡Lo lamento mucho! Eso pasó en todos lados.59
La experiencia de guerra “es inseparable de cuestiones sociales y culturales más amplias. El combate no termina las relaciones sociales, sino que las reestructura”.60 En consecuencia, las sociedades de posguerra enfrentan un problema político consistente en incorporar esas “sociedades reestructuradas” al marco más amplio de la sociedad que no participó directamente de la batalla. En el proceso resultante, se estructuran narrativas públicas acerca de la guerra. Estas narrativas harán que ni los veteranos ni sus conciudadanos sean los mismos, y en consecuencia, todo proceso de este tipo implica una decisión histórica.
Si en el plano colectivo la muerte en batalla y el pasaje por la guerra cumplen este papel aglutinante, en el plano individual la experiencia bélica genera otros tipos de lazos, ya que nuevas identidades se construyen basadas en la “nostalgia por la camaradería, por un sentido y propósito para la vida, y por la regeneración nacional y personal”.61 Unidos por la guerra, identificados en la imagen del soldado que reciben como entrenamiento y ven en la propaganda, los veteranos construyen las “nostalgias” que describíamos antes, pensándose a sí mismos como una generación cuya marca identitaria es la guerra.
Contra la “desmalvinización”: un discurso político
Los jóvenes ex soldados confrontaron en diversas formas con las visiones sociales acerca de la guerra. En algunos casos, la respuesta fue individual e inorgánica. En otros casos, probablemente nutriéndose del clima político de la transición a la democracia y por experiencias políticas previas, comenzaron a agruparse.62 A fines de agosto de 1982 un grupo de veteranos formó el Centro de Ex Soldados Combatientes de Malvinas, que meses después se transformó en la Coordinadora Nacional de Ex Combatientes. Los miembros de este centro estaban unidos por la idea de ser una generación identitariamente constituida por el hecho de la guerra.
El 2 de abril de 1983 el Centro organizó un acto paralelo a la conmemoración oficial que no fue autorizado.63 Hubo una marcha desde el Obelisco a la Torre de los Ingleses ubicada en la ex plaza Britannia, en Retiro, donde también se encontraba una estatua de George Canning. En su convocatoria, el Centro establecía que concurrirían “con parte del uniforme utilizado en Malvinas y marcharán encolumnados, pero sin llevar el paso del desfile militar” y llevando la bandera de guerra”.64 Manifestaba su indignación pues “en todos los países del mundo, menos en la Argentina, se homenajea a los que combatieron por la patria”.65 La marcha fue numerosa, alimentada por gran cantidad de agrupaciones de las juventudes políticas, y hubo consignas antidictatoriales.
Los jóvenes de uniforme pasaron a ser una de las imágenes fuertes de la transición democrática. En 1984, el acto del Centro reunió unas quince mil personas, entre ellas tres mil ex combatientes, “jóvenes de 20 años con chaquetas militares, borceguíes, birretes y hasta cascos de guerra. Algunos tenían boinas rojas, como las que utilizan los paracaidistas de Córdoba, y otras negras”.66 La estatua de Canning fue arrojada al río de la Plata y la proclama de los jóvenes veteranos no pudo ser leída debido a incidentes entre las juventudes partidarias. Este documento afirmaba:
Hoy nos sentimos traicionados. Fuimos convocados, se nos pidió todo y a dos años de aquella fecha no se nos explican todavía las causas de la derrota. Sentimos que se quiere echar un manto de olvido sobre el pasado reciente y fuimos tratados de subversivos por negarnos a enterrar las banderas de la soberanía nacional y territorial y por enlazarlas con la bandera de liberación nacional y soberanía popular.67
Los elementos claves aquí son el hecho del importante poder de convocatoria de los ex combatientes –materializado en la concurrencia de las juventudes políticas– y el contenido anti imperialista (de fuerte raigambre en la cultura política argentina) de su performance, consistente en arrojar una estatua al río. El discurso del Centro de Ex Soldados Combatientes de Malvinas recordaba elementos de algunas posturas sostenidas por distintas agrupaciones de la izquierda revolucionaria en los años sesenta y setenta, agrupaciones que se caracterizaron por una importante militancia juvenil y que habían sufrido duramente la represión estatal. Si es comprensible la negativa del gobierno militar a dar circulación y espacio a estos discursos, es importante tener en cuenta que el espacio de la transición, con su vocación de cierre del pasado reciente a partir de su condena, no dejaba tampoco mucho lugar para posturas que se podían asociar a agrupaciones guerrilleras o políticas vinculadas a ellas.
Los tópicos nacionalistas permitían a los ex combatientes dar sentido a su experiencia en Malvinas y desvincularse de la dirigencia militar que había tomado la decisión del 2 de abril de 1982. Pero también se retomaban elementos de las explicaciones sociales acerca de la guerra. Los ex combatientes se reconocían como un grupo social que, a pesar de la represión sufrida, había participado en la batalla:
Pertenecemos a una generación marcada por las frustraciones, las injusticias y el caos que imperó por mucho tiempo en nuestro país, lo que nos otorga la suficiente autoridad para expresar nuestros pensamientos. Apoyamos la lucha en la que participamos. En primer lugar, por su carácter de causa justa, y en segundo lugar, porque nos enfrentábamos a un enemigo histórico de la nación Argentina: Inglaterra. Por eso, a pesar de ser una generación castigada, estuvimos hace dos años en los puestos de combate.68
Aquí, los elementos visibles, por ejemplo en el texto que citamos de Kovadloff, son resignificados: más que una continuidad en una tradición de exterminio de los jóvenes, estos ex combatientes plantean su excepcionalidad dentro de esa línea. Y en esa excepcionalidad –marcada por su participación en la guerra– es donde se producirán las contradicciones entre los relatos públicos sobre la guerra y los de las agrupaciones de ex combatientes.
Por otra parte, los jóvenes veteranos reivindicaban una tradición militar vinculada con posturas que se nutrían en el revisionismo histórico y que les permitía construirse como continuadores de una genealogía iniciada por
San Martín y su glorioso Ejército Libertador, el general Güemes, el almirante Brown, los héroes que defendieron la vuelta de Obligado y […] todos aquellos que honraron su uniforme contribuyendo al engrandecimiento de la Patria.69
De este modo, a la par de colocarse en una línea histórica particular, se distanciaban de las asociaciones con la dictadura militar. Esta autodefinición los llevaba a denunciar lo que veían como operaciones políticas tendientes a deslegitimar su experiencia, a partir de señalar lo que veían como simplificaciones en la discusión política de la transición. Fundamentalmente, aquellas para las que “reivindicar la causa de Malvinas es reivindicar a Galtieri; 2 de abril es igual a la Junta Militar; nacionalismo popular es igual a fascismo”.70
Esta última operación es lo que en el imaginario de los ex combatientes aparece como “desmalvinización”: la homologación entre cualquier reivindicación de la justicia de las causas para la guerra y de quienes participaron en ella con la dictadura militar. El concepto se había originado y extendido a la discusión política de la transición a partir de un reportaje de Osvaldo Soriano al sociólogo Alain Rouquié, quien afirmaba:
Quienes no quieren que las Fuerzas Armadas vuelvan al poder, tienen que dedicarse a “desmalvinizar” la vida argentina. Eso es muy importante: desmalvinizar. Porque para los militares las Malvinas serán siempre la oportunidad de recordar su existencia, su función y, un día, de rehabilitarse. Intentarán hacer olvidar la “guerra sucia” contra la subversión y harán saber que ellos tuvieron una función evidente y manifiesta que es la defensa de la soberanía nacional […] Malvinizar la política argentina agregará otra bomba de tiempo en la casa Rosada.71
Los ex combatientes resignificaron la idea de la “desmalvinización”. Una de sus publicaciones, aparecida en 1989, explica el porqué de su título:
¿Por qué Malvinizar? Porque hace siete años volvimos a izar la bandera argentina en nuestras Malvinas y enfrentamos al colonialismo anglo-yanki. Porque cientos de compañeros quedaron en la turba y en las aguas del Atlántico Sur. Porque fuimos derrotados debido a la traición de las cúpulas militares y a la complicidad de los políticos cipayos […] Porque tuvimos que soportar siete años de desmalvinización alfonsinista y de marginación para los ex combatientes […] Porque la sangre de Malvinas debe servir para construir una nueva Argentina, sin Malvinas geográficas ni económicas ni políticas y sin “kelpers” argentinos.72
En este fragmento vemos sintetizada la batalla argumental que dieron los ex combatientes: la reivindicación de su experiencia de guerra y de las causas por las que habían combatido, en un tono nacionalista y antiimperialista, el reclamo de un reconocimiento social sobre todo a partir de la entrega de la vida de numerosos jóvenes, y denuncia de la indiferencia estatal, tanto con gobiernos militares como civiles. Este último punto, por otra parte, da la pauta de que esta batalla era una contienda que las agrupaciones de ex combatientes sentían que estaban perdiendo (pensemos que este editorial es de 1989).
Desde la perspectiva de los ex combatientes, su experiencia debía ser la base para la construcción de una nueva Argentina. Sus distintas agrupaciones, sobre todo las integradas en el Centro, se posicionaron desde ella para cuestionar al gobierno que los había enviado a combatir, pero también para proponer un modelo social alternativo. En una de sus primeras declaraciones públicas, hicieron una propuesta al Servicio Militar Obligatorio (SMO). La catastrófica derrota militar llevó a serios cuestionamientos en cuanto a la utilidad de esta obligación. Pero los ex soldados defendieron su necesidad, a diferencia de algunas agrupaciones de padres (tanto de quienes habían tenido a sus hijos en Malvinas, como quienes veían a sus hijos alcanzar la edad para hacer la conscripción). Para ello elaboraron una Propuesta al SMO que, entre otras cosas, sostenía que
basadas en la Doctrina de Seguridad Nacional, las Fuerzas Armadas, por encima de una estructura formal se dispusieron como guardia pretoriana de su propio pueblo […] Como consecuencia de la concepción señalada, sumada al extendido criterio de pensar que el SMO resulta un coto de exclusivo resorte de las Fuerzas Armadas, una estructura anticuada e inhumana se ritualiza año a año. La utilización de ciudadanos como empleados administrativos, cuando no simples sirvientes del cuerpo de oficiales y suboficiales.73
Los ex combatientes coincidían con otros sectores de la sociedad en la denuncia de los abusos que la conscripción generaba, pero allí acababan las coincidencias, pues los ex combatientes no cuestionaban la guerra, sino las formas en las que habían llegado a ella. Esto resulta evidente en el hecho de que veían a su propuesta de Ley de Servicio de la Defensa Nacional como
una forma de evitar un mayor elitismo y aislamiento de los cuadros militares, condiciones que necesita la oligarquía para detentar nuevamente, en un futuro próximo, la conducción de las Fuerzas Armadas […] Queremos un Servicio Militar donde se nos respete como ciudadanos y, ya como parte del pueblo, estamos dispuestos a luchar por el país, queremos ser protagonistas de nuestras instituciones militares y en la defensa de la nación, y no como objetos serviles indefensos frente a los caprichos de los superiores y carne de cañón al servicio de las cúpulas militares vendidas al imperialismo.74
La propuesta de ley para la conscripción está claramente alimentada por la convicción de que la participación en la guerra de 1982 no sólo no debía ser deslegitimada, sino que, por el contrario, debía constituir un elemento que les garantizara un lugar en la discusión política del país que se configuraba en los años de la transición. Ese reclamo por un reconocimiento moral fue acompañado por demandas de reparaciones y reconocimientos materiales. Buena parte de las exigencias de las agrupaciones de veteranos se articularon en torno de la Ley 23.109, sancionada en 1984, de Beneficios a los Ex Combatientes. ¿Con qué fin? Como señalé al principio, este tipo de iniciativas fueron impulsadas por un reducido sector de los jóvenes veteranos, pero sin duda expresaban reivindicaciones vistas con simpatía por el grueso de los veteranos, cuya situación legal, laboral y psíquica fue, en aquellos años, crítica. Por otra parte, hacía a la dinámica política de una agrupación de ex combatientes, como una forma de captar simpatizantes y adherentes.75
Las dificultades para la reglamentación de la norma muestran la conflictividad que el punto de vista que la sostenía representaba para la sociedad de mediados de los ochenta.76 La ley establecía beneficios sólo para los “ex soldados conscriptos” y reclamaba la asunción por parte del estado de su responsabilidad con los ciudadanos que habían marchado a combatir. El artículo 5º señalaba que si una junta médica establecía que el interesado sufría alguna secuela psicofísica derivada del conflicto “la fuerza en la que éste prestó servicio deberá hacerse cargo de la atención médica y de todos los gastos que demande el completo restablecimiento del interesado”. Otro artículo, el 8º, determinaba que los jóvenes veteranos tenían prioridad al producirse vacantes de empleo en la administración pública, y el 11º establecía que los ex conscriptos “que carezcan de vivienda propia tendrán prioridad en igualdad de condiciones con el resto de los postulantes en los diversos planes de vivienda”. El artículo 12º establecía el derecho a una beca de estudio “equivalente al salario mínimo, vital y móvil”. El punto más urticante de este proyecto de ley era que “las erogaciones provenientes de la aplicación de la presente ley serán solventadas con fondos de las partidas presupuestarias de las respectivas Fuerzas Armadas”.77 En el contexto de la transición democrática, las demandas de atención y obra social por parte de las instituciones militares y la forma propuesta para su financiamiento eran una provocación. Paradójicamente, por estar haciendo la conscripción al momento del conflicto, los jóvenes veteranos no tenían derecho a una pensión de guerra, como no recibía pensión ningún joven argentino por el hecho de haber hecho el servicio militar.
Desde la perspectiva de los veteranos de guerra la actitud negadora de los militares fue continuada por el gobierno radical, tomando como ejemplo las largas que se le daban a la reglamentación de la ley:
Continuado con la coherencia […] del Proceso, la democracia olvidó olímpicamente a quienes habíamos combatido por la defensa de nuestra soberanía en las Malvinas […] El desgobierno del mal llamado general Bignone […] estaba destinado a comenzar la ejecución de la orden del imperialismo: desmalvinizar. Tres años nos llevó explicar y difundir esta nueva táctica, consistente en apagar la noble postura antiimperialista que el pueblo argentino había conquistado a partir de aquellas jornadas de abril […] Cuando se acabó la soberbia de las botas, comenzó la soberbia de los ‘funcionarios democráticos’.78
El discurso radicalizado de las agrupaciones de ex combatientes desentonaba en la transición, esto agravado porque quienes lo emitían no desdeñaban sino que reivindicaban su experiencia militar. El reconocimiento era exigido por una voz que proponía una mirada diferente a la que se estaba construyendo sobre la guerra y reivindicaba el ejercicio de la violencia:
Recordar no significa de manera alguna pretender hacer un ejercicio masoquista de los terribles momentos de la guerra. Significa dignificar el espíritu y las convicciones nacidas de la lucha armada, hecho que marcó a fuego la contradicción “colonia o patria”. Recordar es mantenerse en la pulseada contra quienes insisten en desmalvinizar al pueblo, confundiendo la causa de Malvinas, tildando de aventura la batalla […] Proponemos la formación de una comisión bicameral que investigue la guerra de Malvinas, en la que participemos los centros de ex soldados combatientes, únicos representantes jurídicos y morales de los ex combatientes del país, que con sus relatos y testimonios aportarán a dignificar la Nación.79
Contra “los chicos de la guerra”
Frente a la victimización que enfatizaba su juventud, los veteranos ensayaron diversas respuestas, pero su posición política acerca de la guerra, su apelación a elementos como el uso de uniformes y una retórica militar, dificultaron la circulación de sus relatos. En septiembre de 1984, una flamante publicación del Centro afirmaba que su título, Combatiendo. De Malvinas hacia una nueva Argentina, reflejaba esa falta de espacios: “necesitamos mantener este medio de expresión ya que la prensa argentina silencia nuestra voz”. En otra faceta de la “desmalvinización”: “encontramos a los medios de prensa en su mayoría serviles del poder, predicando su campaña antimilitar. Antes, chupaban las botas, ahora las escupen”.80
Sin duda un enemigo clave de los ex combatientes, en cuanto a la construcción de su imagen pública, fue la película Los chicos de la guerra, estrenada en 1984. El Centro de Ex Soldados proponía una discusión ideológica a partir de la experiencia de la guerra y cuestionaba a sus realizadores por haberla eludido. Sobre todo, rechazaba el apelativo de “chicos”:
Reafirmamos que “los chicos de la guerra” cuando pisamos Malvinas dejamos de ser chicos para ser hombres. Los hacedores de esta película manifiestan un cipayismo que puede ejemplificarse en la escena donde se muestran los métodos militares en la conducción escolar, pero se cuida de mostrar […] el carácter colonialista de los planes de estudio desde las épocas de Mitre y Sarmiento […] La película es un fresco demasiado superficial. Con respecto a la guerra descubre una vez más la cobardía intelectual que impera sobre vastos sectores del pensamiento argentino, más predispuestos a defender una “democracia” en abstracto que a defender la bandera de Malvinas como estandarte de redención nacional.81
En este párrafo aparece claramente el carácter fundacional asignado a la experiencia bélica por quienes participaron en ella, elemento clave en su pasaje a la condición de adultos y, por añadidura, clave para un proceso de construcción que califican de “redención”. Un tono semejante es el que consignamos precedentemente, en los editoriales que circularon a poco de iniciado el conflicto y el papel que a los jóvenes se les asignaba en ellos.
Sin embargo, el elemento más irritante a ojos de los jóvenes veteranos era la visión que la película transmitía sobre ellos y sus días en las islas, porque atacaba la base de su identidad como grupo, construida a partir de la guerra. Pero lo que sobre todo reprochaban a la película era la forma peyorativa en la que describía a los jóvenes:
Omiten en los personajes principales la amalgama de situaciones o características que puedan identificar a la generalidad de los que combatimos […] Para cada uno de nosotros, la trinchera era la extensión de nuestras personalidades […] Allí teníamos las fotos de nuestros seres queridos, así como banderines del club de nuestra preferencia y todo lo que nos vinculara al resto de nuestra sociedad. En cambio, para el realizador de esta película la trinchera es como un refugio, sólo un escondite para un soldado temeroso. Para esta visión está ausente el orgullo que sentimos por ir a una guerra en defensa de nuestra soberanía.82
Esos ideales puestos en crisis por la derrota y por la forma en la que políticamente se discutió la guerra (o mejor dicho, la falta de una posición clara sobre el tema), se materializó en dos respuestas a los reclamos de los jóvenes veteranos: el predominio del discurso victimizador, y la falta de respuestas materiales a sus necesidades concretas de tiempos de paz. En sus propias vidas, estos jóvenes probablemente estaban actuando la crisis de una forma de pensar la Argentina, construida durante todo el siglo XX:
A partir de la derrota hubo un acuerdo tácito para olvidar la guerra o para mirar al costado de ese agujero negro […] Nadie ignora que Malvinas cerró el ciclo de las dictaduras y que fue un factor decisivo para la instauración de la democracia que hoy disfrutamos. Malvinas fue el trágico extremo al que fuimos arrastrados después de largos períodos en los que la muerte se nos había hecho casi una costumbre. Pero también Malvinas fue el comienzo de un doloroso Vía Crucis para gran cantidad de chicos que volvieron con las manos vacías, los sentimientos destrozados y el corazón partido por la muerte vivida en el pasado y por un porvenir que ya no fue el mismo –y quizás no lo será nunca– de antes de la guerra. Hubo muerte allá y hubo un silencio prolongado acá. De alguna forma, la sociedad combatió a los ex combatientes, dándoles constantemente la espalda, obligándolos a la marginación, al olvido de sí mismos y, en muchísimos casos, al suicidio. Además de ser los grandes derrotados, los que volvieron parecen haber sido los grandes culpables de una guerra en la que lucharon (obligados o no) por su patria.83
La victimización de los jóvenes conscriptos, a la par que la sanción y concentración de la culpa en los individuos en el gobierno en 1982, favorecieron la elusión de responsabilidades por parte de amplios sectores sociales, probablemente ajenos a las terribles consecuencias de tales actitudes en el plano individual. La respuesta de agrupaciones como el Centro de Ex Combatientes, en el quinquenio posterior a la derrota, sobre todo, fue reforzar tanto los símbolos por los que habían ido a combatir, como su reivindicación del pasaje por la guerra.
EL ESTADO Y LA GUERRA
Las Fuerzas Armadas: dejar el poder, explicar el fracaso (1982-1983)
La forma en la que el gobierno militar y el primero de la transición a la democracia manejaron la guerra de Malvinas, estuvo marcada por la coyuntura política, pero en ambos casos siguiendo la lógica de un estado que no daba cuentas de sus actos a sus habitantes, en este caso personificados en quienes habían ido a combatir, sus familiares y sus deudos.
El Ejército encontró dificultades para controlar a los jóvenes soldados tras su regreso al Continente. Estos desconocieron la autoridad de sus oficiales, protestaron por tener que permanecer en las guarniciones, pero sobre todo perdieron el respeto a la autoridad militar. Esta situación se hizo visible en los incidentes durante un homenaje que la X Brigada de Infantería ofreció a ex combatientes y caídos en la guerra de las Malvinas. Allí, éstos repudiaron
de viva voz a los oficiales que los comandaron durante el conflicto. Muchos de los jóvenes se arrojaron al suelo, golpeando sus puños en señal de protesta […] Casi trescientos de los que estaban presentes expresaron airadamente su descontento, coreando consignas de fuerte contenido antimilitar […] acompañadas de fuertes rechiflas y palabras irreproducibles cada vez que se mencionaba por los altavoces a alguna autoridad militar.84
Los padres de los soldados muertos también protagonizaron algunos incidentes. En el primer aniversario de la guerra, un acto de entrega de condecoraciones por parte de la Armada realizado en la Escuela de Mecánica fue el escenario para que algunos de ellos expresaran su disgusto:
El comandante en jefe de la Armada […] saludó uno a uno a los familiares, apretando las manos de los hombres y besando las mejillas de las mujeres. Fue entonces cuando una de ellas, madre de un conscripto clase 62, alejó su rostro cuando el jefe naval se disponía a besar su mejilla y, apretando entre sus manos el diploma y la medalla recientemente otorgados, le espetó al almirante Franco: “Muy arreglados estamos con esto.85
La entrega de medallas y homenajes fue una de las primeras medidas adoptadas por todas las fuerzas entre noviembre de 1982 y abril del año siguiente, en ocasión del primer aniversario del conflicto, que por disposición oficial pasó a ser un feriado nacional para recordar “el primer aniversario del intento de recuperación de las islas Malvinas”.86 El nombre de ese nuevo feriado nacional sería el de “Día de las islas Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur”, y su finalidad, la de convertirse en “una forma permanente de recordar y reafirmar los legítimos derechos de la nación sobre esos territorios y de honrar la memoria de quienes cayeron en su recuperación y defensa”.87
Las recordaciones oficiales buscaron suavizar las rispideces creadas por la derrota entre la sociedad civil y sus Fuerzas Armadas y al interior de las mismas. En una misa se afirmaba que “En las Malvinas se ha derramado sangre de jefes, oficiales, suboficiales y conscriptos”,88 mientras que en el acto central en conmemoración del 2 de abril, el vicario castrense señalaba en su homilía que esperaba que “a la derrota bélica no suceda la política […] Rechazamos una Argentina superficial, contestataria y desmalvinizadora […] Que la pérdida de vidas y la sangre vertidas no hayan sido vanas”.89 La apelación a las muertes en batalla trasladaba la guerra de 1982 al terreno intangible de aquellos hechos que habían conformado la historia nacional.
La Junta Militar designó una comisión para investigar el desempeño de sus cuadros: en diciembre de 1982 se creó la CAERCAS (Comisión de Análisis y Evaluación de Responsabilidades en el Conflicto del Atlántico Sur), que debería elaborar un informe acerca del desempeño de los distintos mandos durante la guerra. Como resultado, el Informe Rattenbach (por el nombre del más conocido de sus integrantes) demostró en forma palmaria la desproporción entre las fuerzas enfrentadas, la falta de planificación e inoperancia de los mandos argentinos y las terribles condiciones a las que las tropas fueron sometidas debido a falencias e improvisaciones en la conducción militar, y aún competencia entre las fuerzas.90 La difusión de ese informe, entregado a un medio periodístico en noviembre de 1983, no facilitó las cosas.91
Mientras los militares participantes en la guerra declaraban ante los integrantes de esta comisión y se sucedían las denuncias y las publicaciones periodísticas, surgieron desde las fuerzas o sectores afines respuestas a estos cuestionamientos. La que menos dificultades tuvo para enfrentarlos fue la Fuerza Aérea, pues ya durante la guerra se había destacado el valor y pericia de los pilotos en la lucha:
La Fuerza Aérea Argentina ha tenido su bautismo de fuego y su desempeño la ha llevado al nivel de ponderación más alto que han merecido nuestras Fuerzas Armadas […] Hoy la guerra de Malvinas es el acontecimiento determinante que reubica a las Fuerzas Armadas en un nuevo sitial dentro de la nación. Organizada, equipada, instruida y educada para lanzar y sostener la ofensiva contra el enemigo que tuviere que confrontar, en las jornadas de combate no cesó de ratificar que conocía su responsabilidad y que la cumplía sin desmayo […] Para nuestra institución aeroespacial la vida no tiene sentido ético sin honra, y la honra militar descansa en el pleno cumplimiento del deber profesional aunque haya que perder la vida a cambio, y nuestro pueblo, que ha perdido a varios de sus hijos, sabe que esta no es una mera frase vacía de contenido.92
Esta aseveración era acompañada con testimonios del propio adversario: “el propio enemigo debió, con posterioridad, sumarse al reconocimiento y a la admiración que públicamente se expresó en diversas partes del mundo”, señaló el comandante de la Fuerza Aérea en el primer aniversario del bautismo de fuego.93 Aunque no se ponía en cuestión el valor de otros combatientes, el rescate de la “formación profesional” de los aviadores no hacía más que resaltar, por oposición, las falencias en la instrucción –y por ende, del desempeño– de los conscriptos.
La Armada, convertida en el emblema de las atrocidades cometidas durante la represión ilegal, era vista como una fuerza que había “rehuido el combate”. De allí que sus jefes aparecieran formulando declaraciones tan elementales como que “la flota hizo lo que pudo”.94 Como respuesta, los marinos encontraron dos emblemas. En primer lugar, la actuación del Batallón de Infantería de Marina Nº 5, que compuesto por conscriptos con un elevado grado de instrucción y aclimatación había protagonizado los combates más encarnizados en las islas. En el prólogo a la historia del batallón, su comandante durante la guerra, a pesar de “comprender el inmenso valor de aquellos que aún careciendo de un adecuado adiestramiento, adaptación al ambiente y con escasos elementos enfrentaron la acción con un sacrificio, esfuerzo y determinación encomiables”, se ocupa en destacar que relata los hechos de la guerra para no traicionar “a los integrantes de una Unidad que se preparó y combatió con total profesionalismo, incluidos los conscriptos, que constituían el 75% de los efectivos asignados”.95
En segundo lugar, con el hundimiento del General Belgrano la Armada sufrió el mayor desastre en vidas humanas de la guerra. El crucero hundido se transformó en símbolo del precio de sangre pagado por la Marina, pero también en el eje de una disputa que se arrastra hasta nuestros días, en torno a las características del torpedeamiento. La fuerza lo presenta como un “hecho de guerra”, en tanto le permite reivindicar un papel activo en el conflicto de 1982:
Tanto es impropio aceptar que el Crucero ARA General Belgrano estaba paseando por los mares del Sur, como decir que el ataque del HMS Conqueror fue a traición […] De manera que hablar de inmolación, holocausto, traición, víctimas, engaño, mártires para referirnos al crucero […] y a sus tripulantes, puede haber sido un recurso psicológico de oportunidad pero de ninguna manera puede ser el léxico apropiado para expresar conceptos sobre este episodio de la guerra […] ya no debe mantenerse el papel de víctimas […] para discutir la soberanía en las Malvinas no debe recurrirse al mal que pudieran haber hecho otros, sino a lo bueno que hicimos y haremos nosotros.96
Esta posición contradice la propaganda argentina durante la guerra y, en fechas más recientes, confronta con las acciones legales internacionales que presentaron asociaciones de veteranos y familiares de caídos contra Margaret Thatcher.97
El Ejército enfrentó el grueso de las críticas y reclamos por parte de distintos sectores sociales en mucha mayor medida que las otras fuerzas, por una cuestión meramente cuantitativa, pero fundamentalmente por las características de los combates finales. Paralelamente, se planteó una aguda división en la oficialidad entre “el Ejército veterano de Malvinas” y el “Ejército no combatiente” […] El Ejército “veterano” debía responder por la responsabilidad integral de aquella derrota, sin mácula alguna para el “no combatiente”.98 La situación de ruptura interna se verificó sobre todo en relación con los cuadros medios, con mando de tropa y participación efectiva en el conflicto, que reclamaban a la conducción de la fuerza que dieran las explicaciones que la sociedad reclamaba. En sus respuestas, el camino seguido consistió en diferenciarse de los conscriptos:
En cada oportunidad en que los ingleses debieron enfrentar oficiales y suboficiales (soldados profesionales) argentinos, tuvieron serias dificultades para superarlos y aun hubo muchos soldados que combatieron duramente […] Por eso no se concibe que se pretenda poner en duda el coraje de los militares argentinos, ni tampoco su forma de liderazgo, comprobada en múltiples acciones de la lucha contra el terrorismo, en montes y ciudades, y reafirmada ahora en las islas.99
Vemos también la apelación a la memoria del pasado reciente, que emparenta la lucha en Malvinas con la represión.
Si las críticas habían venido personalizadas en los conscriptos, la respuesta consistió en señalar los logros de la fuerza recuperando experiencias del personal de cuadros. Así lucharon, de Carlos Túrolo, recopila los testimonios de varios oficiales –subtenientes y capitanes, es decir, cuadros jóvenes, con el fin de “esclarecer, mediante el simple testimonio de algunos de ellos, la actuación de nuestros combatientes” pues “durante la guerra nuestros combatientes eran héroes absolutos, casi ‘superhombres’. Después del 14 de junio, esos mismos personajes pasaron a ser ‘ineficientes’, ‘cobardes’ e ‘incapaces’”.100
Comandos en Acción. El Ejército en Malvinas, de Isidoro Ruiz Moreno, reconstruye la historia de las Compañías de Comandos 601 y 602. Para el autor, profesor de la Escuela Superior de Guerra,
la irresponsabilidad en iniciar un conflicto sin preparación adecuada, y la incompetencia para afrontar sus consecuencias, no cabe a los soldados profesionales de rango subalterno. El seguir los episodios de las Compañías de Comandos 601 y 602 en Malvinas, integradas por elementos provenientes de diversas unidades, demuestra la conducta general de los cuadros del Ejército Argentino a través de uno de sus componentes, que por componerse de hombres de distinta procedencia, origen y clase, es reveladora de un desempeño que merece nuestro respeto y admiración.101
Más allá de las posturas de cada fuerza, es posible señalar dos elementos comunes a las tres. Por un lado, a los cuestionamientos se respondió desde una posición que reforzaba el esquema social de victimización de los conscriptos (como contrapartida al buen desempeño “profesional” de las fuerzas). En segundo lugar, la guerra de Malvinas se revelaba como símbolo de primera magnitud para ser opuesto a las denuncias por la represión ilegal. Enraizado en elementos nacionalistas de fuerte presencia en la cultura argentina, tocaba una fibra sensible a miles de argentinos, enrostrándole a los actuales críticos su pasado compromiso con la guerra (y por extensión, con las Fuerzas Armadas). Esta ambigüedad, que había permitido abrir las críticas al régimen en 1982, ofrecía ahora a los militares, también, una eficaz barrera a los cuestionamientos en el contexto de la transición. La transversalidad de la cuestión “Malvinas” queda patente en esta situación, como un terreno de confluencia de las adhesiones y reivindicaciones más dispares.
La democracia y Malvinas (1982-1987)
El 10 de diciembre de 1983 asumió como presidente el radical Raúl Alfonsín. Entre sus herencias se encontraban las iniciativas oficiales en relación con la guerra de las Malvinas y su conmemoración. La política radical hacia el pasado inmediato transitó un equilibrio delicado entre la voluntad de juzgar a las cúpulas responsables de graves violaciones a los derechos humanos y, al mismo tiempo, su real capacidad política para conducir la transición democrática, tensionada por diversos actores sociales con objetivos políticos muy diferentes. Una de las primeras medidas presidenciales fue anular por decreto el feriado que el gobierno militar había establecido el 2 de abril, trasladándolo al 10 de junio, fecha en la que en 1829 había asumido Luis Vernet como comandante militar de las islas Malvinas. Quitaba de este modo un emblema caro a los sectores castrenses.102 Sin embargo, el 2 de abril de 1984 Alfonsín encabezó el acto central de conmemoración de la “recuperación de las islas Malvinas”,103 realizado en la ciudad de Luján, sede de la basílica cuya virgen es patrona de la Argentina. Allí pronunció un discurso emblemático.
¿Qué tenía para decir sobre Malvinas un presidente democrático, cómo restañar la herida al orgullo nacional? ¿Cómo se conmemora una derrota? La conmemoración del desembarco en un proceso de ruptura con un pasado violento planteaba el problema de incorporar un enfrentamiento armado protagonizado por unas instituciones militares muy cuestionadas. Era una contradicción entre los intentos por construir una cultura “pacifista” basada en valores democráticos y la demanda de conmemoración de un hecho “guerrero”, en un país cuya identidad cultural estaba fuertemente marcada por la presencia militar en el panteón nacional.
Los estados republicanos deben reemplazar la noción de “gloria” militar por la de “sacrificio”,104 como una forma de ejercer la función pedagógica que el culto republicano a los muertos cumple en la conformación de las naciones. La muerte en batalla es la máxima entrega en la defensa de los valores patrios, pero al mismo tiempo constituye un ejercicio de los derechos cívicos. De este modo, se le da un sentido colectivo a las muertes y, al mismo tiempo, se ofrecen vías para la elaboración del duelo individual. En este esquema, los soldados-ciudadanos mueren en defensa de una comunidad que a la vez los toma como modelos.105
En su discurso, Alfonsín estableció este tipo de contrato:
Hoy, 2 de abril, vengo aquí a evocar con ustedes, delante de este monumento, a nuestros caídos en batalla, a esos valientes argentinos que ofrendaron su vida o que generosamente la expusieron en esa porción austral de la patria. Si bien es cierto que el gobierno que usó la fuerza no reflexionó sobre las tremendas y trágicas consecuencias de su acción, no es menos cierto que el ideal que alentó a nuestros soldados fue, es y será el ideal de todas las generaciones de argentinos: la recuperación definitiva de las islas Malvinas, Georgias del Sur y Sándwich del Sur […] Cuántos ciudadanos de uniforme habrán deseado dejar sus cuerpos sin vida entre las piedras, la turba y la nieve, después de haber peleado con esfuerzo y osadía. Pero Dios vio a los virtuosos y de entre ellos los valientes y los animados, de entre los dolidos y los apesadumbrados eligió a sus héroes. Eligió a estos que hoy memoramos. Ungidos por el infortunio, sin los laureles de la victoria, estos muertos que hoy honramos son una lección viva de sacrificio en la senda del cumplimiento del deber […] Esas trágicas muertes refuerzan aún más la convicción que tenemos sobre la justicia de nuestros derechos.106
¿Por qué, si había anulado el feriado del 2 de abril, semejante declaración de principios en ocasión de la fecha? Se trató de un intento de quitar a las Fuerzas Armadas el predominio en la memoria de la guerra y, al mismo tiempo, una forma de proponer claves distintas para la apropiación por vías democráticas de emblemas vinculados al nacionalismo, de los que el gobierno militar había abusado.107 ¿Era posible mantener un discurso nacionalista sin quedar asociado a la memoria de la dictadura militar más sangrienta de la historia? ¿Cómo disputar a las Fuerzas Armadas o a la derecha reaccionaria elementos como los de “soberanía” o “patria”? El camino elegido fue el abierto a partir del compromiso con los caídos, muertos por la patria y reivindicados como “ciudadanos de uniforme”. El presidente diferencia sus motivaciones de aquellas del “gobierno que usó la fuerza” irreflexivamente. Los soldados concurrieron a las islas en cumplimiento de un deber superior y una lealtad a valores que trascendían al gobierno de turno: aquel que los ciudadanos tienen con sus conciudadanos y su patria, en un intento por reemplazar el “orgullo nacional” con el “patriotismo constitucional”.108
Pero Malvinas y la guerra podían aparecer como un elemento desde el cual reconstruir una visión favorable a los militares desprestigiados por la represión ilegal y por la derrota. Un reconocido analista político consignaba la pobre convocatoria de algunos grupos de derecha en ocasión del aniversario de 1984, y alertaba acerca de
la vana tentativa de abstraer al 2 de abril de su contexto histórico [que] sirve al propósito de sacralizar nuevamente a las Fuerzas Armadas, trocando en glorioso el más irresponsable de sus actos y abriéndoles el camino para un regreso al poder.109
La remilitarización de Malvinas: Semana Santa de 1987
Estas contradicciones fueron puestas en evidencia al producirse la primera crisis militar de proporciones desde el final de la dictadura. El levantamiento carapintada conducido por Aldo Rico, durante la Semana Santa de 1987, mostró el peso simbólico de las islas y la falta de un consenso acerca del significado que se le asignaba a la guerra. En el verano de ese año, en respuesta a la sanción de la Ley de Punto Final (1986), los cuadros medios de las Fuerzas Armadas habían manifestado su inquietud ante la catarata de acciones judiciales en su contra que se presentarían. Finalmente, en abril, el coronel Aldo Rico –jefe de Comandos en la guerra de Malvinas– ocupó la Escuela de Suboficiales en Campo de Mayo en demanda de una “solución política”.
Hubo grandes movilizaciones en todo el país, y una multitudinaria concentración en la Plaza de Mayo. Hubo serios temores de que la movilización popular se dirigiera a Campo de Mayo y se produjera una masacre. El presidente Raúl Alfonsín, desde los balcones de la casa de Gobierno, anunció que iba a Campo de Mayo a demandar la rendición de lo rebeldes. Una plaza expectante –y en la memoria del autor, desilusionada– escuchó que a su regreso comunicaba que
los hombres amotinados han depuesto su actitud. Como corresponde serán detenidos y sometidos a la justicia. Se trata de un conjunto de hombres, algunos de ellos héroes de la guerra de las Malvinas, que tomaron esa posición equivocada.110
La apelación por parte del presidente Alfonsín a la guerra de Malvinas fue una desgraciada remilitarización de la memoria de la guerra, pues ese fue el elemento elegido para atenuar la imagen de los amotinados. ¿Debían ser “comprendidos, por sufrir las consecuencias de la derrota? ¿O el presidente apelaba a elementos más profundos dentro de la cultura política argentina, aquellos relativos al nacionalismo que alimentó el apoyo a la recuperación? ¿No se señalaba de este modo el fuerte compromiso social con una guerra infausta y –por extensión– con los militares comprometidos? Si la crisis carapintada había sido caracterizada como un atentado contra la democracia, ahora el “atenuante” para los alzados venía a ser su condición de veteranos. Con la invocación a Malvinas se llamaba a silencio a una sociedad movilizada en defensa de sus instituciones y con dificultades para asumir su pasada adhesión a la guerra. En buena medida, el mecanismo elegido por el presidente democrático (utilizar la participación en la guerra como atenuante y recordar a la sociedad su pasado compromiso con la aventura militar) era afín a la retórica de los sectores cercanos a las Fuerzas Armadas.
Algunas agrupaciones de veteranos tomaron distancia de la caracterización presidencial. Al referirse a la situación militar sostenían que
no podemos, por una cuestión de justicia, decir [a los carapintadas] “héroes de Malvinas” como los llamó el presidente de la Nación en Semana Santa. Para nosotros los únicos héroes son los que cayeron combatiendo al imperialismo en Malvinas.111
Sin embargo, esta postura fue minoritaria. La línea argumental del presidente aparece en varias publicaciones de la época, en las que las fotografías de los rebeldes aparecían con sugestivos epígrafes en los que se evocaba precisamente su vínculo con Malvinas. Los análisis de la crisis militar destacaban la condición de comandos (soldados profesionales y especialmente entrenados) de los sublevados, y su correcto comportamiento durante la guerra: “¿Y cómo se comportó la unidad de comandos de Rico en las Malvinas? Sobresalientemente. Muchos de sus hombres terminaron heridos o muertos”.112 A su condición de haber pasado por las islas se agregaba el buen desempeño, como un valor extra que permitiera hacer aceptable –o por lo menos comprensible– su actitud.
Esta reinstalación de los combatientes profesionales a partir del discurso presidencial no implica una hegemonía de las memorias promovidas por las Fuerzas Armadas, sino la apelación a una forma muy específica de ellas, bien distinta de la de los jóvenes conscriptos, los antiguos “chicos de la guerra”, que aunque se manifestaron como agrupaciones políticas en respaldo de la democracia en esos agitados días, no ocuparon espacios de resonancia. Las ambigüedades acerca de la guerra habían permitido a Alfonsín echar mano a la imagen militar para definir, apelando a Malvinas, una crisis política originada en las violaciones a los derechos humanos.
CONCLUSIONES
Las imágenes acerca de los jóvenes y la guerra de Malvinas sufrieron un cambio fundamental a partir de la derrota. Depositarios de la esperanza nacional durante el conflicto, pasaron a ser víctimas de su inexperiencia y sus superiores a partir de junio de 1982. La guerra fue un elemento para la discusión política en el final del Proceso de Reorganización Nacional. Para muchos sectores, el fracaso bélico posibilitó la crítica a instituciones que habían regido férreamente al país hasta ese momento. Las Fuerzas Armadas buscaron salvar cada una su propio prestigio en el conflicto, pero compartieron el hecho de utilizar la guerra de 1982 como escudo contra las acusaciones por los crímenes en “su otra guerra” contra la subversión.
Las agrupaciones de ex combatientes elaboraron un discurso que buscaba distinguirse de los militares cuestionados, y separaba las causas del conflicto y el compromiso de los jóvenes soldados de las violaciones a los derechos humanos. Pero esta intención chocó contra las visiones sociales de fuerte condena a la experiencia militar y que los transformaron en víctimas. Las mismas agrupaciones contribuyeron inicialmente –en ese afán de distanciarse– a la difusión de la ineficaz conducción que habían padecido. Pero si efectivamente se logró la condena de los mandos militares, el precio pagado por los veteranos fue la construcción de un relato en el cual la “agencia” que como grupo social (la autoproclamada “generación de Malvinas”) reclamaban en sus discursos fue contradicha por el rol pasivo que los relatos sociales acerca de Malvinas les asignaron.
Al mismo tiempo, sus primeras apariciones públicas y declaraciones introdujeron elementos difíciles de incorporar al escenario de la transición: su reivindicación de su paso por la guerra, o la apelación a una retórica nacionalista asociada a tendencias y agrupaciones que en algunos casos habían desembocado en la opción por las armas (que el discurso hegemónico sindicaba como corresponsables de la violencia sin límites que la nueva democracia buscaba dejar atrás) no facilitaron esa situación.
El gobierno democrático intentó quitarle a las Fuerzas Armadas el monopolio de la memoria de la guerra mediante dos operaciones simbólicas muy importantes: la anulación del feriado del 2 de abril y el discurso de Raúl Alfonsín enfatizando el carácter de ciudadanos soldados de los caídos y combatientes en Malvinas. Estas iniciativas fracasaron debido a la ambigüedad generada por la guerra y su contexto. En Argentina es posible ver semejanzas con procesos como los de la sociedad francesa y la guerra de Argelia, tanto en la forma en la que se organizaron los conscriptos, como en las respuestas oficiales ante la asunción de un conflicto desfavorable también manchado por prácticas reñidas con los derechos humanos.
Cabe preguntarse, entonces, qué espacio dejaba este contexto a los jóvenes veteranos que durante el quinquenio entre la guerra y la crisis de semana santa de 1987 plantearon un discurso que reivindicaba la experiencia bélica, a la par que se alimentaba de una tradición nacionalista y antiimperialista. Los reclamos y reivindicaciones de la primera agrupación de ex combatientes surgieron a la vida política argentina en un contexto de rechazo generalizado a la violencia como instrumento político. Los jóvenes que mantenían el uso de uniforme en sus actos como un elocuente reproche, lo hacían ante una sociedad que debía reformular la relación con sus Fuerzas Armadas a partir del descrédito producido tanto por la derrota con Gran Bretaña como por la brutalidad de la represión interna.
Es posible observar que hoy coexisten las distintas versiones acerca de la guerra, desde las victimizadoras hasta las más reivindicativas desde el militarismo. Pero si en el caso de las memorias públicas acerca de la represión ilegal es posible afirmar que aquellas visiones reivindicatorias de las Fuerzas Armadas son claramente minoritarias, el caso de la guerra de Malvinas, en cambio, señala la coexistencia de imágenes antagónicas con igual “peso” en el imaginario público.
Ha crecido el reconocimiento estatal a los jóvenes veteranos, que actualmente superan los cuarenta años. Esto tiene que ver con una institucionalización en varios sentidos. Por ejemplo, la creación de un Departamento de Veteranos de Guerra en el Ministerio del Interior, en 1990, y en las distintas Fuerzas Armadas, y la incorporación de algunos hitos de Malvinas al calendario público (el 2 de mayo, fecha del hundimiento del crucero General Belgrano, o el 2 de abril, instituido como Día del Veterano). Si una diferencia puede señalarse, sin embargo, es un cambio semántico para nada menor. Los “ex combatientes” son ahora “veteranos”, y el tono netamente político de sus agrupaciones durante los años ochenta ha dado paso a formulaciones de un tono más difusamente social o asistencialista, mientras que en muchos casos comparten sus evocaciones y conmemoraciones con las Fuerzas Armadas, asumiendo muchas de sus imágenes.113
Estos avances públicos han implicado una serie de concesiones. Revisando los logros que como agrupaciones han obtenido, un veterano observa:
Esta guerra que nos atravesó como sociedad, se convirtió en una brecha cada vez más grande entre el pueblo y los veteranos de guerra, que pareciera imposible de achicar, especialmente en estos últimos doce años en que contradictoriamente hemos obtenido la mayor cantidad de beneficios […] y es así que pareciera ser que a más desmalvinización más nos hemos malvinizado, llenándonos de símbolos y situaciones que sólo los veteranos podemos decodificar, uniformes, desfiles cada vez más castrenses, peleas entre centros, internas entre los centros, entre soldados, entre soldados y suboficiales, suboficiales y oficiales, etcétera.114
Se observa la coexistencia de nudos de memoria en torno a dos ejes: una imagen militar de los veteranos y de la guerra, junto a la imagen victimizadora de los primeros meses de la posguerra. Pero el discurso marcadamente político enarbolado por las agrupaciones de veteranos en los años de la transición democrática, que no sólo reivindicaba la experiencia en las islas sino proponía ejes de discusión para reconstruir la sociedad, está ausente.
Pienso que el caso que planteo es un aspecto de un fenómeno más complejo de aquellos años, consistente en la despolitización de las discusiones frente a los objetivos de consolidar la democracia, o visto de otro modo, la reducción de la discusión política a las condenas de los crímenes contra los derechos humanos (o el fracaso en la guerra). Esta situación transforma a los veteranos de guerra, los ex soldados conscriptos, en testigos de dos derrotas. Si en 1982 fueron los británicos quienes los expulsaron de las islas, el proceso político argentino iniciado desde el momento mismo de la rendición produjo un nuevo fracaso: la derrota en la búsqueda de un espacio como interlocutores claramente identificables y legitimados por su experiencia militar (la “generación de Malvinas”) para discutir el país que, muchos creían, comenzaba a surgir tras la pérdida de las islas y con el inicio de la democracia a fines de 1983.
El fracaso en ese intento no puede explicarse solamente por su escasa cantidad, ya que esta estuvo contrapesada con una gran visibilidad pública, no tanto de sus posturas políticas como de los relatos sociales acerca de su experiencia. Creo que debemos buscar las causas de esa derrota política en otros elementos, más preocupantes tanto en la larga duración histórica como a largo plazo. Si bien mi lectura ha estado concentrada en la discusión sobre Malvinas desde distintos sectores, es imposible eludir la presencia de gran cantidad de elementos comunes a discursos ideológicamente opuestos y en circunstancias políticas muy diversas. “Malvinas”, como símbolo, es un referente del ideario nacionalista, con el valor agregado de que miles de argentinos materializaron como combatientes un compromiso con una “causa” que hasta 1982 sólo era retórico y escolar. El hastío de la violencia y el descrédito de las Fuerzas Armadas (logrado por su exclusiva responsabilidad), bloquearon la difusión de la prédica nacionalista de agrupaciones de veteranos como la que analizamos, pero es posible ver que sus planteos contaron con adhesiones en sectores muy diversos. En todo caso, la originalidad de su discurso nacía de su condición de haber combatido, pero no de su propuesta.
Aunque excede los límites de este trabajo, hay multitud de evidencias del apoyo que desde agrupaciones que abarcaban el más amplio espectro político, tuvieron las posturas políticas de las agrupaciones de veteranos en la década del ochenta. Una cuestión aparte fue la espontánea y amplia solidaridad con los reclamos de tipo social y moral de los veteranos, que evidentemente cuentan con un amplio consenso. Esto es reflejo del último elemento que quiero señalar, y que en buena medida fue la génesis de mi interés por el tema de la guerra de 1982. Esa actitud solidaria, que traduce una asunción de una deuda moral con los jóvenes que combatieron en las islas, sigue alimentándose del imaginario sobre la guerra que se dibujó en el quinquenio posterior a la derrota, fuertemente victimizador. En este sentido, el hueco dejado por la ausencia de las experiencias de los sobrevivientes a la batalla sigue presente. Pero además, al haber predominado esa suerte de “culpa social” por el olvido en el que se vieron sumidos los veteranos y las visiones que la alimentan (obturando otro tipo de revisión), por esa falta de reconocimiento que para muchos sólo se materializó en los actos conmemorativos por los veinte años de la guerra, la falta de una discusión política sobre los motivos profundos que llevaron a Malvinas –y no sólo sobre las causas y las consecuencias de la derrota militar– acaso haya congelado el símbolo de las islas irredentas en esa zona gris que permite su invocación, prácticamente, desde cualquier sector. Y en ese sentido, en términos de aprendizaje social, las vidas truncas en 1982, como tantas otras, seguirán siendo en vano.
NOTAS
1. Centro de Ex Soldados Combatientes de Malvinas. Documentos de Post Guerra. Núm. 1. Serie de Cuadernos para la Malvinización. Buenos Aires: 1986, p. 23.
2. Pongo el nombre entre comillas para llamar la atención sobre la polisemia de esta palabra, que desde 1982 refiere no sólo a las islas, sino fundamentalmente a la guerra.
3. Cf. Alain Rouquié. Poder militar y sociedad política en la Argentina. 2 volúmenes. Buenos Aires: Hyspamérica, 1986. (Se utilizó especialmente el primer volumen).
4. George Mosse. Fallen Soldiers. Reshaping the Memory of the World Wars. Londres: Oxford University Press, 1990, p. 105.
5. Antoine Prost. “Monuments to the Dead”. Pierre Nora (director). Realms of Memory. The Construction of the French Past. Nueva York: Columbia University Press, 1996-1997. Volumen 2: “Traditions”, p. 329.
6. En 1994, en un cuartel de la provincia patagónica de Neuquén, apareció el cadáver del soldado conscripto Omar Carrasco. Las investigaciones posteriores demostraron que había sido dejado agonizante allí luego de una golpiza sufrida a manos de un oficial y algunos de sus compañeros. Este incidente motivó que en junio de ese mismo año, por un decreto presidencial, el servicio militar dejara de ser obligatorio. Una excelente descripción de las condiciones de vida de los ciudadanos bajo bandera en los años iniciales de la dictadura militar es la de Guillermo Obiols. La memoria del soldado. Campo de Mayo (1976-1977). Buenos Aires: Eudeba, 2003.
7. En junio de 1976, Ana María González, una joven montonera, colocó una bomba bajo la cama del jefe de la Policía Federal y lo mató. El modo en que se había infiltrado –fingiendo amistad con una de las hijas del militar asesinado– dio pie para que la propaganda construyera una imagen de la juventud que se volcaba a la subversión en términos alarmantes (González tenía 19 años). Uno de los nudos de esta caracterización era señalar a los jóvenes como carentes de ideales y espíritu de sacrificio, “arruinados” por unos padres que les daban todo. En particular, quien se especializó en esta versión fue el conocido periodista Bernardo Neustadt, que publicó un artículo llamado “¿Se preguntó cuántas Ana María González hay?” Poco después, la prensa controlada por el régimen daba a publicidad versiones alarmantes acerca de la “penetración subversiva en el ámbito educativo”. Ana María González murió luego de un enfrentamiento con las fuerzas de seguridad un año después.
8. Teófilo De María. Organización institucional y política argentina vigente durante el Proceso de Reorganización Nacional. Auxiliar didáctico complementario de “Instrucción Cívica”. Buenos Aires: Ediciones Civismo, 1981, p. 4.
9. Eduardo Blaustein y Martín Zubieta. Decíamos ayer. La prensa argentina bajo el Proceso. Buenos Aires: Colihue, 1998, p. 222.
10. Si consideramos que en 1982 la población masculina de esa franja etaria de la Argentina era de 692.185 individuos, resulta que los jóvenes participantes en el conflicto fueron el 1,81% de ese total, una fracción muy pequeña comparada con el peso simbólico que tuvieron. Para analizar mecanismos posteriores de exclusión estos datos deben ser tenidos muy en cuenta. Cepal/Celade, División de Población (2000), “Argentina: estimaciones y proyecciones de la población de ambos sexos por año calendario y edades simples, 1950-2050”. Boletín demográfico. Núm. 66, julio.
11. Un excelente análisis de la información durante la guerra en Lucrecia Escudero. Malvinas: el gran relato. Fuentes y rumores en la información de guerra. Barcelona: Gedisa, 1996. La autora plantea una “malvinización” de la información, la conformación de un “lector prisionero” “que no podía escaparse ni sustraerse a un universo gráfico y temáticamente coherente […] En el caso argentino la fuerza y el poder de este relato había llegado a contaminar la casi totalidad del universo temático –en el caso de los diarios– y la totalidad […] en el caso de las revistas” (pp. 70 y ss.). Esta situación, en una sociedad en la cual en 1982 había un 77% de lectores de diarios y un 59,7% de lectores de revistas (Ídem, 59).
12. Somos. 9 de abril de 1982, p. 53.
13. Siete Días. 12 de mayo de 1982, p. 67.
14. Gente. 22 de abril de 1982.
15. Gente. 22 de abril de 1982.
16. Una publicidad de época aludía a la especulación financiera de aquellos años. Mostraba sugestivamente una mano exánime sobre un lecho de arena, y sostenía que “Dio su vida para que no compremos dólares”, porque “más acá de las Malvinas nace un nuevo país”.
17. Clarín. 8 de abril de 1982, p. 8.
18. Clarín. 2 de mayo de 1982, p. 7.
19. Gente. 8 de abril de 1982.
20. Clarín. 19 de abril de 1982, p. 7.
21. Estos soldados eran vistos como portadores de altos ideales y conscientes de su misión. En un montaje fotográfico, un semanario mostraba a un soldado inglés rumbo a las islas y disfrazado, frente a un conscripto argentino en uniforme de combate y sosteniendo un proyectil de artillería. Al pie del británico se lee “a bordo del Hermes. Mucha cerveza, payasadas y poca disciplina. A los marinos ingleses no les importa la guerra que buscaron sus gobernantes”. El argentino, por su parte, está “dispuesto a defender su tierra. Aquí sí todo es disciplina y saben que un país está detrás de ellos.” (Siete Días, 5 de mayo de 1982, pp. 78-79).
22. Clarín. 2 de mayo de 1982, p. 16.
23. Clarín. 1 de junio de 1982, p. 7.
24. Contra lo que vulgarmente se cree, las informaciones oficiales argentinas durante la guerra fueron más exactas y completas que las británicas. Así se deduce de un pormenorizado análisis comparativo publicado recientemente. Esto subraya, en todo caso, la fuerza de aquello que la sociedad argentina quería ver en la guerra más allá de lo que sucedía en el frente. Véase Rodolfo Terragno, Falklands. Buenos Aires: Ediciones de la Flor, 2002, pp. 85 y ss.
25. Clarín. 6 de junio de 1982, p. 14.
26. Gente. 10 de junio de 1982.
27. Stéphane Tison. “Le traumatisme de la Grande Guerre”. Thomas Ferenczi (director). Devoir de mémoire, droit à l’oubli?. París: Éditions Complexe, 2001, pp. 47 y ss.
28. Humor. Núm. 85, julio de 1982, p. 31.
29. La Semana. 15 de julio de 1982.
30. El Porteño. Agosto de 1982. Algunos ejemplos: “Uno no sabe qué fue lo que realmente pasó. Lo único que nos quedan ahora son interrogantes: ¿Por qué pasó todo esto justo ahora? ¿Qué pasó realmente?”; “Como argentino, además, me llama poderosamente la atención la falta de homenaje a toda la muchachada que ha vuelto del Sur, casi no se le ha rendido el menor de los respetos a ellos y a quienes no han podido regresar”; “Yo creo que sobre todo nos han estafado. Nos hacían ver una realidad ficticia y las consecuencias se detectan ahora en un pueblo desanimado”.
31. Gente. 1 de julio de 82, p. 67.
32. Gente. 24 de junio de 1982.
33. Búsqueda. Agosto de 1982, p. 12.
34. Familiares de Desaparecidos y Detenidos por Razones Políticas. El caso Astiz. Folleto (7 de junio de 1982).
35. Posiciones como las de León Rozitchner o David Viñas, planteando una lógica en la continuidad entre el sistema represivo y la guerra en Malvinas, fueron voces en el desierto. Véase Jorge Luis Bernetti y Mempo Giardinelli. México: el exilio que hemos vivido. Memoria del exilio argentino en México durante la dictadura 1976-1983. Bernal: Universidad Nacional de Quilmes, 2003.
36. Siete Días. 30 de noviembre de 1983, p 24. El estaqueamiento, llamado “calabozo de campaña”, consiste en atar de pies y manos en cruz al castigado contra el piso. Esto, como se reportó en algunos casos, derivó en casos de congelamiento debido al clima.
37. Samuel Hynes. “Personal Narratives and Commemoration”. Jay Winter y Emmanuel Sivan (compiladores). War and Remembrance in the Twentieth Century. Cambridge: Cambridge University Press, 1999, p. 207.
38. Dalmiro Bustos. El otro frente de la guerra. Los padres de las Malvinas. Buenos Aires: Ramos Americana Editora, 1982.
39. Dalmiro Bustos. El otro frente de la guerra. Los padres de las Malvinas. Buenos Aires: Ramos Americana Editora, 1982, p. 13.
40. Dalmiro Bustos. El otro frente de la guerra. Los padres de las Malvinas. Buenos Aires: Ramos Americana Editora, 1982, p. 113.
41. Dalmiro Bustos. El otro frente de la guerra. Los padres de las Malvinas. Buenos Aires: Ramos Americana Editora, 1982, p. 87.
42. Dalmiro Bustos. El otro frente de la guerra. Los padres de las Malvinas. Buenos Aires: Ramos Americana Editora, 1982, pp. 216-218.
43. Daniel Kon. Los chicos de la guerra. Hablan los soldados que estuvieron en Malvinas. Buenos Aires: Editorial Galerna, 1984.
44. Daniel Kon. Los chicos de la guerra. Hablan los soldados que estuvieron en Malvinas. Buenos Aires: Editorial Galerna, 1984, p. 10.
45. Daniel Kon. Los chicos de la guerra. Hablan los soldados que estuvieron en Malvinas. Buenos Aires: Editorial Galerna, 1984, p. 28.
46. Daniel Kon. Los chicos de la guerra. Hablan los soldados que estuvieron en Malvinas. Buenos Aires: Editorial Galerna, 1984, p. 42.
47. Gente. 24 de junio de 1982, p. 37.
48. La Semana. Enero de 1984.
49. Según la CONADEP, el 70% de los desaparecidos tenía entre 15 y 30 años. Asimismo, el grueso de los muertos en Malvinas son conscriptos, es decir jóvenes de entre 18 y 20 años de edad.
50. Marcos Novaro y Vicente Palermo. La dictadura militar (1976-1983). Del golpe de Estado a la restauración democrática. Buenos Aires: Paidos, 2003, p. 487.
51. Humor. 29 de abril de 1983, p. 40.
52. Humor. 29 de abril de 1983, p. 41.
53. Federico Lorenz. “The Unending War. Social Myth, Individual Memory, and the Malvinas”. K. Rogers, S. Leydesdorff y G. Dawson, Trauma and Life Stories. International Perspectives. Londres y Nueva York: Routledge, 1999.
54. Joanna Bourke. An Intimate History of Killing. Face-To-Face Killing in Twentieth Century Warfare. Londres: Granta, 1999, p. 1.
55. Joanna Bourke. An Intimate History of Killing. Face-To-Face Killing in Twentieth Century Warfare. Londres: Granta, 1999, p. 2.
56. Joanna Bourke. An Intimate History of Killing. Face-To-Face Killing in Twentieth Century Warfare. Londres: Granta, 1999, pp. 7-8. Federico Lorenz. “The Unending War. Social Myth, Individual Memory, and the Malvinas”. K. Rogers, S. Leydesdorff y G. Dawson. Trauma and Life Stories. International Perspectives. Londres y Nueva York: Routledge, 1999, pp. 98-105.
57. Samuel Hynes. “Personal narratives and commemoration”. Jay Winter y Emmanuel Sivan (Editors), War and Remembrance in the Twentieth Century. Cambridge: Cambridge University Press, 1999, pp. 217 y ss. Un veterano recuerda el clima que le tocó experimentar en las islas y lo relativiza de este modo: “Si hubiera hecho calor, nos hubiéramos muerto de calor. Hizo frío […] ¡Nos cagamos de frío! Hambre, por supuesto, en cada guerra hay hambre. En una guerra se pasa hambre, se pasa frío, se pasa calor”. (Entrevista a Alejandro Ramón Cano, soldado clase 1962, Grupo de Artillería Aerotransporta 4.1994).
58. Samuel Hynes. “Personal narratives and commemoration”. Jay Winter y Emmanuel Sivan (compiladores), War and Remembrance in the Twentieth Century. Cambridge: Cambridge University Press, 1999, p. 219.
59. Entrevista a Ramón Ayala, soldado clase 1962, Compañía de Ingenieros Anfibios, Batallón de Infantería de Marina Nº 5 (1994).
60. Joanna Bourke. An Intimate History of Killing. Face-To-Face Killing in Twentieth Century Warfare. Londres: Granta, 1999, p. 12.
61. Joanna Bourke. An Intimate History of Killing. Face-To-Face Killing in Twentieth Century Warfare. Londres: Granta, 1999, p. 22.
62. Muchas de las notas publicadas como gremial de ex combatientes eran reproducidas por publicaciones partidarias, notoriamente vinculadas al peronismo y algunos grupos de izquierda.
63. Clarín. 30 de marzo de 1983.
64. Clarín. 2 de abril de 1983.
65. Clarín. 2 de abril de 1983.
66. Clarín. 3 de abril de 1984.
67. Centro de Ex Soldados Combatientes de Malvinas. Documentos de Post Guerra. Núm. 1. Serie de Cuadernos para la Malvinización. Buenos Aires: 1986, p. 5.
68. Centro de Ex Soldados Combatientes de Malvinas. Documentos de Post Guerra. Núm. 1. Serie de Cuadernos para la Malvinización. Buenos Aires: 1986, p. 4.
69. Centro de Ex Soldados Combatientes de Malvinas. Documentos de Post Guerra. Núm. 1. Serie de Cuadernos para la Malvinización. Buenos Aires: 1986, p. 5.
70. Centro de Ex Soldados Combatientes de Malvinas. Documentos de Post Guerra. Núm. 1. Serie de Cuadernos para la Malvinización. Buenos Aires: 1986, p. 16. Podemos reforzar esta idea con una declaración del Centro en ocasión de la condena a los responsables militares de la conducción del conflicto, en diciembre de 1985: “El juicio a los comandantes –responsables militares– de la guerra de las Malvinas, presenta un interrogante bastante serio: ¿Qué o a quiénes se juzga? ¿A los responsables o a la guerra? […] Un conflicto bélico […] también se da en lo político y económico y los responsables de aquellas conducciones […] no están siendo juzgados. El juicio a los responsables del conflicto, evidentemente, es sólo en apariencia. Nos da la impresión de que tanto las voces como los silencios que rodean este ‘juicio’ pretenden juzgar a la guerra de las Malvinas. No queremos que la irresponsabilidad, negligencia, mala intención y cobardía de muchos civiles y militares durante el conflicto queden sin castigo. Pero tampoco aceptamos que se juzgue el hecho de que hayamos osado tocar al imperio; nuestros compañeros que murieron en las islas no entregaron su sangre por un general de turno, ni por las ambiciones de la junta militar, cayeron por lo que con justicia nos corresponde: la soberanía nacional de las Malvinas […] El hecho de juzgar solamente a los militares responsables de las operaciones llevadas a cabo a partir del 2 de abril –catalizando así el problema del conflicto en tres personas– deja entrever la antinacional intención política de hacer de la Batalla de las Malvinas un sinónimo de vergüenza (Documentos de Post Guerra. 1986, pp. 22-23).
71. Humor. Núm. 101, marzo de 1983.
72. Malvinizar. Año 1, Núm. 1, 15 de octubre de 1989.
73. Centro de Ex Soldados Combatientes de Malvinas. Documentos de Post Guerra. Núm. 1. Serie de Cuadernos para la Malvinización. Buenos Aires: 1986, p. 2.
74. Centro de Ex Soldados Combatientes de Malvinas. Documentos de Post Guerra. Núm. 1. Serie de Cuadernos para la Malvinización. Buenos Aires: 1986, p. 2.
75. Así como uno de los estereotipos de esos años era el del joven inexperto, otra de las imágenes fuertes era de los jóvenes de uniforme pidiendo dinero en los medios de transporte público.
76. La ley, sancionada y promulgada entre septiembre y octubre de 1984, recién fue reglamentada en 1989; por lo tanto sólo fue posible aplicarla a partir de ese año.
77. Centro de Ex Soldados Combatientes de Malvinas. Documentos de Post Guerra. Núm. 1. Serie de Cuadernos para la Malvinización. Buenos Aires: 1986, pp. 8-10.
78. Jotapé. Núm. 4, diciembre de 1985, p. 29.
79. Todas las citas anteriores: Centro de Ex Soldados Combatientes de Malvinas. Documentos de Post Guerra. Núm. 1. Serie de Cuadernos para la Malvinización. Buenos Aires: 1986, pp. 18-19.
80. Combatiendo. De Malvinas hacia una nueva Argentina. Órgano oficial del Centro de Ex Soldados Combatientes de Malvinas, pp. 1-3. Archivo Cedinci. La misma publicación se señala como continuación de una anterior La Voz del Combatiente de Malvinas, que hasta el momento no he podido ubicar.
81. Combatiendo. De Malvinas hacia una nueva Argentina. Órgano oficial del Centro de Ex Soldados Combatientes de Malvinas, p. 4. Archivo Cedinci.
82. Combatiendo. De Malvinas hacia una nueva Argentina. Órgano oficial del Centro de Ex Soldados Combatientes de Malvinas, p. 4. Archivo Cedinci.
83. Edgardo Esteban. Iluminados por el fuego. Buenos Aires: Sudamericana, 1993, pp. 12-13.
84. Clarín. 5 de diciembre de 1982.
85. Clarín. 7 de abril de 1983.
86. Clarín. 16 de marzo de 1983.
87. Clarín. 30 de marzo de 1983.
88. Clarín. 3 de agosto de 1983.
89. Clarín. 5 de abril de 1983.
90. A modo de ejemplo, dos de las conclusiones de dicha comisión en relación con el Ejército Argentino: su comandante en jefe lo empeñó en las islas “sin la necesaria preparación, en particular para la acción conjunta, y sin la adecuada instrucción ni el equipamiento correspondiente para la lucha, en condiciones rigurosas, contra un enemigo altamente adiestrado”. Como resultado, “durante las operaciones todo esto se tradujo en graves improvisaciones y reducido rendimiento de cuadros y tropa”. En cuanto al comandante en jefe de la Armada, fue hallado responsable ni más ni menos que de “sustraer un medio esencial del poder militar (la flota de guerra) de un posible enfrentamiento con el enemigo” y en consecuencia “otorgar al enemigo, sin disputárselo, el dominio del mar”. Las citas podrían extenderse hasta el cansancio.
91. En base a este informe, los mandos responsables de la conducción del conflicto serían juzgados durante el gobierno democrático, y condenados a penas que los indultos de 1990 dejaron sin efecto.
92. Aeroespacio. Septiembre-octubre 1982, p. 40.
93. Clarín. 1 de mayo de 1983.
94. Clarín. 3 de abril de 1983.
95. Carlos H. Robacio. Desde el frente. Batallón de Infantería de Marina Nº 5. Buenos Aires: Solaris, 1996, Prólogo.
96. Héctor Bonzo. 1.093 tripulantes del Crucero ARA General Belgrano. Testimonio y homenaje de su comandante. Buenos Aires: Sudamericana, 1992, pp. 402-403.
97. Federación de Veteranos de Guerra de la República Argentina (FVGRA). Razones por las cuales el hundimiento del Crucero A.R.A. “Gral. Belgrano” es un crimen de guerra (mayo de 1997).
98. Ítalo Piaggi. El combate de Goose Green. Diario de guerra del comandante de las tropas argentinas en la más encarnizada batalla de Malvinas. Buenos Aires: Planeta, 1994, p. 18.
99. Clarín. 27 de enero de 1983.
100. Carlos M. Túrolo. Así lucharon. Buenos Aires: Sudamericana, 1985, p. 7.
101. Isidoro Ruiz Moreno. Comandos en acción. El Ejército Argentino en Malvinas. Buenos Aires: Emecé, 1986, p. 10. En el caso del Ejército, estos esfuerzos por eludir acusaciones –o direccionarlas– cayeron en el sin sentido por obra del propio informe de esa fuerza. En diciembre de 1983 fue dado a conocer, atribuyendo la derrota a “la falta de organización, equipamiento e instrucción de cuadros y tropas; empleo de efectivos y abastecimientos sin una planificación mínima adecuada; improvisación en el alistamiento y despliegue de las fuerzas; recomposición de dispositivos y previsiones en plazos perentorios; y traslado de hombres y materiales en forma incompleta” (La Nación. 3 de diciembre de 1983).
102. Clarín. 2 de abril de 984.
103. Clarín. 3 de abril de 1984.
104. Kristin Ann Hass. Carried to the Wall. American Memory and the Vietnam Veterans Memorial. Berkeley: University of California Press, 1998, p. 40.
105. Ver especialmente Kristin Ann Hass. Carried to the Wall. American Memory and the Vietnam Veterans Memorial. Berkeley: University of California Press, 1998, p. 40. Antoine Prost. “Monuments to the Dead”. Pierre Nora (director). Realms of Memory. The Construction of the French Past. Nueva York: Columbia University Press, 1996-1997. Volumen 2: “Traditions”, p. 324. Jay Winter. Sites of memory, Sites of Mourning. The Great War in European Cultural History. Cambridge: Cambridge University Press, 1995, pp. 23 y ss.
106. Clarín. 3 de abril de 1984.
107. Aguilar Fernández y Humblebaek señalan que el “uso abusivo” de la simbología nacionalista y patriótica por los gobiernos totalitarios (ellos analizan el caso de Franco) dificulta su apropiación y resignificación por parte de la izquierda. Es un elemento clave en términos de luchas por la memoria si pensamos el fuerte componente identitario que tales imágenes proveen. Hace poco tiempo, en el suplemento dominical del diario de más tirada en la Argentina, Clarín, se produjo un pequeño debate entre intelectuales de distinta formación acerca de su rol dentro de la sociedad. Lo interesante es que el debate fue disparado por la aseveración de uno de ellos, acerca de la necesidad de volver a poner en circulación un “nacionalismo positivo”. Las respuestas variaron desde la adhesión a esa propuesta hasta la crítica tajante y la contrapropuesta de reemplazar ese concepto por el de “patriotismo republicano”. Surge de esta forma el peso de las distintas ideas de nación en el espacio público argentino, y las relaciones conflictivas que los investigadores tenemos con ellas. Acercarse al conflicto bélico de 1982 implica, por parte de los investigadores, el abandono de ciertos prejuicios que, por ejemplo, asocian las imágenes militares al nacionalismo más jingoísta (como Prost se han encargado de demostrar, es posible rastrear el origen de las conmemoraciones militares y a sus muertos en un “culto civil republicano”). Este es un desafío que hace a la propia tarea que me planteo como historiador. Desde el punto de vista político –es decir, entendido como el rol que considero ocupamos frente a la sociedad– es una forma de cuestionar (y, por qué no, “apropiarse”) de temas que simbólicamente han sido hegemonizados por la derecha más variopinta. Véase Paloma Aguilar Fernández y Carsten Humblebaek. “Collective Memory and National Identity in the Spanish Democracy”. History & Memory, Números 1/ 2, otoño de 2002.
108. Paloma Aguilar Fernández y Carsten Humblebaek. “Collective Memory and National Identity in the Spanish Democracy”. History & Memory, Números 1/ 2, otoño de 2002, p. 141.
109. Horacio Verbitsky. La posguerra sucia. Un análisis de la transición. Buenos Aires: Legasa, 1985, p. 171.
110. Clarín. 20 de abril de 1987.
111. Malvinizar. Marzo de 1988, p. 9.
112. La Semana. 28 de abril de 1987.
113. Esto permite mostrar la vigencia de antiguos esquemas de pensamiento, pues la reinstalación del 2 de abril como feriado, en 2001, fue debido a que se buscaba compensar a las Fuerzas Armadas por las multitudinarias manifestaciones en rechazo al golpe militar del que se cumplían veinticinco años ese 24 de marzo.
114. Programa de Salud del Veterano de Guerra Bonaerense. Malvinas entre el silencio y la palabra. Provincia de Buenos Aires. Dirección de Salud Mental, 2002, p. 38.
Escrito originalmente para esta publicación, este trabajo ha sido publicado en papel en el libro Las guerras por Malvinas, Buenos Aires, Edhasa, 2006. <inicio>