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usted está en: home > contenido > Historia reciente y responsabilidad social > Dentro del silencio. El Proyecto Conmemorativo de Ardoyne
Historia reciente y responsabilidad social

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Liminar.
Verdad y memoria: escribir
la historia de nuestro tiempo

Anne Pérotin-Dumon
Verdad, justicia, memoria

Introducción

El derecho humano a la Verdad.
Lecciones de las experiencias latinoamericanas de relato de la verdad

Juan E. Méndez

Historia y memoria.
La escritura de la historia y la representación del pasado

Paul Ricœur

Maurice Halbwachs y la sociología de la memoria
Marie-Claire Lavabre
Argentina: el tiempo largo
de la violencia política


Introducción

La violencia en la historia argentina reciente: un estado de la cuestión
Luis Alberto Romero

Movilización y politización: abogados de Buenos Aires entre 1968 y 1973
Mauricio Chama

La Iglesia argentina durante la última dictadura militar.
El terror desplegado sobre el campo católico (1976-1983)

Martín Obregón

Testigos de la derrota.
Malvinas: los soldados y la guerra durante la transición democrática argentina, 1982-1987

Federico Guillermo Lorenz

Militares en la transición argentina: del gobierno a la subordinación constitucional
Carlos H. Acuña y
Catalina Smulovitz


Conflictos de la memoria en la Argentina.
Un estudio histórico de la memoria social

Hugo Vezzetti
Chile: los caminos de la historia
y la memoria


Introducción

El pasado está presente.
Historia y memoria en el Chile contemporáne
o
Peter Winn

Historia y memoria del 11 de septiembre de 1973 en la población La Legua de Santiago de Chile
Mario Garcés D.

La Michita (1964-1983): de la reforma universitaria a una vida en comunidad
Manuel Gárate-Chateau

El testimonio de experiencias políticas traumáticas: terapia y denuncia en Chile (1973-1985)
Elizabeth Lira

La superación de los silencios oficiales en el Chile posautoritario
Katherine Hite

Irrupciones de la memoria: la política expresiva en la transición a la democracia en Chile
Alexander Wilde
Perú: investigar veinte años
de violencia reciente


Introducción

“El tiempo del miedo” (1980-2000), la violencia moderna y la larga duración en la historia peruana
Peter F. Klarén

¿Por qué apareció Sendero Luminoso en Ayacucho?
El desarrollo de la educación y la generación del 69 en Ayacucho y Huanta

Carlos Iván Degregori

Pensamiento, acción y base política del movimiento Sendero Luminoso.
La guerra y las primeras respuestas de los comuneros (1964-1983)

Nelson Manrique

Familia, cultura y “revolución”.
Vida cotidiana en Sendero Luminoso

Ponciano del Pino H.

Juventud universitaria y violencia política en el Perú.
La matanza de estudiantes de La Cantuta y su memoria, 1992-2000

Pablo Sandoval

En busca de la verdad y la justicia.
La Coordinadora Nacional de Derechos Humanos del Perú

Coletta Youngers
Archivos para un pasado reciente y violento: Argentina, Chile, Perú

Introducción

Archivos de la represión y memoria en la República Argentina
Federico Guillermo Lorenz

Archivos para el estudio del pasado reciente en Chile
Jennifer Herbst con
Patricia Huenuqueo


Los archivos de los derechos humanos en el Perú
Ruth Elena Borja Santa Cruz
El pasado vivo:
casos paralelos y precedentes


Introducción

Cegados por la distancia social.
El tema elusivo de los judíos en
la historiografía de posguerra en Polonia

Jan T. Gross

Guerra, genocidio y exterminio:
la guerra contra los judíos en una era de guerras mundiales

Michael Geyer

Tres relatos sobre nuestra humanidad.
La bomba atómica en la memoria japonesa y estadounidense

John W. Dower

Anatomía de una muerte: represión, derechos humanos y el caso de Alexandre Vannucchi Leme en el Brasil autoritario
Kenneth P. Serbin

La trayectoria de un historiador del tiempo presente, 1975-2000
Henry Rousso
Historia reciente
y responsabilidad social


Introducción

La experiencia de un historiador en la Comisión de Esclarecimiento Histórico de Guatemala
Arturo Taracena Arriola

La historia aplicada: perito en el caso Pinochet en la Audiencia
Nacional de España

Joan del Alcàzar

Dentro del silencio.
El Proyecto Conmemorativo de Ardoyne, el relato comunitario de la verdad y la transición posconflicto en Irlanda del Norte

Patricia Lundy y
Mark McGovern


“Sin la verdad de las mujeres la historia no estará completa”.
El reto de incorporar una perspectiva de género en la Comisión de la Verdad y Reconciliación del Perú

Julissa Mantilla Falcón


Dentro del silencio
El Proyecto Conmemorativo de Ardoyne, el relato comunitario de la verdad y la transición posconflicto en Irlanda del Norte1

Patricia Lundy
Mark McGovern




INTRODUCCIÓN: CONFLICTO, COMUNIDAD Y “RELATO DE LA VERDAD”

Una de las dificultades de todo conflicto es que si pretendo una curación profunda, debo expresar de alguna forma la verdad, aunque sólo sea mi verdad. No tiene que ser tu verdad. No tiene que ser una verdad compartida. Pero antes de curarme realmente, debo sentir que alguien ha escuchado mi historia, y si nadie lo ha hecho, entonces no estoy en condiciones de dejarla ir.2
El Proyecto Conmemorativo de Ardoyne (Ardoyne Commemoration Project, ACP) fue una iniciativa comunitaria de “relato de la verdad” puesta en práctica en una zona de clase obrera principalmente nacionalista y católica de alrededor de siete mil habitantes, en el norte de Belfast, Irlanda del Norte. Durante los treinta años de duración del conflicto reciente fueron asesinadas noventa y nueve personas de esta comunidad relativamente pequeña y muy unida.3 Cuando el Norte se inclinó por un acuerdo de paz en 1998, una serie de parientes de víctimas de la localidad, activistas comunitarios e individuos interesados se reunieron para decidir el mejor modo de recordar a sus muertos. El resultado fueron el ACP, su trabajo y la publicación en forma de libro (Ardoyne: The Untold Truth) de los testimonios cotejados de alrededor de trescientos amigos, familiares y testigos presenciales.4 Los autores formaron parte del proyecto y a la vez realizaron una investigación de seguimiento con el objeto de evaluar las repercusiones, valores y beneficios de sus actividades.5

La meta de este artículo es, por lo tanto, examinar el trabajo del ACP y algunas de las cuestiones que plantea para el relato comunitario de la verdad como un aspecto de la transición posconflicto en Irlanda del Norte y más allá. Queremos explorar los “silencios internos” de dos maneras. La primera se relaciona con los métodos de trabajo específicos de un proyecto basado en la comunidad que, a diferencia de otros enfoques, pueden permitirle “adentrarse” en esos silencios. Se examinarán los puntos fuertes y las limitaciones de la “investigación participante” del ACP como mecanismo de transición posconflicto. Los análisis del Norte suelen concentrarse en el legado del conflicto para las relaciones intercomunitarias de unionistas protestantes por un lado y nacionalistas católicos por otro. La actitud puede ser comprensible, pero ignora las fisuras y fracturas generadoras de silencios que aparecen a raíz de una prolongada experiencia de conflicto dentro de las comunidades y entre ellas, y también pasa por alto el papel del estado británico. La segunda de las principales inquietudes de este artículo se relaciona, por consiguiente, con esos silencios dentro de Ardoyne y el tratamiento que les dio el ACP a través del principio y la práctica de la inclusividad. Para poner de relieve este enfoque, expondremos los casos que fueron más delicados entre los incluidos en el libro: los de las víctimas de Ardoyne eliminadas “por su propia gente” como presuntos informantes. Esa focalización en cuestiones internas generó, sin embargo, ciertos límites a la inclusividad. En consecuencia, el artículo concluirá examinando por qué, para algunos (y en especial para miembros de las comunidades vecinas unionistas y protestantes), la “verdad nunca dicha” contada por el ACP sólo fue parcialmente fiel. No obstante, antes de revisar el trabajo del proyecto podría ser útil (particularmente para lectores poco familiarizados con Irlanda del Norte) trazar un breve esbozo de los antecedentes del conflicto y la aparición de la “agenda de las víctimas” como parte del proceso de paz irlandés desde mediados de la década de 1990.


Antecedentes: el conflicto, el Acuerdo del Viernes Santo y el surgimiento de la “agenda de las víctimas”

Durante los últimos cinco años hemos tenido que escuchar a grandes sectores de los medios hablar de las víctimas, pero sólo desde el punto de vista de un lado de la comunidad. Cuando los medios hablan de las víctimas, se refieren a los parientes de los miembros de las Fuerzas Armadas y el RUC6 que fueron asesinados. No creo que nadie de aquí (Ardoyne) diga que una madre de Birmingham (Inglaterra), el Shankill (zona lealista de Belfast) o cualquier otra parte, sienta menos la pérdida de un ser querido que una madre o una familia de Ardoyne. Sin embargo, me parece que no se dio el mismo reconocimiento al duelo de Ardoyne.7
Desde su formación a raíz de la partición de la isla de Irlanda en 1922, los seis condados del nordeste han permanecido bajo la jurisdicción del estado británico. El Norte también ha sido siempre una sociedad dividida. La comunidad unionista y protestante mayoritaria expresó su abrumador respaldo a la continuidad de la partición y el statu quo constitucional. La importante comunidad minoritaria nacionalista y católica ha buscado, en líneas generales, la reunificación con el Sur y la independencia nacional con respecto a Gran Bretaña. Entre las décadas de 1920 y 1960 el Norte tuvo un orden social, económico y político dominado por los protestantes y unionistas que un comentarista describió (a la manera de Tocqueville) como “la tiranía de la mayoría”.8 Una campaña por la igualdad y los derechos civiles para los nacionalistas tropezó con la oposición unionista, y el resultado fue el estallido del conflicto armado hacia 1968/1969. Dicho conflicto, en general de “baja intensidad”, se extendería a lo largo de treinta años, durante los cuales aproximadamente tres mil seiscientas personas perdieron la vida y otras treinta mil sufrieron heridas de diversa gravedad.9 Dos dimensiones primarias se destacan en él. La primera fue la de una lucha “intercomunal”, librada sobre todo entre grupos armados no estatales de las dos principales comunidades del Norte. En las zonas unionistas y protestantes surgieron grupos lealistas paramilitares como la Ulster Volunteer Force (UVF) y la Ulster Defence Association (UDA), mientras que en los sectores de opinión nacionalista y católica se desarrollaron organizaciones republicanas, muy en especial el Irish Republican Army (IRA). La mayoría abrumadora de los miembros y la base de apoyo de las organizaciones de ambos bandos provenía de las zonas de clase obrera del Norte, principal teatro de operaciones del conflicto. Paralelamente a esta lucha intercomunitaria se desenvolvió el conflicto entre los organismos estatales y no estatales. En este caso los principales protagonistas fueron las fuerzas de seguridad del estado (entre ellas el ejército británico, el RUC y varios grupos clandestinos y de inteligencia) por un lado y el IRA por otro. Uno de los más significativos puntos de confluencia de estos conflictos paralelos fue, sin embargo, la extendida complicidad entre miembros de los grupos paramilitares lealistas y la inteligencia estatal y otros organismos.10 Dicho esto, los republicanos en general fueron responsables de la mayoría de las muertes del conflicto (alrededor del 59%), mientras que los lealistas mataron aproximadamente al 28% de las víctimas y el ejército británico y el RUC sumaron un 12%.11

En los hechos concretos, la firma del Acuerdo del Viernes Santo (AVS) en abril de 1998 por los principales bandos involucrados en el conflicto señaló el final de treinta años de hostilidades armadas. El acuerdo era un documento complejo y multifacético que abarcaba una vasta gama de temas, incluyendo una nueva formulación constitucional y un conjunto de iniciativas institucionales destinadas a abordar problemas sociales y económicos de larga data. También comprendía una serie de medidas relacionadas con los legados del conflicto, entre ellas la reforma de la policía, el desarme de los grupos armados, la liberación de personas detenidas por causas vinculadas con la contienda y una revisión del sistema de justicia penal. Tal como ha afirmado Christine Bell, tomados en conjunto estos elementos del acuerdo esbozaban un enfoque “gradual” del pasado.12 En rigor, la autora sostiene que fue precisamente ese carácter “gradual” el que permitió al Norte hacer “un aporte útil al debate sobre la justicia de transición”.13 Sin embargo, de igual significación era el hecho de que la idea de un mecanismo general para abordar los problemas más destacados de la verdad y la justicia no sólo estaba ausente del acuerdo, sino que prácticamente no se discutió en las conversaciones que llevaron a su firma. La Realpolitik del proceso irlandés de paz, tal como se desarrolló entre mediados y fines de la década de 1990, tuvo como leitmotiv definitorio la evitación de la referencia al pasado, y no su abordaje.

Dicho esto, el estado dispuso, con todo, una serie de medidas para ocuparse de lo que llegó a conocerse como “agenda de las víctimas”. Tras ser designado comisionado de las víctimas en las postrimerías de 1997 –un nombramiento que no dejó de provocar polémicas–, Sir Kenneth Bloomfield, un funcionario civil retirado de alto rango, publicó en 1998 un informe sobre el tema.14 Si bien señalaba que el hecho de “dejar asentada la propia experiencia” podía tener algún “efecto catártico”, el documento fue objeto de muchas críticas (sobre todo de parte de los nacionalistas) por no hacer un aporte sustancial a las cuestiones más candentes de la verdad y la justicia ni referirse en modo alguno a la violencia del estado británico. Su enfoque primordialmente centrado en los “servicios” (en las Fuerzas Armadas) fue también la línea de conducta adoptada por los organismos gubernamentales creados más o menos en la misma época para ocuparse de las políticas relacionadas con las víctimas.15 Estas iniciativas oficiales fueron en gran medida una respuesta a transformaciones societales más amplias. En el debate que concluyó con la firma del AVS, la liberación de presos relacionados con el conflicto como parte de cualquier arreglo concertado se había mostrado como una cuestión profundamente contenciosa. En definitiva, esa liberación formó parte de una serie de medidas de “construcción de la confianza”, dispuestas para consolidar el cese de la violencia. Sin embargo, esta disposición, junto con el propio acuerdo, generó una iracunda reacción de ciertos sectores de opinión unionista y lealista. Se constituyó un conjunto de organizaciones de víctimas para oponerse al otorgamiento de esas libertades y hacer campaña por los derechos de quienes eran calificados de “víctimas inocentes del terrorismo”.16 La concepción de la “inocencia” utilizada por esas organizaciones era profundamente ideológica, y formaba parte de lo que terminó por conocerse como “jerarquía de victimización”: la sugerencia de que algunas víctimas eran más importantes, más inocentes, más víctimas que otras.

De manera invariable, muchos nacionalistas parecían creer que en el fondo de esa jerarquía se encontraban víctimas de sus propias zonas, asesinadas por el estado o por paramilitares lealistas. Organizaciones como Relatives for Justice y Bloody Sunday Trust habían divulgado durante mucho tiempo los problemas de las matanzas y la complicidad estatales.17 Con el desarrollo del proceso de paz, esas organizaciones recibieron el apoyo creciente de otros grupos locales y se plantearon iniciativas con el propósito, consciente o no, de poner en tela de juicio esta representación dominante del conflicto y sus víctimas. En los años siguientes, ese impulso favorable al relato de la verdad se convertiría en un rasgo significativo de la sociedad civil en general, tal como se reflejó, por ejemplo, en el trabajo del Healing Through Remembering Project.18 Dentro de las comunidades nacionalistas y republicanas, el movimiento siguió cobrando fuerza. Comenzaron a aparecer una serie de proyectos locales de historia oral y otros temas, que se combinaron con campañas de un perfil más alto destinadas a promover la realización de investigaciones públicas de casos de impunidad de las fuerzas estatales, para constituir un amplio y dispar movimiento social.19 En ese contexto, y con el objeto de cuestionar la exclusión pública de sus experiencias y la muerte de parientes y amigos, una serie de personas de la zona de Ardoyne, en el norte de Belfast, comenzaron a reunirse a mediados de 1998 para constituir el Proyecto Conmemorativo de Ardoyne.


“El Arca de Noé del norte de Belfast”: la comunidad de Ardoyne

En Ardoyne todo pasaba por la defensa de nuestros vecinos. Ésta es una zona con una mentalidad de milicia debido a su geografía. Nuestra localización determinaba todo. Estábamos rodeados y debíamos abogar por nosotros mismos porque ningún otro lo haría. Eso es Ardoyne.20
En su carácter de comunidad nacionalista de clase obrera del norte de Belfast, Ardoyne ha sido marginada, demonizada y muy apartada del estado. Ese distanciamiento se debe en gran medida a la importante proporción de sus residentes muertos en el conflicto (28%) que fueron víctimas de las fuerzas de seguridad estatales, ya se tratara del ejército británico o de la policía local, el RUC. La sensación de injusticia se veía realzada por el hecho de que jamás se arrestó ni se interrogó y tampoco se condenó a penas de cárcel a ningún miembro de las fuerzas de seguridad británicas responsables de esas muertes. Ardoyne es asimismo lo que se conoce como un “enclave”. La geografía social de Irlanda del Norte se define por un patrón complejo de segregación residencial sectaria, sobre todo en las zonas urbanas de clase obrera y las áreas fronterizas rurales. La situación es particularmente aguda en el norte de Belfast, donde con frecuencia la conciencia del “espacio sectarizado” puede medirse en metros. También ha habido una estrecha correlación entre las zonas que padecen profundamente esta división y los casos de muertes relacionadas con el conflicto.21 El 20% de todas esas bajas (y siete de cada diez asesinatos sectarios) se produjeron en el norte de Belfast. Como “enclave”, Ardoyne limita por tres lados con comunidades lealistas protestantes de clase obrera. Esto la hacía especialmente vulnerable a los ataques. Por ejemplo, al estallar el conflicto en agosto de 1969, tres manzanas del lugar fueron incendiadas hasta los cimientos por una muchedumbre de integrantes del RUC y civiles lealistas de calles cercanas. A decir verdad, en los primeros años de la década de 1970 Ardoyne se convirtió, tal como la llamó un activista comunitario local, en una especie de “Arca de Noé” para los nacionalistas del norte de Belfast. La población del distrito se amplió con la entrada de atemorizados residentes de las zonas circundantes. Su geografía también hacía que sus habitantes fueran particularmente vulnerables a la campaña lealista de asesinatos sectarios que se desplegó a partir de 1971. En última instancia, más del 50% de las víctimas de Ardoyne murió a manos de diversos grupos paramilitares lealistas, muchas de ellas por la mera razón de ser católicas. Al mismo tiempo, las pruebas cada vez más notorias de la extendida complicidad entre esos grupos lealistas y los cuerpos británicos de contrainsurgencia llevaron a muchos a preguntarse a quién correspondía la responsabilidad definitiva por una gran cantidad de aquellas muertes.

Sin embargo, como en otros lugares, el proceso irlandés de paz y la firma del AVS crearon el espacio necesario para que la gente de Ardoyne reflexionara y discutiera, a menudo por primera vez, sobre lo que habían soportado durante los últimos treinta años de violencia política. Hasta entonces, la necesidad de hacer frente a la realidad constante de la presencia militar del estado y la amenaza de los lealistas armados solía excluir el tiempo para la reflexión. Con la paz llegó la posibilidad de ésta. Fue un momento reflexivo también definido, no obstante, por la “agenda de las víctimas” promovida por los unionistas contrarios al acuerdo y la insensibilidad evidente de la política británica. En ese marco, unas treinta personas, incluyendo familiares de las víctimas, individuos interesados y representantes de grupos comunitarios, convocaron a una reunión en Ardoyne en julio de 1998, para discutir la “agenda de las víctimas” y explorar distintas posibilidades de conmemorar, a su manera, a sus propias víctimas en el conflicto. Luego, tras una serie de ulteriores reuniones ad hoc y muchas discusiones, surgió la idea de hacer un libro para conmemorar a los muertos. El resultado fue la constitución del Proyecto Conmemorativo de Ardoyne.


La participación en la verdad: el Proyecto Conmemorativo de Ardoyne

Mi marido murió hace 21 años y jamás vino nadie a preguntarnos nada sobre eso. Así que lo hicimos para que el resto del mundo viera y conociera todo lo que pasamos durante los trastornos. Al menos está allí (en Ardoyne: The Untold Truth), impreso. Los libros duran años y todavía van a estar mucho después de que la gente haya fallecido.22
Desde un principio, entonces, el ACP se concibió como una iniciativa comunitaria. Se conformó en torno de un comité elegido de ocho personas (luego reducido a cinco) y una “afiliación” más amplia de gente que se incorporó en distintas etapas y colaboró en diversas tareas (entrevistas, bases de datos, transcripciones, devolución de entrevistas revisadas, etc.). La participación comunitaria se consideró como una característica definitoria del proyecto, un elemento que orientaba su desarrollo y le daba forma. Durante todas las fases de su trabajo, el ACP hizo un gran esfuerzo por obtener los puntos de vista, las opiniones y la participación del conjunto de la comunidad. Con esta actitud se pretendía garantizar, en la medida de lo posible, que desde el inicio la comunidad se sintiera “dueña” y controlara la concepción, el proceso de investigación, la revisión, la devolución de materiales y la producción del libro. Quienes participaban en el proyecto eran de la idea de que la mejor manera de asegurar su integridad y poner en tela de juicio la “jerarquía de las víctimas” consistía en que el trabajo fuera llevado a cabo por la gente de la comunidad, y no por personas ajenas a ella. La clave era hacerse “dueños” del relato de la verdad y participar activamente en él.

La primera tarea enfrentada por el proyecto era la de establecer los parámetros necesarios para determinar a quiénes se incluiría. Como su objetivo primordial era ser un acto de conmemoración, se decidió que el libro daría cabida a todas las personas muertas como resultado del conflicto que hubieran nacido o vivido una parte sustancial de su vida en Ardoyne. En un comienzo la tarea pareció sencilla, pero ya veremos que a continuación surgieron una serie de problemas arduos y controvertidos. Pronto se comprobó que no existía una lista definitiva de víctimas. El proyecto comenzó el trabajo estableciendo una base de datos de éstas, sus familiares y amigos, a partir de un conjunto de fuentes que incluían una placa conmemorativa republicana existente en Ardoyne, libros, panfletos e informaciones transmitidas de boca en boca. Gran parte de esta información básica provenía de parientes y amigos de los asesinados que podían acercarse con facilidad a los integrantes del proyecto justamente porque éstos también residían en la zona. Este aspecto fue de particular importancia para obtener detalles de ex residentes de Ardoyne a quienes habían matado luego de mudarse del lugar. La base de datos fue objeto de una actualización permanente, y a medida que la investigación descubría más y más nombres, el total inicial de 75 personas aumentaba hasta llegar a 99. La creación y el mantenimiento de la base de datos fue una tarea enorme y que consumió mucho tiempo. Sin embargo, se trataba de una herramienta esencial para tomar contacto con los familiares, concertar las entrevistas y mantenerse al tanto del cotejo de los testimonios correspondientes a cada caso. En definitiva se realizaron un total de trescientas entrevistas.

Los miembros del proyecto acordaron tratar de entrevistar, siempre que fuera posible, a tres personas por cada víctima. El contacto inicial se hacía a través de un cónyuge o el familiar vivo más cercano. Por lo común, éste era luego el principal punto de contacto con el resto de la familia. A continuación se concertaban otras entrevistas con parientes, amigos y testigos presenciales (si correspondía). Todos los integrantes del proyecto redactaron y discutieron un plan de preguntas para las entrevistas. Se trataba de un cuestionario no muy estricto, que esbozaba ciertos temas y áreas generales que era preciso abarcar. El objetivo primario era intentar proponer un contexto en el cual la gente se sintiera lo más cómoda posible para contar su historia de la manera que juzgara adecuada. Se hacía hincapié, no obstante, en la necesidad de permitir que los entrevistados hablaran no sólo de la muerte sino también de la vida de la víctima. Esta actitud era vista como otro rasgo esencial del trabajo. No tardó en verificarse que las secuelas de la muerte y el impacto que ésta tenía sobre los supervivientes se convertían en un elemento central de los testimonios. El establecimiento de un historial conmemorativo del legado de la víctima para sus familiares no se contaba entre las metas originalmente previstas por el proyecto.

Antes de las entrevistas solía hacerse un contacto personal con el futuro entrevistado. En esa reunión inicial se le informaba sobre la naturaleza y la finalidad del proyecto y se le daba una somera idea del tipo de preguntas y tópicos que podrían tocarse. Luego se le preguntaba si estaba dispuesto a participar. Fueron muy pocos los que respondieron negativamente, por lo común porque sentían que la entrevista sería muy difícil y emotiva para ellos. En un caso, el rechazo de la posibilidad de prestar testimonio se debió a que la víctima había sido asesinada como presunto informante. Más adelante volveremos a esa situación. Si el potencial entrevistado o entrevistada aceptaba testimoniar, se concertaban un momento y un lugar para la entrevista. Las entrevistas, que se grababan, solían durar entre treinta minutos y una hora y media y se llevaban a cabo en el lugar elegido por los entrevistados, habitualmente sus casas. La manera de conducirlas evolucionó con el transcurso del tiempo. Se cometieron errores, sin duda, sobre todo en las primeras etapas, de ordinario como resultado de una falta de experiencia. Prácticamente todos los entrevistadores eran personas de la localidad que nunca habían hecho este tipo de trabajo; la curva de aprendizaje mostró un trazado muy empinado. En los comienzos del proceso se redactó un conjunto de lineamientos sobre la clase de problemas éticos que podrían surgir, y se lo discutió con la totalidad de los integrantes del proyecto. Sin embargo, con el paso del tiempo resultó evidente que los problemas éticos y otros se abordaban de manera abrumadoramente mayoritaria a través de la práctica y la discusión. El aspecto desventajoso de la falta de experiencia era parte del costo impuesto por el enfoque local del proyecto y es preciso verlo en comparación con otros puntos fuertes. El conocimiento local, el discernimiento de los valores y actitudes de la comunidad y algo más que una dosis justa de sentido común y “decencia elemental” eran cruciales para tomar muchas de las decisiones éticas y prácticas enfrentadas por el proyecto. Si tenemos en cuenta el tema que las motivaba, no es una sorpresa que las entrevistas fueran con tanta frecuencia una experiencia extremadamente emotiva y a veces perturbadora tanto para el entrevistado como para el entrevistador. Tras algunas deficiencias iniciales relacionadas con este aspecto, se advirtió a las claras la necesidad de incorporar algún tipo de apoyo consecutivo a la entrevista. Para ello se tomó contacto con grupos comunitarios de víctimas y supervivientes23 con experiencia en estos ámbitos, y los detalles proporcionados por ellos se pusieron en conocimiento de los entrevistados.

Tras la grabación y transcripción de la entrevista, un integrante del equipo del proyecto se encargaba de revisarla. Ya en una de las primeras etapas de este proceso se notó que la mayoría de los entrevistados estaban mucho menos preocupados por la integridad absoluta de su transcripción original “palabra por palabra” que por el nivel de coherencia, claridad y estructura narrativa de su relato. Tal vez sea una lección saludable para quienes trabajan en este campo advertir la necesidad de ser conscientes de que quienes brindan su testimonio suelen estar más interesados en que su relato se cuente con la mayor claridad y pertinencia posibles que en la “integridad” del texto. Éste fue un elemento que surgió, por cierto, en la fase de “devolución” del trabajo. Una versión inicial corregida de la transcripción de la entrevista se entregaba al entrevistado, que tenía las manos libres para modificar su testimonio según le pareciera conveniente. A continuación, la transcripción se reelaboraba para que en el libro figurara precisamente lo que el entrevistado deseaba. Con anterioridad a la publicación, también se permitió el acceso de los participantes a la totalidad del estudio del caso, incluidas las entrevistas con otros familiares, amigos y testigos presenciales. Si bien los entrevistados sólo podían hacer modificaciones a sus propios testimonios, tenían la posibilidad de señalar cualquier inexactitud o plantear sus inquietudes con respecto a otros testimonios incluidos en el ACP. La finalidad de este mecanismo era permitir a los participantes sentir que habían hecho una “apuesta” por el proyecto y el libro resultante, así como que contaban con un considerable control sobre lo que se decía de su ser querido. Otro gran beneficio del procedimiento consistió en garantizar la manifestación de las dificultades y desacuerdos y, en general, su resolución con anterioridad a la publicación del libro.

Una sensación de pertenencia resultó innegablemente evidente en oportunidad del lanzamiento de Ardoyne: The Untold Truth. En definitiva, el libro constó de unas trescientas cincuenta mil palabras, organizadas en torno a los estudios de caso de las noventa y nueve víctimas, cada uno constituido por dos o tres testimonios orales, y una serie de capítulos históricos (principalmente basados en materiales de historia oral) concebidos para dar un contexto a cada una de las muertes. En muchos aspectos, la noche misma del lanzamiento se convirtió en una forma de conmemoración. La reunión se celebró en el local de un club social y deportivo de Ardoyne, en el trigésimo tercer aniversario de la muerte de las primeras víctimas del lugar. Con la concurrencia de varios cientos de familiares y miembros de la comunidad, la noche de la presentación del libro fue la primera ocasión en que un grupo tan grande de residentes de Ardoyne se reunían para evocar a los muertos.


“La gente siempre selecciona”: “investigación participante” y acceso en el relato de la verdad

Creo que el éxito del libro consistió en permitir que la gente contara la historia con su propia voz. Por eso todo el mundo pudo identificarse con él, porque era su propia historia, y no contada por otra persona. Mostraba cómo sentían y veían las cosas, los movilizaba y la gente volvía a ser real. Ya no eran sólo una estadística o un nombre escrito en una pared. Los hacía revivir.24
Tras haber bosquejado el proceso utilizado por el ACP, es hora de examinar hasta qué punto esto permitió al proyecto penetrar en algunos de los silencios que habían rodeado el conflicto. Como antes señalamos, el tipo y desarrollo del ACP como iniciativa de “relato comunitario de la verdad” se vio favorecido, en gran medida, por un enfoque y un ethos locales y de raíces populares. El trabajo fue llevado a cabo casi en su totalidad por personas de la comunidad y, en consecuencia, puede definirse como una forma de “investigación participante”.25 Exploraremos aquí una serie de problemas importantes planteados por este tipo de trabajo para la transición posconflicto en sociedades divididas por la violencia. Sin lugar a dudas, las personas que proporcionaban sus testimonios vieron como algo significativo el control comunitario local del proceso. Sin embargo, acaso haya sido aún más crucial su sensación de estar en posesión de sus propias palabras y relatos y tener cierto control sobre ellos. Como veremos, esto tuvo implicaciones de trascendencia no sólo para los medios de llevar a cabo el trabajo de “relato de la verdad” sino también para sus fines.

Un buen número de autores han analizado los méritos y deméritos de la realización de “investigaciones participantes” en Irlanda del Norte y sociedades comparables que salen de un conflicto.26 Si bien difieren en algunas de sus conclusiones, estos comentaristas tienden a destacar la importancia de cuestiones como el “acceso”, la “presentación” del entrevistador y los puntos fuertes y débiles de la conducción de investigaciones de “una sola identidad” o “transcomunitarias” en sociedades divididas por la violencia. Desde el punto de vista de su personal, sus métodos de trabajo y su perspectiva, el ACP era en muchos sentidos casi imposible de distinguir de la “comunidad” investigada. Los autores de este artículo trabajaron como miembros del proyecto en colaboración con un conjunto de parientes de las víctimas, activistas comunitarios y otros grupos e individuos con intereses locales. Se incorporaron a él tras asistir a un acto público organizado por el ACP (“The forgotten victims”, agosto de 1998). Poco después, uno de los autores, Patricia Lundy, también se convirtió en miembro del comité. Al ser residente de Ardoyne, fue prontamente aceptada. El otro autor, Mark McGovern, es de Derry (a unos 120 kilómetros de Belfast), y fue el único integrante del proyecto no perteneciente a aquella localidad. En virtud de su identidad (religión, nacionalidad y postura política), podía describírselo como un “participante” del conflicto. Sin embargo, como no era de Ardoyne, su relación con algunos miembros y participantes del ACP no fue, en un inicio, del todo sencilla.

Al margen de cualquier otra cosa, esto sugiere que la oposición binaria relativamente franca de “propios” [“insiders”] y “extraños” [“outsiders”] que suele presentarse en la literatura académica sobre estos problemas acaso deba replantearse como una serie de círculos concéntricos. La entrada a cada uno de ellos depende de la posesión de diversos “certificados de honestidad”, las “credenciales” o experiencias de vida (antecedentes locales, lazos familiares y de amistad, historia política específica, etc.) que permiten una mayor familiaridad y acceso. El reconocimiento de tales distinciones puede contribuir a mejorar el diseño de proyectos de relato de la verdad y la asignación de tareas. Por ejemplo, si bien la falta de la “confianza” engendrada por la familiaridad puede ser un problema para la recolección de “datos”, es posible que el “extraño” que es a la vez “propio” aporte a su análisis una distancia perspicaz.

De manera aún más significativa, la investigación de seguimiento mostró con claridad que para la vasta mayoría de las personas involucradas, el interlocutor con el cual hablaban al brindar su testimonio era de una enorme importancia. Por ejemplo, cuando se le preguntó por qué era importante que la investigación fuera realizada por gente “de Ardoyne”, un miembro fundador del proyecto contestó lo siguiente:

El proyecto no podría haber existido si no lo hubiese hecho gente de la zona y respetada dentro de ella […] si hubiera sido un grupo de personas ajenas a Ardoyne o de otro país, las puertas habrían permanecido cerradas y la gente habría descolgado el teléfono. Ésa es la magia del proyecto, que es un proyecto local y de personas del lugar con las cuales la gente se puede identificar.27
En un tono similar, una mujer que dio su testimonio dijo que habría sido

bastante reservada en sus palabras si hubiese hablado con alguien de afuera […] Tiene sus pros y sus contras, supongo […] en realidad, uno podría estar un poco tenso con alguien que conoce porque no quiere decir [ciertas cosas] delante de esa persona […] Todo lo que puedo decir, y ésa es sin duda mi experiencia, es que me sentí cómoda sentada y hablando con alguien […] de quien sabía que era de mi comunidad.28
Otro entrevistado señaló que las circunstancias específicas de una comunidad de clase obrera muy unida como Ardoyne hacían que la cuestión del “acceso interno” fuera particularmente relevante:

Nuestra zona tiene un funcionamiento diferente de la mayoría de las otras, porque todo tiene que ver con el parentesco […] Si su familia no es de aquí, usted nunca averiguará nada. Así son las cosas, está muy arraigado. […] Entonces, es una manera distinta de abrir esa puerta, y creo que ustedes [el ACP] consiguieron la llave justamente porque eran gente de aquí.29
Hay otras barreras que pueden impedir el acceso a los “de afuera” en un lugar como Ardoyne. La experiencia de larga data de un conflicto que giró en torno de una “guerra de la información”, la vigilancia estatal y, en especial, el uso de informantes, puede tener un impacto muy concreto. Su resultado es una “cultura del secreto” y una desconfianza arraigada hacia los “extraños”. Tal como lo expresó uno de los entrevistados:

En los últimos treinta años se desarrolló una especie de subcultura en zonas como Ardoyne, y la gente sólo dirá ciertas cosas a cierta gente y sólo se sentirá cómoda en presencia de ciertas personas.30
Hay muchas cosas que el investigador “externo” puede hacer para aliviar esas inquietudes. Sin embargo, también existe la necesidad de reconocer que lo que es (y lo que hace) actuará como gran factor limitativo de su capacidad de acceso a los puntos de vista, opiniones y experiencias reales de los miembros de la comunidad.

Esta discusión ejemplifica lo que Tamar Hermann señaló como la primera ventaja de los investigadores “internos” que realizan trabajos en “sociedades divididas por la violencia”: hablan, literal y metafóricamente, “el mismo lenguaje”.31 Esto permite un discernimiento y un acceso que sencillamente no están al alcance del “extraño”. Sin embargo, el reverso de esta medalla, como Hermann también sostiene con acierto, es que el “propio” puede cargar con un “bagaje emocional” susceptible de influir sobre sus análisis. De manera similar, el mismo “certificado de honestidad” que le permite acceso y familiaridad en el trato con los miembros de su “propia” comunidad tiene el efecto contrario a la hora de hablar con el “otro”. El ACP se vio por cierto frente a estos problemas, acentuados, además, por el hecho de que algunos de sus miembros solían estar muy identificados públicamente con el movimiento republicano. En muchos aspectos esto era una ventaja importante. Para algunas personas era realmente imperativo, pues les permitía hablar con franqueza. Por lo común, el hecho de conversar con alguien que “hablaba su lenguaje” autorizaba a los participantes a expresarse con libertad, en la creencia de que “uno de los suyos” sería incapaz de utilizar la información en su perjuicio. La importancia de este aspecto no puede subestimarse, y quizás encuentra su mejor ilustración en un ejemplo en el cual esa empatía estaba ausente. Una mujer del lugar fue entrevistada sobre acontecimientos ocurridos más de treinta años atrás por el autor “extraño” que a la vez era “propio” (esto es, no de Ardoyne, pero sí de Irlanda del Norte). En un momento, éste le hizo una pregunta acerca de una prensa utilizada por un grupo republicano local, que ella, en 1970, había ocultado en su desván durante un tiempo. Al principio la mujer mostró extrema renuencia a discutir el asunto, pero modificó su actitud cuando otro miembro del proyecto que estaba presente (y a quien ella conocía bien) le aseguró que la información, correspondiente a tres décadas antes, no sería utilizada por las autoridades.

La composición del proyecto también garantizó el uso de canales de comunicación que permitían un esclarecimiento de ciertos sucesos y experiencias. Esto se cristalizó en el caso de una víctima cuya muerte se había atribuido durante más de veinte años a los lealistas. Gracias a su capacidad de recurrir a esos canales de contacto, el ACP pudo establecer con algún grado de certidumbre que, en realidad, la muerte había sido responsabilidad de los republicanos locales, como consecuencia de una confusión de identidades. Este descubrimiento permitió, al menos a la familia, saber algo más sobre las circunstancias precisas de la muerte. También les brindó la posibilidad de buscar una disculpa pública de la organización en cuestión.

Sería en extremo ingenuo, sin embargo, suponer que, en el caso de otras personas que daban testimonio, la identificación de algunos miembros del proyecto como individuos de inclinaciones republicanas implicaba la ausencia de una cuidadosa “selección” de lo que decían y la manera de decirlo. Según argumentó otro entrevistado:

Uno de los obstáculos para que la gente no abriera del todo la puerta podría haber sido [el modo como] percibían a algunas de las personas encargadas del cuestionario […] digamos, por ejemplo, que uno pertenece a una organización que fue responsable de tal o cual cosa […] [piensa] “no quiero que se disguste conmigo, porque sé que usted tiene ese poder en sus manos”. Entonces empiezo a hablarle de una manera que lleva a la discusión […] la gente siempre selecciona, siempre observa.32
Este problema fue particularmente manifiesto en los casos en que el IRA local había matado a la víctima por su presunta condición de informante. Dichos casos se contaron entre los más difíciles que el proyecto tuvo que enfrentar y las pasiones seguían exaltadas cuando se hablaba de ellos. El hecho de que algunos de los integrantes del proyecto se hubieran identificado como republicanos puede haber tenido cierta influencia sobre esta situación. En uno de los casos aludidos, la familia de una víctima se negó a dar una entrevista previa a la publicación del libro, aunque luego dijeron lamentar esa decisión. Por una parte, esto plantea con claridad algunas cuestiones en torno del manejo de las percepciones sobre la naturaleza y el propósito de un trabajo de estas características. Sin embargo, también debería alertarnos sobre la inconveniencia de conceptualizar la “comunidad” como homogénea y subestimar las tensas realidades de la división en su seno. La “comunidad” es en sí misma un constructo, tal como lo es la idea de “una sola identidad”. Como secuela de un conflicto violento, la necesidad de mitigar el trauma y reparar las divisiones dentro de una “comunidad” (así como entre comunidades) es una de las funciones clave de la investigación de una identidad supuestamente “única”. Más adelante volveremos a este tema.

Algunos familiares tenían muchas sospechas con respecto a la existencia de una “agenda oculta” alrededor de toda la cuestión de las víctimas, y esa actitud también se trasladó al ACP. Si bien constituían una minoría de las personas con quienes se conversó como parte de la investigación de seguimiento, esos entrevistados mostraban un gran recelo en lo concerniente a la oportunidad y el modo de aparición de la discusión y el debate sobre los legados del pasado. Algunos sentían que la situación formaba parte de las maniobras y maquinaciones políticas generales del proceso de paz, como se desprende del comentario de un familiar:

Habría muchas sospechas de que ésta es una posible carta para jugar por debajo de la mesa. Ésa es la preocupación, fundamentalmente que exista un “trueque”. Ya sabe, [los partidos políticos van a decir] “ustedes no hablen de esto y nosotros no hablaremos de aquello”. La gente tiene muchos recelos con eso.33
En un plano más amplio, esos sentimientos apuntan a una tensión muy concreta entre los objetivos y necesidades individuales de los parientes de las víctimas y los fines societales de los procesos de relato de la verdad posconflicto. Según lo han señalado una serie de comentaristas de los procesos formales e institucionalizados de recuperación de la verdad, siempre existe la inquietante posibilidad de que los familiares hagan suyo un discurso de “reconciliación” motorizado por la política que en definitiva los dejará doblemente traumatizados.34 Lo que podríamos denominar imperativos “terapéutico” y de “construcción de la nación” de los procesos de relato de la verdad son, con frecuencia, incómodos compañeros de cama. Tal como lo sugieren las críticas antes mencionadas, los procesos más orientados hacia la comunidad no son enteramente inmunes a esta acusación. Sin embargo, pueden estar en mejores condiciones de asegurar que los macrofines del relato de la verdad (si bien necesarios) no se pongan por encima de la significación que para los familiares de las víctimas tiene el hecho de hablar.

En ese contexto, la cuestión de la propiedad surgió en cuanto tal como un aspecto clave del método de trabajo del ACP. La etapa de “devolución” tuvo en ese sentido un papel crucial. La mera cantidad de trabajo generada por ella extendió varios años la duración del proyecto. Se la consideró, no obstante, como una de las coyunturas clave en las que el ACP podía democratizar el proceso de investigación. En las entrevistas de seguimiento realizadas luego de finalizado el proyecto, el consenso abrumadoramente mayoritario de quienes dieron su testimonio –no hubo excepciones, en realidad– fue que ese nivel de control editorial engendraba una sensación de propiedad individual y colectiva. Un familiar, ex representante político local, lo expresó del siguiente modo:

¿Mi participación en él? Me pareció que me daban la oportunidad de revisar lo que había dicho en la entrevista [y] hacer modificaciones a mis comentarios. […] Ojalá hubiera tenido los mismos derechos en todas las entrevistas que he dado, pero fue la primera vez que me ocurrió.35
Otro reflexionó no sólo sobre su propia experiencia sino sobre la de otras personas que habían dado testimonio y con quienes había hablado:

Lo bueno del proyecto era que fue la primera vez que se preguntó a la gente. La gente tenía el control y podía decir lo que quisiera, y cuando le devolvían los testimonios […], sé por algunos vecinos que la gente decía “no quiero que lo pongan así, no se lee como yo pretendía”. Entonces lo sacaban y eso significaba devolverles el control, lo cual los ponía bastante contentos. De alguna manera los ayudó a describir quiénes son y qué sentían en esa época.36
Es evidente que el hecho de dar su testimonio era para la mayoría un proceso extremadamente doloroso y difícil. No obstante (y si bien hubo excepciones a la regla), los entrevistados afirmaron, una vez concluido el proyecto, que su participación había sido una experiencia positiva y catártica. Lo que puede ser de igual significación es que la experiencia de testimoniar, el momento de hablar, era sólo un aspecto del resultado catártico. Para muchos tuvo la misma importancia el momento de ver sus palabras en negro sobre blanco. La aguda sensibilidad del tema en discusión hacía que la gente sintiera una extraordinaria vulnerabilidad al revelar, de una manera tan pública, experiencias sumamente personales. Al margen de los beneficios prácticos representados por la posibilidad de aclarar cualquier problema o error, la fase de “devolución” prevista inducía al dador de un testimonio a tener una sensación de agencia sobre la representación de su propia memoria. Ese control editorial proporcionado a los entrevistados fue el “momento de decisión” ejemplar en que la participación en gran escala y la capacidad de acción de los participantes se transformaron en objetivos superadores de cualquier otra inquietud.37 Podrían plantearse, sin duda, muchas advertencias con respecto a esta pretensión de resituar el control. No es posible negar, por cierto, que los autores y los demás miembros del equipo del proyecto ejercieron su influencia sobre el carácter de los textos en muchas etapas del proceso. Sin embargo, la “fase de devolución” también motivó, indudablemente, una extendida participación comunitaria, generó un diálogo y contribuyó a solucionar una serie de cuestiones no resueltas. Quizás ilustre, asimismo, un aporte clave que el relato comunitario de la verdad puede hacer al trabajo en este campo. Además de brindar una oportunidad de “dar voz” que, como consecuencia, podría tener cierta influencia pública o política, ese trabajo puede tener en sí mismo un resultado específico para los participantes. Gran parte del valor del proyecto reside en el acto de hablar y controlar el producto del discurso, así como en las posibles consecuencias de ser públicamente escuchado.


¿“Ardoyne es todo uno”? El valor de la inclusividad

El punto esencial es básicamente que todos los que murieron como resultado directo del conflicto fueron víctimas. No debería importar si la persona murió por ser informante del IRA, porque quedó en medio del fuego cruzado del IRA o porque la mataron los soldados británicos, el RUC o los lealistas. Cada uno de ellos fue una víctima.38
En los primerísimos días de su existencia, el proyecto se enfrentó a la necesidad de definir con precisión quiénes eran las víctimas que se incluirían en el libro. Si bien en un principio la cuestión pareció relativamente sencilla, pronto demostró que no lo era en absoluto. Los fundamentos para la inclusión fueron objeto de muchas discusiones y esto suscitó un profundo examen de conciencia para determinar cuál debía ser exactamente, a juicio de cada uno, el objetivo del proyecto. Luego de un proceso de amplia consulta se llegó a la decisión de que el proyecto se concentrara en todas las víctimas que, en algún momento de su vida, habían residido en Ardoyne, con prescindencia de la identidad de quienes les hubieran dado muerte. De este modo se fijaron desde el inicio algunos límites importantes al alcance de la inclusión. Por ejemplo, no se contarían las historias de una serie de personas que habían sido asesinadas en Ardoyne pero no eran de esta localidad. Si bien entre ellas había civiles nacionalistas y republicanos activos de otras zonas, la decisión también implicaba que el libro no se ocuparía de la muerte de los aproximadamente veintiocho integrantes de las fuerzas de seguridad caídos en el lugar. A decir verdad, es improbable que el distrito hubiese manifestado un amplio apoyo a la idea de la inclusión de esas víctimas dentro del marco del proyecto. Otro factor clave fue la lisa y llana inviabilidad de un proceder semejante para un proyecto comunitario basado en Ardoyne. Sin embargo, el ACP nunca pretendió dar a entender que el sufrimiento de los familiares y comunidades de las otras víctimas era en sentido alguno menos digno de nota. El ethos fundamental del proyecto era la necesidad de respetar el duelo de todos, pues todas las víctimas son iguales y nadie tiene el monopolio del dolor y la pérdida.

La exclusión de las voces de Ardoyne de la memoria predominante del conflicto se sentía con mayor agudeza desde el punto de vista de las víctimas de la violencia estatal. Eran ellas quienes, para muchos residentes de la zona, ocupaban sin merecerlo el escalón más bajo de la “jerarquía de victimización”. En opinión de numerosos habitantes de las áreas nacionalistas y republicanas, el estado y los medios promovieron a largo plazo una interpretación equívoca del conflicto como una “guerra intercomunitaria de dos tribus”. En consecuencia, esta concepción excluía a los organismos estatales como parte activa del conflicto. Según lo expresó uno de los participantes en el proyecto, el informe Bloomfield parecía haber extendido esa exclusión al debate de las “víctimas”, porque “sentó las bases para la perpetuación del mito de que los lealistas y los republicanos eran los malos y las fuerzas de seguridad no hacían más que tratar de mantener a raya la situación”.39 Por lo tanto, para muchos familiares de víctimas de la violencia estatal era imperativo “prestar testimonio” en relación con lo que veían como un relato oculto del conflicto. Además, la impunidad con que los agentes estatales habían recurrido a la fuerza letal reforzaba su sensación traumática y el deseo de dar más pasos en procura de una justicia posconflicto. La ambición de “prestar testimonio” fue también un factor motivador determinante para otras víctimas, aunque en su caso era más probable que el sentido de justicia cobrara cuerpo en el momento de hablar, tal como lo expresó un familiar: “puedo decir que la historia de mi hijo ha sido contada, y eso me pone contento. Al menos estará allí para que la gente la vea y sepa la verdad, su verdad”.40

El deseo de contar las historias de las voces excluidas de las víctimas de la violencia estatal fue, entonces, un factor motivador clave para el proyecto. Sin embargo, los integrantes de éste también eran muy conscientes de la necesidad de evitar la creación de una “jerarquía alternativa de victimización”. En consecuencia, la decisión de incluir a todos los residentes de Ardoyne que hubieran sido asesinados y cuya suerte fuera conocida por el proyecto fue de la máxima importancia. La intención era que ninguna víctima quedara excluida en razón de sus creencias religiosas o políticas, las circunstancias de la muerte o el agente responsable de ésta. Dada la composición de la localidad, la lista de víctimas de Ardoyne muestra un predominio invariable de personas de procedencias específicas. Con todo, entre los noventa y nueve nombres es posible encontrar protestantes unionistas, así como católicos nacionalistas, civiles y combatientes, personas muertas por el RUC, el ejército británico, paramilitares lealistas y republicanos irlandeses. De manera análoga, si bien no se incluía a ningún efectivo del ejército británico que no fuera de Ardoyne, sí correspondía la incorporación de residentes del distrito que hubieran pertenecido con anterioridad a las Fuerzas Armadas de Gran Bretaña. El caso de tres hombres en esta situación es ilustrativo del cuadro matizado y complejo del conflicto que surge cuando se adopta ese proceder. Uno de ellos cayó víctima en 1972 de los disparos sectarios y al azar efectuados por lealistas desde un automóvil en marcha.41 Otro, que había pedido la baja del ejército británico al estallar el conflicto, murió en su condición de miembro activo del IRA en 1976.42 El tercero, que había vuelto a Ardoyne tras dejar poco tiempo atrás el ejército británico, fue muerto a tiros por el IRA como presunto informante, en 1977.43 Las familias y amigos de los tres contribuyeron con sus testimonios al proyecto.

Junto con la entrega de sus testimonios corregidos a los entrevistados con anterioridad a la publicación, la decisión de incluir a todas las víctimas de Ardoyne fue probablemente la más importante tomada en el proyecto. Se suscitaron así muchas y muy delicadas cuestiones, sobre todo en el caso de las cuatro víctimas asesinadas como presuntos informantes. Es posible que dentro de la propia localidad éstos fueran los casos más difíciles de abordar. En algunas circunstancias implicaban, por ejemplo, la inclusión de una víctima a quien otra familia consideraba sospechosa de haber proporcionado información que resultó en la muerte de su ser querido. En una zona como Ardoyne existe también una cultura de la vergüenza y la culpa asociadas a la acusación de ser un informante. Con frecuencia, esto tenía un impacto devastador sobre las familias de los acusados, lo cual agravaba su dolor y lo hacía prácticamente invisible aun en el contexto de su propia comunidad. Para esas familias, la posibilidad de “hablar en voz alta” de la muerte de sus seres queridos a través del trabajo del ACP fue con posterioridad una tarea más ardua, pero con una significación potencial más profunda. Sin embargo, los participantes en el proyecto comenzaron a notar que, por espinosos que fueran esos casos, el hecho de ocuparse de ellos tenía consecuencias que nadie había previsto en un primer momento. Así describe la situación uno de los miembros más importantes del ACP:

Algunos de los casos eran muy pero muy delicados e intrincados. Supongo que la clave consistía en ser sensible, tratar de entender de dónde venía la gente e intentar abrir un camino que permitiera a ese familiar en particular […] adentrarse con uno en él sin poner en riesgo su posición. […] Era como caminar sobre cáscaras de huevo […] era muy, muy importante ganarse la confianza de la gente […] Pero comenzamos a darnos cuenta de que, en realidad, la fortaleza del proyecto iba a estar en las cosas que veíamos como puntos débiles. Ya sabe, esas cosas que uno tenía miedo de manejar, miedo de tocar y miedo de enfrentar, llegaron a ser los verdaderos puntos fuertes.44
Esa “fortaleza” radicaba en la apertura de un espacio para el diálogo dentro de la comunidad, en torno de tópicos y cuestiones antes marcados por el silencio. El caso de los presuntos informantes fue el momento arquetípico, mientras que con anterioridad la cultura política predominante de la comunidad había impedido el discurso alrededor de este aspecto del conflicto. Vista la posición política conocida de algunas de las personas participantes en el proyecto, dentro de ciertos ámbitos existía la sospecha innegable de que las opiniones, perspectivas y acontecimientos contrarios serían ignorados. Según lo expresó un familiar (que tenía presentes los casos de víctimas del IRA): “Me preocupaba la posibilidad de que el libro buscara excusar o perdonar ciertos actos o disimular ciertas cosas”. El problema de los informantes había sido un tema “tabú” y, como tal, su abordaje tuvo un impacto social y psicológico que ninguno de los miembros del proyecto había sospechado en un comienzo. En muchos casos, la cuestión permitió la manifestación de una serie de emociones, experiencias y recuerdos contenidos e inarticulados, tal como lo describe el siguiente entrevistado:

A través de todo el asunto de los informantes, el libro liberó realmente los pensamientos de la gente, porque estábamos muy satisfechos de que estuvieran allí, pudieran llorar y hacer todas las cosas y tener todo ese apoyo. Porque era como si, cuando [la muerte] les sucedió concretamente, aunque la gente hubiese simpatizado con ellos o se hubiera condolido, nadie lo demostró aquí salvo en secreto […] cuando alguien era asesinado […] ya sabe, sus hermanos y hermanas, su madre y su padre y la mayoría de las veces hasta uno mismo conocía a la persona muerta […] así que [el libro] fue bueno porque hubo un proceso curativo que tenía que darse en el distrito.45
Tradicionalmente, la asistencia a velatorios y funerales es una forma muy importante de poner de manifiesto el reconocimiento y el apoyo personales y comunitarios dentro de la cultura irlandesa católica y de clase obrera de Ardoyne. Lo que resultó claro en este caso es que las exigencias de la guerra habían impedido hacer esa demostración ante algunas víctimas y familias, y esa omisión dejó su marca no sólo en ellas sino también en un círculo mucho más amplio de personas pertenecientes a la comunidad. Era significativo, por ejemplo, que muchos familiares (incluso los de republicanos activos) expresaran su alivio al constatar que las experiencias de esas familias no habían sido excluidas, porque como consecuencia de ello podían sentirse más cómodos al aportar sus propios testimonios.

En cierto sentido, el problema del reconocimiento de los presuntos informantes se convirtió en el elemento emblemático de un proceso más vasto de tratamiento de los legados del conflicto dentro de la zona, tal como lo señaló uno de los entrevistados:

Una enorme parte [del impacto del libro] se debió para mí al hecho de desbloquear toda una emoción de la comunidad, darle una voz y definir una comunidad sin barreras, cosa que en mi opinión era tremendamente importante. El libro no dice que esto es para la gente que fue muerta por a, b o c. No, se trataba de la gente que había muerto, ya fuera a tiros o volada por las bombas de quien fuese; el libro iba a contar su historia.46
Esas reacciones ante la inclusión de los casos de supuestos informantes demuestran la importancia de abordar una serie de tensiones y divisiones internas en lo que a menudo parece ser, para el mundo exterior, una comunidad homogénea. En Ardoyne siempre hubo diferencias de perspectiva y posición con respecto al significado del conflicto, cosa nada sorprendente luego de treinta años de una guerra de baja intensidad a menudo secreta y “sucia”. Esas diferencias también dejaron un legado de desconfianza, trauma y silencio que puede ignorarse con demasiada facilidad si lo único que cuenta es una perspectiva “intercomunitaria” sobre la transición posconflicto.


¿”Verdad nunca dicha”? Las fortalezas y debilidades de la parcialidad

Existe la necesidad de admitir que la verdad es una cosa multifacética, sumamente subjetiva, y que debe reconocerse y aceptarse como tal. En efecto, la esperanza de que una comunidad pueda beneficiarse al contar su historia se basa en el hecho mismo de que tiene que contarla desde su propia perspectiva.47
La creación de este “diálogo interno” a través del principio de inclusividad podría verse como uno de los principales logros del ACP. Sin embargo, hubo límites a la inclusión que tuvieron importantes repercusiones sobre la visión y recepción del proyecto en otros lugares. Una vez concluido éste, los autores entrevistaron a representantes de las zonas unionistas protestantes de las cercanías, para calibrar su respuesta y reacción. En parte, el propósito de esa iniciativa era desarrollar y popularizar el modelo de relato comunitario de la verdad que habíamos puesto en práctica. La esperanza era que otras comunidades, de cualquier color político o étnico, lo vieran como algo que también ellas podían adoptar. Si bien las respuestas distaron de ser uniformes, muchos aspectos del proyecto se consideraron bajo una luz muy positiva. En cuanto activistas de raigambre popular, esos entrevistados tenían plena conciencia de la sensibilidad de sus propias comunidades de clase obrera ante lo que se veía como una interpretación mediática y académica errónea planteada desde afuera. Según lo ilustra la cita antes mencionada, también existía la creencia de que la “verdad” debía depender en gran medida de la posición, la perspectiva y la experiencia de la comunidad en cuestión. En ese sentido, la idea de un relato comunitario de la verdad fue objeto de una favorable recepción. Sin embargo, esto es sólo una parte del cuadro. Algunos también juzgaron esa comprensión relativista de la naturaleza de la “verdad” en términos mucho más negativos y por momentos airados. La “verdad nunca dicha” presentada por el ACP se consideraba “parcial”, en el sentido tanto de “tendenciosa e injusta” como de “no total e incompleta”. El enojo manifestado se refería sobre todo a la ausencia de ciertas voces en el relato de Ardoyne. Es necesario, en otras palabras, reconocer que la misma naturaleza interna del proyecto implicaba algunos costos, y no sólo beneficios, en la búsqueda de la verdad.

La situación se reflejó parcialmente en la dificultad de ganar la confianza de algunas de las familias. Si bien el ACP procuraba presentar los testimonios de todos las víctimas conocidas del conflicto en Ardoyne, con prescindencia de su religión o sus convicciones políticas, el acceso a los parientes y amigos de los muertos unionistas y protestantes distó de ser fácil. A pesar de los grandes esfuerzos realizados, la falta de canales comunitarios de contacto demostró ser un obstáculo insuperable, al menos en un caso. Esto fue bastante problemático, pero las entrevistas efectuadas luego de la conclusión del proyecto sacaron a la luz una limitación tal vez más reveladora en la búsqueda de la inclusividad. Quizá sea útil exponer aquí algunos antecedentes. A principios de la década de 1970, Belfast (y en particular su zona norte) fue testigo de un movimiento masivo de la población civil. La intensificación del conflicto impulsó a la gente a buscar seguridad en las zonas donde sus correligionarios constituían una mayoría. Entre esos refugiados internos, el porcentaje más elevado estaba compuesto por nacionalistas que abandonaban los lugares dominados por los unionistas para instalarse en presuntos “baluartes comunitarios” como Ardoyne. Sin embargo, en la zona también se dio un éxodo de lo que había sido una presencia protestante y unionista de larga data en algunas de sus calles. La situación fue la consecuencia de la intimidación directa, una sensación creciente de inseguridad o el intercambio de viviendas con la gran cantidad de familias nacionalistas que procuraban mudarse a Ardoyne por su propia seguridad. El proceso culminó con los acontecimientos del 9 de agosto de 1971. Ese día, las incursiones en las zonas nacionalistas del norte, lanzadas antes del alba por el ejército británico, marcaron el comienzo del confinamiento y un enorme agravamiento en el carácter y la escala del conflicto. En Ardoyne murieron tres personas y los combates armados no tardaron en asolar la localidad. En ese clima de tensión en aumento, 194 familias unionistas protestantes, concentradas en tres calles al norte del distrito, se mudaron en masa, dejando tras ellas sus casas incendiadas.

Más de treinta años después de tales sucesos se puso en evidencia, como en el caso de los testimonios de los familiares de los muertos incluidos en el libro, que esos recuerdos habían dejado una marca imborrable en las personas presentes en aquellos momentos. En algunos de los ex residentes unionistas protestantes de Ardoyne, al menos, la memoria de esas experiencias salió rápidamente a la superficie cuando se discutían el contenido y el carácter de Ardoyne: The Untold Truth.48 También era notorio que la ausencia de sus experiencias en el trabajo del ACP llevaba ahora a algunos a considerarse las “voces excluidas” del conflicto.

Esta situación arroja luz, asimismo, sobre una importante limitación del trabajo del proyecto y el tipo de dificultades que surgen al llevarse a cabo una investigación tan delicada “a través de la divisoria”. La inserción en una comunidad determinada puede haber sido un requisito previo para emprender el trabajo, pero también definió su alcance. El proyecto pretendía incluir en su campo de acción a todas las víctimas que hubieran nacido o vivido durante un período significativo en la zona. Sin embargo, no se sabe si alguno de esos ex residentes protestantes terminó por ser víctima del conflicto. Más importante aún, esto ni siquiera se reveló efectivamente como un problema hasta después de finalizado el proyecto. Si bien éste pretendía ser incluyente (y en verdad se incorporó a todas las víctimas conocidas, independientemente de su condición o del organismo responsable de su suerte), la realidad de la división comunitaria influyó sobre la eficacia y el alcance de esa inclusividad. El círculo de acceso interno no es fácil de conciliar con el deseo de inclusión y el dilema de la potencial parcialidad. El investigador que trabaja con “uno de los suyos” puede tener la ventaja de una “familiaridad directa”, pero ésta tiene su paralelo en una falta de acceso y comprensión cuando intenta trabajar con la “otra comunidad”.49 El camino de la investigación conjunta puede ser una respuesta a esta dicotomía. Pero no deben subestimarse los recelos suscitados por ese “trabajo conjunto”, que tendrán, también aquí, una incidencia potencialmente profunda sobre la disposición de los participantes a revelar sus sentimientos y experiencias de la manera menos emotiva posible. La apertura de un espacio público entre proyectos específicos, y no dentro de ellos, es acaso la clave para destrabar este problema en particular. La constante vigencia de la división comunitaria en sectores del Norte donde el conflicto tuvo su impacto más devastador es una realidad que los investigadores de campo de la zona deben reconocer. Un proyecto de investigación que se proponga “cruzar la divisoria” puede tropezar con grandes inconvenientes a la hora de generar el nivel necesario de confianza para producir testimonios significativos.



CONCLUSIÓN: ADENTRARSE EN LOS SILENCIOS INTERNOS

El contexto actual de gran parte de este análisis es la difusión creciente de que disfruta hoy en Irlanda del Norte la idea de establecer algún tipo de mecanismo formal de relato de la verdad. En un nivel oficial, la situación tuvo una ilustración reciente en la muy publicitada visita a Sudáfrica del parlamentario Paul Murphy (actual secretario de estado británico para Irlanda del Norte). A su regreso, Murphy señaló que “el conocimiento de las historias de los ‘Trastornos’50 forma parte de la construcción de una nueva sociedad”.51 Sus palabras siguieron a la primera declaración pública sobre la cuestión de un posible “proceso de la verdad”, hecha por el primer ministro británico, Tony Blair, a principio de abril de 2004. Un día después, el secretario Murphy anunció la apertura de un período de consulta sobre el modo de “recordar el pasado”, con una duración probable de alrededor de un año.

Es evidente que ha habido un apartamiento oficial del anterior imperativo de no ocuparse de los legados del pasado. Dos factores pueden explicar este cambio de actitud. En primer lugar, el deseo del estado británico de evitar más investigaciones judiciales de los acontecimientos pasados. El catalizador inmediato de las intervenciones de Blair y Murphy en el debate en torno del relato de la verdad fue la publicación del informe Cory sobre las acusaciones de connivencia en cuatro casos de alto perfil entre la seguridad y las agencias de inteligencia estatales y los grupos paramilitares. Cory, un juez canadiense retirado, constató que había fundamentos para emprender nuevas investigaciones en cada uno de los casos en cuestión. Su pronunciamiento fue posterior a la publicación parcial del informe condenatorio compilado por Sir John Stevens, jefe de la Policía Metropolitana de Londres, en abril de 2003.52 Stevens comprobó que había pruebas de una complicidad sistemática y extendida entre las unidades de contrainsurgencia del estado y los lealistas en la implementación de una campaña de asesinatos prolongada durante muchos años. Otros casos, algunos procedentes de los tribunales europeos, esperan entre bastidores. En vez de permitir que este persistente abandono de la ficción de la imparcialidad y legalidad de las fuerzas estatales del pasado eclipse el control de la situación posterior al conflicto, un mecanismo de constitución de relatos “generalizados” resulta cada vez más atractivo tanto para ministros como para funcionarios de alto rango.53

El segundo factor clave es el actual estancamiento de la vida política de Irlanda del Norte. Las elecciones recientes mostraron el crecimiento de los dos partidos de más fácil identificación con los extremos del ambiente político bipolar del Norte.54 Los resultados de las elecciones parlamentarias, locales y europeas en 2003/2004 permitieron el surgimiento del Partido Unionista Democrático (Democratic Unionist Party, DUP) y el Sinn Fein como las voces dominantes de la opinión unionista lealista y nacionalista republicana, respectivamente. Debido a ello, los intentos de transferir poderes a un gobierno local han tropezado hasta ahora con mayores dificultades. Ha habido muchas especulaciones con respecto a que el paso lógico siguiente es la concertación de un “mega acuerdo” para alcanzar un nuevo y más sustentable reparto político. A su vez, el desarrollo de alguna forma de proceso de “relato de la verdad” se ve como parte integrante de ese desenlace. En otras palabras, la mayoría de las partes involucradas en la transición de Irlanda del Norte, si no todas, advierten los crecientes beneficios políticos de propiciar uno o varios mecanismos de relato de la verdad, explícitamente concebidos para ocuparse de los legados del pasado.

Al mismo tiempo, estos acontecimientos han obligado a la clase política a prestarles atención, debido al creciente interés popular en tales cuestiones. Sin embargo, se ha puesto de manifiesto una significativa división comunitaria de la opinión. La mayoría de los grupos de víctimas unionistas protestantes se opone a la creación de un mecanismo de relato de la verdad. Las organizaciones pertenecientes a la comunidad nacionalista católica, y en especial las de orientación más notoriamente republicana, muestran una actitud mucho más receptiva. Esto se ejemplificó en septiembre de 2003 con la publicación de un documento de consulta a la comunidad elaborado por Eolas, un agrupamiento informal de organizaciones de víctimas nacionalistas y republicanas y otras asociaciones comunitarias, entre las cuales se cuenta el Proyecto Conmemorativo de Ardoyne.55 Si bien muchas de estas iniciativas pueden ser recibidas con beneplácito, el contexto esbozado en los párrafos precedentes también presenta algunos problemas y dilemas importantes sobre el tipo de proceso que puede resultar de ellas, así como las metas conflictivas que tal vez se proponga alcanzar. En especial, aunque se habla mucho del establecimiento de un proceso “encabezado por las víctimas”, hay muy poca claridad con respecto a su significado exacto y cómo se satisfarán las necesidades de esas “víctimas”.

En este contexto, algunas de las lecciones extraídas del trabajo del Proyecto Conmemorativo de Ardoyne pueden ser particularmente pertinentes. Si se pretende implementar un proceso verdaderamente conducido por las víctimas, esa característica tendrá significativas consecuencias para su finalidad, organización y modus operandi. Del trabajo del ACP se desprendió con claridad que las iniciativas comunitarias descentradas podían desempeñar en varios aspectos un papel importante. Los “propios” que gozan de la confianza de comunidades profundamente recelosas de los extraños pueden aportar a cualquier proceso un grado de discernimiento, acceso y legitimidad que en otras circunstancias sería inalcanzable. Sin embargo, esto debería acompañarse con la propuesta de caminos alternativos para los potenciales dadores de testimonios que puedan sentirse incómodos o amenazados al hablar con alguien de su propia zona.

Aún más importante es la necesidad de poner a quien presta testimonio en el centro de cualquier proceso de toma de decisiones. La participación y el control fueron medios clave gracias a los cuales el trabajo del ACP tuvo algunos efectos “curativos” y de “cierre”. Pese a las dificultades que podrían entrañar, se trata de principios operativos que deberían incorporarse a cualquier proceso societal más general. De manera similar, al concebir la estructura de un dispositivo de relato de la verdad es preciso tener presentes las pesadas herencias, en gran parte ignoradas, que dejan los conflictos, tanto dentro de cada comunidad como entre comunidades. En este aspecto, los principios de la inclusividad y la igualdad de todas las víctimas son absolutamente centrales. Sólo a través de ese enfoque puede emprenderse la búsqueda de un nuevo abordaje colectivo del pasado, abierto y diverso pero abarcativo. El proceso que no tome en cuenta esas cuestiones no hará probablemente sino perpetuar los espacios mismos de silencio empecinado que el relato de la verdad pretende dejar en la historia. La verdad producida por cualquiera de esos procesos sólo será válida o valiosa si consigue penetrar en los silencios internos.


Traducción de Horacio Pons



NOTAS

1. Título original “Inside Silence: The Ardoyne Commemoration Project, Community-based Truth-telling and Post-conflict Transition in Northern Ireland” (julio de 2004).

2. Representante de la comunidad de Ardoyne, entrevistado por los autores. Ardoyne, noviembre de 2003.

3. El conflicto de Irlanda del Norte se extendió entre 1968 y 1998 y causó unas tres mil seiscientas muertes.

4. Ardoyne Commemoration Project. Ardoyne: The Untold Truth. Belfast: Beyond the Pale Publications, 2002.

5. La investigación de seguimiento se llevó a cabo entre 2003 y 2004 e implicó la realización de entrevistas a una serie de grupos objetivo para evaluar el impacto del trabajo emprendido por el ACP. Los grupos objetivo incluían a miembros del ACP (cuatro), familiares que habían dado sus testimonios (treinta), representantes de varias organizaciones de base de Ardoyne (seis) e integrantes de varios grupos comunitarios, de víctimas y de derechos humanos pertenecientes a las comunidades nacionalista y unionista en general (doce). La investigación también tenía el propósito de desarrollar un modelo de la práctica más adecuada para la realización de trabajos futuros en la zona. Los descubrimientos efectuados se detallan en el informe: Patricia Lundy y Mark McGovern. A Critical Evaluation of the Role of Community-Based “Truth-Telling” Processes for Post-Conflict Transition in Northern Ireland: A Case Stuy of the Ardoyne Commemoration Project. Belfast: Community Relations Council, 2004.

6. Royal Ulster Constabulary (RUC) era el nombre de la fuerza policial de Irlanda del Norte hasta 2001, cuando, como resultado del proceso de paz, el cuerpo fue reorganizado y rebautizado como Police Service of Northern Ireland (PSNI).

7. Residente de Ardoyne y periodista de la localidad, entrevistado por los autores, Ardoyne, junio de 2001.

8. Brendan O’Leary y John McGarry. The Politics of Antagonism: Understanding Northern Ireland. Belfast: Athlone Press, 1996.

9. Marie-Therese Fay, Mike Morrissey y Marie Smyth. Northern Ireland’s Troubles: The Human Costs. Londres: Pluto, 1999, y David McKitterick, Seamus Kelters, Brian Feeney y Chris Thornton. Lost Lives: The Stories of the Men, Women and Children Who Died as a Result of the Northern Ireland Troubles. Londres: Mainstream Publishing, 1999.

10. Fionnuala Ní Aoláin. The Politics of Force: Conflict Management and State Violence in Northern Ireland. Belfast: Blackstaff Press, 2000.

11. M.-T. Fay, M. Morrissey y M. Smyth. Northern Ireland’s Troubles: The Human Costs. Londres: Pluto, 1999.

12. Christine Bell. “Dealing with the past in Northern Ireland”. Fordham International Law Journal. 26(4), 2003, pp. 1095-1118.

13. “Dealing with the past in Northern Ireland”. Fordham International Law Journal, 26(4), 2003, p. 1097.

14. Sir Kenneth Bloomfield. We Will Remember Them: Report of the Northern Ireland Victims’ Commissioner. Belfast: NIO, 1998.

15. Los dos organismos que tienen una responsabilidad primaria en la elaboración de políticas para las víctimas son la Victims’ Liaison Unit (VLU) de la Northern Ireland Office (NIO) del gobierno británico y la Office of the First Minister and Deputy First Minister (OFMDFM) de la administración transferida.

16. La mayoría de estos grupos mantienen una orientación antirrepublicana y algunos de ellos tienen vínculos con los partidos unionistas y lealistas contrarios al acuerdo. Vale la pena mencionar, por ejemplo, a Families Acting for Innocent Victims (FAIR), formado en 1998, y Fear Encouraged Abandoning Roots (FEAR). Otros modificaron su enfoque en años recientes: por ejemplo, una organización autodesignada Families Against Crime by Terrorism FACT se conformó en 1998 pero en 2003 cambió su denominación por la de Families Achieving Change Together para reflejar las modificaciones que había experimentado como grupo.

17. Se encontrará más información sobre Relatives for Justice en www.relativesforjustice.com; con respecto a Bloody Sunday Trust, consúltese www.bloodysundaytrust.org. Con sede en Belfast pero una serie de seccionales en toda Irlanda del Norte, Relatives for Justice se creó en 1991 para hacer campaña en nombre de las “familias de víctimas de la violencia estatal”. “Bloody Sunday” (“Domingo sangriento”) alude a los acontecimientos producidos en Derry, segunda ciudad de Irlanda del Norte, el 30 de enero de 1972. Ese día, tropas del Regimiento de Paracaidistas Británico mataron a tiros a catorce civiles desarmados en la zona mayoritariamente nacionalista de Bogside. Inmediatamente después de producido el hecho, el presidente del Tribunal Superior, Widgery, dispuso la realización de una investigación pública. Localmente, sus resultados se consideraron como una “absolución” del ejército y el gobierno británicos y a posteriori cayeron en un completo descrédito. En 1999 se puso en marcha una segunda investigación conducida por Lord Saville. Véanse Dermot Walsh. Bloody Sunday and the Rule of Law in Northern Ireland. Belfast: Beyond the Pale Publications, 2000, y Don Mullan. Eyewitness Bloody Sunday. Dublín: Wolfhound Press, 1997.

18. Healing Through Remembering. The Report of the Healing through Remembering Project. Belfast, HTRP, 2002. Véase también www.healingthroughremembering.org

19. Véase, por ejemplo, el trabajo del Duchas Living History Project en el oeste de Belfast, Cunamh en Derry y Firinne en Lisnakea, Fermanagh. Véanse también C. Bell. “Dealing with the past in Northern Ireland”. Fordham International Law Journal, 26(4), 2003, y Patricia Lundy y Mark McGovern. “The politics of memory in post-conflict Northern Ireland”. Peace Review. 13(1), 2001, pp. 27-34.

20. Residente de Ardoyne y ex activista republicano, entrevistado por los autores, Ardoyne, febrero de 2000.

21. Paul Doherty y Michael Poole. “Living apart in Belfast: Residential segregation in a context of ethnic conflict”. Fred W. Boal (comp.), Ethnicity and Housing: Accomodating Differences. Abingdon (Oxfordshire): Ashgate Publishing, 2000, pp. 179-189.

22. Residente de Ardoyne y pariente de una víctima de la localidad, entrevistada por los autores, septiembre de 2003.

23. Las dos principales organizaciones a las que se acudió fueron Relatives for Justice y Survivors of Trauma.

24. Residente de Ardoyne y pariente de una víctima, entrevistado por los autores, Ardoyne, julio de 2003.

25. En Tamar Hermann. “The impermeable identity wall: The study of violent conflict by ‘insiders’ and ‘outsiders’”. Marie Smyth y Gillian Robinson (comp.), Researching Violently Divided Societies: Ethical and Methodological Issues. Londres: Pluto Press, 2001, pp. 77-91. Se encontrará un análisis muy pertinente del papel de los investigadores “internos” y “externos” en los trabajos relacionados con conflictos.

26. Véanse John Brewer. “Sensitivity as a problem in field research: A study of routine policing in Northern Ireland”.Claire Renzetti y Raymond Lee (comps.), Researching Sensitive Topics. Londres: Sage, 1993. Dermot Feenan. “Researching paramilitary violence in Northern Ireland”. International Journal of Research Methodology, 5(2), 1991, pp. 147-163. Richard Jenkins. “Beyond ethnography: Primary data sources in the urban anthropology of contemporary Northern Ireland”. Colin Bell y Helen Roberts (comps.), Social Researching: Politics, Problems and Practice. Londres: Routledge, 1993. Sharon Pickering. “Undermining the sanitised account: Violence and emotionality in the field in Northern Ireland”. British Journal of Criminology, 41, 2001, pp. 485-501, y Jeffrey Sluka. “Reflections on managing danger in fieldword: Dangerous anthropology in Belfast”. Carolyn Nordstrom y Antonius Robben (comps.), Fieldwork under Fire: Contemporary Studies of Violence and Survival. Berkeley (California): University of California Press, 1995.

27. Residente de Ardoyne y miembro del ACP, entrevistado por los autores, Ardoyne, octubre de 2003.

28. Residente de Ardoyne y familiar de una víctima del lugar, entrevistada por los autores, Ardoyne, septiembre de 2003.

29. Residente de Ardoyne y familiar de una víctima del lugar, entrevistado por los autores, Ardoyne, septiembre de 2003.

30. Residente de Ardoyne y familiar de una víctima del lugar, entrevistado por los autores, Ardoyne, octubre de 2003.

31. T. Hermann. “The impermeable identity wall: The study of violent conflict by ‘insiders’ and ‘outsiders’”. Marie Smyth y Gillian Robinson (comp.), Researching Violently Divided Societies: Ethical and Methodological Issues. Londres: Pluto Press, 2001.

32. Residente de Ardoyne y familiar de una víctima del lugar, entrevistado por los autores, Ardoyne, agosto de 2003.

33. Residente de Ardoyne y familiar de una víctima del lugar, entrevistado por los autores, Ardoyne, septiembre de 2003.

34. Véanse, por ejemplo, Brandon Hamber. “Rights and reasons: Challenges for truth recovery in South Africa and Northern Ireland”. Fordham International Law Journal, 26, 2003, pp. 1074-1094, y Clint van der Walt et al., “The South African Truth and Reconciliation Commission: ‘Race’, historical compromise and transitional democracy”. International Journal of Intercultural Relations, 27. 2003, pp. 251-267.

35. Residente de Ardoyne, ex activista político y familiar de una víctima del lugar, entrevistado por los autores, Ardoyne, agosto de 2003.

36. Residente de Ardoyne y familiar de una víctima del lugar, entrevistado por los autores, Ardoyne, septiembre de 2003.

37. Randy Stocker. “Are academics relevant? Roles for scholars in participatory research”. Trabajo presentado a la Reunión Anual de la American Sociological Society, 1997, p. 13.

38. Residente de Ardoyne y familiar de una víctima del lugar, entrevistado por los autores, Ardoyne, diciembre de 2003.

39. Residente de Ardoyne y familiar de una víctima del lugar, entrevistado por los autores, Ardoyne, septiembre de 2003.

40. Residente de Ardoyne y familiar de una víctima del lugar, entrevistado por los autores, Ardoyne, septiembre de 2003.

41. Bernard Rice, asesinado por lealistas en Crumlin Road. Belfast, el 8 de febrero de 1972. ACP. Ardoyne: The Untold Truth. pp. 106-109.

42. Paul Marlon, asesinado en servicio activo en Ormeau Road Gasworks, Belfast, el 16 de octubre de 1976, ACP, Ardoyne: The Untold Truth. pp. 266-269.

43. John Lee, asesinado por el IRA en Balholm Drive, Belfast, el 27 de febrero de 1977, ACP, Ardoyne: The Untold Truth. pp. 301-303.

44. Residente de Ardoyne e integrante del ACP, entrevistado por los autores, Ardoyne, agosto de 2003.

45. Residente de Ardoyne y familiar de una víctima del lugar, entrevistado por los autores, Ardoyne, septiembre de 2003.

46. Residente de Ardoyne y familiar de una víctima del lugar, entrevistado por los autores, Ardoyne, noviembre de 2003.

47. Representante comunitario lealista protestante, entrevistado por los autores, noviembre de 2003.

48. Véase P. Lundy y M. McGovern. A Critical Evaluation of the Role of Community-Based “Truth-Telling” Processes for Post-Conflict Transition in Northern Ireland: A Case Stuy of the Ardoyne Commemoration Project. Belfast: Community Relations Council, 2004

49. T. Hermann. “The impermeable identity wall: The study of violent conflict by ‘insiders’ and ‘outsiders’”. Marie Smyth y Gillian Robinson (comp.), Researching Violently Divided Societies: Ethical and Methodological Issues. Londres: Pluto Press, 2001.

50. “Trastornos” es un eufemismo a menudo utilizado para referirse al conflicto de Irlanda del Norte.

51. Irish Times. 2 de junio de 2004.

52. Sir John Stevens. Stevens Inquiry 3: Overviews and Recommendations. Belfast: Stevens Inquiry, 2003.

53. También Sir Hugh Order, jefe del reformado Police Service of Northern Ireland (PSNI, y el presidente de la Junta Policial, profesor Des Rea, han instado recientemente a implementar algún tipo de “proceso de relato de la verdad”.

54. Mark McGovern. “The old days are over: Irish republicanism, the peace process and the equality agenda”. Terrorism and Political Violence, 2004.

55. Eolas. Truth and Justice: A Discussion Document. Belfast: Eolas, 2003, disponible en el sitio web de Relatives for Justice: www.relativesforjustice.com
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