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Perú: investigar veinte años de violencia reciente

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Liminar.
Verdad y memoria: escribir
la historia de nuestro tiempo

Anne Pérotin-Dumon
Verdad, justicia, memoria

Introducción

El derecho humano a la Verdad.
Lecciones de las experiencias latinoamericanas de relato de la verdad

Juan E. Méndez

Historia y memoria.
La escritura de la historia y la representación del pasado

Paul Ricœur

Maurice Halbwachs y la sociología de la memoria
Marie-Claire Lavabre
Argentina: el tiempo largo
de la violencia política


Introducción

La violencia en la historia argentina reciente: un estado de la cuestión
Luis Alberto Romero

Movilización y politización: abogados de Buenos Aires entre 1968 y 1973
Mauricio Chama

La Iglesia argentina durante la última dictadura militar.
El terror desplegado sobre el campo católico (1976-1983)

Martín Obregón

Testigos de la derrota.
Malvinas: los soldados y la guerra durante la transición democrática argentina, 1982-1987

Federico Guillermo Lorenz

Militares en la transición argentina: del gobierno a la subordinación constitucional
Carlos H. Acuña y
Catalina Smulovitz


Conflictos de la memoria en la Argentina.
Un estudio histórico de la memoria social

Hugo Vezzetti
Chile: los caminos de la historia
y la memoria


Introducción

El pasado está presente.
Historia y memoria en el Chile contemporáne
o
Peter Winn

Historia y memoria del 11 de septiembre de 1973 en la población La Legua de Santiago de Chile
Mario Garcés D.

La Michita (1964-1983): de la reforma universitaria a una vida en comunidad
Manuel Gárate-Chateau

El testimonio de experiencias políticas traumáticas: terapia y denuncia en Chile (1973-1985)
Elizabeth Lira

La superación de los silencios oficiales en el Chile posautoritario
Katherine Hite

Irrupciones de la memoria: la política expresiva en la transición a la democracia en Chile
Alexander Wilde
Perú: investigar veinte años
de violencia reciente


Introducción

“El tiempo del miedo” (1980-2000), la violencia moderna y la larga duración en la historia peruana
Peter F. Klarén

¿Por qué apareció Sendero Luminoso en Ayacucho?
El desarrollo de la educación y la generación del 69 en Ayacucho y Huanta

Carlos Iván Degregori

Pensamiento, acción y base política del movimiento Sendero Luminoso.
La guerra y las primeras respuestas de los comuneros (1964-1983)

Nelson Manrique

Familia, cultura y “revolución”.
Vida cotidiana en Sendero Luminoso

Ponciano del Pino H.

Juventud universitaria y violencia política en el Perú.
La matanza de estudiantes de La Cantuta y su memoria, 1992-2000

Pablo Sandoval

En busca de la verdad y la justicia.
La Coordinadora Nacional de Derechos Humanos del Perú

Coletta Youngers
Archivos para un pasado reciente y violento: Argentina, Chile, Perú

Introducción

Archivos de la represión y memoria en la República Argentina
Federico Guillermo Lorenz

Archivos para el estudio del pasado reciente en Chile
Jennifer Herbst con
Patricia Huenuqueo


Los archivos de los derechos humanos en el Perú
Ruth Elena Borja Santa Cruz
El pasado vivo:
casos paralelos y precedentes


Introducción

Cegados por la distancia social.
El tema elusivo de los judíos en
la historiografía de posguerra en Polonia

Jan T. Gross

Guerra, genocidio y exterminio:
la guerra contra los judíos en una era de guerras mundiales

Michael Geyer

Tres relatos sobre nuestra humanidad.
La bomba atómica en la memoria japonesa y estadounidense

John W. Dower

Anatomía de una muerte: represión, derechos humanos y el caso de Alexandre Vannucchi Leme en el Brasil autoritario
Kenneth P. Serbin

La trayectoria de un historiador del tiempo presente, 1975-2000
Henry Rousso
Historia reciente
y responsabilidad social


Introducción

La experiencia de un historiador en la Comisión de Esclarecimiento Histórico de Guatemala
Arturo Taracena Arriola

La historia aplicada: perito en el caso Pinochet en la Audiencia
Nacional de España

Joan del Alcàzar

Dentro del silencio.
El Proyecto Conmemorativo de Ardoyne, el relato comunitario de la verdad y la transición posconflicto en Irlanda del Norte

Patricia Lundy y
Mark McGovern


“Sin la verdad de las mujeres la historia no estará completa”.
El reto de incorporar una perspectiva de género en la Comisión de la Verdad y Reconciliación del Perú

Julissa Mantilla Falcón


Juventud universitaria y violencia política en el Perú
La matanza de estudiantes de La Cantuta y su memoria, 1992-2000

Pablo Sandoval



El presente trabajo indaga sobre la construcción de memorias en el período político denominado fujimorismo que se inicia con el “autogolpe” de 1992 –cuando el presidente Alberto Fujimori y la cúpula del ejército llevaron a cabo el golpe de estado que transformó su gobierno en una dictadura– y termina con la crisis del “fujimorismo” en 2000 cuando se destapa la red de corrupción creada junto a su asesor Vladimiro Montesinos. Nos proponemos estudiar las varias formas de memoria colectiva aparecidas entre los estudiantes a lo largo de la década de 1990, alrededor del caso La Cantuta: la matanza de nueve estudiantes y un profesor de la Universidad Nacional de Educación Enrique Guzmán y Valle perpetrada por un escuadrón de la muerte del ejército llamado “Colina”, el 18 de julio de 1992. Observaremos la relación entre estas memorias estudiantiles y una memoria oficial construida por el gobierno entre 1992 y 1995 alrededor de la victoria sobre el terrorismo. Observaremos cómo el cambio en la coyuntura política facilita o no la expresión de una memoria social, y, en particular, cómo el paulatino deterioro del régimen fujimorista desde 1996 hasta la álgida coyuntura del 2000 posibilitó nuevos relatos del pasado combinados con las expectativas políticas que el proceso de transición democrática abría.

Analizaremos las memorias que se articulan alrededor del caso La Cantuta entre 1992 y 2000. Un primer momento de estas memorias se inicia con la matanza misma en 1992 y se extiende hasta la promulgación de la ley de Amnistía, en 1995. Allí recogemos las memorias de estudiantes de La Cantuta que militaron en Sendero Luminoso sin llegar a asumir responsabilidades. Por la estructuración jerárquica y mentalidad de secta de SL, la matanza de estudiantes que no fueron senderistas no produjo una apropiación simbólica de los desaparecidos ni la construcción de un discurso que recogiera la memoria de estas víctimas. En tanto la organización distinguía claramente entre héroes militantes del partido y la masa periférica, la matanza sólo fue un hecho más dentro de la avalancha de violencia desatada por la guerra popular. Es así que por los años 1995-1997, la memoria senderista se atomiza, a raíz de la derrota política y militar de SL. Mientras tanto, se consolida una narrativa de pacificación y reconciliación nacional que capitaliza la captura de Guzmán y pretende acallar la búsqueda de la verdad y la justicia por parte de familiares y organismos de derechos humanos. Esta memoria oficial trata de consolidarse en la Ley de Amnistía de 1995 que libera a los autores materiales y operativos de la matanza.

Una nueva memoria en torno de La Cantuta surge en el año 2000 entre los estudiantes que participan del repudio ético generalizado al asesor de inteligencia Vladimiro Montesinos.1 La memoria de La Cantuta reaparece en las marchas de los jóvenes universitarios en contra del fujimorismo. Caracterizada por una marcada reinterpretación de los sucesos, la memoria de La Cantuta interviene en versiones distintas del papel desempeñado por el estado y la sociedad en el desarrollo de la violencia política desde 1980 y sirve para forjarse identidades políticas en un momento de transición democrática. Veremos, por último, cómo estas nuevas memorias universitarias no se acercan a las de los familiares de los estudiantes, que luchaban desde 1992 por el esclarecimiento de lo ocurrido, reproduciendo la brecha sociocultural que atraviesa a la sociedad peruana.

La metodología utilizada ha sido la recopilación de narrativas personales en el formato de historias de vida. Hemos entrevistado a doce jóvenes ex militantes de Sendero Luminoso de La Cantuta que tuvieron alguna participación política en la universidad a principios de los años noventa, y que procesaron de modo particular la matanza de los estudiantes. Sus edades en aquel momento variaban entre los 19 y los 28 años. Asimismo, entrevistamos a alrededor de quince estudiantes de distintas universidades, privadas y públicas, movilizados en la segunda mitad de los noventa y que procesaron de distinto modo la matanza expresando nuevos discursos y reapropiándose de distinta manera de los acontecimientos. En este caso, sus edades fluctuaban entre los 20 y los 30 años. Las entrevistas fueron realizadas en 2000 y los nombres han sido cambiados. Hemos escogido el análisis de estos dos grupos para comparar los distintos rumbos de la memoria (y del olvido) en escenarios políticos distintos. En ambos casos, las entrevistas sirvieron como fuente para entender, por un lado, sus percepciones sobre su militancia, en especial el vínculo entre su propia vida, el partido y el estado; y por otro, su vida universitaria, las instituciones y la política en el segundo momento del fujimorismo (1995-2000).2

Finalmente, es necesario resaltar que esta investigación hubiese tenido otro tono, y posiblemente otras preguntas, de haberse llevado a cabo tres o cuatro años atrás. La forma abrupta en que se desencadenaron los acontecimientos después de la exposición de los primeros “vladivídeos”3 aceleró el ritmo del acontecer político, y con ello se modificó mi forma de indagar en la construcción de memorias de ese período. Investigar hechos de barbarie, escuchar narraciones de violación de los derechos humanos, del horror y la muerte que afectaron a los sectores más excluidos y discriminados del país, plantea al investigador dilemas que es necesario meditar y explicitar. ¿Qué significa investigar desde la antropología, y en general desde las ciencias sociales, estos procesos en extremo dolorosos cuando el antropólogo es el propio nativo; cuando la comunidad idealizada está a la vuelta de la esquina, o el movimiento social no está lejano en el campo o en una barriada periférica de la ciudad, sino dentro del mismo campus universitario, en sus pasillos, en sus aulas, entre sus propios compañeros y compañeras? En resumen, ¿qué pasa cuando lo que se pretende representar histórica y etnográficamente está interpelado por nuestra experiencia directa con ese pasado?

Las ideas iniciales de este trabajo se fueron tejiendo en mi participación como estudiante universitario en las movilizaciones estudiantiles de mediados de los años noventa, en medio de un profundo autoritarismo en la universidad y en el país. En el proceso mismo de la investigación llegué a la conclusión de que era necesario aceptar que mi presencia como antropólogo entre los “nativos” no era externa, que la subjetividad desempeñaba un papel activo en el conocimiento, y que la relación cognitiva que entablaba como investigador con los “sujetos informantes” no era neutra.



LIMA EN LA ESPIRAL DE LA VIOLENCIA4

La madrugada del 18 de julio de 1992, la ciudad de Lima aún no se reponía de la terrible violencia con que SL la había golpeado días antes. En la antevíspera, dos vehículos cargados con unos quinientos kilos de explosivos habían estallado a las ocho de la noche en el jirón Tarata, en pleno corazón del exclusivo distrito de Miraflores. El resultado: veintidós muertos, más de cien heridos, alrededor de doscientas viviendas inutilizadas, varios edificios destruidos y el pánico generalizado.

Éste y otros atentados de mediados de julio remecieron políticamente al gobierno. Tres meses antes, el 5 de abril, el presidente Fujimori había planificado con las Fuerzas Armadas un autogolpe de estado. El principal argumento esgrimido para sustentar esta drástica medida era el de enfrentar eficientemente la violencia política y reconstruir la gobernabilidad del país. Los años 1991 y 1992 habían sido los de mayores acciones subversivas. En ese contexto, las Fuerzas Armadas, ciertos sectores del poder ejecutivo y en especial el Servicio de Inteligencia Nacional (SIN) consideraban necesario actuar con firmeza y sentían que el formato democrático constituía un elemento que perturbaba y atentaba contra la eficacia de urgentes medidas antisubversivas.5

Sin embargo, los sucesos de Tarata ponían en cuestión el autogolpe. Más bien crecía en la opinión pública la certidumbre de que era SL el que tenía la iniciativa en la guerra, asediando la capital, tocando las puertas mismas del centro del poder político. Por el miedo generado en aquellos días, un amplio margen de la población “delegó” su confianza en el nuevo poder fujimorista para que éste devolviese la paz y el orden a la sociedad.6 Esta “delegación” coincidiría paradójicamente con el ánimo de venganza y de escarmiento en ciertos sectores de las Fuerzas Armadas, que pensaban que la solución al problema senderista pasaba, exclusiva o principalmente, por el exterminio físico de los subversivos.7 Como se revelaría años después, cada uno de los pasos de la matanza de los estudiantes fue cuidadosamente planificado y conversado por altos mandos militares, oficiales operativos del servicio de inteligencia y miembros del grupo Colina.8 Pero antes narraremos los antecedentes y el contexto político de la universidad previo a la matanza de 1992.



FUJIMORI Y SENDERO: UNA VISITA Y UNA PRESENCIA

La mañana del martes 21 de mayo de 1991, el presidente Fujimori decidió visitar La Cantuta, jaqueada por una minúscula pero hegemónica militancia senderista. Desde temprano las fuerzas del ejército que habían acordonado la zona sobrevolaban el lugar con helicópteros a la espera de cualquier movimiento sospechoso. Fujimori intuía qué recibimiento le esperaba. Unos años antes, el 13 de febrero de 1987, como rector de la Universidad Nacional Agraria y presidente de la Asamblea Nacional de Rectores, lideró una comitiva para liberar a centenares de estudiantes de San Marcos, La Cantuta y la universidad de Ingeniería, detenidos en un operativo policial. “Yo no admito –declaraba por entonces Fujimori– que se diga que las universidades son un foco de subversión o la causa del terrorismo. La ineficacia de la estrategia antisubversiva para combatir el terrorismo no puede encubrirse con este tipo de intervenciones.”9 Cuatro años más tarde, en una posición distinta, Fujimori realizaba una visita que presagiaba cambios radicales en la vida futura de los cantuteños.

Apenas cruzó la puerta de ingreso, fue recibido por una lluvia de piedras. Policías y soldados lanzaron disparos al aire para contener a los enfurecidos estudiantes. La situación fue controlada momentáneamente y la comitiva se apresuró a organizar una actuación entonando el himno nacional, pero fue acallada por una poderosa silbatina. Enfurecidos, los estudiantes lanzaban gritos contra el presidente. A pocos metros, un pequeño pero belicoso grupo agitaba consignas identificadas como senderistas: “Combatir y resistir la represión del fantoche Fujimori”; “Proteger La Cantuta, trinchera de combate del pueblo”. El rector, Alfonso Ramos Geldres, le dio alcance a Fujimori mientras éste avanzaba hacia la vivienda universitaria. Juntos intentaron visitar algunas facultades, pero nuevamente una lluvia de piedras los hizo desistir. Un tomate cayó cerca del presidente, una piedra lo alcanzó por la espalda. Con los brazos en alto, optó por retirarse, cubierto por soldados y guardaespaldas que trataban de protegerlo. Antes de marcharse en su carro blindado dijo al rector Ramos Geldres: “hemos hecho todo lo posible por ayudar a su universidad.”

En la cresta de su popularidad, y cuando todas las encuestas le daban porcentajes de aprobación por encima del 60%, Fujimori se retiraba humillado por un contingente de estudiantes al que no tardó de tildar de subversivo:

Esta es una primera inspección. Esperábamos este recibimiento. Pero lo que no podrán detener es la firme decisión de poner orden en las aulas. No es posible tener una universidad donde se enseña a destruir al país con ideologías terroristas. No olvidemos que aquí se forman los futuros profesores de nuestros hijos.10
Ese mismo día por la tarde, Fujimori se dirigió a la ciudad universitaria de San Marcos. Allí se volvió a repetir, en menor medida, la escena anterior. No obstante, el presidente logró ingresar por unos minutos, los suficientes para declarar a la prensa:

Es hora de poner orden y disciplina en las universidades para poner fin a la infiltración subversiva […] Tenemos que erradicar y extirpar la presencia de estos grupos subversivos, que atenta contra la autonomía de la universidad […] No haremos intervenciones violentas de ninguna manera, pero sí vamos a realizar trabajos con orden y disciplina. No queremos hacer requisas ni detenciones masivas de estudiantes, como se hacía anteriormente.11
Sin embargo, a las tres de la madrugada del día siguiente, las tropas del ejército hacían su ingreso a La Cantuta y San Marcos. En La Cantuta, cerca de un millar de policías y soldados del ejército se dirigieron a la residencia de los estudiantes. Buena parte de los trescientos residentes había abandonado el local; habían sido prevenidos por los anuncios de la intervención. Se escucharon disparos y explosiones en los alrededores y cincuenta y seis estudiantes fueron sacados de sus habitaciones.

En algunos dormitorios, los soldados encontraron propaganda senderista: folletos, volantes, afiches y algunos videos que mostraban la acción del “partido” en la universidad y la carretera central, donde se ubica el campus. Las imágenes iban acompañadas por una voz que narraba que La Cantuta era: “la vía de entrada del campo a la ciudad, que necesariamente el Partido Comunista del Perú (PCP), a través del Ejército Guerrillero Popular, habría de transitar cuando llegara el asalto final”.12 Proseguía la voz: “La Cantuta es una universidad con sello de clase”, mostrando las “heroicas” pintadas hechas en la residencia universitaria, el comedor, las facultades: “¡Gloria al día de la heroicidad!”; “Viva la Guerra Popular”; “Combatir y resistir, PCP, Socorro Popular”. En una de las paredes del comedor universitario se podía apreciar el rostro del “Presidente Gonzalo”, Abimael Guzmán, quien con mirada enérgica vigilaba el diario trajinar ideológico y digestivo de los estudiantes. “Aquí se forman los mejores hijos del pueblo”, continuaba el narrador.

En efecto, desde 1986 los cuadros senderistas pasaron a tener una presencia más activa en la universidad. Su crecimiento lento y pausado se produjo gracias a la acción de muchos profesores como Nilda Atanasio y Víctor Zavala Cataño, la formación de talleres de estudios marxistas, grupos de música y danza folklórica, academias preuniversitarias y, por cierto, al fraccionamiento de los grupos de izquierda que actuaban en la universidad. Para muchos estudiantes, los partidos de la izquierda legal ya no representaban una opción de cambio real para el país.13 En ese contexto, los discursos radicales y totalizadores de SL encontrarían eco en los sectores estudiantiles más excluidos.14 Precisamente con el objetivo de ganar adeptos, SL creó el Movimiento Juvenil Popular, potenciando un discurso y una práctica política confrontacional ya presente en la política universitaria, que fue desnudando la inconsecuencia de los partidos de la izquierda legal demostrando la disociación entre su “teoría y su práctica”, pues privilegiaban la lucha política dentro de los parámetros de la “democracia burguesa” y no la lucha armada. Las bases sociales senderistas no habrían estado compuestas sólo por sus militantes activos (cuadros políticos militares), sino además por gran número de simpatizantes entre estudiantes, docentes y administrativos que le otorgaban un sentido de legitimidad y presencia cotidiana en la universidad.

Sendero Luminoso focalizó su trabajo en captar a los jóvenes más pobres, muchos de ellos y ellas provenientes de las provincias serranas o, en todo caso, descendientes de los primeros migrantes que, a mitad de siglo XX, transformaron el paisaje de una Lima aún criolla y señorial. A estos jóvenes SL les ofrecería un discurso hiperclasista que minimizaba la violencia de las discriminaciones raciales, étnicas y de género, subordinándolas a la lucha de clases y a la construcción de un nuevo poder: el estado de Nueva Democracia, la República Popular del Perú. De este modo, SL les ofrecía una identidad grupal, así como la posibilidad de quebrantar el viejo y decadente orden social y de construir otro nuevo, donde la igualdad clasista borraría “por añadidura” la discriminación sociocultural de la que eran víctimas. Así, muchos de ellos encontrarían en las certidumbres y acciones del partido la posibilidad de recuperar una iniciativa y un poder que hasta entonces les habían sido negados. Estos contrastes y confrontaciones políticos permiten entender la radicalidad y muchas veces el drama biográfico que se escondían detrás de los discursos ideológicos.

El año 1990, al finalizar el período del rector Milcíades Hidalgo, los partidos que lo habían sostenido en el rectorado (Partido Comunista-Unidad y Patria Roja) no lograron un acuerdo sobre la elección de su sucesor. De este modo comienza una transición durante la cual el rectorado es ocupado por Octavio Rojas, un docente antiguo pero sin apoyo de ninguna fuerza política importante. El vacío que se genera es aprovechado por SL, que logra el control total de la administración de Bienestar Universitario y mediante la presión a las autoridades logra influir en el manejo administrativo de la universidad. Para entonces, SL tiene una presencia más agresiva y controla las facultades de Pedagogía, Ciencias Naturales, Matemáticas y Ciencias Sociales e incluso propone la formación de una nueva Federación de Estudiantes. Paulatinamente, los centros de estudiantes son reemplazados por cuatro comisiones o comités: Comedor, Transporte, Internos (vivienda) y Cultura. Con el control de escenarios claves, como el comedor y la residencia universitaria, SL esperaba obtener el control físico del campus, además de ir ganando adeptos y militantes gracias al reparto de los boletos de comida y la administración de las habitaciones en la residencia.15 El objetivo político era la construcción, ante los ojos de los estudiantes, de espacios de legitimidad en medio del vacío y la ausencia dejados por el estado en las universidades nacionales. Con estas acciones, Sendero esperaba pasar directamente de la reivindicación económica a la lucha armada, sin la intermediación de la política entendida como representación de intereses sociales. Pero el trabajo de SL adquirió nuevo impulso con la directiva senderista de alcanzar el “equilibrio estratégico”.16 En ese contexto se produjo la matanza.



LA NOCHE DE LA MATANZA17

Aquella madrugada del 18 de julio de 1992, todos dormían plácidamente en las habitaciones de la vivienda universitaria. La víspera habían celebrado hasta las ocho de la noche el cumpleaños de una de las residentes. A pesar de estar prohibidas las reuniones por órdenes del ejército acantonado en la universidad, los estudiantes insistieron y recibieron permiso para celebrar los onomásticos del mes. De repente, entre la 1 y las 3 de la madrugada un contingente de militares encapuchados irrumpió en las habitaciones, portando armas de corto alcance con silenciadores. Obligaron a todos a arrodillarse, con las manos en la nuca y mirando hacia el piso. Mientras un efectivo encapuchado, linterna en mano, pateaba y golpeaba a los que se atrevían a levantar el rostro, otro pedía que dijeran sus nombres completos. “Terrucos [terroristas] de mierda, así que ustedes eran las cabezas, ahora ya se acabó […] esto se acabó”. De un total de cuarenta internos fueron separados nueve. Al mismo tiempo, otros efectivos arrestaban al profesor Hugo Muñoz, que también residía en la universidad junto a su esposa y sus dos pequeños hijos.

Los nueve jóvenes (siete hombres y dos mujeres)18 fueron sacados sin miramientos. Sus captores los jalaron de los pelos y los arrastraron fuera del edificio, mientras los demás residentes permanecían en el suelo. Se escuchaban los gritos, las quejas, los golpes interminables, los llantos de dolor. “Ya se jodieron, ustedes son senderistas”, les decían. Uno de los estudiantes atinó a preguntar: “¿por qué nos están llevando de esta forma, desnudos, en calzoncillos, por lo menos déjennos llevar nuestra ropa”. El ruido de los motores empezó a resonar. “¡Arriba, carajo!”, gritaron los encapuchados antes de introducir a los detenidos en los vehículos. Ellos gritaban desesperados presintiendo su final. Cruzaron la garita de control, supuestamente vigilada por efectivos del ejército, y cruzaron un puente de caracol que permitía la salida de la universidad.

Minutos después las camionetas se estacionaron en un lugar conocido como la Boca del Diablo, un paraje desolado en las afueras de Lima. Santiago Martín Rivas, mayor en Ingeniería del ejército y jefe operativo del grupo Colina, ordenaba a los detenidos que delataran a los responsables del coche bomba de la calle Tarata. Al no recibir respuesta, seguía acusándolos de “terrucos” y asesinos. Rivas ordenó cavar una fosa en unos cerros cercanos. Con las manos atadas a las espaldas, los detenidos fueron arrodillados al costado de la fosa. Sujetos armados se colocaron detrás de cada uno. La orden final la dio Rivas. Los cuerpos se estremecieron con los impactos. En medio de la tierra arenosa quedaron regados los cuerpos del profesor y de los estudiantes.



MEMORIAS DE ESTUDIANTES SENDERISTAS EN LA CANTUTA 1990-1995

El recrudecimiento de las acciones subversivas de SL (asesinatos selectivos y coches bombas) en la ciudad de Lima respondía a la consigna lanzada por Abimael Guzmán en un documento mencionado antes (véase la nota 16) y que había circulado en noviembre de 1991: “¡Que el equilibrio estratégico remezca más el país!” El “equilibrio estratégico” preconizado por Guzmán conllevaba una “evolución” en la guerra popular, acelerándose el tránsito de la guerra del campo a la ciudad, y ésta última se convertía en el escenario fundamental de las acciones armadas.

En esta nueva etapa de la guerra popular, las universidades nacionales cumplirían un papel más protagónico al intensificarse las acciones del Comité Metropolitano de Lima y de organismos generados,19 como el Movimiento Popular Intelectual y principalmente Socorro Popular (SOPO),20 que llevaban a cabo labores de proselitismo en las barriadas más pobres de Lima. En los barrios exclusivos, las casas se amurallaban, las calles eran bloqueadas por rompemuelles,21 y los puestos de vigilancia privada se multiplicaban por doquier. El miedo se instaló no sólo en los distintos barrios populares donde Sendero se movilizaba, sino que se expandió hacia las residencias de los sectores medios y altos de Lima que vieron siempre ajena y distante la violencia desatada desde 1980.22

La importancia cobrada por los estudiantes en la nueva fase urbana del senderismo es puesta en evidencia en un análisis realizado por Dennis Chávez de Paz23 de los expedientes de los inculpados por terrorismo entre 1983 y 1986. Encontró que la edad promedio era de 26 años; el 16% eran mujeres; el 70%, solteros y el 76,5%, migrantes, de los cuales el 58% provenía de las provincias más pobres del país, y pese a que el 35,5% tenía educación universitaria, éstos eran pobres o muy pobres. Asimismo, según el Informe de Desaparición Forzada en el Perú publicado por la Defensoría del Pueblo en 2001, los jóvenes entre 15 y 34 años ocupan nada menos que el 66,9% del total de desaparecidos, de los cuales los que tenían educación (básica y superior) se ubican en segundo lugar en la lista con un 12% (trescientos cuarenta desaparecidos), superados solamente por el sector campesino rural con 34% (mil trescientos cincuenta y dos desaparecidos).

Ante el colapso de la izquierda legal en 1989, SL recoge pues el radicalismo impulsado por los demás partidos de izquierda que, en las décadas previas, habían contribuido al desprecio creciente de la democracia y sus instituciones. Cuando la organización subversiva preconizaba la destrucción de un sistema inservible, muchos jóvenes la seguían con la firme convicción de que su participación en la guerra popular les abriría la posibilidad de ascender socialmente en un sistema que les negaba normalmente tal posibilidad. En todo caso es de la percepción de su exclusión social que nace la violencia de este senderismo estudiantil. Más generalmente, éste tiene sus raíces en la marginalización de las clases populares surgidas de masivas migraciones campesinas de mediados del siglo XX. Uno observa que a diferencia de la primera oleada de radicalización juvenil, iniciada a mediados de los setenta en las fábricas, barrios, universidades que parecía haber jugado un papel importante en la politización de las clases populares, en los ochenta e inicios de los noventa, esta segunda oleada de radicalización juvenil se caracteriza por su inorganicidad y distancia del resto de las clases populares a la vez que se inclina por propuestas como la de SL y el MRTA.24

Las memorias de algunos militantes de SL que hemos recogido dan testimonio de la experiencia extremadamente violenta que les tocó vivir a partir de la captura de su máximo líder, Abimael Guzmán, y de la descomposición de su aparato partidario.25 Los espacios primarios donde forjaban su “certidumbre”, como la célula, se desvanecían mientras ellos se aferraban a la creencia de que estaban viviendo una mayor polarización de la guerra, de que el nuevo escenario estaba previsto en la estrategia senderista y que nada se había salido del libreto revolucionario. Sin embargo, la captura de Guzmán generó en la militancia senderista una pérdida de confianza. La certidumbre se desvanecía tan rápido como se había encendido. La captura golpeó fuertemente la estructura partidaria y dejó abierta la posibilidad para que los militantes de base racionalizaran cada uno por sí su ubicación en la guerra y su posición en el futuro. En este momento, empieza a debilitarse su convicción de que la toma del poder era sólo cuestión de profundizar las contradicciones y que el Ejército de Liberación Nacional (ELN) tomaría la ciudad, el corazón mismo del estado burgués. Los estudiantes senderistas pierden entonces el marco ideológico en el cual hubiera cobrado sentido el episodio de La Cantuta.



A MODO DE EJEMPLO: ROBERTO, YOLANDA Y ROLANDO

He aquí los casos de tres estudiantes a quienes les tocó vivir durante sus años de estudio en La Cantuta el triunfo de SL y luego su desmoronamiento a partir de la caída de Guzmán.

Roberto tiene en la actualidad 30 años. Ingresa a La Cantuta en 1991 y su vocación por “servir a los demás” lo impulsa a estudiar educación o derecho pero termina estudiando psicología. “Siempre demostré que quería hacer algo, desde las colectas en mi barrio hasta las actividades del colegio”, nos dice; y añade:

Yo ingresé a la especialidad de Psicología en 1991 cuando tenía 20 años […] Había participado en algunas marchas en Villa El Salvador, por cuestiones de agua y luz. Pero para mí La Cantuta era algo nuevo y es más o menos a los tres meses cuando ya empezaba a apoyar algunas acciones del Partido […] Recuerdo que empecé repartiendo volantes para una conferencia sobre el movimiento obrero. Creo que como estaba bastante entusiasmado con participar en algo, después me invitaron para algunas reuniones de discusión. No me sorprendió cuando me dijeron para militar aunque me tuvieron en observación por unos dos meses creo […] Así empecé a militar pensando siempre en cambiar la sociedad existente, en cambiar la vida de mis compañeros, mi familia. A mí me invitan al partido porque tenía buena boca para los discursos, para convencer a los más jóvenes.

Es recién en el 92 que pasé a las escuelas populares, pero la universidad fue mi punto de inicio, ahí conocí a todos mis camaradas […] Sentíamos algo así como que estábamos tomando el poder. Recuerdo bastante fresquito que para sentirnos mejor hablábamos sobre el miedo de los tombos [policías] y los milicos, para demostrarnos que el viejo estado burgués estaba en crisis; y todas sus fuerzas represivas y genocidas estaban asustadas […] Nuestra coraza era que no estemos muy triunfalistas, o sea que no demostremos mucho hacia fuera ese triunfalismo que yo sí sentía muy adentro […] En mi célula sí nos sentíamos triunfalistas, pero no debíamos mostrar hacia afuera todo nuestro optimismo.

Por aquellos años, Yolanda era estudiante de Literatura. Siempre quiso estudiar en la Universidad Católica por las expectativas creadas durante sus años de estudios en un colegio religioso de Lima. Sin embargo, los magros ingresos de sus padres, una familia limeña de clase media seriamente golpeada por la crisis económica del gobierno aprista, no pudieron siquiera costearle el examen de admisión a esa universidad. Postuló e ingresó a La Cantuta en 1990 y a los cinco meses ya participaba activamente en el Movimiento Juvenil Popular (MJP), organización estudiantil liderada por Sendero:

Mi primera relación con el partido será en el comedor. Como yo me quedaba todo el día en la universidad, tenía que comer en el comedor para ahorrar la poca plata que tenía. Allí recién me di cuenta del país en que vivía, en este país de mierda en el que aún estamos. Veía cómo algunas amigas no tenían ni para el pasaje. ¡Te das cuenta, ni para el pasaje! ¡Y yo estaba pensando estudiar en la Católica!

Si quieres que te diga cómo empiezo a militar, creo que por mi rabia por no estudiar en la Católica y esta cólera todavía la siento hasta ahorita, por las cosas que pasan en el país. No vayas a creer que es sólo por resentimiento. La cuestión era destruir el estado burgués que hasta ahora sostiene a este sistema de opresión de clases, de los explotados por el imperialismo.
Un caso distinto es el de Rolando, estudiante de Ciencias Sociales entre 1989 y 1995. Él proviene de un hogar de clase media y estudió en un colegio religioso particular. Su padre era un médico medianamente exitoso y su madre, profesora de matemáticas, se dedicaba a los quehaceres de la casa. Vivían en el distrito de La Victoria y tenían un terreno en construcción en el distrito de La Molina. Postuló en 1989 a la especialidad de Derecho en San Marcos y la Católica, pero, como no logró ingresar, postuló a La Cantuta “para no perder el tiempo” e intentar su ingreso a San Marcos al año siguiente. Sin embargo, las cosas no sucedieron como él pensaba:

Desde el colegio yo tenía algunas inclinaciones políticas. Participaba en cuanta reunión de estudiantes convocaban los curas. Siempre me apasionaron las cosas que tenían que ver con la historia, me gustaba mucho explicarme cómo sucedían las cosas […] Entonces, cuando ingresé a La Cantuta, no me sorprendieron mucho las cosas. No quiero decir que me resultaba normal, lo que no entendía muy bien era la doctrina marxista-leninista, me resultaba muy pesada al principio, pero luego con la formación ideológica en mi célula me di cuenta que no era muy difícil.

Yo asumí el compromiso revolucionario desde el principio, tal vez te lo cuente muy racional ahora, después de algunos años, pero al principio fue un impulso sentimental. Mis temores de ese tiempo eran que por mi procedencia de clase no me aceptaran. Finalmente, yo era un pituco, un pequeño burgués en La Cantuta, pero el problema no era de estereotipos, sino de cuestiones económicas, de clases, de definición y conciencia de clase […] En Sendero aprendí que lo que se dice se hace, así de simple. Si dicen vamos al monte, nos vamos; si dicen vamos a un barrio, nos vamos; si dicen volantear, a volantear [distribuir volantes]; si dicen mata, matas. Eso es consecuencia con lo que se piensa, no mirar atrás porque si miras atrás te jodes, te pones sentimentalón y eso es contrario a la consecuencia con lo que piensas, y eso lo sigo hasta ahora, a pesar de que estoy en otra cosa como me ves.

Rolando en la actualidad trabaja como administrador en una fábrica de embutidos, propiedad de uno de sus amigos de colegio. Además, tiene previsto postular a la universidad a la carrera de administración de empresas para así “manejar mi propio negocio y con mis propias expectativas para el futuro”.



LA CAÍDA DEL PRESIDENTE GONZALO VIVIDA POR LOS ESTUDIANTES SENDERISTAS


Roberto se dedica desde 1996 al cambio de dólares en una céntrica calle de Lima. Dejó de militar en SL en 1993, cuando gran parte de la estructura partidaria se desmoronaba y sus principales dirigentes eran condenados a cadena perpetua. No piensa participar nuevamente en política pues dice estar “defraudado del Partido porque no supo hacer frente a los golpes represivos de Fujimori”. La captura, en septiembre de 1992, de su máximo líder, Abimael Guzmán, marcaría un punto de inflexión en la certidumbre revolucionaria de Roberto:

No te puedes imaginar lo que sentimos ese día. Ese día fui a la chamba [trabajo] de mi viejo en la carretera central y de repente escucho por Radio Programas que habían capturado al presidente Gonzalo. Mi primera reacción fue pensar que era una mentira. No podía ser posible, cómo iban a atrapar al presidente Gonzalo, no podía ser. Al toque me quité a la universidad y no te imaginas lo que encontré […] La gente de mi mancha y de otras manchas estaban como muertas, caminando como si no supieran explicar lo que estaba pasando. De repente se me acerca un camarada de Ciencias y me dice que salgamos en la noche a hacer pintas y yo le dije que era mejor que aguantemos a ver qué pasa, no vaya ser una trampa del japonés… De todas maneras salimos, pero estábamos como si nos faltara el aire, pero no podíamos contradecir la fuerza que demostrábamos hacia afuera con el miedo que desde ese día empezamos a sentir.
No era para menos la actitud de Roberto. Durante los doce años de guerra popular, SL había concentrado fuertemente todo su accionar alrededor del liderazgo de Abimael Guzmán. Las máximas del “pensamiento guía”, en la medida que se extendían a los altos cuadros y a sus bases promoviendo la renuncia a la individualidad para sumergirse dentro del partido, llegaban también a los militantes. Su visión hiperclasista de la sociedad tocaba fibras íntimas entre los estudiantes, pues les ofrecían respuestas “concretas” a sus frustraciones personales y salidas científicas a sus vidas muy limitadas. Entre los militantes universitarios una inicial disposición al sacrificio característica del romanticismo revolucionario da el paso a una mayor racionalización de la violencia, de la lucha de clases y su salida revolucionaria.

Le preguntamos también a Yolanda cómo se sintió el día de la captura de Guzmán:

Por esos días yo estaba activando [militando] en la carretera central, era la encargada de un grupo de danza y teatro popular, que llamamos “La Gran Marcha” […] Una señora me pasa la voz que por el canal cinco estaban pasando un flash y que Abimael Guzmán había sido apresado por un grupo de elite de policías. Lo primero que sentí fue mucho miedo, que algo terrible podía pasar y que íbamos a empezar a desaparecer uno por uno. Yo he escuchado de muchos camaradas que al principio no lo creían, pero yo sí lo creí apenas escuché la noticia. Ahí mismo salí de la carretera central y me fui a mi casa a sacar algunas cosas y desaparecí por dos semanas […] Lo que pasó luego era increíble. Muchos pedían tomar acciones inmediatas, que la guerra se podía intensificar a partir de la captura del presidente Gonzalo, pero ya no recibíamos directivas coordinadas, las directivas se cruzaban, muchas veces no tenían sentido, las cosas empezaban a hacer agua […] Así estuve hasta 1994, dando brincos por varios lados, pero sin una guía clara y de repente dejé de militar, y no porque me volviera soplona, sino porque mi célula ya no existía. Se iban derrumbando las cosas y una tenía que seguir viviendo, sobrevivir. ¿Entiendes? También tenía derecho a vivir, pero sin renunciar a mis ideas […] Así nomás dejé de militar.
Rolando, en relación a la captura de Guzmán, nos dice:

Ese día estaba en clases de geografía y por la ventana veía que la gente se estaba agrupando en el patio de la facultad de Ciencias y me parecía extraño porque a esa hora la gente no se reunía mucho. Salgo del salón pensando que había una requisa y cuando llego al patio me dicen que por la televisión decían que Abimael Guzmán estaba preso y que lo iban a ejecutar porque una columna del Ejército de Liberación Nacional estaba preparando el rescate. Puta que me quedé cojudo. Al toque me quité de la universidad […] Llego a la casa de unos amigos de mi barrio y todos hablaban de lo mismo: “¡Que lo maten a ese concha su madre!” Puta, todos decían lo mismo, todos.

Me quedé en mi casa unos días, no salí para nada, estaba prendido a la televisión todo el día esperando que me llamaran para una reunión de urgencia. Hasta que veo por la tele al presidente Gonzalo y lo veo en una casa de ricos, tomando tragos finos, lleno de comodidades. ¡Carajo, igualito que los perros! ¿De qué revolución hablamos? Si llueve, todos nos mojamos. O sea él bien cómodo y todos nosotros jodidos, con miedo. Mao en ese sentido era más consecuente con lo que escribía, él sí era más consecuente.



LA MEMORIA DE SECTA SENDERISTA Y LA MASACRE DE LA CANTUTA: SÓLO UN HECHO MÁS

A fines de los años ochenta e inicios de los noventa, las desapariciones de estudiantes fueron frecuentes en las universidades. Para Sendero la desaparición de los estudiantes de La Cantuta en julio de 1992, vale decir pocos meses antes de la captura de Guzmán, sólo fue un hecho más. Muy distinta había sido su postura ante la matanza de presos senderistas ocurrida el 19 de junio de 1986 durante el gobierno aprista. Aquí sí existía una voluntad explícita de apropiarse los acontecimientos como memoria y establecer un hito en la historia oficial escrita por el partido: “¡El Día de la Heroicidad!” Para SL los héroes de guerra pueden ser considerados sujetos activos de la historia, mientras que las víctimas son sujetos pasivos. De allí una memoria de secta: Sendero se negaba a reclamar como “sus” desaparecidos a los estudiantes de La Cantuta pues ninguno de ellos llegó a ser un cuadro político importante en la organización. Todo ello en un momento en que era fuerte la creencia entre dirigentes y militantes de base de que ya estaban tomando “el cielo por asalto” y que la toma del poder era sólo cuestión de unos cuantos años, incluso de meses.26

¿Cómo se vivió en 1992 la matanza de estudiantes de La Cantuta en la célula senderista de Rolando? Cuando se lo preguntamos, nos habla de otra cosa: la incursión realizada por el ejército en el Penal de Canto Grande que estaba controlado por SL, entre el 6 y 9 de mayo de 1992, en la que se produjeron muchas bajas entre los presos senderistas.

No te puedes imaginar lo que era saber que estábamos logrando nuestros sueños, que el estado burgués se desmoronaba, que las huestes genocidas se desesperaban. Nosotros discutimos sobre lo ocurrido y estábamos más ocupados en recordar a los muertos en los penales en mayo del 92. Ellos sí murieron defendiendo al partido, fortaleciendo su moral de clase, son héroes caídos en combate, nunca hincaron la rodilla, marcaron una epopeya dentro de la lucha del proletariado peruano, abriendo trocha en la historia del mundo comunista […] ¿Me entiendes? ¿Por qué detenernos a discutir y llorar si la revolución no permitía miedos? El miedo era indicio de traición. (Destacado mío.)
Las únicas menciones encontradas en los documentos senderistas sobre los hechos de La Cantuta presentan a la matanza como parte de una “ofensiva mayor del ejército genocida contra el pueblo”. No era una ofensiva selectiva contra sus camaradas, sino contra “la masa periférica”. “La sangre de los combatientes no ahoga la revolución, sino la riega”, era una de las tantas frases retóricas lanzadas por Guzmán a sus camaradas. Al discriminar entre combatientes muertos en acciones de guerra y la masa periférica de los simpatizantes con el partido, los estudiantes senderistas enseñaban que habían asimilado la consigna de su líder. Así, al preguntarle a Yolanda por sus recuerdos de la matanza, nos dice:

Causó mucho miedo, muchos camaradas tuvieron que salir de la universidad en previsión de otras desapariciones… pero a pesar de que conocía a algunos de ellos, no pertenecían a ninguna célula importante, algunos incluso simpatizaban con otros grupos de izquierda […] En realidad, lo que causó fue mucho miedo, pero no nos movilizamos por ellos como gente del partido sino como una estrategia para denunciar el genocidio fujimorista contra el pueblo en general. Tratábamos de demostrar al resto de estudiantes y al pueblo en general que el gobierno de Fujimori estaba desesperado desapareciendo a los hijos del pueblo […] ¿Para qué darle mucha importancia si la construcción del estado de Nueva Democracia estaba forjándose en las luminosas trincheras de combate y el Presidente Gonzalo estaba a la cabeza dirigiendo personalmente la revolución? […] La desaparición de los estudiantes no ameritaba mayor reflexión, había otras prioridades. (Destacado mío.)
La mística senderista se apodera de otro hecho: las masivas desapariciones de estudiantes y profesores de la Universidad del Centro, en Huancayo, que se produjeron desde fines de los ochenta y principios de los noventa. La memoria de Vicky es reveladora al respecto. Estudiaba filosofía. Militó en SL entre 1991 y 1993, realizando labores de proselitismo en la propia universidad y luego en varios asentamientos cercanos a la carretera central, eje estratégico que une la capital con la sierra central. Actualmente se dedica al negocio de venta de libros de educación primaria y secundaria en una editorial local. Sobre la desaparición de los estudiantes agrega:

Desde 1991 los militares se metieron a la universidad y siempre chocábamos con ellos en las asambleas, en los mítines, en las marchas internas […] Pero de lo que nunca se hablaba era que muchos camaradas de Huancayo, de la Universidad del Centro, fueron desaparecidos y asesinados por la policía y sus paramilitares desde los ochenta. Entonces lo que sucedió en el 92 no nos toma por sorpresa, estábamos preparados, era nuestra contribución a la lucha popular. Nos querían desmoralizar, pero a más represión más resistencia, y nuestro lema de moral partidaria era “¡resistir y combatir!”. Y resistíamos no desmoralizándonos, no podíamos dar marcha atrás […] Sabíamos que venían muchas muertes pero estábamos dispuestos a darlas pero en combate, pero ahora en la nueva etapa revolucionaria de defensiva estratégica.
Esta entrega de la vida en acciones del partido es lo que Gustavo Gorriti denominó “la cuota”.27 Fue visto como el paso indispensable para convencer a los militantes senderistas de la necesidad de matar en forma sistemática y despersonalizada. Para fomentar entre ellos una disposición a entregar y sacrificar la propia vida cuando el partido lo dispusiera. Era necesario “llevar la vida en la punta de los dedos”, como declaraba Abimael Guzmán en una famosa entrevista a El Diario en 1988.

Detrás de la inflexible retórica partidaria, podemos encontrar en esos testimonios la expresión de lo vivido como individuos en julio del 92. Las memorias dramatizan la matanza con otro sentido cuando los militantes la ubican en su historia personal, al hablar, por ejemplo, de sus familias, sus amigos, de los resquicios de su vida cotidiana. Se da pues una tensión entre lo personal y lo político. Patricia, estudiante de matemáticas,28 relata:

Mis papás ya sabían que militaba, que estaba en el partido, y estaban muy asustados por mí, pero lo que nunca les dije era que yo no tenía miedo por mí sino por ellos. Ellos se enteraron después de la desaparición de los estudiantes porque revisaron mis cosas y encontraron fotos y volantes […] y me salí de mi casa porque ¿qué tal si desaparecen a mis viejos? O sea yo lucho por ellos y al final me los matan. Por eso me salí, por miedo a que les pase algo […] Aunque suene raro ahora, la matanza del 92 fue un golpe fuerte para nosotros, sobre todo por el miedo, pero al contrario nos daba más rabia.
Adriana, de 30 años de edad, ex estudiante de Educación Inicial,29 dice a su turno:

Me dio pena enterarme cómo habían muerto […] Jamás imaginé que iban a morir de esa forma tan cruel y me ponía a pensar hasta cuándo duraba esto, hasta cuándo vivir así, hasta cuándo las muertes. Yo no los conocía personalmente, pero me da una pena porque pude ser yo, y a sus familias siempre las veía dando vueltas por la universidad, finalmente los familiares son los que más sufren por la muerte de sus hijos […] Mi mamá se hubiese muerto de tristeza si se entera que me mataron, y eso que mi mamá sabía que estaba con Sendero desde que entré a La Cantuta, sabía pero también entendía que era mi convicción y mi solidaridad de clase con los explotados por el imperialismo […] Siempre le decía: “mamá, si me matan no me llores, si me desaparecen no me busques, si me torturan no me cures, yo sé a qué me meto, estoy segura y entiéndeme por mi compromiso con el partido, no soy fanática, estoy luchando por conquistar los derechos del pueblo y del proletariado”. (Destacado mío.)
Estos testimonios revelan en SL una “memoria de secta”, que recuerda sólo a sus militantes y a los cuadros políticos que han muerto en las “luminosas trincheras de combate”. Distinguen entre militante y masa, entre masa consciente y preconsciente Pero esta memoria sufre un golpe demoledor con la captura de Abimael Guzmán en septiembre de 1992, y se atomiza con la desmovilización de sus militantes luego de la firma del Acuerdo de Paz entre Guzmán y el gobierno de Fujimori en 1993.



“¿DÓNDE ESTÁN LOS DESAPARECIDOS?”: LA DENUNCIA PÚBLICA DE LOS SUCESOS DE LA CANTUTA

Vale la pena detenernos un momento en el itinerario de los familiares en busca del esclarecimiento de los hechos que siguió al caso La Cantuta. Atomizada a partir de 1992, la memoria de los estudiantes no lograba oponerse a la “memoria salvadora” elaborada por el gobierno fujimorista, es decir, ese consenso narrativo construido autoritariamente sobre la violencia política entre 1992 y 1995. Sin embargo, entre estas dos fechas, pareció durante unos meses que era posible conocer la verdad en torno de los desaparecidos de La Cantuta. Inmediatamente después de la desaparición, los familiares peregrinaron, día tras día, por comisarías, cuarteles, juzgados, hospitales, incluso la morgue. Nadie sabía darles razón: “Esa madrugada no se ha realizado ningún operativo”; “No hay ningún detenido con el nombre que usted me dice”, eran respuestas habituales que recibían los familiares. Los reclamos por el paradero de los secuestrados llegaron hasta el mismo jefe de estado. El 21 de octubre de 1992, el presidente Fujimori volvió a visitar la universidad La Cantuta y regaló algunos ómnibus y medio centenar de computadoras. En medio de la multitud de estudiantes que eran favorables al “inesperado” visitante, algunos se atrevieron a preguntarle por sus compañeros desaparecidos, recibiendo algunas pifias de los simpatizantes de Fujimori. Envanecido, Fujimori intentó minimizar el reclamo. “Esas voces ya no pegan en La Cantuta”, dijo. Pero los reclamos insistían: “¿Dónde están los desaparecidos?”. Entonces respondió: “Si es un estudiante que se alineó con Sendero, debe estar en una cárcel de seguridad del estado”. Pero allí, y con razón, negaban que los tuviesen detenidos.

Los familiares presentaron recursos de amparo y habeas corpus en varios juzgados de Lima. Sin embargo, tanto el comandante general del ejército, Nicolás de Bari Hermoza Ríos, como el comandante de la II Región militar, general Luis Salazar Monroe, negaban abiertamente cualquier implicancia en los hechos y, por el contrario, acusaban al periodismo y a las organizaciones de derechos humanos de “atentar contra la integridad moral del ejército”. Recién el 4 de noviembre de 1992, ante un juzgado que investigaba el caso, el general Hermoza admitió por primera vez que se produjo una intervención militar en la universidad de La Cantuta a cargo del general Luis Salazar Monroe, pero añadió que no hubo detenidos y se negó a dar la identidad de los comandos que participaron en el operativo aduciendo “razones de seguridad”. El proceso judicial terminó poco después. El Poder Judicial, intervenido por el gobierno de Fujimori, resolvió finalmente la improcedencia del habeas corpus. Se adujo que no se encontraron suficientes elementos para establecer que los denunciados hubiesen vulnerado o amenazado “el derecho de libertad individual de los estudiantes”. Ello a pesar de que el juzgado recogió testimonios de varios estudiantes que narraron en detalle lo ocurrido la madrugada del 18 de julio.30 Igualmente, en el Ministerio Público, las acciones de investigación eran entrampadas con argucias legales y la sistemática negativa del ejército a brindar los nombres de los oficiales que cumplían turno aquella madrugada. Cualquier esperanza de que se realizase una verdadera investigación parecía remota.

En el Congreso ocurría lo mismo. Una moción presentada por la oposición para investigar los hechos parecía condenada al fracaso por la negativa de la mayoría oficialista. Entonces, el 2 de abril de 1993 el congresista Henry Pease, de la Izquierda Democrática, reveló que había recibido un documento que describía con detalle y precisión la forma como habían sido secuestrados y asesinados el profesor Hugo Muñoz y los nueve estudiantes. Suscrito por el grupo COMACA, el documento señalaba que la información provenía de oficiales y militares subalternos contrarios a las violaciones de los derechos humanos en la guerra antisubversiva.

A la mayoría oficialista no le quedó más remedio que aceptar la formación de una comisión investigadora sobre los hechos de La Cantuta. De allí en adelante, las acusaciones siguieron brotando. El general Rodolfo Robles Espinoza, tercero en la jerarquía del ejército, denunció que los autores del asesinato de los estudiantes eran miembros del grupo Colina y señaló como responsable al asesor presidencial de Inteligencia, Vladimiro Montesinos Torres, principal autor intelectual de las violaciones de los derechos humanos durante el gobierno de Fujimori. Señaló también que el mismo comando de aniquilamiento había participado en el asesinato de 18 personas, en 1991, en Barrios Altos, así como en el asesinato en 1990 del abogado senderista Manuel Febres y en las masacres entre 1989 y 1993 de decenas de presuntos estudiantes subversivos en la Universidad Nacional del Centro de Huancayo. Robles afirmaba que a fines de 1990 se había creado un destacamento especial de inteligencia (un escuadrón de la muerte) que estaba bajo las órdenes de Vladimiro Montesinos y cometía una serie de violaciones a los derechos humanos contando con la aprobación del general Hermoza Ríos y del Presidente Fujimori. A los pocos días, el general Robles se vio obligado a asilarse en la embajada de los Estados Unidos luego de recibir amenazas de muerte contra él y sus familiares. Más adelante, salió del país para asilarse en la Argentina.

A pesar de las reiteradas denuncias no se obtenían resultados concretos. La mayoría oficialista del Congreso entorpecía las labores de la comisión investigadora y el ejército, en señal desafiante e intimidatoria al Legislativo, sacó medio centenar de tanques blindados y los paseó por el centro de Lima. De parte del gobierno se tejieron varias hipótesis sobre el destino de los estudiantes: “se han autosecuestrado para desprestigiar a las Fuerzas Armadas, se han ido al monte con los terroristas y son parte de alguna columna militar”. Incluso se llegó a extremos delirantes, como el del congresista oficialista Gilberto Siura que preguntó a Raída Cóndor, madre del desaparecido estudiante Amaro Cóndor, si su hijo no se habría escapado con su enamorada.31

Sin embargo, en ese mismo año, 1993, el caso daría un giro inesperado. La revista , semanario de enorme prestigio, publicó un informe que revelaba el lugar exacto donde se encontraban los restos de los estudiantes. La denuncia había sido posible gracias a un informe anónimo entregado a la revista, donde se indicaban los pormenores de la operación militar y cómo habían sido enterrados los cuerpos.32 Al día siguiente de publicado el informe, con presencia de la prensa nacional e internacional, del fiscal Víctor Cubas Villanueva y de organismos de derechos humanos, se descubrió en Cieneguilla, en las afueras de Lima, un cuadro espeluznante: restos de huesos, cráneos agujereados, extremidades quebradas, serruchadas, mutiladas, calcinadas y regadas en una amplia fosa. No cabía duda. Los detenidos habían sido ajusticiados y luego sus cuerpos fueron mutilados y calcinados para que no quedaran huellas de las torturas ni indicios de los autores de las mismas. Pero cerca de los cuerpos se encontraron algunas llaves que, como se comprobó, correspondían al armario de uno de los estudiantes: Armando Amaro Cóndor.

Inmediatamente después, la mayoría oficialista del Congreso aprobó en 1993 la llamada Ley Cantuta, que facultaba a la justicia militar a llevar a cabo el juicio a los militares responsables de los hechos. La pena dictada por el fuero castrense a los miembros del grupo Colina oscilaba entre los seis meses y treinta años de cárcel en un cuartel militar. A ningún oficial de alto rango se lo implicó en el juicio y el brazo de la justicia militar llegó solamente hasta el mayor Santiago Martín Rivas, jefe operativo del grupo Colina.33



NUEVAS MEMORIAS ESTUDIANTILES DE LA CANTUTA EN LA DENUNCIA DEL FUJIMORISMO

El 14 de junio de 1995, Lima despertó con una noticia bomba. A las tres de la madrugada, la bancada oficialista en el Congreso había aprobado una amnistía para militares implicados en violaciones de derechos humanos durante los quince años de guerra antisubversiva.34 El debate entre quienes sustentaban la amnistía y quienes la rechazaban remite a dos narrativas sobre la violencia política y el papel cumplido por el gobierno de Fujimori en ese proceso.

La primera fue elaborada por Fujimori a partir del “autogolpe” de 1992 con la intención explícita de resolver los conflictos en torno del pasado reciente. El gobierno fue edificando su explicación de la historia y, amplió el consenso sobre su papel en la pacificación y la reconstrucción nacional. Mientras tanto, los otros actores políticos, los estudiantes entre ellos, no pudieron asimilar los acelerados acontecimientos políticos ni mucho menos elaborar un marco interpretativo alternativo al del fujimorismo.

La reelección de Fujimori en 1995 permitió al Ejecutivo, así como a amplios sectores del empresariado y la cúpula de las Fuerzas Armadas, preparar e implementar rápidamente la continuidad del régimen autoritario. Para ello, la mayoría parlamentaria aprobó una “ley de interpretación auténtica” que abrió paso a una nueva candidatura de Fujimori y destituyó a tres miembros del Tribunal de Garantías Constitucionales, último bastión del estado de derecho y única institución autorizada para impedir la inconstitucional re-reelección de 2000.

Inmediatamente, miles de estudiantes protestaron contra la violación del estado de derecho y el creciente autoritarismo, exigiendo al gobierno no manipular las leyes para mantenerse en el poder. Sus discursos y consignas eran muy peculiares; decían en sustancia: “no pertenecemos a ningún partido político; no estamos manipulados por nadie; no queremos hacer política, somos independientes; nuestra organización es autónoma; somos estudiantes, no somos terroristas”. Era una generación que protestaba bajo el paraguas de un discurso claramente antipolítica y antipartidos. Una postura que desvelaba las profundas huellas dejadas por el desgaste del sistema de partidos y por una exitosa estrategia fujimorista que había consistido en demonizar a la actividad “política” y estigmatizar cualquier acción colectiva que no pasara por el filtro mediatizador del gobierno. Al mismo tiempo, los estudiantes evitaban cualquier vinculación con la violencia senderista.35 En ese sentido, muchas de sus consignas se ubicaban aún en el marco de la “memoria salvadora” oficial.

Pero en la masiva marcha de 1997 surgió de repente otra consigna que sintetizó las nuevas sensibilidades estudiantiles: “¡Aquí, allá, el miedo se acabó!”. Lo que parecía acabarse era una construcción social del miedo, muy bien lograda por el fujimorismo en sus primeros cinco años. Había logrado agudizar la imagen del terrorista senderista hasta hacer de ella una monstruosidad inexplicable. Y a cambio, había logrado también naturalizar los excesos de un estado cada vez más corrupto y trasgresor de la legalidad. Ficticios o reales, los miedos sembrados eran parte del clima político en el momento de la reelección de Fujimori.

A la masiva marcha de estudiantes en 1997 se añadieron otros sucesos políticos adversos para Fujimori, como la movilización por el referéndum del Foro Democrático, la intervención al Canal 2 de televisión por sus denuncias contra Montesinos así como contra otros oficiales corruptos de las Fuerzas Armadas, y en contra de la acentuada recesión y crisis del programa económico. La “memoria salvadora” del gobierno empezó a mostrar sus primeras grietas. De allí en adelante, las medidas arbitrarias para garantizar la re-reelección de Fujimori no harían sino resquebrajar con más fuerza la certidumbre de que Fujimori y su asesor Montesinos eran los principales promotores de la paz y la estabilidad.

En el primer quinquenio del gobierno de Fujimori, la “memoria salvadora” había logrado hacerse hegemónica en la sociedad. No negaba la existencia de otras memorias pero las volvía marginales. Como, por ejemplo, los recuerdos senderistas sobre La Cantuta o los de los familiares que luchaban por justicia ante la impunidad. Sin embargo, al hacer crisis la narrativa estatal, empiezan a manifestarse nuevos sentidos del pasado y comienzan a procesarse los traumas que se pretendían imborrables, como el miedo a la violencia.

Los estudiantes participaron en la denuncia ética y política del fujimorismo. Si bien sus marchas de 1996 y 1997 estuvieron desconectadas de los reclamos por los derechos humanos, y en particular de los familiares de las víctimas de La Cantuta, a partir de 2000 demuestran una sensibilidad distinta y con ellas una visión propia del pasado. A estas alturas, la composición social del estudiantado había cambiado. No son principalmente los estudiantes de La Cantuta los que salen a las calles a reclamar a “sus muertos”, como en 1996, sino también los de universidades privadas, muchos de ellos provenientes de los sectores medios y altos de Lima. En las nuevas identidades políticas de esta generación de estudiantes entran memorias de la represión y la violencia de principios de los noventa que han sido transfiguradas. Los cambios políticos de 2000 proporcionan a los jóvenes universitarios el marco para construir una memoria “aleccionadora” sobre La Cantuta que será operativa en la lucha contra el fujimorismo, logrando desestabilizar la memoria salvadora del régimen fujimorista. Surgen, en verdad, varias memorias que luchan entre sí, a medida que se desvanece la aceptación tácita de una memoria oficial hegemónica.

Pedro, de 22 años de edad, estudiante de Derecho de la Universidad Católica, dice:

Teníamos varios años de silencio y de miedo porque antes nos decían que éramos terroristas. Hasta mis papás me decían que no me meta en política, que me mandan a la universidad a estudiar y no para la política. Y ahora me dicen, “participa, organízate, lucha, no te chupes” y eso me hace más fácil participar en política en la universidad y recordar que “la sangre derramada jamás será olvidada”.
Julio, a su turno, de 21 años, estudiante de Literatura en La Cantuta, agrega:

Yo empecé a marchar desde 1998 cuando salí para protestar por el alza de las matrículas en La Cantuta. Yo sabía sobre la muerte de estudiantes hace años pero nunca me sentí ligado a esos hechos por distancia y por roche [vergüenza] de que me digan que era terruco de La Cantuta y si te dicen que eres terruco te fregaste porque eso pesa para que te clasifiquen o te miren con prejuicio […] Recién ahora último con todo el alboroto de las elecciones y el despertar de las protestas populares… siento que pertenezco a La Cantuta y tengo algo que reclamar al gobierno. (Destacado mío.)
La nueva memoria estudiantil en torno de la Cantuta no se origina en recuerdos transmitidos por los familiares de las víctimas o por ex-senderistas. En efecto, los estudiantes no asisten a actos rituales como romerías, misas recordatorias, visitas a las tumbas, lo que les permite proyectarse en la escena pública con mas libertad y evadir el estigma de ser proterrorista o prosenderista. Más bien su memoria se construye a partir de hechos detonantes, como el rechazo a Vladimiro Montesinos que, en la coyuntura electoral de 2000, cristalizó una serie de reclamos silenciados en los años previos.

Juan, de 22 años, estudiante de Ciencias de Comunicación de la Universidad de Lima, dice acerca de él:

Todos saben lo que ha hecho este señor cuando defendía a los narcotraficantes y que luego se mete con Fujimori para gobernar este país. Se ha dicho hasta el cansancio que él está metido en el grupo Colina, que son los asesinos a sueldo de este régimen dictatorial… Si todos nosotros salimos ahora en estas marchas es para exigir ¡basta ya! a la dictadura de Fujimori y Montesinos, pero sobre todo de Montesinos, que es el mayor asesino y corrupto del Perú.
Viviana, de 19 años de edad, estudiante de Medicina de la Universidad Cayetano Heredia, agrega:

Lo que queremos es democracia así a secas, democracia de verdad y que no se nos diga que Montesinos es el que nos trajo la paz. ¿La paz? Si este individuo tiene en su lista de muertos a mucha gente que defendía sus ideales, a mucha gente inocente. Ahí están por ejemplo los estudiantes de La Cantuta, asesinados por órdenes de este señor. ¿Paz con este señor? No lo creo.
Que toda la violencia desatada entre 1990 y 2000 se condense en la figura de Vladimiro Montesinos no deja de ser paradójico: quien, en palabras del mismo Fujimori, era el artífice intelectual de la pacificación, se convierte en el obstáculo principal para su sustento.

Es probable que este nuevo escenario no hubiese sido posible sin el papel de transmisores de memoria cumplido por algunos medios de comunicación. Sus denuncias no surgen de la nada entre 1996 y 1997. Varios acontecimientos las respaldaban: la destitución arbitraria de magistrados, las torturas administradas por el Grupo Colina a las ex agentes de inteligencia Leonor La Rosa y Mariella Barreto, las coimas pagadas por el narcotraficante Vaticano a Montesinos para el transporte de droga desde el valle cocalero del Huallaga (zona nororiental del Perú). Asimismo, las imágenes de La Cantuta que se mostraron en 1993, la excavación de las fosas y recolección de huesos y cráneos calcinados, han obrado para esta reconexión con el pasado, al generar una conciencia, aunque débil en ese momento, de que “algo estaba mal”, de que el gobierno cometía “excesos”.36 Los estudiantes, entonces, se conectan con el pasado y lo utilizan como memoria en su lucha contra el presente autoritario. Es decir, la memoria de la matanza que construyen no expresa solidaridad con las víctimas y sus familiares. Más bien les sirve para abordar la situación nueva creada por la oposición al fujimorismo y para realizar un balance de éste desde sus propias experiencias; como advierte Carlos, de 20 años, estudiante de Ingeniería Industrial de la Universidad Católica: “esos estudiantes [que perdieron la vida en la masacre] pudieron haber sido cualquiera de nosotros”.

¿Cómo es posible que se ensañaran tanto con ellos? ¡Calcinarlos y descuartizarlos! ¿Para qué tanto si ya estaban muertos? Y que tal si mañana me matan a mí, o a mi hermana, o cualquiera de mis amigos de la universidad […] Si me preguntas qué es Fujimori para mí, te respondo: muerte, mentira, impunidad y al final corrupción.
Vanessa, de 20 años, estudiante de Educación Primaria de la Universidad San Marcos, dice:

Yo no recuerdo al pie de la letra cómo los mataron pero sí recuerdo que los descuartizaron y quemaron para que no puedan identificarlos y que al final esos asesinos salieron libres, porque Fujimori y Montesinos los dejaron libres. Y de repente están ahora en las marchas vigilando, chequeando, tratando de ver quiénes son los dirigentes para apuntarlos, pero aquí los dirigentes somos todos, no tenemos nombres propios.
Mariella, 19 años, estudiante de Derecho de la Universidad de Lima, dice:

Nosotros salimos a marchar porque queremos alzar nuestra voz de protesta contra las arbitrariedades de este gobierno, contra la impunidad con que actúa. Para eso debemos tener conciencia de lo que pasó en el gobierno de Fujimori […] Debemos defender la democracia y aspirar a un Perú mejor, lejos de toda dictadura […] Por eso gritamos en memoria de los estudiantes de La Cantuta, porque eran estudiantes como nosotros, universitarios que luchaban por la verdad y el estado de derecho.


ESTUDIANTES Y FAMILIARES: RELACIÓN Y DISTANCIA ENTRE DOS MEMORIAS DE LA CANTUTA

Los testimonios de estos estudiantes enseñan cómo la nueva memoria de La Cantuta recupera paulatinamente un carácter compartido. En particular, se entreteje con la memoria de los familiares, que desde 1995 luchaban por un nuevo juicio a los militares responsables de la matanza. En éstas los familiares vestidos de luto y con velas encendidas portan pancartas con las fotos de las víctimas, y pronuncian discursos exigiendo reparación y justicia; tratando de expresar simbólicamente la existencia de quienes ya no están físicamente, como lo expresan el hermano del profesor Hugo Muñoz y la hermana del estudiante Enrique Ortiz, respectivamente:

No nos cansaremos nunca. Así pasen 100 años, seguiremos pidiendo que nos expliquen lo que pasó y por qué los mataron. También seguiremos batallando para que se sancione a todos los responsables, materiales e intelectuales.

Nunca los olvidaremos. Por eso hacemos la romería con nuestras familias y algunos estudiantes que nos acompañan tocando la música que a ellos les gustaba, con zampoña y sikuris [instrumentos de música andina]. Porque queremos recordarlos con alegría y agradecer por los buenos momentos que compartimos con ellos.37

A pesar de coincidir en recordar un mismo acontecimiento, las memorias de familiares y las de estudiantes no logran establecer puentes más allá de romerías o misas recordatorias. Para los estudiantes invocar al pasado conforta su postura ética y política frente al presente. Para los familiares se trata de rememorar el pasado y nada más. El suceso doloroso es preservado en su literalidad, permaneciendo desconectado del de otros actores colectivos. Dice Raída Cóndor, la mamá de Amaro Cóndor una de los estudiantes asesinados:

¿Ahora quién resarcirá todo lo que hemos perdido? ¿Cuándo lograremos conocer la verdad y por qué sucedieron las cosas? Nunca podremos recuperar a nuestros familiares, a mi hijo, y luego de tantos años, hasta que me den las fuerzas, vendré a recordar y a llorar a mi hijo que no pudo despedirse de mí, su madre.38
Es posible que la incapacidad de los familiares de La Cantuta para elaborar una narrativa que pueda ser compartida por otros se deba a la inexistencia de un espacio donde elaborar el trauma de la pérdida, de modo que su experiencia del dolor ha tenido que convertirse en un ritual permanente. En su gran mayoría son de procedencia rural andina y cargan consigo el estigma de ser “serranos” o “cholos”. En cambio, los estudiantes universitarios pertenecen a la parte urbana y blanca del país y en el 2000 provienen en su gran mayoría de universidades particulares. Si para los familiares el asesinato de los suyos es una herida abierta que exige justicia y reparación penal –en este sentido, exige una memoria literal– para los estudiantes movilizados el año 2000 en contra del fujimorismo, el episodio La Cantuta actúa más bien como parábola a través de la cual reinterpretan el autoritarismo fujimorista.

Al mismo tiempo los sucesos de La Cantuta dejaron de aparecer como un episodio conflictivo y confuso del terrorismo estudiantil en que prevalecía la imagen difundida por el gobierno, para asumir su significado de asesinato y genocidio estatal. Esta nueva visión borra el papel que tuvieron los grupos subversivos en la violencia política. De estudiantes radicales sospechosos de terrorismo las víctimas se convierten en héroes luchadores por justicia, paz y verdad.39

Llamamos a salir a las calles en contra de la dictadura fujimorista asesina de nuestros hermanos de La Cantuta, nuestros héroes universitarios víctimas de las balas asesinas de Fujimori-Montesinos que pretendían acallar nuestra lucha por justicia y libertad.40

¿Sabes qué día es hoy? Hace ocho años, un día como hoy, asesinaron a nueve estudiantes y un profesor de la universidad La Cantuta por defender los derechos del pueblo y gritar su desacuerdo contra la dictadura de Fujimori. Organicémonos y luchemos por nuestra libertad y recordemos a nuestros hermanos cantuteños.41

Con su muerte quisieron apagar la hoguera de nuestra lucha; lo único que lograron fue hacerla arder mucho más luminosa […] Recordemos a nuestros compañeros desaparecidos que defendían denodadamente nuestros justos derechos ante la actitud abusiva, prepotente de las autoridades gubernamentales y universitarias.42

En nombre de la coordinadora Cantuta Unida, saludamos a los “Mártires de La Cantuta” y reafirmamos nuestro compromiso con la democracia y con el espíritu crítico que nos ha caracterizado y nos caracteriza a seguir el apostolado de maestros que creyeron nuestros hermanos que hoy yacen descansando en el sueño de los justos.43
Al no experimentar esa dimensión biológica del trauma, los estudiantes que ahora recuerdan los sucesos de La Cantuta son capaces de encontrar en ellos el emblema de su lucha contra el autoritarismo fujimorista. Los nuevos relatos del pasado sirven para nutrir las expectativas políticas desgatilladas por el proceso de transición democrática que se abre.



EPÍLOGO

Los procesos que generaron la violencia en los años ochenta no se han cancelado y siguen presentes. En el lapso de tiempo que va desde el proyecto pedagógico de Walter Peñaloza, director del programa piloto de la universidad La Cantuta en la década de 1950, hasta la muerte del profesor Hugo Muñoz y de los nueve jóvenes aspirantes a maestros y maestras en julio de 1992, esta universidad ha sido escenario de múltiples cambios y conflictos. Una combinación de factores como el radicalismo estudiantil o el abandono estatal, a la larga posibilitaron la penetración senderista y, por ende, el sangriento retorno de las Fuerzas Armadas a los claustros universitarios.

El caso La Cantuta invita a reflexionar sobre las complejas dinámicas políticas y culturales que han nutrido el imaginario de la sociedad peruana de posguerra. Constituye una suerte de compendio histórico de todo lo ocurrido en los dos últimos decenios: impunidad, violencia, recuerdos, muertes, crisis, esperanzas. Y demuestra que falta todavía una memoria social más justa, integradora y solidaria debido a la marginalización de una parte de la ciudadanía por el racismo y prejuicio clasista de un sector de la sociedad. Es lo que puede desprenderse del relato de Raída Cóndor, madre de Amaro Cóndor, uno de los estudiantes asesinados: “Me lo arrancaron de mi hogar a mi hijo tan querido y todo porque era pobre y no era como quería el gobierno. Me lo arrancaron porque es distinto a los que tienen dinero en el Perú”;44 pero a modo de contrapunteo, Gisela Ortiz, hermana de Luis Ortiz, otro de los estudiantes asesinados nos dice: “Debemos tener un compromiso latente, activo, presente. Saber querer a los nuestros no es sólo llorarlos, es hacer justicia por su memoria”.45




NOTAS

1. El ex capitán del ejército y asesor personal de Fujimori, Vladimiro Montesinos, era visto como el artífice de las violaciones a los derechos humanos durante los años del fujimorismo. Esta percepción se aceleró cuando un partido de la oposición mostró en un canal de televisión, a mediados de 2000, una grabación donde Vladimiro Montesinos soborna con dinero a un congresista para que se pase a las filas del oficialismo.

2. Sobre este punto y en general para su análisis de testimonios, nos hemos servido de las reflexiones de Pierre Bourdieu. “A ilusão biográfica”. Luisa Passerini. “A ‘locuna’ do presente” y Alessandro Portelli. “O masacre de Civitella Val di Chiana. (Toscana: 29 de junio de 1944): mito, política, luto e senso comun”. Marieta de Moraes y Janaína Amado (editoras). Usos y abusos da História Oral. Río de Janeiro: Fundacão Getúlio Vargas, 1998. Del mismo Portelli, también: “‘El tiempo de mi vida’: las funciones del tiempo en la historia oral”. Jorge Aceves (comp.). Historial Oral. México: Instituto Mora, 1997. Otros autores que han guiado nuestra metodología y reflexión han sido: Daniel Bertaux. “La perspectiva biográfica: validez metodológica y potencialidades” y Paul Thompson. “Historias de vida en el análisis del cambio social”, ambos en José Marinas y Cristina Santamarina (eds.). La historia oral: métodos y experiencias. Madrid: Debate, 1993. Silvia Galperin, Elizabeth Jelin y Susana Kaufman, “Jóvenes y mundo público”. Revista del Instituto de Investigaciones de la Facultad de Psicología. Universidad de Buenos Aires. Año 3, núm. 1, Buenos Aires: 1998.

3. Vladimiro Montesinos grabó durante años los momentos en que compraba con dólares a congresistas, políticos, dueños de medios de comunicación, empresarios, jueces, etc., pues quería dejar constancia de la “transacción” para luego ejercer chantajes o extorsiones.

4. Para la reconstrucción de los hechos han sido valiosos los distintos informes y crónicas periodísticas. Para los informes véase: De la tierra brotó la verdad. Crimen e impunidad en el caso La Cantuta. Lima: Asociación Pro Derechos Humanos, 1994. Efraín Rúa. El crimen de La Cantuta. La muerte y desaparición de un profesor y nueve estudiantes que estremeció al país. Segunda edición, Lima: ERS ediciones, 1996. Víctor Cubas Villanueva. La Cantuta: crónica de una investigación fiscal. Lima: Palestra Ediciones, Coordinadora Nacional de Derechos Humanos, 1998. La información periodística se basa principalmente en los diarios La República, El Comercio, la revista Ideele, el Resumen Semanal de Desco, y el Reporte especial de violencia política de Desco.

5. Para una lectura detallada de la coyuntura política 1990-1992, véase Martín Tanaka. Los espejismos de la democracia. El colapso del sistema de partidos en el Perú. Lima: IEP, 1998, pp. 203-229. Sally Bowen. El expediente Fujimori. El Perú y su presidente, 1990-2000. Lima: Perú Monitor S.A., 2000.

6. Sobre la democracia delegativa existe un amplio debate a partir de los postulados de Guillermo O’Donnell. Delegative democracy. The Helen Kellogg Institute for International Studies: Working Paper, núm. 172, University of Notre Dame, 1996. Para una revisión crítica de sus propios postulados véase Guillermo O’Donnell. “Teoría democrática y política comparada”. Desarrollo Económico, núm. 156. Buenos Aires: IDES, 2000.

7. En 1991 un secreto documento militar decía: “el mejor subversivo es el subversivo muerto; por lo tanto no se capturarán prisioneros”. Sobre las políticas antisubversivas, véase Carlos Tapia. Las Fuerzas Armadas y Sendero Luminoso. Dos estrategias y un final. Lima: IEP, 1997. Fernando Rospigliosi. Las Fuerzas Armadas y el 5 de abril: la percepción de la amenaza subversiva como una motivación golpista. Documento de Trabajo. Núm. 73, Lima: IEP, 1996.

8. Sobre la planificación de la matanza pueden verse las denuncias del general Rodolfo Robles y los pronunciamientos del grupo militar clandestino COMACA (Comandantes, Mayores y Capitanes), véase De la tierra brotó la verdad. Crimen e impunidad en el caso La Cantuta. Lima: Asociación Pro Derechos Humanos, 1994.

9. Citado en Efraín Rúa. El crimen de La Cantuta. La muerte y desaparición de un profesor y nueve estudiantes que estremeció al país. Segunda edición, Lima: ERS ediciones, 1996, p. 18.

10. La República. 22 de mayo, 1991.

11. Resumen semanal de Desco. 23 de mayo de 1991.

12. Desde 1987, el MOTC (Movimiento de Obreros y Trabajadores Clasistas), organización de fachada del PCP-SL, ganó la dirección de la Coordinadora Sindical de la Carretera Central, extendiendo sus acciones a asentamientos humanos aledaños como Huaycán y Raucana, dentro de la perspectiva de crear Comités Populares Abiertos, como expresión del “nuevo poder” que serviría de apoyo al Ejército Guerrillero Popular cuando se desarrollase y profundizase el “cerco a las ciudades”.

13. Para una reflexión mayor sobre la expansión del marxismo-leninismo en las universidades nacionales, véase Carlos Iván Degregori. “La revolución de los manuales. La expansión del marxismo-leninismo en las ciencias sociales y el surgimiento de Sendero Luminoso”. Revista Peruana de Ciencias Sociales. Núm. 3, Lima: Fomciencias, 1990.

14. Destacan los grupos radicales conocidos en el argot político de la época como “los infantiles”, que ganan la hegemonía del Frente Estudiantil Revolucionario (FER). Estos grupos se caracterizarían por un “radicalismo economicista” y una práctica clientelar en su relación con los sectores más empobrecidos de la población estudiantil. Entre los principales grupos políticos (y sus respectivos frentes) que actuaban en La Cantuta se encontraban: Puka Llaqta, Patria Roja, el Partido Comunista-Unidad, FER-Bolchevique, Unidad Democrática Popular (UDP), Vanguardia Revolucionaria Marxista-Leninista (VR-ML; y en menor medida facciones del Partido Unificado Mariateguista (PUM), el Partido Socialista de los Trabajadores (PST) y de la juventud del partido aprista (Alianza Revolucionaria Estudiantil-ARE).

15. Parecido proceso ocurrió en Ayacucho. En los setenta, en la Universidad Nacional San Cristóbal de Huamanga, Antonio Díaz Martínez, profesor de Agronomía e importante cuadro senderista muerto años después en la matanza de los penales en 1986, fue jefe de la Oficina de Bienestar, que administraba el comedor universitario, la residencia estudiantil y el transporte universitario. Asimismo, Abimael Guzmán se desempeñaba en los setenta como jefe de la Oficina de Personal, teniendo gran influencia en la contratación de profesores.

16. El mismo Guzmán sustentó esa transición político militar en: ¡Que el equilibrio estratégico remezca más el país! (Gran culminación de la iii campaña de Impulsar). Mecanografiado, noviembre de 1991.

17. Para la reconstrucción de la matanza hemos contado con las siguientes fuentes: testimonios de estudiantes de la desaparición de la Universidad La Cantuta. De la tierra brotó la verdad. Crimen e impunidad en el caso La Cantuta. Lima: Asociación Pro Derechos Humanos, 1994. Efraín Rúa. El crimen de La Cantuta. La muerte y desaparición de un profesor y nueve estudiantes que estremeció al país. Segunda edición, Lima: ERS Ediciones, 1996. Víctor Cubas Villanueva. La Cantuta: crónica de una investigación fiscal. Lima: Palestra Ediciones. Coordinadora Nacional de Derechos Humanos, 1998. También hemos entrevistado a estudiantes y periodistas de la época.

18. Los estudiantes eran: Juan Mariños Figueroa (32, Electrónica), Heráclides Pablo Meza (28, Ciencias Biológicas), Robert Teodoro Espinoza (24, Ciencias Biológicas y Matemáticas), Armando Amaro Cóndor (25, Electromecánica), Luis Enrique Ortiz Pereda (21, Cultura Física y Deportes), Dora Eyague Fierro (21, Educación Inicial), Felipe Flores Chipana (25, Electrónica), Bertila Lozano Torres (21, Facultad de Artes y Humanidades), Marcelino Rosales Cárdenas (Facultad de Artes) y el profesor Hugo Muñoz Sánchez (47).

19. Los “organismos generados” dentro de la estructura partidaria de SL eran organizaciones de fachada que cumplían el papel de captación y presencia pública. En el ámbito universitario el “Movimiento Juvenil Popular” cumplió ese rol.

20. Desde 1986 este organismo se militariza ejecutando las acciones más sangrientas en Lima y provincias, desplazando paulatinamente en importancia política y militar al Comité Metropolitano. Entre sus principales dirigentes estuvieron los abogados Yobanka Pardavé Trujillo, alias Rebeca, Tito Valle Travesaño, alias Eustaquio y el mando militar, el profesor de la Universidad La Cantuta Víctor Zavala Cataño, alias Rolando.

21. Rompemuelle es el término limeño para las elevaciones que se hacen en las bocacalles con el fin de obligar a los automóvile a disminuir la velocidad. Equivale al modismo argentino “lomo de burro”. (N. de la E.)

22. Cecilia Méndez. “La tentación del olvido: guerra, nacionalismo e historia en el Perú”. Diálogos en Historia. UNMSM. Núm. 2, Lima: 2000, p. 238.

23. Dennis Chávez de Paz. Juventud y terrorismo. Características sociales de los condenados por terrorismo y otros delitos. Lima: IEP, 1989, p. 24.

24. Julio Cotler, “La cultura política de la juventud popular en el Perú”. Norbert Lechner (comp.), Cultura política y democratización. Santiago de Chile: FLACSO, CLACSO, ICI. 1987, p. 144.

25. Los siguientes testimonios fueron recogidos entre enero y julio de 2000. Los nombres y algunos datos básicos han sido cambiados a solicitud de los entrevistados.

26. Para una discusión sobre si Sendero tenía las condiciones “objetivas” para tomar el poder, véase Carlos Tapia. Las Fuerzas Armadas y Sendero Luminoso. Dos estrategias y un final. Lima: IEP, 1997.

27. Gorriti, Gustavo. Sendero: historia de la guerra milenaria en el Perú. Volumen 1. Lima: Apoyo Ediciones, 1990.

28. Conocí a Patricia en el contexto de la marcha de los 4 Suyos [movilización callejera nacional contra la re-reelección de Fujimori en 2000]. Ella integraba parte de una delegación de defensa de la democracia de una barriada periférica de Lima. Actualmente es promotora de salud en una ONG y viene terminando sus estudios de educación que dejó truncos en 1994.

29. Adriana actualmente pertenece a una iglesia evangélica en el distrito de San Juan de Miraflores. Dejó sus estudios en La Cantuta en 1993 y trabajó como ayudante de cocina hasta 1995, cuando conoció a su actual esposo (pastor en la iglesia evangélica). Combina sus labores pastorales con la venta de repuestos de automóviles en una calle céntrica de La Victoria. Está alejada de toda actividad política.

30. Los testimonios de estos estudiantes se encuentran en el Centro de Documentación de la Asociación Pro Derechos Humanos (APRODEH).

31. Citado en De la tierra brotó la verdad. Crimen e impunidad en el caso La Cantuta. Lima: Asociación Pro Derechos Humanos, 1994, p. 28.

32. Todos los indicios hacen suponer que la información la filtró Mariella Barreto, agente de inteligencia del ejército y miembro del grupo Colina, además de pareja de Santiago Martín Rivas, con el cual tenía serias desavenencias conyugales. El 23 de marzo de 1997, Mariella Barreto fue encontrada decapitada en la carretera hacia Canta en las afueras de Lima. Actualmente el Poder Judicial, así como organismos de derechos humanos, tienen abundantes pruebas de que el grupo Colina, liderado por Martín Rivas, aplicó esta “medida” como escarmiento a su “traición”.

33. Para un recuento minucioso del proceso judicial puede revisarse el libro escrito por el fiscal del caso La Cantuta, Víctor Cubas Villanueva. La Cantuta: crónica de una investigación fiscal. Lima: Palestra Ediciones-Coordinadora Nacional de Derechos Humanos, 1998.

34. El proyecto de ley fue presentado por los congresistas oficialistas Martha Chávez, Oswaldo Sandoval, Jaime Freundt-Thurne, Pedro Vílchez, Tito Chávez Romero, Juan Cruzado, Carlos Léon Trelles y Juan Hermoza Ríos. Los militares amnistiados por el caso La Cantuta fueron: mayor Santiago Martín Rivas, los suboficiales Nelsón Carbajal García, Juan Sosa Saavedra y Hugo Coral Goycochea, además del General de División Julio Salazar Monroe, jefe del Servicio de Inteligencia Nacional.

35. Una consigna común aquellos días era: “Somos estudiantes, no somos terroristas. El terrorismo es el hambre y la miseria”.

36. Entender el papel cumplido por los medios de comunicación durante el fujimorismo es clave, pues se convirtieron en la punta de lanza de la legitimación del régimen autoritario. Guillermo Nugent ha señalado con acierto que se trataba de una “hacienda televisiva”. Por su parte Carlos Iván Degregori agrega que uno de los factores que utilizó Fujimori para contrarrestar la ausencia de un partido gobiernista y las críticas de la oposición fue el carácter mediático de su liderazgo. “En el Perú, la desaparición de la política de la palabra ha llevado a una situación en la cual, ante la imposibilidad de identificarse con instituciones o programas, la principal identificación de un importante sector es con este personaje metapolítico y mediático que es el presidente”. Carlos Iván Degregori. La década de la antipolítica. Auge y caída de Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos. Lima: IEP, 2001, p. 112. Los medios de comunicación controlados, con ritmos distintos en los últimos diez años, sirvieron para posicionar la “memoria salvadora”, y por ello resultaba peligroso que se vieran, en la segunda mitad de los noventa, denuncias televisivas de violación de los derechos humanos. Lo oculto no podía revelarse.

37. Extractos de los discursos pronunciados en la romería del año 2000, en el cementerio El Ángel.

38. Extracto del discurso pronunciado en la romería de 2000, en el cementerio El Ángel.

39. En las numerosas marchas universitarias de 2000 pude conversar con muchos estudiantes de universidades privadas y nacionales, quienes manifestaban, por ejemplo, que los estudiantes de La Cantuta y el desaparecido estudiante de la universidad Católica Ernesto Castillo Páez nunca habían participado en política ni mucho menos en la política universitaria. Asimismo, en agosto de 2000, un grupo de universitarios de la PUCP, la Universidad de Lima, la Cayetano Heredia y la Pacífico realizaron una marcha frente al edificio del Ministerio de Defensa. Muchos de ellos y ellas llevaban en sus pechos las fotos de los estudiantes de La Cantuta, de los asesinados en una quinta en Barrios Altos, de Ernesto Castillo Páez. Como en el caso anterior, muchos desconocían el contexto específico de esas desapariciones, argumentando que los recordaban para no olvidar a quienes lucharon por la democracia, la libertad y la defensa del estado de derecho en el Perú.

40. Volante del grupo Juventud Popular. Convocando para la Marcha de los 4 Suyos.

41. Pinta en un mural de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.

42. Volante del Círculo de Estudios Interdisciplinarios. El volante titula: “Honor y gloria a los Mártires de La Cantuta. La sangre derramada jamás será olvidada”.

43. Volante de la Coordinadora Estudiantil Cantuta Unida: ¡No a la violación de los derechos humanos!

44. Extracto del discurso en la romería de julio de 2000, en el cementerio El Ángel.

45. Extracto de su intervención en Romería celebrada en la Universidad La Cantuta, miércoles 18 de julio de 2001.

Centro de Derechos Humanos, Universidad Alberto Hurtado
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