El pasado está presente
Historia y memoria en el Chile contemporáneo1
Peter Winn2
Como un relámpago que, de improviso, iluminara un paisaje oscuro con una luz surrealista, la conmemoración del trigésimo aniversario del golpe militar del 11 de septiembre de 1973 obligó a todos los chilenos, incluso a aquellos que habrían deseado desviar la mirada, a enfrentar una historia que muchos habían preferido “olvidar” o ignorar. La marea de programas televisivos especiales, acontecimientos conmemorativos y polémicas políticas –y la inundación de recuerdos individuales y batallas por la memoria colectiva generadas por ellos– tal vez no haya zanjado antiguos debates o convencido a viejos antagonistas, pero permitió poner de relieve que el “silencio” y el “olvido” ya no son maneras viables de abordar esa historia. Entre las muchas ambigüedades y conflictos alrededor del problemático pasado reciente de Chile hay algo claro: en la política y los medios, en las memorias individuales y colectivas y en las historias que se escriben, publican y debaten, el pasado está presente.
Los historiadores saben desde hace tiempo que las construcciones del pasado tienen un contenido político tan controvertido como actual. El tema es una cuestión central de la historiografía, la historia de la historia. Cada generación reescribe nuestra comprensión del pasado a la luz de sus preocupaciones y perspectivas, planteando nuevos interrogantes y dando forma a nuevas historias.
No debe sorprendernos que esto sea una verdad comprobada en el caso de acontecimientos y épocas tan polémicos y recientes como el golpe de 1973 y la era de Pinochet. Tal vez sea menester explicar, en cambio, por qué Chile tardó
tanto en llegar a este punto de reflexión pública sobre sucesos tan cruciales y épocas tan definitorias.
Esta coyuntura es un buen momento para evaluar el estado de la cuestión y reflexionar sobre la trayectoria que condujo a la situación presente (para un detalle de las publicaciones más recientes véase el
anexo). Es un momento propicio para preguntar: ¿qué sabemos de esos acontecimientos? ¿Cómo se los recuerda? ¿Y cómo los interpretan los historiadores?
En la literatura hay muchos enfoques de la historia y la memoria, pero estas tres categorías –acontecimientos, memoria e historia– representan un marco de referencia útil para la discusión, o son al menos un buen punto de partida.
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Qué sabemos acerca de los propios acontecimientos –el golpe de 1973, la represión posterior a él, las ejecuciones, los desaparecidos, la tortura–, y
cómo lo sabemos? Tres décadas después de ocurridos, nuestro conocimiento sigue siendo sorprendentemente dispar, y en gran parte es de origen bastante reciente.
Conocemos relativamente bien los pormenores mismos del golpe, y recientes programas especiales de la televisión chilena aportaron detalles brindados por testigos de ambos bandos, a la vez que recapitulaban el estado actual de nuestros conocimientos, treinta años después. También tenemos un considerable conocimiento de lo que pasó en estadios y campos de concentración en los días posteriores al levantamiento, gracias a los testimonios de carácter casi público de una gran cantidad de supervivientes.
4 Sabemos bastante menos acerca de las ejecuciones ulteriores, excepto en casos como la “caravana de la muerte”, cuyas sombras se han disipado en parte gracias a las investigaciones judiciales y periodísticas.
5 Estamos aún menos informados sobre las detenciones clandestinas y las cámaras de tortura de la Dirección Nacional de Inteligencia (DINA), aunque en esta materia los esfuerzos de los supervivientes, en particular los de Villa Grimaldi, nos han mostrado un panorama de lo sucedido en ellas y contado historias de las torturas, los interrogatorios y la resistencia de sus víctimas; carecemos, no obstante, de una contabilidad completa de todos los que atravesaron con los ojos vendados sus puertas del terror, cuyo número, identidad y destino todavía no conocemos y quizá nunca llegaremos a develar.
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Entre las afirmaciones en conflicto sobre la cantidad de ejecutados y desaparecidos, el
Informe Rettig,
7 informe oficial de la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación designada por el presidente Patricio Aylwin para resolver esas cuestiones, ofrece un sólido punto de partida con su descripción del destino de más de dos mil víctimas de violaciones de los derechos humanos. Sin embargo, a pesar de su historia oficial, persisten muchas incertidumbres con respecto a los desaparecidos, excepto en casos como el de Pisagua, donde el descubrimiento de cadáveres enterrados en fosas comunes suscitó investigaciones que permitieron establecer versiones más completas que las existentes en el informe mencionado. Por propia confesión de éste, de todos modos, su historia es una historia incompleta. Sus 2.279 víctimas de abusos contra los derechos humanos incluyen a la mayoría de los desaparecidos pero no a todos, cuyo número exacto probablemente nunca conoceremos. Más adelante, esa historia oficial fue ampliada por la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación,
8 que incorporó los nombres de otras 899 personas muertas o desaparecidas como producto de las violaciones de los derechos humanos y la violencia política, para llegar a un total de 3.178 víctimas oficialmente reconocidas. Por otra parte, el
Informe Rettig no identifica –a diferencia de las comisiones de verdad de otros lugares– a los perpetradores de los crímenes que enumera, lo cual genera una laguna difícil de llenar en nuestros conocimientos. Por último, de los más de dos mil desaparecidos mencionados, sólo se han recuperado algunos cientos de cuerpos, con la consecuente imposibilidad de confirmar mediante pruebas forenses la veracidad de los testimonios a menudo oficiales sobre los cuales se basa el informe. En resumidas cuentas, solemos saber más sobre el secuestro de los desaparecidos, presenciado y denunciado por familiares, amigos y vecinos, que sobre sus experiencias como prisioneros y su muerte presunta.
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En lo concerniente a los torturados, cuyo número puede superar los cien mil, nuestra falta de conocimientos recién comenzó a remediarse con la aparición, a fines de 2004, del señero informe de la Comisión Nacional sobre Prisión Política y/o Tortura encabezada por monseñor Sergio Valech, que documentó 27.255 casos de tormentos.
10 Las organizaciones de derechos humanos tampoco lograron aportar una contabilidad exhaustiva de su número y sus historias, dado que muchas víctimas de la tortura se han mostrado renuentes a revivir o hacer públicas sus experiencias. En realidad, Chile recién
empieza a afrontar esta cuestión, así como el perturbador hecho de que, si bien en la Argentina hubo una mayor cantidad de desaparecidos y en Uruguay un porcentaje más elevado de presos políticos con largas condenas, es este país el que exhibió el número más alto y el mayor porcentaje de torturados en el Cono Sur.
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Fuera de Chile, muchas de estas cuestiones confluyen en la Operación Cóndor, la alianza regional de servicios de inteligencia y seguridad conformada para liquidar a sus nacionales que vivían exiliados en países vecinos, aunque a la larga el operativo extendió sus tentáculos hasta Europa, donde fue responsable de un atentado que provocó heridas en el dirigente de la Democracia Cristiana Bernardo Leighton y su esposa, y los Estados Unidos, donde fueron asesinados el líder socialista Orlando Letelier y una de sus asistentes, de nacionalidad norteamericana. La Operación Cóndor fue puesta en marcha por Chile y se encargó de la mayor parte de los secuestros, torturas y desapariciones de chilenos residentes en la Argentina, donde la víctima más prominente de la DINA fue el general Carlos Prats, predecesor de Pinochet como jefe de las Fuerzas Armadas. Hasta no hace mucho sabíamos muy poco acerca de este plan regional. Hoy, una combinación de investigaciones periodísticas y judiciales ha sacado a la luz muchos detalles sobre su funcionamiento. Tampoco en este caso llegaremos nunca a conocer el número total de víctimas de la operación, ni sus identidades, ni el destino dado a sus cuerpos. Pero, como ha dicho el autor de un libro reciente sobre esa alianza regional, es improbable que nuestros descubrimientos futuros modifiquen de manera drástica el panorama de lo que hoy sabemos.
12 En general, eso es lo máximo que nos cabe esperar en lo concerniente a nuestro conocimiento de los sucesos.
No obstante, las razones que explican ese conocimiento dispar de lo ocurrido son
claras. Luego del golpe, el régimen militar se embarcó en una campaña masiva de
desinformación, inventando complots y acciones izquierdistas como justificativo de su brutal represión y falsificando documentos para “verificar” sus argumentos, a la vez que eliminaba pruebas de su propia violencia y sus violaciones de los derechos humanos. Dentro de Chile, la prensa, censurada, y la justicia, intimidada, no podían impugnar la historia oficial o no tenían la voluntad de hacerlo; fuera del país había una idea general de lo que sucedía en él, pero esa idea cobraba forma en la contrahistoria de los exiliados, que con frecuencia sacrificaba la complejidad y la estricta veracidad en el altar de la conveniencia política.
Por otra parte, sólo el propio régimen militar –y tal vez los Estados Unidos y las otras dictaduras de la región que participaban de la Operación Cóndor– conocía con exactitud lo que ocurría dentro de Chile, y no estaba dispuesto a revelarlo.
13 Al contrario, los militares responsables de esas violaciones de los derechos humanos hicieron todo lo posible para ocultar lo ocurrido e impedir a otros averiguarlo: trasladar cadáveres de un lado a otro, hacerlos desaparecer, quemar centros de tortura y destruir documentos. Como consecuencia, bajo la dictadura, la mayor parte de lo que llegaba a saberse provenía de denuncias hechas por familiares de las víctimas de la represión a la Iglesia Católica y organizaciones de derechos humanos.
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Tras la restauración de la democracia en 1990, las expectativas de “verdad y justicia” fueron frustradas por lo que Katherine Roberts Hite ha llamado “pacto de silencio” dentro de la clase política chilena, un silencio consentido incluso por algunos dirigentes que fueron víctimas de la represión.
15 Enfrentada a la exigencia de la izquierda de “verdad y justicia” y la renuente disposición de la derecha a aceptar la reconciliación con la condición de que no hubiera
ni una
ni otra –la manera tradicional chilena de “reconciliarse” luego de los conflictos políticos–,
16 la Concertación de centro izquierda optó característicamente por un camino medio: “verdad y reconciliación”. Sin embargo, la Comisión Rettig, designada para implementar ese curso de acción, sólo reveló verdades a medias y no reconcilió demasiado, como un reflejo de la política subyacente a su creación. A diferencia de las comisiones de la verdad de otros lugares del mundo, que divulgaron los nombres de los perpetradores de los crímenes pero no los procesaron, la Comisión Rettig no hizo más que dar a conocer las identidades de las víctimas y lo ocurrido con ellas. Con respecto a los perpetradores, su postura fue: “sabemos quiénes fueron, pero no lo diremos”, una actitud también adoptada por la Comisión Valech. Por otra parte, el primero de estos organismos se ocupó principalmente de los presuntos muertos: los ejecutados y desaparecidos. No intentó investigar y clasificar a los torturados por el régimen militar, mucho más numerosos. No obstante, es indudable que construyó una sólida base de conocimientos a partir de la cual era posible profundizar la cuestión: la nueva historia oficial, mucho más exacta que la anterior. Más allá de esa base, el conocimiento se acumuló lentamente con el ulterior informe de la Corporación Nacional de Reparación y Reconciliación, de 1996, y también como consecuencia del periódico descubrimiento de cuerpos y sepulturas o de las declaraciones de testigos abrumados por la culpa o liberados de antiguos temores, “irrupciones de memoria” que hicieron saber a todos que, a pesar de los informes de las comisiones oficiales, todavía había mucho que no sabíamos.
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Con la detención de Pinochet en Londres en 1998 y el proceso de revelaciones judiciales que la siguió, nuestro conocimiento de los sucesos dio un salto cuántico. A raíz de ello, el magistrado español actuante, el juez Baltasar Garzón, no sólo acumuló pruebas obtenidas de testigos, sino que sus pedidos de informes formulados en el marco de un tratado preexistente llevaron al gobierno de los Estados Unidos a desclasificar más de veinticuatro mil documentos secretos sobre Chile, muchos de ellos con información interna acerca del golpe y la represión. Por otra parte, el arresto y procesamiento judicial de Pinochet en Europa alentaron a los familiares de desaparecidos a presentar cientos de acusaciones ante la justicia chilena. También contribuyeron a legitimar y animar los esfuerzos de valerosos jueces chilenos como Juan Guzmán, cuyas investigaciones de estos casos han incrementado de manera significativa nuestros conocimientos sobre los sucesos posteriores al golpe, como la “caravana de la muerte” y otras grandes violaciones de los derechos humanos.
La muestra de independencia judicial dada por Garzón en Europa promovió, asimismo, una nueva demostración de autonomía de la justicia en Chile, al alentar a una Corte Suprema integrada por varios jueces designados por la Concertación a adoptar una nueva doctrina jurídica propuesta por primera vez por abogados defensores de los derechos humanos en la década de 1980, y según la cual, en el caso de los desaparecidos, se admite el procesamiento de militares y policías por secuestros que continúan en el presente, cuando el decreto de amnistía de Pinochet dictado en 1978 había asegurado la inmunidad de los perpetradores. Esa amenaza de procesamiento impulsó a los militares a sentarse a la Mesa de Diálogo y buscar una solución política, ofreciendo su ayuda para localizar los cuerpos de los desaparecidos, cuyo paradero antes habían negado conocer. Las confesiones “anónimas” resultantes han redundado en otro aumento significativo de nuestro conocimiento de los hechos, aunque es preciso analizar con cuidado la información, pues en parte puede tratarse de
desinformación. Por ejemplo, recelo profundamente de la “confesión”, hecha ni bien se habilitó la posibilidad de hacerla, de que los desaparecidos, tras ser cargados con pesos y cebados, fueron arrojados al mar, dado que se asemeja en exceso a la nueva historia convencional al estilo argentino y es demasiado interesada. Así se da a entender que los desaparecidos están efectivamente muertos pero jamás será posible encontrar sus cadáveres, por lo cual será preciso desestimar los cargos de secuestro y aplicar la amnistía de 1978 a los responsables de su muerte y su desaparición.
También el periodismo de investigación sumó elementos importantes a nuestro conocimiento de lo sucedido, desde los textos de Patricia Verdugo sobre “la caravana de la muerte”
18 hasta el reciente libro de John Dinges sobre la Operación Cóndor. El trabajo de Dinges también es de particular interés porque permite dar una respuesta a la pregunta: ¿cómo sabemos lo que sabemos? Sus fuentes para Chile y la DINA incluyen el “archivo del terror” del plan Cóndor encontrado en un depósito abandonado de Asunción del Paraguay, informes de la inteligencia argentina sobre sus aliados/enemigos chilenos –descubiertos durante la investigación judicial de las actividades de Enrique Arancibia Clavel–, informes de la Central Intelligence Agency (CIA) obtenidos gracias a la ley norteamericana sobre la libertad de información y entrevistas con testigos y agentes que sólo ahora se sienten autorizados o motivados a revelar lo que saben.
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La importancia del momento justo –y del paso del tiempo– en nuestro hallazgo de nuevos conocimientos sobre los sucesos de treinta años atrás fue muy clara en 2003, trigésimo aniversario del golpe chileno, que parece haber cumplido una función similar al vigésimo aniversario del golpe argentino, en cuanto generó una nueva manera de abordar los acontecimientos y una nueva actitud de apertura de los testigos de esa historia. Resultó particularmente llamativo ver la gran cantidad de programas televisivos especiales dedicados en Chile al levantamiento, sus causas y consecuencias, así como la obsesión por detallar minuto a minuto los hechos de ese fatídico día y esclarecer sobre todo lo sucedido –el acontecimiento mismo– y difundir esa información con mayor amplitud que los libros o los diarios. Un año después, la publicación del informe de la Comisión Nacional sobre Prisión Política y/o Tortura provocó un salto cuántico en el conocimiento y reconocimiento públicos de la masividad de la tortura como política sistemática del régimen militar, así como en el relato público de sus experiencias hecho por los torturados, cosas que apenas unos años atrás parecían impensables. A raíz de estos informes y reportajes, hoy sabemos más que antes sobre esos acontecimientos. Es más difícil decir cómo comprenden los chilenos su significado: cuál es la memoria colectiva de esos tiempos turbulentos treinta años después.
MEMORIA E HISTORIA
La memoria “colectiva” o “social” es un concepto complejo que ha suscitado una amplia literatura.
20 Existe un acuerdo general en que casi siempre hay varias memorias sociales. Por otra parte, aunque una de ellas pueda ser predominante en un lugar y un momento específicos, existe lo que María Angélica Illanes ha denominado “la batalla de la memoria”, que con el transcurso del tiempo puede modificar e incluso revertir la relación entre las memorias dominantes y disidentes.
21 En el fondo, esa “batalla de la memoria” es una lucha por el pasado, librada en el presente para dar forma al futuro. Sin duda, la memoria social dominante del golpe chileno y la represión asestada por el régimen militar contra sus adversarios cambió de manera dramática durante las tres décadas transcurridas entre 1973 y 2003, como resultado de una prolongada “batalla de la memoria” de perfiles cambiantes.
En 1973, el monopolio ejercido por el régimen castrense sobre los medios y los espacios políticos, junto con la desarticulación de las redes políticas y sociales autónomas y la generalización del miedo, permitieron a la Junta Militar imponer una memoria dominante que presentaba el golpe como necesario y justo y a las Fuerzas Armadas como salvadoras de la Nación contra el caos, la guerra civil y el comunismo. La masiva represión militar que siguió al alzamiento y escandalizó incluso a muchos de sus partidarios civiles se justificó mostrando el conflicto político como una “guerra interna” e inventando un complot izquierdista para matar a los militares que era la imagen refleja de lo que éstos habían hecho con la izquierda: el llamado Plan Z, con sus correspondientes “documentos” falsificados como prueba. La dictadura militar utilizó luego su control de los medios y los espacios políticos para incorporar esas mentiras a la memoria colectiva mediante un proceso de repetición insistente y elaboración a lo largo de los siguientes meses. Hacia 1974, el ficticio Plan Z se había convertido en un artículo de fe que la mayoría de los chilenos creían verdadero y era un aspecto central de la memoria social dominante del golpe y sus secuelas represivas: un aspecto que justificaba las acciones de las Fuerzas Armadas como reacciones y también legitimaba la continuidad de la represión a través de una política de “matanzas selectivas” que la recién constituida DINA había comenzado a llevar a cabo en secreto.
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Desde luego, no todos los chilenos aceptaban esas justificaciones militares ni consideraban que el golpe hubiera salvado la nación. La mayor parte de la minoría disidente veía el levantamiento como la destrucción de sus sueños socialistas o como una ruptura con las tradiciones democráticas de Chile, y la feroz represión resultante como una violación criminal de los derechos humanos, pero temían divulgar su disenso y carecían de una manera concreta de hacerlo dentro de Chile. Fueron los desesperados familiares de las víctimas de esa represión política, con la ayuda de la Iglesia Católica, quienes comenzaron poco a poco a articular una memoria alternativa y disidente y a encontrar el modo de proyectarla en los espacios públicos a través de medios creativos y no tradicionales: se encadenaron para ello al edificio del Congreso, bordaron las historias de sus seres queridos en arpilleras y se lanzaron a realizar protestas callejeras en las que levantaban las fotografías de los desaparecidos con la inquietante pregunta “¿Dónde están?”.
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Hacia 1980, el naciente movimiento por los derechos humanos, en el cual la Agrupación de Familiares de los Detenidos-Desaparecidos tenía un papel central y simbólico, había consolidado y transformado sus memorias individuales en una contramemoria colectiva de ruptura y pérdida. Junto con la predominante “memoria como salvación”, esas “memorias emblemáticas” –sostiene Steve J. Stern– crearon marcos para la “rememoración colectiva” y proporcionaron un “amplio significado interpretativo y criterios de selección a la memoria personal”, al definir lo que era importante recordar y lo que podía relegarse a la memoria individual “difusa”, así como al “organizar el argumento cultural sobre el significado”.
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En 1980, la “memoria emblemática” dominante era la “memoria como salvación”, que recordaba la época de la Unidad Popular “como una pesadilla traumática que llevó a la sociedad al borde del desastre final y veía en la toma del poder por las Fuerzas Armadas, en 1973, un nuevo comienzo que rescató la comunidad nacional”
25 y la represión militar como una mentira de los izquierdistas o un costo lamentable pero necesario para salvar a Chile. Stern da a la contramemoria disidente imperante la definición de “memoria como ruptura irresuelta”, según la cual “el gobierno militar sumergió el país en un infierno de muerte y tortura tanto física como mental, sin precedentes históricos ni justificación moral, y ese infierno continúa”.
26 Otros estudiosos pueden discrepar con las categorías e interpretaciones de Stern –y lo harán–, pero ellas representan un punto de partida útil y sistemático para la discusión y remiten a rasgos importantes de la memoria social de la época.
En la formación y consolidación de esas “memorias emblemáticas” tuvieron un papel importante ciertos acontecimientos simbólicos que parecían cristalizar elementos del golpe y el terror estatal en una forma condensada y representar un conjunto mucho más amplio de sucesos. En la memoria de la ruptura, por ejemplo, el ataque contra el palacio presidencial –y las imágenes de La Moneda en llamas– llegó a simbolizar el asalto y la destrucción de la democracia chilena, mientras que el campo de concentración de la isla Dawson era un emblema del castigo, la exclusión y el exilio de la izquierda democrática a causa de su política. El Estadio Nacional representaba la masividad arbitraria de la represión posterior al golpe, y la ejecución pública de Víctor Jara, la brutal destrucción de la cultura política de izquierda. Con el paso del tiempo, Lonquén llegó a simbolizar la ferocidad de la represión en el campo; Villa Grimaldi, la DINA y sus cámaras secretas de tortura, y los asesinatos de Orlando Letelier en Washington y Carlos Prats en Buenos Aires, la larga mano de la Operación Cóndor. Cada uno de estos hechos cristalizaba, a su manera, elementos de una memoria colectiva y los sintetizaba en una contramemoria fortalecida.
Sin embargo, en 1980, la ratificación de la constitución autoritaria de Pinochet, aunque de dudosa validez electoral, consolidó su gobierno y la memoria dominante de salvación de la nación que era su cimiento ideológico. Quienes veían el golpe como una ruptura y su régimen como una dictadura represiva culpable de crímenes de lesa humanidad parecían estar reducidos a una minoría impotente.
Durante la década de 1980, empero, las contramemorias disidentes ganaron en fortaleza y conquistaron una aceptación más amplia, a medida que las crisis económicas debilitaban las pretensiones de legitimación del régimen en el terreno de la economía y los demócratas cristianos, que habían apoyado el golpe, sentían el rigor de las violaciones de los derechos humanos cometidas por Pinochet. Hacia 1983, pese al accionar del aparato represivo del gobierno, las protestas mensuales movilizaban una cantidad siempre creciente de chilenos, las villas de emergencia ardían de agitación y las mujeres de clase media golpeaban sus cacerolas y clamaban por la restauración de la democracia. Los opositores del régimen y sus contramemorias habían atravesado los “muros de contención” construidos por la dictadura militar durante la década de 1970.
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Sin embargo, en la década de 1980 la DINA y su “guerra sucia” presuntamente eran cosa del pasado, junto con la autoamnistía por los delitos cometidos por agentes del régimen en nombre de la seguridad nacional. La dictadura trataba de institucionalizarse y ganar respetabilidad internacional. Pese a la existencia de conflictos más abiertos y extendidos durante los años siguientes, hubo menos muertos y desaparecidos que en la década anterior. Pero la década del ochenta estuvo marcada por atrocidades simbólicas que sostuvieron, reforzaron y difundieron las memorias disidentes: el asesinato del dirigente sindical demócrata cristiano Tucapel Jiménez en 1982, la autoinmolación pública de Sebastián Acevedo como protesta por la desaparición de sus hijos en 1983, la muerte a tiros del padre André Jarlan en 1984, el degüello del profesor y profesional comunista de los derechos humanos José Manuel Parada y dos de sus camaradas en 1985 y el asesinato de los adolescentes Rodrigo Rojas y Carmen Gloria Quintana, quemados vivos en 1986.
Cuando el régimen convocó el plebiscito sobre su futuro en 1988, los chilenos que veían a la dictadura de Pinochet como culpable de violaciones de los derechos humanos eran mucho más numerosos que en 1973, y muchos menos quienes consideraban que esas atrocidades fueran necesarias para salvar la nación o mantener la paz. La campaña pinochetista por el “sí” trató de utilizar viejas imágenes en blanco y negro de conflictos y caos anteriores al golpe para despertar antiguos recuerdos, a lo cual la campaña por el “no” respondió con llamados multicolores a una “cultura de la vida” contra la “cultura de la muerte” del régimen.
Aunque el choque de recuerdos que estaba en la base de esas convocatorias no fue el único motivo de la decisiva derrota de Pinochet, sirvió para destacar el dramático cambio producido en la opinión pública y la memoria social desde el levantamiento golpista de 1973.
Ese cambio de la memoria colectiva del golpe y la represión se fortaleció poco después con la publicación de trabajos periodísticos y judiciales, entre ellos Ascanio Cavallo
et al.,
La historia oculta del régimen militar, y Eugenio Ahumada
et al., Chile: la memoria prohibida.
28 Luego, en 1991, el informe de la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación formada por el presidente Patricio Aylwin estableció más allá de toda duda razonable que el régimen militar era culpable de graves y extendidas violaciones de los derechos humanos, incluyendo la detención, la desaparición y la probable ejecución extrajudicial de más de dos mil chilenos. Aunque el
Informe Rettig no daba los nombres de los perpetradores de dichos delitos, y en ese aspecto decepcionó a los familiares de las víctimas, logró crear una nueva historia oficial de lo ocurrido con los desaparecidos que hizo más difícil de sostener la memoria pinochetista de salvación y represión justificada, o la actitud chilena tradicional de manejar un pasado conflictivo y problemático mediante un
olvido legislado.
29 Hacia el 11 de septiembre de 1993, vigésimo aniversario del golpe, las encuestas revelaron que sólo el 30% de los chilenos aún creían que “el 11 de septiembre de 1973 se liberó a Chile del marxismo”, mientras el 54% estaban convencidos de que la significación de esa fecha era “se destruyó la democracia y se inició una dictadura militar”.
30 Era evidente que la marea de “la batalla de la memoria” había cambiado.
Y cambiaría aún más a lo largo del decenio siguiente. Si bien durante la década de 1990 los avances en “la batalla por la memoria” se hicieron más lentos debido a lo que Katherine Roberts Hite llamó “pacto de silencio” de la clase política (véase
“La superación de los silencios oficiales en el Chile posautoritario” en esta publicación), las “irrupciones de memoria” –según la expresión de Alexander Wilde (cf.
“Irrupciones de la memoria…” en esta publicación)– suscitadas por nuevos hallazgos de cuerpos o las declaraciones tardías de testigos no hicieron sino subrayar que el
Informe Rettig podría ser un límite mínimo en lo concerniente a las violaciones de los derechos humanos cometidas por la dictadura, pero no era la última palabra.
31 Una prolongada campaña emprendida por los supervivientes de Villa Grimaldi, el centro de tortura más grande de la DINA, finalmente logró en 1997 transformar ese sitio quemado y abandonado en “un parque por la paz”, un sitio de la memoria para la reflexión sobre las atrocidades perpetradas en él y, por extensión, en otros lugares. El retiro de Pinochet del Ejército en marzo de 1998 y su insistencia en ocupar el puesto de senador vitalicio otorgado por su propia constitución provocaron la primera grieta en el pacto de silencio dentro de la clase política, cuando varios dirigentes de centro izquierda rompieron las filas y el protocolo con gestos y señales de protesta por su presencia como senador no elegido, mientras lo acusaban de gravísimas violaciones de los derechos humanos. Irónicamente, el esfuerzo de Pinochet por reinventarse como senador democrático avuncular hizo posible el acuerdo parlamentario unánime para eliminar el 11 de septiembre como feriado nacional luego de 1998: un avance desde el punto de vista de la izquierda, pero un paso hacia el
olvido en la estrategia de la derecha.
Sin embargo, fue la detención de Pinochet en Londres en octubre de 1998 la que rompió el “estancamiento de la memoria” –la expresión es de Steve Stern– y allanó el camino al siguiente gran cambio en la “batalla de la memoria”. A primera vista parecería posible decir que sucedió lo contrario, porque los partidarios del ex dictador se movilizaron para protestar por el arresto y la amenaza de juicio en España al “salvador de Chile”.
En la vereda de enfrente –tanto en Londres como en Santiago–, los adversarios y las víctimas de Pinochet, en una puesta en escena de su contramemoria, se reunieron en apoyo de su extradición y procesamiento por delitos de lesa humanidad.
Inicialmente el resultado pareció ser un empate, en el que cada bando reafirmaba su memoria colectiva del golpe y el régimen militar. Con el transcurso del tiempo, sin embargo, la memoria de Pinochet como un salvador nacional y la represión como una mentira o un mal necesario comenzó a perder terreno, pues las investigaciones judiciales y los documentos desclasificados sacaron a la luz nuevas pruebas que la ponían en entredicho, y el propio Ejército, bajo una nueva conducción, se distanció del ex dictador y empezó a admitir los “excesos” que había cometido durante la década de 1970, así como a disculparse por ellos.
El arresto y el “juicio” de extradición de Pinochet en Europa pusieron a la derecha chilena frente a una memoria colectiva mundial que lo condenaba junto con sus subordinados por crímenes contra la humanidad.
La Mesa de Diálogo (1999) y las confesiones anónimas de violaciones de los derechos humanos que la siguieron erosionaron aún más los cimientos de esa memoria del golpe como salvación y del régimen militar como exento de culpas. Los discursos del general Cheyre, el nuevo jefe del Ejército, y la carta firmada en 2003 por ocho generales que habían estado cerca de Pinochet volvieron a debilitar la posición de quienes atesoraban una memoria del golpe como salvación y fortalecieron las contramemorias de los adversarios del régimen militar. Aun los defensores de éste que antes habían negado toda posible ilicitud de sus actos debían retirarse ahora a una posición más débil y presentar sus atrocidades como excesos desafortunados.
32 El
negacionismo ya no era una posición viable.
Este proceso de aceleración del cambio de la memoria histórica culminó en 2004 con la publicación del
Informe Valech y la acusación y el arresto de Pinochet en Chile por delitos relacionados con la Operación Cóndor. En agudo contraste con 1998, como respuesta a ese arresto hubo apenas apagadas expresiones de preocupación por la salud del ex dictador formuladas por el Ejército y la derecha civil. Aún más significativo fue el
mea culpa del Ejército por el cual éste aceptó su responsabilidad institucional en los miles de delitos de tortura cometidos por sus soldados y oficiales, actitud muy distante de su posición de 1988 e incluso de 1998. Para muchos, los
mea culpa que siguieron a la publicación del
Informe Valech representaron un avance definitivo en la “batalla de la memoria”. La aceptación del Ejército de que la tortura fue masiva y sistemática –más de 27.000 víctimas en 1.132 sitios destinados a ese objeto–, así como un delito imposible de justificar, significaba que Chile comenzaba por fin a enfrentar su doloroso pasado y que en el futuro la memoria colectiva chilena de esa historia sería diferente. Tal como el presidente Ricardo Lagos lo destacó al anunciar la formación de la Comisión Valech en agosto de 2003, “no hay mañana sin ayer”.
En el lado izquierdo de la divisoria política, durante esos mismos años se constató una aparición acelerada de testimonios, documentos y documentales sobre la era de Pinochet, con el objetivo de influir en la memoria colectiva, que ahora parecía un terreno en disputa. Los testimonios eran cada vez más variados: desde descripciones personales del golpe y del funeral de Pablo Neruda inmediatamente después de éste hasta relatos de supervivientes sobre su encarcelamiento y declaraciones de agentes de la DINA.
33 Volodia Teitelboim publicó sus transmisiones radiales realizadas desde Moscú entre 1973 y 1978 y Ricardo Palma su “historia” interna del Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR).
34 Entre los documentales de la década de 1990 se cuenta una exploración de la propia batalla de la memoria en la que aparecen miembros supervivientes de la guardia personal de Allende, dirigida por Patricio Guzmán, famoso por su documental épico sobre la era del presidente socialista,
La batalla de Chile; también cabe mencionar las confesiones y el pedido de perdón de una ex militante del Movimiento de la Izquierda Revolucionaria (MIR) que a causa de las torturas recibidas se convirtió en informante, entrevista filmada por la compañera del asesinado líder de esa agrupación, Miguel Enríquez.
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La detención de Pinochet quizás haya abierto las puertas del recinto dentro del cual el pacto de silencio había contenido las exigencias de una rememoración más veraz del pasado traumático de Chile, pero fue el trigésimo aniversario del golpe, en septiembre de 2003, el que derribó la muralla en los medios masivos. Ya he mencionado los numerosos programas especiales transmitidos por televisión, varios de ellos centrados en los acontecimientos del día mismo del golpe. De manera tal vez no deliberada, el resultado de su búsqueda periodística de apostillas a ambos lados de la divisoria política y cívico militar fue la presentación a amplias audiencias de múltiples memorias del golpe, así como de numerosas voces. Entre éstas se incluyen no sólo un compasivo Allende sino también un rabioso Pinochet que exige a sus subordinados aplicar a quienes estaban con aquél un tratamiento violatorio tanto de las convenciones de Ginebra como de los convenios suscriptos en materia de derechos humanos, mientras revela que su ofrecimiento de un avión para que el derrocado presidente marche a un exilio seguro es una cínica trampa para simular un accidente y provocar su muerte.
Lo más sorprendente del trigésimo aniversario, sin embargo, fue la rehabilitación de Salvador Allende y su transformación en un héroe cívico político –un mártir republicano moldeado según la imagen de Balmaceda o alguna figura de la antigua Roma–, digno, valiente y generoso frente a la derrota y la muerte. En la pantalla y en grabaciones de audio de su elocuente discurso postrero, Allende se liberaba de la demonización a la que lo habían sometido los militares para triunfar por fin sobre Pinochet en la memoria colectiva predominante entre los chilenos de 2003. Se lo celebró en discursos y conciertos, su estatua se levanta hoy frente a La Moneda y sus retratos adornan los muros del palacio gubernamental. El trigésimo aniversario exaltó a Allende como un defensor de la democracia y rebajó a Pinochet a la categoría de un traidor sediento de sangre.
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Igualmente sorprendente fue la ruptura del muro de silencio en torno de la época de la Unidad Popular, que, según sostengo desde hace mucho, ha sido la verdadera “memoria prohibida” de la Concertación, alianza de quienes fueron enemigos durante esos años –los socialistas y los demócratas cristianos– en la coalición gobernante de la década de 1990. Por primera vez en treinta años, el período de la Unidad Popular apareció entonces en las pantallas de la televisión chilena en toda su complejidad: conflictos y escasez, sin duda, pero también creatividad, energía e idealismo, y no sólo en política sino en música, diseño y hasta tecnología. Las viejas imágenes en blanco y negro de la era de Allende difundidas durante los años de Pinochet fueron reemplazadas por nuevas memorias multicolores.
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Aunque para quienes tenían los años suficientes para recordar la época de la Unidad Popular las imágenes exhibidas en las pantallas de la televisión chilena entre julio y septiembre de 2003 quizá no fueran novedosas, en el caso de la mayor parte de los chilenos que eran demasiado jóvenes para haber vivido los días de Allende esos programas especiales fueron con frecuencia su primer contacto con el ex presidente y la primera vez que veían una descripción de esas características del período de la Unidad Popular encabezado por él.
Significativamente, esos programas tuvieron elevados niveles de audiencia y fueron asimismo bien recibidos por los jóvenes chilenos que los vieron, aun aquellos reducidos a la apatía política por la Concertación. El trigésimo aniversario probablemente resultará crucial para la transmisión de una memoria colectiva del golpe –y la Unidad Popular– a las futuras generaciones.
Además de la inundación de imágenes y apostillas en televisión, dicho aniversario también se conmemoró mediante actos en vivo en lugares simbólicos: la Plaza de la Constitución y el Estadio Nacional, respectivamente punto central del golpe y emplazamiento del campo de concentración más grande una vez concretado éste. El Estadio Chile, sitio de la ejecución de Víctor Jara, fue rebautizado con su nombre para homenajearlo, y una comisión gubernamental aprobó la designación del Estadio Nacional como un “museo abierto, sitio de memoria y homenaje”.
38 También emblemática de la inversión del poder relativo de las memorias colectivas rivales fue la reapertura de Morandé 80 –“la puerta desaparecida”–, salida lateral de La Moneda a través de la cual los colaboradores de Allende escaparon el día del golpe, que los militares habían sellado “para siempre” poco después de éste. En una ceremonia cargada de memoria simbólica, Ricardo Lagos, el primer presidente socialista desde Allende, saludó a la guardia militar, ingresó a La Moneda por esa puerta y luego la abrió desde adentro para todos los chilenos.
Un año después, la Comisión Valech –formada como parte de la conmemoración del trigésimo aniversario– publicó su informe sobre el uso sistemático y masivo de la tortura por el régimen militar. La nación se escandalizó al conocer la tortura documentada de 27.255 chilenos en 1.132 lugares, pero ahora estaba preparada para creerlo. Como consecuencia, el impacto ejercido sobre la memoria colectiva de Chile fue aún más grande que el provocado una década antes por el informe de la Comisión Rettig sobre los desaparecidos; hubo
mea culpa institucionales del Ejército y carabineros y Gonzalo Vial afirmó que la tortura nunca se justifica y que los civiles que, como él, fueron miembros del gobierno de Pinochet, debían aceptar compartir una parte de la responsabilidad por esas atrocidades. Al parecer, varios factores se combinaron para explicar la profunda repercusión del
Informe Valech. El carácter masivo y sistemático de las torturas documentadas por él, así como la participación de todas las Fuerzas Armadas en más de un millar de centros de aplicación de tormentos, permiten sostener sin lugar a ninguna duda que la tortura fue una política del régimen militar, no un desdichado exceso ocasional o el producto del accionar de unas pocas manzanas podridas dentro de las Fuerzas Armadas. Al mismo tiempo, el testimonio de las víctimas vivas tenía una mayor inmediatez que las historias inferidas de los desaparecidos, y los detalles de sus testimonios eran tan horrendos que derribaron las murallas emocionales levantadas por muchos chilenos para no sentirse afectados por la muerte y la desaparición de más de tres mil compatriotas. Aún más importante fue tal vez la historia que acabo de mencionar: el
Informe Valech se dio a conocer
después del
Informe Rettig, el arresto de Pinochet, la Mesa de Diálogo y el trigésimo aniversario del golpe. El impacto acumulativo de estos hechos contribuyó a preparar el terreno para la profunda repercusión del informe sobre la tortura, que representó tanto la culminación de una larga “batalla de la memoria” como el probable comienzo de otra, dado que los chilenos se enfrentan ahora al problema de las reparaciones y cada vez más víctimas de torturas se sienten autorizadas a hablar de sus padecimientos y reunirse con otras en procura de exigir “justicia”: la identificación, el juicio y el castigo de sus torturadores.
Es indudable que se ha producido un cambio decisivo en la “historia oficial” del golpe, sus causas y consecuencias. Como fruto de las conmemoraciones del trigésimo aniversario del
putsch de 1973 y la recepción del informe de la Comisión Valech sobre la tortura, yo diría que la centro izquierda y el movimiento de derechos humanos también han ganado una importante “batalla de la memoria” y que la visión antaño dominante del golpe como salvación nacional ha pasado a ser una memoria disidente y minoritaria; por su parte, el “silencio” y el “olvido” han quedado desestimados como maneras viables de manejar el “pasado problemático” de Chile. A decir verdad, la postura defensiva de la derecha y sus quejas de que los medios y el gobierno están “reescribiendo la historia” y difundiendo una “versión falsa” de los hechos no harían sino confirmar esa conclusión, y destacar al mismo tiempo que la memoria colectiva del golpe y la dictadura sigue siendo un campo de batalla y la historia de esa época, un terreno disputado.
No obstante, sería un error considerar que estamos ante un cambio total y pasar por alto la continuidad que ha sido una característica tan relevante de la transición chilena a la democracia. Es significativo que Gonzalo Vial, el historiador encargado de redactar el capítulo del
Informe Rettig sobre el contexto histórico, sea un especialista de derecha, coautor, también, del
Libro Blanco de la Junta Militar de 1974, en el cual se legitimaba el falso Plan Z; en 2004, además, Vial publicó una crítica ambigua sobre la Comisión Valech. Hay continuidad, asimismo, entre este pasado y el equilibrio alcanzado en los documentos para la Mesa de Diálogo. Y la misma continuidad reaparece en los libros de texto aprobados para la educación primaria y secundaria chilena, que reconocen las violaciones de los derechos humanos cometidas por la dictadura luego de 1973, pero explican el golpe –y en opinión de algunos lo justifican– por medio de su análisis de la crisis que desembocó en él. Por otra parte, ese equilibrio que
mezcla memoria como ruptura con memoria como salvación ha sido internalizado por muchos chilenos y puede surgir en el futuro como la nueva memoria colectiva dominante.
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HISTORIZACIÓN DE LA MEMORIA
De todas maneras, los chilenos convencidos de que su país debe enfrentar y no olvidar o ignorar las violaciones de los derechos humanos del pasado reciente, y quienes cuestionan la historia oficial del golpe de 1973 y sus resultados, presentada por Pinochet y la Junta Militar, han ganado una importante batalla en la constante lucha por definir la memoria colectiva de Chile. Desde el punto de vista de la historización de la memoria, la importancia de esa “victoria” en la “batalla de la memoria” consiste en que sólo una vez obtenida podrá dicha historización avanzar sin que se la acuse de relativizar el “mal” o debilitar el “buen combate” que es preciso librar para decidir cuál de las memorias colectivas predominará en el futuro.
Historizar la memoria significa someterla a un análisis histórico crítico, y hasta deconstruirla. Y los resultados de ese análisis pueden poner en entredicho la memoria colectiva estudiada, mostrarla como una construcción social o política y no como la verdad sin tacha que sus partidarios atesoran como un artículo de fe.
Esto explica en parte por qué la historia de la memoria colectiva del pasado reciente en Chile es un campo tan novedoso: las pasiones políticas eran demasiado crudas, y demasiado incierto el desenlace de la batalla de la memoria. Esa novedad también refleja la sospecha que ha suscitado la historización de la memoria dentro de la profesión histórica, que privilegia el estudio de la historia sobre el estudio de la memoria o no ve con claridad la diferencia entre ambas.
De hecho, la relación entre historia y memoria es compleja y hasta ambigua, sobre todo cuando los historiadores escriben acerca de una época que recuerdan personalmente. Hay tres relaciones habituales entre una y otra. En primer lugar, los historiadores pueden utilizar la memoria como una fuente. Segundo, la historia puede actuar de correctivo de la memoria, cuando los historiadores someten los recuerdos a un análisis crítico. Y tercero, los historiadores pueden hacer una historia de la memoria, convertir a ésta en el objeto de su investigación.
En su mayoría, las primeras historizaciones de la memoria colectiva de este período siguieron a la detención de Pinochet en Londres en 1998, un punto de inflexión decisivo en la “batalla de la memoria”. A raíz de ese hecho, Mario Garcés y Julio Pinto organizaron la conferencia que resultó en el libro
Memoria para un nuevo siglo.
40 Entre 1999 y 2001, el programa del Social Science Research Council (SSRC) dirigido por Elizabeth Jelin y Carlos Iván Degregori formó a nueve jóvenes investigadores chilenos –uno de los cuales forma parte de este proyecto– en materia de historización de la memoria colectiva. Los resultados de esos encuentros e investigaciones comenzaron a publicarse entre 2000 y 2002, cuando aparecieron en Chile las primeras colecciones de “estudios de la memoria”.
41 Como la mayoría de las obras colectivas, la calidad de estos libros era despareja, pero los mejores permitían revelar a autores prometedores, en su mayoría jóvenes; por lo demás, el hecho mismo de su publicación en Chile ya era importante. En conjunto, representaban un avance en la historización de la memoria en ese país, y a ellos también hicieron contribuciones de peso reconocidos historiadores como María Angélica Illanes, Julio Pinto y Gabriel Salazar. Cabe mencionar asimismo, aunque en otro registro, la publicación reciente de una defensa de la memoria del golpe como salvación escrita por Patricia Arancibia Clavel, cuyo hermano era agente de la DINA en Buenos Aires y está acusado de participar en el asesinato en esa ciudad del antecesor de Pinochet a la cabeza del Ejército, el general Carlos Prats, de tendencia constitucionalista.
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La dificultad experimentada por los chilenos para historizar la memoria colectiva antes de ganar la “batalla de la memoria” también explica por qué resultó mucho más fácil a historiadores no chilenos, como Steve Stern o Alexander Wilde, dedicar gran parte de sus primeros trabajos a la historización de la memoria del golpe y sus consecuencias. La excepción parcial –parcial porque uno de los autores no es chileno y porque las obras no son una historia de la memoria colectiva, aunque tienen implicaciones para ella– está constituida por los libros de Brian Loveman y Elizabeth Lira sobre el modo chileno de reconciliación.
43 Su descripción y análisis sistemáticos de la manera elegida por las elites políticas chilenas a lo largo de su historia para consolidar la paz luego de las guerras civiles y otros conflictos políticos intensos esclarecen el papel central del
olvido en esa reconciliación “entre vencedores y vencidos”. El “olvido”, un concepto central en los estudios de la memoria –sostienen los autores–, ha tenido un papel clave en la resolución de los conflictos pasados de Chile, “dejando que el tiempo extinguiera la memoria, asumiendo que el olvido pacificaría los ánimos y las pasiones”. Esto refleja la convicción de que “la paz social depende del olvido de los agravios, odiosidades y conflictos previos, y a nivel político de la negociación conveniente de leyes de amnistía, conocidas casi siempre como ‘leyes de olvido’”.
44 La resistencia del movimiento por los derechos humanos durante la década de 1990, concluyen Loveman y Lira, socavó los intentos de las elites políticas de imponer un estilo similar de reconciliación basado en el
olvido bajo el gobierno de la Concertación; no obstante, su exposición de la historia de la reconciliación en Chile muestra bajo otra luz el pacto informal de silencio vigente dentro de la clase política a lo largo de esa década.
La publicación del estudio en tres volúmenes de Steve Stern con el título conjunto de
The Memory Box of Pinochet’s Chile constituirá, sin embargo, la primera historia general de la memoria del golpe y el terror estatal que lo siguió desde 1973 hasta 1998, y significará un avance fundamental en la historización de la memoria colectiva de ese pasado problemático. El enfoque de Stern es el de un historiador, más humanista que científico social, que como conceptos básicos prefiere las metáforas literarias a las teorías científicas porque, aunque menos comprobables, son más evocativas. Los especialistas de la memoria quizá discrepen con respecto a la validez y el valor de sus conceptos básicos sobre la memoria –el núcleo del primer volumen de su estudio, incluyendo los conceptos clave de “memoria emblemática”, “nudos de la memoria” y “estancamiento de la memoria”–, y los historiadores chilenos discutirán acaso la capacidad explicativa de sus cuatro “memorias emblemáticas” (salvación, ruptura, caja cerrada y persecución/despertar), pero deberán tomarlas con seriedad.
45 Por otra parte, cualquiera sea la reacción de los estudiosos de la memoria ante el primer volumen de Stern,
Remembering Pinochet’s Chile, el segundo y el tercer tomos, con su descripción y análisis históricos sistemáticos de la memoria colectiva y la “batalla de la memoria” bajo la dictadura de Pinochet y la democracia restringida de la Concertación, constituyen un salto cuántico en la historización de la memoria de Chile y crearán un nuevo saber convencional y una sólida base de conocimientos para futuras investigaciones.
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Pero la historización de la memoria colectiva de este oscuro y complejo período de la historia chilena aún está en pañales y es probable que los próximos avances queden a cargo de una generación más joven de especialistas que, aunque sean chilenos, ya no deberán trascender sus propios recuerdos de ese pasado problemático para historizarlo; una generación hoy lo suficientemente inexperta y joven para no estar identificada ni comprometida con ningún enfoque específico de los estudios de la memoria, y abierta, por lo tanto, a utilizar como fundamento y material de aprendizaje lo que mejor se adecue a sus objetivos. Probablemente, los avances se realizarán a través de estudios de casos en profundidad basados en la investigación histórica monográfica de fuentes primarias. Los estudios de casos bien elegidos pueden someter a prueba la capacidad explicativa de las ideas aceptadas acerca de la memoria colectiva y examinar explicaciones alternativas de los elementos descubiertos por sus investigaciones. También pueden establecer una sólida base empírica para los estudios chilenos de la memoria. Esos estudios empíricos de conmemoraciones y lugares de la memoria ya están empezando a aparecer, al igual que los estudios de instituciones y archivos y la transmisión de la memoria colectiva a públicos más amplios y generaciones más jóvenes que carecen de la guía de recuerdos individuales y personales de los períodos problemáticos.
47 También es importante la inclusión de nuevas perspectivas de la historia social, como el género y la etnicidad, al igual que el aporte que pueden hacer las ideas sobre la memoria tomadas de otras disciplinas como la sociología y la psicología.
48 El pasado puede estar presente, pero el estudio de su memoria colectiva corresponderá al futuro.
HISTORIA Y MEMORIA
La cuestión generacional también es relevante para la historización del pasado problemático. Según señaló Eric Hobsbawm:
En todos nosotros existe una zona crepuscular entre la historia y la memoria; entre el pasado como un registro generalizado que está expuesto a una inspección relativamente desapasionada y el pasado como una parte recordada o un antecedente de nuestra propia vida […] La amplitud de esa zona puede variar, y otro tanto variarán la oscuridad y la indistinción que la caracterizan. Pero esa tierra de nadie del tiempo siempre existe. Y es con mucho la parte más difícil de comprender, tanto para los historiadores como para los demás.49
Hobsbawm no es el único historiador que destaca las singulares dificultades con que tropiezan los profesionales que pretenden estudiar la historia reciente. Es demasiado pronto, insisten muchos; el polvo todavía tiene que asentarse en los archivos, y el testimonio oral es poco confiable. Es imposible ser objetivo, sostienen otros; es probable que los historiadores mismos o personas que ellos conocen hayan participado en esos acontecimientos o procesos históricos recientes o sufrido su influencia.
50 La historia contemporánea parecería ser una tarea intrínsecamente imposible.
Sin embargo, como puntualizaron Marc Bloch y E. H. Carr,
toda historia es historia contemporánea, en cuanto cada generación la reescribe a la luz de sus propias inquietudes y la utiliza para justificarlas.
51 Por lo demás, los historiadores del pasado distante pueden ser tan apasionados en sus juicios sobre un Pedro de Valdivia o un Diego Portales como los historiadores contemporáneos en sus opiniones acerca de Salvador Allende o Augusto Pinochet. El problema de la historización, entonces, no radica en la cercanía temporal de la época estudiada sino en la naturaleza misma de la historia, que, según nos enseña la historiografía –el estudio de la historia de la historia–, siempre es provisional y nunca definitiva. Por objetivo que un historiador trate de ser, hay una subjetividad que nunca deja de intervenir. La solución, por ende, no consiste en evitar la historia contemporánea, sino en reconocer que lo máximo que cabe esperar de cualquier historia es una interpretación de una cuestión importante que, por ser estimulante, generará debates y nuevos estudios.
Hasta hace poco, los historiadores chilenos evitaban la historia contemporánea. Tradicionalmente, en los círculos académicos, la jurisdicción del historiador profesional terminaba con el siglo XIX o a lo sumo con la Constitución de 1925. Lo ocurrido luego de esas fechas se situaba dentro del campo del científico social, y en particular del politólogo o el sociólogo. Esta insistencia en el siglo XIX estaba acompañada por una historiografía elitista escrita desde las alturas que celebraba la historia de Chile como el progreso triunfal de sus instituciones, leyes y padres fundadores. La evitación de la historia contemporánea, sin embargo, estaba presente incluso en muchos historiadores revisionistas que actuaban como si creyeran que su rebelión contra las historias tradicionales escritas desde la cima les exigía probar su profesionalismo mediante la revisión de la historia elitista tradicional del siglo XIX, foco clásico de la historia chilena, así como era fundacional de la nación.
En cualquier época, las elecciones hechas por el historiador de los temas sobre los cuales investigará, enseñará y escribirá están informadas por la cultura académica de su entorno, que refleja a su vez las instituciones y la sociedad dentro de la cual aquél vive y trabaja. Durante la dictadura pinochetista, la docencia, el estudiantado y los programas de estudio de las universidades fueron objeto de purgas; para quienes permanecieron en Chile podía ser peligroso estudiar temas históricos conflictivos. Por su parte, quienes se marcharon al extranjero, a menudo como exiliados, se pusieron en contacto con las corrientes historiográficas de Europa, América Latina y los Estados Unidos y sus estudios tuvieron con frecuencia la impronta de un deseo de entender la historia subyacente a su experiencia traumática personal. Esa experiencia impulsó a algunos a estudiar las raíces y la dinámica del socialismo y la izquierda en Chile, y a otros a examinar su historia de democracia y dictadura, pero generó en ambos grupos la inquietud de construir un “pasado utilizable” para su estudio de la historia, junto con la disposición a mirar más allá de las ideologías y metodologías del pasado que habían conducido en un comienzo al triunfo, pero en última instancia a la tragedia.
La restauración de la democracia redujo los costos de la heterodoxia, pero los efectos de la prolongada dictadura persistieron, sobre todo en las instituciones académicas, donde, a diferencia de la Argentina, se atrincheraron los partidarios del régimen autoritario. La era de la Concertación, por otra parte, demostraría ser una época de cautela política y conservadurismo social, en la cual el neoliberalismo alcanzó una triunfal hegemonía y una izquierda “renovada”, carente de una ideología atractiva o un programa diferenciado, participó de un gobierno condicionado por los éxitos neoliberales, los enclaves autoritarios y su propia política pragmática. Estas circunstancias no eran propicias para la promoción de una historia oficial revisionista y favorecieron, antes bien, una actitud de autocensura dentro de los ámbitos de centro izquierda. Pero empujaron a los intelectuales críticos de izquierda a examinar la historia chilena en busca de sus causas, y las fuentes de la resistencia potencial a ellas. Inevitablemente, esto condujo al estudio de la historia contemporánea.
Poco a poco, la generación de historiadores que habían adquirido un estatus profesional durante la época pinochetista –en especial los formados en Europa o Norteamérica, donde la historia contemporánea era un campo legítimo de estudio– penetró en el siglo XX. Los varios volúmenes de la
Historia contemporánea de Chile, de Gabriel Salazar y Julio Pinto, sintetizaron sus concepciones de la “nueva historia” y sirvieron a la vez como catalizadores del cambio y acicate de la crítica.
52 Su publicación despertó una intensa controversia pública, en la que importantes historiadores veteranos del centro y la derecha, como Sergio Villalobos y Gonzalo Vial, atacaron su metodología y visión de la historia, y no en revistas académicas sino en las páginas de
El Mercurio, una indicación de que la historia pasada aún era política actual. Otras polémicas públicas entabladas en la prensa en torno de la reforma de los programas de historia para la enseñanza secundaria y la presentación de la historia chilena en el renovado Museo Histórico Nacional suscitaron furiosas respuestas tanto de políticos como de otros historiadores, como un ejemplo más de la misma vigencia de las cuestiones del pasado. Los compromisos resultantes dejaron ver que la Concertación había privilegiado la convivencia política por encima de una revisión de la historia oficial del pasado reciente que diera cabida a las nuevas investigaciones y textos.
Vistas esas reacciones a la historia revisionista, aun cuando se tratara del pasado remoto de Chile, no debe sorprender que pocos historiadores se arriesgaran a abordar la historia del problemático pasado reciente del país y, en cambio, dejaran su relato y análisis a periodistas y profesionales de las ciencias sociales.
53 Los historiadores que corrieron el riesgo tendieron a reafirmar viejas posiciones ideológicas y no a proponer interpretaciones novedosas o presentar nuevas investigaciones históricas.
La incorporación de una visión equilibrada de la Unidad Popular al programa de enseñanza secundaria o la exhibición de los anteojos ahumados de Allende en el Museo Histórico Nacional provocaban tormentosas y violentas reacciones políticas.
En su mayor parte, lo que se publicaba sobre los turbulentos tiempos de Allende y Pinochet eran memorias de participantes, testimonios recogidos por historiadores orales o revelaciones o entrevistas hechas por periodistas. El abordaje de la historia del golpe era aún más arduo por las dificultades enfrentadas para publicar nuevas interpretaciones del período de la Unidad Popular que culminó en el movimiento golpista. Para citar un ejemplo que me incumbe, cuando algunos historiadores chilenos llevaron a una editorial universitaria la propuesta de traducir y publicar mi historia oral desde abajo de la “vía chilena al socialismo”, se les dijo que el libro lo merecía, pero “no era conveniente” hacerlo.
54 Sin lugar a dudas, su interpretación revisionista de la época de la Unidad Popular era considerada políticamente incorrecta, pero también lo era cualquier interpretación que pudiera generar tensiones entre los socialistas y los demócratas cristianos, aliados en la Concertación pero enemigos durante aquel período. Esto me demostró que la “memoria prohibida” no sólo abarcaba el régimen de Pinochet, sino también la vía democrática de Allende hacia el socialismo.
No obstante, también esta actitud comenzó a cambiar desde hace poco. Una vez más, la detención de Pinochet en Londres en 1998 pareció romper el silencio histórico y activar el debate sobre la historización de su época. Cuando el ex dictador publicó una carta abierta –“Carta a los chilenos”– en la que defendía sus actos y su lugar en la historia, un grupo de 11 historiadores izquierdistas replicó con su “Manifiesto de historiadores”, refutando las afirmaciones de Pinochet punto por punto y agregando, como colofón, una crítica de la interpretación del período 1964-1973 publicada por el historiador conservador Gonzalo Vial como separata en el tabloide derechista
La Segunda, que a juicio del grupo era una justificación del golpe militar. Se desató entonces una polémica más extensa, en la cual también participaron importantes historiadores de tendencia centrista (Cristián Gazmuri, Sergio Villalobos, Rafael Sagredo); los intercambios no agregaron mucho en materia de pruebas o interpretaciones históricas, pero propusieron una clara enunciación de los diferentes enfoques y perspectivas en torno del problemático pasado reciente del país. Despejaron las telarañas de silencio y olvido y plantearon la necesidad de una nueva historia contemporánea de Chile, con nuevos sujetos populares, nuevas fuentes orales, nuevas cuestiones sociales y nuevas perspectivas interpretativas.
55 Como antes se señaló, la publicación en los años siguientes de los cinco volúmenes de la historia revisionista contemporánea de Chile de Gabriel Salazar y Julio Pinto provocó una nueva polémica en la prensa, en la cual se debatió la legitimidad de la historia desde abajo y la historia oral de los “nuevos sujetos”; como fruto de ese debate se modificaron las líneas de batalla y los protagonistas. Si bien casi ninguna de estas discusiones abordó directamente la historización del pasado chileno reciente, en las controversias había una lucha implícita para determinar qué experiencias históricas, testimonios y perspectivas era importante preservar y legitimar como bases de la escritura de esa historia.
En la actualidad ya han empezado a aparecer las nuevas historias de este pasado reciente, y el trigésimo aniversario del golpe ha actuado como un catalizador de su publicación. Una editorial chilena, LOM Ediciones, programó la aparición de una colección de libros sobre esos períodos problemáticos de la historia, y no ha sido la única. Algunos de los trabajos eran memorias de actores políticos de la época, ya ancianos,
56 pero otros eran estudios académicos, como la obra de Verónica Valdivia sobre la lucha dentro de las Fuerzas Armadas en torno de las acciones políticas y el poder, que hace un aporte significativo a nuestra comprensión del período y de esos tópicos,
57 o la psicobiografía de Allende escrita por Diana Veneros.
58 Otros especialistas que han investigado y analizado este pasado reciente están hoy a punto de terminar y dar a conocer sus historias, entre cuyos temas se cuentan aspectos difíciles de investigar y publicar, como los primeros tiempos de la resistencia a la dictadura pinochetista.
59 Los programas de historia de la Universidad de Chile y la Universidad de Santiago de Chile (USACH) y el programa de posgrado establecido por historiadores revisionistas de izquierda en la Universidad ARCIS producen tanto nuevas historias como nuevos historiadores.
Por otra parte, si las presentaciones de diversos puntos de vista hechas por los historiadores en los muchos talleres de trabajo, coloquios, seminarios, simposios y conferencias que conmemoraron el trigésimo aniversario del golpe –incluyendo éste–
60 sirven de alguna guía, probablemente habrá una explosión de publicaciones en los años venideros. La generación más joven de especialistas, en particular, está planteando nuevos interrogantes, viendo viejas cuestiones desde nuevas perspectivas y proponiendo nuevas interpretaciones de este pasado problemático.
No todas esas nuevas investigaciones y textos históricos sobre el pasado reciente provendrán de la izquierda. La Universidad Católica sigue siendo un importante centro de erudición histórica que cuenta con grandes historiadores veteranos y prometedores profesionales centristas más jóvenes, al igual que la Universidad de Chile. En la Universidad Finis Terrae, la derecha ha creado su propio centro de estudios históricos y archivo sobre el pasado reciente. La Academia de Humanismo Cristiano y la Universidad Alberto Hurtado tienen importantes historiadores y proyectos, lo mismo que otras universidades privadas y las muchas universidades públicas provinciales; otro tanto ocurre con instituciones como el Museo Vicuña Mackenna y el Centro Barros Arana de la Biblioteca Nacional.
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Estas nuevas investigaciones e interpretaciones históricas implicarán el final del silencio y el olvido y avances en nuestra historización de las eras de Allende y Pinochet, pero es poco probable que satisfagan a quienes exigen desde hace años saber la “verdad” de lo ocurrido en esos períodos problemáticos de la historia chilena reciente. Por el contrario, existe la posibilidad cierta de que saquen a la luz la relación a menudo antagónica entre historia y memoria, que tanto los historiadores como los especialistas de la memoria se han ocupado de destacar.
Esto escribió Yosef Yerushalmi de otro pasado problemático cuyos recuerdos aún eran muy vivos:
Por su naturaleza misma, la memoria y la historiografía moderna mantienen relaciones radicalmente diferentes con el pasado. La segunda representa, no un intento de restauración de la memoria, sino un tipo verdaderamente nuevo de recuerdo. En su búsqueda de comprensión pone en primer plano textos, acontecimientos, procesos que en realidad nunca fueron parte de […] una memoria grupal, ni siquiera en su expresión más vigorosa […] recrea continuamente un pasado cada vez más detallado cuyas formas y texturas son irreconocibles para la memoria. Pero eso no es todo. El historiador no se presenta simplemente para llenar las lagunas de la memoria. Cuestiona de manera constante incluso las memorias que sobrevivieron intactas […] procura recuperar un pasado total […] todos esos elementos puestos a contrapelo de la memoria colectiva.62
Comprendí con claridad esta idea en una reciente conferencia celebrada en México para conmemorar los treinta años del golpe, y en la cual un importante historiador del Chile rural presentó un estudio bien documentado en cuyas conclusiones sostenía que había sido Pinochet y no Allende quien había entregado la mayor cantidad de tierras a los campesinos, si bien en condiciones tales que llevaron al 75% de los beneficiarios a perder sus parcelas al cabo de cinco años. La respuesta de muchos chilenos exiliados presentes entre el público fue de indignación ante lo que veían como una traición a su causa. Esos exiliados querían que el historiador, mediante su investigación histórica, confirmara su memoria colectiva de una revolución social a la cual habían entregado la vida y por la cual habían pagado un elevado precio personal; querían preservar una memoria colectiva congelada en el tiempo.
Aunque el autor del trabajo no sometía directamente su memoria colectiva al análisis crítico, la historia que presentaba cuestionaba la exactitud y hasta la validez de su memoria social, una memoria que los había sostenido durante años y había otorgado sentido a su vida.
La relación entre historia y memoria es complicada y multifacética, y con frecuencia difícil de abordar. No obstante, su confrontación es una cuestión crucial si nuestra intención es avanzar en la historización del problemático pasado reciente de Chile. Hoy nos encontramos en esa encrucijada.
Traducción de Horacio Pons
Anexo
APÉNDICE BIBLIOGRÁFICO
Tesis y memorias inéditas sobre la historia reciente de Chile
Desde principios de la década de 1990, pero sobre todo a partir del año 2000, aparecieron en varias universidades del país los primeros trabajos de investigación originales de estudiantes de licenciatura y maestría sobre la historia reciente de Chile. A continuación se encontrará una lista indicativa de algunos de ellos, sin pretensiones de ser exhaustiva. Al recorrerla, el lector podrá apreciar la diversidad de temas y especialidades representados y, por lo tanto, el potencial de una primera generación de historiadores que “historizan” ese pasado reciente. Agradecemos calurosamente a nuestros colegas María Elisa Fernández, Mario Garcés, Julio Pinto y Alfredo Riquelme, cuya colaboración permitió la elaboración de esta lista; ellos forman parte de los docentes de historia que han alentado a sus estudiantes a internarse por este camino.
(ARS) Andreu, Carla. “El exilio chileno en la República Democrática Alemana a través de la novela Morir en Berlín”. Tesis de licenciatura en Historia. Pontificia Universidad Católica de Chile (PUC). Santiago: 2000. Profesor guía: Alfredo Riquelme.
(ARS) Aninat, María del Carmen. “Militares y democracia. Ejercicios de alistamiento y enlace. Chile 1990”. Tesis de licenciatura en Historia. PUC: Santiago, 2000. Profesor guía: Alfredo Riquelme.
(MGJP) Becerra, Lorena y Angélica Palacios. “Transformaciones de la sociedad rural chilena en la segunda mitad del siglo XX, reflejando en la vida de los sujetos rurales de Loloy y Quinchamalí”. Tesis de grado. Universidad de Santiago de Chile, 2004. Profesora guía: Sofía Correa.
(ARS) Bellemans, Lorena. “Análisis de la posición de Chile durante la guerra de las Falklands/Malvinas”. Tesis de licenciatura en Historia. PUC: Santiago, 2000. Profesor guía: Joaquín Fermandois.
(MEF) Bravo, María Soledad y Patricia Madris. “El otro Santiago: los niños del Mapocho en el siglo XX, 1930-2002”. Seminario para optar al grado de licenciado en Historia. Universidad de Chile, 2003. Profesor guía: Gabriel Salazar.
(MEF) Bulnes, Francisco. “La Revista Chile América: el espejo del exilio (1973-1983)”. Tesis para optar al grado de licenciado en Historia. Universidad Finis Terrae, 2003. Profesora guía: María Elisa Fernández.
(ARS) Carreño, Francisca. “Cine chileno, 1990-2000: una década de imágenes en movimiento”. Tesis de licenciatura en Historia. PUC: Santiago, 2003. Profesor guía: Alfredo Riquelme.
(ARS) Castillo, Simón. “Movimientos estudiantiles en la Universidad Católica, 1973-1982, y los inicios de la democratización en Chile”. Tesis de licenciatura en Historia. PUC: Santiago, 2001. Profesor guía: Alfredo Riquelme.
(MGJP) Cerón, Claudio. “La confrontación entre los partidos políticos de izquierda. Chile 1970-1973”. Tesis de grado. Universidad de Santiago de Chile, 2004. Profesor guía: Danny Ahumada.
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(ARS) Franken, Stefan. “La Constitución de 1980: la formación de un nuevo orden institucional en Chile, 1973-1989”. Tesis de licenciatura en Historia. PUC: Santiago, 2002. Profesor guía: Alfredo Riquelme.
(ARS) García González, Carolina. “El peso de la memoria en los inicios de la transición a la democracia en Chile, 1987-1988”. Tesis de licenciatura en Historia. PUC: Santiago, 2004. Profesor guía: Alfredo Riquelme.
(MGJP) Jara, Loreto. “Del malón al carrete: las transformaciones del divertimento en Santiago, 1960-1990”. Tesis de grado. Universidad de Santiago de Chile, 2003. Profesor guía: Augusto Samaniego.
(MEF) Kort, Issa. “Huellas en el barro. Impacto social y económico de la reforma agraria en la provincia de Colchagua en tres casos ilustrativos. Estudios microhistóricos”. Tesis para optar al grado de licenciado en Historia. Universidad Finis Terrae, 2004. Profesora guía: María Elisa Fernández.
(ARS) Lagos, Sebastián. “La influencia de la experiencia franquista en la Constitución de 1980”. Tesis de licenciatura en Historia. PUC: Santiago, 2002. Profesor guía: Joaquín Fermandois.
(MEF) Lanos, Paola. “Los hijos de la pobreza: vagos, mendigos y niños de la calle: Santiago, 1960-1998”. Tesina para optar al grado de licenciado en Historia. Universidad de Chile, 2000. Profesor guía: Gabriel Salazar.
(ARS) Lúnecke, Alejandra. “Violencia política en Chile, 1983-1986”. Tesis de licenciatura en Historia. PUC: Santiago, 1999. [Premiada y publicada como libro: Violencia política (violencia política en Chile, 1983-1986). Santiago: Arzobispado de Santiago. Fundación Documentación y Archivo de la Vicaría de la Solidaridad, 2000.]. Profesor guía: Alfredo Riquelme.
(MGJP) Martínez, Luis. “Frente Patriótico Manuel Rodríguez, 1980-1987”. Tesis de grado. Universidad de Santiago de Chile, 2005. Profesor guía: Augusto Samaniego.
(ARS) Miranda, Bárbara. “El Movimiento contra la Tortura Sebastián Acevedo”. Tesis de licenciatura en Historia, PUC, Santiago, 2002. (Premiada por la Fundación Documentación y Archivo de la Vicaría de la Solidaridad, Santiago). Profesor guía: Alfredo Riquelme.
(MEF) Moyano, Cristina. “La seducción y la juventud: una aproximación desde la historia de la cultura política del MAPU, 1969-1973”. Tesis para optar al grado de magíster. Universidad de Santiago de Chile, 2002. Profesor guía: Julio Pinto.
(MGJP) Nehgme, Fahra y Sebastián Leiva. “La política del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) durante la Unidad Popular y su influencia sobre los obreros y pobladores de Santiago”. Tesis de grado. Universidad de Santiago de Chile, 2001. Profesor guía: Mario Garcés.
(ARS) Nicolás, Francisco. “De la memoria contenida al estallido del recuerdo. Memorias colectivas en torno a la Unidad Popular y la dictadura militar en el Chile de los ’90”. Tesis de licenciatura en Historia. PUC: Santiago, 2004. Profesor guía: Alfredo Riquelme.
(MGJP) Obregón Reyes, Linda. “El régimen militar y las mujeres (1973-1989). Discurso oficial, resistencia y adhesión”. Tesis de grado. Universidad de Santiago de Chile, 2000. Profesora guía: Alicia Salomone.
(ARS) Orrego, Paulina. “Los reflejos de un espejo: Chile y el mundo entre los años 1976 y 1989, a través de la revista APSI”. Tesis de licenciatura en historia. PUC: Santiago, 2002. Profesor guía: Joaquín Fermandois.
(ARS) Ortega Frei, Eugenio. “Historia de una alianza política: el Partido Socialista de Chile y el Partido Demócrata Cristiano, 1973-1988”. Tesis de licenciatura en Historia. PUC: Santiago, 1992. Profesor guía: Matías Tagle.
(ARS) Orellana, Andrea. “El derrumbe de un proyecto. Partido Comunista Chileno 1973-1977”. Tesis para optar al grado de licenciatura en Historia. PUC: 2000. Profesor guía: Alfredo Riquelme.
(MGJP) Ovando, Dorifo. “Fresia, una experiencia de relevación durante la dictadura militar”. Tesis de grado. Universidad de Santiago de Chile, 2004. Profesora guía: Lucía Valencia.
(MGJP) Pavez, Miguel Ángel. “Subsistencia y testimonio: las arpilleras de la Vicaría de la Solidaridad durante el régimen militar (1976-1990). La necesidad de crear”. Tesis de grado. Universidad de Santiago de Chile, 2003. Profesora guía: Sofía Correa.
(MGJP) Peña, María y Blanca Toledo. “Trabajadoras de casas particulares (1975-1989). Particularidades, legislación y organización”. Tesis de grado. Universidad de Santiago de Chile, 2001. Profesora guía: Teresa Gatica.
(ARS) Pizarro Cristi, Jorge. “La movilización social en la lucha democrática: el caso de la Asamblea de la Civilidad en el Año Decisivo (1986)”. Tesis de licenciatura en Historia. PUC: Santiago, 2003. Profesor guía: Alfredo Riquelme.
(MGJP) Rojas, Alejandra, Jorge Cantillana y Nicolás Henríquez. “Del crepúsculo al amanecer. Las políticas culturales de los gobiernos de la concertación (1990-2000)”. Tesis de grado. Universidad de Santiago de Chile, 2002. Profesor guía: Luis Ortega.
(MEF) Rubio, Pablo. “La derecha política chilena y el gremialismo: antecedentes históricos e ideológicos (1965-1970)”. Tesis de grado. Universidad de Chile, 2004. Profesor guía: Hernán Venegas.
(ARS) Silva, María Elisa. “Una mirada atenta: visión de El Mercurio, Qué Pasa y Realidad de la transición española (1975-1978)”. Tesis de licenciatura en Historia. PUC: Santiago, 2004. Profesor guía: Joaquín Fermandois.
(MGJP) Silvia, Víctor y Manuel Urrutia. “La nueva ola chilena, sus implicaciones sociales y culturales”. Tesis de grado. Universidad de Santiago de Chile, 2002. Profesor guía: René Salinas.
(ARS) Torrejón, Carolina. “Brumas: el MAPU-OC bajo el autoritarismo y en clandestinidad. Del golpe militar a la extinción de la Unidad Popular (1973-1979)”. Tesis de licenciatura en historia. PUC: Santiago, 2000. Profesor guía: Alfredo Riquelme.
(ARS) Torres, Alejandra. “Ser chileno sin vivir en Chile. El exilio en Europa Occidental entre 1978 y 1988”. Tesis de licenciatura en Historia. PUC: Santiago, 2003. Profesor guía: Joaquín Fermandois.
(ARS) Zamorano, Bernardita. “El teatro chileno independiente como crítica al régimen autoritario, 1973-1979”. Tesis de licenciatura en Historia. PUC: Santiago, 1998. Profesor guía: Alfredo Riquelme.
Traducción de Horacio Pons
NOTAS
1. Título original: “The Past is Present: History and Memory in Contemporary Chile”. El autor es miembro del cuerpo docente de la Tufts University de Boston, Estados Unidos.
2. Quiero agradecer a Mario Garcés, Anne Pérotin-Dumon y Alfredo Riquelme sus comentarios sobre una versión anterior. Los errores que puedan haber subsistido son de mi exclusiva responsabilidad.
3. Véase, por ejemplo, Henry Rousso. Vichy: L’événement, la mémoire, l’histoire. París: Gallimard, 1992.
4. Para el campo de la isla Dawson, véase, por ejemplo, Sergio Bitar. Isla 10. Santiago: Pehuén, 1987. Desde entonces, el libro ha tenido diez ediciones. Para el campo de Tejas Verdes, véase Hernán Valdés. Tejas Verdes: diario de un campo de concentración. Santiago: LOM/CESOC, 1996. Con respecto al Estadio Nacional, véase, por ejemplo, Jorge Montealegre. Frazadas del Estadio Nacional. Santiago: LOM, 2003.
5. En Patricia Verdugo. Los zarpazos del puma. Santiago: CESOC, 1989. Se encontrará información sobre la “caravana de la muerte”.
6. Quien busque una palpitante memoria de lo ocurrido en Villa Grimaldi y otros centros de tortura de la DINA la encontrará en Luz Arce. El Infierno. Santiago: Planeta, 1993 (traducción inglesa. The Inferno. Madison, Wisconsin: University of Wisconsin Press, 2004). La autora fue la persona que permaneció más tiempo en las prisiones de la DINA y terminó convertida en su informante, aunque posteriormente brindó detalles sobre sus actividades en los tribunales y la prensa.
7. Chile, Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación, Informe Rettig. Dos volúmenes. Santiago: La Nación, 1991.
8. Chile, Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación. Informe sobre calificación de víctimas de violaciones de los derechos humanos y de la violencia política. Santiago: Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación, 1996. En el anexo 1, p. 565, podrá encontrarse una categorización de las víctimas de acuerdo con la causa de su muerte.
9. La falta de certidumbre se constata incluso en casos de alto perfil como la muerte del ex presidente Eduardo Frei en 1982, que en su momento se dijo debida a causas naturales, pero acerca de la cual circuló un persistente rumor que hablaba de envenenamiento bacterial e intervención de la DINA. Hace poco, la senadora Carmen Frei impulsó la realización de una investigación penal sobre la muerte de su padre. Significativamente, la ulterior desaparición y muerte en Uruguay de Eugenio Berríos, que era el especialista de la DINA en esa materia y en una ocasión había dicho a agentes del organismo que los microbios exóticos encontrados en el cuerpo de Frei constituían la mejor manera de matar secretamente a una persona, fue objeto de una investigación penal por encubrimiento en Uruguay, el “caso Berríos”. El de Frei es sólo el más destacado de los casos en que las fuerzas de seguridad de Pinochet cargan con la sospecha de haberse dedicado a actividades criminales de encubrimiento.
10. La comisión sólo consideró los casos de los “ex presos y torturados […] quienes han querido dejar constancia de lo que les pasó y esperan reparación”, en total 35.868 personas (Elizabeth Lira, comunicación privada del 28 de abril de 2004). Si suponemos que el total de chilenos que fueron encarcelados o torturados superó probablemente los cincuenta mil y acaso los cien mil, el juicio de Lira de que con el trabajo de su comisión “se cerrará una etapa […] para abrir otra” parece profético –y lo confirman los numerosos grupos de sobrevivientes de la tortura que están constituyéndose o haciendo pública su experiencia a raíz de ese trabajo–, y se justifica mi conclusión de que Chile recién está empezando a enfrentar este doloroso legado de la dictadura pinochetista. El trabajo de la comisión puede seguirse en su sitio de Internet, www.comisionprisionpoliticaytortura.cl.
11. Como indicación significativa de la aversión chilena a hacer frente a este legado de tortura, debe señalarse que durante las discusiones de la Comisión Rettig, el Congreso consideró la posibilidad de aprobar un acuerdo marco que prohibiera la investigación de los casos de tortura no seguida de muerte. Véase Brian Loveman y Elizabeth Lira. Las ardientes cenizas del olvido: vía chilena de reconciliación política, 1932-1994. Santiago: LOM/DIBAM, 2000, p. 512.
En 2001, un importante historiador derechista me dijo en privado que Chile no podía abordar la cuestión de los torturados debido a la gran cantidad de personas involucradas, incluyendo a civiles prominentes, y mencionó como ejemplo el caso de Emilio Meneses, un destacado politólogo y analista de defensa, acusado por Felipe Agüero, un chileno que hoy es profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Miami, de haberlo torturado en el Estadio Nacional en 1973. Este caso es el tema de Patricia Verdugo (comp.), De la tortura no se habla: Agüero versus Meneses. Santiago: Catalonia, 2004.
12. John Dinges, comunicación personal, Nueva York, 2 de octubre de 2003. John Dinges. The Condor Years. Nueva York: New Press, 2004 [traducción castellana: Operación Cóndor: Una década de terrorismo internacional en el Cono Sur. Santiago: Ediciones B, 2004], se encontrará una descripción de la Operación Cóndor que define lo que sabemos y cómo lo sabemos.
13.Que los Estados Unidos sabían bastante más de lo que admitía públicamente sobre la represión dentro de Chile y las actividades de la Operación Cóndor más allá de sus fronteras es algo que se desprende con claridad de los documentos desclasificados con motivo del proceso judicial que siguió al arresto de Pinochet en Londres. Se encontrará una reveladora selección de esos documentos en Peter Kornbluh (comp.), The Pinochet File: A Declassified Dossier on Atrocity and Accountability. Nueva York: New Press, 2003 [traducción castellana: Pinochet: los archivos secretos. Barcelona: Crítica, 2004], capítulos 3 a 6. Un informe de la DIA (Defense Intelligence Agency) del 15 de abril de 1975 calificaba a la DINA de “Gestapo de nuestros días” (ibíd., p. 198).
14. La Vicaría de la Solidaridad de la Iglesia Católica cumplió el papel más destacado en la tarea de documentar los abusos contra los derechos humanos durante la dictadura de Pinochet. Se encontrará una esclarecedora exposición eclesiástica de los abusos cometidos fuera de Santiago, así como de los esfuerzos de la Iglesia por evitarlos, en María Eliana Vega et al., No hay dolor inútil: la iglesia de Concepción y su defensa de los derechos humanos en la región de Bío-Bío entre 1973 y 1991. Concepción: Diócesis de Concepción, 1999. La principal organización secular fue la Comisión Chilena de Derechos Humanos. Véase, por ejemplo, su Nunca más en Chile. Santiago: LOM, 1999. Amnistía Internacional, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y Human Rights Watch se contaron entre las grandes organizaciones internacionales de derechos humanos que publicaban informes autorizados sobre los abusos cometidos en ese terreno por la dictadura pinochetista.
15. Katherine Roberts Hite. “Breaking the Pacto de Silencio: Memories of defeat, contemporary politics, and the Chilean political class in the 1990s”. www.sas.ac.uk/ilas/sem_memory_Hite.doc.
16. Véase Brian Loveman y Elizabeth Lira. Las suaves cenizas del olvido: vía chilena de reconciliación política, 1814-1932. Santiago: LOM/DIBAM, 1999, y Las ardientes cenizas del olvido: vía chilena de reconciliación política, 1932-1994. Santiago: LOM/DIBAM, 2000. Notables estudios sobre esa “vía chilena”. Véase también Elizabeth Lira, Brian Loveman et al., Historia, política y ética de la verdad en Chile, 1891-2001: reflexiones sobre la paz social y la impunidad. Santiago: LOM, 2001.
17. En Alexander Wilde. “Irruptions of Memory: Expressive Politics in Chile’s Transition to Democracy”. Journal of Latin American Studies. 31(2), mayo de 1999, pp. 473-500, se hallará un revelador análisis del avance, durante la década de 1990, de nuestros conocimientos sobre las violaciones de los derechos humanos en el pasado. Una versión corregida se incluye en esta publicación: “Irrupciones de la memoria: la política expresiva en la transición a la democracia en Chile”.
18. Con su investigación de las atrocidades del régimen de Pinochet, Patricia Verdugo ha demostrado ser una periodista prolífica y denodada. Además de Los zarpazos del puma. Santiago: CESOC, 1989, del cual hay una versión inglesa actualizada, Chile, Pinochet and the Caravan of Death. Boulder, Colorado: Lynne Rienner, 2001, cabe citar Interferencia secreta. Santiago: Sudamericana, 1998, que incluye un disco compacto con grabaciones clandestinas de comunicaciones entre líderes militares realizadas el día del golpe, además del relato de la desaparición y muerte de su padre. Bucarest 187. Santiago: Sudamericana, 2001, y el reciente Salvador Allende: cómo la Casa Blanca provocó su muerte. Buenos Aires: El Ateneo, 2003. También están en circulación dos discos compactos compilados por ella y Mónica González, que contienen grabaciones documentales de las épocas de Allende y Pinochet: Chile, entre el dolor… y la esperanza. Santiago: Alerce Producciones Fonográficas, 1986.
19. John Dinges, comunicación personal, Nueva York, 2 de octubre de 2003. Enrique Arancibia Clavel, miembro de una importante familia militar chilena, hermano de un general y de un almirante, fue detenido en la Argentina por espionaje, pero hoy se lo juzga por el asesinato del general Prats; también se sospecha que se desempeñaba en Buenos Aires como enlace de la DINA con escuadrones argentinos de la muerte como la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina). Véase J. Dinges. The Condor Years. Nueva York: New Press, 2004, pp. 73-80.
20. En Elizabeth Jelin, Los trabajos de la memoria. Buenos Aires: Siglo XXI, 2002, el lector hallará un estudio reciente de la memoria colectiva desde una perspectiva latinoamericana, que hace referencia a esa literatura.
21. María Angélica Illanes. La batalla de la memoria. Ensayos históricos de nuestro siglo: Chile, 1900-2000. Santiago: Planeta/Ariel, 2002.
22. Sería interesante examinar el Plan Z y su historia desde el punto de vista de los estudios de la memoria.
23. Véase, por ejemplo, Marjorie Agosin. Scraps of Life: Chilean Arpilleras, Chilean Women and the Pinochet Dictatorship. Trenton, Nueva Jersey: Red Sea Press, 1987. Videos y documentales como No olvidar (1978), de Ignacio Agüero, también tienen un carácter revelador.
24. Steve J. Stern. The Memory Box of Pinochet’s Chile. Volumen 1. Remembering Pinochet’s Chile: On the Eve of London 1998. Durham: Duke University Press, 2004, pp. 104-107. Una exposición preliminar de las ideas de Stern en castellano puede leerse en Mario Garcés (comp.), Memoria para un nuevo siglo: Chile, miradas a la segunda mitad del siglo XX. Santiago: LOM/ECO, 2000, pp. 11-33.
25. S. J. Stern. Remembering Pinochet’s Chile: On the Eve of London 1998. Durham: Duke University Press, 2004, p. 108.
26. Ibíd., p. 109.
27. Steve J. Stern. The Memory Box of Pinochet’s Chile. Volumen 2. 10.5 del manuscrito inédito.
28. Ascanio Cavallo et al., La historia oculta del régimen militar. Santiago: Antártica, 1989; Eugenio Ahumada et al., Chile: la memoria prohibida. Tres volúmenes. Santiago: Pehuén, 1989.
29. Véase B. Loveman y E. Lira. Las ardientes cenizas del olvido: vía chilena de reconciliación política, 1932-1994. Santiago: LOM/DIBAM, 2000. Capítulo 9.
30. Manuel Antonio Garretón et al., encuesta “Los chilenos y la democracia”, citada en Steve J. Stern. The Memory Box of Pinochet’s Chile. Volumen 3. 14.39-41 del manuscrito inédito.
31. K. R. Hite. “Breaking the Pacto de Silencio: Memories of defeat, contemporary politics, and the Chilean political class in the 1990s”. Y A. Wilde. “Irruptions of memory: Expressive politics in Chile’s transition to democracy”. Journal of Latin American Studies. 31(2), mayo de 1999.
32. Esto me resultó claro en los cambios producidos en las conferencias sobre la perspectiva militar en torno del pasado chileno reciente pronunciadas entre 1996 y 2003 en el marco de mi programa de orientación de la Tufts University en Chile por el general retirado Fernando Arancibia, ex vicecanciller de Pinochet y hermano del antiguo jefe de la Marina. De manera significativa, hacia 2003 aun el vocero de la derecha, El Mercurio, publicaba relatos de víctimas inocentes de la represión militar. Con la publicación del Informe Valech en 2004, este proceso de cambio llegó a su punto culminante. Véase, por ejemplo, “Yo sobreviví a un fusilamiento”. Revista del Sábado. 11 de julio de 2003.
33. Véanse, por ejemplo, Hernán Valdés (comp.), Voces de muerte. Dos volúmenes. Santiago: LOM, 1998. Sergio Villegas. Funeral vigilado: La despedida a Pablo Neruda. Santiago: LOM, 2003. Matías Rivas y Roberto Merino (comps.), ¿Qué hacía yo el 11 de septiembre de 1973? Santiago: LOM, 1997. Claudio Durán Pardo. Autobiografía de un ex jugador de ajedrez. Santiago: LOM, 2003, y Rubí Maldonado Parada et al., Ellos se quedaron con nosotros. Santiago: LOM, 1999.
34. Volodia Teitelboim. Noches de radio (Escucha Chile). Dos volúmenes. Santiago: LOM, 2001. Ricardo Palma Salamanca. Una larga cola de acero (Historia del FPMR, 1984-1988). Santiago: LOM, 2001.
35. Patricio Guzmán. La memoria obstinada (1997-1998) y El caso Pinochet (2002). Sobre la memoria de testigos chilenos contra Pinochet que testifican en España, y Carmen Castillo y Guy Girard. La flaca Alejandra (1994). Entre los documentales importantes hechos el mismo año del arresto de Pinochet se cuentan: Esteban Larraín. Patio 25: historias de silencio (1998). Sobre los desaparecidos sepultados en una fosa común sin identificación alguna en el cementerio de Santiago, y Silvio Caiozzi. Fernando ha vuelto (1998). Acerca del trabajo de antropólogos forenses que intentan identificar y devolver a sus familias los restos de los desaparecidos depositados en esas tumbas anónimas.
36. Ricardo Lagos inauguró la estatua de Allende frente a La Moneda en junio de 2000, poco después de su asunción como presidente, en un acto simbólico que en la época no dejó de suscitar controversias.
37. Un buen ejemplo fue el seminario público celebrado en la Universidad Católica sobre “Lenguaje y proyecto a treinta años de la Unidad Popular”, con presentaciones relacionadas con la moda, la cibernética y el diseño gráfico e industrial. Véase también Claudio Rolle (comp.), 1973: La vida cotidiana en un año crucial. Santiago: Planeta, 2003.
38. Quiero agradecer a Katherine Roberts Hite por enviarme su próximo artículo, “The Estadio Nacional as Monument, as Memorial”. Publicado en traducción castellana en P. Verdugo (comp.), De la tortura no se habla: Agüero versus Meneses. Santiago: Catalonia, 2004.
39. La rehabilitación de Allende y la nueva mirada dirigida hacia la Unidad Popular no han sido unánimes; centristas como el presidente de la Democracia Cristiana, Adolfo Zaldívar, coinciden con los adversarios derechistas de este revisionismo histórico en rechazarlo como una “reescritura” de la historia. Se encontrará una reflexión sobre la memoria histórica del período pinochetista escrita por un importante historiador demócrata cristiano en Cristián Gazmuri. La persistencia de la memoria: reflexiones de un civil sobre la dictadura. Santiago: RIL/DIBAM, 2000.
40. M. Garcés (comp.), Memoria para un nuevo siglo: Chile, miradas a la segunda mitad del siglo XX. Santiago: LOM/ECO, 2000.
41. Véase, por ejemplo, Raquel Olea y Olga Grau (comps.), Volver a la memoria. Santiago: LOM, 2001. Otros estudios chilenos aparecieron en colecciones publicadas en otros lugares, entre ellos artículos de Sergio Grez, Mario Sznajder y Antonio García Castro en Bruno Groppo y Patricia Flier (comps.), La imposibilidad del olvido: recorridos de la memoria en Argentina, Chile y Uruguay. La Plata: Ediciones Al Margen, 2001. Los volúmenes de la colección “Memorias de la represión” –perteneciente al proyecto SSRC– que contienen capítulos dedicados a Chile son los siguientes: Elizabeth Jelin (comp.), Las conmemoraciones: las disputas en las fechas “in-felices”. Madrid: Siglo XXI, 2002; Elizabeth Jelin y Victoria Langland (comps.), Monumentos, memoriales y marcas territoriales. Madrid: Siglo XXI, 2003, y Ludmila da Silva Catela y Elizabeth Jelin (comps.), Los archivos de la represión: documentos, memoria y verdad. Madrid: Siglo XXI, 2002.
42. Patricia Arancibia Clavel. Los hechos de violencia: del discurso a la acción. Santiago: Universidad Finis Terrae, 2003. Véase también, de la misma autora, Orígenes de la violencia política en Chile, 1960-1973. Santiago: Universidad Finis Terrae/CIDOC, 2001.
43. B. Loveman y E. Lira. Las suaves cenizas del olvido: vía chilena de reconciliación política, 1814-1932. Santiago: LOM/DIBAM, 1999, y Las ardientes cenizas del olvido: vía chilena de reconciliación política, 1932-1994. Santiago: LOM/DIBAM, 2000.
44. Elizabeth Lira. “Memoria y olvido”. R. Olea y O. Grau (comps.), Volver a la memoria. Santiago: LOM, 2001, pp. 46-47.
45. Se encontrará una anterior exposición de la tipología de la memoria de Stern en M. Garcés (comp.), Memoria para un nuevo siglo: Chile, miradas a la segunda mitad del siglo XX. Santiago: LOM/ECO, 2000, pp. 11-33.
46. El primer volumen de la obra Remembering Pinochet’s Chile: On the Eve of London 1998. Durham: Duke University Press, 2004. Los otros dos volúmenes aparecerán próximamente, también editados por la Duke University Press.
47. Véanse, por ejemplo, María Angélica Cruz. Iglesia, represión y memoria: el caso chileno. Madrid: Siglo XXI, 2004, y Azun Candina Colomer. “El día interminable: Memoria e instalación del 11 de septiembre de 1973 en Chile (1974-1999)”. E. Jelin (comp.), Las conmemoraciones: las disputas en las fechas “in-felices”. Madrid: Siglo XXI, 2002, pp. 9-52.
48. En psicología, el trabajo de Elizabeth Lira sobre la memoria y el testimonio de las víctimas de situaciones traumáticas en materia de derechos humanos es particularmente estimulante. Véanse por ejemplo Elizabeth Lira y David Becker. Derechos humanos: todo es según el dolor con que se mira. Santiago: ILAS, 1989, y Elizabeth Lira y María Isabel Castillo. Psicología de la amenaza política y del miedo. Santiago: ILAS, 1991. En sociología, es instructivo el tratamiento crítico pero compasivo de testimonios de David Benavente. A medio morir cantando: trece testimonios de cesantes. Santiago: PREAL/OIT, 1985, como también lo es la síntesis teórica de E. Jelin. Los trabajos de la memoria. Buenos Aires: Siglo XXI, 2002.
49. Eric J. Hobsbawm. The Age of Empire, 1875-1914. Londres: Weindenfeld and Nicolson, 1987, p. 3 [traducción castellana: La era del imperio, 1875-1914. Barcelona: Crítica, 1998].
50. Se encontrarán numerosos puntos de vista sobre esta cuestión en Institut d’Histoire du Temps Présent. Écrire l’histoire du temps présent. Études en hommage à François Bédarida. París: CNRS Éditions, 1993.
51. E. H. Carr. What Is History? Nueva York: Vintage, 1967 [traducción castellana: ¿Qué es la historia? Barcelona: Ariel, 1998], y Marc Bloch. Apologie pour l’histoire ou Métier d’historien. París: Armand Colin, 1949 [traducción castellana: Apología para la historia o el oficio de historiador. México: Instituto Nacional de Antropología/Fondo de Cultura Económica, 1998].
52. Gabriel Salazar y Julio Pinto. Historia contemporánea de Chile. Cinco volúmenes, Santiago: LOM, 1999-2002.
53. Entre los periodistas, además de los textos de Patricia Verdugo antes mencionados, el libro de entrevistas y testimonios compilado por Patricia Politzer. Miedo en Chile. Santiago: CESOC, 1986, fue importante como intento pionero de presentar varios puntos de vista sobre el período. En inglés, tuvo trascendencia la colaboración entre una periodista norteamericana de primera línea y un prestigioso científico social nacido en Chile, cuyo resultado fue un libro temático popular pero serio sobre la era de Pinochet: Pamela Constable y Arturo Valenzuela. A Nation of Enemies: Chile under Pinochet. Nueva York: Norton, 1991. Ese mismo año también se publicó el capítulo de Alan Angell sobre “Chile since 1958”. Leslie Bethell (comp.), Cambridge History of Latin America. Cambridge: Cambridge University Press, 1991, vol. 8, pp. 311-384, uno de los primeros intentos hechos por un historiador de sintetizar ese pasado reciente problemático; el artículo es más accesible hoy en Leslie Bethell (comp.), Chile since Independence. Cambridge: Cambridge University Press, 1993, pp. 129-202. Junto con Brian Loveman. Chile: The Legacy of Hispanic Capitalism. Segunda edición. Nueva York: Oxford University Press, 1988, y los posteriores Simon Collier y William Sater. History of Chile, 1808-1994. Cambridge y Nueva York: Cambridge University Press, 1996 [traducción castellana: Historia de Chile, 1808-1994. Madrid: Cambridge University Press, 1998], y Sofía Correa, Consuelo Figueroa et al., Historia del siglo XX chileno. Santiago: Sudamericana, 2001, esas investigaciones históricas generales proporcionaron un contexto amplio para el análisis de las violaciones de los derechos humanos bajo el gobierno de Pinochet. Los últimos años del régimen de éste presenciaron la publicación de varios análisis importantes de esa época desde el punto de vista de las ciencias sociales, entre ellos Augusto Varas, Los militares en el poder: régimen y gobierno militar en Chile, 1973-1986. Santiago: FLACSO, 1987. Gran parte de esas investigaciones y textos se resumieron por primera vez en Arturo Valenzuela y Samuel Valenzuela (comps.), Military Rule in Chile: Dictatorship and Oppositions. Baltimore: Johns Hopkins University Press, 1986, y luego en Paul Drake e Iván Jaksic (comps.), The Struggle for Democracy in Chile, 1982-1990. Lincoln: University of Nebraska Press, 1991 [traducción castellana: El difícil camino hacia la democracia en Chile, 1982-1990. Santiago: FLACSO, 1993]. Los científicos sociales han seguido haciendo importantes contribuciones a nuestra comprensión de la época pinochetista, incluyendo trabajos recientes como Ricardo French-Davis y Barbara Stallings (comps.), Reformas, crecimiento y políticas sociales en Chile desde 1973. Santiago: LOM/CEPAL, 2001, Ricardo Yocelevsky. Chile: partidos políticos, democracia y dictadura, 1970-1990. Santiago: Fondo de Cultura Económica, 2002, y Carlos Huneeus. El régimen de Pinochet. Santiago: Sudamericana, 2001.
54. Peter Winn. Weavers of Revolution. Nueva York: Oxford University Press, 1986. Finalmente se publicó en Chile con el título de Tejedores de la revolución. Santiago: LOM, 2004.
55. El “Manifiesto” y las contribuciones de los historiadores de la izquierda y el centro al debate resultante han sido compilados por Sergio Grez y Gabriel Salazar y publicados con el título de Manifiesto de historiadores. Santiago: LOM, 1999. Por desdicha, los textos de Pinochet y Vial deben inferirse a través del espejo deformante de sus críticos, dado que ambos se negaron a autorizar su inclusión en el libro.
56. Véanse, por ejemplo, Luis Corvalán. El gobierno de Salvador Allende. Santiago: LOM, 2003, y Andrés Aylwin, Simplemente lo que vi, 1973-1990. Santiago: LOM, 2003.
57. Verónica Valdivia. El golpe después del golpe: Leigh vs. Pinochet, 1960-1980. Santiago: LOM, 2003.
58. Diana Veneros. Allende. Santiago: Sudamericana, 2003.
59. Véanse, por ejemplo, Rolando Álvarez. Desde las sombras: una historia de la clandestinidad comunista, 1973-1980. Santiago: LOM, 2004, y Alfredo Riquelme Segovia. “Comunismo mundial y transición chilena. La incidencia de un fenómeno global en un proceso político nacional durante el siglo”. Tesis doctoral. Departamento de Historia Contemporánea. Facultad de Geografía e Historia, Universidad de Valencia, 2003.
60. El autor se refiere al taller “Historizando un pasado problemático y vivo en la memoria: Argentina, Chile, Perú”, realizado en Londres el 16 y 17 de octubre de 2003 y organizado por el Institute of Latin American Studies (ILAS), cuyos trabajos resultantes se incluyen en esta publicación. (N. del T.).
61. A su manera, obras como la de Alfredo Jocelyn-Holt. El Chile perplejo: del avanzar sin transar al transar sin parar. Santiago: Planeta, 1998, que ve a la izquierda y la derecha desde la perspectiva crítica derechista de un liberal clásico, son tan revisionistas como los textos de los historiadores izquierdistas mencionados aquí.
62. Yosef Yerushalmi. Zakhor: Jewish History and Jewish Memory. Seattle: University of Washington Press, 1982, pp. 94-95 [traducción castellana: Zajor. La historia judía y la memoria judía. Barcelona: Anthropos, 2002].