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Perú: investigar veinte años de violencia reciente

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Liminar.
Verdad y memoria: escribir
la historia de nuestro tiempo

Anne Pérotin-Dumon
Verdad, justicia, memoria

Introducción

El derecho humano a la Verdad.
Lecciones de las experiencias latinoamericanas de relato de la verdad

Juan E. Méndez

Historia y memoria.
La escritura de la historia y la representación del pasado

Paul Ricœur

Maurice Halbwachs y la sociología de la memoria
Marie-Claire Lavabre
Argentina: el tiempo largo
de la violencia política


Introducción

La violencia en la historia argentina reciente: un estado de la cuestión
Luis Alberto Romero

Movilización y politización: abogados de Buenos Aires entre 1968 y 1973
Mauricio Chama

La Iglesia argentina durante la última dictadura militar.
El terror desplegado sobre el campo católico (1976-1983)

Martín Obregón

Testigos de la derrota.
Malvinas: los soldados y la guerra durante la transición democrática argentina, 1982-1987

Federico Guillermo Lorenz

Militares en la transición argentina: del gobierno a la subordinación constitucional
Carlos H. Acuña y
Catalina Smulovitz


Conflictos de la memoria en la Argentina.
Un estudio histórico de la memoria social

Hugo Vezzetti
Chile: los caminos de la historia
y la memoria


Introducción

El pasado está presente.
Historia y memoria en el Chile contemporáne
o
Peter Winn

Historia y memoria del 11 de septiembre de 1973 en la población La Legua de Santiago de Chile
Mario Garcés D.

La Michita (1964-1983): de la reforma universitaria a una vida en comunidad
Manuel Gárate-Chateau

El testimonio de experiencias políticas traumáticas: terapia y denuncia en Chile (1973-1985)
Elizabeth Lira

La superación de los silencios oficiales en el Chile posautoritario
Katherine Hite

Irrupciones de la memoria: la política expresiva en la transición a la democracia en Chile
Alexander Wilde
Perú: investigar veinte años
de violencia reciente


Introducción

“El tiempo del miedo” (1980-2000), la violencia moderna y la larga duración en la historia peruana
Peter F. Klarén

¿Por qué apareció Sendero Luminoso en Ayacucho?
El desarrollo de la educación y la generación del 69 en Ayacucho y Huanta

Carlos Iván Degregori

Pensamiento, acción y base política del movimiento Sendero Luminoso.
La guerra y las primeras respuestas de los comuneros (1964-1983)

Nelson Manrique

Familia, cultura y “revolución”.
Vida cotidiana en Sendero Luminoso

Ponciano del Pino H.

Juventud universitaria y violencia política en el Perú.
La matanza de estudiantes de La Cantuta y su memoria, 1992-2000

Pablo Sandoval

En busca de la verdad y la justicia.
La Coordinadora Nacional de Derechos Humanos del Perú

Coletta Youngers
Archivos para un pasado reciente y violento: Argentina, Chile, Perú

Introducción

Archivos de la represión y memoria en la República Argentina
Federico Guillermo Lorenz

Archivos para el estudio del pasado reciente en Chile
Jennifer Herbst con
Patricia Huenuqueo


Los archivos de los derechos humanos en el Perú
Ruth Elena Borja Santa Cruz
El pasado vivo:
casos paralelos y precedentes


Introducción

Cegados por la distancia social.
El tema elusivo de los judíos en
la historiografía de posguerra en Polonia

Jan T. Gross

Guerra, genocidio y exterminio:
la guerra contra los judíos en una era de guerras mundiales

Michael Geyer

Tres relatos sobre nuestra humanidad.
La bomba atómica en la memoria japonesa y estadounidense

John W. Dower

Anatomía de una muerte: represión, derechos humanos y el caso de Alexandre Vannucchi Leme en el Brasil autoritario
Kenneth P. Serbin

La trayectoria de un historiador del tiempo presente, 1975-2000
Henry Rousso
Historia reciente
y responsabilidad social


Introducción

La experiencia de un historiador en la Comisión de Esclarecimiento Histórico de Guatemala
Arturo Taracena Arriola

La historia aplicada: perito en el caso Pinochet en la Audiencia
Nacional de España

Joan del Alcàzar

Dentro del silencio.
El Proyecto Conmemorativo de Ardoyne, el relato comunitario de la verdad y la transición posconflicto en Irlanda del Norte

Patricia Lundy y
Mark McGovern


“Sin la verdad de las mujeres la historia no estará completa”.
El reto de incorporar una perspectiva de género en la Comisión de la Verdad y Reconciliación del Perú

Julissa Mantilla Falcón


¿Por qué apareció Sendero Luminoso en Ayacucho?
El desarrollo de la educación y la generación del 69 en Ayacucho y Huanta1

Carlos Iván Degregori



INTRODUCCIÓN

En la madrugada del sábado 21 de junio de 1969, una redada policial se abatió sobre la ciudad de Ayacucho. Entre los treinta y cinco detenidos había desde un adolescente, a quien confundieron con su hermano, hasta un geógrafo ajeno a cualquier actividad política, que en medio del ajetreo nocturno sufrió un ataque de asma. Pero también cayeron personajes importantes: los dirigentes más destacados del Frente de Defensa del Pueblo de Ayacucho (FDPA) y varios catedráticos de la Universidad de Huamanga, entre ellos Abimael Guzmán Reynoso, dirigente máximo del que pocos meses después se convertiría en el Partido Comunista del Perú conocido como Sendero Luminoso (PCP-SL). ¿Por qué sufrió ese día uno de sus dos únicos “accidentes de trabajo” el hoy llamado “presidente Gonzalo”? En busca de la respuesta, veamos los diarios de los días siguientes.

“Diez mil campesinos toman Huanta”, anunciaban las primeras planas del 23 de junio de 1969. El domingo 22, la turba, “ebria” según ciertos despachos, habría atacado los puestos policiales, apoderándose de la ciudad.2 “Los comuneros eran una masa incontenible”, titulaba Expreso, y añadía: “extremistas habrían desencadenado violencia”.3 Un día antes, el sábado 21, un levantamiento urbano popular de similares proporciones había producido cuatro muertos e innumerables heridos en Ayacucho.

Para la opinión pública nacional, la noticia cayó como trueno en cielo claro. El país vivía la euforia de los primeros meses del gobierno de las Fuerzas Armadas que encabezaba el general Juan Velasco, de la nacionalización del petróleo y la amenaza de represalias norteamericanas a través de la enmienda Hickenlooper.4 Más aún, una ley de Reforma Agraria, que se anunciaba radical y decisiva, estaba en vísperas de promulgarse. ¿Qué significaba entonces la furia campesina y popular desatada en ese ignorado departamento de la sierra surcentral? No tardó en difundirse la interpretación más fácil: se trataba de una asonada azuzada por terratenientes y extremistas para hacer abortar la Reforma Agraria.

En realidad, los levantamientos de ese fin de semana en Ayacucho y Huanta eran la culminación de varias semanas de movilizaciones en las cuales los estudiantes secundarios de esas ciudades lograron la adhesión masiva de los campesinos de Huanta y de los pobladores urbanos de Ayacucho. Su objetivo era la restitución plena de la gratuidad de la enseñanza, recortada por un decreto supremo (DS 006) promulgado meses antes. Alrededor de esa bandera, una nueva generación de adolescentes se convirtió en la punta de lanza de un levantamiento más masivo e intenso que cualquier lucha por la tierra en esa región abrumadoramente campesina.

Desde su promulgación, el decreto provocó el rechazo de las Asociaciones de Padres de Familia. Sin embargo, a pesar de que en todo el país las capas empobrecidas se veían afectadas por la medida, el descontento no se tradujo en movilizaciones masivas… excepto en Ayacucho y Huanta. ¿Por qué sólo allí?

El presente estudio intenta dar respuesta a ésta y otras preguntas. El movimiento por la gratuidad de la enseñanza en Ayacucho y Huanta constituyó el detonante que reveló un conjunto de tendencias regionales profundas, cuyo estudio ayuda a comprender la crisis por la que atraviesa actualmente Ayacucho, y también el país. Por otro lado, el análisis de esa coyuntura contribuye a explicar el surgimiento del PCP-SL y su potencialidad de crecimiento entre ciertos sectores juveniles. Porque si bien no dirigió cabalmente el conjunto del movimiento, el núcleo político que pocos meses después constituiría el PCP-SL era por entonces la fuerza política de izquierda más importante de la región, con fuerte influencia en el notable FDPA.

Para comprender el surgimiento de SL es necesario analizar en forma dinámica el conjunto de los elementos que lo definen, ubicándolos en el contexto peruano de la segunda mitad del siglo XX. Al respecto, en un trabajo anterior afirmamos que SL surgió básicamente como producto del encuentro que tuvo lugar en Ayacucho, especialmente en la Universidad de Huamanga, entre una élite intelectual provinciana mestiza y una juventud universitaria también provinciana y mestiza.5 Añadamos que el PCP-SL es una organización política que asume como ideología una versión “pura y dura”, crecientemente fundamentalista, del marxismo-leninismo-maoísmo.

Nuestro estudio centra su atención en algunos de esos factores que definen a SL: el escenario regional en el cual nace; los actores sociales que allí se desenvuelven, tanto los intelectuales y los jóvenes universitarios que van a constituir su columna vertebral como las poblaciones urbanas y rurales, que serán su potencial base social. Otros aspectos igualmente importantes para la comprensión del fenómeno senderista escapan a los marcos de nuestro trabajo. Por ejemplo, la influencia del marxismo-leninismo y específicamente del maoísmo en la vertebración ideológica de SL o la evolución de la izquierda marxista peruana. Ellos son tocados de manera sucinta en la última parte. Advertimos, además, que no pretendemos explicar el actual accionar de SL a partir de lo sucedido veinte años atrás. Dos rupturas, dos actos de voluntad política, separan al SL de 1990 del que aparece en las siguientes páginas. Una primera se produjo en 1969-1970: fue la que dio lugar al nacimiento de SL como organización independiente. Otra tuvo lugar entre 1976 y 1978, y fue su decisión de lanzarse a la guerra. También el contexto nacional ha sufrido transformaciones fundamentales: aquellas producidas por el gobierno reformista militar en los primeros años de la década de 1970 y las que se derivan de la crisis generalizada de la década de 1980.

Este trabajo trata específicamente sobre las condiciones que hicieron posible que SL surgiera allí (en Ayacucho), así (con esas características) y entonces (en las décadas de 1960 y 1970). Porque creemos que hay una especificidad regional en su aparición. SL no hubiera podido nacer en cualquier lugar de la sierra, aunque allí hubiera similar pobreza, atraso y opresión gamonal. Pero tampoco podemos considerar a Ayacucho como un bolsón exótico, que dio lugar a un fenómeno prácticamente ajeno al país. De ser así, no se explicaría la expansión de SL a otras partes del territorio nacional. Consideramos que por esos años se expresaban de manera más intensa en Ayacucho un conjunto de contradicciones, desgarramientos y desbalances comunes a buena parte de la sierra peruana. El movimiento de 1969 fue una clarinada que anunciaba la posibilidad de aparición de un fenómeno como SL, y de su expansión a otros lugares.

Al margen del interés que despierta la presencia “protosenderista” en el movimiento de 1969, este trabajo echa luz sobre una región poco estudiada, y se explaya en un tipo de movimiento social y de actores sociales y políticos que no han recibido suficiente atención por parte de las ciencias sociales. La investigación revalora, además, el papel de la educación como canal de movilidad social en los Andes peruanos, y la muestra como instrumento de transformación; o motivo de frustración, potencialmente explosivo.

El estudio consta de cuatro partes. En la primera presentamos el marco regional en el cual se desarrollaron los acontecimientos, destacando el papel decisivo cumplido por la Universidad de Huamanga. En la segunda relatamos los hechos, desde la promulgación del DS 006 hasta su derogatoria tres días después del levantamiento popular ayacuchano. En la tercera parte delineamos el perfil de los actores sociales que tomaron parte en el movimiento. Al presentar cada actor hemos considerado necesario esbozar brevemente su evolución durante el presente siglo, pues a pesar de los muchos y buenos estudios realizados en el propio Ayacucho, la historia regional sigue siendo muy poco conocida. En la última parte, tratamos sobre Sendero Luminoso: nos explayamos en su participación en el movimiento y, a partir de las tendencias allí reveladas, esbozamos su evolución durante la década de 1970, hasta el momento en que decide iniciar la lucha armada.

En tanto a lo largo de las tres primeras partes aparecen referencias a SL y a otros grupos comunistas, proporcionaremos en esta introducción algunas referencias mínimas para facilitar la lectura. En la década de 1960 funcionaba en Ayacucho una base del Partido Comunista Peruano (PCP):6 el Comité Regional “José Carlos Mariátegui”, encabezado desde 1963 por Abimael Guzmán. En 1964, el PCP se dividió en una facción prosoviética y otra prochina. El regional de Ayacucho se alineó con esta última, conocida como PCP-Bandera Roja. Pero el alineamiento no fue incondicional, porque casi desde un principio Guzmán había conformado con sus más decididos seguidores una denominada “fracción roja”, que comenzó a actuar cohesionadamente dentro de Bandera Roja.7 Meses después de los sucesos aquí relatados, entre fines de 1969 y febrero de 1970, ese núcleo se escindió de Bandera Roja para dar nacimiento al PCP-SL. En la coyuntura de la lucha por la gratuidad de la enseñanza, la “fracción roja” tenía presencia importante, pero no dominante, en la Universidad de Huamanga; hegemonizaba el Frente Estudiantil Revolucionario (FER) y la Federación de Estudiantes de esa universidad (FUSCH); había impulsado en 1964 la creación de la Federación de Barrios y en 1966 la del FDPA. Era, como dijimos, la fuerza de izquierda más importante en la región.



EL ESCENARIO REGIONAL Y EL PAPEL DE LA UNIVERSIDAD


La estructura arcaica

El río Pampas nace en la laguna de Choclococha, paqarina o lugar de donde emergieron los ancestros míticos de las etnias que poblaron Ayacucho. A partir de allí, inicia un largo recorrido en forma de media luna hasta encontrarse con el río Apurímac. Si se sigue el curso hacia el norte del Apurímac hasta su confluencia con el río Mantaro, se advierte que Pampas, Apurímac y Mantaro, encierran un amplio territorio que desde muy temprano adquirió importancia en los Andes (véase mapa 1, anexo 3). Entre los siglos II y VII de nuestra era, se desarrolló allí la cultura Warpa. Entre los siglos VII y XII floreció el imperio Wari. Los restos de su capital, que llegó a tener alrededor de cincuenta mil habitantes, se encuentran a 20 km de la actual ciudad de Ayacucho. Entre los siglos XIV y XV la región formó parte de la confederación chanka, que disputó enconadamente con los incas el control de los Andes centrales. Fue luego de derrotar a los chankas, que los incas iniciaron su expansión y establecieron en la zona uno de sus centros administrativos más importantes: Vilcas Huamán.8 En 1539, a algunos kilómetros al norte del asentamiento inca, los españoles fundaron una ciudad a la que dieron el nombre de San Juan de la Frontera de Huamanga. Durante la colonia, tuvieron allí su sede el obispado y la intendencia de Huamanga, fundándose en dicha ciudad, en 1677, la segunda universidad del virreinato: San Cristóbal.

Ese territorio constituye el núcleo histórico de la región de Ayacucho. A su alrededor se ubica una periferia donde antes habitaron las etnias angaraes, chocorbos, rucanas, soras y chankas, entre otras, y que hoy constituyen las provincias de Acobamba, Angaraes, Castrovirreyna, Lucanas, Parinacochas, Paucar del Sarasara, Sucre, Chincheros y Andahuaylas. Los límites de la región, tal como la definimos, no coinciden exactamente pues con los del departamento de Ayacucho.9 Coinciden, en todo caso, con lo que Arguedas denominó “área cultural Pokra-Chanka”.10

La región de Ayacucho ha sido descrita por cronistas y viajeros como “tierra muy doblada” y de “caminos fragosos”.11 Su territorio abrupto abarca desde punas y nevados hasta la selva alta del valle del río Apurímac. Desde Huancavelica hasta Parinacochas, la puna constituye una franja continua, ensanchándose conforme se avanza hacia el sur. En el núcleo central encerrado entre el Pampas, el Apurímac y el Mantaro, se distinguen de norte a sur tres cuencas: el valle de Huanta; el valle de Ninabamba, Torobamba o San Miguel, en la provincia de La Mar; y lo que Rivera Palomino denomina la “cuenca de Ayacucho”.12 Refirámonos al primero y a la última, que constituyen el escenario principal donde se desarrolla nuestra historia.

Por el valle de Huanta –como se ve en el mapa 1, anexo 3– corre el río Cachi, que a mitad de su recorrido recibe de las alturas de Angaraes las aguas del Urubamba, llamándose a partir de allí Huarpa hasta su confluencia con el Mantaro. Hacia el este, una ancha muralla montañosa separa al valle de Huanta de la yunga o selva alta por donde corre el río Apurímac. Desde las alturas de esa cadena donde se encuentra el nevado Rasuwillka, principal divinidad o wamani mayor de un amplio territorio, bajan numerosos riachuelos, que cargan en época de lluvias y permiten mantener algunas tierras irrigadas en el valle la mayor parte del año.13 Además del maíz y frutales como el palto, la chirimoya y la lúcuma, el valle permite el cultivo de algodón y la recolección de tuna y cochinilla, mientras que las partes altas hacia el este son terrenos de tubérculos.14 La ciudad de Huanta es el centro urbano más importante del valle y el segundo del departamento.

La denominada “cuenca de Ayacucho” es mucho menos definida. Allí se asienta la capital regional, Ayacucho, llamada con frecuencia Huamanga.15 El río Cachi encuadra la cuenca por el lado oeste, y el río Yucaes por el este. Las variaciones de topografía y clima son notorias dentro de ese territorio donde Rivera encuentra cerros apretujados de orientación caótica, llanuras de piedemonte con capa arable muy delgada, valles encajonados en “V”, que ponen serios límites a la actividad agropecuaria.16

Dos certeros apuntes de Antonio Raymondi, sabio italiano que recorrió el país en la segunda mitad del siglo XIX, dibujan de manera muy precisa los paisajes e idiosincrasias contrastantes de los dos principales centros urbanos de la región y sus campiñas circundantes. De Huanta, dice Raymondi:

es un pueblo bastante grande, rodeado de una alegre y fértil campiña en medio de un ancho valle. El pueblo presenta una hermosa vista cuando empieza la bajada. Las casas están dispuestas en calles regulares; tienen sus paredes blanqueadas, los techos son de tejas y la mayor parte de ellas tienen el arco de la puerta hecho de piedra. La plaza es bastante grande y un poco inclinada; la iglesia tiene dos torres cuyas bases son de piedra y la parte superior de cal y ladrillos.
Los habitantes de Huanta se ocupan en el cultivo de las chacras y en hacer tejidos. En general son de carácter revoltoso; y muchas veces se han sublevado contra las autoridades locales o contra el gobierno.

Y de Ayacucho:

Lo que hace ver que Ayacucho ha sido un lugar favorecido por los españoles, es el gran número de conventos, monasterios e iglesias que existen en la ciudad. También se puede saber que ha sido una ciudad aristócrata, por el hecho de que casi todas las casas tienen cocheras destinadas a las calesas en uso en la Colonia como en Lima y Trujillo, y de las cuales actualmente en Ayacucho, no quedan sino algunos raros restos.

Los establecimientos principales de ocupación de la gente obrera […] son de platería y sastrería […] Tienen también inclinación a la escultura […] en la piedra que lleva el nombre de Huamanga, que no es otra cosa sino un alabastro como el de Toscana en Italia.

Los terrenos de los alrededores de Ayacucho son muy estériles; pero como cada lugar tiene sus producciones, Ayacucho posee también la suya, que consiste en una enorme cantidad de tunas que crecen por todas partes, hasta en los techos de las casas.17


La historia

Ayacucho aparece como una región compleja y secularmente convulsionada. Lorenzo Huertas nos habla de por lo menos tres grandes desplazamientos étnicos.18 El primero, ocurrido entre los siglos XI y XII, luego de la caída del imperio Wari, agudizado posiblemente por profundos cambios climáticos. El segundo, producido en el siglo XV como secuela de las guerras entre los incas y la confederación chanka, que llevó al casi despoblamiento del núcleo central de la región y su posterior ocupación por poblaciones leales a los incas (mitmaq). El tercer desplazamiento étnico tuvo lugar en el siglo XVI y fue de carácter intrarregional, producido por las reducciones ordenadas por el virrey Toledo, que agruparon en centros poblados construidos según el patrón ibérico a los viejos ayllus o grupos de parentesco que vivían en patrón disperso. A estos tres desplazamientos mencionados por Huertas, habría que añadir las mitas coloniales a las minas de Potosí y Huancavelica, y la antigua tradición de arrieraje, expandida en la región a partir de la colonia. Por último, las migraciones masivas de las últimas décadas que colocan a Ayacucho entre los mayores expulsores de población a nivel nacional.

A lo largo de la historia Ayacucho aparece, por otra parte, como nudo de conflictos y enfrentamientos bélicos. Pero en este sucinto panorama histórico queremos referirnos principalmente a otro aspecto que nos parece decisivo: la configuración y reciente desarticulación del “área cultural Pokra-Chanka”, tal como fuera bautizada por Arguedas. En el caso de Ayacucho, la conquista, si bien sumió a las poblaciones andinas en nuevas formas de servidumbre y opresión, no alteró mayormente los límites regionales prehispánicos. De esta manera, a lo largo de la colonia se fue conformando allí la llamada área cultural Pokra-Chanka, cuyas características centrales serían:

a) la misma forma dialectal del quechua, el llamado “quechua ayacuchano”; b) una notable unidad folklórica musical -aunque de entraña asaz variada por acentos provinciales; c) una arquitectura popular de procedencia hispánica, pero muy aclimatada, cuya característica más sobresaliente es el amplio corredor, cuyo techo aparece sostenido por columnas de madera de base de piedra, de diseño y formas muy características; d) una serie de manifestaciones de arte popular: el danzante de tijeras [danzaq], las andas adornadas de cenefas y aparatos muy barrocos de cera, los “San Marcos”, llamados actualmente retablos, etcétera.19
Esa unidad cultural fue posible de labrarse en un espacio que había ido adquiriendo también una cierta articulación económica y política. Combinando la minería de Huancavelica con los obrajes, la agricultura servil y el arrieraje, una capa social asentó su dominio sobre la región, que vivió entonces su época de oro, expresada en la construcción de templos, monasterios y casonas.20 La decadencia de la minería huancavelicana desde fines del siglo XVIII, afectó duramente a Huamanga pero no alteró sustancialmente los límites regionales ni la estructura social. Urrutia et al. presentan un panorama vigente hasta la primera mitad del presente siglo:

Las provincias norteñas eran territorios casi exclusivos de haciendas, si bien ese nombre involucraba desde los grandes latifundios de la quebrada de San Miguel o de las punas, hasta los pequeños fundos de los valles adyacentes a la ciudad de Ayacucho. En ese mar de haciendas navegaban algunas de las comunidades más grandes de la región, convertidas con la República en capitales de distrito y fuentes de mano de obra […] y de conflictos para la gran propiedad: Vinchos, Socos, Quinua, Huamanguilla. Al sur, desde las alturas de Pampa Cangallo hasta el Sarasara, predominaban las comunidades […] no atosigadas por las haciendas, si bien algunas existían en todas las zonas.21
Comerciantes mayoristas, arrieros y viajeros continuaron, asimismo, peinando la región y comunicando el centro con la periferia, tendiendo una tupida red de intercambios y ferias, entre las que destacaban la de Cocharcas y el llamado circuito de Semana Santa.22 Las relaciones con la costa se daban hasta mediados del siglo pasado, en líneas generales y en cierta medida, en pie de igualdad. Y si “la naturaleza y composición de su clase dominante marcan la peculiaridad de una región”, podemos decir que la capa de terratenientes y comerciantes asentada en los principales centros urbanos –Ayacucho, Huanta, Andahuaylas, Cora Cora, San Juan de Lucanas y luego Puquio– logró tejer también su red de relaciones, consolidando su dominio en la región.23

Pero el desarrollo del capitalismo y la penetración imperialista desde fines del siglo XIX y más claramente en el presente siglo, afectaron Ayacucho de manera negativa. La región no poseía ningún recurso que resultara de especial interés para el capital extranjero o nacional; tampoco surgió allí algún polo económico con el suficiente dinamismo como para articularse con los sectores de punta de la economía nacional. Así, a partir del siglo XX, tres son los fenómenos que marcan el devenir regional: estancamiento y empobrecimiento del centro; desmembramiento y pérdida de la periferia; profundización de la subordinación a otros polos regionales.

El estancamiento del centro y la crisis del sistema latifundista en Huamanga han sido estudiados por Gálvez y Cano.24 Ellos señalan cómo, en la primera mitad del siglo, el desarrollo capitalista en otras regiones perjudicó a Huamanga, donde la penetración de manufacturas provenientes de la Sierra central, o harina de trigo importada de Lima, profundizaron una crisis signada por el colapso de la manufactura, la reversión de los flujos comerciales y, finalmente, la decadencia de la agricultura, especialmente del trigo, principal cultivo comercial de Huamanga.25 En 1936, un comerciante ayacuchano, entrevistado en Lima, se quejaba amargamente constatando el deterioro de la región en apenas quince años: “[Ayacucho] está hoy deshabitado y en absoluta decadencia comercial”, porque: “hay carencia de… ocupación para los elementos proletarios, que tienen que migrar a la costa en busca de trabajo, mientras que las familias ricas vienen a vivir a Lima de sus rentas”.26

Viajeros de la época, así como intelectuales ayacuchanos, compartían estas apreciaciones. Basta leer las páginas de la revista Huamanga en la década de 1930 para constatarlo. Y están también las estadísticas, que indican la magnitud de la crisis. Entre 1876 y 1940, de las once ciudades serranas capitales de departamento, Ayacucho fue la de crecimiento más lento con una tasa de 0,88% (véase cuadro 1, anexo 2). Y entre 1940 y 1961, con una tasa de crecimiento de 1,22%, tan sólo aventajó a Cerro de Pasco.27

La incapacidad de los terratenientes para superar la crisis signó así su decadencia como clase dominante regional. Fueron reemplazados lentamente por una débil y poco articulada capa de comerciantes intermediarios y de burócratas, estos últimos especialmente a partir del gobierno militar (1968-1980). La pobreza y explotación de las mayorías continuaron. Pero este cambio trajo consigo algo que revelaría su importancia en la década de 1980: el debilitamiento de los mecanismos de intermediación social y política en la región.

El desmembramiento regional y la pérdida de las provincias de Andahuaylas, Lucanas y Parinacochas (aunque las dos últimas sigan perteneciendo formalmente al departamento), se remonta a fines del siglo pasado. A partir de 1870 comenzaron a asentarse en el sur del departamento los nuevos terratenientes-comerciantes, criollos y europeos, cuya llegada describió tan bien Arguedas en su novela Yawar Fiesta y cuyo papel como instrumento para la conformación de un eje regional que articulaba capitalismo y no capitalismo, estudió después.28 Aunque ya en 1870 Andahuaylas se desgajó para pasar a formar parte del nuevo departamento de Apurímac, en toda una primera etapa parecía que se trataba tan sólo de variaciones en el peso específico de los diferentes subcentros de la región. El fortalecimiento relativo de Puquio, por ejemplo, a partir del comercio ganadero. Pero a partir de la construcción de la carretera Nazca-Puquio a fines de la década de 1920, se comprobó que se trataba de un fenómeno más profundo: el desmembramiento de la antigua región. Conforme avanzó el siglo, Lucanas y Parinacochas estrecharon crecientemente lazos con Nazca y Chala, debilitándose sus vínculos con la parte norte del departamento, hacia donde no existen hasta hoy carreteras (cf. mapa 2, anexo 3).

Por el norte, la construcción del Ferrocarril Central y luego la carretera Huancayo-Ayacucho, constituyeron el otro brazo de la tenaza de desarrollo capitalista dependiente que profundizó el subdesarrollo ayacuchano. Porque al no haber en la región ningún polo económico dinámico, las vías de comunicación sirvieron “no de puerta de entrada sino de puerta de salida”.29

La subordinación de Ayacucho a otros polos regionales se acentuó también en el presente siglo. Mientras el sur quedaba subordinado económicamente a Ica-Nazca-Chala, las provincias norteñas se orientaban hacia Huancayo, pujante polo regional favorecido por su cercanía a Lima, su potencial económico propio y medios de comunicación desarrollados. Pero a raíz del embalse del río Mantaro, que destruyó la carretera Huancayo-Ayacucho, y la apertura de la carretera Pisco-Ayacucho o Vía de los Libertadores (ambos sucesos tuvieron lugar en 1974), los flujos de intercambio se reorientaron con fuerza hacia Pisco, Ica y Lima (véase mapa 1, anexo 3). Esta reorientación perjudicó la parte serrana de Huanta, por donde transitaban los productos hacia Huancayo; y también a otras dos provincias. Cangallo y Víctor Fajardo que, al no existir vías de comunicación longitudinales que vincularan de norte a sur el departamento, quedaron todavía más encajonadas en una especie de tierra de nadie. Por algo se encuentran, como veremos, entre las diez provincias más pobres del país.

En general, la actual subordinación a Ica y Lima perjudica al conjunto de provincias norteñas de Ayacucho. Como señala Joel Jurado, el nuevo ordenamiento resulta en directo beneficio de Lima Metropolitana y en desmedro del norte de Ayacucho y de Huancavelica, que sufren “un aislamiento catastrófico”.30 Al perder vitalidad la microregión del Mantaro y quebrantarse el eje longitudinal Huancavelica-Huanta-La Mar-Huamanga-Cangallo-Víctor Fajardo, Ayacucho queda encajonado. No le resta sino encaminar sus flujos por la Vía de los Libertadores y competir en desventaja con los valles del “sur chico” (Cañete, Chincha, Pisco), mejor dotados y mejor ubicados para el aprovisionamiento de Lima metropolitana. Así, el valle tropical del río Apurímac, que corre por el flanco nororiental de las provincias de Huanta y La Mar, se convierte en las últimas tres décadas en el único núcleo agrícola dinámico del norte de Ayacucho, exportador de café, cacao, maní, cube, achiote, frutales y crecientemente coca. Pero a diferencia de la selva central, el valle del río Apurímac se encuentra demasiado lejos de la capital de la república y, en un país tan centralista como el Perú, esa distancia ponía límites a su desarrollo.


La “suma pobreza…”

No es de extrañar, entonces, que la pobreza y el atraso general del Ayacucho contemporáneo hayan sido señalados como una de las causas de la violencia que desde 1980 ha sacudido la región. Basta ver algunas cifras oficiales para confirmar estas apreciaciones.31

En 1981 el PBI per cápita de Ayacucho era de 403 dólares anuales, sólo superior al de su vecino Apurímac: ambos no llegaban a la tercera parte del promedio nacional. Y mientras que ese mismo año el país en su conjunto ostentaba un ya magro 24,6% de PBI industrial y manufacturero, en Ayacucho el porcentaje era apenas el 11,2%. Concomitantemente, Ayacucho y Apurímac ostentaban las más bajas tasas de asalariados de todo el país. En 1972 la PEA asalariada ascendía a 17% en Ayacucho y a 13,2% en Apurímac, contra un promedio nacional de 44,3%. En 1981 el porcentaje de asalariados descendió al 15,9% en Ayacucho, que superaba apenas a Apurímac (14,4%), ambos lejos del promedio nacional de 42,7%. Por último, mientras la agricultura representaba un abultado 44% del PBI departamental ayacuchano, el comercio exhibía la exigua cifra del 1,6% frente al 14,1% nacional, lo cual nos revela el raquítico desarrollo mercantil de la región.

Esta pobreza se tradujo en la pérdida de peso demográfico. La población ayacuchana, que constituía el 4,1% del total nacional en 1961, bajó al 3,4% en 1972 y al 3% en 1981. Es que la tasa de crecimiento poblacional de Ayacucho se ubicaba bastante por debajo del promedio nacional, superando solamente a sus vecinos Apurímac y Huancavelica. Ello porque esos tres departamentos se encontraban entre los mayores expulsores netos de población en el país.32 No por casualidad, dos canciones que son casi como himnos que identifican a Ayacucho, aluden al abandono y a la ausencia de pueblo natal: “Adiós pueblo de Ayacucho” y “Ayacuchano, huérfano pajarillo (a qué has venido a tierras extrañas)”.

De esta forma, Apurímac y Ayacucho ocupaban los dos primeros puestos en el “Mapa de la Pobreza del Perú”, elaborado por el Banco Central de Reserva con datos de 1972. La minería salvaba a Huancavelica de ocupar el tercer lugar; ocupó el cuarto. Y entre las diez provincias más pobres del país, figuraban tres de Apurímac, una de Huancavelica y dos ayacuchanas: Cangallo en el segundo lugar y Víctor Fajardo en el séptimo, precisamente las provincias donde en 1980 se inició la acción armada de Sendero Luminoso.


La opresión “semifeudal”

Las cifras prueban de manera contundente que, dentro del desarrollo desigual y centralista que tiene lugar en el Perú, Ayacucho y sus vecinos, Huancavelica y Apurímac, resultan ser el ámbito más deprimido. No únicamente pobre. Para explicar la situación ayacuchana en la época previa al surgimiento de Sendero Luminoso es necesario tener en cuenta, además de la pobreza, la explotación terrateniente, la opresión servil y la discriminación étnica. En efecto, los indicadores –bajo PBI industrial, escasa PEA asalariada, comercio exiguo, etc.– nos hablan de una estructura arcaica, donde hasta en la década de 1950 persistía la estratificación estamental en señores y siervos, mistis e indios.33 La crisis del sistema latifundista reforzaba ese arcaísmo: los intentos de modernización en el campo eran pocos y generalmente fracasados; los terratenientes en decadencia que no llegaban a salir de la región, se aferraban a la explotación servil de “sus” indios como única forma de conservar ciertos ingresos y, sobre todo, la ilusión de seguir formando parte de un estamento superior de gente tal vez pobre pero “decente”.

El arqueólogo ayacuchano Luis Guillermo Lumbreras ofrece un relato apasionado de cómo era considerado el indio en el Ayacucho de su infancia, allá por las décadas de 1940 y 1950.

Todo el trabajo duro y sucio era de él y correspondía a su naturaleza. Ser indio significaba poder ser pisoteado, estropeado, significaba poder hacer cualquier cosa, incluso dormir a los pies de las personas, cuidar de ellas, morir de frío; el indio no debía tener hambre, él estaba habituado al hambre y, consecuentemente, si no tenía qué comer un día o dos, no importaba porque su naturaleza era así. Era algo menos que una persona; no era persona. Ni siquiera sabía hablar castellano […] Además, el indio era sucio, era lo peor, incluso en la comida. Cómo iba a tomar leche, por ejemplo. No le vayan a dar leche porque se enferma […] El indio era como un niño; entonces había que enseñarle y azotarle públicamente para que vieran que no podía hacer cualquier cosa […]34
Recuerda también las monstruosas relaciones entre señores mistis y siervos indios:

Cuando íbamos a la hacienda en las vacaciones, la abuela hacendada hacia matar una vaquillona, un cerdo. Recuerdo a la vaquillona colgada de las cuatro patas, asándose, y nosotros al lado de las brasas. “Nosotros” éramos los nietos de la abuela y los hijos de la abuela. Entonces allí en círculo los tíos con abundante vino y cerveza, y para los niños gaseosas y bebidas que se preparaban con frutas. Comíamos lo que queríamos del cerdo y de la vaca. Por ejemplo, yo quería un riñón y ese riñón iba a las brasas y me lo comía.

Y alrededor nuestro, a una distancia de más o menos veinte metros, una multitud de niños, mujeres, hombres y ancianos indios. Muchos, quinientos tal vez, no sé cuántos, rodeándonos y viéndonos comer. En algún momento, generosamente, alguno de los tíos, probablemente con sensibilidad social o de aquéllos que tenían muchos hijos en ese otro círculo, de pronto agarraba un pedazo que de repente ya se había cansado de comer y se lo pasaba a alguno de esos indios […]

Y luego seguía la fiesta durante dos o tres días […] En la casa-hacienda bailaban todas las gentes, que seríamos unas treinta personas, los tíos y los sobrinos alrededor de la abuela y algunos invitados de las haciendas vecinas… Y después venían los quesos, los chicharrones, el chocolate, y en el patio a ellos les daban –recuerdo que compraban unos toneles de aguardiente– les invitaban ese aguardiente y los campesinos tenían que estar agradecidísimos por esa “reciprocidad andina”. A cada uno le daban su trago y, desde luego, papas sancochadas que comían en abundancia y algún pedazo de queso. Carne no. Eso no era para ellos […] Luego terminaba aquello y quienes limpiaban todo eran los indios, que además buscaban las sobras.35


Sin embargo, por esos mismos años y de manera desigual, la situación de los indios comenzaba a cambiar, tanto en Ayacucho como en el resto del país. El avance del mercado, los medios de comunicación y las migraciones favorecieron procesos de organización campesina. Entre 1958 y 1964 una oleada de tomas de tierra remeció los Andes peruanos. En Ayacucho el movimiento fue débil, pero el resquebrajamiento de la vieja estructura señorial se iba haciendo cada vez más evidente. La reforma agraria aplicada a partir de 1969, si bien incidió sólo secundariamente en la región, aceleró ese resquebrajamiento. “Indio” comenzaba a dejar de ser sinónimo de siervo.

pobreza, la opresión señorial y la discriminación étnica para deducir de allí mecánicamente la violencia que asoló la región en la década de 1980. Entre los otros múltiples factores que es necesario tomar en cuenta, resulta fundamental hurgar en aspectos y momentos claves de la historia regional, aquellos que precisamente conmocionan la estructura arcaica sacándola de su marasmo; y en actores sociales y/o políticos que actúan como catalizadores o canalizadores del cambio. En Ayacucho, donde hasta mediados de siglo la migración era casi la única esperanza de escapar de una situación miserable y opresiva, uno de los factores decisivos para la evolución de la región en décadas recientes fue la lucha por la educación y, como parte de ella, la reapertura de la universidad.


La educación, factor decisivo


En el Perú

Precisamente el año mismo en que sucedieron los acontecimientos que vamos a relatar, Julio Cotler había constatado que de cuatrocientos noventa y nueve campesinos entrevistados en seis comunidades y una hacienda del Cusco, el 52% estaba todavía de acuerdo con la afirmación de que “los indios han nacido para servir y obedecer al misti”.36 Pero ya para entonces, ese fatalismo se batía en retirada: el 76% de esos mismos campesinos consideraba que si los indios tuvieran la misma educación que los mestizos estarían en igualdad de condiciones para desempeñar cualquier ocupación, y el 91% declaraba que “por medio de la educación un hombre puede llegar a ser lo que quiere.”37

Esa confianza prácticamente unánime y, diríamos, ilimitada en la escuela, tiene que ver con la expansión del mercado y el estado hacia las zonas rurales andinas. Tiene que ver, asimismo, con lo que en otro trabajo hemos denominado “el tránsito del mito de Inkarrí al ‘mito’ del progreso”.38 Según la hipótesis allí sustentada, diríamos simplificando que conforme avanza el siglo XX un porcentaje creciente de las poblaciones andinas deja de mirar hacia el pasado, de esperar el regreso del Inca, tal como proponía el clásico mito de Inkarrí, y se lanza más bien con una vitalidad insospechada a la conquista del futuro. Y allí, en un punto neurálgico, se ubica la escuela.

Algunas cifras de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) permiten ponderar adecuadamente la importancia de la educación en el Perú. Así, el porcentaje de estudiantes matriculados de seis a veintitrés años sobre la población total de esa edad, aumentó del 40,6% en 1960 al 73,8% en 1980, con lo cual, entre los países de América Latina, el Perú pasó del decimocuarto lugar en 1960 al cuarto en 1980.39 Este crecimiento resulta todavía más espectacular si se tiene en cuenta que en PBI por habitante el Perú fluctuaba en esos años entre el undécimo y el décimotercer lugar, y que en otros rubros básicos como esperanza de vida o mortalidad infantil nuestro país ocupaba el antepenúltimo lugar en el continente, superando sólo a Bolivia y Haití.40

El caso peruano parece excepcional no sólo en América Latina. Entre los más de sesenta países que la ONU tipifica como de “nivel medio de desarrollo”, se produjo durante las últimas décadas una evolución bastante reveladora. Mientras que en ese lapso el Perú va quedando a la zaga en la mayor parte de indicadores económicos, el crecimiento de su población juvenil (18 a 25 años) que cursa estudios secundarios o superiores resulta impresionante, pues entre 1960 y 1980 pasa del 19% al 76%, mientras que en los otros países se eleva, en promedio, del 17% al 52%.41

El avance peruano resalta aún más si se advierte que, luego de una primera etapa en que estado y sociedad tiran de la carreta educativa en la misma dirección, la sociedad avanza a contracorriente de la tendencia estatal a reducir su participación en la educación, especialmente a partir de la crisis económica que estalla a mediados de la década de 1970.42 Sobre este telón de fondo, Huancavelica, Ayacucho y Apurímac aparecen consistentemente rezagados en el proceso de escolarización masiva. Así, en los censos de 1961, 1972 y 1981 figuran en los tres últimos lugares en porcentaje de población alfabeta. En 1981, con el 45% de analfabetos mayores de 15 años Ayacucho ostentaba las más altas tasas de analfabetismo urbano y rural en todo el país, superado únicamente por Apurímac (52,1%). Huancavelica (44%) se ubicaba ligeramente por debajo de Ayacucho y los tres bastante lejos del resto del país, pues sus porcentajes de analfabetismo duplicaban largamente el promedio nacional, que era 20,95% (véase cuadro 2, anexo 2).


En Ayacucho

Sin embargo, aún cuando Ayacucho y sus vecinos ocuparan los últimos lugares, no constituían un bolsón exótico, ni un reducto atrasado donde los campesinos serían propensos a confundir cámaras fotográficas con armas de fuego, tal como sostuviera erróneamente Mario Vargas Llosa en su Informe sobre los sucesos de Uchuraccay.43 Refiriéndose a la región en el período 1915-1940, Urrutia et. al. mencionan una serie de vías por las cuales los ayacuchanos trataban de superar la crisis que entonces los abatía:44 la construcción del ferrocarril Huancayo-Ayacucho, que finalmente se desvió hacia Huancavelica; la construcción de carreteras; la colonización de la selva del valle del río Apurímac; la venta de tierras por parte de los hacendados y la compra de tierras por parte de comerciantes y funcionarios, pero también por campesinos comuneros e incluso por colonos, campesinos semisiervos de las haciendas tradicionales; la migración y la educación.

Ya desde inicios de siglo y en forma creciente conforme transcurrían los años, además de capillas, caminos o canales de riego: “las comunidades construirán locales escolares y solicitarán a las autoridades –o pagarán ellas mismas– un ‘preceptor’”.45

No sólo las comunidades, incluso los siervos de haciendas tradicionales pugnan por la educación de sus hijos. Mencionemos sólo un ejemplo. En Pomacocha (Cangallo), latifundio perteneciente al convento de Santa Clara, donde la servidumbre campesina continuaba vigente, hacia 1950: “los campesinos fundan una escuela y contratan una maestra. Cada colono aporta con un sol mensual para pagar a la profesora”. Eso sucede varios años antes de que se conformara la “Unión Campesina de Pomacocha”, que va a llevar adelante el movimiento campesino más importante del departamento. En 1960, poco después de que los colonos recuperaran las tierras de la hacienda, la escuela logró el reconocimiento oficial. En 1964: “la comunidad unida se movilizó rápidamente para construir una escuela de cinco aulas en una semana, gracias al trabajo gratuito y voluntario de los comuneros”.46 En 1965 se instaló allí el Instituto Nacional Agropecuario Nº 80 con cincuenta alumnos y un internado que albergaba a treinta de ellos, procedentes de otras comunidades.47

Si esa era la situación en una hacienda “feudal” como Pomacocha, podemos imaginar lo que sucedía en otras partes. En realidad, toda la región sigue en líneas generales la tendencia nacional, pero con especificidades que a veces dan lugar a resultados perversos. Así, según datos de los censos nacionales, la tasa de analfabetismo disminuye de 85,3% en 1940 al 45% en 1981, mientras que a nivel nacional se reduce del 57,6% en 1940 al 18% en 1981. El ritmo, como se ve, es más lento en Ayacucho.48 Pero esa lentitud se explica en parte por la elevada tasa negativa de migración neta del departamento. Como indican múltiples estudios: tienden a migrar los más educados. De esta forma, debido a la pobreza, el esfuerzo educativo aparece como parte de una “solución hacia fuera”, que deja en el departamento a los menos educados.49

Norman Gall señala otro hecho que tiene lugar en el período inmediatamente anterior al movimiento por la gratuidad de la enseñanza, y que refuerza nuestros argumentos. Según él, entre 1961 y 1966 el número de alumnos primarios del departamento de Ayacucho habría crecido a un ritmo de 13,6% anual, comparado con el 5,3% de todo el Perú.50 Hacia 1969, esos alumnos deberían haber estado congestionando los planteles secundarios de la zona. Sin embargo, ese crecimiento no se trasluce significativamente en el censo de 1972, pues entre 1961 y 1972 el analfabetismo en Ayacucho sigue disminuyendo a la mitad del ritmo nacional -30,1% vs. -15,6%. Recién entre 1972 y 1981 la velocidad de reducción se va a acercar al promedio nacional (-33,8 vs.-25,1). Salvo que las cifras de Gall fueran erróneas, la única explicación posible es, una vez más, la migración de los más educados.


El quiebre: la universidad

Si en educación escolar Ayacucho va a la zaga, en educación superior, por el contrario, se despunta. Cuando esto sucede, se producen quiebres insospechados en la historia regional. Es que en Ayacucho, o más precisamente en el que hemos denominado “núcleo histórico” conformado por las provincias norteñas del departamento, la punta de lanza de la modernidad no fue un ente económico, alguna empresa agroindustrial o minera como en otras regiones, sino una institución que en sentido estricto pertenecería a la “superestructura” cultural: la Universidad de San Cristóbal de Huamanga. Fundada como Real y Pontificia el 3 de julio de 1677, persistió como Nacional y Pontificia durante la República, hasta ser clausurada en 1885 como culminación de una larga crisis agudizada por la Guerra del Pacífico. Ya en 1894 un parlamentario ayacuchano presentó un proyecto de ley solicitando su reapertura, pero fue hacia mediados del presente siglo que ese reclamo se intensificó, especialmente entre los sectores medios regionalistas.51 Finalmente, en mayo de 1959, el anhelo se cumple y la casa de estudios reabre sus puertas como Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga (UNSCH).

Es notoria la calidad de los intelectuales ligados a la reapertura y a la primera década de la universidad. El historiador más importante del siglo XX, Jorge Basadre, era entonces ministro de Educación. Luis E. Valcárcel, padre de la antropología peruana, presidió la Comisión Organizadora de la cual formaban parte, entre otros, José María Arguedas, el novelista peruano más conocido antes de Vargas Llosa. El primer rector fue Fernando Romero (1959-62), marino sui generis pues era además doctor en Historia y Geografía con amplia experiencia en universidades nacionales y extranjeras. Durante el rectorado de Efraín Morote Best (1963-68), antropólogo y uno de los más destacados estudiosos de folklore en el Perú, la UNSCH alcanzó una suerte de edad de oro.

Desde el primer momento, la universidad pareció decidida a demostrar que no era una más. Adelantándose una década a lo que estipularía la nueva ley universitaria de 1969, se implantaron allí desde un principio el sistema de créditos y los cursos semestrales. Asimismo, a partir de 1969 fue la primera en privilegiar las pruebas de aptitud académica en vez de las de conocimientos para la selección de sus postulantes. San Cristóbal resurge, pues, como “universidad de punta”, que además quiere ser funcional a su región: forma ingenieros rurales, implanta un programa de especialización en reforma agraria, adquiere fundos experimentales de altura y valle, construye una planta de cerámica, desarrolla programas de investigaciones sociales y, en general, es vista con admiración y aprecio por la mayoría de la población. Para sus planes consigue, además, múltiple apoyo externo, especialmente de países europeos como Suiza y Dinamarca.52

Al mismo tiempo, hacia la UNSCH confluyen profesores jóvenes de todo el país. En esa confluencia se distinguen dos vertientes. Una la podríamos calificar, tal vez injustamente, como “cosmopolita”; se trata en todo caso de profesionales que adquirirían pronto renombre nacional e incluso internacional. La otra la llamaremos “provinciana”. Son jóvenes profesionales que llegan de diferentes partes del país, a los cuales se suman los egresados de la propia universidad. Pero mientras para los cosmopolitas la estadía en Ayacucho constituye una inmersión más o menos corta en el “Perú profundo”, para el provinciano, Ayacucho es un proyecto de vida. Ellos entablan mayores lazos con la población local y en muchos casos establecen familias. Desde su llegada a Ayacucho en 1962, destacó entre los que llamamos “provincianos” un joven profesor graduado en Derecho y Filosofía de la Universidad San Agustín de Arequipa, Abimael Guzmán.

Con la reapertura de la universidad, en la década de 1960 el crecimiento de la población con educación universitaria en Ayacucho se aceleró hasta casi duplicar el ritmo nacional: 501,6% vs. 256,3%. Es que el crecimiento de la UNSCH era explosivo. Los doscientos veintiocho matriculados de 1959 se quintuplicaron para 1966, año de su primera crisis, en la cual vale la pena detenerse (véanse cuadro 3cuadro 4, anexo 2). Para entonces, la UNSCH había trascendido largamente sus marcos académicos y se había convertido en foco dinamizador regional que podríamos llamar integral. Era, por un lado, centro difusor de ideas progresistas. Pero, además, era una institución de gravitación económica decisiva, al menos en la ciudad. Profesores y empleados gastaban allí sus sueldos y salarios, relativamente elevados para los estándares regionales; centenares y luego miles de jóvenes estudiantes copaban albergues y pensiones, exigían avituallamiento, materiales de estudio y, modestamente, centros de recreación. En la década de 1960 e incluso en la de 1970, cuando la universidad entraba en vacaciones, la ciudad volvía a su habitual quietud colonial, apenas interrumpida por algún vehículo que asomaba de allá en cuando por la Plaza de Armas.

Es necesario recalcar que el surgimiento de una universidad de perfil tan modernizante en la región más pobre y con una de las estructuras más arcaicas del país, produjo un verdadero terremoto social. Su impacto global no fue sólo decisivo sino inesperado, tanto para los grupos dominantes regionales como para el estado, aunque éste tardaría mucho más en advertirlo. Téngase en cuenta que la lucha por la reapertura fue impulsada por “los señores hacendados, la gente con poder económico”, así como por las capas medias regionales, cuyos miembros más innovadores se identificaban con los nuevos partidos reformistas que surgían por entonces en el escenario político nacional: Acción Popular (AP) o la Democracia Cristiana.53

En un primer momento, estos sectores pensaron que los universitarios, especialmente los catedráticos, venían a reforzar el contingente “decente” de la ciudad. Si a fines del siglo XIX y principios del siglo XX llegaron comerciantes italianos, árabes, judíos, chinos y japoneses, que se integraron mal que bien a los viejos estratos señoriales, esta vez llegaban los doctores, cargados de prestigio intelectual:

Entonces las casonas ayacuchanas arreglaban un cuartito, bonito ¿no?, para el profesor. Y le llevaban desayuno, no le cobraban el desayuno porque era el profesor NN. Les gustaba que vinieran los alumnos a preguntar: ¿acá vive el profesor NN? Sí, pero él viene a partir de las 5 p.m. Era la señora de la casa la que tramitaba la relación […] porque sentía que eso le daba prestigio.54
Pero rápidamente la universidad “rompió las viejas prácticas señoriales y los hábitos aldeanos de la villa”.55 Víctor, que en 1969 era estudiante universitario en San Cristóbal, recuerda esa ruptura: “Con la universidad Ayacucho se democratiza más […] las instituciones tienen que abrirse. El club ‘9 de diciembre’ era lo más aristocrático, pero hasta yo entraba a comer chifa y a tomar”. La coexistencia temporal entre familias tradicionales y catedráticos no podía, en esas condiciones, durar mucho: “después, cuando la universidad se politiza demasiado ya no les gusta [darles alojamiento], los ven como comunistas”. Además, desde la reapertura de la universidad, Ayacucho: “se vio inundada de jóvenes provenientes de los pueblos medianos y pequeños de la región, ajenos al “quien es quien” de la localidad […] hijos de los sectores sociales en decadencia, que pugnaban por ascender socialmente”.56

Conforme la universidad se distanciaba de las clases dominantes, reforzaba sus vínculos con los sectores populares y, durante un tiempo, también con las capas medias. Esa evolución se va a plasmar en organización y movilización durante 1966. Un año antes, la universidad se había conmocionado con las guerrillas pro-castristas del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) y especialmente las del Ejército de Liberación Nacional (ELN), que desarrolló acciones armadas en la provincia de La Mar. El gobierno consideró que la UNSCH era foco de subversión y trató de asfixiarla económicamente. Ante la posibilidad de que la universidad no recibiera rentas del gobierno central, el rector convocó a las fuerzas vivas de Ayacucho para luchar por un presupuesto adecuado y conformar un “Frente pro-rentas para la UNSCH”. A la convocatoria respondieron desde las asociaciones barriales, los artesanos y las vendedoras del mercado, hasta los comerciantes medianos y grandes, los colegios profesionales e incluso algunos vocales de la Corte Superior.

De esta forma, una conjugación de circunstancias muy concretas, posibilitaron que la universidad convirtiera su peso económico e ideológico en fuerza política. Porque a impulso de los sectores más politizados, especialmente de la “fracción roja” que dirigía Abimael Guzmán, la mayoría de participantes coincidió en que la lucha trascendía los marcos de la universidad y en abril de 1966 decidió conformar el Frente de Defensa del Pueblo de Ayacucho (FDPA), primero en su género y precursor de otros que hacia mediados de la siguiente década surgirían en diferentes puntos del país. A los pocos días de su constitución, el FDPA convocó a una movilización que llevó a la Plaza de Armas más de diez mil personas, cifra extraordinaria para una ciudad que apenas bordeaba los cincuenta mil habitantes.57 San Cristóbal consiguió la restitución de sus rentas. La victoria consolidó a la naciente organización que, entre 1966 y 1969 vivió una época de verdadero esplendor.

Durante la crisis de 1966 la universidad comprobó en la práctica la fuerza que le insuflaba el apoyo popular y se trazó una estrategia de crecimiento acelerado. La meta era tener mil nuevos alumnos cada año, para lo cual debía lograr autorización y rentas del gobierno central. Alrededor de esa reivindicación se aglutinaron estudiantes, profesores y trabajadores, que en 1968 conquistaron su objetivo.58 De esta forma, en 1969, precisamente el año en que tuvo lugar el movimiento por la gratuidad de la enseñanza, ingresaron por primera vez mil postulantes a la UNSCH, cuya población volvió a duplicarse en apenas tres años (véase gráfico 1, anexo 2).

La década de 1960 representó, pues, un quiebre decisivo en la historia de Ayacucho.59 La universidad no sólo se convirtió en un canal de vinculación con los acontecimientos nacionales sino en un actor importante en la erosión del orden tradicional. Recordemos que la conmoción social que su presencia produjo, tuvo lugar en medio de la decadencia que vivía la región y sus clases dominantes tradicionales. Aprovechando ese cierto vacío de poder, ese momento decisivo en que la capa señorial terrateniente se batía en retirada y las nuevas capas burocráticas y comerciales ligadas a la expansión del aparato del estado todavía no habían llegado (lo harían recién en la década de 1970, durante el gobierno del general Velasco, aunque de alguna manera la propia universidad era la contradictoria avanzada de esa expansión), en la década de 1960 una nueva elite nucleada en la universidad y el FDPA irrumpió por esos resquicios y se convirtió en verdadero contrapoder en Ayacucho, respetado y temido por el poder local tradicional e incluso por el poder central. Y en el corazón de ese contrapoder germinaba la “fracción roja”.

Esa debilidad objetiva de las clases dominantes regionales explica por qué en esos años la defensa del orden tradicional se concentró en la esfera ideológica, con el clero como punta de lanza y con el apoyo político de la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA), afincada para entonces en el poder judicial, los sectores medios tradicionales y los rezagos terratenientes. Pero el arzobispado y especialmente el clero dominico fracasaron en su principal intento por contrarrestar la influencia de la UNSCH. En 1967, en alianza con el APRA fundaron la Universidad Católica de Ayacucho, posteriormente rebautizada como Universidad Particular de Ayacucho “Víctor Andrés Belaúnde” (UPA). En realidad, construyeron una caricatura de universidad. Su posible base social, los abogados y otros profesionales liberales, que hubieran debido alimentar sus claustros, habían partido. Y los jóvenes acomodados, que podrían haber llenado sus aulas, migraban a estudiar a Lima. En caso de quedarse, preferían a pesar de todo la UNSCH, cualitativamente superior. Una década más tarde, en 1977, la UPA desapareció absorbida legalmente por la San Cristóbal.

A un ritmo de mil nuevos ingresantes por año, en la década de 1970 el crecimiento de la UNSCH se tornó todavía más explosivo. Su población volvió a duplicarse para 1974 y dio otro salto espectacular en 1977, cuando se integraron a San Cristóbal los alumnos de la clausurada UPA (véase cuadro 4, anexo 2). Ese año, con 7.610 estudiantes, la UNSCH alcanzaba su máxima densidad demográfica. En apenas dieciocho años su población había crecido en un 3.338%, mientras que en un período muy similar (1960-1977) la población universitaria de todo el país creció “sólo” en 654,1%.60 Así Ayacucho, que ya en el censo de 1961 ocupaba el décimoctavo lugar entre los departamentos con mayor población con educación universitaria, ascendió al puesto undécimo en 1981.61 De constituir el 1,60% de la población de la capital departamental en 1961, los universitarios pasaron a ser el 9,8% en 1972. En 1981 bajaron ligeramente al 8,9%. Pero es seguro que en su pico más alto, alrededor de 1977, superaban el 10% de la población total de la ciudad.62 Si tomamos en cuenta sólo la población mayor de 15 años, los universitarios constituían el 3,1% del total en 1961, el 18% en 1972 y el 16% en 1981. En su momento más alto, 1977, superaron posiblemente el 20% de la población mayor de 15 años. Si adicionamos a los profesores y empleados de la universidad, el porcentaje crece un par de puntos más.63

Si consideramos, además, a los estudiantes secundarios, las cifras se vuelven desmesuradas. Norman Gall estimaba que los estudiantes secundarios y universitarios representaban la cuarta parte de la población total de la ciudad de Ayacucho en 1972.64

Mencionaba, además, que según el censo de Pueblos Jóvenes de las principales ciudades del Perú, realizado en 1970, el 38% de la población de Ayacucho vivía en esas barriadas, con una concentración significativamente más alta de habitantes de menos de 25 años que en el resto del Perú, una proporción igualmente alta de hispanohablantes (80%) y de personas de 15 años o más con educación secundaria: 30% vs. 15,7% en el conjunto de la provincia de Huamanga.

Ese era, pues, el clima que se vivía en los tiempos del levantamiento por la gratuidad de la enseñanza de Ayacucho, donde ser joven y estudiante era ser parte de un fermento que iba a transformar el rostro de la región y del país.



EL MOVIMIENTO POR LA GRATUIDAD DE LA ENSEÑANZA EN AYACUCHO Y HUANTA



Por Cinco Esquinas
están los sinchis
entrando están,
van a matar estudiantes,
huantinos de corazón.
Amarillito amarillando,
flor de retama.


Ricardo Dolorier,
“Flor de Retama”


Los acontecimientos

En 1953, un gobierno militar de corte conservador instituyó la gratuidad de la enseñanza secundaria en los planteles estatales del Perú. Esta medida dio gran impulso a la masificación de la educación secundaria entre los sectores medios y populares de todo el país. Dieciséis años más tarde, en marzo de 1969, otro gobierno militar, que vivía su momento más radicalmente reformista, decidió sorpresivamente eliminar la gratuidad de la enseñanza para aquellos alumnos secundarios que hubieran desaprobado alguna asignatura al término del año escolar, aun cuando la hubieran subsanado en los cursos vacacionales de verano.

El decreto supremo 006 69/EP perjudicaba visiblemente a los alumnos provenientes de estratos populares, en tanto establecía el pago de 100 soles mensuales (aproximadamente 2,30 dólares), cifra bastante elevada, especialmente para los padres de familia de las zonas rurales andinas. Por ejemplo, en 1968 en el pequeño pueblo de Socos (Ayacucho), el salario era de 15 soles. Fuera del pueblo, sólo en cuatro de las veintiocho haciendas existentes en el distrito se pagaban eventualmente jornales que fluctuaban entre los 5 y 10 soles.65 En caso de tener la suerte de recibir un salario, un campesino de Socos hubiera tenido que trabajar una semana en el pueblo o entre diez y veinte días en alguna de esas cuatro haciendas, para pagar la pensión mensual de un solo alumno. Cierto que muy pocos jornaleros de Socos tenían hijos estudiando secundaria. Pero también en las ciudades la suma era onerosa. En Lima, con 100 soles se compraban más de diez galones de gasolina o más de cien pasajes escolares. La envergadura de la medida se calibra mejor cuando se observa que en 1968 fueron aplazados en uno o más cursos 125.413 alumnos secundarios, el 26% del total de matriculados en ese nivel en todo el país.66 La suma que el estado hubiera recaudado en 1969 habría sido de 112.871.700 soles: aproximadamente 2.625.000 dólares de aquellos anteriores a la crisis del petróleo de 1973 y la devaluación de esa moneda. Pero luego de los levantamientos de Huanta y Ayacucho, el decreto supremo 006 (DS 006) fue derogado en sus partes esenciales.

En este capítulo presentamos un relato del movimiento por la gratuidad de la enseñanza, desde la promulgación del decreto hasta su derogación el 24 de junio de 1969.67 En el desarrollo de los acontecimientos se distinguen nítidamente dos momentos. De marzo a mayo, la lucha la encabezan las Asociaciones de Padres de Familia de colegios estatales, que se organizan en una coordinadora nacional y logran el apoyo de los maestros, organizados por entonces en la Federación Nacional de Educadores del Perú, así como de diversos sectores sociales. Salvo algunos hechos aislados, la protesta no va más allá de comunicados y memoriales. Hasta que el 1 de junio los estudiantes de Huanta (Ayacucho) se declaran en huelga y entonces la lucha entra en un segundo y decisivo momento.


La protesta de los padres de familia

En el Perú, el año escolar se inicia el 1 de abril y culmina hacia mediados de diciembre, poco antes de Navidad. Los alumnos de secundaria que resultan desaprobados en cuatro asignaturas, repiten el año. Pero durante el verano austral, entre enero y marzo, quienes han desaprobado entre una y tres asignaturas, pueden tomar cursos vacacionales de subsanación. Si los aprueban, salvan el año. Para escolares y padres de familia, marzo resulta así un mes muy especial, pues paralelamente a los exámenes de subsanación, se abre el período de matrículas para el año lectivo que comienza en abril. Ese fue el momento elegido por el gobierno militar para promulgar, el 4 de marzo de 1969, el decreto que suspendía la gratuidad.

Dos semanas después, las Asociaciones de Padres de Familia de Planteles Estatales de Lima metropolitana celebran una asamblea general en la cual acuerdan exigir al gobierno la derogatoria del DS 006 y la mantención de la gratuidad “a todos los educandos que hayan subsanado satisfactoriamente sus cursos en el ciclo vacacional”. La protesta no se circunscribe a la capital. En Arequipa, segunda ciudad del país, casi un centenar de padres de familia invaden el patio de la Prefectura el 19 de marzo, exigiendo la derogatoria del decreto.68

En otros lugares la protesta se extiende más allá de los padres de familia. Así, en Cusco, son los representantes de consejos municipales, sindicatos, organizaciones gremiales y “fuerzas vivas” las que dirigen un memorial al presidente de la república pidiendo la postergación por un año del DS 006 que provoca un ausentismo considerable creando un estado de “zozobra, angustia y frustración de la población.”69 En Ayacucho, donde viaja a clausurar un curso de capacitación para maestros bilingües, el ministro de Educación, general Arrisueño, es esperado el 17 de marzo con un mitin de protesta organizado por estudiantes y padres de familia. Posteriormente convoca a los profesores a una reunión en el Hotel de Turistas, donde le informan que el número de matriculados ha disminuido el 30% por la aplicación del DS 006 y le solicitan su derogación.

El 30 de marzo, en vísperas de iniciarse el nuevo año escolar, los padres de familia reciben el apoyo de los sindicatos nacionales de maestros primarios y secundarios, los cuales elevan un documento al Ministerio de Educación exigiendo la derogatoria del DS 006.70

En este clima de malestar se inicia el año escolar. Durante abril y mayo, la actitud de los padres de familia fluctúa entre la conciliación y la confrontación. Así, el 4 de abril, la Asociación de Padres de Familia de Lima, Callao y Balnearios pide se aplace el cobro de 100 soles mensuales hasta 1970, pues en realidad el DS 006 se estaría aplicando en forma retroactiva, a aquellos alumnos que fueron desaprobados antes de su promulgación. Al pedido se suman las Asociaciones de Padres de Familia de Arequipa.71 Todos piden audiencia al Ministerio de Educación, que no se digna responderles. Por su parte, en actitud más dura, asociaciones de padres de Lima, Jauja, Arequipa, Ica y Conchucos acuerdan suspender a partir de mayo toda colaboración pecuniaria con los colegios, para compensar el gasto que deberán hacer los padres de alumnos con cursos desaprobados.72 El 13 de ese mes, más de cien asociaciones de padres de familia de todo el país constituyen un Comité Nacional de Defensa de la Educación y elevan un memorial al presidente Velasco pidiendo se derogue el DS 006.73 A pesar del tono moderado del memorial, la respuesta del gobierno es fulminante. Al día siguiente, el Ministerio de Educación emite un comunicado en el que acusa a “un grupo de directivos” de los padres de familia de querer “desconocer el principio de carácter legal, moral y didáctico que encierra principalmente para los padres de familia el DS 006” y les formula un severo llamado invitándolos a “tomar conciencia de su papel educador, asumiendo la responsabilidad moral y material que les corresponde, en parte, por el descuido de sus hijos que los ha llevado a perder la gratuidad de la enseñanza”. Informa, además, que la educación gratuita seguía vigente para el 70% de los seiscientos treinta y cinco mil alumnos secundarios.74 Del propio comunicado podemos deducir que alrededor de ciento noventa mil jóvenes quedaban afectados por la medida.

Acicateados por la intransigencia del gobierno, los padres de familia dejan de lado el tono conciliador y el 19 de abril acuerdan “no pagar a partir de la fecha ninguna mensualidad”. Para entonces, cuentan con el respaldo explícito del Sindicato Nacional de Profesores de Educación Primaria (SINEP), que dos días antes había emitido un comunicado rechazando el DS 006, por no tener en cuenta los factores negativos que inciden en el rendimiento del alumno, tales como: “un sistema educativo anacrónico, una clase trabajadora mal remunerada y con hijos desnutridos, un magisterio sin posibilidades económicas para superarse, una administración burocrática e inepta”.75



La respuesta del gobierno

El gobierno, sin embargo, no cede. Por el contrario, el 21 de abril el ministerio desconoce al Comité Nacional de Defensa de la Educación e informa que tratará sólo individualmente con las Asociaciones de Padres de Familia de cada colegio. Sobre la congelación de fondos de las asociaciones, destinados a colaborar con el ministerio, añade que los únicos afectados por esa medida serán sus propios hijos.76

Ante la intransigencia del régimen, los padres parecen sumidos en el desconcierto. El 30 de abril, en una acción aislada, alumnos y padres de familia toman el local de la Gran Unidad Escolar (GUE) “Carlos Wiese”, una de las más grandes de la capital.77 Horas después son desalojados por la policía.78 Luego de este incidente, el gobierno continúa su ofensiva. El 5 de mayo, el Procurador General de la República entabla acción penal contra el presidente de la Asociación Nacional de Padres de Familia por oposición al cumplimiento de la ley, desacato y rebeldía, promover desórdenes y falsificar documentos.79 Durante dos semanas, la Asociación se sume en el silencio. Finalmente, el 18 de mayo los padres de familia de San Martín de Porres, distrito popular de Lima, piden que se rebaje a 50 soles mensuales el pago que se exige a los alumnos desaprobados.80 Al día siguiente, la Asociación Nacional vuelve a dar señales de vida. Su presidente reaparece afirmando que las Asociaciones “en ningún momento han amenazado a las autoridades” y añade: “lo único que hacemos es defender una causa justa”. Si bien reitera el pedido de derogatoria del DS 006, informa que el planteamiento de los padres de familia de San Martín de Porres para rebajar el pago a 50 soles se encuentra en estudio.81 Antes de que este estudio se concrete, otros acontecimientos acapararían la atención del país.

Antes de relatarlos, es necesario reiterar que la lucha no se circunscribía a Lima. Ya el 6 de abril, en todas las iglesias de Puno, en el sur del país, se había pedido la derogatoria del DS 006 pues: “atenta directamente a la economía de padres de familia menos favorecidos”. El párroco de San Antonio (Puno) afirmó esa vez que el DS: “promueve la ignorancia de donde saldrán hasta guerrilleros.” El mismo día en Chucuito (Puno) los padres de familia pidieron la derogación del DS 006 informando que en los planteles secundarios de esa provincia el 40% de alumnos no habían llegado a matricularse.82 El 24 de abril se informó en Huancayo, en la sierra central, que personeros de ciento cincuenta comunidades agrupadas en el Frente de Defensa y Desarrollo de las Comunidades del Centro iban a viajar a Lima a entrevistarse con el presidente de la república para solicitarle la derogatoria del DS 006.83 Dos días después, autoridades educacionales del Cusco señalaron que el DS 006 había hecho descender la matrícula en ese departamento aproximadamente en un 50%. Algunos colegios prácticamente habían quedado desiertos.84 La semana siguiente, las Asociaciones de Padres de Familia de las trece provincias del Cusco pidieron la derogatoria del DS 006 por ser “atentatorio a las precarias economías de las mayorías”.85

Pero tanto en la capital como en el interior del país, al estrellarse contra la indiferencia de las autoridades, el movimiento comienza a dar vueltas sobre sí mismo y parece flaquear. En Lima, de exigir la derogatoria del decreto, se retrocede a plantear que no tenga carácter retroactivo o que el pago se rebaje de 100 a 50 soles. En provincias, no se va más allá de los pronunciamientos. Sólo en un departamento de la sierra surcentral se avanza de las declaraciones a los hechos.


La huelga estudiantil en Huanta86

Como en todo el país, ese año en Ayacucho, el inicio de clases tuvo como telón de fondo el desconcierto y el malestar de la comunidad educativa. Pero a diferencia de las grandes ciudades, en las medianas y pequeñas era más fácil que el problema terminara involucrando al conjunto de la población. Así, el segundo domingo de abril se celebró en Huanta un Cabildo Abierto en el que la población acordó rechazar el DS 006 y luchar por su derogatoria.87 El domingo siguiente, el Sindicato Provincial de Profesores de Educación Primaria de esa provincia rechazó también el DS, informando que muchos alumnos habían tenido que abandonar los planteles y afirmando que: “la situación de los padres de familia y estudiantes secundarios ha pasado a ser trágica puesto que raro es el alumno que termine el año sin tener siquiera un curso desaprobado”.88 Ese mismo día, el FDPA elevó al presidente de la república un memorial firmado por todas sus bases y por padres de familia, en el que solicitaba la derogatoria del DS.89

Luego de esas primeras escaramuzas, la situación en Ayacucho también pareció estancarse. En las siguientes semanas, apenas un comunicado y un memorial de la Sociedad de Artesanos y Obreros “Nueve de Diciembre” rompieron la tensa calma.90 Pero hacia fines de mayo se agudiza el ausentismo escolar y los estudiantes comienzan a organizarse, especialmente en Huanta, donde un grupo de jóvenes militantes de izquierda se reúne en secreto. De pronto, la sorpresa: el domingo 1 de junio se constituye el Frente Único de Estudiantes de Huanta (FUEH).

La flamante organización tendrá pronto ocasión de entrar en escena, pues dos días después un grupo de alumnos de la sección vespertina de la GUE “Gonzalo Vigil”, el colegio más importante de la provincia, son expulsados por el director: no han podido pagar las mensualidades que exige el DS 006. La mañana siguiente, los estudiantes expulsados ingresan al local de la GUE Vigil para protestar y buscar la solidaridad de los alumnos de la sección diurna. El director continúa su torpe estrategia de confrontación y ordena el cierre de las puertas. Los estudiantes quedan dentro pero, ayudados por los de la sección diurna, logran salir y realizan un primer mitin relámpago. La policía los enfrenta. Más tarde, en asamblea general, los alumnos de diurna y vespertina acuerdan declararse en huelga. A partir de entonces, el ritmo de los acontecimientos se acelera. El jueves 5 se adhieren a la huelga el Instituto Industrial de Varones y el Instituto Industrial de Mujeres. El colegio religioso femenino “María Auxiliadora” no se pliega a la huelga; sin embargo, un grupo de alumnas colabora clandestinamente con el movimiento. Ese mismo día, organizaciones campesinas y de padres de familia expresan su solidaridad con la lucha estudiantil y conforman el Frente Único de Estudiantes y Campesinos de Huanta. Luego de algunas contradicciones con el presidente de la Federación de Asociaciones de Padres de Familia de la provincia, que trató de poner término a la huelga, los padres se reúnen de manera espontánea en el municipio y acuerdan desconocer a su presidente y declararlo traidor, proseguir la huelga y realizar un mitin de protesta el día 10. Al finalizar la reunión se conforma el Comité Único de Lucha por la gratuidad de la enseñanza.

Entusiasmados por el apoyo de sus padres, los estudiantes huantinos se movilizan hacia Ayacucho y Cangallo; viajan incluso a otros departamentos de la sierra como Junín, Huancavelica y Cusco. Mientras tanto, en vísperas del mitin llega a Huanta el Supervisor Regional de Educación. El mismo día de su llegada se produce un enfrentamiento entre estudiantes y policía, en el que por primera vez ésta usa bombas lacrimógenas y cachiporras. Pero a pesar de la tensión, que se incrementa con la llegada de refuerzos policiales de Ayacucho, cuatro mil personas se congregan el martes 10 en Huanta. Proceden principalmente de los diferentes distritos y pagos de la provincia; también llegan delegaciones de colegios de Ayacucho y de la Universidad de Huamanga.

El mitin constituye una gran victoria. Para un sector importante de padres de familia, parece llegada la hora de transar. El día 11, el subprefecto y el supervisor de Educación llegado de Huancayo, reúnen a los padres y a los directores de colegios. Con ánimo conciliador, los participantes acuerdan suspender la huelga hasta fines de junio, a la espera del resultado de las gestiones que por la derogatoria del DS 006 realizaban las Asociaciones de Padres de Familia a nivel nacional.

Se produce entonces un importante punto de viraje: el jueves 12, los estudiantes agrupados en el FUEH desconocen el acuerdo y, en asamblea realizada en un parque de la ciudad, deciden proseguir la lucha.


Huelga estalla en Ayacucho

La decisión de los jóvenes huantinos ese 12 de junio fue casi desesperada, porque el movimiento estaba exhausto y aislado. Pero al día siguiente, providencialmente, los estudiantes secundarios de la capital departamental constituyen el Frente Único de Estudiantes Secundarios de Ayacucho (FUESA). Los alumnos de la GUE “Mariscal Cáceres”, que no habían podido matricularse en un 50% aproximadamente por efectos del DS 006, encabezan el movimiento, respaldados por los alumnos del Colegio de Aplicación “Guardan Poma de Ayala” que depende de la universidad. Juntos, se movilizan por la ciudad pidiendo la adhesión de los estudiantes de los demás planteles.

Así, inesperadamente, los huelguistas de Huanta ven finalmente roto su aislamiento, pues el viernes 13 el FUESA se declara en huelga indefinida. A mediodía, estudiantes varones y mujeres marchan hacia la GUE femenina “Nuestra Señora de las Mercedes”, dirigida por religiosas, pidiendo la adhesión de las alumnas. Al regresar, son reprimidos por la guardia civil con cachiporras, bombas lacrimógenas y armas de fuego. Un estudiante cae herido de gravedad. El pueblo indignado se congrega ante el local del FDPA y marcha hacia la Plaza de Armas donde realiza un mitin exigiendo la destitución del Prefecto y sanciones para los jefes policiales; los disturbios se prolongan hasta entrada la noche.

El mismo viernes, en Huanta, en un confuso incidente, un grupo de estudiantes intenta quemar las puertas del colegio María Auxiliadora, que no acataba la huelga. Ese fin de semana, todos los protagonistas parecen afanados en montar el escenario para la gran confrontación. El FUEH y el FUESA se afilian al FDPA, que se declara en asamblea permanente y convoca a un mitin para el martes 17. Ese mismo fin de semana llega a la ciudad un contingente de fuerzas especiales de la policía, que rodean el local del Frente y apostan una ametralladora que apunta hacia la puerta. Desde Huanta, una comisión de opositores a la huelga viaja a Lima a entrevistarse con las autoridades; la integran la monja directora del “María Auxiliadora”, el destituido ex presidente de la Federación de Padres de Familia y un abogado aprista.

El lunes 16, uno de los principales diarios limeños editorializa en términos elípticos pero ominosos sobre los acontecimientos que tienen lugar en Ayacucho. El artículo, titulado Conspiración, habla de: “Intereses contrarios a los de la patria… [que] están conspirando contra el proceso Revolucionario en marcha”, y critica: “La siniestra maniobra de grupos políticos harto conocidos… quienes tratan de utilizar para fines protervos a campesinos y estudiantes”. Termina señalando que: “Por fortuna, nada ni nadie podrá detener este proceso… La revolución es irreversible.”91

En Ayacucho, mientras tanto, la confrontación sigue su curso. El martes 17, más de diez mil personas asisten al mitin convocado por el FDPA: estudiantes, trabajadores, maestros, delegaciones fraternas de Huanta, La Mar y Cangallo. La policía se halla apostada en la Prefectura, en la Municipalidad y en una Escuela Fiscal. Se sabe también que el clero ha permitido el apostamiento de ametralladoras de trípode y refuerzos policiales en las torres de varias iglesias. Pero la sangre no llega al río. El mitin acuerda proseguir la lucha por la derogatoria del DS 006 y extender la acción al resto de Ayacucho y al vecino departamento de Apurímac.

Tan igual que en Lima, la reacción del gobierno es rápida e intransigente. Al día siguiente llega a Ayacucho el Subdirector Regional de Educación, dispone la reiniciación de las clases y amenaza recesar los colegios en huelga. Pero la paralización y las marchas continúan. Más aún, el movimiento se extiende a otros pueblos del departamento: Cangallo, Vicashuamán, Huancapi, Huancasancos, Tambo.

En ese clima caldeado se produce el chispazo que provoca el estallido. El viernes 20, alumnos de colegios religiosos intentan quebrar la huelga en Ayacucho. El FUESA se moviliza para persuadirlos a continuar la lucha. La policía reprime a un grupo de manifestantes, estudiantes de uno y otro sexo que se refugian en el Mercado de Abastos. Algunos policías bloquean entonces las puertas y arrojan bombas lacrimógenas al interior del mercado. El pánico cunde entre estudiantes, comerciantes, compradores, entre los que se encuentran en número significativo amas de casa, ancianos y niños. La acción desata la indignación popular. Las manifestaciones, hasta ese momento básicamente estudiantiles, se convierten en refriegas callejeras que se propagan por la ciudad y los barrios periféricos, y se prolongan hasta avanzadas horas de la noche. En algún momento, los manifestantes llegan a tener prácticamente el control de la ciudad.


La gran explosión

Esa noche, las autoridades evalúan que la situación ha llegado demasiado lejos. La madrugada del 21 de junio son apresados en Huanta tres dirigentes del movimiento huelguístico, entre ellos el asesor legal de la Asociación de Campesinos de la provincia, doctor Mario Cavalcanti Gamboa. Pero es en Ayacucho donde se produce una redada de proporciones: la policía detiene a treinta y cinco personas entre dirigentes del FDPA, profesores universitarios y estudiantes. Entre ellos, como vimos, cae preso Abimael Guzmán. Al amanecer aterriza un avión que trae sinchis de Lima y regresa con los detenidos. Pobladores bloquean la carretera hacia el aeropuerto en un intento por rescatarlos. Sin embargo, fuertemente custodiados, éstos son conducidos hasta el avión militar que los traslada a la capital.

A las siete de la mañana el pueblo aparece masivamente en las calles. Desde el distrito de San Juan Bautista en el sur y el barrio de la Magdalena en el norte de la ciudad, se moviliza la protesta, engrosada por los habitantes de los barrios periféricos que bajan de las laderas. El mercado se paraliza. Las fuerzas policiales despliegan sus efectivos y emplazan armas y hombres en lugares estratégicos. Los manifestantes responden con piedras, palos, bombas caseras. La protesta se extiende hasta adquirir las características de una rebelión popular.

En los barrios se organizan comités de lucha y grupos de autodefensa, que son impulsados desde la clandestinidad por el FDPA. La acción se prolonga hasta el anochecer. Oficialmente son cuatro los muertos: un albañil, un estudiante universitario, dos niños estudiantes. Los heridos de gravedad son trasladados a dos hospitales de Lima, controlados por la policía. En la ciudad se rumorea que son muchos los desaparecidos.

La Confederación Intersectorial de Profesionales Universitarios Liberales (CIPUL), que hasta entonces no había participado en el movimiento, trata de oficiar de interlocutor frente a las autoridades. Ignorando al FDPA, la CIPUL solicita tregua a la policía y pide que los muertos sean velados en el local de la Municipalidad. Sin embargo, las víctimas son veladas en el local del Frente. Esa noche, la policía decreta el toque de queda en la ciudad.

En Huanta, mientras tanto, en horas de la mañana los campesinos se enteran del apresamiento de sus dirigentes y del doctor Cavalcanti, su asesor legal. Reclaman su libertad ante el subprefecto, que promete gestionarla. Pero poco después los campesinos se enteran de que sus dirigentes han sido trasladados a Lima. Entonces toman de rehén al subprefecto y un grupo de ellos lo lleva a las alturas que rodean Huanta. Por la tarde, los campesinos se congregan en la Plaza de Armas mientras un rumor se esparce entre los manifestantes: se lucha en las calles de Ayacucho, hay muertos y heridos entre la población. Un nuevo mitin es convocado para el día siguiente. Para impedir la llegada de refuerzos policiales, campesinos y estudiantes causan averías en los puentes de Ayahuarcuna y Tablachaca, ubicados en la carretera que une Huanta con Ayacucho. El domingo 22, desde primeras horas de la mañana se congregan en los alrededores de la ciudad campesinos que han llegado desde sus pagos, ubicados en los bajíos, cerros y punas. Hacia las 10 la multitud sobrepasa los diez mil. Un buen sector se reúne con los estudiantes en la Alameda que marca el límite del casco urbano, y juntos deciden marchar hacia la Plaza de Armas. Se forman columnas: en primera línea marchan los chutos, campesinos quechuas de las punas, portando banderas; les siguen las mujeres y estudiantes, detrás la masa de campesinos.

A las 10.30 las filas avanzan hacia el centro de la ciudad. A la altura del Correo policías arrojan bombas lacrimógenas y disparan perdigones. Las filas en un primer momento retroceden; pero de inmediato se rehacen. Las mujeres, que trenzadas por los brazos forman compactas columnas, deciden ponerse en primera fila. De entre ellas se adelanta una anciana campesina para parlamentar con la policía. Tensión y silencio. Invocando la cordura, con los brazos en alto, la campesina avanza, pero una ráfaga de metralla la derriba. Entonces los campesinos comienzan a lanzar piedras con sus hondas. La muchedumbre intenta recoger a la anciana y se traba en una confusa y violenta lucha con la policía que, apoyada por sus armas, se apodera del cadáver.

Hacia las once de la mañana, los campesinos deciden tomar el puesto de la guardia civil (GC). Se dirigen a las calles aledañas y en las tiendas se proveen de machetes, cuchillos, punzones, botellas y gasolina para fabricar armas caseras. Los pobladores urbanos se solidarizan con la lucha de los campesinos, abren las puertas de sus casas, arrojan agua sobre las bombas humeantes. Entre tanto, un grupo de manifestantes, en su mayoría estudiantes, asalta el local de la Policía de Investigaciones (PIP). El local comienza a arder y en la calle se forman hogueras con los archivos y documentos. Los campesinos, por su parte, se disponen a asaltar el puesto de la GC. En ese momento, entre la una y dos de la tarde, la batalla llega a su clímax. Frente al empuje de los campesinos, que habían logrado penetrar a la parte posterior del puesto, la guardia civil comienza a retroceder hacia la Plaza de Armas. Los campesinos se apoderan del puesto, que encuentran totalmente abandonado y sin armas. Poco después, el local comienza a arder.

Entre las tres y las cuatro desciende el tiroteo. Los campesinos tienen un nuevo objetivo: llegar a la Plaza de Armas. El descenso de la metralla les hace pensar que las municiones policiales empiezan a agotarse, pero nuevas detonaciones les impiden cumplir su objetivo. La policía se ha atrincherado en lugares estratégicos del perímetro de la plaza: la torre de la Catedral, la Municipalidad, los muros de cemento del centro de la plaza, algunos edificios. Los pobladores distinguen emboscados a varios miembros de la PIP como francotiradores. Caen muertos y heridos, principalmente campesinos. La multitud enardecida irrumpe finalmente en la plaza. La policía comienza a preparar la retirada.

Entonces llega la noticia que los sinchis, aproximadamente en número de doscientos, a pie, por las chacras, están penetrando en Huanta. Algunos manifestantes huyen, pero otros se organizan y deciden resistir. Los sinchis entran disparando ciegamente. Los campesinos se apresuran a recoger a sus muertos y heridos, pero el fuego de las metrallas se lo impide. La multitud comienza a retroceder. A las seis, los sinchis, dueños ya de la plaza, avanzan por otras calles, persiguiendo a campesinos y estudiantes. Poco después, desde los parlantes de la Municipalidad declaran a la ciudad en estado de sitio, prohíben el tránsito por las calles. Oficialmente, los muertos ese día fueron catorce. Pero pobladores aseguran haber visto a las siete de la noche a policías, a oscuras, recogiendo a muertos y heridos valiéndose de ponchos y de improvisadas camillas. En una esquina, el carro basurero recibía los cadáveres.

Mientras tanto, en la vecina Ayacucho, las autoridades han declarado ese día duelo general. Las emisoras transmiten música sacra, pero continúan las detenciones. Desde la clandestinidad, a través de algunos dirigentes que no han sido apresados, el FDPA declara un paro general en la ciudad, que durante setenta y dos horas paraliza totalmente sus actividades.


Desenlace

Al día siguiente, lunes 23 de junio, el general jefe de la Segunda Región Militar del Ejército llega a Ayacucho.92 Ese mismo día se realiza el entierro de los caídos, cuyos cadáveres han sido velados en el local del FDPA. En el atrio de la Catedral, algunos sacerdotes pronuncian oraciones. La población, especialmente de extracción popular, acompaña a los muertos. La policía uniformada no aparece. Otra es la situación en Huanta, donde la policía impide las honras fúnebres y sólo permite asistir a dos o tres familiares. El Concejo Municipal declara duelo provincial los días lunes y martes, pero desde el domingo 22 se mantienen acantonados en la municipalidad unos doscientos sinchis. Desde ahí incursionan al campo efectuando detenciones. El subprefecto de Huanta, mantenido desde el sábado como rehén por los campesinos, es dejado libre por sus captores, descalzo pero ileso.

A partir del lunes 23 y durante varias semanas, aviones de guerra y helicópteros de campaña sobrevuelan ambas ciudades y campos aledaños. Las dos ciudades permanecen a oscuras y sitiadas. En Lima, la Cruz Roja, en coordinación con la FAP, organiza un puente aéreo para enviar medicinas, plasma y suero para los heridos. Los más graves son evacuados a la capital.

Ese mismo día lunes, el gobierno emite un comunicado oficial sobre los sucesos, que desde el título refleja el ánimo gubernamental: “Los campesinos fueron incitados a la violencia con el engaño de que les iban a arrebatar sus tierras y casas”. El documento refleja el desconcierto de un régimen muy consciente de su opción radical y nacionalista, que se ve rebasado por su flanco izquierdo. Según el gobierno, la violencia en Ayacucho y Huanta se relaciona directamente con: “la inminencia de […] la nueva ley de Reforma Agraria”. En esas circunstancias:

oscuros intereses reaccionarios, utilizando grupos políticos de reconocida actuación subversiva unos, y al servicio de sectores privilegiados otros, tratan por todos los medios de impedir la ejecución de estas reformas o retardarlas, mediante actos de violencia.
Luego, el comunicado relata los acontecimientos desde el otro lado del espejo. Son: “elementos extremistas, expertos […] en agitar a las masas y en el empleo de métodos terroristas, así como agitadores universitarios procedentes de Huancayo y Lima” los que han azuzado la huelga estudiantil, hasta que el 21 y 22 de junio: “masas dirigidas por agitadores” en Ayacucho y “miles de campesinos engañados premeditadamente” en Huanta, se enfrentan rotundamente las fuerzas del orden, que se ven “obligadas en última instancia a emplear sus armas para defender sus vidas”.

El pronunciamiento, publicado por todos los diarios, anuncia finalmente que: “los instigadores y responsables […] serán sometidos a la justicia militar” y reafirma la voluntad del gobierno de continuar

el proceso revolucionario de transformación del país y que promulgará la Ley de Reforma Agraria pese a cualquier interés reaccionario. Denuncia las maniobras [de] los grupos de poder económico nacionales y extranjeros y los políticos a su servicio […] e invoca a los obreros, campesinos y estudiantes universitarios, y en general a todos aquellos que al margen de sus ideas políticas deseen la transformación pacífica del Perú, a fin de que respalden la obra revolucionaria del gobierno y mantengan la fe en sus postulados.
Más sorprendentes aún son los comunicados que aparecen publicados en los diarios de Lima ese mismo día y muestran que el gobierno vivía entonces su momento más consensual. Por un lado, sobreponiéndose al recelo que les inspiraba el régimen militar, las Sociedades Nacionales de Pesquería, Minería y Petróleo, Industrias, Transporte, la Asociación de Bancos del Perú, la Cámara Peruana de la Construcción, la Asociación de Cámaras de Comercio del Perú y Cámara de Comercio de Lima, emiten un comunicado en el que acuerdan:

Elevar su voz de protesta por la incitación que elementos demagógicos subversivos vienen haciendo al desorden y la violencia… reclaman una vez más la unión de los peruanos, y ofrecen su respaldo al Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas en el mantenimiento del orden y de la paz social.
Desde el otro extremo del espectro político, el Partido Comunista Peruano, de orientación prosoviética, sienta su posición en un pronunciamiento titulado: “La CIA en Ayacucho”. Allí señala que:

Los sangrientos sucesos de Ayacucho no son sino un capítulo del vasto plan conspirativo puesto en marcha por la oligarquía y el imperialismo… irritados por el sesgo que vienen tomando los conflictos [con los Estados Unidos], lo mismo que por el establecimiento del control de precios y la posibilidad de que sus intereses sean afectados por las reformas Agraria y Pesquera anunciadas.93
Dos días después, en un editorial de su semanario Unidad, titulado “¡Impidamos otro ayacuchazo!”, el PCP insiste en criticar lo que llama “asonada sangrienta” por la cual responsabiliza a “la reacción más oscura y antiperuana, unida con elementos del APRA, la CIA y las direcciones aventureras de […] los desclasados grupos ‘chinos’ que pululan todavía, plegándose ciega y desesperadamente a cualquier aventura que les pueda dar ‘notoriedad’”.94

Desde Ayacucho llegan a la capital personajes que presentan versiones diferentes sobre lo sucedido. El secretario general de la Universidad de Huamanga llega a Lima y deja oír su solitaria voz discordante. Declara que los sucesos de Ayacucho se generaron por los alcances del DS 006 y niega que los disturbios hayan sido organizados por la universidad, que se hallaba de vacaciones. De sus declaraciones se desprende que la reforma agraria nada tendría que ver con dichos acontecimientos.95 Dos días después llegan a Lima el vicerrector de la universidad, varios catedráticos y la señora Augusta La Torre, esposa del entonces catedrático preso Abimael Guzmán, a dar una versión similar de los sucesos e interceder por los miembros de la comunidad universitaria detenidos.96 Pero el director del diario ayacuchano Paladín, uno de los pocos opositores del movimiento, denuncia:

Un complot subversivo dirigido por los pekineses Máximo Cárdenas [presidente del FDPA], Abimael Guzmán Reynoso [y otros] infiltrados en los centros educativos e instituciones locales para impulsar desmanes que tienen a la población de Ayacucho en completa zozobra.97
El martes 24, surge la posibilidad de que el fuego se reavive al norte de Ayacucho, en la sierra central, cuando los alumnos de la GUE “Santa Isabel” y del Colegio Nacional “José Gálvez Egúsquiza” de Huancayo, deciden declararse en huelga en apoyo a los estudiantes de Ayacucho y Huanta.98 La medida, sin embargo, no llega a efectivizarse porque el propio 24 de junio el gobierno deroga el DS 006 en sus partes esenciales. La noticia queda, sin embargo, opacada por la promulgación ese mismo día de la ley de Reforma Agraria, la medida más importante del gobierno militar.


La reacción de las instituciones regionalistas


¿Quién se acuerda de Ayacucho?: la región más opaca

Resulta pasmoso el desconocimiento sobre lo que sucedía en Ayacucho, lugar que parecía no formar parte de la realidad nacional o, más bien, existir en una suerte de dimensión incomprensible. Invirtiendo el título de la novela del mexicano Carlos Fuentes, diríamos que no se trataba de la región más transparente, sino de la más opaca.

Podría sospecharse que al presentar el movimiento como una maniobra contra la reforma agraria en vísperas de su promulgación, el gobierno tergiversaba adrede los hechos con fines políticos. Pero al menos algunos militares ubicados en puestos claves parecen haber creído sinceramente sus propias versiones. En todo caso, mostraban una ignorancia profunda de lo que sucedía en Ayacucho, y de sus causas.99 Más aún, esa tipificación del movimiento alcanzó un consenso que trascendió los circuitos gubernamentales. El citado pronunciamiento de los gremios empresariales fue unánime. Pero también el semanario Unidad, única revista de izquierda que se editaba por entonces con regularidad, asoció el movimiento “con los planes de la CIA y del APRA para boicotear la reforma agraria”. La actitud de Unidad podría entenderse por ser el órgano oficial del Partido Comunista Peruano (PCP), de orientación prosoviética, que por entonces ofrecía su “apoyo crítico” al gobierno militar y sostenía, al mismo tiempo, una enconada disputa con el otro PCP (Bandera Roja), de orientación pro-china que, como dijimos, tenía importante presencia en Ayacucho. Pero más allá de sus odios y sus amores, la lectura de Unidad revela que las prioridades del PCP prosoviético se hallaban muy lejos de coincidir con algunas de las inquietudes principales que germinaban entre la juventud, no sólo ayacuchana.

Así, en la plataforma de un “Frente Antiimperialista de Juventudes” que elabora el PCP-U cuando ya se había promulgado el DS 006, “la gratuidad de la educación en todos sus niveles” aparecía sólo como noveno y último punto.100 Y en el comunicado que emite ese partido luego de los levantamientos de junio, el recorte a la gratuidad de la enseñanza aparece mencionado apenas de modo indirecto, como una medida que “[servía] a los propósitos de la oligarquía y el imperialismo”. Ni la gratuidad ni punto alguno referente a la educación aparecen tampoco en la amplia plataforma de reivindicaciones con la que remata dicho comunicado, la cual incluye desde la estatización de las minas de cobre y la reforma agraria, hasta el aumento de sueldos y la amnistía general.101

La incomprensión, convertida en cierta indiferencia, abarcó incluso a las organizaciones populares y sociales en general. De esa indiferencia se queja, casi de pasada, un documento redactado en el penal limeño de El Sexto pocos días después de las masacres por Máximo Cárdenas, presidente del FDPA. En él afirma que:

Las organizaciones sindicales nacionales, estudiantiles, etc., todavía no se han pronunciado ni han fijado su posición frente a los últimos acontecimientos ni han tomado la defensa de los presos. Pero creemos que este vacío pronto se llenará.102

Las instituciones regionalistas


En esas circunstancias, las primeras en reaccionar fueron las organizaciones de residentes ayacuchanos en Lima. Apenas cuatro días después de la masacre, un boletín del Centro Universitario de Huamanga pregunta en su titular: “¿Quién se acuerda de Ayacucho?”, y responde con el anticentralismo a flor de piel:103

Siempre marginados, pero cuando un MacGregor y su catoliquita de pituquitos sufren cariñitos de los Velasquitos […] ahí sí hay entrevistas, ahí se pliega hasta el mismo estudiantado limeñito; pero en Huanta y Huamanga, donde si hierve y huele a humillación y oprobio, a vejamen y atropello, a violación y suicidio de hijos, padres y autoridades mismas, nadie da ojos ni oídos a luchadores que labran mente y cuerpo de sol a sol.104
El día 27 de junio, “una asamblea general de instituciones regionalistas… representadas en esta capital” constituye el Comité de Defensa de Ayacucho.105

No sabemos qué “instituciones regionalistas” lo integraban, pero el 8 de julio las mismas u otras han formado un “Comité pro-defensa de los presos y perseguidos políticos de Ayacucho”.106 Ante la debilidad de la sociedad civil y de un tejido nacional sólido, emergen pues en primer plano las lealtades étnico-regionales, con las cuales empalman fácilmente los grupos políticos “pro-chinos”, cuya influencia se advierte en la redacción de varios de los comunicados de las instituciones regionalistas.

La desconfianza entre Ayacucho y el “Perú oficial” es mutua, y se expresa en la falta de credibilidad del estado en esa región. En la ciudad de Ayacucho, por ejemplo, la cifra oficial de víctimas fue de cuatro muertos. Cuatro fueron los cuerpos encontrados y los entierros que tuvieron lugar dos días después. Sin embargo, siempre se habló de “muchos más”, de cadáveres recogidos en secreto por los propios deudos o por las fuerzas represivas. Han pasado los años, se han sucedido los gobiernos, si hubiera habido alguna otra víctima lo más probable es que a estas alturas se supiera. Creemos, por tanto, que son altísimas las probabilidades de que cuatro hayan sido realmente los muertos. Sin embargo, se da por zanjado que fueron más con el siguiente, contundente argumento:

En cuanto al saldo de los muertos, oficialmente se declara la existencia de sólo cuatro; pero testigos presenciales y familiares aseguran que son muchos más, y ello es obvio, ya que el argumento es harto conocido a nivel de todo el mundo en cuestiones de esta naturaleza.107 [Subrayados nuestros.]
Lo cual es también con frecuencia cierto, si no en todo el mundo, al menos por estas latitudes. Como en la fábula de Pedro y el lobo, son tantas las veces que Pedro ha mentido, que las pocas que eventualmente dice la verdad, nadie le cree. A partir de esa brecha de credibilidad y de la intensidad de la experiencia vivida, nace el mito: “Cuando llegaron los sinchis [a Huanta] todos corrimos a refugiarnos. La gente caía a mi costado. Dicen que los cadáveres los tiraban del puente colgante, Viruviru, sobre el río Cachi. Dicen, ¿no?, es un mito” (entrevista con Odón).


“Enemigos indeseables del pueblo”

El problema, sin embargo, trasciende largamente la simple falta de credibilidad. Existe en Ayacucho una larga tradición de enfrentamiento campesino y popular contra el estado y los poderes locales. Pero al resquebrajarse la estructura de poder tradicional en la región, se quebraron también los mecanismos de intermediación política y social que amortiguaban los conflictos. Ya en la década de 1930, el comerciante huamanguino se quejaba “de las familias ricas que se iban a vivir a Lima de sus rentas”. En Ayacucho quedaron los eslabones medianos y pequeños de la vieja cadena de dominación, empobrecidos y ya sin mayor articulación ni legitimidad. A ellos se injertaron algunos nuevos comerciantes, pero sin la fuerza suficiente para lograr una hegemonía cabal.

Documentos incluidos por Aracelio Castillo en su tesis doctoral, permiten pensar que hacia fines de la década de 1960 se estaba abriendo una nueva fase en la lucha contra los poderes locales en la región, pues varios pueblos medianos aparecen convulsionados por protestas y movilizaciones. Los mismos documentos delinean un perfil bastante lamentable de esos poderes locales. Por ejemplo, un memorial fechado en julio de ese año y dirigido al Ministro del Interior por la Asociación de Campesinos de Huanta, ofrece la siguiente descripción del grupo de poder de la provincia: “Un grupo minúsculo de ´abogados’ y ´profesores’ y otras gentes que ni siquiera son del lugar, están empeñados en hundir más a los campesinos”. La lista incluye algunos empleados y negociantes “conocidos como abusivos por las atracaciones (sic) a los campesinos, el pagar la suma que les viene en gana por nuestros productos: barbasco, café, cacao, tara, cochinilla, de los cuales son acaparadores únicos”.108 Completaban la lista algunos otros nombres, entre ellos el del director del colegio González Vigil, “a quien su cultura no le ha servido más que para mejorar sus métodos de explotación” y la congregación de religiosas María Auxiliadora, “propietarias de los fundos extensos de Culluchaca y Yanasraccay”. Al margen de los adjetivos y la intención denigratoria del comunicado, las ocupaciones de los atacados nos proporcionan un perfil de clase aproximado de los poderes locales. Adviértase que, salvo las monjas del “María Auxiliadora”, no aparecen mencionados terratenientes.

Cuanto más pequeño el pueblo, más insignificantes y abusivos los grupos de poder. Frente a esos poderes locales, la actitud de la población, al menos en la coyuntura de 1969, tiende a ser la expulsión, que aparece mencionada con una frecuencia impresionante. Así, el 13 de julio de ese año, en Huancapi, capital de la provincia de Víctor Fajardo, un volante anuncia que:

llegó el momento […] para afrontar a esos elementos tipificados como “explotadores”, “inmorales”, “enemigos indeseables del pueblo” […] como lo son: el ex juez instructor, el párroco y NN (tinterillo cizañador). Estos tres elementos foráneos, por sus conocidas actividades contrarias a los intereses del pueblo, han sido expulsados de la ciudad de Huancapi por decisión unánime de la comunidad.109
Un año antes, los campesinos de Pomacocha (Cangallo) se habían opuesto con éxito a la instalación de un puesto policial en su comunidad, destruyendo el local en construcción y forzando a retirarse al destacamento enviado al lugar.110 Es notoria la frecuencia con que el adjetivo foráneo aparece como causal de repudio. No sólo en los pueblos medianos. También en el mitin del 13 de junio, primera gran concentración de masas que se realizó en la ciudad de Ayacucho durante el movimiento por la gratuidad, el presidente del FDPA, profesor Máximo Cárdenas, leyó una plataforma en la que tres de seis puntos tenían que ver con expulsiones:

  • Uno. Libertad de los detenidos.
  • Dos. Sanción y expulsión de la ciudad del comandante Núñez y del mayor García.
  • Tres. Responsabilizar(los) por la vida de Mariano Maccerhua, estudiante herido.
  • Cuatro. Expulsión de la ciudad del señor Manuel Próspero Núñez, director del periódico Paladín.
  • Cinco. Derogatoria del DS 006.
  • Seis. Retiro y salida inmediata de la ciudad, del prefecto del departamento de Ayacucho.111 [Subrayados nuestros.]

Los reductos del viejo poder aparecen asediados, tanto por los campesinos y los habitantes de los pueblos y ciudades de la región, como por una nueva elite en formación, en la que abogados y maestros juegan un papel importante. Esa elite, progresista y regionalista, tiene en la universidad reabierta un punto de referencia y de apoyo. Su núcleo más cohesionado y radical está constituido por la “fracción roja” que dirigía Abimael Guzmán, pero de ninguna manera se agota en él. Personajes independientes o miembros de otros grupos políticos también juegan en esos años un papel destacado.

Pero quisiéramos llamar la atención sobre una diferencia entre las capas populares y el núcleo más politizado de esa élite. Es cierto que en la región el estado aparece casi como un poder colonial extranjero, porque a diferencia de lo que comenzaba a suceder en algunas otras regiones del país, en Ayacucho toma por lo general partido por los viejos poderes locales. Pero en las capas populares el rechazo al estado no parece ser absoluto. Documentos y acciones de las organizaciones populares en esos años muestran gran insistencia en presentarse ante el estado como interlocutores alternativos a los poderes locales. Si antes buscaron un “pacto colonial” con la corona española o el estado republicano para contrarrestar a esos poderes locales, podría decirse que esta vez buscan un nuevo “pacto moderno”, en cuyo vértice se esboza una demanda de ciudadanía. En otras palabras, si bien rechazan la cara represiva y “colonial” del estado, no parecen rechazar con igual intensidad al “estado benefactor”.112 De otra forma no se explica el ímpetu por la educación escolar ni las migraciones a la capital ni su comportamiento en la propia coyuntura de 1969, donde también hubo lugar para la negociación. Varios hechos ya expuestos en el capítulo anterior corroboran esta afirmación: tanto el FDPA como la Sociedad de Artesanos y Obreros “9 de Diciembre” enviaron memoriales al presidente de la república, y en plena huelga, los padres de familia huantinos dialogan con los representantes del Ministerio de Educación. Añadamos un último ejemplo a manera de epílogo. En el ya citado memorial que la Asociación de Campesinos de Huanta dirige en julio de 1969 al Ministro del Interior, se dice:

Solicitamos garantías, que se ponga fin al allanamiento de las casas, al abuso de las autoridades […] a las torturas, a la violación de niñas campesinas por parte de los investigadores y la policía, que se aprovechan de las circunstancias emborrachándose y armando grandes escándalos […] desfogando su ira acumulada contra el campesino de esta forma, para la que no tenemos todavía calificativo; para quienes pedimos que se les someta a la justicia abriéndose su correspondiente instructiva a estos jefes policiales y de la PIP [que] son los que consumaron la masacre y los responsables de ella. Pedimos la indemnización de nuestros deudos y heridos.113
Mientras la represión asume ribetes de “castigo ejemplarizador”, la flexibilidad se advierte más por el lado popular. Los campesinos exigen garantías y reclaman derechos. Buscan la negociación. Pero para el estado los campesinos eran entonces legalmente inexistentes. Fernando Eguren señala que en 1964, sobre un total de doscientos cincuenta y cinco organizaciones campesinas reconocidas en todo el país, sólo cinco eran gremios serranos. En esos términos, como bien dice: “toda reivindicación tenía que darse como una confrontación”.114


Leviatán sanguinario

Por su parte, el sector más politizado y organizado de la nueva elite, especialmente la “fracción roja” del PCP-Bandera Roja, recoge en un principio ambos sentimientos: tanto el rechazo a lo que hemos llamado aspectos coloniales del estado, como la voluntad de convertirse en interlocutor alternativo. Por ejemplo, desde el comienzo mismo del movimiento, el FDPA, en el que influyen, realiza gestiones ante autoridades y respeta meticulosamente las instancias legales. Pero la ideologización maoísta, con su énfasis en la “guerra popular” para la destrucción del estado, los lleva a potenciar el rechazo que, con el tiempo, se convierte para ellos en rotundo y absoluto.

Algunos indicios de esa absolutización se advierten ya en esos años. La crónica de la revista Narración, por ejemplo, en cierta medida recoge el estado de ánimo de la “fracción roja”, relata cómo pocos días antes del levantamiento popular una comisión viaja a Lima: “a informar sobre los movimientos de Huanta” con documentos que: “revelan nombres de dirigentes populares y estudiantiles que participaban en la lucha”. Es evidente que en tanto el movimiento se desarrollaba abiertamente, con huelgas, marchas e incluso negociaciones públicas con representantes del estado, no era necesario que una comisión tuviera que viajar a Lima para “revelar nombres de dirigentes”. Pero la cita revela una actitud que enfatiza la necesidad de protegerse de “delatores” capaces de descubrirlos frente al poder central.

Esa necesidad de cerrazón estaría justificada frente a un estado no sólo lejano y externo, sino especialmente feroz. Así, en el rudo lenguaje de la elite radical que poco después iba a conformar el PCP-SL, Rafael Alarcón Tipe reserva sus peores adjetivos para los cuerpos especializados en la represión de la protesta civil: “sanguinarios a sueldo y sin espíritu de compasión […] perros policías, que hicieron su matanza a siniestra y diestra y sorprendió [sic] al pueblo desarmado”. 115

Pero tanto para la vanguardia más politizada como para las organizaciones populares en las cuales ésta influye, la muerte por lo general llega de fuera, específicamente de Lima, sede del poder central, rodeada de un aura de maldad y horror: “Los perros policías de la pasta verde [sic], amaestrados en los cuarteles de Lima”, afirma Alarcón Tipe en otro momento de su perorata contra los sinchis.116 Y la Federación de Barrios de Ayacucho, en un comunicado del 10 de julio de 1969 exigiendo la libertad de los detenidos por los sucesos del mes anterior, asegura que: “todos los presos se encuentran ahora presas de las peores torturas en las siniestras cárceles de Lima.”117

Decíamos que en ciertos aspectos Ayacucho pareciera ubicarse en un plano aparte, que existiera prácticamente sin interceptarse con el resto del país. Pero cuando lo hace, como en junio de 1969, lo que se produce no es un mero encuentro sino una violenta colisión. Es sintomático que tanto el movimiento por la gratuidad de la enseñanza en 1969 como el estallido de la guerra senderista en 1980, hayan tomado al país por sorpresa, en tanto se produjeron a contracorriente de la tendencia nacional, prácticamente en oposición frontal a ella. En junio de 1969, el gobierno de las Fuerzas Armadas se aproximaba a la cúspide de su popularidad y despertaba crecientes expectativas. En 1980 se regresaba a un régimen democrático con las más altas tasas de participación electoral del siglo. En ambas ocasiones Ayacucho fue un baldazo de agua fría. ¿Anunciando el futuro que pugnaba por nacer o el pasado que se resistía a morir? Ambas cosas. La evolución capitalista del país es particularmente desgarradora, pasado y futuro se entremezclan, avances y retrocesos se suceden. Y esos desgarramientos se exacerban en Ayacucho, que pareciera destinado a pronosticar, a inicios de cada ciclo político expansivo, lo que pudiera ser el futuro si la expansión se bloquea y el país retrocede.



LOS ACTORES SOCIALES


Del campo y la ciudad

En la década de 1960, Ayacucho parece un extraño crisol donde se funde lo más arcaico y lo más nuevo. A la combinación de lucha por educación y progreso en una zona donde aún sobrevivían relaciones serviles, se añade en 1969 la vinculación del campesinado, clásico actor social de una región como esa, con nuevos actores que recién van a dejar sentir el impacto de su presencia a nivel nacional una década después: las poblaciones urbano-populares, las mujeres y los jóvenes. En otros contextos, los dos primeros tenían larga presencia en la escena regional. No así los adolescentes secundarios, muchos de ellos rurales o semiurbanos, que van a ser la punta de lanza de la lucha por la gratuidad de la enseñanza. Pero en la crónica de los sucesos, se advierte rápidamente que la participación campesina en el movimiento distingue a Huanta, mientras que la urbano-popular caracteriza a Huamanga. Antes de explayarnos en el comportamiento de cada actor social, digamos entonces algunas palabras sobre el perfil social de ambas provincias, sólo las necesarias para entender mejor esa tajante diferencia.


Wallpa sua vs. Mataobispos118

Vecinas y rivales, Huanta y Huamanga son las dos provincias más importantes del norte o “núcleo histórico” de la región. Sus capitales son los centros urbanos más poblados del departamento. Ambas ciudades fueron fundadas por los españoles en el siglo XVII, pero mientras Ayacucho guarda memoria de su abolengo desde el momento mismo de su nacimiento como San Joan de la Frontera de Guamanga, Huanta no recuerda la fecha exacta de su fundación, pues el Cabildo fue incendiado por los campesinos iquichanos sublevados en 1827, perdiéndose los archivos.119

Ambas ciudades fueron hasta hace poco los principales centros de residencia de los terratenientes de la región. Pero Ayacucho cuenta, además, con las treinta y tres iglesias, los tantos monasterios y casonas como testimonios de su dieciochesco esplendor. Hasta mediados del siglo XX, Huanta era todavía, en términos estrictos, una villa; Ayacucho una ciudad con el cuádruple de habitantes que su vecina (véase cuadro 1, anexo 2). Mas Huanta compensa su menor prosapia con el mayor verdor de su campiña, que le vale el sobrenombre de “Esmeralda de los Andes” […] y con su tradición de revoltosa. El 3 de noviembre de 1882 fue muerto en su Plaza de Armas el obispo de Huamanga, que intentaba mediar en un conflicto. Desde entonces llaman en Huamanga a los huantinos “mataobispos”. Fermín, huantino que estudiaba en San Cristóbal durante los sucesos del 1969, se refiere con orgullo a ambas características. Dice sobre el paisaje:

Cuando nos menospreciaban, huantinos que por acá, que por allá, no lo sentíamos. Notábamos más bien los contrastes ¿no? En Huanta jamás nos falta el agua, las frutas están en las inmediaciones… y nuestras casas promedio tienen jardines. En Ayacucho estábamos en ambientes tugurizados, alquilando cuartitos, comiendo en pensiones, y no había dónde ir a pasear. Los huamanguinos cómo vivirán, decíamos ¿no?
Y sobre la celebración de la Semana Santa en Huamanga, cuando esa era todavía la ocasión en que el poder regional exhibía todas sus galas, Fermín recuerda que cuando era estudiante secundario:

Nosotros íbamos a Ayacucho en Semana Santa a pasearnos en caravana y nos sorprendía ese boato, me parecía fuera de época ¿no?, porque nuestros profesores [del Vigil] nos hablaban pues de la Revolución Francesa y esas cosas. Entonces veníamos acá por ejemplo y veíamos que pasaban los nuevos vocales de la Corte, con esos fracs, con esos tongos especiales […] y nos matábamos de risa.
Cabe aclarar que, a su vez, los huamanguinos se reían también de sus vecinos norteños, llamando a cualquier despropósito “huantinada”. Pero calmadas las risas, podemos imaginar que, salvando las distancias, a nivel regional Ayacucho vivió la misma situación ambigua que el virreinato del Perú en el contexto sudamericano: la concentración de señores y clérigos le otorgaba poder, pero bloqueaba sus posibilidades de renovación.

Por un cúmulo de circunstancias, Huanta logró escapar, en parte, al asfixiante peso señorial. Para comenzar, si bien las dos provincias formaban parte de ese “mar de haciendas” del que nos hablaba Urrutia, los bajíos del valle de Huanta fueron considerados desde la colonia “tierras de realengo”, es decir, tierras del rey cedidas a particulares a cambio de tributo. En buena parte de Huanta, esos particulares fueron comunidades. Además, por un lento proceso de desmembramiento de las haciendas originales, el resto del valle se convirtió tempranamente en zona donde predominaban los pequeños y medianos propietarios, mientras que en las laderas más altas se asentaban las comunidades y las haciendas más grandes.120 Desde fines del siglo XX, en el valle se desarrolló cierta agricultura comercial: vid, caña para fabricar aguardiente y chancaca. Por último, los agricultores de Huanta entraron más temprano en contacto con la selva del río Apurímac, más cercana. Todo eso produjo, ya desde principios de siglo, fracturas en la clase terrateniente, entre sectores más innovadores y otros más tradicionales. A nivel ideológico, por otro lado, se advierte ya en la segunda mitad del siglo XIX un clima anticlerical entre ciertos sectores y, desde principios del siglo XX, el surgimiento de núcleos intelectuales progresistas que van a crear tradición en la provincia.121

Ello no quiere decir que en Ayacucho no hubiera habido intentos “modernizadores” o núcleos intelectuales importantes en el siglo XX. Uno de los muchos vacíos en la historia regional es, precisamente, la historia de sus grupos intelectuales. En el caso específico de Ayacucho, poco se ha dicho sobre aquellos intelectuales ligados en la década de 1930 a la revista Huamanga, ni sobre los que en las décadas de 1940 y 1950 encabezaron la lucha por la reapertura de la universidad. Pero también, es cierto que hasta mediados del siglo XX Huamanga seguía siendo bastión conservador en la región, rodeada de latifundios en descomposición, sin ningún núcleo agrícola significativamente dinámico en sus alrededores. Fue con la reapertura de la universidad, que Ayacucho se dinamizó y se vio reforzado con contingentes intelectuales llegados de todo el país.


Campo vs. ciudad

Su feraz campiña le resultó a Huanta un arma de doble filo. En Ayacucho existía desde tiempos coloniales un ambiguo colchón social urbano compuesto por artesanos, arrieros y pequeños comerciantes. Mientras que Huanta, por el contrario, aparecía más desguarnecida, rodeada de un mar campesino y sin murallas sociales urbanas como las de Ayacucho, en cuyos alrededores, además, no existían núcleos campesinos importantes, y menos tan singulares como los iquichanos.122 En provincias de superficie semejante y con un volumen de población rural más o menos similar, los habitantes de la ciudad de Ayacucho constituían el 28,6% de la población total de la provincia de Huamanga en 1961, mientras que la población de la ciudad de Huanta no llegaba al 10% del total provincial (véase cuadro 5, anexo 2). Estas cifras reflejan los distintos pesos relativos de ciudad y campo en ambas provincias y ayudan a explicar el por qué de la presencia campesina en Huanta y la urbano-popular en Huamanga en 1969.

En Huanta la contradicción entre campesinado y poderes locales se superpone así, en buena medida, con aquella otra que enfrenta al campo con la ciudad. De alguna manera, la ciudad aparece mucho más inmediata y descarnadamente como el símbolo del poder terrateniente. Para corroborarlo está el comportamiento histórico del campesinado huantino, especialmente el iquichano, que asoló intermitentemente la capital de la provincia durante el siglo XIX. A partir de esas experiencias, se ha ido conformando en la ciudad una memoria histórica que magnifica el peligro de los campesinos de altura, que eran percibidos como capaces de ejercer una violencia feroz e indiscriminada. Este estereotipo ha sido desmentido por estudios históricos recientes pero aún en la época del movimiento por la gratuidad de la enseñanza, los habitantes de la ciudad tendían a tratar a los campesinos como: “indio, chuto, llaqta allqo, chacraruna y no pocas veces, en una aparente legitimación de su humillante situación [el campesino] les hacía reverencia con el trato de papay”.123

Eso explicaría la escasa participación de los sectores urbanos huantinos en las movilizaciones de junio, a diferencia de lo sucedido en Huamanga. Para decirlo en palabras de Abelardo, dirigente campesino entrevistado por Castillo, “sólo unos pocos veían con cariño el movimiento; pero los más con desprecio, así decían: estos sinvergüenzas, borregos, chacras, seccos, estúpidos, tal por cual”.124

Por su parte, el comportamiento campesino durante el movimiento de 1969 no encaja en absoluto en los prejuicios urbanos. Por ejemplo, el subprefecto tomado de rehén no sufre daños físicos. Y el día del estallido, la violencia campesina se dirige sólo contra los símbolos de la represión estatal y, a lo más: “contra comerciantes […] marcados como las sanguijuelas de los campesinos, o [contra] las casas de ciertas autoridades o funcionarios estatales.”125

Hay que tener en cuenta, además, que ese día culmina un importante cambio que se venía gestando en la provincia desde tiempo atrás. Ese domingo 22 de junio los campesinos de las alturas, los chutos iquichanos, tradicionales invasores de Huanta en el siglo XIX, son minoría y juegan un papel secundario. Como signo de los nuevos tiempos, los que toman la ciudad son principalmente los campesinos del valle, los pequeños propietarios más orientados al mercado, que eran los que tenían hijos estudiando secundaria.


Iquichanos vs. morochucos

No es ése el único cambio que el movimiento de 1969 produce en las correlaciones de fuerzas regionales. Que Huanta y Huamanga se hayan visto involucradas en un mismo combate es también una importante novedad. Porque en la región, el eje Huanta-La Mar estuvo tradicionalmente enfrentado al eje Huamanga-Cangallo. Cada vez que los iquichanos tomaron Huanta y amagaron hacerlo con Huamanga, los huamanguinos recurrieron a los jinetes campesinos morochucos de Cangallo para la defensa de la capital departamental. Eran tiempos en que los campesinos aparecían con frecuencia enfrentados unos contra otros, subordinados en alianzas con diversas fracciones terratenientes.

En 1969, a diferencia de lo que sostuvo la versión oficial, que parecía inspirada en la vieja imagen del campesinado huantino manipulado por facciones terratenientes, la dinámica fue totalmente diferente. La defensa de los intereses campesinos pasaba en 1969 por una alianza con sectores urbanos radicalizados. Castillo saluda el cambio: “como casi nunca estas provincias, olvidando el amargo recuerdo de sus viejas luchas tribales, del enfrentamiento a que las llevó el ‘caciquismo’ […] se van a dar un abrazo solidario”.126

Veamos ahora sí, en mayor detalle, cómo se comportan los diferentes actores sociales en las provincias que se dan ese abrazo.


Los campesinos


La lucha por la tierra

Desde unos sangrientos levantamientos en 1923 en la provincia de La Mar, no se había producido en Ayacucho un movimiento campesino que amenazara alguna capital provincial. En los años más intensos de lucha campesina en el plano nacional (1956-1964), el departamento no aparece entre las principales zonas de confrontación. En una cronología del movimiento campesino de esos años, Virginia Guzmán y Virginia Vargas registran ochocientas treinta y siete acciones.127 Ayacucho sólo aparece mencionado en treinta y cinco oportunidades: 4,2% del total. Las cifras están, por cierto, subestimadas. Pero, también, es verdad que por esos años la movilización rural de Ayacucho parece haber sido de menor envergadura que en otras regiones como Cusco, la sierra Central (Junín y Pasco), las haciendas azucareras de la costa norte (La Libertad y Lambayeque) o los propios valles del departamento de Lima. A partir de la cronología de Vargas y Guzmán, la tesis de Aracelio Castillo y otras fuentes menores llegamos a detectar en Ayacucho cuarenta y nueve acciones.128

El movimiento de Pomacocha (Cangallo), antiguo latifundio perteneciente a las monjas del convento de Santa Clara, destaca en primer plano como la lucha por la tierra de mayor importancia en la región. Vale la pena reseñarlo brevemente, porque condensa un conjunto de rasgos que caracterizan al movimiento campesino regional, y por haber sido esa zona un bastión político del PCP-Bandera Roja hasta la década de 1970.

En las seis mil doscientas hectáreas de la hacienda habitaban alrededor de seis mil personas agrupadas en 1.162 familias sujetas a las formas más abyectas de servidumbre.129 A partir de 1942, los campesinos comenzaron a elevar memoriales al Ministerio de Trabajo y Asuntos Indígenas. En 1946, el diputado por Cangallo presentó un proyecto de ley pidiendo la expropiación de la hacienda, mientras que en la comunidad se formaba una “Sociedad Protectora de Auxilios Mutuos”, que envió nuevos memoriales al presidente solicitando también la expropiación.130 Durante la dictadura del general Odria (1948-1956) el movimiento entró en receso. Resurgió en 1956, cuando la expropiación volvió a plantearse en el parlamento, pero sin llegar a concretarse.

Según señala un documento de los propios campesinos de Pomacocha:

Estos continuos movimientos sin dirección iban madurando hasta que los hijos residentes en la capital llegan a vincularse con la gloriosa organización y central máxima de los trabajadores del campo, la Confederación Campesina del Perú (CCP).131 [Subrayado nuestro.]
En efecto, en 1959 se fundó en Lima el “Centro Unión Progresista de Pomacocha”. Los residentes en la capital entraron en contacto con la CCP, que envió una delegación a Pomacocha, y el 31 de enero de 1960 formaron la “Unión Campesina de Pomacocha”.132 Los campesinos dejaron de pagar arriendos y de prestar servicios gratuitos. Finalmente, el 12 de octubre de 1961, recuperaron sus tierras, que defendieron a lo largo de toda la década, por vías legales y por medio de la autodefensa. En 1964 y otra vez en 1968, expulsaron destacamentos de la guardia civil, impidiendo la segunda vez la construcción de un puesto policial en la comunidad.133 Durante la década de 1970, Pomacocha aparecía como una suerte de “zona liberada”, replegada sobre sí misma, casi inaccesible para los foráneos. Esa tendencia coexistía, sin embargo, con la instalación de nuevos centros educativos y con la presencia en la zona del PCP-Bandera Roja.134

En el resto de hechos registrados por Vargas y Vargas, sobresalen dos tendencias contradictorias. Por un lado, sorprende el alto porcentaje de menciones que corresponden a enfrentamientos entre campesinos: 14,3%. A nivel nacional, una de las novedades más significativas en esos años fue que, conforme se intensificaba la lucha contra terratenientes y poderes locales, disminuían los enfrentamientos entre campesinos. Pero tal no parece haber sido el caso en Ayacucho. Así, por ejemplo, en el período 1826-1900, del total de juicios que involucraban a comunidades, los enfrentamientos intercomunales constituían el 13,5%, proporción incluso inferior a la que encontramos en el período 1956-1964.135

Notorio, por otro lado, es el alto número de menciones a eventos promovidos por la CCP, lo cual revela un intenso trabajo de organización. Otra vez, Pomacocha aparece como el punto inicial y pivote para la organización campesina en la región. Pero las federaciones que se crean por esos años dan la impresión de haber sido forjadas casi a pulso por los militantes del PCP. No parecieran tener la vitalidad desbordante de otras fundadas por la misma época en diferentes partes del país. Salvo la de Pomacocha, luego de sus eventos constitutivos las otras federaciones no promueven ni están presentes en acciones importantes. Resulta muy revelador, al respecto, que en los viajes que realiza por Ayacucho entre 1965 y 1968, plasmados en su libro Ayacucho, hambre y esperanza (1969), Antonio Díaz Martínez no mencione este tipo de organizaciones.136

Este perfil relativamente bajo de la lucha campesina por la tierra tiene que ver con la evolución del sistema terrateniente en Ayacucho, cuyo análisis en profundidad trasciende los marcos de este estudio. Añadiremos solamente que ya desde las primeras décadas del siglo XX se advierten procesos como el abandono, la fragmentación y/o venta de haciendas, o partes de ellas. En varios casos, esto se produce luego de fracasados intentos de modernización.137 En una primera etapa, los compradores son principalmente comerciantes y funcionarios. Pero a partir de 1940, colonos y comunidades comienzan a adquirir también tierras de haciendas con el capital obtenido a través de la venta de ganado. Y si al principio accedían a terrenos periféricos, luego adquieren incluso fundos enteros. Por lo general, las compras son realizadas colectivamente por grupos de colonos, pero el usufructo posterior es individual. Los exfeudatarios se convierten en propietarios independientes, en ocasiones agrupados en comunidades. Pero, a veces, campesinos se convierten incluso en pequeños hacendados.138

Así, comuneros y colonos no tienen que recurrir a la confrontación directa con demasiada frecuencia, en tanto la recuperación de tierras se dio principalmente a través de “una lenta y sostenida invasión-compra de los territorios de haciendas tradicionales.”139 El foco guerrillero que el ELN encendió brevemente en La Mar en 1965, contribuyó a esa tendencia, en tanto, luego del asesinato allí del terrateniente más importante de la provincia a manos de la guerrilla, se aceleró el abandono de tierras por parte de los hacendados. En ese contexto, las monjas del convento de Santa Clara, propietarias de Pomacocha, constituyen casi una excepción. Podemos imaginarlas: ultramontanas, propietarias ausentistas con sus tierras en manos de mayordomos que les enviaban rentas, ajenas a las leyes del mercado y a los signos de los tiempos y, tal vez, por eso mismo, dispuestas a presentar una resistencia tan terca a los campesinos.

La poca intensidad de la lucha por la tierra no significaba, de ninguna manera, que la explotación y la opresión hubieran desaparecido del campo ayacuchano, ni que el movimiento de junio de 1969 fuera un trueno en cielo sereno. Podríamos hablar de una suerte de “conflicto de baja intensidad”, sordo pero constante, que atravesaba el campo ayacuchano. Incluso la compra-venta de haciendas se realizaba en un clima cargado de contradicciones, con frecuencia luego de prolongadas disputas locales, que podían rebasar con facilidad los marcos legales y desembocar en actos de violencia también muy localizados.140 Como suscintamente anotan Urrutia et al.: “si bien cada movimiento es aislado de los otros y no existe un movimiento masivo simultáneo, la lucha adquiere un nivel nunca antes existente en la región”.141 La tendencia se acentúa, según ellos, a inicios de la década de 1960.

Más al sur, en las actuales provincias de Cangallo, Víctor Fajardo y Huancasancos, en las cuencas del Pampas y el Ccaracha, los campesinos no invaden muchas haciendas, pero recuperan cofradías: pastizales y ganados consagrados a algún santo y entregados de esta forma a la iglesia (véase mapa 2, anexo 3). Así, a inicios de la década de 1960, la comunidad de Huancasancos recuperó inmensos pastizales con cinco mil ovinos y doscientos vacunos pertenecientes a la cofradía de la Virgen de la O, patrona del pueblo. Hasta entonces, el obispado de Ayacucho recibía el 50% de todos los beneficios que producía la cofradía.142 Poco después, la comunidad de Chuschi (Cangallo), recuperó también pastos y ganados de cofradías.143


El conflicto con los poderes locales

Otro tipo de enfrentamientos cobra también en esos años nuevos bríos. Son los que en el cuadro 6 del anexo 2 aparecen como movimientos “contra decisiones del gobierno nacional o gobiernos locales”. Este tipo de confrontación tiene larga tradición en la región, tanto en el campo como en la ciudad, y ha quedado grabado de diferentes formas en la memoria regional. En Chuschi, por ejemplo, durante las celebraciones anuales del Yarqa Aspiy (limpiacequia):

Danzantes representaban un acontecimiento verídico durante el cual un cura y un guardia civil dispararon contra la multitud en el mercado durante una fiesta-borrachera de cumpleaños del cura. Los campesinos atacaron la casa parroquial y capturaron al cura y a miembros de la guardia civil, que fueron obligados a caminar atados y descalzos 120 km hasta la capital departamental y entregados al prefecto. El cura y el capitán fueron inmortalizados como personajes infames pero cómicos en una parodia que se había convertido en parte integral del rito anual de fertilidad que daba inicio al año agrícola.144
En los dos movimientos campesinos más importantes del siglo XIX, los iquichanos de Huanta se levantaron precisamente contra decisiones del estado peruano. La primera vez, entre 1827 y 1838, contra su decisión primigenia: la de constituirse en estado independiente, en tanto los iquichanos se alinearon con el bando realista después de la batalla de Ayacucho. La segunda, en 1896, contra nuevos impuestos a la sal. Incluso el movimiento más importante de la primera mitad del presente siglo, el de los campesinos de La Mar en 1923, estuvo según Urrutia et al. dirigido: “contra el poder local, los impuestos y, secundariamente, la gran propiedad”.145 Por cierto, la relación entre estado, poderes locales y terratenientes era por entonces tan estrecha que resulta difícil diferenciar los tres “blancos”. Por ejemplo, cuando estalla el mencionado movimiento de La Mar, los terratenientes Añaños monopolizaban el poder político en la provincia; uno de ellos era, además, diputado de la república. Sin embargo, siempre es posible distinguir qué demanda ocupa el primer plano.

Si allí nuestros ejemplos de conflictos entre el campesinado y el estado se localizaron en los centros urbanos, digamos ahora algo sobre las zonas rurales. En el plano nacional, conforme el estado se moderniza y toma distancia de los terratenientes serranos tradicionales, se abre una brecha por la cual irrumpe a mediados de siglo la lucha campesina por la tierra.

En Ayacucho, en tanto el sistema terrateniente había comenzado a colapsar aun antes de la evolución más decididamente modernizante del estado, la brecha resulta paradójicamente menor, o de otra naturaleza. No hay en la región un interlocutor campesino fuerte como lo eran las federaciones campesinas en Pasco o en Cusco, por ejemplo. El estado no se disocia entonces claramente, al menos no hasta la década de 1970, de los gamonalillos supérstites que continuaban habitando entre las ruinas del viejo sistema, aferrados a la única fuente de riqueza que sabían explotar: la población campesina indígena.146 Conforme su monopolio sobre la tierra se resquebraja, recurren a la otra vieja vía de exacción de excedentes, tan antigua como la Conquista y aún más: los arbitrios, las contribuciones, los tributos, los impuestos, que siempre expresaron el predominio del estado sobre la región y, dentro de ella, de los poderes locales sobre las clases populares, y de la ciudad sobre el campo. Mas al haberse debilitado su monopolio sobre la tierra, los poderes locales exhiben su fragilidad ante el avance de las organizaciones populares. Su único sustento es un estado lejano, para el cual constituían, a esas alturas, una de las últimas prioridades. Ello explica el éxito de los movimientos en pueblos medianos. Y explica también la magnitud, y el éxito, del movimiento contra el pago de predios rústicos que, como veremos, sacudió Huanta en 1967. Ello explica, finalmente, que tanto o más que contra los terratenientes, el movimiento campesino y popular en la región se dirigiera contra los representantes del estado en los diferentes escalones de los poderes locales, que son los que confrontan a las masas urbanas y rurales.

Cabe preguntarse, entonces, en qué medida para el campesinado huantino, el pago de 100 soles mensuales por el derecho a la enseñanza era visto como un tributo, similar al impuesto a la sal o a los predios rústicos, castigo a una inversión tanto o más preciada que la que hacía en la agricultura. Para entender, sin embargo, la magnitud de su reacción, es necesario observar qué pasaba en esos años en Huanta.


El movimiento campesino en Huanta

Huanta, 1965. Por las calles de la ciudad avanzan los restos mortales de Luis Farach. Alrededor del féretro se agolpan los vecinos, toda la gente importante de la ciudad. A prudente distancia, con las cabezas descubiertas, marchan los indios de sus haciendas. Huanta da su adiós postrero al último de los grandes hacendados de la provincia. Al caer la tarde, Farach descansa en paz, pero el cadáver insepulto del sistema terrateniente que había entrado en agonía veinte o treinta años antes, seguiría siendo una presencia opresiva en la provincia. Pocos años antes, Farach había logrado que un cabildo abierto aprobara la construcción de un canal de regadío que transcurriría sólo por la parte baja del valle, donde se ubicaban sus propiedades, y no por la parte alta. Los campesinos de las alturas añadieron una cuenta más a su rosario de resentimientos. Pero las nuevas cuitas ya no se rumiaban en silencio. Otros vientos soplaban en la provincia. En 1961 se había constituido en Huanta una Federación Provincial de Campesinos. Poco después, en palabras de Fermín, la nueva organización convocó a una manifestación

gigantesca […] una manifestación nunca vista en Huanta, de alrededor de tres a cuatro mil campesinos de la parte alta, que no luchaban invadiendo haciendas, sino contra formas específicas de dominación terrateniente […] especialmente el famoso unischay [pago de primicias].
Pero la Federación, en cuya formación influyó la CCP, tuvo una presencia muy episódica, salvo en un par de haciendas de la parte alta: se conformaba con realizar convenciones cada cierto tiempo, publicar algunos folletos.

Contra los predios rústicos. Sin embargo, en 1967, sobre la base de una antigua asociación de regantes, se fundó una Asociación de Pequeños Propietarios del Valle de Huanta, que se extendió con mucho más fuerza por todo el valle entre el sector campesino más numeroso, económicamente más dinámico y relativamente mejor organizado. El detonante para su formación fue la lucha contra un nuevo impuesto a los predios rústicos, establecido un año antes por el alcalde aprista de la provincia, que afectaba a todas las pequeñas propiedades del valle:

La gente quería que se le exonere por sus pequeños terrenos, pero no conocía legalmente el asunto. Teniendo en cuenta que el Concejo es autónomo, el problema debía haberse solucionado acá, ¿no? Pero los campesinos, por su ignorancia, habían enviado una comisión a Lima, pensando que ahí el presidente de la república, los ministros, iban a obligar al Concejo a resolver. Y en Lima contactaron conmigo, casi de casualidad. Alguien habría pasado la voz de que yo era estudiante y podía ayudar […] Así comenzaron mis relaciones con los dirigentes campesinos.
Quien habla es el doctor Mario Cavalcanti, que iba a jugar un papel clave en la organización del campesinado de la provincia. Los campesinos y su flamante asesor redactaron memoriales, contactaron parlamentarios ayacuchanos de diferentes tiendas políticas y llegaron a entrevistarse incluso con el presidente Belaúnde: “yo fui el vocero de ellos, estaba en el último año de Derecho”.

Como en tantas ocasiones, las promesas presidenciales quedaron en nada. Cuando, entusiasmado por la experiencia, Cavalcanti decidió visitar Huanta durante sus siguientes vacaciones en el verano de 1967, encontró que el problema continuaba:

Entonces organizamos. Enero, febrero, marzo […] comencé a visitar pago por pago casi todas las noches. Por el propio interés que tenían los campesinos en solucionar sus problemas, formaban su junta directiva, bajaban con su libro de actas y todo. Un trabajo permanente. Ahí empecé a conocer dirigentes de diferentes sectores, que poco a poco han congeniado conmigo, teniendo en cuenta tal vez que yo también soy hijo de campesinos.
Cuando se creen con suficiente fuerza, el joven estudiante y sus nuevos amigos se animan a realizar reuniones masivas: ochenta, cien, ciento cincuenta delegados, hasta conformar la Asociación de Pequeños Propietarios del Valle, “sin participación política de nadie”. Su enfática afirmación no es cuestionada. Fermín reconoce que Cavalcanti: “aparece vigoroso y dirige […] casi diría yo espontáneamente […] no tenía experiencia como dirigente estudiantil, ni nada por el estilo”. Los militantes de los partidos lo miraron siempre un poco de arriba a abajo: “pensaban que era yo un caudillo, que me estaba perfilando con fines electorales”, responde Cavalcanti con igual desprecio:

los dirigentes de izquierda estaban mirando del balcón, todos. Nadie quería meterse porque pensaban que esa era cuestión de los campesinos y estaban acostumbrados a mandar a los campesinos y que los campesinos no se hagan sentir.
Ciertamente exagerado, su punto de vista expresa, sin embargo, sentimientos comunes a muchos personajes que ocupan posiciones similares. Lo cierto es que la flamante asociación planteó directamente al Concejo la supresión del pago de los predios rústicos:

Pero el Teniente Alcalde, de repente con buena intención, quiso captar fondos para el Concejo. Era un terco, despreció a los campesinos ¿no? Estaba acostumbrado a mandar y que todo el mundo lo obedezca, no quiso aceptar arreglos.
La Asociación organizó entonces el primer paro campesino de la provincia. La víspera de la feria dominical los campesinos formaron piquetes y bloquearon las entradas a la ciudad, que durante dos días quedó desabastecida. Por fin, el subprefecto y el alcalde llamaron a dialogar a la nueva organización. Mas sus ofertas no convencieron a los campesinos, que entonces convocaron a un mitin que superó al de 1961. El mitin inclinó finalmente la balanza a favor de la Asociación. El impuesto fue anulado. “ya habían terminado las vacaciones, ya era marzo y tuve que regresar a terminar mis estudios”.

Y esa es la historia del estudiante de Derecho, que en sus vacaciones organizó una asociación campesina en su pueblo natal y la condujo victoriosa en su primera lucha. Por entonces, en el Perú, esa historia no era excepcional.

Por la gratuidad de la enseñanza. El triunfo legitimizó a la Asociación. Dos años después, sus miembros serían los actores principales del movimiento contra el DS 006. En 1969, los campesinos huantinos estaban organizados y movilizados, y se sentían victoriosos. Pero permanecen en pie varias preguntas centrales: ¿por qué y quiénes de entre ellos participaron en el movimiento por la gratuidad?

Por qué. En la respuesta a esta pregunta todos coinciden. “Los campesinos salieron a favor […] porque […] eran mayormente los padres de los estudiantes”, afirma Abelardo, el dirigente campesino.147

Odón, desde el punto de vista de los estudiantes, lo corrobora:

En el Vigil, citadinos netos éramos uno, dos, tres, conmigo cuatro, aunque yo tengo raíces en el campo. El resto eran campesinos. Los que venían de pagos cercanos se regresaban en la tarde [a sus casas] y los de más lejos vivían en cuartos, en casas de parientes o padrinos. Las alumnas del Industrial Femenino, por ejemplo, eran netas del campo. El único colegio citadino era el María Auxiliadora.
Quiénes. El propio Odón menciona una serie de razones que explican por qué la gama de participantes fue tan amplia e intensa:

Los campesinos ricos participan porque aspiran a que sus hijos vayan a la universidad. Los más pobres a que aunque sea acaben primaria. Pero, además, porque apresaron a su asesor, el doctor Cavalcanti: peleaban por su libertad. Además, era domingo, día de feria. Había muchos campesinos en la ciudad.
La feria dominical explica la presencia de tantos campesinos en Huanta el día del estallido, y explica asimismo la participación de los campesinos de las partes altas, los chutos de las punas que no tenían tantos hijos estudiando en la ciudad, pero se suman a la protesta

porque tenían muchos resentimientos pendientes. Contra la policía, por ejemplo, que siempre se ponía del lado de los terratenientes. Contra la ciudad. Estaban resentidos porque en un cabildo abierto el terrateniente Farach hizo aprobar a la prepo que un canal de regadío se hiciera sólo por la parte baja y no por la parte alta.

El papel de los asesores legales

Por otro lado, todas las fuentes, orales y escritas, coinciden en destacar el papel que en la forja de esa alianza campesino-estudiantil cumple Cavalcanti, quien para entonces ya se había graduado de abogado. Su papel resultó decisivo pues, como vimos en la crónica de los sucesos, su detención la madrugada del 21 de junio fue la chispa que reavivó definitivamente un movimiento que, en Huanta, había comenzado a desfallecer. La respuesta campesina al apresamiento de su asesor, revela la relación que éste había logrado establecer con el campesinado de la provincia.148 Como explica Abelardo:

Acá vino […] y como ya sabía de leyes, entonces es él el que tomó la palabra y nos encabezó en cuanto al rechazo de los predios rústicos y por eso es que le hemos nombrado como asesor y como habló en favor de la gente pobre, el campesinado estaba gozoso y alegre. Claro que teníamos que invitarlo por aquí, por allá, y estuvimos juntos con él y siempre, nunca vamos a estar alejados de una persona que está a favor de uno. El otro debe también saber corresponder y […] sólo con la muerte, nada más, ya nos dejaremos; pero mientras vivamos no nos dejamos, siempre tenemos que estar unidos.149
La posibilidad de nuevas formas de caudillismo o caciquismo están allí a flor de piel. “Los campesinos le decían papanchik [nuestro padre]”, recuerda Odón. Pero queremos referirnos aquí a otro aspecto, que tiene que ver con el clima que vivía el país en ese entonces.

Cabe recordar que, en todo el país, es la edad de oro de los asesores legales. Son abogados provincianos que se vinculan al movimiento campesino o urbano-popular y ganan ascendiente, cariño y prestigio entre la población. Casi cada provincia debe haber tenido los suyos. El auge de los asesores expresa el surgimiento de una nueva generación de pequeña burguesía intelectual provinciana mestiza, que en muchos casos comparte un sentimiento de injusta marginación por parte de los poderes locales. Esta nueva generación tiene su antecedente en los intelectuales indigenistas de las décadas previas, pero también expresa la relación ambigua de los campesinos con el estado, hecha de confrontación y negociación. Los abogados sirven para la negociación, o para defenderlos luego de la confrontación, o prepararlos para que ella se produzca con el menor costo posible. Con ellos, ya no tienen que esperar hasta que la escuela les “abra los ojos” a sus hijos.

Agradeciendo la generosidad que tuvo al contarnos su versión de los acontecimientos, mencionaremos algunos hitos importantes en la historia personal de Cavalcanti, pues ella arroja luces sobre una capa social cuyo papel en los cambios que se produjeron en el Perú en décadas recientes no ha sido aún adecuadamente ponderado:

Yo soy del año 41. Mis padres son hijos de campesinos muy pobres […]. Mi padre no heredó ni un metro cuadrado […]. Más bien mis abuelos, no pudiendo atender la educación de sus hijos los mandaron a trabajar a la selva. Entonces mi padre y mis tíos fueron de los primeros colonizadores de la selva. Allí, como mi padre era muy emprendedor, comenzó a acumular cierta riqueza y compró una finquita […] ahí en Huanta, una pequeña propiedad. Mi familia también estaba pues, interesada en esa cuestión de los predios rústicos.
Cavalcanti estudió hasta cuarto de secundaria en el colegio “González Vigil”, pero: “en vista que era un destacado alumno, mi padre se entusiasmó tanto que me mandó a Lima. Yo terminé mi secundaria allá”. Matizando algo la versión de Fermín, Cavalcanti afirma haber sido militante del FER en la Universidad de San Marcos, la más grande y más antigua del Perú: “yo particularmente era de izquierda en Lima, fui dirigente delegado de Derecho.” Pero es cierto que no tenía experiencia de militancia en ningún partido porque: “todos se peleaban […] hasta por fondos […] y a mí no me gustaba eso”.

El abogado recuerda sus motivaciones y sus interrogantes políticas durante esas vacaciones de 1967, cuando se dedica a organizar febrilmente al campesinado:

Yo veía que el asunto podía llevarse un poco más allá. Y que era el momento oportuno para organizar a los campesinos. No sabía exactamente para qué, con qué fin político. Lo que yo pensaba era que los campesinos eran un potencial humano, que podía aprovecharse para organizarlos, y luego dirigirlos, orientarlos, para que tomen conciencia, hacerlos ver su realidad, para que se sacudan de su estado actual y, bueno, tomen otros rumbos.
El asesor se percibe como guía y el campesino acepta con frecuencia esa percepción: tema clave de la política peruana contemporánea. Cuando Cavalcanti regresó a Lima, victorioso, las experiencias del verano persistían en su memoria, inquietándolo. Sus dilemas eran comunes a muchos jóvenes provincianos que por entonces estudiaban en las diferentes universidades del país y se ubicaban al filo de la navaja entre tres futuros posibles: el desligamiento definitivo del lugar de origen, el regreso para encontrar un sitio en los grupos de poder tradicional […] o para oponerse a ellos:

Y bueno, apresuré mis estudios, terminé, y entonces yo me preguntaba, muchacho de 26 años: ¿voy a Huanta a trabajar o me quedo en Lima? Ya vivía hasta esa fecha nueve años allá, me había ambientado […] Desde el punto de vista personal, quedarme significaba, de repente, ganar posiciones, tener dinero. Pero había una cosa sentimental, el haber participado en esos mítines, todo eso, que me vinculaba con los campesinos. Entonces decidí volver […] Llegué, bueno, toda la gente me recibió, yo tenía una popularidad enorme, era fines del 68 tal vez. Me colegié acá y comencé a trabajar.
El trabajo del nuevo asesor se orientó en dos direcciones. Por un lado, los campesinos organizados comenzaron a intervenir en las escuelas, a través de las asociaciones de padres de familia: “comenzamos a controlar inclusive a los maestros faltones, así”. Por otro, Cavalcanti trató de: “orientar a los campesinos con fines de reforma agraria ya”. Ese era un tema que le interesaba desde su primera estadía en Huanta, pero aquella vez comprobó que la gran mayoría de los que tenían el problema de los predios rústicos eran pequeños propietarios, “poco o nada les interesaba la reforma agraria.” Por eso buscó ampliar su ámbito de acción hacia los feudatarios de las haciendas del valle y de la parte alta. En el trayecto, la organización trascendió sus linderos iniciales en el valle y se convirtió en Asociación de Campesinos de la Provincia de Huanta. Fue con ese nombre que participó en el movimiento de 1969.

Las inquietudes de Cavalcanti revelan el prestigio que por entonces gozaban la lucha por la tierra y la reforma agraria. Es que: “ya habían comenzado las luchas de La Convención, las guerrillas de 1963, de 1965. Conocía de lejos las hazañas de Hugo Blanco,150 todo eso, pero no tenía una idea clara”.

Ese era el clima en el cual se desarrollaron estas nuevas capas intelectuales provincianas que, además de abogados, incluían también a maestros y artistas. A pesar de su papel destacado, no han merecido atención suficiente de historiadores o científicos sociales.


Nuevos tiempos

La vinculación entre campesinado y sectores urbanos tiene larga tradición en Huanta, pero adquirió en la coyuntura de 1969 un signo distinto. Los campesinos sintieron que la defensa de sus intereses no pasaba esta vez por el repliegue en la inmovilidad y el aislamiento, o por la alianza con los sectores más conservadores de las clases dominantes urbanas; pasaba ahora por la transformación de aspectos centrales de su situación y, por tanto, por una mayor independencia frente a las clases dominantes y/o la alianza con sectores radicales como los que personificaban Cavalcanti y, también, los jóvenes estudiantes.

La movilización campesina alcanzó entonces su máxima expresión en la lucha por la educación y contra los poderes locales y el estado. Si la poca o nula rentabilidad de los latifundios y su temprano abandono explican el bajo perfil de la lucha por la tierra en la zona, esa misma “suma pobreza de la tierra” explicaría la intensidad de la lucha por la gratuidad de la enseñanza, en tanto la educación aparecería entonces como el canal casi único de ascenso social. Ya no sólo para las clases altas, como cuando en el siglo XVII se fundara la Universidad de San Cristóbal, sino esta vez, también, para el campesinado. Y con la promulgación del DS 006, ese canal aparecía directamente amenazado por el estado.


El movimiento urbano-popular en Huamanga


En Huamanga la participación campesina en el movimiento de 1969 no fue significativa, limitándose a la presencia de delegaciones rurales en alguno de los principales mitines. Fueron las antiguas capas de artesanos, pequeños comerciantes, arrieros, ganaderos, las que jugaron el papel central junto a los estudiantes. Es que si en Huanta las luchas “antifiscales” fueron fundamentalmente rurales, en Huamanga lo fueron urbanas.


Los barrios tradicionales

Al margen de los conflictos entre caudillos terratenientes, que sacudieron intermitentemente la ciudad de Huanta en el siglo XIX, y de la insurrección aprista de 1934 en Huamanga, los movimientos urbanos más importantes en la región fueron los de 1892, 1917 y 1922 en esa ciudad. El primero contra la introducción de la moneda feble, llamada “boliviana”, durante la crisis posterior a la Guerra del Pacífico (1879-1883). El segundo contra la introducción del papel moneda, y el tercero contra la imposición de nuevos arbitrios municipales. Los tres revelan, por un lado, la enorme desconfianza popular frente al estado y, por otro, los abismos internos que fracturaban la propia ciudad y parecían mantener a sus habitantes con los nervios siempre a flor de piel.

Veamos los dos últimos movimientos, que se desarrollaron de acuerdo a una misma secuencia, tras la cual se advierte un patrón duradero: nueva medida estatal o municipal; rechazo, desconfianza o incomprensión popular frente a la medida; protesta pacífica del pueblo; reacción violenta del estado y/o los vecinos notables; generalización del movimiento; represión.

Del segundo movimiento da cuenta la revista La Abeja.151 Aquí la secuencia:

Nueva medida. El 24 de septiembre de 1917 se pusieron en circulación “chequecitos” de 50 cts.

Rechazo popular. Los nuevos “chequecitos” no tuvieron aceptación entre las vivanderas: “por no saber leer, por el temor de ser engañadas con cualquier otro papel en forma de cheques, por no tener cómo guardar en sus bolsas el dinero, y por ser desechados esos cheques entre los indiecitos de las punas, con quienes las vivanderas hacen sus transacciones comerciales”.

Protesta pacífica. Las vivanderas, alarmadas: “resolvieron unánimemente hacer uso del derecho de huelga reglamentado por nuestras leyes”.

Reacción violenta del estado. A las 11, para obligarlas a regresar al mercado, el subprefecto: “intimidó con rigor y violencia a las pocas mujeres que se encontraban en la plazuela de Carmen Alto, las que se negaron airadamente a obedecer sus órdenes”. Como consecuencia, “en un momento de ofuscación”, las vendedoras resultaron: “abaleadas, como si la falta de humillación y sometimiento incondicionales de los ciudadanos a las autoridades fueran castigados arbitrariamente con la pena de muerte”.

Generalización. Indignados, los pobladores de los barrios de San Juan Bautista, Carmen Alto, Huascahura y Conchopata: “en número de ocho mil bajaron a la ciudad, llenaron las calles, el local de la Prefectura y pidieron garantías para sus vidas en medio de protestas por los asesinatos perpetrados”.

Represión. Se hacen presentes en esos momentos gendarmes y policías armados: “circunstancias que aprovecharon los comerciantes y personas exaltadas, nerviosas, para pedir, desde lo lejos, que se abalease a esa gente para reprimir un posible desborde”. En este caso no llega más sangre al río por: “la prudencia, serenidad, cultura cívica, tino gubernativo y respeto a los derechos ciudadanos del Sr. Prefecto, que se presentó oportunamente a caballo, acompañado tan sólo de un ordenanza”. Según La Abeja, su aparición produjo mejores resultados: “que los paseos aparatosos de la guardia urbana y de las fuerzas de policía y gendarmería armadas, que dicho sea de paso ya nada tuvieron que hacer”.

En efecto, el Prefecto les “peroró con frases suaves y conmovedoras” y logró evitar un nuevo enfrentamiento sangriento. El día 26 fue el sepelio de las tres víctimas: “imponente, sentimental y acompañado por una oleada de más de cuatro mil ciudadanos compungidos y pesarosos que llenaban las calles de la ciudad”. La huelga de vivanderas se prolongó hasta el día 28. Hasta entonces, “los de la guardia urbana continuaban también paseando por la población muy gallardos, carabina al hombro, junto con las fuerzas de policía y gendarmería”.

Cinco años después, la publicación de un bando municipal aumentando ciertos arbitrios y creando otros, es la chispa que enciende nuevamente la ciudad. Según el periódico La Hormiga, las alzas afectaban mayormente a los vecinos del casco urbano. Los barrios sólo tenían que pagar sisa y peaje. Sin embargo, corrió la voz

de que se pagaría por la crianza de conejos, gallinas, perros, de que se establecía la obligación de dar parte a la autoridad política departamental cuando las esposas se encuentren en estado interesante, de que los cónyuges abonarían por cada hija que tengan.152
Una vez más, los habitantes de los barrios convergen en masa sobre el centro de la ciudad. Y una vez más, la represión de la movilización es desmedida y sangrienta, causando seis muertos y veintidós heridos. El periódico se refiere a la “indignación general”provocada por la masacre, pero le encuentra atenuantes en un hecho que revela los aspectos coloniales de la ciudad: el miedo de los vecinos. Así, dice el relato de La Hormiga:

La circunstancia de haber estado inermes las masas hace pensar en que sólo la ligereza y la falta de ecuanimidad por parte de las fuerzas del orden han sido las que determinaron aquellos muertos y heridos, que hemos lamentado. Tal vez se haya tenido como razón para ello la amenaza de las masas, que ascendían a más de seis mil almas, de introducirse en la población y cometer actos sangrientos en las personas de las autoridades y principalmente el Alcalde y algunos concejales. [Subrayado nuestro.]
Una vez más, durante los días siguientes: “la gendarmería, policía y guardia urbana […] resguardaban la ciudad”. Finalmente, un telegrama del propio jefe de estado ordenó la suspensión de los arbitrios.

Resaltan en ambos movimientos: la absoluta desconfianza de los habitantes de los barrios hacia el gobierno nacional o local, que los lleva a percibir de manera desmedida y fantasiosa ciertas acciones de dichos gobiernos; la irrupción de las masas en el centro real y simbólico del poder: el casco urbano-colonial y la Plaza de Armas; el miedo de los vecinos: “nerviosos” “excitados”, pidiendo represión; y la existencia de una “guardia urbana”, cuerpo de autodefensa formado por los notables que patrullan a caballo la ciudad, “aparatosos”, “gallardos”, junto a policías y gendarmes.


La Federación de Barrios

Cuatro décadas más tarde, en 1969, la historia parece repetirse. Sin embargo, varios elementos claves se han modificado, y han surgido otros nuevos. Por un lado, desde mediados de siglo comienzan a sentirse en la ciudad los primeros efectos del crecimiento urbano. Entre 1940 y 1961, la tasa de crecimiento demográfico de Ayacucho (1,2% anual) fue la más baja de las once capitales departamentales serranas, a excepción de Cerro de Pasco. Pero entre 1961 y 1972, con el 4,5% de crecimiento anual, Ayacucho pasó a ocupar el sexto lugar entre las capitales serranas.153

Junto a los viejos barrios coloniales, comenzaron a surgir los nuevos barrios de migrantes en las “laderas” que rodean el centro histórico de la ciudad. Así, en 1960 se produjo la primera invasión de tierras urbanas en el hoy barrio “Las Maravillas”. Fue por iniciativa de dicho barrio, que en 1964 surgió la Federación de Barrios de Ayacucho. Resulta que poco después de la ocupación, los dueños vendieron los terrenos invadidos a un ente estatal, que a su vez los adjudicó a la flamante Universidad de San Cristóbal. De esta forma, la universidad se vio enfrentada a un sector de los nuevos pobladores urbanos. Signo de los tiempos, los dirigentes de Las Maravillas: “solicitaron el apoyo de los intelectuales progresistas de la UNSCH”, dentro de los cuales se ubicaba la “fracción roja”. Fueron ellos los que: “[dieron] una orientación en el sentido de que la única garantía era aglutinar a todos los barrios”.154

Es así que los pobladores de Las Maravillas convocaron a una reunión de los barrios de Ayacucho. Delegados de media docena de barrios se reunieron el 20 de septiembre de 1964 y eligieron una comisión organizadora de la federación, presidida por Máximo Cárdenas, maestro, delegado del barrio de Soquiaccato. Se inició así el ascenso de un líder que iba a jugar un papel de primera importancia en el movimiento urbano popular ayacuchano hasta inicios de la década de 1980. Si Cavalcanti en Huanta fue estrictamente independiente, Cárdenas fue orgánico a la “fracción roja” de Ayacucho y posteriormente a Sendero Luminoso hasta mediados de la década de 1970, en que se distanció de esa organización. Aparte de los representantes izquierdistas, que lograron encabezarla, en la comisión organizadora tuvieron también presencia apristas y acciopopulistas.

Tres meses después, la Federación de Barrios celebró su primer congreso, con asistencia de diez bases, aproximadamente la mitad de los barrios existentes por entonces en la ciudad.155 Tras la solución pacífica del conflicto con la UNSCH sobre los terrenos del barrio Maravillas, la bandera central de la Federación de Barrios pasó a ser la lucha contra el impuesto predial que pagaban desde la colonia los poseedores de pequeños terrenos en las “laderas”.


El Frente de Defensa del Pueblo de Ayacucho

En 1966 se presentó una coyuntura favorable para que la Federación de Barrios se convirtiera en el eje aglutinador del conjunto de sectores sociales de Ayacucho. Por un lado, la Federación de Barrios se encontraba movilizada en defensa de los pobladores de otro nuevo asentamiento, Leonpampa.156 Por otro lado, problemas en el Hospital Central de la ciudad concitaban la atención pública, especialmente de los sectores medios, que exigían la renuncia del director.157

Mas el catalizador del proceso de centralización fue el posible recorte de las rentas de la universidad, que podía desembocar en su receso. Movilizados en defensa de la UNSCH, el 14 de abril de 1966, representantes de treinta y cinco bases constituyeron el Frente de Defensa del Pueblo de Ayacucho (FDPA). En un primer momento, participaron en el FDPA organizaciones como la Federación Provincial de Campesinos, los gremios de artesanos, sindicatos de maestros, estudiantes, empleados, los vendedores y vendedoras del mercado, los pequeños comerciantes, pero también los colegios profesionales y la Cámara de Comercio, entre otros. La elección de Máximo Cárdenas, cabeza de la Federación de Barrios, como presidente del FDPA, reflejaba la importancia y la legitimidad que había alcanzado el nuevo movimiento barrial en la ciudad.

Cinco días después de su constitución, el FDPA encabezó un mitin gigante en defensa de la universidad, en el que participaron delegaciones de pueblos como Cangallo, San Miguel, Ongoy, Andahuaylas, entre otros.158 Poco después, una comisión del flamante Frente viajó a Lima y logró la restitución de las rentas universitarias y el cambio del director del hospital.159 El triunfo legitimó a la nueva organización. Unos meses más tarde, en enero de 1967, su columna vertebral, la Federación de Barrios, celebró su II Congreso.

Fue en esas condiciones que la lucha por la gratuidad de la enseñanza encontró al movimiento urbano-popular en Ayacucho.


La coyuntura de junio de 1969

El movimiento iniciado en Huanta el 4 de junio, tardó en prender en Ayacucho. Recién el 13 se declaró allí la huelga estudiantil. De acuerdo con el relato de Wilber, ese mismo día, la policía reprimió duramente una movilización de secundarios e hirió de gravedad al estudiante Maccerhua. Ese incidente cambió la situación: “la Federación de Barrios en masa va a la Plaza de Armas […] prácticamente se llenó la plaza”. Esa noche la policía reprimió otra marcha y le voló la mano a otro estudiante. La respuesta fue fulminante:

Empiezan los estudiantes del Instituto de Educación Física, núcleos pequeños, a lanzar molotovs al municipio, a la prefectura, y las gentes espontáneamente tiran llantas, tiran ropa a las calles, los chiquillos empiezan a tirar con hondas a los sinchis que llegaron. Se generaliza la protesta.
¿Cómo es que en un santiamén la federación llena la plaza y el movimiento se generaliza? Wilber nos ofrece una respuesta:

La Federación de Barrios estaba fuerte. El FDPA era realmente una asamblea popular […] los asistentes tenían la imagen de estar ante un poder. Un día se acordaba de ir a decirle al alcalde esto, decir al Prefecto aquello, y se sabía que lo iban a hacer […] lo tenían que hacer. Había un nivel de confianza en la federación. Y quizás era el mejor momento del Frente de Defensa, en base precisamente a la fuerza de la Federación de Barrios, de la FUSCH y de algunos otros gremios como mercados, carniceros, panaderos, también fuertes. [Ellos] habían logrado ser interlocutores respetados en Ayacucho y se sienten agredidos ante la represión a muchachos que quizás van a pedir una cosa formalmente tan simple como la gratuidad de enseñanza y lo matan al chico ¿no? Era casi como borrar de un plumazo todo lo que se había hecho en la década de 1960 en Ayacucho.
La fortaleza de sus organizaciones produjo un cambio significativo en la actitud de los sectores populares de Ayacucho:

Carmen Alto, San Juan Bautista, La Libertad, Capillapata, Conchopata, toda esa gente veía posibilidad de hacer sentir su presencia en el casco urbano, en el centro de donde fue marginada. Vía universidad, vía partido. Era adquirir prestancia ¿no? Yo creo que hay bastante de eso en el empeño con que trabajan esos militantes intermedios. No tanto la dirigencia […] sino esos militantes intermedios […] hay un ni emotivo muy fuerte: esa posibilidad de presencia en el escenario regional.
Esta situación hace posible que, con sólo tres días de preparación, el FDPA sea capaz de llevar más de diez mil personas a la Plaza de Armas la tarde del martes 17 de junio. Y que el día 20, cuando se generalizan los enfrentamientos entre estudiantes y policías, el pueblo salga en apoyo de los jóvenes para luego, en la madrugada del 21, cuando se enteran de que la mayoría de la dirigencia del FDPA acaba de caer presa, se coloquen a la vanguardia de la resistencia, con los carniceros como punta de lanza:

Sabedores de la detención y conducción de sus dirigentes a la ciudad de Lima, el pueblo y los estudiantes reaccionan y protestan, especialmente el heroico, viril y pujante pueblo del populoso distrito de San Juan Bautista, donde el gremio de carniceros, a las 6 del día 21, no quisieron llevar la carne al mercado de abastos y voltearon el carro carnicero del Concejo Provincial de Huamanga, luego lo incendiaron.160
Poco después llegan los sinchis a San Juan Bautista y en apenas dos horas la lucha se generaliza en toda la ciudad. Pero regresemos a una expresión a la que Wilber recurre en su análisis de los sectores populares: “adquirir prestancia”. Wilber utiliza un término propio del lenguaje señorial para expresar un cambio que nos parece clave. La organización les permite tratar de igual a igual a los señores (por lo demás en decadencia), con la misma “prestancia” o “gallardía” de la vieja guardia urbana. La organización les otorga un nuevo sentimiento colectivo de dignidad muy grande. Son un nuevo poder. Por otro lado, el FDPA actúa, como se advierte, en un cierto vacío de poder regional que hace que el enfrentamiento con el poder central se produzca más inmediatamente. Esa vez no hubo autoridad que les “perore con frases suaves y conmovedoras”, ni guardia urbana que los amedrentara. La dirigencia del Frente tuvo que ser apresada. Tuvieron que venir sinchis de Lima a ocupar la ciudad y “restablecer el orden”, con un saldo de muertos, heridos, y nuevos abismos de desconfianza.


Un “mayo” andino en junio: los estudiantes

Entre abril y junio de 1969, una generación de adolescentes ayacuchanos protagonizó una experiencia que le resultó definitoria. Una suerte de rito de pasaje, que no sólo la transformó sino que reveló y ahondó los profundos cambios que sufría la región. Todo comenzó el 4 de junio en el Colegio Nacional “González Vigil” de Huanta.


El “González Vigil”

Cada ciudad tiene su colegio-insignia: el Cienciano en el Cusco, el Independencia en Arequipa, hasta hace algunas décadas el Guadalupe en Lima o el San Ramón en Ayacucho. Sin duda, el Vigil es el colegio-insignia de la ciudad de Huanta. Fue fundado tardíamente en 1933, pues a principios del siglo XX, en los pueblos de la sierra el estado privilegiaba la enseñanza primaria y de orientación agropecuaria, por considerarlos “pueblos indígenas.”161 Huanta, sin embargo, era un antiguo núcleo urbano mestizo, que desde 1910 pugnaba por un colegio secundario. El “héroe cultural” artífice de su creación fue un abogado liberal, Manuel Jesús Urbina, varias veces diputado por la provincia, educado en Cusco y en Arequipa, donde fue discípulo de un famoso caudillo liberal arequipeño, Francisco Mostajo.

¿Cómo es que un liberal accede a la diputación de la muy conservadora Huanta y logra no sólo crear el colegio sino bautizarlo con el nombre del más insigne y radical de los liberales peruanos del siglo XIX, don Francisco de Paula González Vigil? José Coronel nos ofrece una explicación muy sugerente.162 Hacia fines del siglo XIX, los enfrentamientos entre caudillos huantinos, que alcanzaron su punto más alto en 1890 con las luchas entre caceristas y pierolistas, y el movimiento de los campesinos iquichanos contra el impuesto a la sal en 1896, dejaron exhausta a la clase dominante de la provincia.163 La fuerza “pacificadora” enviada por Piérola a restablecer el orden en la región en 1896 desató una violentísima represión contra los campesinos de Huanta y La Mar y, además, lo que Husson llama “una verdadera dragonada” contra las familias huantinas reputadas como caceristas, que eran también las más opulentas de la provincia en esa época.164 El escenario político local comenzó entonces a languidecer por un período que se prolongó debido a la creciente fractura entre los terratenientes huantinos más tradicionales y otros que empezaron a modernizarse relativamente, orientándose hacia cultivos industriales como la vid y la caña de azúcar. Esto fue aprovechado por la elite huamanguina rival para imponer repetidas veces sus representantes a la diputación por Huanta.

Así, a principios del presente siglo, la debilidad política de los terratenientes locales y la opresión huamanguina, abrieron resquicios por los cuales irrumpió un grupo de jóvenes profesionales, ex estudiantes y artesanos, que constituyeron el grupo “Vanguardistas” y asumieron un papel importante en el escenario político huantino y regional. Contaban para ello con un clima nacional favorable a una mayor presencia de las clases medias urbanas, especialmente durante el gobierno del presidente Leguía (1919-1930). Pero ya antes, en 1913, el joven abogado Urbina, representante de esos nuevos sectores, se había presentado como candidato a diputado. Con el lema “Huanta para los huantinos”, tal vez en ese entonces original, logró el apoyo casi unánime de los votantes de la provincia, en oposición al candidato clerical huamanguino apoyado por los Padres Redentoristas de Huanta.165

El diputado Urbina logró que el parlamento apruebe y que el ejecutivo promulgue la ley de creación del nuevo colegio en enero de 1919. Sin embargo, tuvo que pasar más de una década antes de que el plantel funcionara, no sólo por la oposición de los terratenientes más tradicionales de Huanta, que bloqueaban la consecución de fondos, sino por todo tipo de vicisitudes políticas de las cuales sólo nos interesa mencionar la última y más significativa. Sucedió que, el 7 de junio de 1930, el gobierno de Leguia promulgó una resolución suprema que creaba la Escuela Rural Indígena de Soccosccocha, en las afueras de Huanta, asignándole los fondos que la ley de 1919 destinaba al González Vigil. La reacción de los huantinos fue inmediata. Dos días después: “[…] las masas populares encabezadas por el subprefecto […] y el alcalde municipal […] invadieron los terrenos de Soccosccocha con el propósito de pedir cuentas al director y clausurar de hecho la escuela rural”.166

Una semana más tarde, aparecieron en las calles de la ciudad carteles anunciando que: “Hoy el público dará el último aviso de despedida a cuantos se aforran en sostener la subsistencia de la Escuela Rural Indígena con prejuicio de la juventud que está animada de una fe ardiente de perfección.”167

El 17 de junio la población se congregó masivamente en la Plaza de Armas e inició un sostenido movimiento que culminaría recién tres años después, en marzo de 1933, con la promulgación de una nueva resolución suprema que autorizaba el inmediato funcionamiento del Vigil, tomando “los muebles y útiles de la Escuela Rural Indígena, que al no satisfacer los fines de su creación quedaba suprimida.”168 El 21 de abril de ese año, en un local provisional, se iniciaron por fin las clases.

La inauguración del colegio significó así la culminación de un doble conflicto. Por un lado, un prolongado enfrentamiento entre los sectores medios urbanos –que lograron por primera vez encabezar en cierta medida al conjunto de la ciudad– y el estado. Por otro, a partir de la creación de la Escuela Rural Indígena en 1930, una confrontación entre ciudad y campo, entre la “fe ardiente de perfección” de los jóvenes mestizos urbanos y las posibilidades educativas de los indígenas rurales. Confrontación más bien implícita, en tanto los indígenas no parecen haberse movilizado masivamente en defensa de su escuela. La educación no estaba todavía entre sus prioridades.

Mucha agua corrió pues bajo los puentes entre la fundación del colegio y el movimiento de 1969. Entre ambas fechas destaca un acontecimiento: la huelga que estalló en el Vigil en 1945. En octubre de ese año los alumnos tomaron el plantel y organizaron ollas comunes. Pocos días después, desde uno de los balcones del local ocupado asomó una bandera roja con una espada blanca al centro.169 Varios aspectos de este movimiento prefiguran lo que sucedería en 1969. Por un lado, el conflicto se extiende a Huamanga, donde se declaran en huelga solidaria los alumnos del Mariscal Cáceres, nuevo plantel secundario de alumnado más popular, que entraba a disputarle la categoría de insignia al viejo colegio San Ramón, tradicional semillero de la elite huamanguina. Por otro lado, por primera vez se produce una acción reivindicativa conjunta, aunque todavía mínima, entre habitantes de provincias tradicionalmente rivales. Finalmente, si bien el de 1945 fue un movimiento estrictamente urbano, no incluyó ni siquiera implícitamente un enfrentamiento ciudad-campo como en 1933. Los campesinos parecían encontrarse dedicados por entonces a la creación de escuelas primarias en pagos y comunidades. En ellas se estarían educando, seguramente, los padres de familia de aquellos jóvenes que iban a ser los protagonistas centrales del movimiento de 1969.


La nueva generación: Huanta

Es esa nueva generación rural que accede a mayores niveles de escolaridad, la que produce una verdadera explosión educativa en la provincia. Entre 1956 y 1970, el número de estudiantes secundarios en Huanta se cuadruplica. En 1956 había sólo trescientos diecisiete alumnos en dos planteles: los varones en el “González Vigil” y las mujeres en el “María Auxiliadora”. En 1970 eran mil trescientos cincuenta secundarios, que contaban, además, con tres nuevas instituciones de nivel superior a la primaria: un colegio secundario nocturno, un colegio industrial, ambos mixtos, y la Escuela Normal fundada en 1963.170 En tanto todos los planteles se encontraban en la capital provincial, los alumnos secundarios allí concentrados fueron responsables de la mitad del aumento de población de la ciudad de Huanta entre 1961 y 1972.

El crecimiento no era sólo cuantitativo. Por esos años, la enseñanza en el Vigil alcanzó un alto nivel. “Quinto año del Vigil era casi preuniversitario; de mi promoción sólo dos no ingresaron a la universidad porque no tenían recursos”, recuerda Wilber, quien tiene palabras de reconocimiento para varios de sus profesores. Los jóvenes contaban con el apoyo de los ex alumnos que seguían estudios superiores en Lima, agrupados en el Círculo Universitario Huanta, que: “mandaban obsequios para premiar a los mejores alumnos […] bolsas de viaje a Lima, colecciones de libros”. En ocasiones, los universitarios: “organizaban eventos culturales en Huanta”.

Se fue conformando así una nueva capa juvenil con alto nivel educativo e ideas radicales. Allí confluían desde hijos de campesinos como Cavalcanti o jóvenes de capas medias, hasta algunos hijos de la vieja clase terrateniente, que adoptaban nuevas ideas. Esas nuevas ideas entraron en contradicción con métodos pedagógicos tradicionales, que todavía eran fuertes en el colegio. Porque es de mencionar que la nueva oleada de agitación en el González Vigil, comenzó en realidad en 1968. Cuenta Odón que

la autoridad era muy vertical. Ese director era un aprista acérrimo […] sometía a castigos físicos a los alumnos; te hacía parar allí debajo de la campana una hora, no te muevas; o de rodillas cargando ladrillos. Eran unos castigos así de escarmiento […] aquel que llegaba tarde ya era, pues, flagelado con un fuete.
El trato, “casi feudal” según Odón, provocó una respuesta de los estudiantes:

Hay un movimiento para elegir una Junta Escolar […] Compiten dos listas, una identificada como prochina y otra promoscovita… Gana la que tenía cierta simpatía con el grupo de los chinos. Pero una cosa bien interesante: es la primera vez que se hace una elección libre y secreta, casi se imita a las elecciones nacionales, con su tinta indeleble, todo […] Esto se les ocurre más a los propios estudiantes […] si, a los militantes del partido.171
Estamos presenciando los inicios mismos de un proceso de radicalización política. Hay alumnos que pertenecen ya a la juventud del PCP Bandera Roja pero que, al mismo tiempo, promueven una elección libre y secreta a imitación de las nacionales. No se advierte todavía la contraposición absoluta entre “democracia formal” y “democracia directa”, que se impondría después. La espontaneidad era todavía un ingrediente importante; “era más una simpatía a lo rojo, no quizás tanto a la doctrina, no […] Por ejemplo, pintar carpetas de color rojo era una provocación a la autoridad”, dice Odón. Pero al menos para algunos, la adhesión no era exclusivamente sentimental. Por esos mismos años,

el sindicato de maestros organizaba charlas bastante concurridas, sobre todo por jóvenes. Una vez llegó el propio Abimael Guzmán a dar una charla sobre el carácter semifeudal y semicolonial del país. Lo vi, bien joven. De esa época deben ser las fotos que [los senderistas] ponen en sus carteles.
Los alumnos más politizados, que por lo general eran también los más urbanos, difundían a su vez lo aprendido entre los más rurales: “mira, hablábamos de los contenidos de Politzer,172 por ejemplo: sobre materia, sobre idea, clases sociales, algunas conclusiones de la V Conferencia Nacional [del PCP-Bandera Roja]”. Odón reconoce que se expresaban “en forma muy mecánica” y añade: “repetíamos las categorías sin conocerlas bien, tipificábamos al gobierno de fascista, pero no sabíamos bien qué era eso”. Él se refiere a un grupo de militantes juveniles del PCP-Bandera Roja, alrededor de quince, que van a constituir el núcleo más dinámico del movimiento en Huanta. Formaban parte del núcleo universitarios huantinos que: “vienen y empiezan a encuadrar a algunos en la política partidaria… Pero no sólo vienen de San Cristóbal, yo veo que hay gente allí, de La Cantuta.173 Huantinos, claro. Pero hay una concordancia […] Parece que no se hubieran encontrado de casualidad”.

Son ellos los que el 1 de junio impulsan la constitución del FUEH. Cuando la huelga estalla, son ellos los que se ponen a la cabeza y, especialmente los primeros días, marcan el paso del movimiento. Así, cuando el 11 de junio una reunión de padres de familia aprueba suspender temporalmente la huelga, los estudiantes desconocen el acuerdo y, sobrepasando por lo menos a un sector de los propios padres, deciden proseguir la lucha.

Si algo va a caracterizar a ese núcleo es su ostensible soledad o, si se quiere enunciarlo de otra forma, su alto grado de independencia. Como ya mencionamos, en Huanta existía desde tiempo atrás una izquierda vinculada al PCP, con presencia más o menos importante en las coyunturas electorales. Pero entre ellos y las nuevas generaciones se produce una ruptura significativa. Los dirigentes del 69 son jóvenes, con apenas cierta vinculación “con un par de artesanos”, dice Fermín, “amistades que sirven en algún momento. Gente militante del PCP en los años treinta, que apoya en alguna que otra cosa, papeles, coordinación”. Es que a nivel nacional, en la división del PCP entre “porcinos” y “prosoviéticos”, los primeros se quedaron con la mayoría de la juventud. Como se ve, lo mismo parece sucedió en Huanta.

Tampoco los maestros parecen haber ejercido en ese entonces una influencia política decisiva sobre sus alumnos. Cuando Odón recuerda los afanes para elegir la junta escolar en 1968, precisa que

hay profesores que aceptan, que miran que está bien lo que haces. Pero metidos, no. A pesar que algunos son egresados de San Cristóbal. Incluso conversamos con algunos tratando de pedir apoyo […] pero su apoyo es muy mesurado, muy cuidadoso, así a distancia.
En la mayoría de casos pareciera que el compromiso político de los maestros se limitaba, por ejemplo, a la organización de conferencias. La radicalización política del magisterio en la región parecería haberse masificado recién en la década de 1970. Mientras tanto, adelantados a su tiempo, los secundarios huantinos soportan la soledad de los precursores. ¿Qué factores la agudizan?

En primer lugar, la reapertura de la universidad produjo una brecha generacional muy abrupta en la región, especialmente en los sectores populares. Pero Ayacucho era sede de la universidad y del CR “José Carlos Mariátegui” del PCP, donde desde 1962 militaba Abimael Guzmán. La juventud podía encontrar allí nuevos referentes políticos, que tendían a cerrar la brecha generacional. En Huanta, por el contrario, la ruptura se produce sin atenuantes. Pero sólo a nivel ideológico y político, no a nivel social. Porque es en Huanta donde se advierte con mayor nitidez la gestación de un bloque estudiantes-padres de familia, diferente al bloque estudiantes-catedráticos que motoriza, por ejemplo, el FER de San Cristóbal. Por cierto que en la conformación de aquel bloque intervinieron otros factores que ya mencionamos: la fortaleza del movimiento campesino; el apresamiento de su asesor legal. Pero es conmovedor escuchar los relatos de estudiantes de entonces preocupados por movilizar a campesinos que para ellos no son una “clase revolucionaria” en abstracto, sino parientes y con frecuencia padres.

Si bien los jóvenes se encontraban solos, no eran totalmente inexpertos. “Cantuteros” y “cristobalinos” experimentan en su pueblo natal, como en un laboratorio, lo aprendido en sus respectivas universidades de sus maestros-dirigentes políticos. Y logran un sorprendente grado de organización. Afirma Odón que a partir de 1968, en los colegios

usábamos a los brigadieres de cada sección como punto de contacto con el salón […] entonces había casi un control vertical y a la vez horizontal en el trato […] era un control quizás formidable, ideal de un partido.
Luego, durante el propio movimiento del 69,

organizábamos gente que nos ayude para dirigir el movimiento. Incluso cómo hacerlos marchar, ir controlando de los costados para que nadie provoque. Había una disciplina pero excelente, nunca he visto un movimiento así. Era una obediencia a las directivas que se les daba. Había una división del trabajo. Quiénes iban a hablar en tal esquina, tal hora o tal mañana, a veces hacíamos mitines relámpago. Todo el grupo “de militantes” era el que planificaba. Cada noche nos reuníamos, evaluábamos cómo avanzábamos.

Los jóvenes militantes adquieren, además, cierta experiencia en el trabajo campesino. Así, en la primera demostración de fuerzas del movimiento, el mitin del 10 de junio, los muchachos echan mano a todos sus recursos:

Convocamos el mitin en alianza con los campesinos. Como son bastantes estudiantes, vuelan como palomas y se utiliza a los muchachos de acuerdo a su lugar de origen. Allí ellos a las gentes les conocen y les convocan para el mitin, van […] Y, también, se contactan con los gobernadores en cada pago. A cada pago se invita […] también se utiliza a campesinos que tienen prestigio.
Los estudiantes buscan, pues, romper su aislamiento en la localidad, y lo logran. Pero siguen aislados en la región:

Lo más difícil fueron los primeros días porque estábamos solos. Hacíamos movilizaciones todos los días esperando que en Ayacucho prendiera. Esos diez días nos desesperábamos, francamente. Nos mirábamos las caras y nos dábamos cuenta que estábamos solos. Si seguíamos solos advertíamos que íbamos a morir pronto, o desaparecer como movimiento. NN nos decía: ustedes son localistas y van a fracasar.
Los muchachos no eran localistas. Por el contrario, trataban de proyectarse no sólo hacia la capital del departamento, sino hacia toda la región:

Mandábamos algunos compañeros a Ayacucho para que conversen, otros a los pueblos de Huancavelica, hasta Huancayo. Se iban con su propia plata, casi como unas vacaciones. Volvían a los cinco, diez días, diciendo que se habían formado asociaciones pero nada más, no prendía el movimiento.174
Hasta que por fin, nueve días después de iniciada la huelga en Huanta: “del Mariscal Cáceres algunos se le escaparon a Abimael Guzmán, realizaron su asamblea con los del Guamán Poma ¡y prendió!”. Las razones por las cuales Odón cree que los secundarios ayacuchanos tuvieron que escapársele a Guzmán para que el movimiento prendiera en Huamanga, tienen que ver con las luchas internas que en esos años atravesaba el PCP Bandera Roja y que analizaremos más adelante. Bástenos decir, por ahora, que los jóvenes activistas huantinos no eran del agrado de la dirección regional con sede en Ayacucho.

Un elemento insospechado contribuyó a encender los ánimos de la juventud huamanguina. Si bien los enviados de Huanta no lograron el apoyo del Comité Regional, encontraron un aliado inesperado en un modesto pero ubicuo elemento de la modernidad. Sigue Odón:

Pedíamos casi a gritos el apoyo de Huamanga, y quizás llega como una bendición así divina, diría, para el movimiento y para nosotros. Juega un papel importante la radio. Hay un noticiero a mediodía que indirectamente pone en contacto la situación de Huamanga con la situación de Huanta. O sea, al día esperábamos pues, había una conexión estrecha.
Lo que Odón no sabía era cómo las noticias de lo que sucedía en Huanta llegaban a Huamanga. Es tiempo que lo sepa: “yo aquella fecha colaboraba como corresponsal de radio La Voz. Entonces, todo lo que los huelguistas hacían, yo despachaba para allá, permanentemente.” Quien así se expresa es Mario Cavalcanti. Hay que tener en cuenta, además, que la universidad estaba de vacaciones, lo cual otorgaba una cierta mayor autonomía a los estudiantes secundarios, en otras circunstancias subordinados a la mayor experiencia e iniciativa de los universitarios. Por otro lado, no sabemos en qué medida, como parte del proselitismo huantino o de manera espontánea, el movimiento prendió en otra provincia, Cangallo, aunque de manera sólo temporal. En efecto:

Un caso especial es el del colegio “General Córdova” de Vilcas Huamán. Desde el día 11 de junio, los estudiantes se declaran en huelga indefinida pidiendo la derogatoria del DS 006, o sea, antes que en Huamanga. Sin embargo, frente a las amenazas de la policía local, faltando unos días para el 21 de junio, dentro del pliego de reclamos enviado a la jefatura zonal dan un giro, pidiendo como cuestión central la destitución de algunos profesores incapaces.175
De esta forma, la nueva generación reconfigura el mapa regional de las luchas sociales, quebrando, como dijimos, la oposición entre los ejes Huanta-La Mar versus Huamanga-Cangallo.

Otro cambio que se advierte es que, conforme el movimiento popular acentúa el carácter independiente de su movilización, el mapa social de la región se recompone y en sus puntas más urbanas adquiere un cierto perfil “clasista”. En el movimiento de 1969 esto se advierte, por ejemplo, en las diferencias entre planteles laicos y religiosos, donde se educaban la clase media y los reducidos núcleos dominantes de la región. En Huanta no se une, en un principio, a la huelga, el colegio “María Auxiliadora”. En Ayacucho no lo hacen el “San Juan Bosco”, el “María Auxiliadora”, las Mercedarias y las Dominicas, aunque estas últimas muestran cierta simpatía y llegan a apoyar moral y económicamente al movimiento.


Las “alumnas conscientes”

Los jóvenes activistas huantinos, exclusivamente varones, no sólo tratan de romper su aislamiento tendiendo puentes hacia el campesinado y hacia sus pares huamanguinos. Lo primero que tienen que romper es su enclaustramiento masculino. Allí están, en el Instituto Industrial Femenino Nº 49 y en el colegio particular religioso María Auxiliadora, las estudiantes mujeres sin las cuales la huelga nunca sería total. La participación de las jóvenes llega a ser significativa y en la forma en que se suman a la huelga, aflora el lado más adolescente y fresco del movimiento. Da la impresión de ser literalmente una iniciación. Odón afirma que las de origen más campesino entran decididas:

Las chicas del Industrial sí participaban de igual a igual […] Esas muchachas son cien por ciento de extracción campesina… Pusimos a una a la cabeza del FUEH. Ella no sabía los tejes y manejes que había por abajo, no sé, tal vez le gustaría figurar. Pero era valiente y hablaba en los mitines.
Las urbanas de sectores medios entran tímida, parcialmente y con un cierto candor. Así, la incorporación de las alumnas del María Auxiliadora adquiere ribetes de novela costumbrista. Desde un principio, los varones trataron de convencerlas de que se plegaran a la huelga, pero las monjas-carceleras, las influencias familiares y su propia formación se lo impedían. La presión de los jóvenes incluyó movilizaciones hacia el local del colegio religioso. Según la crónica de Narración, en la madrugada del día 13, posiblemente exasperados por la resistencia prolongada de las monjas y la indecisión de las educandas, “un grupo de estudiantes intentó quemar las puertas del colegio”. Los recuerdos de Odón son algo diferentes:

No hubo vejación. Lo único que hicimos fue una cosa: asaltamos el local del María Auxiliadora […] pero la represión contribuyó. Empezaron a lanzarnos bombas lacrimógenas y, como esa calle es tan estrecha, entonces mucha gente entró al colegio. Claro, los estudiantes entraban para sacar a las chicas, pero las monjas no las dejaban salir. Total, que las muchachas tuvieron que salirse a la fuerza por las bombas lacrimógenas. Ya ahí se aprovechó la mala fe de esa gente para hacernos aparecer como gente así antisocial, vándalos.
Ese incidente generó una nueva dinámica: los jóvenes pasaron de la compulsión a la seducción, que en sus momentos más intensos recordaba en algo a las viejas historias de Romeo y Julieta o La Dama y el Vagabundo. En efecto, en medio del crescendo estudiantil, poco después de los incidentes del 13, circularon en Huanta octavillas firmadas por la Promoción 1969 del colegio María Auxiliadora, en las cuales expresaban su “encendida protesta” contra los estudiantes que siguen: “instrucciones de elementos extremistas”. Las alumnas pedían “respeto para las respetables hermanas”, al tiempo que negaban haber colaborado con el movimiento estudiantil.176

La respuesta del FUEH fue fulminante: un volante en el cual se burlan de la “encendida protesta”. “Pensamos que en este momento ya deben estar carbonizadas”, dicen, para luego lanzar su dardo más venenoso:

En el colmo de la mentira, aquellas compañeras afirman no haber colaborado con nosotros. En defensa de la verdad, nosotros, los miembros del FUEH, hemos recibido ayuda económica y una bandera de seda de parte de ellas. Estas compañeras están incumpliendo con aquel mandato divino: “no levantar falsos testimonios ni mentir”.177
En realidad, las alumnas se hallaban divididas. Sólo una minoría participaba. El martes 17, las religiosas asediadas recibieron apoyo externo. Ese día, la asociación de ex alumnas del colegio María Auxiliadora emitió un comunicado en el cual protestaba por

los actos vandálicos contra el colegio y en agravio de las sacrificadas hermanas, quienes actualmente viven horas de zozobra por el irresponsable proceder de una minúscula turbamulta que en la madrugada del viernes 13 ha llegado al extremo inaudito de pretender incendiar el colegio [y] vejar a las religiosas […] con las que Huanta tiene una insaldada deuda de gratitud.
Las ex alumnas aludían a un viejo fantasma que atormentó a Huanta a lo largo de su historia: la invasión campesina. Así, advertían contra aquellos que

aprovechando la sinceridad y honradez de los campesinos, tratan de enfrentar a los habitantes del campo con los de la ciudad, propiciando el bochornoso espectáculo de tiempos superados y que confieren a Huanta la fisonomía de un pueblo incivilizado.
El documento invocaba a los padres de familia a que desprecien: “las insinuaciones mezquinas de quienes, con perverso sadismo, quieren llevar a la juventud al clímax de su destrucción”, y terminaba expresando:

nuestro más profundo desagravio a todas y cada una de las reverendas hermanas del colegio, en la persona de su muy digna directora, sor Rosa Julia Rivas Gonzales del Valle, dándoles la seguridad de que los atropellos de que han sido víctimas, no representan de modo alguno la expresión consciente y el sentir de este pueblo hidalgo de Huanta, que las tiene en la cúspide de sus devociones.178
“Esa organización de las ex alumnas no era otra cosa que un grupo de beatas”, rememora Odón. En todo caso, las beatas avivaron el fuego de la polémica. Al día siguiente, el FUEH aclaraba en términos bastante duros el comunicado de las ex alumnas.179 Pero su respuesta no fue lo más importante, pues ese mismo día apareció otro comunicado, firmado esta vez por “las alumnas conscientes de la promoción 1969 del María Auxiliadora”, que se dirigían a la opinión pública para preguntarle a sus compañeras, que se negaban a apoyar el movimiento por principios: “¿qué principios son aquellos?, ¿no podemos, por amor a nuestros prójimos, compartir con el pueblo su justa protesta, quien se niega a pagar los 100 soles mensuales que afectan su pobre economía?”

Luego, la confesión definitiva:

Nosotras no podemos negar en ningún momento el hecho de haber colaborado con los estudiantes huelguistas moral y económicamente; prueba de ello es la donación de cierta suma de dinero y la confección de una bandera de seda, la misma que fue obsequiada a los estudiantes para su gran mitin.180
“Sí, nos dieron una banderola”, confirma Odón. Un sector de ellas colaboraba con el movimiento, “pero clandestinamente”, añade:

Era como un romance secreto que tenían con nosotros […] como un amor oculto, así […] Posiblemente algunas hayan sido amigas o militantes del partido, no sé. Eran chicas que no tenían nada que pedir, lo harían por solidaridad.
Al día siguiente el pronunciamiento fue saludado con alborozo por el FUEH, que acordó: “apoyar y respaldar, tanto material y moralmente, a las alumnas conscientes de la promoción 1969 [y asegurarles] que nuestro FUEH está dispuesto a recibirlas en su seno”.181 Dos días después se desataba la tragedia.

Más allá del aire de travesura adolescente y del color local, de pleito de pueblo chico, el intercambio de comunicados muestra cómo la educación corroe en Huanta las relaciones tradicionales entre clases, géneros y generaciones. Los jóvenes de sectores populares toman la iniciativa y revelan cuán obsoletos estaban los viejos parámetros de estratificación: la ideología terrateniente y el tipo de religión que la sustentaba. “En realidad no sé por qué se fueron las monjitas al año siguiente, diciendo que las habían vejado. Nunca atacamos a las monjas, sólo presionamos para que las alumnas se plegaran a la huelga” (entrevista con Odón).


La nueva generación: Huamanga

Mientras tanto, en Huamanga, los huantinos tenían el apoyo de algo más que un noticiero radial. Algunos de ellos habían logrado cargos directivos en la poderosa FUSCH, incluyendo la presidencia. Desde esa estratégica ubicación trabajan por romper el aislamiento de sus paisanos en huelga: “Volanteábamos a nombre de la FUSCH […] cosas descriptivas de lo que sucedía en Huanta […] colegio por colegio en las noches […] Vía la FUSCH, que tenía recursos, teníamos movilidad, mimeógrafo, dinero”, dice Wilber. Pero al margen del activismo huantino, la combatividad crecía entre los secundarios de Huamanga, apenas sofrenados por la actitud más bien moderada del FDPA, orientado por el Comité Regional del PCP. La “fracción roja”, tenía sus razones para tratar de morigerar la lucha, demorarla o, en todo caso, esperar que el movimiento estudiantil se articulara a nivel nacional. Sin embargo, el espíritu beligerante de los estudiantes parecía sobrepasar la simple indignación por el recorte de la gratuidad de la enseñanza. Daba la impresión de una energía generacional contenida, que necesitaba desfogarse. Porque también Ayacucho experimentaba una expansión vertiginosa del estudiantado secundario. En 1940 sólo existían dos colegios nacionales en la ciudad; en la época de las revueltas contra el DS 006 ya había trece, más otros cinco centros donde se impartía educación de nivel superior a la primaria.182

A esa expansión se sumaba la presencia de la universidad, que influía en la educación secundaria no sólo creando un nuevo clima intelectual y político, sino, además, directamente a través de los Planteles de Aplicación “Guamán Poma de Ayala”, dependientes de la Facultad de Educación de la UNSCH y donde realizaban prácticas los estudiantes de esa facultad. Y muy cercanamente, a través, por ejemplo, de la academia preuniversitaria que dirigía la FUSCH, influida por el FER, que aglutinaba a los estudiantes izquierdistas. Allí morían los intentos de los restos de la elite tradicional para formar intelectualmente a las nuevas generaciones huamanguinas. Dice Víctor:

El cura Secco [dominico] intentó nuclear a los muchachos democristianos y adoctrinarlos. Para oponerse a la academia de preparación del FER, formó otra academia que funcionaba en el colegio Don Bosco. Ahí quisieron competir, pero los hicimos papilla. Porque además, cuando entraban a la universidad pasaban por el Ciclo Básico183 y esa era una trituradora [política].
Nuevos vientos soplaban entre los adolescentes huamanguinos. La “fracción roja” lo advirtió y destacó cuadros para el trabajo entre los secundarios. Ellos son los que impulsan la formación del FUESA. Por eso, cuando Odón afirma que los jóvenes huamanguinos “se le escapan” a Guzmán, su apreciación es exagerada. Lo que sí es cierto es que la “fracción” no priorizaba en esos momentos la lucha por la gratuidad, y que posiblemente por eso mismo no logró prever la dinámica que se desató cuando finalmente, el 13 de junio, los estudiantes del Mariscal Cáceres y del Guaman Poma se reunieron en el estadio “Leoncio Prado”, constituyeron el FUESA y declararon una huelga que prendió como reguero de pólvora. La medida adquirió tanta o más vitalidad que en Huanta. Lo reconoce el propio Wilber, huantino: “Sí, participan los barrios, pero quienes salen a la confrontación más directamente son los muchachos. Increíblemente, escolares con un nivel de audacia extraordinario. Desde esa fecha me sorprendieron”.

Es que la juventud huamanguina compartía muchos rasgos con sus vecinos de Huanta, pero tenía varias ventajas: era más numerosa y tenía el ejemplo de los universitarios en su propia casa. Desde el principio, la represión en Ayacucho fue más violenta. Y también lo fue la respuesta estudiantil. Así, el primer día de huelga, la policía hirió de gravedad a un estudiante, precipitando la participación del FDPA en el conflicto. Desde entonces, a diferencia de Huanta, donde luego del gran mitin del día 10 los estudiantes quedaron prácticamente solos hasta que entraron en escena los campesinos, en Ayacucho contaron con el apoyo sostenido de la población urbana en una lucha particularmente virulenta. Transcribimos el relato que hace Rafael Alarcón Tipe de los sucesos del viernes 20, víspera de la masacre. Él revela la intensidad, la furia diríamos, del movimiento estudiantil en Ayacucho:

A partir de las 13.30, cuando regresaban de su marcha por San Juan Bautista, los estudiantes entran en una franca lucha cuerpo a cuerpo con la policía [haciéndola retroceder] hasta la comisaría, donde son cercados por todos los lados sin tener escapatoria […]

La puerta de la comisaría y el camión de la GC [fueron] incendiados por los estudiantes. Al ver todo esto los policías, en un esfuerzo supremo, salen y apagan con extinguidores y costales húmedos la puerta y el camión. En este sofocamiento del fuego caen varios heridos de la policía, mientras que los estudiantes toman las principales arterias de la ciudad sin permitir que carro alguno transitara las calles […]

Ese día fue un total dominio de la ciudad por parte de los estudiantes y el pueblo hasta las diez de la noche, hora donde ya los estudiantes se encontraban agotados, semiasfixiados por tantas bombas lacrimógenas y con muchos heridos. Se retiraron entonces a sus domicilios y quedaron pequeños destacamentos en las esquinas para evitar que la policía salga a la calle. Pero la policía se organiza nuevamente y salen de tres locales. Avanzan a fuego de metralletas y bombas lacrimógenas y toman la ciudad casi sin resistencia. Los estudiantes se retiran lanzando piedras y bombas molotov, y desaparecen en la oscuridad de la noche. Así la policía toma la ciudad.184

Es muy posible que haya sido la violencia de esos enfrentamientos lo que decidiera a las autoridades a una ofensiva total, precipitando la redada que pocas horas después terminó con el apresamiento de la dirigencia en pleno del FDPA y provocó el estallido popular en la ciudad.

También en Huamanga los jóvenes fueron, pues, el detonante, los que estuvieron en la primera línea del enfrentamiento y los que pusieron la sangre: tres de los cuatro muertos del día 21 fueron estudiantes. Justo es decir que empalmaron con un pueblo organizado, que salió en su defensa de modo prácticamente unánime.


Las “compañeras indefensas”

El FUESA nació también como organización mayoritariamente masculina, si bien contaba en sus filas con algunas alumnas del colegio mixto “Guarnan Poma”. Pero encontró menos resistencia en su afán de incorporar a las jóvenes al movimiento. El propio día de su constitución, una vez realizada su asamblea general en el estadio, los alumnos declarados en huelga recorrieron la ciudad. Su objetivo final: el colegio de las Mercaderías. En el camino, pasaron por el local del Instituto Industrial Femenino Nº 43,

donde el secretario general y algunos dirigentes del FUESA pidieron a la directora que sus alumnas acataran la huelga […] La directora se negó, arguyendo que no tenía ninguna autorización ni orden de las autoridades educacionales para suspender las labores […] Los estudiantes presionaron y amenazaron [con] responsabilizar de todo lo que ocurriera en ese momento a la directora, que ante ese hecho […] se vio obligada a suspender las clases y soltar a sus alumnas, [que] marcharon juntamente con los estudiantes en huelga.185
El grado de coerción era significativo. Los manifestantes llegaron así al colegio de las monjas Mercaderías, donde la escena se repitió:

Una delegación […] entró donde la madre superiora a conversar sobre la huelga, quien comprendió y […] ordenó la salida de sus alumnas […] Luego, la madre directora donó la suma de 200 soles oro para los gastos de comunicados o volantes; y manifestó que estaba de acuerdo con la lucha de los secundarios.186
La multitud, a esas alturas mixta, continuó su marcha por la ciudad pero súbitamente fue agredida por la policía que: “sin mediar palabra alguna […] abrió fuego con bombas lacrimógenas y varazos”. Pero la policía se vio obligada a retroceder: “ante la furia de los estudiantes que atacaron por todos los flancos […] para defenderse y defender a sus compañeras indefensas, que se asfixiaban con los gases de las bombas lacrimógenas.”187

Es impresionante la transformación de las jóvenes, por cierto no siempre necesariamente progresiva: protegidas por sus compañeros varones en 1969, comandantes guerrilleras o integrantes de “comandos de aniquilamiento” veinte años después. En el intermedio, mucha agua corrió bajo los puentes. Por una parte está la experiencia de la universidad en la década de 1970; por otra, la voluntad de SL para formar a las militantes mujeres de determinada manera. Y así nos encontramos con el siguiente actor.


La participación femenina

El grado y las formas de participación femenina en los movimientos sociales están todavía en gran medida por estudiarse. En Ayacucho, una lectura muy incompleta y preliminar de los tres movimientos más importantes de la primera mitad del siglo XX, tanto urbanos como rurales, muestra que la mujer jugó un papel destacado, a veces clave, especialmente como detonador de las movilizaciones. Recordemos cómo el movimiento urbano de 1917 contra la introducción del papel moneda se inició a partir de una huelga de las vivanderas del mercado, que se negaron a aceptar los “chequecitos” de 50 centavos. Cinco años más tarde, el incremento de los arbitrios municipales desencadenó otra vez la protesta. Como vimos, seis mil pobladores de los barrios circundantes marcharon hacia el centro histórico de la ciudad. El redactor de La Hormiga hace el siguiente comentario:

Pero faltó a esas masas una dirección inteligente. ¿Qué clase de manifestación pretendieron realizar? […] ¿Deseaban protestar sobre los arbitrios […]? Bien, pero malogró ese intento justo y feliz la intervención femenina, desorientada, provocativa y nerviosa. Debió haber sido cuestión de hombres, mientras que las mujeres hubiesen quedado en casa, ultimando el almuerzo, un “meeting” masculino, previa autorización de la Prefectura […] no hubiera degenerado –estamos seguros– en ningún acto vandálico, sino que al contrario habría tenido lugar dentro del más perfecto orden, y se hubiese evitado, de esta manera, los sangrientos sucesos que han enlutado y dejado en la miseria varios hogares.188 [Subrayado nuestro.]
Pero si las mujeres se quedaban en la cocina como sugería La Hormiga, tal vez los hombres se hubieran quedado también en el taller, el negocio o la cantina y no hubiera habido ningún meeting. En todo caso, si para el cronista de La Hormiga la intervención de las mujeres resultó “desorientada, provocativa y nerviosa”, podríamos pensar, más bien, que en determinadas circunstancias ellas resultan más intransigentes y radicales que los varones. El antecedente de 1917 en la propia Huamanga, o episodios como el motín de las mujeres de Abancay, que José María Arguedas relata en su novela Los Ríos Profundos, refuerzan esta suposición. Las mujeres urbano-populares de Ayacucho tienen un perfil étnico y ocupacional muy semejante al de las que describe Arguedas, son cholas: pequeñas comerciantes, vivanderas, artesanas.189

Finalmente, en el movimiento campesino más importante de esos años, el de La Mar en 1923, las mujeres, en este caso ya no cholas sino indígenas, parecieran haber cumplido, también, el papel detonante. Una crónica aparecida en El Tiempo de Lima así lo hace constar:

El día 24 del mes próximo pasado [junio] se sublevaron las indias de los distritos de Anco y Chungui, quienes maltrataron de forma cruel e inhumana, dejándolos mortalmente heridos, al alcalde del distrito de Anco […] al jefe de la recaudación.190
De ser correctas las informaciones de El Tiempo, el movimiento de La Mar se habría iniciado, pues, con un estallido femenino. Durante la sublevación aprista de 1935, que implicó a sectores más netamente urbanos y mestizos, la participación femenina no parece haber sido relevante; pero en el segundo día de la huelga estudiantil de 1945 en el Vigil de Huanta, “se sumaron las estudiantes femeninas, quienes ingresaron al local portando víveres e improvisaron cocinas al aire libre dentro del propio colegio.”191

Ya en la década de 1960, las mujeres campesinas tomaron parte activa en los organismos de autodefensa de Pomacocha. En 1966, el Comité de Damas de esa comunidad logró ingresar por grupos al local del Congreso Nacional en Lima, donde presionó con éxito por la libertad de campesinos pomacochanos presos.192 En la ciudad, las vendedoras del mercado constituyeron desde un principio una de las bases más sólidas del FDPA. En 1969, ya hemos visto el ingreso de las escolares al movimiento, más fluido en Ayacucho que en Huanta. A su vez, las madres de familia, campesinas en Huanta y urbanas en Ayacucho, participaron de manera decidida y masiva en ambos lugares. Aracelio Castillo incluye una serie de lo que podríamos llamar “viñetas épicas” sobre esa participación. Entre otras:

La valiente actitud de las trabajadoras del mercado de Huamanga, que hasta osaron desarmar a la policía en defensa de sus hijas […] la osadía de la anciana que, con su honda, hizo entrar en repliegue en pleno fuego a la policía, cuando aún estaban humeantes las balas asesinas de un niño y de un padre de familia en San Juan Bautista […] la heroicidad de la también anciana Lozano, la primera victima en Huanta, que con gesto adusto increpó a los policías su conducta.193
Más allá del valor, queremos destacar dos aspectos. Por un lado, en algunos casos las mujeres llegan a ocupar ciertas posiciones de liderazgo. Es que en las movilizaciones o gestas colectivas, especialmente en sus momentos iniciales o decisivos, se abren espacios para nuevos protagonistas, la estructura se vuelve más porosa y pueden surgir líderes casi de la noche a la mañana. Así, en Huamanga: “Yo diría que como líderes han estado las mujeres, porque ellas salían por su cuenta a luchar.”194 Quien así se expresa es Bernardino, dirigente barrial huamanguino entrevistado por Castillo. Pero es en Huanta donde surge una lideresa con nombre propio. Según Castillo, ella es “la señora Aurora Alvarado […] campesina audaz, dinámica agitadora de masas de incisiva oratoria”. Abelardo, dirigente campesino, la recuerda como: “una de las valientes, la que tomó entusiasmo en los reclamos de los derechos que tenía el campesinado.”195

Por otro lado, un hecho acaecido el viernes 20 de junio en Ayacucho parece haber sido el eslabón clave que produjo ese día el tránsito de un enfrentamiento fundamentalmente estudiantil, a una movilización popular generalizada. En ese acontecimiento participan muchachas escolares y sus madres. Aquí el relato de Bernardino:

Bien, el día 20 yo estaba en el mercado central. Sucede que unas chicas habían ido con pintura en la mano donde las estudiantes de las Mercedes, que estaban recibiendo clases en forma oculta. Las chicas se dirigieron a decirles que eso estaba mal, que estaban rompiendo la huelga […] La policía [capturó] a varias chicas, pero otras entraron al mercado y a dos chicas, una de ellas hija de una carnicera y la otra hija de una que vende “molidos”, también las chaparon […] Entonces, al ver que dos policías chapaban a estas niñas, todas las madres corrieron y los tomaron presos a estos policías y les dijeron: ¡por qué las llevan a las niñas! Ellos contestaron: porque estaban haciendo desorden. Qué desorden están haciendo las niñas, en quechua dijeron. Están reclamando sus derechos, nosotros somos pobres, no podemos pagar. El gobierno está contra nosotras, dijeron las mujeres, pese a su ignorancia. […] Antes de esto todavía, se levantaron como cinco mujeres con sus cuchillos y se enfrentaron a los policías diciéndoles: ¡por qué las llevan a nuestras hijas! Bien, es ahí que hasta les quitaron sus armas, pero una mujer le dijo a otra: entrégales sus armas mejor, porque ésas son del gobierno. Entonces se las entregaron y los dos policías casi de escape se fueron. […] Luego las mujeres se han regresado a su trabajo. Cuando de repente, después de un rato, recibimos bombazos y cuando corrimos para escapar ya todas las cuatro puertas del mercado estaban cerradas y por las ventanas llovían las bombas lacrimógenas al mercado, cayéndoles a esas mujeres indefensas y los chiquitos que estaban allí estaban casi desmayándose. Es ahí que comenzó la lucha. Eso fue el día 20, más o menos a las diez de la mañana.196
La indignación provocada por esa brutal venganza policial, parece haber contribuido decisivamente a generalizar la lucha en la ciudad. Como el mismo Alarcón Tipe reconoce, ese fue: “el primer día en que todo el pueblo toma parte en la lucha, también las mujeres alcanzando piedras, prendiendo fogatas y auxiliando a los heridos y asfixiados.”197 Si la que Bernardino acaba de relatar fuera la secuencia correcta de los hechos, una vez más tendríamos a las mujeres actuando como detonantes de un estallido popular de envergadura.

La participación femenina suscita una de las primeras reflexiones en las ciencias sociales peruanas sobre el papel de la mujer en los movimientos sociales. En efecto, Aracelio Castillo les dedica un subcapítulo de su tesis: 5.3. “Participación de la mujer”. Allí, entre alabanzas retóricas [“hijas de la heroína ayacuchana María Parado de Bellido”, “¡intrépidas!, ¡pertinaces!, ¡solidarias hasta el sacrificio!”] y citas de Lenin y Stalin, se reconoce a la mujer “como categoría independiente, como fracción de clase, como grupo social con características definidas”, que tendría la posibilidad de “adquirir autodeterminación hasta ciertas fronteras, alcanzar el estatuto de verdadera categoría ontológica” y perfilarse: “como componente aparte dentro del complejo engranaje de las luchas populares.”198 El autor trata, además, de explicar las causas de esa singularidad femenina y esa combatividad “a veces más allá de la de los hombres”:

Una existencia brutal, sintiéndola cotidianamente como miseria económica, más allá de la que puede sentir el hombre, en la medida en que en nuestra sociedad es la mujer la que está más cerca de la administración familiar […] lo que le posibilita una percepción inmediata de la inadecuación entre necesidad y recurso, generando en su psiquis una tensión, un estado de ánimo explosivo […] El materialismo histórico denomina a dicha vivencia colectiva como la conciencia social oprimida. A ese elemento […] confluye otro, cual es, el que la campesina o la mujer semiproletarizada de la ciudad, participa activamente en las duras tareas de trabajo, sensibilizándose de que es a los pobres a los que les toca cargar con el más pesado trabajo social para sostener y sustentar el sistema.199
Castillo destaca en primer plano lo que hoy se conoce como “espacio privado”. Sólo en segundo término menciona la condición de trabajadoras (campesinas, semiproletarias). Se trata de una posición bastante avanzada para la época, aún cuando el autor, prisionero de un esquema marxista ortodoxo partidocéntrico, limite esa toma de conciencia femenina al calificarla de: “táctica […] imagen borrosa de su miseria […] instintiva”, sólo elaborable por el “núcleo-fuerza o partido de la clase obrera”, único que puede transformar a las mujeres en: “factor ineludible para el triunfo de la revolución, como dijera Lenin”.

Castillo reconoció la importancia de la mujer en su tesis. No fue el único. Paralelamente, otro protagonista del movimiento la comenzó a reconocer y asimilar a su manera a su práctica política. Era la “fracción roja”, que poco después de los sucesos de junio conformaría el PCP-SL. Ya a inicios de la década de 1970 encontramos a sus dirigentes estudiando intensivamente el tema a nivel teórico y conformando, poco después, el denominado “Movimiento Femenino Popular”. Pero ésa es otra historia.


El actor ausente: los señores

Durante las jornadas de junio, los jóvenes huelguistas avanzan sin encontrar mayor resistencia social. Como si estuvieran prácticamente solos en el campo de batalla, conformando su propio ejército, al cual ningún otro actor social sale a enfrentar. En efecto, muy pocos en Huanta o Ayacucho se declararon en contra del movimiento. Ello demostraba, por un lado, el grado de legitimidad alcanzado por el derecho a la educación secundaria universal y gratuita, instaurado en el país en 1953.


La oposición soterrada

La ausencia de oposición revela, por otro lado, cuán pronunciado era el eclipse señorial. Así, al describir la disposición de fuerzas sociales durante el movimiento, Aracelio Castillo trata de encajar la realidad en la ortodoxia marxista e imagina un “frente reaccionario” encabezado por los latifundistas.200 Pero no es capaz de presentar un solo indicio de participación terrateniente, y en la página siguiente debe reconocer que dicho sector: “no pudo constituir un grupo que resueltamente sirviera de contención del conflicto […] estaban de repliegue, un poco anonadados por lo que pudiera ocurrir y eclipsados de su suerte”.

Tampoco hubo organización política que osara oponerse, entre otras causas porque el movimiento se produjo a menos de un año del golpe militar que afectó a los dos partidos más importantes en la región: AP, gobernante, y APRA, probable ganador de las elecciones que hubieran debido realizarse en 1969. El general no tenía quién lo apoyara.

Pero si bien no existía oposición explícita, podemos advertir la incomodidad de los sectores conservadores ante un movimiento demasiado joven, plebeyo, campesino (en Huanta) y radical. Esa desazón se expresó principalmente en intentos por morigerar, diluir o desmontar el movimiento. Pero fue una lucha defensiva, que no podía decir su nombre. En algunos casos, cierta oposición se dio dentro del propio movimiento. Afirma Odón:

Yangali, que estudiaba conmigo y era aprista desde esa época, sí participaba.201 Pero siempre queriéndonos meter miedo: no hagamos esto, no hagamos lo otro, que nos van a reprimir. Una vez quisimos sacar en una marcha una pancarta de Mariátegui, con esa foto que está en los Siete ensayos.202 Y él dijo: entonces sacamos una de Haya. Nosotros dijimos ¡no! Finalmente salimos sin ninguna pancarta.
En Huanta, si bien apristas individuales mostraron cierto ánimo opositor: “a nivel del APRA no hubo declaración nunca, ni a favor ni en contra”, dice Fermín. En Ayacucho fue Próspero Núñez, director del periódico Paladín, quien verbalizó su oposición, por lo que el FDPA exigió su expulsión de la ciudad durante el mitin del día 17. Pero Núñez era más bien acciopopulista. La oposición al movimiento no se expresó entonces dentro de marcos estrictamente partidarios; ella abarca algo tal vez más amplio pero más etéreo: los sectores “tradicionales”. Así, según Víctor, “Núñez de Paladín sería el político tradicional del sector medio ayacuchano, que se enfrenta a la izquierda de la universidad”.

El tipo de oposición al movimiento, débil y vacilante, se reveló quizás de manera más cabal en la actitud del presidente de las Asociaciones de Padres de Familia de Huanta, “conocido aprista”, según Narración. A la mañana siguiente de iniciada la huelga, le expresó su apoyo, pero esa misma tarde reunió una asamblea y se pronunció en contra: “sólo para ser desconocido al día siguiente por otra asamblea más numerosa que lo declara traidor”. Desplazados de una de sus pocas ubicaciones destacadas, los opositores actuaron tras bambalinas. En los comunicados de las alumnas y luego de las ex alumnas del María Auxiliadora, por ejemplo, participaron esposos y/o parientes de las profesoras. Dice Odón:

La pluma que redactaba era del abogado NN, que siempre estuvo en contra […] Ahora, los apristas como militantes no se pronuncian […] lo que hacen es una defensa familiar. La esposa de NN, por ejemplo, era profesora o incluso directora sí, y su hermana también era profesora.
Cabe precisar que el APRA era para entonces el partido ligado a los sectores más tradicionales y reaccionarios de la región, mientras que AP sustentaba posiciones reformistas más avanzadas, especialmente en Huamanga. Del APRA, por el contrario: “se dice que fueron incluso delatores, que se juntaron con otros apristas o ex apristas para hacer una lista de nombres y denunciar”. Esta versión, que Odón ha conservado en la memoria por veinte años, parece haberse difundido extensamente por la ciudad, tal vez sobredimensionada por el antiaprismo tan extendido entonces. Narración, que por lo demás ve “soplones” por doquier, también la recoge. Pero más que dilucidar dónde termina el antiaprismo y dónde comienza la verdad, nos interesa destacar que la oposición al movimiento fue mayormente soterrada y, en todo caso, más familiar o social que partidaria. Esto dejaba a los huelguistas enfrentados directamente a los aparatos, tanto administrativos como represivos, del estado.


El clero

Y como en un manual, o en un laboratorio, el lado represivo y colonial del estado encontró su casi único aliado en la religión tradicional: “en contra estaban las beatas. En Huanta hay un sector fuerte de beatas que van a misa todos los días, son muy reaccionarias. Esos sectores estaban en contra”. Antes de pensar en “latifundistas” o en “apristas”, cuando se le pregunta quiénes se oponían al movimiento, Odón piensa en “las beatas”.

Esta iba a ser una constante en el Ayacucho de la década de 1960 e incluso principios de los setenta. Ante el retroceso de los sectores dominantes tradicionales y el vacío ideológico y político, fue el clero el que dio la lucha por las causas conservadoras, en grado mayor que en otras partes del país. Algunos en Ayacucho, como Víctor, recuerdan todavía los enfrentamientos que se producían durante la década de 1960 entre la radio del arzobispado y la de la universidad, que nunca consiguió permiso definitivo de funcionamiento y acabó clausurada luego de las acciones armadas de 1965. Y las procesiones:

Semana Santa era el momento de su venganza. Todo era pecado. En la esquina de la universidad ponían su micrófono y hablaban […] de los que quieren atacar la tradición cristiana del pueblo de Ayacucho, de los que atontan contra la fe, de los que han venido a aprovecharse. La iglesia buscaba identificar su mensaje con Ayacucho, con la ingenuidad y la bondad del pueblo de Ayacucho […] y atacaba a los foráneos que aprovechándose de esa ingenuidad habían llegado a la universidad.
Esa presencia eclesial en primer plano alcanzó su cota más alta con la fundación, en 1967, de la efímera Universidad Católica de Ayacucho. Se trataba de un clero al cual no inmutaban los cambios producidos por el Concilio Vaticano II. Era mayoritariamente reaccionario, “feudal”, no sólo por razones ideológicas sino por intereses económicos muy concretos. Contando los fundos de diversos monasterios y las cofradías de los ríos Pampas y Ccaracha, que fortalecían la economía del obispado, la iglesia era sin duda el último de los grandes terratenientes en Ayacucho.

Al reseñar el conflicto de Pomacocha, no mencionamos un hecho que revela el grado de compromiso militante de la iglesia ayacuchana con el sistema terrateniente imperante. Cuando comenzó a tomar cuerpo la protesta campesina, el monasterio de Santa Clara nombró como administrador de la hacienda a un doctor sacerdote. La tensión bajó, pero por muy poco tiempo, pues, según Ortiz, con el nuevo administrador se incrementó la renta en trabajo, especies y dinero, al punto que los campesinos no tenían tiempo de sembrar sus parcelas. Además, el doctor: “abusaba de las mujeres solteras y viudas”.203 Cuando arreció la presión campesina, el monasterio cedió al obispado de Ayacucho un sector de las mejores tierras, en las que habitaban ciento cincuenta familias. Tal vez las monjas trataban de desviar la atención o confiaban en que la autoridad de la iglesia pudiera desarticular el movimiento. Pero en vez de apaciguar los ánimos, la cesión los enardeció. Los campesinos se resistieron a la maniobra. Entonces, en las fiestas patrias de 1960, el propio obispo envió quince seminaristas, a órdenes de un sacerdote, para que tomaran posesión pacífica de las tierras cedidas. Portando picos y lampas, los novicios comenzaron a trabajar las tierras. Los comuneros les dieron una hora para desalojarlas. Cura y seminaristas, desafiantes, hicieron caso omiso del ultimátum. Vencido el plazo, fueron rodeados por las mujeres de la comunidad: picos y lampas volaron por los aires.204 Dos meses después, los campesinos ocupaban todas las tierras de la hacienda y expulsaban al repudiado administrador.

Este contexto ayuda a explicar el papel de la religión y de la iglesia en el movimiento de 1969. En Huanta, la oposición a la huelga terminó expresando sus argumentos, en buena medida, en términos religiosos, a través de la defensa de las monjas del María Auxiliadora. En Ayacucho, el periódico Paladín contó con apoyo explícito de sectores de la iglesia, especialmente los dominicos. Además, según Narración, durante el mitin del 17 de junio el clero habría permitido que se coloquen ametralladoras y refuerzos policiales en las torres de varias iglesias, sin embargo, Wilber declara que ese hecho no le consta.

Por cierto, no todo el clero de la región adoptó esas posiciones. En 1968, cuando los estudiantes del Vigil realizaban sus elecciones estudiantiles y luchaban contra la disciplina feudal, Odón recuerda un cura que: “nos ve con buenos ojos… nos dice: está bien carajo, tienen que andar con cierto cuidado”. En Ayacucho, durante el movimiento de 1969, las Mercedarias mostraron una actitud más flexible ante las presiones de los estudiantes huelguistas. Luego de la masacre, los padres de familia pidieron al obispado, y lograron, que las campanas de las treinta y tres iglesias de Ayacucho repicaran durante el entierro de las víctimas.205 En esa ocasión, el obispo ofició en la catedral una misa de réquiem ante “una impresionante multitud que se volcó a la Plaza de Armas”.206 Pero pocos días después de la masacre y cuando la ciudad se encontraba todavía ocupada por los sinchis y era sobrevolada por aviones y helicópteros, el jefe militar asistía como invitado de honor al banquete de cumpleaños del arzobispo.207


Los sectores medios

En los momentos culminantes del enfrentamiento, cuando según los análisis marxistas ortodoxos se alcanzaría el punto máximo de polarización y desaparecería el centro, precisamente entonces afloraron por primera vez de manera organizada sectores intermedios cuya actuación en todo caso había sido hasta entonces bloqueada o sobrepasada por los polos del enfrentamiento. Se trató de los profesionales liberales agrupados en la filial ayacuchana de la CIPUL, que el día mismo de la masacre logró pactar una tregua con el coronel jefe militar de la plaza. Tanto Castillo como Narración los ven como advenedizos y sus recelos son en cierta medida legítimos. Porque podría pensarse que quienes se sentían oprimidos por el radicalismo plebeyo del FDPA, aprovecharon de su descabezamiento en vísperas del estallido para tratar de convertirse en interlocutores a nombre del pueblo ayacuchano. Pero no se trataba de opositores frontales del movimiento. Acerca de la CIPUL, dice Víctor:

Yo me acuerdo perfectamente de eso… Ahí no había tanto aprismo o belaundismo. Era que todo el mundo estaba asustado. Lógicamente. Porque las bolas eran grandes, se hablaba de una matanza terrible… Entonces sale la CIPUL. No canalizan su negociación vía FDPA tal vez porque los dirigentes ya estaban presos. En todo caso, no eran de izquierda pero [más que de derecha] eran gente “decente”, que bien difícil que no creyeran en su palabra de negociación. […] Hasta podía haber gente de izquierda, progresistas, pero eran el boticario, el ingeniero, la clase media ayacuchana que decía: hay que parar esto. Me acuerdo del propio Efraín Morote [ex rector de la UNSCH] diciendo: hay que hacer algo, hagamos algo para impedir esto.
Si retrocedemos en la historia regional, veremos que no fue la primera vez que en los momentos más intensos de enfrentamiento social, surgían fuerzas que buscaban evitar o detener la violencia. Durante el movimiento de La Mar en 1923, cuando: “los indios, en número de tres mil, se dirigieron a la capital de la provincia […] salieron a su encuentro las señoras de San Miguel con crucifijos y pidiéndoles no fuesen a hacer nada contra los habitantes.”208

Años más tarde, durante la sublevación aprista de 1934, “un grupo de comerciantes” intercedió para que los guardias se rindieran ante los sublevados y evitaran “el sacrificio de sus pocos hombres y mayor derramamiento de sangre”. Esos mismos “comerciantes extranjeros” (Ishikawa, Copello, Chiarella) garantizaron la seguridad del prefecto y demás autoridades presas.209

La diferencia es que en este caso ya no son personajes “marginales” (señoras) o externos (extranjeros), sino las nuevas capas medias, que nunca tuvieron una clara oportunidad de tentar la hegemonía en Ayacucho pues en la década de 1960, que debió ver su despegue, fueron rápidamente rebasadas por los sectores populares y la izquierda. Estos contaron con un factor de peso desmesurado, que inclinó definitivamente la balanza a su favor: la universidad.

Los sectores medios se identificaron en buena medida con AP, que ganó las elecciones municipales de 1963 y 1966 en Ayacucho, y que se ubicaba, por entonces, bastante hacia la izquierda del espectro político. Así, cuando el primer ministro conservador Pedro Beltrán visitó Ayacucho en 1961, se organizó un mitin de repudio en el cual, junto a los jóvenes del FER: “estaban los dirigentes de AP”.210 En las elecciones nacionales de 1963, el Partido Comunista votó por la alianza de AP con la Democracia Cristiana, lo cual se tradujo en ciertas buenas relaciones entre las bases ayacuchanas de esos partidos. Luego en 1964, durante el congreso de constitución de la Federación de Barrios: “mientras el APRA presenta una actitud ‘desesperada’ para controlar la Federación, AP no lo hace igual”. Eso permite: “el triunfo de la posición democrática y su control y hegemonía en la dirección”.211

El distanciamiento entre AP y la izquierda ayacuchana se inició a raíz de la formación del FDPA. Como lo reconocen francamente Ramos y Loli, la constitución del FDPA: “como en el caso de la Federación de Barrios, surge por iniciativa de personas demoliberales, pero sin mayor éxito, por el contrario, son desplazados.”212 Sucedió que hacia 1966, cuando se agudizaron los problemas en el nuevo Hospital General de la ciudad, fue un belaundista, Próspero Núñez, director de Paladín y presidente de una tradicional institución ayacuchana, la “Sociedad de Obreros y Artesanos 9 de Diciembre”, quien decidió convocar desde ese cargo al conjunto de instituciones de Ayacucho para reorganizar el hospital y conformar tal vez un Comité de Defensa de Ayacucho. La Federación de Barrios decidió asistir a la convocatoria, y en agitada reunión le volteó la correlación al director de Paladín. Desde entonces, es élla la que orienta la constitución del Frente (y no de un simple comité). Los delegados de la Federación de Barrios contaban a su favor con un nuevo problema que concitaba una atención más amplia que la reorganización del hospital: el de las rentas de la universidad.

Allí se gestó posiblemente la animadversión de Próspero Núñez al FDPA, que lo llevó a convertirse en “delator” y paria durante el movimiento de 1969. Pero Núñez no estaba entre los principales líderes populistas ayacuchanos. En toda una primera etapa, el FDPA siguió contando, como ya mencionamos, con la participación de sectores medios, cercanos a AP. De acuerdo a Ramos y Loli, la composición inicial: “fue disgregándose por la falta de una lucha que favorezca a las cuatro clases que componen el pueblo”.213 Este hecho, “grave pero explicable” según ellos, se debería a que “la plataforma del Frente […] se circunscribía sólo a algunos sectores de las masas y soslayaba a otros”. Pero ésa no parece haber sido razón suficiente, porque la plataforma tenía un indiscutible punto consensual: la defensa de la universidad.

En realidad, la ruptura parece haberse ahondado definitivamente cuando en 1967 el FDPA decidió auspiciar una lista en las elecciones municipales de ese año: el Movimiento Popular Ayacuchano. No están claros los propósitos del Frente, y de la “fracción roja” que influía en él, para presentarse a las elecciones. Pero, de facto, lo que hicieron fue partidarizar el gremio, poniendo en peligro su carácter de frente amplio. En efecto, la nueva lista debía recolectar firmas para inscribirse y, de esa forma, entró en conflicto con AP, porque de los partidos legalmente reconocidos, eran los populistas los más propensos a firmar por los candidatos auspiciados por el Frente. Finalmente, el Movimiento Popular Ayacuchano obtuvo una regular votación, que le permitió elegir dos concejales, pero ocupó el tercer lugar detrás de AP y del APRA, es decir, no llegó a traducir cabalmente su influencia social en adhesión política. Lo que es más grave, al romper el carácter de frente amplio del FDPA, aceleró el alejamiento de sectores medios independientes o vinculados a AP. Desde el punto de vista sectario de la “fracción roja”, Ramos y Loli lo entienden exactamente al revés y celebran el estrechamiento del Frente:

Estas elecciones trajeron como consecuencia la polarización o, mejor dicho, el inicio del aislamiento de las posiciones demoliberales, porque la campaña implicaba lucha y deslinde […] Lo positivo de la participación fue que sirvió de tribuna de desenmascaramiento, movilización y politización de sectores populares. Por otra parte, (y esto es incontrovertible) comienza el resquebrajamiento de las organizaciones controladas por los demoliberales y su influencia en el seno del Frente. Este deterioro se manifiesta, fundamentalmente, en el autoaislamiento gradual y, más tarde, en el retiro del seno de la Federación de Barrios, de las mencionadas organizaciones controladas por la reacción.214
Las repercusiones negativas de ese alejamiento se iban a notar recién en la siguiente década porque, en esos tiempos, el frente vivía sus horas más gloriosas.

Por eso, en 1969 los sectores medios aparecen por fuera de un FDPA mucho más estrechamente popular. Pero, cuando deciden actuar, lo hacen también por fuera de cualquier marco partidario, escudados en otro organismo gremial. La vigencia de la CIPUL, sin embargo, fue efímera. Luego de pactar la tregua, pidió que los muertos fueran velados en la municipalidad, pero de todos modos se velaron en el local del FDPA. Incluso con su dirigencia en prisión, el FDPA conservaba su legitimidad al tope. Poco después, según el enviado especial de Expreso: “La CIPUL […] cesó en sus funciones al no poder controlar las actividades de los dirigentes del FDPA, más radicales, que encabezan el movimiento”.215

Reconociendo el contenido centrista, algunos dirían “oportunista”, de la actuación de la CIPUL, es necesario resaltar un rasgo de la cultura política de quienes han analizado este movimiento. Para ellos, la polarización en blanco y negro es la situación ideal y, por tanto, cualquier posición intermedia resulta incómoda, “complicada”, y cualquier negociación negativa, sirve en el mejor de los casos para que las masas aprendan sobre su inutilidad. Esto resulta muy nítido cuando Ramos y Loli incluyen a AP, por entonces reformista, como parte de “la reacción”. La misma actitud se advierte en la evaluación que hace Sendero Luminoso del movimiento. Semejante visión la comparte asimismo Aracelio Castillo, para el cual, incluso la presencia de funcionarios del Ministerio de Educación en los días previos a la masacre resultaba condenable pues trataban de cumplir: “el papel de ‘conciliador’, ‘negociador’, cuando en verdad su rol era el de ‘bombero’ para apagar la ‘chispa’ que ya amenazaba a extenderse a la ‘pradera’.”216 La aparición de la CIPUL es para él parte de: “la acción alienante de las otras vertientes ideológicas […] amamantadas en la clase dominante”, que aparecen “para complicar la cosa”, produciendo “los más complicados enmarañamientos ideológicos.”217

Recién en 1976, esos mismos sectores medios, reforzados por el crecimiento del estado en la zona durante el gobierno militar, encabezaron la lucha por convertir a Ayacucho en cabeza de región, dentro de un proceso de regionalización que nunca llegó a hacerse realidad. Entonces desplazaron, por primera y única vez, a un FDPA por esos tiempos ya en franca decadencia.



EL MOVIMIENTO DE 1968 Y SENDERO LUMINOSO


Un nuevo actor político


Los inicios de la izquierda ayacuchana

Desde por lo menos 1936 existía en Huanta un comité local del Partido Comunista Peruano, formado sobre la base del grupo de liberales radicales que en las primeras décadas del siglo encabezara don Manuel Urbina.218 Durante largo tiempo, esa izquierda primigenia, que tenía presencia más o menos importante en las escasas coyunturas electorales, fue proporcionalmente más numerosa en Huanta que en Huamanga. Su mayor demostración de fuerzas tuvo lugar durante la apertura democrática de 1945, cuando apoyó como candidato a diputado por la provincial al doctor Oswaldo N. Regal, primer director del “González Vigil” (1933-37).219 Por esos años, Huanta se convirtió en la sede del Comité Regional ayacuchano del PCP.220

La reapertura de la universidad en 1959 trastocó los pesos relativos dentro de la izquierda regional, en detrimento de Huanta. El predominio de Huamanga se consolidó cuando en 1963 Abimael Guzmán llegó a esa base y constituyó la “fracción roja” dentro del PCP, tensionado desde principios de esa década por las repercusiones de la polémica chino-soviética. En enero de 1964, luego de su IV Conferencia Nacional, el PCP se escindió en una fracción prosoviética y otra prochina o maoísta, que desde entonces fueron distinguidas por los nombres de sus respectivos periódicos: Unidad y Bandera Roja. El PCP-Unidad conservó la casi totalidad del trabajo sindical, urbano y minero; en el PCP-Bandera Roja, prochino, quedó poco más de la mitad de la militancia y prácticamente todo el trabajo campesino. Perú fue uno de los pocos países de América Latina donde sucedió algo semejante.

No es nuestro propósito hacer una historia detallada del PC ayacuchano. Bástenos señalar que el Comité Regional (CR) “José Carlos Mariátegui” se alineó con Bandera Roja, que en noviembre de 1965 celebró su V Conferencia Nacional, hito importante en la configuración del maoísmo en el Perú.221 Poco después, Guzmán salió de Ayacucho. Fue posiblemente entonces que viajó a la República Popular China.222 No podía dejar de sentirse satisfecho. Bajo su dirección, el CR había logrado hegemonía en el FER y en la FUSCH y había impulsado la creación de la Federación de Barrios y del FDPA. Pero cuando regresa en 1968, encuentra su reino en tanto desorden como Ulises cuando retornó a Itaca: Bandera Roja estaba a punto de estallar.


“Liquidadores” vs. “oportunistas”

El secretario general del PCP-Bandera Roja era el abogado Saturnino Paredes, asesor legal de organizaciones campesinas, que había jugado un papel importante en la fundación de la CCP en 1947. Por su trayectoria, era previsible que fuera colocado a la cabeza de la fracción maoísta, que otorgaba al campesinado un papel crucial en la revolución. Pero luego de la escisión, Paredes, una figura carente en absoluto de lustre, resultó rápidamente rebasado por el crecimiento aluvional del maoísmo, especialmente entre la juventud universitaria del país. Fue precisamente el Buró de la Juventud Comunista de Bandera Roja, el que inició la lucha interna contra Paredes. Un sector de los jóvenes, que conformaría poco después el PCP-Patria Roja, le pidió a Guzmán que los encabezara, pero él no aceptó. Tal vez eran demasiado heterodoxos para su gusto. Tal vez excesivamente independientes, un núcleo demasiado denso y homogéneo como para ser controlado fácilmente: podía terminar convertido en una figura decorativa carente de poder. Tal vez sentía que el apoyo juvenil no era unánime, pues también se levantaban voces en su contra: ¡cómo un profesor universitario podía ser el responsable de la Comisión Nacional Militar del Partido!223 Según algunos, la negativa obedeció a otros cálculos: Guzmán concluyó que, dada su mayor capacidad ideológica y política, quedándose con Paredes podía terminar absorbiéndolo. Miguel Gutiérrez, por su parte, recoge lo que parece ser el punto de vista de Guzmán sobre esos mismos acontecimientos:

Parte de la Juventud Comunista […] le plantea a Abimael Guzmán que comande un golpe interno contra Saturnino Paredes o bien formar otro partido. Guzmán los escucha y los encuentra influidos por la teoría del “foquismo” y las ideas de Régis Debray, pero sobre todo percibe sus imposturas, más las deformaciones del radicalismo verbal de la pequeña burguesía. No, todavía no es tiempo de enfrentar ideológica y políticamente a Saturnino Paredes y a su clan de mercenarios… primero, entonces, había que hacer un deslinde radical con la Juventud que venía actuando políticamente en forma independiente.224
Sin embargo, una vez que Patria Roja se escinde de Bandera Roja en 1968, cuando Saturnino y Abimael quedan solos en primer plano para la confrontación final, Paredes tira el tablero. Consciente de su fortaleza inmediata pero también de su debilidad en el mediano plazo, sabe que no puede dar la lucha respetando la legalidad partidaria y comienza a “cerrarle el partido” a Guzmán quien, por el contrario, sabedor de su debilidad en el corto plazo y de su potencial, trata de evitar la ruptura, respetando la institucionalidad de Bandera Roja y reconociendo a Paredes como secretario general. Pero pagado ya el costo de la escisión de Patria Roja, a Paredes le resultaba imposible aceptar ser devorado lentamente por Guzmán. Por eso optó por una táctica rupturista, “liquidadora” según sus oponentes, a los que Saturnino acusa por su parte de “oportunistas” y “ocultistas”.

Es indudable que la ausencia de Guzmán en los inicios del enfrentamiento facilitó el éxito de Paredes, quien logró imponer su táctica con relativa rapidez de modo que, salvo Ayacucho, el costo inmediato de la nueva división consumada entre fines de 1969 y febrero de 1970, no le resultó muy alto. Pero para alcanzar su pírrica victoria, tuvo que desencadenar una verdadera “guerra sucia” partidaria. Así, violando flagrantemente las tradiciones de los grupos clandestinos, los partidarios de Paredes revelaron el “nombre de guerra” de Guzmán. Miguel Gutiérrez se refiere así a ese episodio:225

Ante la carencia de ideas y la orfandad ideológico-política de Paredes y sus hombres, deciden éstos dar un golpe de mano saqueando toda la infraestructura con que contaba el Partido, mientras pintan las paredes de la ciudad de Huamanga señalando la militancia partidaria (con sus respectivos seudónimos) de Guzmán y otros que conformaban la izquierda del PCP, acción que constituyó una incalificable delación.226
La batalla final de esa guerra tuvo lugar en pleno territorio de la “fracción roja”, durante el congreso de la Federación Departamental de Comunidades y Campesinos de Ayacucho (FEDCCA), celebrado en Ayacucho en diciembre de 1969. Allí, atrincherada en su única base, la Federación Provincial de Campesinos de Huamanga, la fracción dio la lucha contra los paredistas, pero resultó derrotada aún cuando contaba con el apoyo del FDPA. El congreso acordó que: “se declare como zona de reforma agraria al departamento de Ayacucho, especialmente a las provincias de Huamanga, Cangallo, La Mar y Huanta”.227 ¡Capitulación!, exclamaron los partidarios de Guzmán, pero la FEDCCA quedó en manos de Paredes, al cual, en verdad, no le sirvió de mucho.

Sellada su derrota en Bandera Roja, Guzmán se volcó a construir una nueva alternativa maoísta: Sendero Luminoso.228 Así lo hace constar: “Después de la expulsión de Paredes, y luego de dos encarcelamientos, Abimael Guzmán, con el partido muy mermado y sin recursos, empezaría el arduo trabajo desde las bases mismas en pro de la reconstrucción del partido”.229

El costo que tuvo que pagar fue verse reducido, durante buena parte de la década de 1970, a ser cabeza de una fuerza política regional, con presencia importante sólo en Ayacucho y con apenas algunos núcleos mínimos en Lima y otros pocos lugares. La dimensión de su derrota hacia 1970 realza los avances que SL inició una década después.

El movimiento por la gratuidad de la enseñanza tuvo lugar en los momentos culminantes del enfrentamiento entre Guzmán y Paredes. Ubicarlo en ese contexto permite atar muchos cabos hasta este momento sueltos en nuestro relato. Explica, por ejemplo, la soledad de los jóvenes huantinos y el retraso de sus pares huamanguinos en plegarse a la lucha.


Los jóvenes huantinos y el PCP

En los últimos años de la década de 1960 y hacia principios de la de 1970 se construyó en San Cristóbal un núcleo de estudiantes huantinos muy destacados académica y políticamente. Varios de ellos fueron militantes o estuvieron cercanos al PCP-Bandera Roja, y durante la lucha interna que nos ocupa, si bien no se alinearon definitivamente con Paredes, estuvieron en contra de la dirección regional con sede en Ayacucho. ¿En qué medida esa oposición expresaba antiguas rivalidades entre las dos provincias? De primera intención, esa posibilidad es negada por Fermín, quien define así las bases de su discrepancia:

Nos choca un poco el verticalismo, y luego la pleitesía a Guzmán. No compartimos ese criterio, exigimos un nivel de participación mayor en el debate de documentos programáticos y en plena lucha interna pedimos que baje gente del “Túpac”, que venga gente
de “Estrella”, para informarnos del real nivel del debate.230

En la base de esa actitud estarían, según el mismo Fermín: un cierto nivel de trabajo campesino, un cierto nivel teórico de algunos de los jóvenes, lo que les da “una cierta confianza un poco mayor que la de nuestros compañeros de Huamanga, que aparecían con una única experiencia previa: la del Comité Regional”. Sin embargo, Wilber admite que los dirigentes máximos del Comité Regional: “nos ironizan, nos dicen: ustedes son marxistas, leninistas, maoístas… pero huantinos. Como diciendo que no había puntos teóricos programáticos para una separación”. Los cierto es que, en ausencia de Guzmán, los universitarios huantinos encontraron apoyo para reforzar sus pretensiones de independencia en un catedrático. Dice Víctor:

Aracelio Castillo era militante de Bandera Roja. Llega a Ayacucho cuando Guzmán no está [1966]. Se suponía que él era el ideólogo, el que lo venía a remplazar. Pero las diferencias eran notorias. Aracelio era más apagado. Pero era más humano en ciertas cosas. Guzmán era más profesor de las alturas. En cambio Aracelio se metió a ser un profesor más común. […] Él se alínea con los huantinos, que aparte del entorno de Guzmán eran el único sector más o menos intelectual que había dentro del mundo de Bandera Roja […] Aracelio tenía una gran cantidad de libros, gran cantidad. Era el intelectual de Bandera Roja, era piurano.
En 1968, a través del FER y venciendo ciertas reticencias de la dirección regional, los huantinos accedieron a la presidencia de la FUSCH en la persona de su más destacado representante: José Coronel. La presencia en la FUSCH los cohesionó como núcleo, les permitió expandir su influencia entre los estudiantes secundarios de su ciudad natal y los llevó a quebrantar uno de los mandamientos capitales del marxismo-leninismo. En efecto, los huantinos formaron: “un nivel de organización que intentó ser partidario, pero no fue reconocido por Guzmán y su grupo.”¿Por qué? Al principio Fermín insiste en la “actitud más cuestionadora, más dinámica, más autónoma…” de los huantinos, y en el autoritarismo de la dirección regional. Mas luego debe reconocer que el núcleo huantino: “se autoconstruyó en comité local, en contradicción a todos los procedimientos… y luego informó, porque si lo construían ellos [el CR], lo construían a su gusto”.

Según Fermín, esa independencia les resultó beneficiosa: “Por ese mismo hecho de verse obligados a decidir cosas […] el núcleo llegó a tener una capacidad mayor de análisis, de decisión, que si hubiera sido simplemente una correa de transmisión como querían ellos”. Pero, como veremos, esa misma independencia terminó siendo en el mediano plazo la debilidad del grupo huantino, que adoptó el nombre de Comité Local “Lenin”.


La lucha interna en Bandera Roja y el movimiento estudiantil en Huamanga

La aguda lucha interna en Bandera Roja explica también la demora de los secundarios huamanguinos en plegarse al movimiento. En efecto, la huelga estudiantil no constituía la primera prioridad para la “fracción roja”, pues Paredes había desatado una ofensiva nacional contra ella. “El retorno de Álvaro a la base de Huamanga generó recelo en Saturnino.231 Él sabía que le tenían pleitesía allí”. A su vez, sigue Fermín, Abimael Guzmán

estaba desesperado con el intento de liquidarlo que tenía Saturnino, cuando recién hacía menos de un año que había regresado a Ayacucho. Estaba en otra dinámica, peleando con gente que lo apoyaba acá en el Comité Regional de Lima, buscando neutralizar al Comité “Túpac Amaru” del Cusco, al de Arequipa, Cajamarca. Lo de Huanta era en la escala quinta, sexta de su interés, ¿no? Ni lo pensaba. En todo caso una lucha reivindicativa más… no estaba en su programa […] no le pone fuerza […] ninguna fuerza.
Por eso en Ayacucho los movimientos iniciales fueron muy reducidos. Recién cuando la policía ataca la manifestación del 13 de junio, las bases barriales se movilizan y se dirigen en masa a la Plaza de Armas y, en palabras de Wilber,

lo llevan en vilo a la dirigencia del FDPA. Aún ahí, la orden de Álvaro era detener eso. Máximo Cárdenas señaló que se debían cumplir las etapas del trámite del memorial a la Prefectura y al ministerio. Y cuando planteamos lo contrario se nos acusó de provocadores. Se nos impidió hablar en esa reunión con el prefecto. Recién ahí estaba el celo de ellos por controlar el megáfono, por controlar la marcha. […] Querían apropiarse de todo, ¿no?, dar las órdenes de quién no hablaba, quién sí hablaba. Sin embargo no pudieron, en la manifestación misma sacamos megáfonos paralelos.
Y así, ese día presenciamos la hoy insólita figura de SL desbordado por la izquierda, jugando el papel de ala moderada y legalista, tal como se desprende de la propia versión de Ramos y Loli, identificados con la línea que imprimía la dirección del comité regional:232

En la propia movilización [del 13] hay gentes que cometen actos vandálicos como apedrear las casas comerciales, el Hotel de Turistas. Esto no era, ni mucho menos, una forma correcta de lucha… y con mayor razón si ésta se encontraba en sus inicios, puesto que apuntaban a hacerla “abortar”. […] El fondo de este fenómeno lo podemos encontrar en la lucha interna que estaba desarrollándose en el seno del PCP […] una posición planteaba madurar las condiciones y generalizar la lucha a nivel regional y nacional, para lo que, por cierto, existían ya condiciones óptimas; mientras que la otra posición cambiaba las orientaciones aceptadas en la asamblea del FDPA, tratando de dirigirlo en beneficio de su propia facción, llevando a las masas al enfrentamiento con las fuerzas policiales, lo que conducía necesariamente a propiciar una represión reaccionaria que, materialmente, “descabezaría” al movimiento.233
Aún después del gigantesco mitin del día 17 y de los graves incidentes en el mercado central y en toda la ciudad el viernes 20, la dirección regional, ensimismada en sus problemas internos, parece haber seguido subestimando la magnitud y la potencialidad del movimiento y, por tanto, el peligro de una represión general. De otra forma no se entiende que, la madrugada siguiente, cayeran detenidos, al decir de Víctor, “saliendo precisamente de una reunión partidaria.”

Desde el otro lado de la trinchera de lucha interna, Aracelio Castillo vive su hora de triunfo. Tres años más tarde, nos ofrece su versión escrita sobre las: “dos corrientes venidas de un mismo puquial que se disputaron la dirección del movimiento”. Según él, hay algo que no admite réplica: “la paternidad de la iniciativa le correspondió al grupo de Huanta”.234 Desde el flanco izquierdo, descarga sus más pesadas baterías contra el grupo de Ayacucho y concluye con un conjunto de críticas que reproducimos porque apuntan contra una característica que, con avances y retrocesos, fue acentuándose en SL durante la siguiente década, hasta perfilar la organización que hoy conocemos. Nos referimos al “ocultismo”:235

El pueblo […] censuró […] a los “economicistas” que prefieren el “ocultismo y secretismo” sin arriesgar la politización de las masas y su movilización; reprochó, asimismo, a los que rehuyen el trabajo legal, el trabajo de masas […] con el argumento de la “clandestinización”, no de la “fuerza-núcleo” [partido] que esto es lógico, sino de los organismos populares de carácter reivindicativo.236
La redada del 21 de junio probó que, en efecto, a la “fracción roja” el movimiento le estalló en las manos como un petardo, que no lo había planificado ni logró dirigirlo cabalmente. Sin embargo, aunque remoloneando, participó en él y sus miembros terminaron sufriendo prisión o enfrentándose en las calles contra las fuerzas represivas. Cabe entonces preguntarse si, a pesar de lo que afirman sus adversarios, SL extrajo enseñanzas del movimiento; si así fue cuáles fueron; y si los sucesos de junio alteraron la correlación política de fuerzas dentro de la izquierda en la región. A responder estas preguntas dedicaremos los siguientes capítulos.


Cómo Sendero Luminoso se apoderó del movimiento del 69

¿Extrajo Sendero Luminoso enseñanzas del movimiento de 1969? Wilber no lo cree:

¿Álvaro asimila esa lección? Dudo, dudo. Sí se impresionó, asistió a algunas de las manifestaciones, pero quien observaba era su esposa [Augusta Latorre], cada sesión, cada asamblea. Álvaro fue a una que a otra sesión del FDPA, pero ya era desde ese momento su afición, su actitud, la clandestinidad y la clandestinización de las organizaciones populares, lo que nos parecía absurdo.
Castillo, por su parte, se queja de la forma oportunista como SL se adueña del movimiento: “cuán ágiles y trepadores al carril popular se comportaron”.237 Cita como ejemplo de esta apropiación post-factum dos publicaciones: el número 2 de Allpanchikrayku, y el número 42 de Bandeja Roja que analizamos a continuación.

Tal vez por subjetivismo o por la propia opacidad de una situación sumamente compleja, las apreciaciones de ambos resultan insuficientes. Por un lado, SL sí realiza un balance inmediato de la experiencia de 1969, que aparece en las revistas mencionadas por Castillo. Por otro lado, en el mediano plazo se advierte una asimilación en la práctica y en el imaginario senderista, de ciertos rasgos del movimiento. Entre ambos momentos se advierte una tensión, porque el creciente endurecimiento ideológico de SL en la década de 1970 devoró ciertos atisbos de flexibilidad que aparecían en el balance inicial, de modo que el producto final fue una digestión vanguardista de la experiencia de 1969.


El balance inmediato: Bandera Roja y Allpanchikrayku

Cuatro meses después de los sucesos de junio aparecía “¡Abajo la represión! ¡Viva la revolución!” en el número 42 de Bandera Roja, órgano oficial del PCP prochino, con un balance oficial de los acontecimientos. En diciembre se publicaba en Ayacucho el número 2 de Allpanchikrayku, órgano de la Federación Provincial de Campesinos de Huamanga, único reducto senderista en el campo, que incluía también un balance, oficioso, del movimiento de junio, titulado “Ayacucho: un año de gran actividad popular”.238 Ambos artículos son bastante exhaustivos.239 Incluso Bandera Roja esbozaba una autocrítica que en tercera persona, de la manera más tangencial y críptica, daría cierta razón a Castillo y a Wilber:

La reacción hizo una cacería de brujas, metiendo entre rejas a muchos hijos del pueblo un día antes de la masacre. Sin embargo, hasta ahora les sigue juicio culpándolos de los sucesos. Bien explican ellos: “si de algo tenemos que criticarnos, es de no haber participado como deberíamos en las luchas populares”. [Subrayado nuestro.]
Al margen de autocríticas, el movimiento les comprueba la solidez de ciertos pilares del maoísmo, por ejemplo, que: “las contradicciones son más agudas en el interior que en la capital, en el campo que en la ciudad. Y, en el campo, más en unas regiones que en otras”.240 La importancia de jóvenes y mujeres no aparece de manera explícita, pero se reconoce en el relato que ofrecen del levantamiento del 21 y el 22 de junio, transformado en saga casi exclusiva de niños y mujeres combatientes: la anciana que se niega a ser evacuada del mercado, el niño de nueve años que: “no se sintió cansado, ni le dio hambre ni ganas de dormir”. Estos recuerdos, a manera de viñetas, que por lo demás eran moneda común y constante en el imaginario huamanguino de la década de 1970 (todos tenían una historia convertida en mito que contar), fueron sistematizados con calidad periodística y literaria en la revista Narración, que tanto hemos citado. Otros aspectos, finalmente, no son advertidos. Por ejemplo, las implicancias de la reivindicación educativa. Se nota un aprovechamiento instrumental del acceso de sectores populares provincianos y campesinos a la educación, pero este proceso es concebido como un simple “desarrollo de la semifeudalidad”. Sin embargo, hay cuatro conclusiones que tienen mucho que ver con la evolución futura de SL. Veámoslas.

La forma superior de lucha. Permítasenos comenzar con una referencia al estilo en el que está redactado el artículo. La historia, de acuerdo a SL, se desarrolla perpetuamente en los tonos más intensos y estridentes, sin matices, pausas ni inflexiones. El estado ejerce siempre el máximo de maldad, violencia y terror. Como contraparte, el pueblo expresa siempre un odio infinito o “indescriptible”. Con lo cual, atrapada en un extremo de la infinita gama de posibilidades, la historia deja paradójicamente de ser un transcurrir, el movimiento cesa, reemplazado en todo caso por un baile de máscaras, pues cuando algo aparece como positivo en el bando contrario, se trata sólo de una careta que el partido debe arrancar: la danza inmóvil.

Si así se entiende la historia, es lógico que la política sea comprendida únicamente como confrontación, que la lección central mencionada tanto en Bandera Roja como Allpanchikrayku sea: “no olvidar jamás la lucha de clases”, y que cualquier intento de negociación sea visto como sinónimo de “engaño”.

Si la lucha de clases es el eje, la lucha armada es su “forma superior”. SL parece haber puesto especial atención a los aspectos militares del movimiento de 1969. En su evaluación, aparece sinceramente sorprendido por la iniciativa popular en ese terreno: “el pueblo ha enfrentado a las hordas uniformadas con pasmosa audacia”, y por su capacidad de organización: “ha vuelto a poner a la orden del día la táctica de las barricadas y ha desarrollado los grupos de combate pequeños, compactos y operativos”.241 A partir procede a trazar una suerte de filiación histórica de la violencia, que se remontaría sin solución de continuidad hasta sus orígenes biológicos en el reino animal: hasta las garras de los animales, pasando por los palos del hombre primitivo, las hondas y huaracas de nuestros antepasados, para llegar a los cócteles Molotov del siglo XX.

Pero si algo prefigura el perfil actual de SL, es la voluntad de desdramatizar la violencia y la muerte: “en toda lucha hay sacrificios y la muerte es cosa corriente”; el ensalzamiento de sus aspectos positivos: el baño de sangre purifica, la muerte templa, enseña y, por tanto, protege contra el engaño. Por último, la sangre derramada en esos días sería sólo: “pálida muestra de lo que vendrá”. Palabras ominosas.

Cabe mencionar, sin embargo, que dentro de ese esfuerzo por banalizar la muerte, subsiste un islote no asolado por el desborde tanático. En efecto, si bien “la prisión es un accidente de trabajo”:

el pueblo no olvida a sus hijos sepultados en las mazmorras de la reacción, ni éstos reniegan la causa por la que han caído. Por eso, el pueblo todo lucha para arrancar de la prisión a los que caen en defensa de los derechos del pueblo. Y ellos saben que no están solos y que no son olvidados.
La fuerte solidaridad interna es un rasgo común a toda institución política conspirativa, véase sino la historia del APRA en su período llamado auroral (1930-1956). Este rasgo pareciera haberse ido intensificando en SL conforme perfilaba su opción militar. Planteamos una hipótesis: su soledad y su sectarismo se acrecentarían en forma directa y proporcional a la cohesión y solidaridad interna. Y viceversa.

El sembrador y la semilla o elogio de la vanguardia. Ante “las masas”, el partido aparece como portador de la ciencia del marxismo, cumpliendo con su “deber de sembrar gérmenes de renovación y difundir ideas clasistas” [subrayado en el original]. Puede suceder que durante largo tiempo las masas no lleguen: “a comprender la necesidad de luchar contra esta explotación y opresión o contra tal o cual arbitraria medida”. Pareciera que “la labor de crítica y preparación” no tuviera sentido. Pero no es así. En algún momento las contradicciones se exacerban y la lucha económica de las masas empalma con el discurso de la vanguardia. Por eso la agitación debe hacerse: “con tenacidad, de modo inmutable […] e incluso en las condiciones más difíciles”.

El elogio de la vanguardia va paralelo a la eliminación de toda referencia a otras fuerzas políticas o a otras tendencias dentro del partido. Sólo existen ellos y las masas como el alfarero y el barro, un barro que persistentemente trabajado, súbitamente cobra vida. Son dioses. Pero en esos años, dioses menores que todavía pueden fallar o, más precisamente, estar ausentes. Incluso así, siguen guiando desde lejos a los mortales. En efecto, reconocen que tal vez no estuvieron suficientemente presentes en la lucha por la gratuidad. Por ello, al movimiento: “pudo haberle faltado la consolidación necesaria”. Mas en tanto la vanguardia había venido desarrollando su labor: “las jornadas de junio no encontraron impreparado al pueblo ayacuchano”.

De la economía a la política. En 1969, sin embargo, el vanguardismo senderista no estaba todavía depurado y el partido no parecía tan urgido de taponar herméticamente todos los poros de la sociedad. Así, tanto Allpanchikrayku como Bandera Roja se ciñen al marxismo-leninismo clásico, según el cual la lucha de clases avanza de la lucha económica a la lucha política y a la lucha armada. Más aún, dan la impresión de que el pueblo podría recorrer ese trayecto, aún sin necesidad de la vanguardia. Así, se dice que el movimiento de 1969: “es un gran ejemplo de cómo la lucha económica es elevada por el pueblo al nivel de lucha política y lucha armada”.242 Esta afirmación resulta incluso menos vanguardista que el clásico ¿Qué hacer? de Lenin (1902), según el cual es el partido el que lleva desde fuera la conciencia política al movimiento.243 Y no parece un simple desliz, pues Allpanchikrayku se explaya todavía más sobre el punto:244

Sólo la lucha económica por el mejoramiento inmediato de su situación puede convertir a las masas en un ejército de luchadores políticos. […] al salir a las calles, al formar torrentes humanos que reclamaban sanción contra los vejámenes a los estudiantes, el pueblo convirtió su reivindicación económica en una gigantesca reivindicación política, en una defensa ardorosa de sus derechos de asociarse, reunirse, expresar su pensamiento sin traba ni cortapisa alguna.
Este texto deja resquicios para una interpretación según la cual el pueblo podría acceder a la política sin presencia directa del partido. Más sorprendente aún, la dimensión política incluiría la lucha por los derechos democráticos, a tal punto que una de las enseñanzas centrales del movimiento sería que: “todo acto de arbitrariedad y violencia gubernamental es un motivo legítimo para celebrar manifestaciones”.245

Servir a la espontaneidad. Vinculada a la anterior se encuentra otra conclusión, que aparece repetidas veces subrayada en el balance: la valoración positiva de la espontaneidad de las masas. Según Allpanchikrayku, la vanguardia debe estar al servicio de esa espontaneidad. Cierto que únicamente: “cuando existen condiciones objetivas para el combate directo de las masas”. Mas el tono se encuentra, otra vez, lejos de las posiciones actuales de SL en las que cualquier espontaneidad desaparece o, en todo caso, es engullida por el partido y por la guerra: sólo vale dentro de los marcos determinados por el partido (flexibilidad táctica) y las acciones militares.

En resumen, si bien en la sistematización inmediata de SL se advierte un sobredimensionamiento de la confrontación y la violencia, éste se encuentra en parte compensado por un énfasis en el papel de la espontaneidad que, visto desde hoy, resulta sorprendente.


Los senderos que se bifurcan

Es justo precisar que la mayoría de la izquierda marxista compartía por entonces concepciones semejantes, incluyendo la glorificación de la muerte. La lucha armada como “forma superior” o el partido como vanguardia que lleva la conciencia a las masas desde fuera del movimiento, son tesis que forman parte del arsenal marxista-leninista clásico: la “táctica de las barricadas” alude directamente a los análisis de Marx sobre la revolución de 1848 y de Lenin sobre la insurrección rusa de 1905.246

Cabe preguntarse entonces si es que había ya elementos que diferenciaban a SL del resto de la izquierda. ¿En qué medida, por ejemplo, la mirada senderista era ya una mirada “militarista”, que veía principalmente los aspectos guerreros de lucha de 1969 o, por el contrario, es el movimiento el que les revela la importancia de la dimensión militar? Debe haber algo de ambos. Por un lado, es efectivamente sorprendente la forma y la intensidad de la lucha callejera en Huanta y Ayacucho. Por otro, hay que tener en cuenta que SL se ubicaba en el epicentro de una polémica sobre el tránsito pacífico al socialismo, en la cual reafirmaba hasta su absolutización la necesidad de la violencia revolucionaria.247 Es necesario recordar, asimismo, que Abimael Guzmán había sido responsable militar de Bandera Roja y que en la lucha interna su fracción era tildada de “ocultista”; que no era el único dirigente de SL que había viajado a China, de donde regresó con una suerte de sentido de misión histórica, dispuesto a “reconstruir el partido en función de la guerra”; y que desde esos años, el núcleo más cercano a Guzmán leía el país, geográfica y socialmente, en términos militares.

Por esos años, las especificidades de SL que potencialmente podían distinguirlo del resto de la izquierda serían tres. Primero, la tradición partidaria en la cual se inscribía ese núcleo y su ubicación dentro del espectro de la izquierda, especialmente en la polémica sobre el “tránsito pacífico” al socialismo. La segunda especificidad sería el perfil social y la voluntad política de su núcleo dirigente, en especial de su líder máximo. La tercera sería la región en la que actuaban, donde se concentraban un conjunto de contradicciones expresadas en movimientos como el de 1969 y otros fenómenos que hemos descrito a lo largo del libro.

Pero, insistimos, eran sólo diferencias potenciales. Esa tensión riquísima entre las enseñanzas del movimiento real, por un lado, y los dogmas de la vanguardia, por otro, se resolvió recién a lo largo de la década de 1970.


Una incursión en la década de 1970: del maoísmo al “pensamiento Gonzalo”248

Entre la evaluación senderista de los sucesos de 1969, balanceándose entre vanguardia y masas, y su definición final netamente vanguardista, transcurrió una década en la cual se produjeron dos rupturas decisivas en la evolución de SL. La primera fue la que dio lugar a su nacimiento como organización independiente. La segunda, su decisión de iniciar la lucha armada. Ambas se produjeron en el contento nacional de modernización autoritaria que a través de sus reformas impulsaba en esos años el gobierno militar; y dentro del contexto de democratización social motorizada contradictoriamente por esas mismas reformas y, sobre todo, por el vasto proceso de organización y movilización popular que alcanzó en esos años sus picos más altos.

Sigamos la evolución de SL a partir de la lucha interna que le dio nacimiento. Entre 1967 y 1969, el PCP maoísta estalló en varios fragmentos. Los mayores: Patria Roja (PR) y Bandera Roja. En la década de 1970, PR concentró su trabajo en el magisterio, hasta lograr hegemonía en el Sindicato Único de Trabajadores de la Educación en el Perú (SUTEP) y en la Federación de Estudiantes del Perú. A partir de 1980, formó parte del frente Izquierda Unida (IU), hasta su desaparición.

Bandera Roja se plasmó en un campesinismo bastante elemental, quedó como fuerza hegemónica en la CCP, pero fue incapaz de canalizar las inquietudes y demandas de un campesinado que se movilizaba masivamente en el contexto de la reforma agraria. Durante el IV Congreso de la CCP, celebrado en 1974, una mayoría de delegados se retiró y meses después celebró un congreso mucho más representativo.249 Junto a esa nueva CCP, que creció significativamente, agonizó durante varios años la CCP minoritaria, que dirigía Bandera Roja. Por su parte, duramente golpeada por la represión gubernamental al movimiento de 1969 y por la lucha contra Paredes, la “fracción roja” se convirtió en PCP-Sendero Luminoso y se replegó a la universidad de Huamanga, donde logró restañar sus heridas y desarrollar su ventaja comparativa como núcleo político intelectual.


Aventura intelectual en un Yenán andino

La pérdida de sus bases, facilitó la concentración de SL en el terreno de la elaboración ideológica y el desarrollo de las tendencias intelectualistas de su dirección, que se dedicó a la sistematización de un discurso global y coherente, dentro de la más estricta ortodoxia marxista-leninista. Para ello contaron, precisamente desde 1969 y hasta 1973, con un predominio indiscutido en la UNSCH, en cuyo Consejo Ejecutivo influyeron decisivamente. Abimael Guzmán se desempeñaba por entonces como Director Universitario de Personal, a cargo de todos los docentes y empleados. Otro destacado miembro de SL, Antonio Díaz Martínez, ocupaba el puesto de Director de Bienestar Estudiantil, responsable del comedor y la vivienda universitaria, servicios claves para la relación con el alumnado provinciano más pobre, que llegaba a Ayacucho con escasísimos recursos a tentar una de las limitadas vacantes en el comedor y/o en la vivienda.

Entre 1971 y 1972, con Guzmán a la cabeza, los cuadros de SL conformaron el Centro de Trabajo Intelectual Mariátegui (CTIM) y se sumergieron en el estudio exhaustivo pero exegético de las obras de José Carlos Mariátegui y en la consolidación de su perfil ideológico.250 La justificación teórica de ese viraje se advertía ya en el número 42 de Bandera Roja que comentamos en el capítulo anterior, donde una y otra vez se insiste en que la unificación ideológica es “base de toda unificación”; sin ella “no puede haber ningún otro tipo de unificación”.251 Su justificación política la encuentran en la tesis que elaboran por entonces de “defensa de la universidad”. La consigna no dejaba de tener elementos de razón: la UNSCH seguía siendo muy importante para la vida económica de Ayacucho; el gobierno militar intervenía por entonces una universidad tras otra y era necesario preservar la autonomía universitaria. En SL, esos considerandos se veían acentuados por el iluminismo. Según su análisis, los sectores populares estaban confundidos por el “fascismo” del régimen ante el cual, además, toda la izquierda claudicaba de una u otra manera y, con ella, el movimiento universitario. La UNSCH, y dentro de ella SL, eran considerados el último bastión de resistencia antifascista en el Perú. Si ello era así, entonces les resultaba admisible concentrarse en la universidad, mientras el resto de la izquierda trataba, por el contrario, de salir de las universidades para desarrollar trabajo entre las llamadas clases básicas de la revolución: obreros y campesinos. Podían incluso aceptar que sus principales líderes fueran aplacadores de la que ellos mismos llamaban “ley universitaria fascista” desde sus altos cargos administrativos.252

No es arbitrario afirmar, sin embargo, que su razón de fondo era la necesidad de proteger al partido, que atravesaba su momento de mayor debilidad, y a su cabeza, Abimael Guzmán, concentrada en una “aventura del pensamiento” que en algo se asemejaba a la de esos monjes medievales refugiados en monasterios, tratando de salvar el saber de occidente (la ortodoxia marxista-leninista) o de encontrar la piedra filosofal (la línea política), mientras a su alrededor todo colapsaba arrasado por los bárbaros (el gobierno “fascista”). El planteamiento que esboza, corroboraría nuestra visión de Guzmán y de SL en esos años. Según Gutiérrez:

Abimael Guzmán sería un caso único entre los intelectuales revolucionarios, que accede al marxismo no por razones éticas, como búsqueda existencial o como terapia catártica para conjurar ciertas obsesiones, sino por la vía racional, después de librar abrasadora contienda en su espíritu entre el idealismo y el materialismo.253
Y ya desde antes: “la adolescencia y la juventud de Abimael Guzmán fue una secreta, tenaz, indoblegable y ardorosa aventura del pensamiento”.

Con la mezcla de iluminismo y pragmatismo que lo va a caracterizar hasta la actualidad, SL trató de convertir el monasterio universitario en fortaleza “antifascista”, en una suerte de pequeño Yenán intelectual que debía ser preservado a toda costa.


El regreso a las masas

Así, luego de casi dos años de estudio intensivo, SL dio a luz una de sus pocas publicaciones de esos años; un “Esquema para el estudio del pensamiento de José Carlos Mariátegui”, que incluía todos los temas posibles, desde “Mariátegui y el problema de la literatura”, hasta “Mariátegui y el problema militar”. A partir de entonces, sobre la base del contingente de profesores y estudiantes nucleados alrededor de sus tesis, SL inició la reconquista de sus bases sociales, En primer lugar intensificó su proselitismo entre los estudiantes de la UNSCH. Contaba para ello con condiciones favorables.

Utilizando su hegemonía en la universidad, concentró a sus profesores en los cursos del ciclo básico, cuyo currículo adaptó a sus necesidades. Pronto el curso de Materialismo Histórico reemplazó a la Introducción a las Ciencias Sociales, Dialéctica de la Naturaleza a las Ciencias Biológicas, el Materialismo Dialéctico copó las clases de Filosofía e incluso las de Física (materia y movimiento). Rápidamente, cursos semejantes se introdujeron en las diferentes carreras, especialmente en Ciencias Sociales y Educación.

La audiencia de SL creció. Pues, precisamente a partir de 1969, se amplió el número de vacantes y comenzaron a ingresar a la UNSCH mil estudiantes cada año. Entre los ingresantes de esos años se encontraban los protagonistas del movimiento por la gratuidad de la enseñanza. Pero los huantinos, que tendían a mostrar una mayor independencia frente a SL, eran sólo la quinta parte del numeroso contingente huamanguino (véase cuadro 9, anexo 2). Ante estos últimos, amparado en su participación en el movimiento y en su hegemonía en el FDPA, SL aparecía como depositario de la experiencia de 1969. Después de todo; para los jóvenes huamanguinos, la caída en prisión de los dirigentes de SL no aparecía tanto, o en todo caso no sólo, como sinónimo de imprevisión, sino de consecuencia en el combate.

Más allá de aspectos coyunturales, el discurso de SL encontraba eco en un sector significativo del estudiantado cristobalino. Nos referimos a aquellos procedentes de la denominada “zona de influencia” de la universidad (Ayacucho, Apurímac, Huancavelica) entre quienes SL tuvo siempre su principal bastión. En 1968, ellos constituían el 64,1% del total de matriculados en la UNSCH. Para 1973 eran todavía el 58,77% del total.254

El perfil sociocultural de este contingente juvenil se ubica en una suerte de tierra de nadie entre dos mundos; el andino tradicional de sus padres, cuyos mitos, ritos y costumbres ya no comparte plenamente; y el occidental o, más precisamente, urbano-criollo, que los discrimina por provincianos, serranos, quechuahablantes. A esos estudiantes, necesitados de una nueva identidad y de seguridad intelectual, SL les ofrece la sistematización que desarrolla en el CTIM: una explicación coherente del mundo físico, biológico y social; de la filosofía, de la historia universal y del Perú. Ya entonces, esa interpretación aparecía bastante débil y atrasada intelectualmente, pero en las circunstancias concretas de Ayacucho resultaba políticamente eficaz. Esa eficacia tenía que ver también con que SL no sólo ofrecía una explicación intelectual sino una organización, que acogía a esos jóvenes y les otorgaba identidad.

En 1972, el Comité Central del PCP-SL aprobó el “Plan Estratégico del CR de Ayacucho” y sus militantes, homogenizados ideológicamente, más dueños de la verdad que nunca, emprendieron el retorno al movimiento social.255 Pero encontraron que su topografía había variado sustantivamente. Allí habitaban y disputaban ahora no sólo los viejos fragmentos de Bandera Roja, sino nuevos actores políticos de izquierda como el MIR y Vanguardia Revolucionaria (VR), que pugnaban por establecer cabeceras de playa, especialmente entre los nuevos contingentes sociales que llegaban a la universidad y a la región.256 Más aun, por esa cambiante geografía social avanzaba, enarbolando nuevas banderas, el odiado estado.

Estos cambios tenían que ver con las reformas que impulsaba por entonces el gobierno militar. Se instalaron en esos años en Ayacucho oficinas de diferentes ministerios y filiales de múltiples agencias gubernamentales, posteriormente centralizadas en el Sistema Nacional de Apoyo a la Movilización Social (SINAMOS). La presencia estatal trajo consigo el crecimiento de empleados y obreros del sector servicios, tanto ayacuchanos como foráneos. Tras las huellas de la expansión estatal llegó el capital financiero: las sucursales de la banca privada y estatal se multiplicaban en Ayacucho. En el campo comenzaron a despuntar zonas relativamente más dinámicas; alrededor de la ciudad se acrecentó lentamente la producción de panllevar, papa mejorada y cebada cervecera. Y en la ceja de selva del río Apurímac se aceleró el avance de la colonización y con ella la expansión de cultivos comerciales; café, cacao, coca, cube, achiote, frutas.257 En 1974 se abrió la vía Ayacucho-Pisco o de Los Libertadores. Ese mismo año, con motivo del sesquicentenario de la Batalla de Ayacucho, que selló la independencia de América del Sur, la ciudad recibió un impulso significativo a su desarrollo urbano, especialmente la mejora del alumbrado eléctrico, la telefonía y la modernización del aeropuerto. Poco después llegó la televisión.258

Así, si bien al inicio pusimos énfasis en los aspectos negativos del desarrollo capitalista en Ayacucho, no cabe duda que por esos años la región adquirió un mayor dinamismo, especialmente la ciudad capital y la ceja de selva del río Apurímac. La punta de lanza del embate modernizador del estado fue la reforma agraria; a pesar de que en la zona no se dejó sentir con suficiente fuerza (y por eso la punta de lanza se convirtió en talón de Aquiles). Al plantear una nueva relación estado-campesinado, la reforma agraria amenazaba trastocar radicalmente las concepciones y planes de SL. Por eso tal vez su rechazo absoluto a dicha medida, más como conjuro que como consecuencia de un análisis político, pues de haber tenido éxito esa reforma hubiera transfigurado aún más a su potencial base social campesina tal como ellos la imaginaban y la querían: semifeudal, servil, paupérrima. Desde entonces, el hoy “presidente Gonzalo” entró en una carrera contra el tiempo para detener la evolución de un estado que antes permitía: “a las diferentes facciones de las clases dominantes […] la libertad y la potestad de disputarse la organización de las masas a través de sus partidos políticos”, mientras que ahora (años setenta): “ha planteado la necesidad de organizar a las masas en forma de corporaciones.”259

La nueva modalidad le reportó réditos iniciales al estado, que los propios Ramos y Loli reconocen al historiar el movimiento popular en la ciudad. Allí, SINAMOS “utiliza diversos mecanismos demagógicos para confundir y ‘ganarse’ a las masas, cuestión que es lograda en buena parte de los barrios”. En referencia a las obras de infraestructura realizadas con motivo del mencionado sesquicentenario, afirman que: “en última instancia no han servido más que para la mayor introducción y asentamiento de empresas de capital burocrático (Entelperú, Enradperú, Aeroperú, Electroperú, Pescaperú, Enturperú, Corpac, etc.) en nuestra ciudad.”

Esta cita permite entender mejor la lógica de SL cuando en la siguiente década destruye infraestructura, tecnología, ganado mejorado. Su aspecto principal no es tanto un rechazo “andino” a la modernidad o una suerte de ludismo, sino un rechazo al capitalismo burocrático que desarrollaría el estado: un rechazo al estado.260

La estrategia corporativa del estado requería una respuesta de envergadura. Sin embargo, cuando SL regresa al movimiento social lo hace con un acentuadísimo sesgo universitario, que reconocen también Ramos y Loli. Así, en enero de 1973 se celebra una asamblea general, que tiene como objetivo reconstituir el maltrecho FDPA. Los representantes de SL logran que allí se elija un Comité Ejecutivo favorable a sus posiciones. Pero ese organismo: “estaba formado casi en su totalidad por personas vinculadas a la universidad, deficiencia que no se observó.” Más aun, sus primeras gestiones tuvieron que ver con el problema presupuestal de San Cristóbal, con lo cual fue manifiesto que: “el FDPA soslayaba los problemas básicos del pueblo, para defender los intereses de los intelectuales de la UNSCH.”261

En efecto, a inicios de la década de 1970, el FER, la FUSCH y el sindicato de docentes (SUTEP-UNSCH) se convirtieron en las principales bases de un FDPA utilizado para obtener mayorías en debates universitarios e incluso para la tacha y separación de profesores. Si en la década previa la universidad sirvió al FDPA, en la década de 1970 éste es el que sirve a aquélla. Más precisamente, SL utiliza al FDPA para potenciar su política universitaria y no al revés. De esta forma, si bien mantiene cierta presencia en los barrios, el Frente pierde el consenso y la capacidad de movilización de antaño.

Incluso en la lucha universitaria, SL sufrió reveses. Siete meses después de la asamblea de reconstitución del FDPA, en julio de 1973, perdió la dirección del movimiento estudiantil. Es que dentro de la universidad se habían producido también una serie de cambios. La ampliación de vacantes hizo necesario el crecimiento de la planta docente, a la que se incorporaron profesores foráneos. Hacia 1970, llegó a la UNSCH otra oleada de docentes, ubicados a mitad de camino entre los antiguos “provincianos” y los “cosmopolitas”, que introdujeron una cierta heterogeneidad ideológica en la universidad. Crecieron, asimismo, los contingentes de alumnos que no provenían de la “zona de influencia”; huancas, chinchanos e incluso limeños, que acrecentaron la heterogeneidad social y cultural del alumnado.262 En el cuadro 8, anexo 2, se advierte cómo a partir de la segunda mitad de la década de 1960 y especialmente durante la década de 1970, la UNSCH se “abre”. El porcentaje de ayacuchanos desciende de 58,3% en 1965 a 44,4% en 1973 y 42,7% en 1976. Si bien aumentan en esos años los alumnos procedentes de Apurímac y Huancavelica, así como de otras provincias de Ayacucho, aparte de Huamanga, crece aún más el porcentaje de alumnos provenientes primero de Junín, y posteriormente de Lima a Ica (véase cuadro 7, anexo 2). Hacia 1976, los huancas se convierten en el contingente más numeroso después de los ayacuchanos, con ochocientos sesenta y un estudiantes que representan el 15,9% de la población estudiantil total de la UNSCH.

En la mayoría de casos, SL no fue capaz de responder a las aspiraciones políticas e ideológicas de estos nuevos sectores, ni entender sus especificidades culturales. Ellos no habían participado de la epopeya de 1969, no sentían tan suyo al FDPA, más aún cuando este reaparecía sectarizado y “universitario”. Sentían, más bien, la opresión senderista en la UNSCH. Las contradicciones o la simple abstención frente a SL no se hicieron esperar.

Por otro lado, dentro de SL se produjo una tensión muy grande entre práctica legalista y discurso maximalista, pues SL, tipificando al régimen como fascista, tenía a sus principales dirigentes como aplicadores de la ley universitaria “fascista”. Esta incongruencia dio pie para que por el flanco izquierdo surgiera una oposición a SL, encabezada por el MIR y en menor medida VR y Bandera Roja. Frente a la tesis senderista de “defensa de la universidad”, estos grupos señalaban que la universidad era parte del aparato estatal y que lo que correspondía era la defensa del movimiento estudiantil, en todo caso de un movimiento universitario que incluyera además a profesores y trabajadores administrativos. En realidad, el MIR y VR eran por entonces núcleos políticos pequeños y de presencia reciente en Ayacucho, pero actuaron como catalizadores de un proceso más profundo que se venía gestando en la UNSCH a partir de su diversificación social. Porque tanto a nivel de estudiantes como de profesores, la división entre SL y anti-SL aparecía en cierta medida como un enfrentamiento entre ayacuchanos y foráneos. De esta forma, en menos de un año, entre 1972 y 1973 la oposición se tornó masiva.

A mediados de 1973, una amplia y laxa coalición estudiantil comenzó a exigir elecciones para renovar la directiva de la FUSCH. En esa coalición convergieron no sólo el MIR, Vanguardia Revolucionaria y Bandera Roja, sino también la Juventud Demócrata Cristiana y vastos sectores independientes. SL intuyó su posible derrota y decidió que las elecciones se celebraran en su baluarte: la residencia universitaria. Pero el 17 de julio la alianza anti-sendero tomó la residencia luego de una gigantesca batalla campal.263 Ese fue el inicio de una serie de derrotas de SL en su reducto cristobalino, que prosiguieron con su desplazamiento del sindicato de docentes universitarios.

Cuando en julio de 1973 el FDPA exigió la expulsión de los dirigentes estudiantiles comprometidos en la toma de la residencia, sólo ocho profesores del sindicato de docentes universitarios (SUTEP-UNSCH) votaron en contra. Pero para 1974 la oposición a SL había crecido a tal punto que el SUTEP-UNSCH se dividió y los senderistas quedaron en minoría. La ruptura se produjo en plena preparación del 1º Congreso Nacional de docentes universitarios, que se celebró en Ayacucho y dio origen a la Federación Nacional de Docentes Universitarios del Perú (FENDUP). En ese evento, Abimael Guzmán hizo su última aparición pública en Ayacucho y en papel protagónico, pues SL se había jugado a fondo por una presencia destacada en la FENDUP, que no logró. El fracaso de SL fue estrepitoso en el plano gremial, pero mostró que el PCP-SL buscaba ya entonces romper su encajonamiento regional y mostró asimismo la importancia que el grupo le daba al trabajo con docentes universitarios, y hacia dónde orientó Guzmán sus esfuerzos luego que salió de Ayacucho ese año de 1974.264 El retroceso de SL culmina con la pérdida de su hegemonía en el Consejo Ejecutivo de la universidad en marzo de 1974. Es indispensable precisar, sin embargo, que en toda esa década SL nunca llegó a perder su predominio en el Programa de Educación. Y que, fuera de la universidad, en la única organización de masas en la que conservaron hegemonía durante toda la década fue el sindicato de maestros: SUTE-Huamanga. Podríamos decir que, al complejizarse la composición social de la UNSCH en la década de 1970, fueron los maestros secundarios y primarios los que más mantuvieron las características del viejo sector que denominamos “provinciano” de la década de 1960. Esto puede comprobarse en los cuadros 8 y 9 del anexo 2.

A partir de la explosión demográfica que se inició en 1968, el porcentaje de alumnos ayacuchanos en la UNSCH disminuyó sostenidamente. Pero mientras la universidad en su conjunto se abría, el porcentaje de ayacuchanos sobre el total de alumnos que estudiaban Educación se mantenía e incluso aumentaba ligeramente: de 60,7% en 1968 a 63% en 1973 y a 61,1% en 1976 (cf. cuadro 8, anexo 2). Entre los ayacuchanos, los que se orientaban en mayor proporción a la carrera magisterial eran aquellos oriundos de Cangallo y Víctor Fajardo, las provincias más pobres, donde SL inició precisamente sus acciones armadas (cf. cuadro 9, anexo 2). Congelado, pues, en sus concepciones, SL perdió la UNSCH, más heterogénea, pero mantuvo el SUTEH y su semillero, el programa de Educación.


“Somos el proletariado”

Pero antes que culminara su derrota en San Cristóbal, algo definitorio sucedió en el PCP. En el III Pleno de su comité central, celebrado en 1973, SL decidió salir de su enclaustramiento universitario. Para ello, acordó constituir “organismos generados” definidos como: “los movimientos propios… organizaciones generadas por el proletariado en los diferentes frentes de trabajo”.265 Fue entonces cuando comenzó a resolverse definitivamente la tensión entre vanguardia y masas, entre control partidario y servicio a la espontaneidad. A partir de la creación de organismos propios, nunca más nada debería escapárselas de las manos.

Pronto conformaron el Movimiento Clasista Barrial (MCB), el Movimiento Femenino Popular (MFP), el Movimiento de Obreros y Trabajadores Clasistas (MOTC), el Movimiento de Campesinos Pobres (MCP), entre otros. En Ayacucho, la creación de organismos generados se tradujo en una aguda pugna que llevó crecientemente al paralelismo y a la división de las organizaciones sociales. Para entender por qué, veamos las tres características centrales de los organismos generados: “1) adheridos a Mariátegui, 2) organizaciones de masas y 3) ceñidos al centralismo democrático.” La primera y la tercera significan que los organismos generados siguen las directivas del partido, cuya hegemonía reconocen explícitamente. Pero la segunda característica no implica que los organismos agrupen necesariamente a una gran cantidad de personas (masas), ni a la mayoría de un gremio: quiere decir simplemente que sus miembros no son por lo general militantes del partido. SL los denomina “masas” en oposición a los “cuadros” partidarios, pero en realidad los “organismos generados” le sirven básicamente para ampliar su periferia de cuadros más allá de los límites partidarios.

De esta forma, a diferencia de la década de 1960, cuando SL participó en la creación de importantes organizaciones sociales, en el Ayacucho de mediados de la década de 1970 constituyó núcleos pequeños pero ideológicamente más duros y más estrechamente dependientes del partido, dentro de aquellas organizaciones sociales que le era cada vez más difícil dirigir democráticamente. Cuando los “organismos generados” no podían conquistar la hegemonía en ellas, las dividían y creaban otras paralelas.

No es de extrañar que pronto el FDPA “reconstituido”, que nunca llegó a recobrar la fuerza de la década previa, comenzara a escapar al control senderista. Cuando el Frente resurge, regresa también a escena Máximo Cárdenas, su dirigente histórico. Pero, más ligado a una dinámica de bases, al poco tiempo Cárdenas comenzó a desarrollar contradicciones con el vanguardismo de SL. Se acercó entonces a dirigentes de Bandera Roja, activos en ciertos barrios, y hacia fines de la década permitió que incluso la UDP participara en el Frente.266 Pero mantuvo siempre su autonomía de antiguo caudillo. Ramos y Loli se quejan de que, prácticamente desde un principio, un sector de la dirigencia, encabezado por Cárdenas: “empieza a abandonar la orientación política de la clase obrera… a imponer sus criterios personales como reflejo de sus afanes caudillescos”, y que, además, impone una línea “economicista y extremadamente pacifista” al movimiento.267 Es claro que cuando se refieren a la orientación política de la clase obrera, hacen alusión en realidad a las directivas del PCP-SL. Lo que sucede es que con el surgimiento de los “organismos generados” comienza a desarrollarse una doble dinámica, cada vez más divergente, entre un movimiento social que se complejiza y diversifica, y un partido que se endurece y simplifica. Veamos estas dos dinámicas.

La dinámica partidaria. A partir de 1975, SL buscó consolidar su contingente ampliado de cuadros y se embarcó en la politización intensa de los organismos generados, a través de lo que denominaron “escuelas populares” donde difundían la línea partidaria.268 Paralelamente, desarrolló una ofensiva divisionista que culminó con la ruptura del ya muy debilitado FDPA. En efecto, ya en 1975 apareció el primer manifiesto del Movimiento Clasista Barrial. Para junio de 1977, en ocasión del 8º aniversario de la masacre de 1969, aparecieron volantes firmados por “Bases del FDPA y organizaciones adheridas a Mariátegui”. En mayo de 1978, SL activó a todos sus “organismos generados” alrededor de una larga huelga nacional de SUTEP, cuya base provincial controlaba, y construyó un “Comité de Reconstitución” del FDPA, que en junio se convirtió en “Comité Popular de Unificación”, para apoyar la huelga magisterial. Sobre la base de dicho comité, los días 2 y 3 de diciembre de 1978, los “organismos generados”, muy minoritarios pero activos y cohesionados, impulsaron un llamado Congreso de Reconstitución del FDPA, que en realidad consagró su división.269

La dinámica social. Pero mientras SL concentraba sus fuerzas en el viejo FDPA, el movimiento popular ayacuchano comenzaba a desarrollarse crecientemente por fuera del FDPA y del control de SL. Una serie de organizaciones surgían por sus flancos, sin que lograra predominio en ellas: por el contrario, perdió su tradicional presencia en sectores importantes.

Así, en 1974 se creó la Federación Agraria Departamental de Ayacucho (FADA), base de la flamante Confederación Nacional Agraria (CNA), creada por el SINAMOS. Si bien nació dependiente del estado y era en un principio burocrática, la FADA logró con el tiempo cierta presencia en sectores campesinos y se sacudió de la tutela estatal.

En 1975, mientras la CNA y la CCP se hallaban en pleno proceso de expansión, SL propició la formación de una tercera central campesina. Para ello convocó a un congreso a celebrarse, sintomáticamente, en la ciudad y no en alguna base campesina; más precisamente en los planteles de aplicación “Guamán Poma”, reducto como vimos de SL. La reunión fue otro fracaso rotundo, pues no asistió ninguna base campesina de importancia del país. Desde entonces, SL desapareció de la organización gremial del campesinado.270 Más bien, a partir de 1976 comenzaron a surgir en Ayacucho algunas federaciones campesinas que se afiliaron a la CCP. La más importante fue la Federación de Campesinos del Valle del Río Apurímac (FECVRA), que en su mejor momento llegó a agrupar alrededor de 100 sindicatos de colonos.271

También en 1976 tuvo lugar una importante lucha porque Ayacucho fuera capital regional dentro de los planes de regionalización del gobierno militar, finalmente nunca ejecutados. Ese reclamo fue encabezado por los nuevos sectores medios ayacuchanos, sin presencia de SL ni del FDPA.

Finalmente, en 1980 se creó la Federación Departamental de Trabajadores de Ayacucho (FEDETA), que se afilió a la por entonces muy poderosa Confederación General de Trabajadores del Perú (GCTP). Allí donde el viejo frente agrupaba principalmente organizaciones barriales, artesanos y pequeños comerciantes, la FEDETA se formó sobre la base de sindicatos, especialmente de trabajadores estatales y de servicios, que reflejaban nítidamente el nuevo carácter de la capital ayacuchana.

Las más vitales de estas organizaciones resultaron la FECVRA y la FEDETA, ubicadas en los polos relativamente más modernos de la región y, como se ve, más articuladas a organizaciones de trabajadores a nivel nacional. Adelantándonos unos años en este relato, diremos que en marzo y noviembre de 1982, la FEDETA reemplazó al FDPA como eje aglutinador alrededor de cual se nuclearon incluso sectores como la Cámara de Comercio y colegios profesionales, en dos paros generales que tuvieron carácter total y lograron el levantamiento del estado de emergencia que había sido implantado en la región, ya para entonces asolada por la violencia senderista y la represión gubernamental. Paralelamente, en el río Apurímac, la FECVRA incursionaba en la comercialización de achiote y cube, en competencia con los grandes comerciantes, y se aprestaba a comercializar el cacao.272 A fines de 1982, la entrada de SL y las Fuerzas Armadas en la zona alteró radicalmente la situación. Durante 1983, prácticamente acribilladas entre dos fuegos, ambas organizaciones se desactivaron.

Pero regresemos una vez más de la dinámica social a la partidaria y retomemos la historia de SL allí donde la habíamos dejado. En diciembre de 1978, SL acababa de crear una organización paralela al FDPA. Pero, sorpresivamente, no potenció su mini-frente sino que lo dejó entrar en una suerte de receso. Un episodio similar había tenido lugar en la UNSCH poco tiempo antes. En efecto, luego del grave enfrentamiento estudiantil de 1973, la laxa coalición anti-SL no fue capaz de consolidar su triunfo, y para 1976 la federación universitaria había quedado acéfala. Ese año fueron convocadas elecciones para reflotarla. Un conflicto en los planteles de Aplicación “Guamán Poma de Ayala” había fortalecido al FER-SL, que se enfrentó esta vez a una nueva coalición de los grupos que después formarían la Unidad Democrático Popular (MIR, VR y PCR).273 En una confrontación masiva pero pacífica, el FER-SL se impuso por un margen muy estrecho.274 Sin embargo, para 1977 la FUSCH había quedado otra vez prácticamente acéfala y su local semiabandonado.

Es que entre 1977 y 1978 SL celebró una serie de reuniones en las cuales decidió iniciar la lucha armada. Luego del VII Pleno de su comité central de abril de 1977 y del “Plan Nacional de Construcción”, aprobado en junio de ese año: “decenas de cuadros [fueron] enviados al campo en función de las necesidades estratégicas de la guerra popular”.275 Es necesario recalcar el papel decisivo de la juventud universitaria en esa evolución. Por un lado, la victoria de SL en las elecciones estudiantiles de 1976 comprobó que el partido había logrado hacer el puente con una nueva generación de jóvenes ayacuchanos. Porque en esas elecciones, los miembros de la generación del 69, aquella que participó directamente o que vivió el clima inmediatamente posterior al movimiento por la gratuidad de la enseñanza, estaban ya por terminar sus estudios y varios de ellos ocupaban la dirección del FER-SL. Poco después salieron de la universidad. Fue precisamente por esa época que SL comenzó a enviar esporas especializadas en el trabajo juvenil y militar en dirección a otras universidades del país y se extendió a través del magisterio hacia los departamentos vecinos. Inició, asimismo, las escuelas populares en los barrios, que serían plataforma para la división del FDPA.

Por otro lado, el vínculo entre SL y los “organismos generados” lo constituyeron los sectores de la generación de 1969 que para entonces militaban en el partido, en su juventud o en los “organismos generados” propiamente dichos. Por la guerra y el hermetismo senderista, es imposible cuantificar el número de jóvenes protagonistas de las luchas de 1969 que en esos años se desempeñaban como activistas en los barrios y, conforme terminaban sus estudios, en el magisterio. Desde esa ubicación se convirtieron asimismo en el nexo con una nueva generación de estudiantes secundarios de toda la región.

En la década de 1960, el FDPA y la UNSCH fueron los dos pilares que otorgaron identidad a los militantes de la “fracción roja”. En los años setenta, la hegemonía de SL en ambos se desmoronó, pero el lazo con la juventud estudiantil ayacuchana persistió. El FER, el FUESA y a partir de ellos el SUTE-H, se convirtieron en los nuevos pilares. Aparte de su presencia en el SUTE Huamanga, las elecciones estudiantiles de 1976 fueron el único triunfo en una organización de masas que SL obtuvo en esos años en su bastión ayacuchano. Si a ello sumamos la participación de SL en el movimiento de estudiantes secundarios de 1979, es legítimo plantear que el PCP-SL inició sus acciones armadas con un contingente conformado básicamente por estudiantes, y maestros como elementos de apoyo.276

A lo largo de esa década se produjo entonces una situación muy peculiar. Por un lado, en cada derrota que sufre en los movimientos sociales, SL logra cohesionar, sin embargo, pequeños núcleos de cuadros. Por otro lado, en esos años va reduciendo su sistema de alianzas y su ámbito de acción, pierde en convocatoria social pero al mismo tiempo gana en el endurecimiento ideológico y la cohesión orgánica de esos cuadros, hasta convertirse: “en una especie de estrella enana, esas donde la materia se apelmaza casi sin espacios interatómicos, alcanzando así un gran peso, desproporcionado para su tamaño”.277 De lo expuesto se advierte que los “organismos generados” constituyeron un mecanismo clave para explicar esta aparente paradoja. Inspirados inicialmente en las tesis de Lenin sobre los sindicatos como “correa de transmisión”, y las de Mao sobre la articulación del trabajo abierto y el secreto, los “organismos generados” le permitieron a SL resistir las derrotas sociales y subsistir y desarrollarse a nivel de cuadros, ya que no a nivel de amplias masas.278

A través de los “organismos generados” SL llegó a asimilar ciertas vivencias regionales. Pero es como si el partido no sistematizara sino expropiara a las organizaciones sociales sus experiencias, procesándolas a su manera. A riesgo de ser reiterativo, repitamos la definición de “organismos generados”, subrayando otras palabras: “los movimientos propios […] organizaciones generadas por el proletariado en los diferentes frentes” [subrayado nuestro]. Por cierto que no eran las grandes masas proletarias las que constituían esos organismos. En la década de 1970, entre los de izquierda, SL era posiblemente el que tenía menos trabajo obrero. La sustitución era, pues, total. Ellos son el proletariado. Los trabajadores resultan así expropiados de su ser y, por tanto, de su capacidad de iniciativa, convirtiéndose en espectadores pasivos del accionar de la vanguardia. En parte, eso explica por qué en todos los años de guerra SL no volvió a ser protagonista de un movimiento con una participación tan masiva, entusiasta y voluntaria como el de Ayacucho y Huanta en 1969. Esa vez participó en un movimiento “de masas”; a partir de 1980 dirigió una guerra de “cuadros”.

Es, pues, entre 1976 y 1979, que SL alcanza la velocidad de despegue o la masa crítica para la fusión que produce el estallido. Desde otra perspectiva, podríamos decir que en esos años SL corta radicalmente amarras y cruza el borde en el cual se había venido moviendo y penetra en el ignoto territorio de los alucinados. Su evolución ha culminado. La ideología se ha concretado en organización, el partido se ha convertido en “máquina de guerra”. En la década de 1980, los “organismos generados”, transformados de correas de transmisión en correas de sujeción y control, se convirtieron en los “mil ojos y mil oídos” del partido, es decir, su rasgo más descarnadamente terrorista de “poder emboscado”; y allí donde SL se hacía fuerte fueron la base del “nuevo estado en formación”, desplazando o absorbiendo totalmente a las organizaciones sociales.279 La evolución había concluido, uno de los pilares del “pensamiento Gonzalo” había terminado de madurar.


Fundamentalismo

Pero congelemos la imagen en ese VIII Pleno del Comité Central en el que SL decide ir a la guerra y repitamos la pregunta que hicimos para 1969: ¿qué es aquello que lo separa entonces del resto de la izquierda? Su evolución en la década de 1970, durante lo que ellos denominan “culminación de la reconstitución, podemos resumirla en: cohesión ideológica más “organismos generados”.280 Todavía habitan, por tanto, en un extremo del territorio izquierdista. Después de todo, los diferentes grupos de izquierda buscaban cohesión y pureza ideológica; la mayoría se consideraba, sino el proletariado, al menos su auténtico representante político; y en los gremios en los cuales activaban conformaban “frentes clasistas”, que sirvieran como “correas de transmisión” entre el partido y las masas.

Sin embargo, por esos años se producen de forma casi simultánea evoluciones contrapuestas. Mientras SL decide comenzar a la guerra, la mayoría de la izquierda opta por entrar a la lucha política. Eso los va a diferenciar cualitativamente. Porque para SL no se trataba solamente de privilegiar otra “forma de lucha”. Su decisión no era sólo producto de una evaluación estratégica y táctica, ni era únicamente cuestión de voluntad política o consecuencia con sus postulados; suponía además, y en lugar muy importante, una mutación ideológica. Expliquémonos.

Sendero Luminoso inició su aventura en un momento crucial de la historia nacional y de la historia del movimiento comunista internacional. En una situación de neta desventaja en ambos frentes. En el plano nacional se vivía el momento más alto de movilización social en la historia del Perú contemporáneo. A partir de 1976, un conjunto de movimientos sindicales, regionales y magisteriales conmovieron el país hasta culminar en los grandes paros nacionales de julio de 1977 y mayo de 1978, sin precedentes en la historia del país. Salvo en la larga huelga magisterial de 1978, SL no tuvo ninguna presencia en ellos. Más aún, en tanto fueron impulsados principalmente por el PCP Unidad, la UDP y otros grupos de izquierda, SL consideró que los paros nacionales eran “revisionistas”, al servicio del “social-imperialismo soviético”. Sin embargo, en buena parte por influencia de esas mismas movilizaciones, la transición democrática no sólo devolvió a los militares a sus cuarteles, sino que le permitió a la izquierda convertirse por primera vez en una fuerza política de masas.281

En el movimiento comunista internacional, Mao Zedong acaba de fallecer en 1976; el Grupo de Shanghai, encabezado por su viuda, había sido derrotado; la Revolución Cultural, que alimentó el imaginario de buena parte de la izquierda peruana y especialmente de Sendero Luminoso, había llegado a su fin. Pero mientras que el grueso de la izquierda acepta entonces, aún cuando a veces parcial y tardíamente, que “las masas” tienen capacidad de iniciativa política y que a nivel internacional no existe un “partido guía”, SL niega esas realidades y propone otro escenario: niega un papel protagónico a los actores sociales y se reafirma en que “el partido lo decide todo”; niega el predominio de la política y afirma que la violencia es la esencia de la revolución y la guerra es la tarea principal. Como sus esquemas parecen no resistir el movimiento real, a la manera de Josué intentan detener el sol, es decir, el tiempo. Insisten en definir al Perú como país semifeudal; afirman que el cambio de régimen no significaba nada porque la asamblea constituyente convocada en 1978 había sido sólo “la cuarta reestructuración del estado terrateniente burocrático corporativo” y Fernando Beláunde, triunfador en las elecciones presidenciales celebradas en 1980, representaba el “continuismo fascista”. Ante la imposibilidad de detener o de tapar el sol con un dedo, SL opta por convertirse en sol: muerto Mao Zedong y derrotados los 4 de Shanghai, se convierten éllos en el faro de la revolución mundial y convierten a su líder en la “cuarta espada del marxismo”, después de Marx, Lenin y Mao.282

Su escenario alternativo es, pues, una suerte de pesadilla desmesurada. Para construirlo requieren no sólo un acto de voluntad política suprema y enorme capacidad organizativa, sino un endurecimiento ideológico inédito en la historia política peruana y posiblemente también en la del movimiento comunista internacional: tienen que volverse lo que Poole y Rénique denominan un “fundamentalismo racionalista”.283 Si bien apelan más que nunca a la “ciencia del marxismo–leninismo”, acaban transformados: “en un sistema religioso, con sus profetas y sacerdotes, que indican las pautas y las formas para reestructurar total y absolutamente la existencia de los hombres y las sociedades”.284

Los propios documentos del PCP-SL revelan esa evolución hacia el fundamentalismo, pues en la década de 1980 ese partido ofrecía a sus miembros una fortísima identidad de esencia prácticamente religiosa. Veamos, sino, una cita decisiva de uno de los documentos más importantes de SL, donde se define al comunismo como

la sociedad de la “gran armonía”, la radical y definitiva nueva sociedad hacia la cual quince mil millones de años de materia en movimiento, de esta parte que conocemos de la materia eterna, se enrumba necesaria e inconteniblemente.285
Sólo a partir de una tal transformación, pudo SL iniciar su lucha armada en condiciones tan adversas, blindándose contra una realidad tan apabullantemente divergente de su lectura, para desarrollar una identidad grupal de secta. Y pudo hacerlo porque a esas alturas se encontraba básicamente fuera del movimiento social, desconectado de las clases que participaban en la producción, de su vida concreta y sus reivindicaciones. Mientras en la década de 1960 SL desarrolló con ellas un lazo pragmático y reivindicativo, a través del FDPA por ejemplo, los lazos que anudó crecientemente con los jóvenes en las siguientes décadas, fueron intelectuales y orgánicos.286

¿Por qué un núcleo político de jóvenes e intelectuales surgido en una región de la sierra peruana sufrió esa evolución? Vuelve a surgir entonces la pregunta inicial: ¿en qué medida influyó en la formación del perfil senderista el haber quedado reducido en 1970 a un núcleo político/intelectual básicamente regional, germinado en el humus de una región de señores arruinados y siervos en rebelión, abandonada por el desarrollo capitalista, propensa a cerrarse sobre sí misma pero al mismo tiempo vinculada al país y deseando dolorosamente el progreso? Consideramos que, en su maduración, SL recogió tendencias arcaicas de la sociedad regional y la vida política nacional. Y en medio de la crisis generalizada de la década de 1980, acabó convertido en vanguardia violenta y arcaisante de la sociedad y la política.


La influencia del clima regional

Para llegar a ser el poderosísimo “agujero negro” en el cual se convirtió en la década de 1980, SL atravesó, pues, un conjunto de procesos que podríamos caracterizar como: cohesión interna; cerrazón sobre sí mismo y diferenciación tajante, tanto de otros actores políticos como de las amplias masas; y lucha por ubicarse solo y absolutamente en el vértice de una nueva pirámide social. En cada uno de esos procesos juega un papel muy importante el contexto social y político de una región atrasada, señorial, “semifeudal”.

Cohesión. Uno de los componentes fundamentales de la argamasa que une a sus integrantes y garantiza la altísima cohesión interna de SL es la ideología. El grado de hipertrofia ideológica que alcanzan su dirección y su columna central de cuadros sólo es concebible por su condición de núcleo político/intelectual.

Sería interesante, al respecto, estudiar ciertas similitudes entre el APRA auroral y Sendero Luminoso. Por ejemplo, tanto el APRA como SL se nuclean alrededor del liderazgo indiscutido de un maestro, cuya figura los cohesiona y cuyas elaboraciones teóricas son propuestas como lo más avanzado del pensamiento mundial de su época. Recuérdese que el APRA se planteaba como la “superación dialéctica del marxismo”. Pero a diferencia del APRA, que surge entre el proletariado cañero de la costa norte y los asalariados y artesanos de Lima y las ciudades costeñas, SL germina en una región donde el elemento modernizador no fue un agente económico (mina, industria, cultivo comercial), sino fundamentalmente ideológico: una universidad.287 Hemos visto que la PEA asalariada en Ayacucho era la más baja del país junto con la de Apurímac. Sin un correlato material contundente, las posibilidades de un “desborde ideológico” entre esos intelectuales que abrazan la idea marxista-leninista más que la lucha obrera, eran muy grandes.

Pero conforme nos alejamos del vértice intelectual y nos acercamos a los rangos medios y bajos de la jerarquía senderista, la importancia de la ideología disminuye, aunque de ninguna manera desparece. En estos niveles cobran mayor importancia las acciones, principalmente militares, que acompañadas de ritos y generando mitos, consolidan el sentido de pertenencia al grupo. Existe, sin embargo, otro componente de la argamasa que cohesiona tanto a la dirección como a las bases senderistas, más sutil pero tanto o más importante que la ideología: es lo que podríamos definir como “solidaridad étnico-regional”. En efecto, si se leen los documentos del PCP-SL podría pensarse que el Perú es una sociedad étnicamente tan homogénea como la japonesa o la islandesa: ni una sola línea alude en ellos a problemas étnicos o raciales. Y, sin embargo, los cuadros senderistas exhiben un perfil étnico-regional muy definido: son, abrumadoramente, provincianos serranos mestizos, provenientes de los rangos medios o medios bajos de las escalas sociales locales, o son los hijos de ellos nacidos en Lima.288

Como se ve, no estamos hablando de “indios” ni de “ayacuchanos” sino de una franja que, a pesar de especificidades locales comparten muchas similitudes históricas y culturales. Esa franja se encuentra en toda la sierra, especialmente en los Andes del centro y del sur. Pero a partir de las grandes migraciones, desde medianos de siglo se desparrama por todo el país. En la década de 1980, esto favorece la expansión de SL más allá de las fronteras de Ayacucho. Antes de seguir adelante, caben dos precisiones. Por un lado, lo anterior no significa que no puedan haber criollos o limeños en SL, incluso de clase media, en especial algunos provenientes originalmente de otras organizaciones de izquierda. Pero el grueso del contingente responde al perfil definido por Chávez de Paz. Por otro lado, en su estudio sobre inculpados por terrorismo, dicho autor menciona otras características: son jóvenes, provincianos, mestizos, con educación superior al promedio. Ello hace todavía más insoportable lo que, estirando el concepto, podríamos denominar “incongruencia de estatus” en el plano étnico-regional. Luis Lumbreras relata como sufrió en carne propia esa incongruencia en un país racista y centralista:

Es aquí en Lima donde ya percibí otro tipo de relaciones étnicas. Bueno, yo era serrano, ayacuchano, aquí yo era cholo. Pasé de mi condición de familia de hacendados allá, a la de cholo en Lima. Una figura especial que, desde luego, mi familia jamás aceptaba pero que a mí me parecía obvia.289
En el caso de los intelectuales senderistas, no se trata necesariamente de hijos de hacendados, pero si de estratos medios mistis, de gente “decente”, y además intelectuales, que a pesar de su origen social y calificación académica, sienten el desprecio de la elite criolla limeña que los margina por provincianos, serranos, cholos. Ese sentimiento de marginación étnico-regional, a pesar de su relativamente alta calificación educativa y política, motiva indudablemente a los jóvenes senderistas.

Sin embargo, SL prefiere refugiarse en un reduccionismo clasista que ignora la dimensión étnica y tiende a desechar casi cualquier revaloración cultural andina como “folklore” o manipulación burguesa. En su vocero oficioso, El Diario, que reproduce la línea senderista a partir de 1987, se encuentran multitud de artículos sobre el tema. Paradigmático resulta un editorial firmado sólo con iniciales, en el que se alude a José María Arguedas:290

El internacionalismo debe luchar contra el nacionalismo mágico-quejumbroso, cuyos troncos folklorizados los hemos tenido y los tenemos en el nacionalismo chauvinista, cuyo promotor era nada menos que aquel escritor quien se regocijaba al declararse “apolítico puro” pero que en plena época de la Secunda Guerra Mundial se ufanaba de su bigotito hitleriano. Su nombre: José María Arguedas, aplicado discípulo y animador en el Perú de la antropología norteamericana. El contenido de los argumentos arguedianos nos da a entender que el “indio” (sic) es el único ser dispuesto a todas las virtudes, pero incapaz de falta alguna; y que, por lo tanto, deberíamos aislarlo y cuidarlo para evitar su contaminación. He aquí la indofilia zorra inequívoca. [subrayado en original].291
A pesar de su negación virulenta, el elemento étnico juega un papel en la cohesión interna senderista. Pero como se deduce de la cita anterior, SL no es un movimiento indígena, menos aún indigenista. Constituye la respuesta de un sector minoritario de la franja intermedia andino-mestiza, la cual, según Arguedas, sufría en tiempos coloniales, “el menosprecio del criollo y del indio” y cuyas heridas y desgarramientos eran mayores. En el plano artístico musical al cual alude aquí Arguedas, resultaban “más necesitados de expresiones violentas” que los indios.292 Podríamos sospechar que para algunos sectores ese desgarramiento sigue siendo demasiado terrible como para ser verbalizado políticamente. Tal vez por eso SL guarda silencio oficial sobre el problema étnico, o lo niega a nivel oficioso, a pesar de que es uno de los elementos que lo cohesiona, separándolo tanto de criollos como de indígenas. Esa extracción “intermedia” de los cuadros de SL, su percepción de ser diferentes y, al mismo tiempo, la necesidad que sienten de aliarse con e imponerse sobre el campesinado indígena, contribuyen a explicar la facilidad con la que ese partido ejerce violencia contra las poblaciones indígenas.

Cerrazón. Una vez cohesionado (y desde antes, para mejor cohesionarse), el partido tendió a cerrarse cada vez más sobre sí mismo, reflejando de esa forma las propensiones “endogámicas” de la región. Con frecuencia se ha aludido a la alta frecuencia de matrimonios dentro del núcleo inicial de SL, que llegó a ser tildado por sus adversarios como “la sagrada familia”.293

Durante la década de 1980, algunos de los mecanismos fundamentales para expandir su militancia han sido también el parentesco y el paisanaje, que se encuentran por lo general estrechamente entrelazados. Cohesión y cerrazón se refuerzan de esta forma mutuamente, acentuando la diferenciación dentro-fuera, nosotros-otros.294 Como parte del proceso de cerrazón, SL desarrolló lo que podría denominarse una “paranoia funcional”.

Para aclarar este término, regresemos a los sucesos de 1969 y detengámonos en algunos episodios. En el gran mitin del 10 de junio en Huanta, por ejemplo: “[…] entre los manifestantes el pueblo descubre a miembros de la Policía de Investigaciones, grabando y tomando fotografías”. Tres días después: “En la madrugada un grupo de estudiantes intenta quemar las puertas del colegio [María Auxiliadora] […] Las autoridades del colegio toman fotografías de los estudiantes que participan en los mítines y en las acciones”. En Ayacucho, durante el mitin del 17 de junio: “[…] Los participantes del mitin logran identificar a miembros de la Policía de Investigaciones pero se mantienen serenos”.295

Por cierto que debe haber habido espionaje policial durante la huelga estudiantil. Pero sorprende el fuerte énfasis del relato en distinguir todo lo hostil al movimiento. No sabemos en qué medida esa hipersensibilidad era exclusiva de la vanguardia o un sentimiento generalizado en esas ciudades. Fermín afirma:

Sí, había seguimiento policial […] porque cuando interrogaron a NN en prisión, uno de ellos sabía de charlas que había dado en los barrios, con fechas y todo. Pero creo que había una dosis de sobrevaloración de parte de SL, siempre esa tendencia a sentir una presencia omnívora del estado.
La crispación senderista tenía, sin embargo, asideros reales en el carácter fuertemente excluyente de la vida política del país.296 Pero hacia fines de la década de 1970, ante el proceso de modernización estatal y social, y ante el gran auge de masas en medio del cual se produce el repliegue del gobierno militar y la transición democrática, el grueso de la izquierda optó por abrirse y construir, en todo caso, nuevas líneas de defensa en la sociedad y en la opinión pública. No discutiremos aquí sus motivaciones, ni su eficacia. Lo que nos interesa es el contraste con SL que, precisamente entonces, absolutizó su cerrazón y optó por consolidar un poderosísimo exoesqueleto que lo constreñía, limitando su crecimiento, pero lo protegía de un mundo exterior que sentían cada vez más hostil, tanto en el plano nacional como internacional. En realidad no les importaba ser pequeños. Guzmán lo afirma en su entrevista:

El partido [es] una organización selecta, una selección de los mejores, de los probados, de los que tienen madera, como decía Stalin […] ¡Cuántos bolcheviques había cuando triunfó la revolución de Octubre?: ochenta mil en un país de ciento cincuenta millones de habitantes.297
Privilegian, así, una consistencia ideológica cada vez más densa: el “pensamiento Gonzalo”; y un escudo orgánico inquebrantable: el partido como “máquina de guerra”. La “paranoia” resulta entonces funcional a su proyecto. Pero para entender la decisión de SL no basta, decíamos, remitirnos a las tradiciones del movimiento comunista internacional o al contexto nacional. Hay que tener en cuenta, además, el clima regional. De esta forma, la “paranoia funcional” se vería reforzada por una composición étnico-regional basada en las relaciones de parentesco y paisanaje y sería también, en buena medida, una reverberación en el plano político de la desconfianza y la tendencia a expulsar a los foráneos que se constatan en el movimiento social de la región. Finalmente, hay hechos más inmediatos, que son como una suerte de “trauma de nacimiento” de SL: la delación de Saturnino Paredes; la redada del 21 de junio de 1969.

Imposición. La otra tendencia regional, que desarrollamos anteriormente, fue la búsqueda del progreso, que en las condiciones allí existentes era también una búsqueda de justicia. El progreso les había sido escamoteado por una clase dominante regional inepta apoyada por un estado ajeno y cómplice, monopolizado por capas criollas que los discriminaban. SL se platea destruir esas clases y ese estado y construir otro nuevo y, por cierto, una nueva sociedad.

La nueva sociedad que plantea SL es, sin embargo, estrictamente jerárquica y ordenada, como jerárquico y ordenado era el mundo señorial donde cada uno ocupaba su lugar, sabía cuál era “su sitio” y sabía, por tanto, respetar y/o mandar.298 Surgida entre las ruinas de una sociedad señorial en decadencia, la nueva elite emergente no necesitaba abolir las jerarquías porque abrazaba una ideología absolutamente radical, pero al mismo tiempo extremadamente autoritaria. Tradiciones señoriales y marxismo-leninismo-maoísmo refuerzan mutuamente sus aspectos autoritarios. De esta forma, si la “dominación total” o el “triángulo sin base” (según los términos de Cotler) definen la relación tradicional o “semifeudal” entre mistis e indios, entonces, por su práctica, SL constituye una nueva forma de ser misti (a contracorriente de la tendencia principal en el país, que apuntaba más bien al resquebrajamiento del poder de los mistis).299 Ello porque un rasgo fundamental de su accionar era el desconocimiento de las organizaciones populares y su reemplazo por los “organismos generados” y por el partido, que “lo dice todo” como antes lo decidían todo los señores y los poderes locales. Esta relación entre la columna central de SL y los viejos mistis es sólo una analogía. Porque la base del poder de los mistis era el monopolio sobre la tierra y/o el poder económico, mientras que SL considera que le corresponde ubicarse en el vértice de una nueva pirámide social por razones ideológicas y políticas, porque posee la clave para el progreso ininterrumpido: la única y verdadera ciencia, el marxismo-leninismo-maoísmo, desarrollado por el “pensamiento Gonzalo”.

Una frase del propio Abimael Guzmán ilustra cómo en la relación partido-masa que pretende establecer SL, se recrean sobre nuevas bases las viejas relaciones misti-indio:

A las masas hay que enseñarles con hechos contundentes para con ellos remacharles las ideas […] las masas en el país necesitan la dirección de un Partido Comunista, esperamos, con más teoría y práctica revolucionaria, con más acciones armadas, con más guerra popular, con más poder, llegar al corazón mismo de la clase y del pueblo y realmente ganarlo. ¿Para qué? Para servirlo, eso es lo que queremos.300
El lenguaje es de una violencia impresionante contra las masas que en el mismo párrafo se dice amar y servir. Se trata, pues, de una relación ambigua, muy similar a la que Arguedas planteara en su novela “Todas las Sangres”. SL constituiría así una síntesis de los dos personajes centrales de dicha obra: Don Fermín Aragón de Peralta, quien representaba la modernización, y su hermano Don Bruno, que encarnaba el amor autoritario, tortuoso, violento, del superior por el inferior, del maestro por el alumno bueno pero torpe al cual hay que enseñarle que la letra entra con sangre.

Por eso, en el proyecto de SL la pirámide social no necesita volverse más flexible ni porosa. Simplificando, se advierten en ella cuatro niveles, que de abajo hacia arriba serían: las masas, los organismos generados, el partido y, por sobre todos ellos, el presidente Gonzalo. No es casual, entonces, que SL persiguiera la militarización del partido y de la sociedad, en tanto toda organización militar es esencialmente jerárquica.

Ese es el perfil con el cual el Partido Comunista del Perú–Sendero Luminoso, inició su lucha armada en 1980. En su proyecto y en su accionar, el marxismo-leninismo-maoísmo, partido-céntrico y cientificista, empalmó con la búsqueda de “progreso” pero también, y sobre todo, con los aspectos más autoritarios, cerrados, excluyentes y premodernos de la cultura política peruana, aspectos que se exacerban en el Ayacucho de las décadas de 1960 y 70, pero que no eran exclusivos de dicha región sino que impregnaban en mayor o menor medida buena parte del país, sentando las bases para la expansión del PCP-SL más allá de su ámbito geográfico y social original en los años siguientes.301



EPÍLOGO: LA “HISTORIA OFICIAL”

Por seguir el rastro de Sendero Luminoso a través de la década de 1970, perdimos de vista a los otros actores políticos que jugaron papel destacado en el movimiento de 1969. ¿Qué fue de ellos? ¿Qué sucedió con Bandera Roja, triunfadora de la guerra interna contra SL?, ¿con el comité local “Lenin”, que puso en marcha el movimiento?, ¿y con Aracelio Castillo, su primer analista? Como vimos, pronto SL inició su contraofensiva, que se sintió primero en la UNSCH y de la cual Castillo fue precisamente una de las primeras víctimas.


El fin de Aracelio

Pocos meses después del movimiento de 1969, a Castillo le tocó ser evaluado para su ratificación como docente en la UNSCH. Entonces:

Viene Guzmán y lo liquida hermano, qué bárbaro. Lo liquida en una ratificación en el Consejo Universitario. Él llegaba evaluado con una nota B de su facultad. Tal vez era excesivo, pero en todo caso, tampoco merecía D [desaprobado]. Pero Guzmán le sacó la mierda. Hizo cambiar la votación del Consejo Universitario, porque en la primera votación había aprobado. Comenzaron a decir las notas: B, B, B. Había una E, pero aprobó. Entonces dijeron: bueno, vamos a pasar a otro punto. “No, no, no”, dijo Guzmán, que estaba con un libro abierto delante, pero no estaba leyendo, pues. Señaló que él era el que había puesto E, porque por allí y por allá… no dio muchos argumentos académicos. Pero poco a poco empezó a generar cierto ánimo… y pidió reconsideración: que haya un cuarto intermedio, que se vuelva a votar. Se produjo el cuarto intermedio y lo liquidó. Habló con los alumnos, ¿no ves que había tercio estudiantil? Tal vez no había tenido tiempo de conversar con ellos antes. Entonces en la nueva votación le ponen E, E, E, E, E, E. Para que baje el promedio, pues. NN fue el único que se dio cuenta y le puso A, porque ya era una guerra a muerte. Pero salió desaprobado.302
“Nosotros le hicimos un desagracio”, recuerda Wilber.


Los jóvenes huantinos

Por su parte, quedaron en el limbo, atrincherados en el comité local “Lenin”. A lo largo de la década de 1970 mantuvieron lazos con otros núcleos que habían quedado sueltos luego del estallido de Bandera Roja: los comités “Túpac Amaru” del Cusco, “Estrella Roja” en Lima. Por entonces llegaron a conformar la Federación Provincial de Campesinos de Huanta y tuvieron presencia en el FER “Antifacista”, donde coexistían con Bandera Roja.

A fines de esa década, todos esos grupos tocaron sus límites. “Estrella Roja”, que dominó durante largos años la Federación Universitaria de San Marcos, se autodisolvió en 1979. Dice Fermín que “concluyen que la universidad no es un centro importante, que hay que trabajar en el movimiento obrero… Pequeños núcleos se van a las minas y ahí de dispersan”. El CR “Túpac Amaru”, que durante buen tiempo mantuvo la dirección de la importante Federación Departamental de Campesinos del Cusco (FDCC), colapsó a principios de los ochenta ante el embate ideológico de las acciones armadas de SL en su militancia. En cuanto a los huantinos, catalizadores de acontecimientos que los rebasaron, no lograron articularse en una alternativa nacional. Hacia fines de la década de 1970, el CL “Lenin” languidecía. Tiempo después optó por autodisolverse: “fuimos rebasados por los acontecimientos”, reconoce Wilber.

En Bandera Roja, finalmente, se aglutinó un conjunto de asesores legales provincianos, incapaces de desarrollar una “aventura del pensamiento” semejante a la de sus pares de SL, o de encauzar la organización campesina a través de la CCP, como hicieron los partidos de UDP, en especial Vanguardia Revolucionaria. Quedaron, más bien, como una suerte de mutación marxista-leninista de los antiguos núcleos indigenistas, desarrollando posiciones extremadamente campesinistas y basistas. En su lucha contra Guzmán, insistían en que

el problema principal en esta etapa reside en quién se integre a las masas, principalmente campesinas, participe y conduzca sus luchas (educación, organización, movilización), teniendo como guía el cumplimiento de la tarea principal.303
Ataque nada velado al grupo de Ayacucho, ligado “únicamente a las masas pequeño-burguesas” y a su línea, “teórica, abstracta, esquemática, que no daba razón de ninguna movilización de masas campesinas”. Sendero Luminoso, por su parte, los acusa de “diluir la dirección del partido en las masas, pregonar legalismo y decir todo a través de la CCP”.304 En buena parte, SL tenía razón. Peor aún, por su externo sectarismo y la incapacidad de adaptarse a la nueva realidad del agro y del movimiento campesino durante la reforma agraria, Bandera Roja perdió la hegemonía en dicha organización entre 1973 y 1974. Se negaron a aceptar esa derrota y quedaron solitarios en una CCP paralela cada vez más fantasmal.

Hacia 1978, alineado para entonces con el Partido del Trabajo de Albania, Paredes produjo uno de los virajes más bruscos y sorpresivos de la izquierda radical, al converger en un mismo frente para las elecciones a la Asamblea Constituyente de ese año con el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) de orientación trotskista y liderado por Hugo Blanco.305 Los votos preferenciales alcanzados por éste (alrededor del 10% de la votación nacional), arrastraron a once compañeros de su lista a integrar dicha asamblea, entre ellos cinco miembros de Bandera Roja, incluyendo a Paredes.306 Luego de pasar sin pena ni gloria por el recinto parlamentario, en la década de 1980 Bandera Roja entró en una suerte de coma profundo que a estas alturas parece irreversible.

Y así, de los grupos de izquierda que participaron en el movimiento de 1969, el PCP-SL quedó como único sobreviviente. Poco a poco, en el imaginario ayacuchano fue identificándose con el movimiento por la gratuidad de la enseñanza. En el primer aniversario, de acuerdo con el testimonio de Fermín, dudaban en salir a las calles a conmemorar,

decían que era provocar a la represión, que en las condiciones del fascismo no era posible una manifestación pública. Pero nosotros, vía la FUSCH, impulsamos la conmemoración, salimos a las calles y tuvieron que plegarse.
Pero luego fueron haciendo suyo en exclusividad el movimiento, amparados en su participación real en él, y en su presencia en el FDPA. Con los años se superaron los temores y la conmemoración del aniversario de la masacre alcanzó sus episodios más masivos hacia 1971-1973. Finalmente, en la década de 1980, cuando SL reapareció con fuerza como actor militar, copó los espacios donde se habían refugiado sus antiguos competidores: Huanta, Pomacocha. Y así llegamos a la versión monolítica y sin fisuras, pulida y refulgente como un diamante, a la historia oficial:

En la Reconstitución [1963-1980]. El presidente Gonzalo establece la línea de masas del Partido y las formas orgánicas, esto es un período de más de quince años de dura lucha de dos líneas concretando saltos parciales. Así, en la primera política estratégica de la Reconstitución desenvuelve los inicios del trabajo de masas del Partido, todos los militantes en Ayacucho hacían trabajo campesino y con los obreros de construcción civil, por ejemplo, también con los intelectuales y masas pobres de los barrios; apoyó las invasiones de tierras; realizó eventos campesinos, siendo de trascendencia la I Convención Regional de Campesinos de Ayacucho donde se estableció el programa agrario; dirigió las históricas luchas del 20, 21 y 22 de junio de 1969 de Ayacucho y Huanta, movilizando a las masas de estudiantes secundarios y padres de familia contra el decreto 006 de Velasco consiguiendo su derogación.307



Anexo 1

SOBRE LAS FUENTES


No ha sido nuestro propósito realizar un estudio exhaustivo del movimiento por la gratuidad de la enseñanza en Ayacucho y Huanta, ni sobre el desarrollo de Sendero Luminoso en la década de 1970, sino articular un primer nivel de evidencias que arrojen luz sobre las especificidades de esa región, sobre la coyuntura nacional y regional en la cual surge SL, y sobre su posterior evolución. Nuestras fuentes, por tanto, no pretenden ser completas. Creemos, sin embargo, que han sido suficientes como para lograr nuestro objetivo.


Aracelio Castillo

Entre 1966 y 1969, el sociólogo piurano Aracelio Castillo se desempeñó como profesor de la Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga (UNSCH) y vivió por tanto muy de cerca los sucesos de junio de 1969. Castillo era militante del PCP Bandera Roja, pero discrepaba con la línea predominante en el Comité Regional “José Carlos Mariátegui” de Ayacucho, que encabezaba Abimael Guzmán. Sin embargo, tampoco se alineó con la otra tendencia que pugnaba por la hegemonía en dicho partido, la encabezada por el secretario general Saturnino Paredes. Estuvo más bien cercano a los núcleos que quedaron en una ubicación intermedia en dicha lucha interna, entre ellos los jóvenes que conformaron por entonces el comité local “Lenin” en Huanta. Años más tarde, Aracelio Castillo elaboró un estudio sobre El movimiento popular de junio de 1969 (Huanta y Huamanga, Ayacucho) que presentó en 1972 como tesis doctoral en el Programa Académico de Ciencia Social de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Castillo falleció súbitamente en diciembre de 1978, durante un seminario sobre problemática agraria que se celebraba precisamente en la ciudad de Ayacucho.

Nuestro trabajo encontró su fuente más valiosa en esa tesis. Si bien ella está escrita en un lenguaje sumamente hermético y sofocada por una suerte de corsé ideológico de acero, contiene importantes y novedosas reflexiones. Además, en sus ciento diecisiete páginas finales, a espacio simple, incluye cincuenta y siete anexos con documentos sobre movimientos urbanos y campesinos, desde la rebelión iquichana de 1827 hasta las luchas antiterratenientes fechadas en agosto de 1971, en plena reforma agraria. Treinta y siete anexos documentan específicamente el movimiento por la gratuidad de la enseñanza; comunicados, pronunciamientos, informaciones periodísticas y dos largas entrevistas grabadas a un dirigente campesino de Huanta y a un dirigente barrial de Huamanga, identificados sólo como “informantes X1 y X2”. Tomados en su conjunto los anexos, más los datos que aparecen en la tesis, constituyen un repositorio invalorable sobre el movimiento popular en Ayacucho, especialmente sobre el de junio de 1969.


Narración

Hemos utilizado, profusamente, la brillante crónica sobre Los sucesos de Huanta y Ayacucho, aparecida en el suplemento “Nueva Crónica y Buen Gobierno” de la revista Narración, núm. 2, Lima, julio de 1971. Como director del suplemento figura Miguel Gutiérrez, quien fuera profesor de literatura en la UNSCH entre 1968 y 1970 y vivió también de cerca el estallido popular de 1969.


Otros trabajos

Además de la tesis de Castillo y la crónica de Narración, hemos revisado otros dos trabajos sobre el movimiento de 1969. Uno es el de Factor Ramos y Jorge Loli, Historia del movimiento popular en Huamanga, presentado en 1979 como tesis para optar al título de Antropólogo ante el Departamento de Ciencias Histórico Sociales de la UNSCH y que incluye un capítulo sobre los sucesos de 1969 (pp. 75-98). Otro es un trabajo de veinte páginas, El movimiento de Ayacucho y Huanta por la gratuidad de la enseñanza, presentado por Rafael Alarcón Tipe en un Seminario de Investigaciones del Departamento de Ciencias Histórico Sociales de la UNSCH en 1976.

Además de esos trabajos, hemos logrado acceso a otros volantes y comunicados aparecidos en esa coyuntura, que no figuran en los anexos de Castillo.

Finalmente, hemos revisado los diarios limeños que informaron sobre los sucesos, especialmente El Comercio, La Prensa, Expreso, Correo; y la revista Unidad, órgano del Comité Central del Partido Comunista Peruano de orientación prosoviética.

Para el contexto histórico regional nos han sido útiles muchos trabajos realizados por profesionales de la UNSCH, especialmente los de Jaime Urrutia, así como también los de Antonio Díaz Martínez, José Coronel, Modesto Gálvez y Lucía Cano, Jaime Rivera, entre otros. Para el contexto educacional resulta útil el libro de Norman Gall, La reforma educativa peruana, que dedica un capítulo a la problemática de la educación en Ayacucho y al movimiento de 1969.


Entrevistas

Completamos nuestra base de datos con cinco largas entrevistas. Una al doctor Mario Cavalcanti Gamboa, por entonces asesor legal de la Asociación de Regantes de Huanta quien, como dijimos, jugó un papel protagónico en el movimiento en Huanta. De los cuatro restantes entrevistados, uno era en esos años estudiante secundario en Huanta. Otros tres eran universitarios en San Cristóbal, dos de ellos huantinos. Todos tuvieron participación activa en el movimiento. Sus testimonios aparecen en el libro con nombres supuestos:

  • Odón: huantino, estudiante secundario, dirigente intermedio del movimiento de Huanta.
  • Wilber: huantino, universitario de San Cristóbal, militante del Frente Estudiantil Revolucionario (FER), parte del núcleo de huantinos que por entonces tenía presencia en la Federación Universitaria (FUSCH) y se oponía a la dirección del Comité Regional “José Carlos Mariátegui”, que lideraba Abimael Guzmán.
  • Fermín: huantino, también universitario de San Cristóbal, de características similares a Wilber.
  • Víctor: universitario de San Cristóbal, cercano por entonces a la línea del Comité Regional “José Carlos Mariátegui”, pero sólo como miembro del Frente Estudiantil Revolucionario (FER), no del partido.
    También hemos utilizado en el libro los dos testimonios que Aracelio Castillo incluyera en su tesis. Para uniformizar la presentación, en vez de X1 y X2 les hemos puesto nombres, supuestos por cierto:
  • Bernardino: dirigente barrial de Huamanga.
  • Abelardo: dirigente campesino de Huanta.
  • Al citar, tanto los testimonios como los “otros trabajos” escritos, he transcrito fielmente los originales, aún cuando tengan fallas gramaticales. Lo mismo vale para los documentos de SL.


Documentos de Sendero Luminoso

Salvo Víctor, que fue por un tiempo periférico, no hemos logrado entrevistar a miembros de la entonces fracción roja que dirigía Abimael Guzmán y daría origen poco después a Sendero Luminoso. La ausencia de entrevistas se cubre, sólo en parte por cierto, a través de diferentes medios:

  • Con la crónica de los sucesos que aparece en el suplemento de Narración, que si bien no expresa un punto de vista partidario, sí recoge un “clima”, una sistematización e incluso algunos tics senderistas (el énfasis en el descubrimiento de espías y delatores, por ejemplo). Esto no disminuye la riqueza del texto ni la veracidad de los datos que recoge ni lo que Gramsci habría llamado una cierta vocación hegemónica, algo absolutamente extraño hoy en SL.
  • Con los trabajos de Rafael Alarcón Tipe y de Ramos y Loli. En 1969 ellos eran estudiantes universitarios, identificados con el sector del FER que poco después adoptaría el lema “Por el sendero luminoso de Mariátegui”. Es necesario señalar que Factor Ramos, trabajador del hospital General de Ayacucho, fue desaparecido en 1984, según todo indica por obra de las Fuerzas Armadas. En 1988, Rafael Alarcón Tipe fue salvajemente asesinado en su domicilio por el comando ultraderechista que se autodenomina “Rodrigo Franco”. Como expresión de los tiempos sangrientos que vivimos, esos crímenes continúan hasta hoy impunes.
  • Con los volantes y documentos de organizaciones en las cuales SL tenía gran influencia, como por ejemplo el Frente de Defensa del Pueblo de Ayacucho.
    Con el análisis de los dos documentos en los cuales Sendero Luminoso hace el balance del movimiento. Esos documentos, que reproducimos íntegramente en los Apéndices 4 y 5, son artículos aparecidos en la revista Bandera Roja, Núm. 42, octubre de 1969, pp. 9-10 y Allpanchikrayku, núm. 2, Ayacucho, 20 de diciembre de 1969, pp. 19-21.


Recuerdos personales

Fui profesor en la Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga entre 1970-1973 y entre 1975-1979. Cuando llegué a Ayacucho estaba fresco el recuerdo de los sucesos de junio de 1969. A lo largo de la década fui testigo cercano, pero no neutral, de la evolución de SL. Cuando el libro relata episodios de esos años, a veces no aparecen referencias bibliográficas. Se trata entonces de hechos que presencié personalmente. Tal vez cediendo al fetichismo de la palabra escrita en esos casos me he remitido casi siempre a otro trabajo mío, Sendero Luminoso: los hondos y mortales desencuentros, IEP, 1985, basado centralmente en mis experiencias personales de esos años.




Anexo 2


Cuadro 1: Crecimiento de la población en las capitales de departamentos de la sierra, 1876-1981


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Cuadro 2: Evolución de la población analfabeta de 15 años y más a nivel nacional y en Ayacucho, 1940-1981

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Cuadro 3: Evolución de la población de 15 años y más con educación universitaria a nivel nacional y en Ayacucho, 1940-1981


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Cuadro 4: Crecimiento de la población universitaria en la UNSCH y a nivel nacional, 1959-1980


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Cuadro 5: Ayacucho. Población en las capitales provinciales de Huamanga y Huanta y porcentaje sobre la población total de esas provincias, 1976-1981





Cuadro 6: Movimientos campesinos en Ayacucho, 1948-1969


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Cuadro 7: UNSCH. Población estudiantil ayacuchana según provincia de nacimiento, 1968-1981


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Cuadro 8: UNSCH y Programa de Educación. Proporción de estudiantes ayacuchanos, 1965-1981


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Cuadro 9: Educación (UNSCH). Estudiantes ayacuchanos según provincia de nacimiento, 1968-1981


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Gráfico 1: Crecimiento de la población universitaria en la UNSCH y a nivel nacional, 1960-1980


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Anexo 3


Mapa 1: Valles de Ayacucho

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Mapa 2: Mapa político de Ayacucho

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NOTAS

1. Queremos señalar cuánto este trabajo debe al doctor Aracelio Castillo, ya fallecido, de cuya tesis doctoral de Sociología, El movimiento popular de junio de 1969. Huanta y Ayacucho, Perú. Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Lima: 1972. Extrajimos multitud de evidencias. Tesis citada en adelante como: Castillo. Movimiento de junio de 1969. Sobre el trabajo de Castillo y las otras fuentes utilizadas, véase anexo 1.

2El Pueblo. Arequipa: 23 de junio de 1969.

3Expreso. Lima: 24 de junio de 1969.

4. La enmienda Hickenlooper, adoptada por el Congreso de los Estados Unidos en 1962 e incorporada a la Ley de Ayuda al Exterior en 1964, condicionaba la ayuda hacia los países donde las propiedades estadounidenses habían sido nacionalizadas al pago de indemnizaciones “rápidas, adecuadas y efectivas”. (N. de E.)

5. Carlos Iván Degregori. Sendero Luminoso. I. Los hondos y mortales desencuentros II. Lucha armada y utopía autoritaria. Lima: IEP, Documentos de trabajo núms. 4 y 6, 1985.

6. En 1928, José Carlos Mariátegui, considerado el padre del socialismo peruano, fundó el Partido Socialista. Pocos días antes de su fallecimiento en 1930, el nuevo partido asumió el nombre de Comunista, reflejando así su subordinación a la III Internacional estalinista, con la cual Mariátegui había discrepado. Véase, por ejemplo, Alberto Flores Galindo. “Marxismo y sociedad: derrotero de un malentendido”. Allpanchis. Núm. 14. Cuzco: Instituto de Pastoral Andina, 1979, pp. 139-143. Entre otras causas, ese alineamiento con la III Internacional contribuyó a dejarle campo libre a la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA), fundada por esos mismos años, para convertirse en el primer gran partido popular del Perú contemporáneo, mientras el PCP quedaba como un pequeño núcleo de cuadros, que desempeñó sin embargo un papel importante en ciertas coyunturas durante las siguientes décadas. Por otro lado, desde la década de 1930 y hasta principios de la década de 1980, las vicisitudes del movimiento comunista internacional repercutieron fuertemente en el PCP y sus retoños.

7. Partido Comunista del Perú. “Bases de discusión del PCP. Línea Militar. Sendero y el Ejército Guerrillero Popular. Estrategia y táctica para la toma del poder”. El Diario, suplemento especial. Lima: 6 de enero de 1988: IV.

8. Sobre la región en la época prehispánica, véase: Enrique González Carré. Historia prehispánica de Ayacucho. Ayacucho, Perú: Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga, 1982. Luis Guillermo Lumbreras. The Peoples and Cultures of Ancient Peru. Smithsonian Institution Press, entre otros, 1974.

9. Con una superficie de 44.181 km2 repartidos en once provincias y ciento tres distritos, el departamento de Ayacucho ocupa el 3,44% del territorio nacional. Según el CensoNacional de 1981 tenía 503.392 habitantes que representaban el 3% de la población total del país. (Instituto Nacional de Estadística [INE]. Censos Nacionales de Población, viii de Población y iii de Vivienda, 12 de julio de 1981. Departamento de Ayacucho, Resultados Definitivos, 3 tomos, Lima, 1983). Para las provincias de Ayacucho. Véase mapa 2, anexo 3.

10. Excede los límites del presente trabajo una discusión amplia sobre la región de Ayacucho. Véase al respecto, entre otros: José María Arguedas. “Notas elementales sobre el arte popular religioso y la cultura mestiza en Huamanga”. Revista del Museo Nacional. Tomo 27, Lima: 1958. Jaime Rivera Palomino. Geografía general de Ayacucho. Ayacucho: UNSCH, 1971. Jaime Rivera Palomino. Geografía de la población de Ayacucho. Ayacucho: UNSCH, 1974. Modesto Gálvez. “El enfoque regional en las investigaciones sociales”. Ideología. Núm. 5, Ayacucho, 1977, pp. 53-58. Carlos Iván Degregori, Jaime Urrutia y Edwige Balutansky. “Apuntes sobre el desarrollo del capitalismo y la destrucción del área cultural Pokra-Chanka”. Investigaciones, Ciencias Histórico Sociales. Volumen 2, núm. 2, Segunda Parte, pp. 243-252. Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga (UNSCH), Ayacucho, 1979, pp. 243-252. Joel Jurado. Política económica y condiciones de vida en la región central. Lima: Mimeo, Servicios populares (SERPO), 1983; Jaime Urrutia. Huamanga: región e historia, 1536-1770. Capítulo 1. Ayacucho: UNSCH, 1985. Carlos Iván Degregori. Sendero Luminoso. I. Los hondos y mortales desencuentros II. Lucha armada y utopía autoritaria. Lima: IEP. Documento de trabajo núms. 4 y 6, 1985. Carlos Iván Degregori. Ayacucho, raíces de una crisis. Capítulo 6. Ayacucho: IEP; “José María Arguedas”. Socialismo y Participación. Núm. 36, pp. 49-56, diciembre, 1986. Sobre la “subregión” de Huanta, véase: Abilio Vergara. “Subregión de Huanta: apuntes para su comprensión”. González Vigil, Libro Jubilar 1933-1983. Huanta: González Vigil/UNSCH ed., 1983, pp. 125-177.

11. Jaime Urrutia. Huamanga: región e historia, 1536-1770. Ayacucho: UNSCH, 1985.

12. Jaime Rivera Palomino. Geografía de la población de Ayacucho. Ayacucho: UNSCH, 1974, p. 17.

13. Jaime Rivera Palomino. Geografía General de Ayacucho. Ayacucho: UNSCH, 1971. Jaime Urrutia. Huamanga: región e historia, 1536-1770. Ayacucho: UNSCH, 1985.

14 Abilio Vergara. “Subregión de Huanta: apuntes para su comprensión”. González Vigil, Libro Jubilar 1933-1983. Huanta: González Vigil/UNSCH ed., 1983, pp. 125-177.

15. Como dijimos, la ciudad fue fundada en 1539 con el nombre de San Juan de la Frontera de Huamanga. En 1824, el ejército español y las tropas independentistas libraron a pocos kilómetros de la ciudad la batalla de Ayacucho, que selló la independencia de América del Sur. Desde entonces, Ayacucho fue el nombre tanto del departamento como de su capital. Huamanga siguió llamándose sólo la provincia donde esta última se ubica (véase mapa 2, anexo 3), pero con frecuencia se sigue llamando así también a la ciudad.

16. Jaime Rivera Palomino. Geografía de la población de Ayacucho. Ayacucho: UNSCH, 1974, pp. 17-18.

17. Efraín Morote Best (compilador). Huamanga, una larga historia. Lima: CONUP, 1974, p. 278 y pp. 280-281.

18 Lorenzo Huertas. “Poblaciones indígenas en Huamanga colonial”. Etnohistoria y antropología andina. Lima: 2ª Jornada del Museo Nacional de Historia, 1981, pp. 134-135.

19. José María Arguedas. “Notas elementales sobre el arte popular religioso y la cultura mestiza en Huamanga”. Revista del Museo Nacional. Tomo XXVI, Lima, 1958, p. 143.

20. Desde la década de 1570 y a lo largo de toda la colonia, el mercurio o azogue fue el principal insumo para la producción de plata. Las minas de mercurio de Huancavelica se convirtieron en el complemento indispensable de las de Potosí y otros yacimientos argentíferos. Véase: Carlos Contreras. La ciudad del mercurio. Huancavelica 1570-1700. Lima: EIP, 1981.

21. Jaime Urrutia, Antonio Araujo y Haydeé Joyo. “Las comunidades en la región de Huamanga. 1834-1968”. Perú, el problema agrario en debate. Lima: Eguren et al. editores, SEPIA II, UNSCH/SEPIA, 1988, p. 430.

22. Jaime Urrutia. Comerciantes, arrieros y viajeros huamanguinos: 1770-1870. Tesis para optar al grado de bachiller en Antropología. Ayacucho: UNSCH, 1982.

23. Modesto Gálvez. “El enfoque regional en las investigaciones sociales”. Ideología. Núm. 5, pp. 53-58, Ayacucho, 1977, p. 58. Véase mapa 2, Mapa político de Ayacucho, anexo 3.

24. Ellos estudian la provincia de Huamanga, pero sus conclusiones pueden hacerse extensivas en buena medida a todo el norte del departamento. Véase Modesto Gálvez y Lucía Cano. El sistema latifundista en Huamanga, Ayacucho. Tesis para optar al grado de bachiller en Antropología, Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima, 1974.

25 Modesto Gálvez y Lucía Cano. El sistema latifundista en Huamanga, Ayacucho. Tesis para optar al grado de bachiller en Antropología, Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima, 1974, p. 170.

26. Modesto Gálvez y Lucía Cano. El sistema latifundista en Huamanga, Ayacucho. Tesis para optar al grado de bachiller en Antropología, Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima, 1974, p. 126.

27. Héctor Maletta y Alejandro Bardales. Perú: las provincias en cifras 1876-1981. Volumen I. Población y Migraciones. Lima: AMIDEP y Universidad del Pacífico editores, 1985.

28. Rodrigo Montoya. Capitalismo y no capitalismo en el Perú. Un estudio histórico de su articulación en un eje regional. Lima: Mosca Azul, 1980.

29. Aurelio Miró Quesada. “Ayacucho”. Efraín Morote Best. Huamanga, una larga historia. Lima: CONUP, 1974, p. 403.

30. Joel Jurado. Política económica y condiciones de vida en la región central. Lima: Mimeo, Servicios populares (SERPO), 1983, pp. 19-25.

31. Una revisión bastante exhaustiva de las cifras ayacuchanas se encuentra en Carlos Iván Degregori. “Del mito de Inkarrí al ‘mito’ del progreso. Poblaciones andinas, cultura e identidad”. Socialismo y Participación, núm. 36, diciembre de 1986, pp. 49-56. Un resumen de ellas en Carlos Iván Degregori. Sendero Luminoso. I. Los hondos y mortales desencuentros II. Lucha armada y utopía autoritaria. Lima: IEP, Documento de trabajo números 4 y 6, 1985. Los datos que aquí presentamos son tomados de estos textos y sus fuentes son: Instituto Nacional de Estadística (INE). Censos Nacionales de Población, viii de Población y iii de Vivienda, 12 de julio de 1981. Departamento de Ayacucho. Resultados Definitivos, 3 tomos, Lima: 1983; INE. Censos Nacionales de Poblaciones. viii de Población y iii de Vivienda, 12 de julio de 1981. Nivel Nacional. Resultados de Prioridad, 2 tomos, Lima: 1983; INE. Producto Bruto Interno por Departamentos: 1971-1981. Dirección General de Cuentas Nacionales, Lima: 1983 y Banco Central de Reserva. Reseña Económica. Lima: diciembre de 1982. Las cifras no avanzan más allá de 1981 porque esta fue la fecha del último censo nacional, antes de la redacción del presente trabajo.

32. En el período 1967-1972, entre los expulsores de población Ayacucho exhibía una tasa media anual de migración neta de -14 ‰, la segunda más alta del país después de Apurímac (-16,5). En el período 1976-1981 Ayacucho bajó al tercer lugar con -8,6, superado por Cajamarca (-11,6) y nuevamente por Apurímac (-9,4). Instituto Nacional de Estadística (IME). Las migraciones internas en el Perú por departamentos y provincia, Período: 1976-1981. Boletín de Análisis Demográfico núm. 30, Lima: noviembre de 1987, p. 12. Según el Censo de 1981, los ayacuchanos constituían la segunda colonia de migrantes en Lima con 150.843 personas, sólo superados por los 183.495 ancashinos. Sin embargo, si se toma en cuenta el total de habitantes de cada departamento (Ancash: 818.298 vs. Ayacucho: 503.392), resulta que Ayacucho era el departamento que exhibía el más alto porcentaje de residentes en Lima.

33Misti es la palabra quechua para designar a los mestizos vinculados a los poderes locales tradicionales. Se asemeja en algo al término “ladino” usado en Mesoamérica, especialmente en Guatemala. Los “indios” en Ayacucho son quechuas, el mayor pueblo indígena del país. Las grandes migraciones de la segunda mitad del siglo XX favorecieron un proceso que en el Perú fue denominado “cholificación”. Se llamó así al surgimiento de un estrato intermedio, fuertemente bilingüe, más urbano y moderno pero que al mismo tiempo mantenía una serie de rasgos indígenas o “andinos”, que a su vez fueron impregnando crecientemente el conjunto de la cultura nacional, aún cuando el quechua y otras lenguas indígenas retrocedieran en términos relativos. Escapa a los marcos del presente trabajo un análisis de la compleja realidad pluriétnica del país y sus transformaciones. Véase al respecto: Carlos Iván Degregori y Carlos Rivera. Perú 1980-1990: Fuerzas Armadas, subversión y democracia. Redefinición del papel militar en un contexto de violencia subversiva y colapso del régimen democrático. Documento de Trabajo núm. 53. Lima: IEP, 1993, 28 páginas. Carlos Franco. Imágenes de la sociedad peruana. La otra modernidad. Lima: CEDEP, 1991. David Montoya y Carlos Reyna. “Sendero: Informe de Lima”. Quehacer, Núm. 76, 1992, pp. 34-55. Sobre el proceso de cholificación véase: Guillermo Nugent. El laberinto de la choledad. Lima: Fundación Friedrich Ebert, 1992. Aníbal Quijano. Dominación y cultura: Lo cholo y el conflicto cultural en el Perú. Lima: Mosca Azul, 1980. Para una comparación entre Perú y Guatemala: Susan C. Bourque y Kay B. Warren. “Denial and Reaffirmation of Ethnic Identities: A Comparative Examination of Guatemalan and Peruvian Communities”. Occasional Papers Series, Latin American Studies, University of Massachusetts at Amherst, 1978. Entre Perú y Bolivia, Carlos Iván Degregori. “Movimientos étnicos, democracia nación en Perú y Bolivia”. La construcción de la nación y la representación ciudadana en México, Guatemala, Perú, Ecuador y Bolivia. Guatemala: FLACSO, 1999, pp. 159-225.

34. Luis Guillermo Lumbreras. “De señores, indios y subversivos”, entrevista en “El zorro de abajo”. Revista de Política y Cultura. Núm. 3, Lima: noviembre-diciembre, 1985, pp. 56-57.

35. Luis Guillermo Lumbreras. “De señores, indios y subversivos”, entrevista en “El zorro de abajo”. Revista de Política y Cultura. Núm. 3, Lima: noviembre-diciembre, 1985, pp. 56-57.

36. Julio Cotler. “La mecánica de la dominación interna y del cambio social en la sociedad rural”. Perú Problema. Núm. 1, Lima: IEP, 1969, p. 167.

37. Julio Cotler. “La mecánica de la dominación interna y del cambio social en la sociedad rural”. Perú Problema. Núm. 1, Lima: IEP, 1969, p. 173.

38. Carlos Iván Degregori. “Del mito de Inkarrí al ´mito` del progreso. Poblaciones andinas, cultura e identidad”. Socialismo y Participación. Núm. 36, diciembre, 1986, pp. 49-56.

39. Comisión Económica para América Latina (CEPAL). Anuario Estadístico de América Latina. Ed. 1984, ONU. 1985, p. 130.

40. Comisión Económica para América Latina (CEPAL). Anuario Estadístico de América Latina. Ed. 1984, ONU. 1985, pp. 87-88, 119, 126.

41. Estas cifras fueron proporcionadas por Richard Webb en una conferencia que tuvo lugar en el IEP en 1987.

42. De acuerdo a estudios de la CEPAL, en 1974 el estado peruano gastaba en educación el 3,7% del PBI y este porcentaje se redujo a 2,1 en 1980. El descenso en el gasto educativo continuó, cayendo de 20% del presupuesto en 1975 a menos del 10% una década más tarde. Comisión Económica para América Latina (CEPAL). Anuario Estadístico de América Latina. Ed. 1984, ONU, 1985, p. 138.

43. Mario Vargas Llosa. Informe de la Comisión Investigadora de los sucesos de Uchuraccay. Lima: Editorial Perú, 1983.

44. Jaime Urrutia, Antonio Araujo y Haydeé Joyo. “Las comunidades en la región de Huamanga. 1834-1968”. Perú, el problema agrario en debate. Lima: Eguren et al. editores. SEPIA II, UNSCH/SEPIA, 1988.

45. Jaime Urrutia, Antonio Araujo y Haydeé Joyo. “Las comunidades en la región de Huamanga. 1834-1968”. Perú, el problema agrario en debate. Lima: Eguren et al. editores. SEPIA II, UNSCH/SEPIA, 1988, p. 454.

46. Antonio Díaz Martínez. Ayacucho, hambre y esperanza. Ayacucho: Ediciones Waman Puma, 1969, pp. 157 y 159.

47. Dionisio Ortiz. Pomacocha: del latifundio a la comunidad. Tesis para optar el título de Ingeniero Rural. Ayacucho: UNSCH, 1968, p. 13.

48. Las cifras son tomadas de los censos nacionales de 1940, 1961, 1972 y 1981.

49. Sobre educación y “solución hacia afuera” en comunidades campesinas. Véase: Carlos Iván Degregori, Jürgen Golte, Walter Pariona y Hugo Reynoso. “Cambios económicos y cambios ideológicos en Ayacucho”. Ideología. Núm. 3, Ayacucho, pp. 14-41, 1973.

50. Norman Gall. La reforma educativa peruana. Lima: Mosca Azul, 1976, p. 44.

51. Universidad Nacional San Cristóbal de Huamanga. Universidad de San Cristóbal de Huamanga 1677-1977. Libro Jubilar en Homenaje al Tricentenario de su Fundación. Ayacucho: UNSCH, 1977, p. 43.

52. Carlos Iván Degregori. Sendero Luminoso. I. Los hondos y mortales desencuentros II. Lucha armada y utopía autoritaria. Lima: IEP. Documentos de trabajo números 4 y 6, 1985. Véase también: Universidad Nacional San Cristóbal de Huamanga. Universidad de San Cristóbal de Huamanga 1677-1977. Libro Jubilar en Homenaje al Tricentenario de su Fundación. Capítulo IV. Ayacucho: UNSCH, 1977.

53. Luis Guillermo Lumbreras. “De cómo Lumbreras entiende al Perú de Sendero”. Quehacer. Núm. 42, Lima: agosto-septiembre, 1986, p. 36.

54. Entrevista con Víctor. Las referencias a las entrevistas con el doctor Mario Cavalcanti y con otros cuatro entrevistados a quienes se ha dado nombres supuestos (Odón, Wilber, Fermín y Víctor) se encuentran en el anexo 1. En adelante, cuando se citen, se indicará sólo el nombre del entrevistado.

55. Julio Cotler. “Respuesta a ´Una encuesta sobre Sendero`”. Quehacer. Núm. 20, Lima: enero, 1983, p. 65.

56. Julio Cotler. “Respuesta a ´Una encuesta sobre Sendero`”. Quehacer. Núm. 20, Lima: enero, 1983, p. 65.

57. Carlos Iván Degregori. Sendero Luminoso. I. Los hondos y mortales desencuentros II. Lucha armada y utopía autoritaria. Lima: IEP, Documento de trabajo núms. 4 y 6, 1985. Véase también: Factor Ramos y Jorge Loli. Historia del movimiento popular en Huamanga. Tesis para optar al grado de bachiller en Antropología. Ayacucho: UNSCH, 1979. Citada en adelante como: Ramos y Loli. Movimiento popular en Huamanga.

58. Entre 1959 y 1968 las vacantes a la UNSCH se habían sólo duplicado, pasando de 228 a 538. En 1969 ingresan 1.133 postulantes. Al año siguiente 1.427 y 1.280 en 1971. Desde entonces el número de vacantes se mantiene más o menos estable hasta mediados de la década de 1970.

59. En realidad, esa década significó un quiebre importante en todo el país y el continente. En 1959, año de la reapertura de la UNSCH, había triunfado la revolución cubana, que gatilló una ola de radicalización en el continente. En el Perú, en 1963 accedió al gobierno el arquitecto Fernando Belaúnde (1963-1968), candidato de la alianza reformista entre AP y la Democracia Cristiana. Eran los años de la Alianza para el Progreso. En medio de un país sacudido por el movimiento campesino más importante de América del Sur (1958-1964), y por grandes migraciones y procesos de organización vecinal y sindical en las ciudades, Belaúnde prometió la Reforma Agraria y la nacionalización del petróleo. Pero sin mayoría en el Parlamento, no fue capaz de cumplir sus promesas. Sobrevino la desilusión y, a partir de 1967, la crisis económica. En octubre de 1968 las Fuerzas Armadas. derrocaron a Belaúnde pero esta vez, no para restaurar el viejo orden sino para realizar por la vía autoritaria las reformas que aquél no pudo llevar adelante. Seis días después de tomar el poder, el gobierno encabezado por el general Velasco (1968-1975) nacionalizó los pozos petroleros más importantes del país. En junio de 1969 decretó la Reforma Agraria más radical de América del Sur.

60. Nicolás Lynch. Los jóvenes rojos de San Marcos. Radicalismo universitario de los años ’70. Lima: El zorro de abajo ediciones, 1990.

61. Dirección Nacional de Estadística y Censos (DNEC). VI Censo Nacional de Población. Lima: DNEC, 1965. Véase también, Instituto Nacional de Estadística (INE). Lima: INE, 1983.

62. Héctor Maletta y Alejandro Bardales. Perú: las provincias en cifras 1876-1981. Volumen. I. Población y Migraciones. Lima: AMIDEP y Universidad del Pacífico editores, 1985.

63. En 1972 los docentes eran 143 y los trabajadores administrativos 154. Para 1976 los primeros sumaban 221 y los segundos 189. No tenemos las cifras para 1977. Véase Universidad Nacional San Cristóbal de Huamanga (UNSCH). Universidad de San Cristóbal de Huamanga 1677-1977. Libro Jubilar en Homenaje al Tricentenario de su Fundación. Ayacucho: UNSCH, 1977, p. 109.

64. Norman Gall. La reforma educativa peruana. Lima: Mosca Azul, 1976, p. 45.

65. Carlos Tapia. El latifundio en Socos Vinchos. Tesis para optar el título de Ingeniero Rural. Ayacucho: UNSCH, 1968.

66. Castillo. Movimiento de junio de 1969. Véase anexo 1 sobre esta obra.

67. Se trata de un recuento de los acontecimientos tal como estos aparecieron en diversos medios de prensa. Se han revisado los diarios limeños El Comercio, La Prensa, ExpresoCorreo, y el semanario Unidad, entre marzo y junio de 1969. Asimismo, el diario oficial El Peruano, el diario limeño Ojo y el arequipeño El Pueblo, de los días 23, 24 y 25 de junio. Sobre lo ocurrido en Ayacucho y Huanta, nuestra fuente principal de información es la crónica que con el título de “1969. Los sucesos de Huanta y Ayacucho”, apareció en el suplemento “Nueva Crónica y Buen Gobierno” de la revista Narración. Núm. 2, Lima: julio 1971. Hemos utilizado, además, los trabajos de Castillo. Movimiento de junio de 1969. Rafael Alarcón Tipe. El movimiento de Ayacucho y Huanta, 1969. Seminario de Investigación, Departamento de Ciencias Histórico-Sociales. Ayacucho: UNSCH, 1976. Ramos y Loli. Movimiento popular en Huamanga.

68. Diario La Prensa. Lima: 20 de marzo 1969, p. 27.

69. Diario Expreso. Lima: 31 de marzo de 1969, p. 2.

70. Diario La Prensa. Lima: 31 de marzo 1969, p. 6.

71. Diario La Prensa. Lima: 5 de abril 1969, p. 11.

72. Diario La Prensa. Lima: 11 de abril 1969, p. 4.

73. Diario Expreso. Lima: 14 de abril 1969, p. 4.

74. Diario Expreso. Lima: 15 de abril 1969, p. 9.

75. Castillo. Movimiento de junio de 1969, p. 201.

76. Diario Expreso. Lima: 22 de abril 1969, p. 9.

77. Las Grandes Unidades Escolares (GUE) son planteles donde miles de estudiantes siguen educación secundaria regular o técnica, en turnos diurno y nocturno. Fueron construidas en diferentes partes del país, especialmente en la década de 1950, como parte del proceso de masificación educativa impulsado por el estado.

78. Diario El Comercio. Lima: 1 de mayo 1969, p. 9.

79. Diario Correo. Lima: 6 de mayo 1969, p. 7.

80. Diario La Prensa. Lima: 19 de mayo 1969, p. 2.

81. Diario Expreso. Lima: 20 de mayo 1969, p. 6.

82. Diario La Prensa. Lima: 7 de abril 1969, p. 9.

83. Semanario Unidad. Lima: 24 de abril 1969, p. 6.

84. Diario Expreso. Lima: 27 de abril 1969, p. 2.

85. Diario Expreso. Lima: 2 de mayo 1969, p. 4.

86. Nuestra reconstitución de la huelga en Huanta y luego en Ayacucho se basa en una narración de 1971 citada en Castillo. Movimiento de junio de 1969.

87. Castillo. Movimiento de junio de 1969, p. 255.

88. Castillo. Movimiento de junio de 1969, p. 203.

89. Revista Narración. Núm. 2, suplemento ‘Nueva Crónica y Buen Gobierno’, Lima, julio de 1971. Ramos y Loli. Movimiento popular en Huamanga, p. 80.

90. Rafael Alarcón Tipe. El movimiento de Ayacucho y Huanta, 1969. Seminario de Investigación, Departamento de Ciencias Histórico-Sociales. Ayacucho: UNSCH, 1976, p. 3.

91. Diario Expreso. Lima:16 de junio de 1969.

92. Diario Ojo. Lima: 24 de junio 1969, p. 3. Los sucesos que se relatan a continuación fueron difundidos por varios diarios de Lima.

93. Comunicado emitido el 23 de junio de 1969 y publicado en el semanario Unidad. Lima: 26 de junio 1969, p. 6.

94. Semanario Unidad. Lima: 26 de junio 1969, p. 3.

95. Diario La Prensa. Lima: 24 de junio 1969, p. 6.

96. Diario El Comercio y Diario Expreso. Lima: 26 de junio 1969.

97. Diario El Comercio. Lima: 24 de junio 1969, p. 4.

98. Diaro La Prensa. Lima: 25 de junio 1969, p. 25.

99. Julio Cotler. Conversación personal con el autor.

100. Semanario Unidad. Lima: 3 de abril 1969, p. 3.

101. Semanario Unidad. Lima: 26 de junio 1969, p. 6.

102. Castillo. Movimiento de junio de 1969. Anexo 49. “Ayacucho: Información fidedigna”, documento firmado por Máximo Cárdenas Sulca, presidente del Frente de Defensa del Pueblo de Ayacucho. Comité de Defensa de los Derechos Humanos, núm. 13. Lima: agosto de 1969.

103 En un volante de fecha posterior se define a dicho Centro como la: “entidad que grupa a todos los hijos de la provincia de Huamanga […] que cursan sus estudios superiores en la capital […] para trabajar con honestidad y sinceridad por la superación del pueblo de Ayacucho”. “El Centro Universitario de Huamanga (CUH). Informa”. Volante, mimeo, Ayacucho: 1 de agosto de 1969.

104. La cita hace referencia a sucesos ocurridos pocos meses antes. En febrero de 1969 el gobierno militar promulgó una nueva ley universitaria (DL17437), que recortaba sustancialmente la autonomía y la demoracia en los centros de estudios superiores. En señal de protesta, estudiantes de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUC), en su mayoría de extracción social media y alta (“pitucos” en el habla coloquial limeña), realizaron marchas y mítines que fueron reprimidos por las fuerzas policiales. En un determinado momento, una tanqueta derribó la puerta de la sede central de la universidad: una casona colonial en el centro de Lima. El padre Felipe Mac Gregor, entonces rector de la PUC, expresó su protesta por la violenta represión. En este contexto, el uso reiterado de diminutivos –limeñitos, pituquitos, catoliquita– tiene una connotación sumamente despectiva.

105. Comité de Defensa de Ayacucho a la Opinión Pública. Volante, mimeo. Lima, julio de 1969.

106. Castillo. Movimiento de junio de 1969. Anexo 42. “Libertad para los presos políticos de Ayacucho”. Comité pro defensa de los presos y perseguidos políticos de Ayacucho, Lima: agosto de 1969, pp. 233-235.

107. Ramos y Loli. Movimiento popular en Huamanga, p. 92.

108. Castillo. Movimiento de junio de 1969. Anexo 48. “Memorial de la Asociación de Campesinos de Huanta”. Huanta: julio de 1969, pp. 244-245.

109. Castillo. Movimiento de junio de 1969. Anexo 53. “Centro Unión Social Huancapi”, Boletín Informativo núm. 1, Lima: 12 de agosto de 1969, pp. 256-258.

110. Castillo. Movimiento de junio de 1969. Anexo 13. “Huelga estudiantil en el Colegio Nacional ‘González Vigil’ de Huanta”. Fraternidad, núm. 32, Ayacucho, 15 de octubre de 1945, pp. 188-189.

111. Rafael Alarcón Tipe. El movimiento de Ayacucho y Huanta, 1969. Seminario de Investigación, Departamento de Ciencias Histórico-Sociales. Ayacucho: UNSCH, 1976, p. 11.

112. Habría que preguntarse en qué medida el tono tan virulento de comunicados de Huancapi y otros similares expresa sólo el humor de los redactores (¿tal vez asesores, militantes o simpatizantes del PCP-Bandera Roja?) o el de la mayoría de la población. Dilucidarlo escapa el marco de este trabajo.

113. Castillo. Movimiento de junio de 1969. Anexo 48. “Memorial de la Asociación de Campesinos de Huanta”. Huanta: julio de 1969, pp. 244-245.

114. Fernando Eguren. “Democracia y sociedad rural”. Democracia, sociedad y gobierno en el Perú. Lima: Pásara y Parodi editores, CEDYS, 1988, p. 128.


115. Rafael Alarcón Tipe. El movimiento de Ayacucho y Huanta, 1969. Seminario de Investigación, Departamento de Ciencias Histórico-Sociales. Ayacucho: UNSCH, 1976, pp. 17-18.

116. Rafael Alarcón Tipe. El movimiento de Ayacucho y Huanta, 1969. Seminario de Investigación, Departamento de Ciencias Histórico-Sociales. Ayacucho: UNSCH, 1976, p. 2.

117.  Castillo. Movimiento de junio de 1969. Anexo 43. “Comunicado”. Federación de Barrios de Ayacucho, Ayacucho: 10 de julio de 1969, pp. 235-237.

118Wallpa sua, sobrenombre quechua de los huamanguinos, significa literalmente “ladrón de gallinas”. Pero alude también, como puede sospecharse, a la condición de mujeriego. También evoca al zorro, wallpa sua por excelencia. Pero, ojo, en las fábulas andinas el zorro tiende a ser el perdedor.

119. Edwin Quispe Calderón. “Historia colonial y republicana en Huanta”. González Vigil. Libro Jubilar, 1933-1983. Huanta: González Vigil/UNSCH ed., 1983, pp. 95-123.

120. Jaime Urrutia. “Evolución de las comunidades en la región de Huamanga”. Ideología. Núm. 7, Ayacucho: 1981, pp. 49-58.

121. Abilio Vergara. “Subregión de Huanta: apuntes para su comprensión”. González Vigil, Libro Jubilar 1933-1983. Huanta: González Vigil/UNSCH ed., 1983, pp. 125-177. Véase también: José Coronel. “Pugnas por el poder local. Don Manuel J. Urbina y la creación del colegio ´González Vigil`”. González Vigil. Libro Jubilar, 1933-1983. Huanta: González Vigil/UNSH edit., 1983, pp. 217-240 y José Coronel. Mistis e indios en Huanta: 1870-1915. Tesis para optar el título de Antropólogo Social. Ayacucho: UNSH, 1984.

122. En las alturas que separan el valle de Huanta de la provincia de La Mar y de la selva del Apurímac; (véase mapa 2, anexo 3) se ubican los iquichanos. Ellos ocupan al parecer ese territorio desde antes de la derrota de la confederación chanka a manos de los incas (siglo XV). Famosos por su belicosidad y su tendencia a replegarse sobre sí mismos, los iquichanos fueron la punta de lanza de las asonadas contra la ciudad de Huanta, por lo común en alianza con terratenientes enfrentados al poder central. En 1983 concitaron la atención nacional por la masacre de ocho periodistas en Uchuraccay, una de las comunidades iquichanas, en un confuso incidente que tuvo lugar en medio de los enfrentamientos entre Sendero Luminoso y las Fuerzas Armadas. Véase: Mario Vargas Llosa. Informe de la Comisión Investigadora de los sucesos de Uchuraccay. Lima: Editorial Perú, 1983. En los años siguientes, varias comunidades iquichanas prácticamente desaparecieron, arrasadas por la “guerra sucia”.

123Chuto, secco, son términos despectivos quechuas para referirse al indio monolingüe de las punas. Chacra o chacraruna significa simplemente agricultor, pero es usado como despectivo. Llaqta allqo significa perro callejero. Papay se traduciría como “padre mío” o “papito”. Por ejemplo: Patrick Husson. “¿Los campesinos contra el cambio social? El caso de dos sublevaciones en la provincia de Huanta (Perú) en el siglo XIX”. Estados y naciones en los Andes. Hacia una historia comparativa: Bolivia, Colombia, Ecuador, Perú. Tomo I. Lima: IEP/Instituto Francés de Estudios Andinos (IFEA, 1986, pp. 153-168. Castillo. Movimiento de junio de 1969, p. 115.

124. Castillo. Movimiento de junio de 1969. Anexo 56. “Entrevista grabada a un dirigente campesino de Huanta”, pp. 262-272.

125. Castillo. Movimiento de junio de 1969, p. 116.


126. Castillo. Movimiento de junio de 1969, pp. 117-118.

127. Virginia Guzmán y Virginia Vargas. El campesinado en la historia. Cronología de los movimientos campesinos, 1956-1964. Lima: Ideas edit., 1981.

128. Esas cuarenta y nueve acciones aparecen en el Anexo 3 de la versión original de Carlos Iván Degregori. Ayacucho 1969-1979. El surgimiento de Sendero Luminoso. IEP, 1990.

129. Antonio Díaz Martínez. Ayacucho, hambre y esperanza. Ayacucho: Ediciones Waman Puma, 1969, p. 154-156.

130. Dionisio Ortiz. Pomacocha: del latifundio a la comunidad. Tesis para optar el título de Ingeniero Rural. Ayacucho: UNSCH, 1968, p. 58

131. Castillo. Movimiento de junio de 1969. Anexo 14. “El pueblo de Pomacocha al II Congreso Nacional de la Confederación Campesina del Perú”. Lima: octubre de 1970, pp. 189-192.

132. En la CCP, fundada en 1948, tenía fuerte influencia el PCP. Cuando éste se dividió en 1964, el trabajo campesino quedó en manos del sector prochino: PCP-Bandera Roja.

133. Castillo. Movimiento de junio de 1969. Véase también a Dionisio Ortiz. Pomacocha: del latifundio a la comunidad. Tesis para optar el título de Ingeniero Rural. Ayacucho: UNSCH, 1968, p. 70.

134. Carlos Iván Degregori. Ayacucho 1969-1979. El surgimiento de Sendero Luminoso. Capitulo II. Lima: IEP, 1990.

135. Jaime Urrutia, Antonio Araujo y Haydeé Joyo. “Las comunidades en la región de Huamanga. 1834-1968”. Perú, el problema agrario en debate. Lima: Eguren et al. editores. SEPIA II, UNSCH/SEPIA, 1988, p. 431.

136. Salvo el caso de una pequeña federación nacida en Tambo (La Mar) al calor de la lucha contra el pago de predios rústicos. Antonio Díaz Martínez. Ayacucho, hambre y esperanza. Ayacucho: Ediciones Waman Puma, 1969, p. 230. Si hubiera recorrido el Cusco, por ejemplo, no hubiera podido dejar de hacerlo. Como veremos más adelante, en la década de 1970 el autor se convirtió en dirigente de SL.

137. Antonio Díaz Martínez. Ayacucho, hambre y esperanza. Ayacucho: Ediciones Waman Puma, 1969, p. 71. Véase tambien: Jaime Urrutia, Antonio Araujo y Haydeé Joyo. “Las comunidades en la región de Huamanga. 1834-1968”. Perú, el problema agrario en debate. Lima: Eguren et al. editores. SEPIA II, UNSCH/SEPIA, 1988, pp. 463-464.

138. Antonio Díaz Martínez. Ayacucho, hambre y esperanza. Ayacucho: Ediciones Waman Puma, 1969, p. 43 y pp. 198-199.

139. Jaime Urrutia, Antonio Araujo y Haydeé Joyo. “Las comunidades en la región de Huamanga. 1834-1968”. Perú, el problema agrario en debate. Lima: Eguren et al. editores. SEPIA II, UNSCH/SEPIA, 1988, p. 463. Véase también: Carlos Tapia. El latifundio en Socos Vinchos. Tesis para optar el título de Ingeniero Rural. Ayacucho: UNSCH, 1968.

140. Jaime Urrutia, Antonio Araujo y Haydeé Joyo. “Las comunidades en la región de Huamanga. 1834-1968”. Perú, el problema agrario en debate. Lima: Eguren et al. editores. SEPIA II, UNSCH/SEPIA, 1988, p. 462. Juan Camborda. Evolución de la hacienda en Huamanga: 1900-1970. Capitulo III. Informe final de Seminario de Investigación, Departamento de Ciencias Histórico-Sociales. Ayacucho: UNSCH, 1981. Antonio Díaz Martínez. Ayacucho, hambre y esperanza. Ayacucho: Ediciones Waman Puma, 1969, pp. 44, 63, 76, 169, 172, 201, 208.

141. Jaime Urrutia, Antonio Araujo y Haydeé Joyo. “Las comunidades en la región de Huamanga. 1834-1968”. Perú, el problema agrario en debate. Lima: Eguren et al. editores. SEPIA II, UNSCH/SEPIA, 1988, p. 462.

142. Marcial González Galindo. De cofradía a empresa comunal de Huancasancos, 1953-1981. Informe final de Seminario de Investigación. Ayacucho: UNSCH, 1982.

143. Billie Jean Isbell. To Defend Ourselves. Segunda edición. Illinois: Waveland Press, Prospect Heights, 1985. Billie Jean Isbell. The Emerging Patterns of Peasant’s Responses to Sendero Luminoso. Nueva York: Columbia-NYU, Latin American, Caribbean and Iberian occasional papers, núm. 7, diciembre 1988.

144. Billie Jean Isbell. The Emerging Patterns of Peasant’s Responses to Sendero Luminoso. Nueva York: Columbia-MTU, Latin American, Caribbean and Iberian occasional papers, núm. 7, diciembre 1988, pp. 6-7.

145. Jaime Urrutia, Antonio Araujo y Haydeé Joyo. “Las comunidades en la región de Huamanga. 1834-1968”. Perú, el problema agrario en debate. Lima: Eguren et al. editores. SEPIA II, UNSCH/SEPIA, 1988, p. 453.

146.  “Gamonal” es un término utilizado para referirse a los terratenientes andinos tradicionales.

147. Castillo. Movimiento de junio de 1969. Anexo 56. “Entrevista grabada a un dirigente campesino de Huanta”, pp. 262-272.

148. Ramos y Loli reconocen también el papel de Cavalcanti en el movimiento de 1969 y ello es importante en tanto representan en líneas generales el punto de vista de la “fracción roja” de Huamanga: “El FUEH, organismo estudiantil, pide la ayuda del campesinado a través de su asesor legal, Mario Cavalcanti. Como resultado de esta gestión, se adhiere el campesinado de Huanta a la lucha emprendida por los secundarios. En un primer momento, la forma orgánica de este apoyo se concreta en la organización del Frente Único de Estudiantes y Campesinos de Huanta”. Véase Ramos y Loli. Movimiento popular en Huamanga, p. 82.

149. Castillo. Movimiento de junio de 1969. Anexo 56. “Entrevista grabada a un dirigente campesino de Huanta”, pp. 262-272.

150. Cusqueño, mestizo, bilingüe, con estudios superiores en Buenos Aires, Blanco fue el dirigente más conocido del movimiento de La Convención (Cusco), uno de los más importantes de la época.

151. Castillo. Movimiento de junio de 1969. Anexo 4. “Sangrientos sucesos de Carmen Alto”. La Abeja. Ayacucho: 11 de octubre de 1917, pp. 169-171.

152. Castillo. Movimiento de junio de 1969. Anexo 5. “El último movimiento popular”. La Hormiga. Ayacucho: 17 de diciembre de 1922, pp. 172-174.

153. Héctor Maletta y Alejandro Bardales. Perú: las provincias en cifras 1876-1981. Volumen. 1. Población y Migraciones. Lima: AMIDEP y Universidad del Pacífico editores, 1985.

154. Ramos y Loli. Movimiento popular en Huamanga, p. 42.

155. Ramos y Loli. Movimiento popular en Huamanga, p. 45.

156. Ramos y Loli. Movimiento popular en Huamanga, p. 53.

157. Ramos y Loli. Movimiento popular en Huamanga, p. 56.

158. Ramos y Loli. Movimiento popular en Huamanga, p. 64.

159. Esas eran sus dos reivindicaciones básicas. A ellas se sumaban una nueva ley de barrios, la eliminación del impuesto a los “laderistas”, la solución al problema del agua y el alumbrado eléctrico, que eran gravísimos; y otros puntos menores.

160. Rafael Alarcón Tipe. El movimiento de Ayacucho y Huanta, 1969. Seminario de Investigación, Departamento de Ciencias Histórico-Sociales. Ayacucho: UNSCH, 1976, p. 16.

161. José Coronel. “Pugnas por el poder local. Don Manuel J. Urbina y la creación del colegio ‘González Vigil’”. González Vigil. Libro Jubilar, 1933-1983. Huanta: González Vigil/UNSH, 1983, p. 229.

162. José Coronel. “Pugnas por el poder local. Don Manuel J. Urbina y la creación del colegio ´González Vigil`”. González Vigil. Libro Jubilar, 1933-1983. Huanta: González Vigil/UNSCH, 1983, pp. 221-232. José Coronel. Mistis e indios en Huanta: 1870-1915. Tesis para optar el título de Antropólogo Social. Ayacucho: UNSH, 1984.

163. El mariscal ayacuchano Andrés A. Cáceres fue héroe de la resistencia en la Guerra del Pacífico y posteriormente presidente de la República (1886-1890; 1894-1895). En 1895 fue derrocado por un levantamiento popular encabezado por Nicolás de Piérola, caudillo arequipeño apodado “El Califa”.

164. Patrick Husson. “¿Los campesinos contra el cambio social? El caso de dos sublevaciones en la provincia de Huanta (Perú) en el siglo XIX”. Estados y naciones en los Andes. Hacia una historia comparativa: Bolivia, Colombia, Ecuador, Perú. Tomo 1. Lima: IEP/Instituto Francés de Estudios Andinos (IFEA), 1986, p. 163.

165. José Coronel. “Pugnas por el poder local. Don Manuel J. Urbina y la creación del colegio ‘González Vigil’”. González Vigil. Libro Jubilar, 1933-1983. Huanta: González Vigil/UNSCH, 1983, p. 223.

166. Glicerio Alfaro. “Cuadro histórico del Colegio González Vigil”. González Vigil. Libro Jubilar 1933-1983. Huanta: González Vigil/UNSCH, 1983, p. 30.

167. Glicerio Alfaro. “Cuadro histórico del Colegio González Vigil”. González Vigil. Libro Jubilar 1933-1983. Huanta: González Vigil/UNSCH, 1983, pp. 30-43.

168. Glicerio Alfaro. “Cuadro histórico del Colegio González Vigil”. González Vigil. Libro Jubilar 1933-1983. Huanta: González Vigil/UNSCH, 1983, p. 31.

169. Castillo. Movimiento de junio de 1969. Anexo 13. “Huelga estudiantil en el Colegio Nacional ‘González Vigil’ de Huanta”. Fraternidad, núm 32, Ayacucho: 15 de octubre de 1945, pp. 188-189.

170. Norman Gall. La reforma educativa peruana. Lima: Mosca Azul, 1976, p. 46.

171. Se refiere al PCP-Bandera Roja. Los estudiantes mencionados eran posiblemente simpatizantes o miembros de la Juventud del partido.

172. El francés Politzer fue autor de un manual de materialismo dialéctico que circulaba profusamente entre los militantes de los partidos comunistas, no sólo en el Perú.

173. Se refiere a la Universidad Nacional de Educación “Enrique Guzmán y Valle” cuya ciudad universitaria se halla ubicada en La Cantuta (Lima), nombre por el cual se la conoce comúnmente.

174. Ramos y Loli reconocen también el activismo regional de los huantinos que: “para desarrollar sus luchas, se movilizaban hacia otros lugares, como Ayacucho, Huancavelica, Cangallo y Ocobamba”. Véase Ramos y Loli. Movimiento popular en Huamanga, p. 83. Su opinión es importante pues se ubicaban entonces en una posición discrepante con el grupo de Huanta.

175. Ramos y Loli. Movimiento popular en Huamanga, pp. 86-87.

176. Castillo. Movimiento de junio de 1969. Anexo 27. “Comunicado del Frente Único de Estudiantes (FUEH)”. Huanta, 12 de junio de 1969, pp. 211-212.

177. Castillo. Movimiento de junio de 1969. Anexo 27. “Comunicado del Frente Único de Estudiantes (FUEH)”. Huanta, 12 de junio de 1969, pp. 211-212.

178. Castillo. Movimiento de junio de 1969. Anexo 26. “Al pueblo de Huanta. La asociación de ex alumnos del Colegio Nacional ‘María Auxiliadora’; Comunicado”. Huanta, 17 de junio de 1969, pp. 209-211.

179. Castillo. Movimiento de junio de 1969. Anexo 28. “FUEH Aclara”. Comunicado. Huanta, 16 de junio de 1969, p. 213.

180. Castillo. Movimiento de junio de 1969. Anexo 29. “Promoción 1969 del Colegio Nacional ‘María Auxiliadora’, Comunicado”. Huanta, 18 de junio de 1969, pp. 214-215.

181Movimiento de junio de 1969. Anexo 30. “FUEH. Al pueblo en general”. Comunicado. Huanta, 19 de junio de 1969, pp. 233-235.

182. Norman Gall. La reforma educativa peruana. Lima: Mosca Azul, 1976, p. 45.

183. Ciclo Básico era el primer año de Estudios Generales, por el cual pasaban todos los estudiantes antes de seguir los cursos de su especialidad. Allí concentraba sus profesores la “fracción roja”.

184. Rafael Alarcón Tipe. El movimiento de Ayacucho y Huanta, 1969. Seminario de Investigación, Departamento de Ciencias Histórico-Sociales. Ayacucho: UNSCH, 1976, pp.14-15.

185. Rafael Alarcón Tipe. El movimiento de Ayacucho y Huanta, 1969. Seminario de Investigación, Departamento de Ciencias Histórico-Sociales. Ayacucho: UNSCH, 1976, p. 5.

186. Rafael Alarcón Tipe. El movimiento de Ayacucho y Huanta, 1969. Seminario de Investigación, Departamento de Ciencias Histórico-Sociales. Ayacucho: UNSCH, 1976, p. 6.

187. Rafael Alarcón Tipe. El movimiento de Ayacucho y Huanta, 1969. Seminario de Investigación, Departamento de Ciencias Histórico-Sociales. Ayacucho: UNSCH, 1976, pp. 6-7.

188. Castillo. Movimiento de junio de 1969. Anexo 5. “El último movimiento popular”. La Hormiga. Ayacucho: 17 de diciembre de 1922, pp. 172-174.

189. Los Ríos Profundos es la novela más autobiográfica de Arguedas. Episodios como el motín que relata en el capítulo VII de esa obra, parecen haber ocurrido en diferentes ocasiones en la sierra sur. Los acontecimientos de Ayacucho en 1917 y 1922 lo probarían.

190. Castillo. Movimiento de junio de 1969. Anexo 6. “Espantosos crímenes en la provincia de La Mar”. El Tiempo, núm. 4179. Lima, 8 de julio de 1923, pp. 174-176.

191. Castillo. Movimiento de junio de 1969. Anexo 13. “Huelga estudiantil en el Colegio Nacional ‘González Vigil’ de Huanta”. Fraternidad. Núm. 32. Ayacucho, 15 de octubre de 1945, pp. 188-189.

192. Castillo. Movimiento de junio de 1969. Anexo 14. “El pueblo de Pomacocha al II Congreso Nacional de la Confederación Campesina del Perú”. Lima, octubre de 1970, pp. 189-192.

193. Castillo. Movimiento de junio de 1969, p. 147.

194. Castillo. Movimiento de junio de 1969. Anexo 57. “Entrevista grabada a un dirigente barrial de Huamanga”, pp. 273-280.

195. Castillo. Movimiento de junio de 1969, p. 147 y Anexo 56. “Entrevista grabada a un dirigente campesino de Huanta”, 1972, pp. 262-272.

196. Castillo. Movimiento de junio de 1969. Anexo 57. “Entrevista grabada a un dirigente barrial de Huamanga”, pp. 273-280.

197. Rafael Alarcón Tipe. El movimiento de Ayacucho y Huanta, 1969. Seminario de Investigación, Departamento de Ciencias Histórico-Sociales. Ayacucho: UNSCH, 1976, p. 15.

198. Castillo. Movimiento de junio de 1969, p. 145.

199. Castillo. Movimiento de junio de 1969. Esta cita y la siguiente corresponden a pp. 148-149.

200. Castillo. Movimiento de junio de 1969, p. 110.

201. Elegido alcalde provincial de Huanta en las elecciones de 1986, fue asesinado por Sendero Luminoso en 1987.

202. José Carlos Mariátegui (1894-1930) fue el más importante pensador marxista de América Latina en la década de 1920. Es considerado el padre del socialismo peruano. Cada grupo socialista o comunista enfatiza unos u otros aspectos de su obra multifacética. Su obra, Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, es el libro más leído de todos los tiempos en el país. Víctor Raúl Haya de la Torre (1895-1979) fundó el APRA, uno de los más influyentes y duraderos partidos populistas del continente.

203. Dionisio Ortiz. Pomacocha: del latifundio a la comunidad. Tesis para optar el título de Ingeniero Rural. Ayacucho: UNSCH, 1968, p. 72.

204. Dionisio Ortiz. Pomacocha: del latifundio a la comunidad. Tesis para optar el título de Ingeniero Rural. Ayacucho: UNSCH, 1968, pp. 63-64; Antonio Díaz Martínez. Ayacucho, hambre y esperanza. Ayacucho: Ediciones Waman Puma, 1969, p. 158.

205. Diario El Pueblo. Arequipa: 23 de junio de 1969, p. 1.

206. La participación de la iglesia en el entierro fue menor: “en el atrio de la catedral algunos sacerdotes pronunciaron oraciones”. Diario Ojo. 24 de junio 1969, p. 3.

207. Véase Revista Narración de 1971. Castillo. Movimiento de junio de 1969.

208. Castillo. Movimiento de junio de 1969. Anexo 6. “Espantosos crímenes en la provincia de La Mar”. El Tiempo, núm. 4179. Lima: 8 de julio de 1923, pp. 174-176.

209. Castillo. Movimiento de junio de 1969. Anexo 11. “Ecos del fracasado movimiento revolucionario del 26 de noviembre, organizado por los apristas en esta ciudad”. La Abeja núm. 371. Ayacucho: 28 de enero de 1935, pp. 185-186.

210. Ramos y Loli. Movimiento popular en Huamanga, p. 34.

211. Ramos y Loli. Movimiento popular en Huamanga, p. 47. Cuando estos autores hablan de la “posición democrática” se refieren invariablemente a la “fracción roja”.

212. Ramos y Loli. Movimiento popular en Huamanga, p. 55.

213. Según Mao Zedong, “las cuatro clases que conforman el pueblo” son: el proletariado, el campesinado, la pequeña burguesía y sectores de la burguesía nacional. Ramos y Loli. Movimiento popular en Huamanga, p. 61.

214. Ramos y Loli. Movimiento popular en Huamanga, pp. 68-70.

215. Diario Expreso. Lima: 24 de junio de 1969. p. 3.

216. Castillo. Movimiento de junio de 1969, p. 110.

217. Castillo. Movimiento de junio de 1969, pp. 152, 155.

218. Fundado el 7 de octubre de 1928 como Partido Socialista por José Carlos Mariátegui, pocos días antes de su fallecimiento, en 1930, el partido asumió el nombre de Comunista, reflejando así su subordinación a la línea de la III Internacional, con cual Mariátegui había discrepado significativamente. Véase, entre otros, Alberto Flores Galindo. “Marxismo y sociedad: derrotero de un malentendido”. Allpanchis. Cusco: Instituto de Pastoral Andina, núm. 14, 1979. Desde entonces y hasta principios de la década de 1980, las vicisitudes del movimiento comunista internacional repercutieron fuertemente en el PCP y sus retoños. José Coronel. “Pugnas por el poder local. Don Manuel J. Urbina y la creación del colegio González Vigil”. González Vigil. Libro Jubilar, 1933-1983. Huanta: González Vigil/UNSCH, 1983, pp. 234.

219. Gamaniel Ruiz. “Oswaldo N. Regal”. González Vigil, Libro Jubilar 1933-1983. Huanta: Vigil/UNSCH, 1983, p. 58.

220. Castillo. Movimiento de junio de 1969, p. 41.

221. Fue allí donde se caracterizó al país como semifeudal y semicolonial, en términos muy similares a los que había usado Mao Zedong para tipificar a China en la década de 1930. Véase: Zedong Mao. “La revolución china y el Partido Comunista de China”. Obras Escogidas. Tomo 2. Pekín: Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1939, pp. 315-346. Y fue allí donde se deslindó con la tesis del tránsito pacífico al socialismo, que por entonces enarbolaban el Partido Comunista de la Unión Soviética y sus aliados, incluyendo al PCP-Unidad. Bandera Roja, por el contrario, reafirmó la necesidad de la violencia revolucionaria para la toma del poder, la cual, en países semifeudales y semicoloniales asumiría la forma de “guerra popular prolongada del campo a la ciudad”. Si bien no resultó elegido secretario general, diversos testimonios coinciden en afirmar que fue Abimael Guzmán quien sistematizó el discurso aprobado en la V Conferencia.

222. Sobre la creación de la “fracción roja” véase: Partido Comunista del Perú (PCP). “Bases de discusión del PCP. Línea Militar. Sendero y el Ejército Guerrillero Popular. Estrategia y táctica para la toma del poder”. El Diario, suplemento especial, Lima, 6 de enero de 1988: V. Sobre su viaje a China, Guzmán se explaya en Abimael Guzmán. “Presidente Gonzalo rompe el silencio. Entrevista en la clandestinidad”. El Diario, 24 de julio de 1988. p. 46.

223. La ubicación de Abimael Guzmán a la cabeza del “trabajo especial” del partido es mencionada en Partido Comunista del Perú (PCP). “Bases de discusión del PCP. Línea Militar. Sendero y el Ejército Guerrillero Popular. Estrategia y táctica para la toma del poder”. El Diario, suplemento especial, Lima, 6 de enero de 1988: V. La fracción tenía además influencia en la Comisión de Agitación y Propaganda, lo que le permitía acceso al periódico oficial, Bandera Roja. La versión senderista de estos sucesos aparece muy sucintamente en PCP. “Bases de discusión del PCP. Línea Militar. Sendero y el Ejército Guerrillero Popular. Estrategia y táctica para la toma del poder”. El Diario, suplemento especial, Lima, 6 de enero de 1988.

224. Miguel Gutiérrez. La generación del ’50: un modelo dividido. Lima: Edición del autor, 1988, pp. 258-259.

225. Miguel Gutiérrez. La generación del ’50: un modelo dividido. Lima: Edición del autor, 1988.

226. El viejo seudónimo de Abimael Guzmán no sólo apareció en los muros de Ayacucho sino en un documento oficial de los paredistas, cuando éstos decidieron: “Expulsar de las filas del Partido a los representantes de la línea oportunista liquidacionista de ‘izquierda’, Álvaro y Sergio y sus secuaces […] apellidados respectivamente Abimael Guzmán y NN por traición a la línea proletaria y deserción de las filas del partido”. Véase en Alvaro Rojas. Partidos políticos en el Perú. Lima: Edición del autor, 7ª edición, 1988, p. 348. Mayúsculas en el original.

227. Ramos y Loli. Movimiento popular en Huamanga, pp. 100-101.

228. Si bien es a partir de entonces que se fue conformando el perfil definitivo del partido que hoy conocemos como PCP-Sendero Luminoso, es necesario precisar que todas las organizaciones que toman el nombre de PCP reivindican ser el partido fundado por Mariátegui en 1928. En mayor o menor medida, todas tienen parte de razón. SL reivindica también ese origen y esa historia. Añadamos que este partido no llegó a ser conocido por el nombre de su periódico oficial –que para mayor confusión se denominaba también Bandera Roja– sino por el lema de la fracción del FER sobre la cual tenían influencia: “Por el sendero luminoso de Mariátegui”.

229. Miguel Gutiérrez. La generación del ’50: un modelo dividido. Lima: Edición del autor, 1988, p. 260.

230. En realidad, hacia 1969 Bandera Roja estalla. Entre ella y Sendero Luminoso quedan grupos menores: el Comité Regional “Túpac Amaru”, en el Cusco, la Unión de Círculos Marxistas-Leninistas, más conocida como Comité Regional “Estrella Roja” en Lima y, como veremos, el propio núcleo huantino. Durante la década de 1970 ellos pugnaron por reconstruir el partido maoísta, o al menos, por hegemonizar el espacio “antifascista” que todos ellos ocupaban (así denominado porque caracterizaban al gobierno militar como fascista).

231. Se refiere al antiguo seudónimo del hoy llamado “Presidente Gonzalo”.

232. Ramos y Loli. Movimiento popular en Huamanga, pp. 85-86.

233. Según Wilber, los apedreamientos no fueron instigados por los opositores a la dirección regional del PCP. Se produjeron porque la gente: “espontáneamente comenzó a reaccionar contra la agresividad de los sinchis, cosa inédita en Ayacucho: apalear alguna señorita, algún estudiante”.

234. Castillo. Movimiento de junio de 1969, pp.152-153.

235. Ellos, “contra lo que enseñaba Lenin”, habrían demostrado: “falta de audacia […] ausencia de iniciativa”. Ello no obstante que: “el pueblo reventaba en cólera por los atropellos policiales. […] revertía en un odio indescriptible”. Esa falta de reflejos los habría llevado a: “no prever las mínimas precauciones de seguridad de ciertos dirigentes”, lo cual quedó evidenciado con: “la ingenua captura de muchos de ellos.” Véase en Castillo. Movimiento de junio de 1969, p. 154.

236. Castillo. Movimiento de junio de 1969, pp. 156-157. En el Núm. 4 de la revista Márgenes (Lima, 1988, pp. 21-54), Gustavo Benavides publica un artículo titulado “Poder político y religión en el Perú”. En dicho artículo cita un texto de David P. Werlich , “Perú: The Shadow of Shining Path”. Current History. Núm. 83, February, 1984, pp. 78-90, quien comete el gravísimo error de creer que: “en 1970 Abimael Guzmán fue expulsado del grupo Bandera Roja, acusado de ‘ocultismo’, es decir, de usar costumbres locales y tradiciones mesiánicas para lograr apoyo entre los campesinos”. Wehrlich citado por Benavides. Márgenes, p. 51. En su búsqueda de “componentes milenaristas” en Sendero Luminoso, ninguno de los dos toma en cuenta que, en la tradición marxista-leninista, el término “ocultismo” se refiere a la negativa o incapacidad del partido para realizar trabajo abierto o legal. Ese era el sentido de las críticas que se le hacían por entonces al grupo de Guzmán.

237. Castillo. Movimiento de junio de 1969, p. 153.

238. “¡Abajo la represión! ¡Viva la revolución!”. Bandera Roja. Núm. 42, octubre de 1969, pp. 9-10. “Ayacucho: un año de gran actividad popular”. Allpanchikrayku. Núm. 2, diciembre de 1969, pp. 19-21. Los artículos completos se encuentran en los apéndices 4 y 5 del libro El surgimiento de Sendero Luminoso de Carlos Iván Degregori (Lima. IEP. Primera edición, 1990).

239. Sobre ciertos aspectos del contexto partidario en el cual fueron redactados, sólo tenemos indicios. Téngase en cuenta que la situación dentro del PCP-Bandera Roja no estaba del todo definida. Así, el núm. 42 de Bandera Roja sale a cargo de la Comisión de Agitación y Propaganda, hegemonizada por la “fracción roja”. Pero la revista sigue apareciendo como “Órgano del Comité Central del PCP” y reconociendo la jefatura de Paredes. No sabemos si en la evaluación hay por tanto matices y concesiones, aún cuando sea sólo en el tono, debido a esa coexistencia con Paredes. Allpanchikrayku, en cambio, es el “Vocero de la Federación Provincial de Campesinos de Huamanga”, aparece en Ayacucho y en su portada ostenta, si bien todavía en pequeños caracteres y en el ángulo inferior izquierdo, el hoy famoso lema: “Por el sendero luminoso de José Carlos Mariátegui”. Además, mientras Bandera Roja aparece en octubre de 1969, Allpanchikrayku lo hace en diciembre de ese año, cuando la lucha interna estaba más definida. De hecho, el artículo de esta última revista, parece una versión más amplia y trabajada del anterior.

240Bandera Roja. Núm. 42, octubre de 1969, pp. 9-10. Así como las tres citas siguientes.

241. Allpanchikrayku. Núm. 2, diciembre de 1969, pp. 19-21. Así como las cinco citas siguientes.

242. Bandera Roja. Núm. 42, octubre de 1969, pp. 9-10.

243. Vladimir Illich Lenin. “¿Qué hacer? Problemas candentes de nuestro movimiento”. Obras escogidas en tres tomos. Tomo 1. Moscú. Editorial Progreso, 1970 (1902), pp. 117-278.

244. Allpanchikrayku. Núm. 2, diciembre de 1969, p. 20. Las dos citas siguientes corresponden a la misma publicación.

245. En la década de 1970, la dimensión política va desapareciendo del accionar senderista, caracterizado entonces por una combinación de lucha económica y discurso militar. En la década de 1980, cuando este discurso se hace realidad, también la lucha económica desaparece: es la hora de las armas. Cuando las preocupaciones económicas y políticas resurgen, especialmente a partir de 1986, es exclusivamente al servicio de la tarea principal, que es la guerra.

246. Véase Vladimir Illich Lenin. “¿Qué hacer? Problemas candentes de nuestro movimiento”. Obras escogidas en tres tomos. Tomo 1. Moscú. Editorial Progreso, 1970 (1902), pp. 117-278. Vladimir Illich Lenin. “Las enseñanzas de la insurrección de Moscú”. Obras Escogidas en tres tomos. Tomo 1. Moscú: Editorial Progreso, 1970 (1906) pp. 594-600.

247. La polémica se desarrollaba en varios frentes, porque entre quienes asumían la necesidad de la violencia, existían a su vez diferencias. Por un lado estaban las tesis que en líneas muy generales podemos denominar foquistas, producto de una determinada lectura de la experiencia revolucionaria cubana. Ver: Régis Debray. ¿Revolución en la revolución? Lima: Ediciones ELN, 1967. Estas se hallaban en retroceso luego de las derrotas del MIR y del ELN en 1965 y de la muerte de Ernesto Che Guevara en Bolivia en 1967. Por otro lado estaban quienes sustentaban la estrategia de la guerra popular prolongada. Las diferencias se expresaban en prácticas concretas pues los segundos ponían el énfasis central en la construcción del partido para la conducción de la guerra.

248. Gonzalo es el nuevo “nombre de guerra” de Abimael Guzmán. Según Sendero Luminoso existirían tres grandes etapas en el desarrollo del marxismo, cada una encarnada en un dirigente o “espada”; Marx, Lenin y Mao. SL considera que Abimael Guzmán, “el más grande marxista-leninista viviente”, sería la “cuarta espada del marxismo” y sus tesis, sintetizadas como “pensamiento Gonzalo”, constituirían un desarrollo del marxismo-leninismo-maoísmo. Sobre el “pensamiento Gonzalo” véase: “Bases de discusión: El pensamiento Gonzalo y la línea internacional del PCP”. El Diario, suplemento especial, Lima, 3 de enero, 1988: VIII-IX.

249. A partir de entonces, en esa CCP reorganizada tuvo presencia principal otro partido de izquierda, Vanguardia Revolucionaria, así como también el MIR y el Partido Comunista Revolucionario (PCR). En la década de 1980 todos ellos pasaron a formar parte de Izquierda Unida.

250. Carlos Iván Degregori. Sendero Luminoso. I. Los hondos y mortales desencuentros II. Lucha armada y utopía autoritaria. Lima: IEP, Documentos de trabajo núms. 4 y 6, 1985, pp. 31-32.

251Bandera Roja. Núm. 42, octubre de 1969, p. 10.

252. Se referían al decreto ley 17437, o Ley Universitaria, promulgado en 1969; y a su estatuto, promulgado en 1992.

253. Miguel Gutiérrez. La generación del ’50: un mundo dividido. Lima: Edición del autor, 1988, pp. 256-257. La referencia corresponde a esta cita y la siguiente

254. Carlos Iván Degregori. Sendero Luminoso. I. Los hondos y mortales desencuentros II. Lucha armada y utopía autoritaria. Lima: IEP, Documentos de trabajo núms. 4 y 6, 1985.

255. Partido Comunista del Perú. “Bases de discusión del PCP. Línea Militar. Sendero y el Ejército Guerrillero Popular. Estrategia y táctica para la toma del poder”. El Diario, suplemento especial, Lima, 6 de enero de 1988: V.

256. El MIR nació en 1959 como desprendimiento radical del APRA. En 1965 llevó adelante una corta lucha guerrillera, derrotada a principios de 1966. Poco antes, en 1965, había nacido VR, donde convergieron núcleos radicales salidos del PCP-Unidad, de AP y del trotskismo. El MIR y VR fueron los troncos centrales de la entonces llamada “nueva izquierda”. Hacia 1980, influidas por el auge del movimiento social y la apertura democrática, las diferentes fracciones del MIR y VR confluyeron con los PCP-Unidad y Patria Roja, así como otros grupos menores y núcleos independientes, para conformar la alianza Izquierda Unida. Durante la década de 1980, la votación nacional de IU fluctuó entre el 14 y el 30%. Véase: Fernando Tuesta. Perú político en cifras. Elite política y elecciones. Lima: Fundación Ebert, 1987. Hasta caer arrastrada por la crisis mundial de los llamados “socialismos reales”, y por sus propios errores.

257. El valle del río Apurímac marca de sur a norte el límite entre las provincias de La Mar y Huanta, en Ayacucho, y la provincia cusqueña de La Convención (véase mapa 2, anexo 3).

258. Para una más amplia información sobre los cambios en Ayacucho durante la década de 1970, véase: Carlos Iván Degregori, Jürgen Golta, Walter Pariona y Hugo Reynoso. “Cambios económicos y cambios ideológicos en Ayacucho”. Ideología. Núm. 3, Ayacucho, 1973, pp. 14-41. Joel Jurado. Política económica y condiciones de vida en la región central. Lima: Mimeo, Servicios populares (SERPO), 1983. Carlos Iván Degregori. Sendero Luminoso. I. Los hondos y mortales desencuentros II. Lucha armada y utopía autoritaria. Lima: IEP, Documentos de trabajo, núms. 4 y 6, 1985.

259. Ramos y Loli. Movimiento popular en Huamanga. Esta cita y las dos siguientes fueron tomadas de pp. 114-117.

260. Sobre el concepto de “capitalismo burocrático”, muy apreciado por SL, véase: Mao Zedong, Obras Completas, tomo 4. Por otro lado, esta afirmación no anula que, tanto en su dirección pero más en sus bases, no se puedan expresar efectivamente sentimientos de odio, comportamientos antimodernos o tradiciones andinas. Pero estos no son suficientes para definir a SL.

261. Ramos y Loli. Movimiento popular en Huamanga, pp. 104-105.

262. Se conoce como huancas a los habitantes del departamento de Junín, en la sierra central, con un mayor desarrollo mercantil y una más fluida comunicación con Lima. Chincha es una provincia de Ica con significativo porcentaje de población afroperuana.

263. Carlos Iván Degregori. Sendero Luminoso. I. Los hondos y mortales desencuentros II. Lucha armada y utopía autoritaria. Lima: IEP, Documento de trabajo núms. 4 y 6, 1985, p. 33.

264. Los documentos oficiales de SL ignoran por completo esa derrota y, al reseñar ese período, afirman escueta y triunfalmente: “en el FER se desarrolló más la tesis de la Defensa de la Universidad contra la corporativización. En el Frente Revolucionario Estudiantil Secundario (FRES) se impulsó la lucha de los secundarios por la educación popular […] además, se participó en el Sindicato Único de Trabajadores de la Educación Peruana en el que por la década de 1970 se sentó su línea específica clasista. También se conformó la Federación Nacional de Docentes de la Universidad Peruana. Y todo este trabajo entró a una amplia movilización ideológico-política para iniciar la guerra popular.” Véase en Partido Comunista del Perú. “Bases de discusión del PCP. Línea Militar. Sendero y el Ejército Guerrillero Popular. Estrategia y táctica para la toma del poder”. El Diario, suplemento especial, Lima: 6 de enero de 1988: VII.

265. Partido Comunista del Perú. “Bases de discusión. El PCP llama a las masas a luchar por el poder. El pensamiento Gonzalo y los trabajadores”. El Diario. Suplemento especial, Lima, 8 de enero de 1988: VII. También la cita siguiente.

266. La Unidad Democrático Popular (UDP) surgió en 1978 como parte del proceso de unificación de la mayoría de grupos de izquierda, que desembocaría en 1980 en Izquierda Unida.

267. Ramos y Loli. Movimiento popular en Huamanga, p. 121.

268. Partido Comunista del Perú. “Bases de discusión. El PCP llama a las masas a luchar por el poder. El pensamiento Gonzalo y los trabajadores”. El Diario, suplemento especial, Lima: 8 de enero de 1988: VII.

269. Ramos y Loli. Movimiento popular en Huamanga, pp. 127-139.

270. Carlos Iván Degregori. Sendero Luminoso. I. Los hondos y mortales desencuentros II. Lucha armada y utopía autoritaria. Lima: IEP, Documento de trabajo núms. 4 y 6, 1985.

271. El término “colono” se refiere en este caso a “colonizadores”, migrantes de la sierra hacia la ceja de selva, en oposición a “nativos”; no a quienes están en relación de servidumbre con terratenientes tradicionales.

272. Carlos Iván Degregori. “En la selva de Ayacucho: no una sino muchas muertes”. El Diario de Marka. Lima: 22 de enero de 1983, pp. 8-10.

273. Carlos Iván Degregori. Sendero Luminoso. I. Los hondos y mortales desencuentros II. Lucha armada y utopía autoritaria. Lima: IEP, Documento de trabajo núms. 4 y 6, 1985.

274. A diferencia de 1973, esta vez Bandera Roja no integró el frente antisendero, en el cual los miembros de la futura UDP se presentaban con más iniciativa y un perfil político más nítido que tres años antes. Bandera Roja presentó su propia lista, cuyos pocos votos fueron, sin embargo, suficientes para posibilitar el triunfo del FER-SL.

275. Partido Comunista del Perú. “Bases de discusión del PCP. Línea Militar. Sendero y el Ejército Guerrillero Popular. Estrategia y táctica para la toma del poder”. El Diario, suplemento especial, Lima: 6 de enero de 1988: V.

276. Fue un movimiento estudiantil que se expandió por diferentes ciudades del país en respuesta a una resolución del gobierno, que elevaba de 11 a 12 puntos sobre 20 la nota mínima para aprobar los cursos en los colegios secundarios.

277. Carlos Iván Degregori. Sendero Luminoso. I. Los hondos y mortales desencuentros II. Lucha armada y utopía autoritaria. Lima: IEP, Documento de trabajo núms. 4 y 6, 1985, p. 48.

278. Partido Comunista del Perú. “Bases de discusión. El PCP llama a las masas a luchar por el poder. El pensamiento Gonzalo y los trabajadores”. El Diario, suplemento especial, Lima: 8 de enero de 1988: VII.

279. Norberto Bobbio. El futuro de la democracia. México: Fondo de Cultura Económica, 1986, p. 82.

280. Partido Comunista del Perú. “Bases de discusión del PCP. Línea Militar. Sendero y el Ejército Guerrillero Popular. Estrategia y táctica para la toma del poder”. El Diario, suplemento especial, Lima: 6 de enero de 1988: IV.

281. En 1977, el gobierno militar convocó a elecciones para una asamblea constituyente, las que se celebraron en 1978. En 1979 se promulgó una nueva Constitución y en 1980 se celebraron las primeras elecciones generales en diecisiete años.

282. “Bases de discusión del PCP. Sendero se prepara para la toma del poder. La guerra popular y los instrumentos de la revolución: el Partido, el Ejército y el Frente Único” El Diario, suplemento especial, Lima: 7 de enero, 1988.

283. Deborah Poole y Gerardo Rénique. Perú: Time of Fear. Londres: Latin American Bureau, 1992.

284. Julio Cotler. “Respuesta a ‘Una encuesta sobre Sendero’”. Quehacer. Núm. 20, Lima: enero de 1983, p. 66.

285. Partido Comunista del Perú. Desarrollar la guerra popular sirviendo a la revolución mundial. Lima: Mimeo, 1986, p. 20.

286. Si en la década de 1960 la “fracción roja” que luego constituyó SL estaba vinculada a los movimientos sociales, a lo largo de la década de 1970 se convirtió en antimovimiento social, para luego, en la década de 1980, volverse crecientemente grupo terrorista.

287. Peter Klarén. Las haciendas azucareras y los orígenes del apra. Segunda edición. Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 1976.

288. Dennis Chávez de Paz. Características sociales de los condenados por terrorismo y otros delitos. Juventud y Terrorismo. Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 1989.

289. Luis Guillermo Lumbreras. “De cómo Lumbreras entiende al Perú de Sendero”. Quehacer. Núm. 42, Lima: agosto-setiembre de 1986, p. 56.

290. José María Arguedas (1908-1970), antropólogo y uno de los grandes nombres de la literatura peruana, cuyas obras retratan la sociedad andina tradicional y sus profundas transformaciones, fue convertido en ícono por la izquierda legal en la década de 1980, cuando ésta descubrió la dimensión cultural de la lucha política.

291. “El adjetivo ‘zorra’ se refiere a la última novela de Arguedas, El Zorro de arriba y el zorro de abajo, que toma su nombre de una antigua leyenda prehispánica”. Artículo firmado ‘J.C.F.’. El Diario. 9 de junio de 1988, p. 12.

292. José María Arguedas. “Prólogo” a Poesía y prosa quechua. Selección de Francisco Carrillo. Lima: Ed. de la Biblioteca Universitaria, p. 7.

293. Gustavo Gorriti. Sendero: Historia de la Guerra Milenaria en el Perú. Lima: Apoyo S.A., 1990.

294. Estos vínculos actúan tanto en la dirección como en las bases. La esposa de Guzmán, Augusta La Torre (camarada Nora), fallecida en oscuras circunstancias en 1989, ocupó un lugar destacado en la dirección nacional senderista. Su actual compañera, Elena Iparraguirre, era la número dos de la organización al momento de su captura al lado de Guzmán.


295. Narración de 1971. Castillo, Movimiento de junio de 1969.

296. Las redadas contra la izquierda ocurrían intermitentemente. La última de alcance nacional había llevado a millares de izquierdistas a la colonia penal selvática del Sepa en 1962, desenvolviéndose en un tal contexto, la izquierda era necesariamente conspirativa, y se alimentaba de las tradiciones de otras izquierdas, enfrentadas contra estados tanto o más excluyentes. Por ejemplo, la historia de la Okrana (policía zarista) infiltrada en el comité central del partido bolchevique, circulaba intensamente por esos años en la izquierda.

297. “Entrevista del siglo”. El Diario. 27 de julio de 1988. Esas afirmaciones de Guzmán se inscribían dentro de la polémica que atravesaba a la izquierda peruana desde fines de la década de 1970: construir un “partido de cuadros” o un “partido de masas”.

298. Esa necesidad de ser respetados e imponer respeto, reflejando invertida como en un espejo la imagen de la vieja sociedad señorial, sería sentida por sectores sociales secularmente marginados, que no recibían mínimo respeto como ciudadanos y a veces ni como seres humanos: no sólo indígenas y campesinos, sino también provincianos, mestizos, jóvenes, mujeres.

299. El concepto de “dominación total” proviene de Portocarrero Maisch, Félix y Juan Nunura Chully. Industria y crisis: la década de los ’70. Lima: Desco, Centro de Estudios y Promoción del Desarrollo, 1984.

300. Abimael Guzmán. “Presidente Gonzalo rompe el silencio. Entrevista en la clandestinidad”. El Diario. 24 de julio de 1988, p. 36.

301. Lo sucedido en Europa oriental durante 1989 refuerza nuestra conclusión. Pero SL se inscribiría también, en cierta medida, en otra tradición latinoamericana: la de las grandes dictaduras positivistas, cientificistas, liberales, que se pusieron como meta alcanzar el progreso por la vía autoritaria. Capitalista en ese caso, “socialista” en el de SL.

302. Testimonio de un asistente a dicha reunión.

303. Bandera Roja. Núm. 42. Ésta y las dos siguientes corresponden a pp. 20, 27 y 29.

304. Partido Comunista del Perú. “Bases de discusión. El PCP llama a las masas a luchar por el poder. El pensamiento Gonzalo y los trabajadores”. El Diario. Suplemento especial, Lima: 8 de enero de 1988: VII.

305. El dirigente más conocido del movimiento campesino de La Canvención (Cusco) en las décadas de 1950-1960.

306. De acuerdo al sistema electoral aprobado ese año, los electores votaban por una lista que había sido ordenada por el partido respectivo, pero podían marcar dentro de ella hasta dos candidatos de su preferencia, sin importar el orden en que aparecieran dentro de dicha lista. Era el llamado “voto preferencial”.

307. Partido Comunista del Perú. “Bases de discusión. El PCP llama a las masas a luchar por el poder. El pensamiento Gonzalo y los trabajadores”. El Diario. Suplemento especial, Lima: 8 de enero de 1988: VII y VII.



El presente trabajo es una versión revisada y ampliada de varios capítulos de Ayacucho 1969-1979. El surgimiento de Sendero Luminoso. Lima: IEP, primera edición, 1990, segunda edición, 1991. <inicio>
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